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Salvemos a “La Pepa”
Rafael López Azuaga
Nos situamos en la casa de Diego José. Él es una persona muy bondadosa y
religiosa. Vive en una modesta casa de campo lejos de la ciudad, pero solía ir
habitualmente a ella para ir a misa, hacer compras o simplemente pasear. No está
casado, pero vive junto a su fiel perro Canelo. No tenía riquezas, pero a pesar de ello
intentaba siempre ayudar a todas las personas que se lo solicitasen. Para él, la religión
católica era la esencia de su vida, y siempre seguía las enseñanzas transmitidas por la
Biblia, y su sueño es ser como Jesucristo. Él admiraba a Jesucristo porque ayudaba a
las personas más necesitadas, y no vivió obsesionado con la riqueza y el poder.
Acogía en su casa a personas pobres, a viajeros que se habían perdido, e incluso
animales que estaban heridos o no tenían dónde refugiarse cuando hacía mal tiempo.
Canelo era toda la compañía que tenían, pero ambos vivían muy felices porque el
hecho de ayudar a los demás les hacía sentirse muy útiles. Canelo adoraba siempre
recibir visitas de personas que no conocía, y jugar con los animalitos que entraban en
su casa.
Un día, apareció una persona con capucha. Llamó a su puerta preguntándole por
el camino a la ciudad. Era ya demasiado tarde, y estaba a punto de anochecer. Hacía,
además, demasiado levante. Ambos comenzaron a hablar en cuanto el misterioso
desconocido llamó a la puerta y Diego José le abrió:
– Hola, misterioso desconocido, ¿qué te sucede? - Preguntó Diego José.
– Perdone que le moleste, señor mío. Deseo ir a Cádiz, pero me he perdido y no
sé cuál camino debo tomar. ¿Podría usted decirme hacia dónde debo ir?
– No tiene pérdida alguna. Tan solo debe usted seguir este camino recto hacia el
final. Terminará encontrándose con la ciudad. De todas formas, ¿no cree usted que ya
es muy tarde para ir?
– Me he retrasado un poco porque he tenido muchos problemas. Pero necesito
llegar a Cádiz mañana porque debo partir de viaje por la tarde.
– ¿Hasta la tarde? Si tienes tiempo de sobra. ¿Por qué no te quedas a dormir
aquí? Tengo una habitación vacía.
– No quisiera abusar de su hospitalidad. Ya dormiría en el campo, en la playa.
Me gusta dormir al aire libre.
– Hace demasiado levante, y podría usted ponerse muy enfermo. Insisto en que
acepte mi invitación. Mire, hasta le ha caído bien a Canelo.
En ese momento, Canelo se acerca al misterioso desconocido y se pone a olerle los
pies. Canelo se pone muy contento y se le sube a las rodillas. El desconocido termina
cogiéndole de las patas y contempla como Canelo está muy contento mirándole a la
cara. Ciertamente, está un poco cansado de dormir en la playa, y hay demasiado
levante. Por lo tanto, decidió aceptar la invitación.
– Me alegra de que aceptes mi invitación. Canelo y yo vivimos sólo, y nos
encanta ayudar a la gente. Canelo adora siempre las visitas porque nos entretienen
mucho.
– Muchas gracias. Disculpe, ¿podría decirme su nombre?
– Mi nombre es Diego José. Soy agricultor, y además me dedico a ayudar a las
personas más necesitadas.
– Es un gesto muy bonito por su parte. No quedan muchas personas como usted
ahora. A mí no paran de rechazarme las personas con las que me encuentro.
– ¡Qué cruel! Por cierto, todavía no he podido ni siquiera ver su cara. Aquí
dentro no hace frío, puede usted quitarse la capucha.
– No sé si es una buena idea...
– ¡Vamos! No sea tímido. Si se considera usted feo, aquí he recibido a personas
de muchas diferentes características. Además, lo que cuenta es el interior de las
personas, no el exterior.
– De acuerdo...(comienza a quitarse la capucha, y se ve a una persona con una
piel muy morena).
– ¡Anda, si eres un extranjero! ¿De qué país eres?
– Mi nombre es Mohamed. Vengo del norte de África. Necesito salir de viaje a
otros países, y debo partir desde el puerto de Cádiz. Las personas con las que me he
encontrado hasta ahora me rechazan por ser musulmán. Me echan en cara que mis
antepasados conquistasen su territorio hace siglos. ¡Y no es justo!
– Lamento lo que sucede. Yo creo que todas las personas tienen derecho a ser
respetadas. Lo que pasa es que todavía hay mucho miedo por todo lo que sucedió en
el pasado...
Tras terminar de tomarse un buen tazón de caldo de verduras realizado con la cosecha
que ha recogido Diego José, ambos deciden acostarse. Al amanecer, desayunan y
parten en su viaje a Cádiz, acompañados de Canelo. Diego José le explica que estas
fechas son muy importantes para la historia de la ciudad, porque va a aprobarse la
Constitución española.
– ¿En qué consiste eso de la Constitución? - Preguntó Mohamed a Diego José.
– Es la norma que permite establecer cuáles son los derechos y deberes de los
ciudadanos. También se establecen las relaciones entre los poderes del Estado y de
estos con sus ciudadanos. Va a ser un momento histórico, porque va a significar un
antes y un después en el funcionamiento de nuestra ciudad y de todo el país entero.
– Es muy interesante, ¿cómo surgió todo?
– Hace dos años se establecieron la Cortes, y aprovechando la ausencia del rey,
decidieron los diputados liberales adoptar reformas para acabar con las estructuras del
Antiguo Régimen. Decidieron que iban a redactar y aprobar una Constitución que
cambiase el régimen político de nuestro país.
– Vaya, parece muy interesante. ¿Y qué opinión tienes de esa Constitución?
– Pues me parece genial. Se defiende la libertad de expresión, y las personas
podremos escribir cartas, libros y otros documentos expresando lo que sintamos en
ese momento. Y lo que más me gusta: ¡El catolicismo se difundirá en todo país,
prohibiendo que otra religión pueda invadirnos!
– ¿Perdona? ¿Qué has dicho?
– Pues que ahora mi religión se difundirá en todo el país, evitando que otras
religiones puedan entrar en nuestro país.
– ¿Y qué tiene eso de malo? Yo soy musulmán, y tengo una religión diferente a
la tuya, pero creo que mi religión es tan válida como la tuya.
– ¿Válida? Solamente la palabra de Dios es la única válida y verdadera. La
palabra de otros dioses surrealistas no tienen cabida en nuestro país.
– Me ofendéis, Diego José. Esperaba que usted fuese más tolerante. Que sepa
que la cultura musulmán aportó muchas riquezas a este país durante la etapa de Al-
Ándalus.
– ¿Y hacernos la vida imposible a los cristianos? ¿Te parece poco?
En ese momento, Canelo comienza a ladrarles fuertemente para que dejen de discutir.
No le gusta ver a su amo discutir con otras personas. De repente, escuchan el sonido
de un violín. Es muy relajante, y les encanta a los tres. El violinista para de tocar el
violín y se dispone a hablar:
– Disculpen la interrupción. No me gusta ver a las personas discutir. Y más en un
día tan especial como hoy – Comenta el violinista.
– Le agradezco mucho que nos haya calmado usted con música – Explica Diego
José. Dígame, ¿cómo se llama?
– Mi nombre es Eduardo. Me encanta tocar el violín, y me gano la vida con las
lismonas que me dan por tocar mis melodías. También acepto comida.
– Le agradezco mucho su bonita melodía. Me gustaría, como agradecimiento,
invitarle a unos churros en la tasca de Carmen “La Guapa”. Sus churros son muy
deliciosos.
– ¡Acepto la invitación! No he comido churros desde hace muchos meses.
¿Cómo se llaman?
– Mi nombre es Diego José, este es mi acompañante Mohamed, y este de aquí es
mi perro Canelo.
Canelo salta encima de Eduardo y comienza a lamerle la cara. Le ha agradecido
mucho que, con su música, consiguiera que Diego José y Mohamed parasen de
discutir. Llegan a Cádiz, y se pasan por la chucherría de Carmen.
– ¡Hola, Carmen! ¡Me alegro de verte de nuevo! ¿Podrías servirnos un par de
raciones de churros con chocolate caliente para mí y mis amigos? - Le pide Diego
José.
– ¡Por supuesto, Diego José! Por cierto, ¿sabes que hoy se aprobará la
Constitución? - Le pregunta Carmen, emocionada.
– ¡Y tanto! ¿Qué opinas sobre él?
– ¡No dice nada sobre las mujeres! ¡Estoy cansada de que siempre se nos
infravalore!
– ¿Por qué dices eso?
– ¡No se nos concede ningún derecho! ¡Habla mucho de que todos los hombres
puedan votar, pero no dice nada de las mujeres! ¡No es justo! ¿Es que acaso no
tenemos derecho a decidir como los hombres?
– ¿Cómo que no tenéis derecho a decidir? - Interrumpe Eduardo. Has decidido
sin consultarme echarme dos terroncitos de azúcar en el chocolate cuando sabes que
yo me lo tomo solo.
– ¡Hablo en serio, violinista de pacotilla! ¡Estoy harta de que a las mujeres se nos
infravalore! ¡Que sepas que monté esta churrería yo solita!
– ¡Hala, qué difícil! - Respondió Eduardo, en tono sarcástico. ¿Y has visto tú,
que en 1812, una mujer se ocupe de responsabilidades importantes? ¿Por qué será?
– ¡Porque no nos dejáis! ¿No sabes quién es la Reina Cleopatra? ¡Intentó
restablecer la hegemonía de Egipto! ¿Y Juana de Arco, que asumió el mando del
ejército galo?
– ¡Puff! ¿Y cómo acabaron esas mujeres? - Le echa en cara Eduardo.
Canelo se pone a ladrar furiosamente. Siempre se enfada cuando ve a dos personas
discutir. También en ese momento entró una mejor, que decidió entrometerse en la
conversación. Empezó a hablar:
– No he podido evitar escuchar su conversación. Querida camarada, estoy de
acuerdo con usted. Las mujeres necesitamos más protagonismo en este país.
– ¿Ah, sí? ¿Y quién es usted?
– Mi nombre es Teo, y estaré presente en las Cortes donde se va a aprobar la
Constitución española. Pienso interrumpir la sesión para promover que las mujeres
tengamos más derechos. Estoy cansada de vivir en un país gobernado por hombres
que, con sus modales, nos llevan a estar envueltos en continuas batallas y guerras.
¡Estoy harto!
– Teo... ¡hasta el nombre lo tienes feo! ¡Gracias a esas batallas que tú dices,
España logró construir un gran Imperio en su día!
– A partir de ahora todo cambiará, ya que la soberanía nacional nos permitirá
poder elegir a nuestros gobernantes, nuestras leyes y a que nuestro territorio sea
respetado. ¡Y yo voy a luchar hasta el final para que las mujeres podamos tener voz
en todo esto!
– ¿Ah, sí? ¡Pues venga, vamos todos allí! ¡A ver si eres tan lista y valiente!
En ese momento Canelo vuelve a comenzar a ladrar. Diego José se dispone a hablar:
– Perdonad, amigos míos. Dejad de discutir. No lleva a ningún lado. Lo mejor es
que intentemos dialogar la situación. La propuesta de Teo es interesante. Yo cuando
era más joven, en mi cofradía, trabaja con muchas señoritas que tenían una gran
capacidad de trabajo y de iniciativa. Es posible que si escucháramos más a nuestras
mujeres, las cosas en nuestro país hubiesen funcionado de otra manera. Pero a lo
largo de la historia se ha creado una forma de pensar sobre el papel del hombre y de
la mujer que nadie se ha atrevido a cuestionar.
– ¡Oh, qué alegría me da escucharle! - Responde Teo, emocionada. ¡Yo creo que
en el futuro las mujeres tendrán un papel más fundamental! ¡Ya veréis cómo dentro
de unos años, todo cambiará! ¡Ojalá pudiera algún día gobernar Cádiz!
– Sí...Quizás dentro de unos 180 años...- Responde Eduardo, en tono burlesco.
Mientras, en otra parte de la ciudad, se encontraba un hombre alto, con bigote y el
pelo largo. Tiene una mirada seria, y se encuentra muy pensativo. Mientras, el
limpiabotas José Luis, conocido en la ciudad, se dispone a limpiarle sus botas, las
cuales están un poco sucias de tierra. Parece que el misterioso desconocido ha estado
viajando durante mucho tiempo, y acepta que el limpiabotas le limpie sus sucias
botas a cambio de unos reales, que era la moneda que por aquel entonces circulaba en
España.
– No parece usted de aquí, señor mío. ¿De dónde viene? - Le pregunta José Luis
al misterioso desconocido.
– Vengo de muy lejos, del norte de España. He venido por asuntos de negocios.
Cosas privadas, si no le importa...- Le responde el desconocido, con voz muy seria.
– ¿Podría al menos conocer su nombre? Me gusta tutear a la gente.
– Mi nombre es Fernando.
– ¡Ah, Fernando, como el Rey Católico! ¿No tendrá usted una esposa llamada
Isabel, por casualidad?
– Eso no le interesa a usted para nada.
– ¡Bueno, bueno! ¡Solo era una bromita, picha! Yo me llamo José Luis, pero la
gente me conoce como “el limpiabotas de Cai”. Aunque si por mí fuese, me gustaría
ser un boxeador como los ingleses esos. Me parece apasionante la manera que tienen
de mover el cuerpo y dar puñetazos. ¿Qué opina usted?
– Opino que usted está como una cabra. Termine de una vez de limpiarme las
botas o no le daré ni un real. - Contestó Fernando, con muy mal carácter.
José Luis se dispuso a terminar de limpiarle las botas a Fernando. Éste se dirigía
hacia el Oratorio de San Felipe Neri, donde se encuentran reunidas las Cortes que van
a dar luz a la Constitución española. Mira a su alrededor y ve a mucha gente
emocionada. Va a tener lugar en Cádiz un acontecimiento histórico que va a significar
un antes y un después en la historia de España. Para los que no lo sepan, la
Constitución Española de 1812 supuso un hito democrático en la primera mitad del
siglo XIX. Lo establecido en nuestra Constitución trascendió a varias constituciones
europeas e impactó en los orígenes constitucionales y parlamentarios de la mayor
parte de los estados americanos durante y tras su independencia de España. Las
Cortes estaban compuestas por algo más de trescientos diputados, de los cuales cerca
de sesenta fueron americanos. Los ciudadanos estaban expectantes, porque eran
conscientes de que su situación iba a cambiar. ¿Qué era lo que promulgaba la
Constitución Española de 1812?
1. La soberanía nacional, que permitía que el poder residiese en toda la nación, en
sus ciudadanos, y no en el Rey, es decir, la soberanía monárquica. A partir de
ahora, los ciudadanos podían elegir a sus representantes en las Cortes. Eso sí,
por aquel entonces, dada la mentalidad de las personas de aquellos tiempos
(recordemos que hace poco celebramos en Cádiz el Bicentenario de la
aprobación de la Constitución), solamente podían votar los hombres mayores
de 25 años.
2. La división de poderes en el Estado, donde el Rey tenía importantes
limitaciones y las funciones para gobernar y controlar el Estado se dividía en
otras fuerzas. Así, de la justicia se ocuparían los tribunales, de hacer las leyes
se ocuparían las Cortes, y aunque de gobernar seguía ocupándose el Rey, ya no
tenía tanta influencia como antes. Todas sus órdenes debían ser validadas por la
firma del Ministro correspondiente, que aunque él los nombrara, estos debían
ser aprobados por las Cortes. El Rey no podía disolver las Cortes a su antojo.
3. Igualdad de los ciudadanos ante la ley, donde ya independientemente de la
clase social a la que perteneciese, todos debían cumplir la ley. Se terminaron
los privilegios para determinadas personas.
4. Reconocimiento de los derechos individuales: A la educación, libertad de
imprenta, inviolabilidad del domicilio, a la libertad y a la propiedad.
Todos los ciudadanos estaban contentos, aunque al parecer el tal Fernando no opinaba
igual. Miraba con desprecio a todas las personas que estaban ilusionadas. Parece que
está hablando en voz baja, como a sí mismo:
– Malditos gaditanos. Malditas Cortes. Maldita Constitución de las narices. Si la
tuviera en mi mano, me sonaba la nariz con ella. Debo ocuparme de que esa carta
magna jamás sea firmada ni dé la luz. Por el nombre de Fernando VII, no permitiré
que el Rey pierda todos sus poderes. Tengo que pensar en una forma de colarme en el
Oratorio para poder destruir la carta y dar tiempo a que Fernando VII regrese y ponga
orden.
Cerca del lugar, se encontraba una chica joven vestida de mamarracha. Parece que
quiere intentar llamar la atención de la gente. La chica va vestida con ropas graciosas
y quiere imitar a los antiguos trovadores que existían antes. Actualmente,
conoceríamos a estar personas como “animadoras socioculturales”, “animadoras”,
aunque vulgarmente e injustamente, otros la llamarían simplemente “payasas”.
Fernando se entretiene mirándola atentamente:
– ¡Hola a todos, gaditanos! ¡Mi nombre es Paz, y quiero que paséis un buen rato
conmigo mientras esperáis los acontecimientos!
La gente mira a Paz muy extrañada. Les ha pillado de sorpresa su presencia. No
saben cuáles serán sus intenciones. Están todos muy nerviosos, así que deciden
mirarla para ver si les distrae un poco...
– ¡Gracias a todos por prestarme atención! Como les decía, mi nombre es Paz, y
voy de ciudad en ciudad consiguiendo que todas las personas salgan con una sonrisa
de oreja a oreja tras verme actuar. ¿Están preparados para reír?
La gente está un poco “pillada”, pero algunos responden que sí, con tal de que siga y
termine cuanto antes.
– ¡Muy bien! ¡Voy a contarles algunos de mis mejores chistes! Había un hombre
que entró en un local preguntando: “¿Hola, es la carnicería?”, el otro le respondió,
“No, es la zapatería”. Como se había equivocado, le dijo el hombre: “Disculpe, creo
que me he equivocado de número”. Y el zapatero va y le responde: “No importa,
nosotros se los cambiamos”. (Paz se parte de risa).
La gente la mira muy extrañada. Parece ser que no han entendido nada sus chistes.
– Bueno, bueno, no se preocupen. Que tengo muchos más chistes. ¡Este es uno
de mis mejores chistes!: ¿Qué es amarillo y negro a la vez?
– Esto...¿Un plátano? - Respondió un niño.
– ¡No! ¡Un pollito ninja!
La gente la mira muy extrañada. Piensa que está muy mal de la cabeza.
– ¡Que todavía estoy calentando, hombre! ¡Os voy a enseñar mi mejor truco!
¡Necesito un voluntario!
– Yo – Respondió una niña.
– ¡Oh, una valiente! ¡Por favor, denle un fuerte aplauso a esta niña valiente! (La
gente aplaude con desgana).
– ¿Qué tengo que hacer, Paz?
– Tan solo debes tirarme del dedo.
– Vale.
En el momento en el que la niña tiró del dedo, empezó a escucharse un sonoro pedo
que empezó a salir del culo de Paz. Se rompieron sus pantalones, la pared se tiñó de
un color amarillo verdoso, y de repente empezó a surgir un olor bastante
desagradable. La gente comenzó a sentirse mal, con ganas de vomitar, y comenzaron
a salir corriendo. Fernando presenció todo desde lejos, y se quedó sorprendido. Una
sola persona había sido capaz de distraer y conseguir que todo el mundo huyera. Era
lo que necesitaba, encontrar a una persona capaz de distraer a todo el mundo. Una vez
que comenzó a dispersarse la peste, se dirigió a ella.
– Perdone, señorita, ¿cómo ha hecho eso? - Le preguntó Fernando.
– ¿Este traje? ¡Oh, me lo hizo mi abuela cuando era pequeña! Es bonito,
¿verdad? Lástima que se me hayan roto los pantalones con el pedo... - Respondió
Paz, muy apurada.
– ¡No! ¡Me refiero a la tremenda ventosidad que ha conseguido hacer que todo el
mundo salga corriendo!
– ¡Ah, es el único don que Dios me ha dado! ¡Hay personas que son geniales
cocinando, otros escribiendo historias, otros contando chistes, otros toreando...Y yo,
en cambio, mi don es el de soltar flatulencias tremendas...
– Definitivamente nadie ha logrado aguantar su aroma. Es usted única. Venga
conmigo, necesito mandarle un pequeño trabajo.
– ¡Un trabajo! Bueno, hace tiempo que no hago nada de eso, pero todavía me
acuerdo de cómo se hacía eso...
– Déjese de soltar pamplinas de la Plaza Mina y cómprese unos pantalones, que
no va a llamar la atención.
Fernando y Paz se fueron a una taberna a tomarse unas cervezas. Precisamente en esa
misma taberna se encontraba José Luis, el limpiabotas, que intentaba ganarse unos
reales limpiando los zapatos de los clientes de la taberna. Algo que no agradana a
Tallafé, el tabernerno.
– ¡Joseluí, picha! ¡Te tengo dicho que no me molestes a los clientes! - Gritaba
Tallafé.
– Pero hombre, Manolo, picha, que les limpio los zapatos mientras siguen
bebiéndose la cervecita. Anda, picha...
– ¡Pero es que eres tan pesado que al final la gente se marcha sin apenas
consumir! Te pones a contarles las historias de esas personas que se pegan solamente
por afición, y es que aburres, tío.
– Solo quiero que la gente se entretenga y conozca nuevas culturas, Manolillo.
Encima de que te traigo cultura a la tarbena...
– ¡Vete por ahí!
Mientras, llegan Fernando y Paz, y piden dos cervezas. José Luis reconoce a
Fernando, y aunque le cayó un poco mal, intenta acercarse a él para limpiarle de
nuevo las botas, aunque una persona que está cerca de él le llama para que se las
limpie a él. José Luis se dispone a limpiárselas, aunque no sabe por qué, pero le dio
por escuchar la conversación entre Fernando y Paz.
– Mire, señorita, necesito que me haga un favor, y estoy dispuesto a pagarle. - Le
propone Fernando a Paz.
– Oiga, perdóneme usted, pero yo soy una artista, no soy lo que usted piensa.
Admito que estoy muy bien, pero...- Le responde Paz, un poco asustada.
– ¡No sea burra! ¿Por quién me toma usted? Necesito que haga delante de unas
personas lo que usted acaba de hacer antes.
– ¡Ah!, ¿quiere que les cuente unos chistes?
– No, quiero que haga el truco de la ventosidad. Necesito entrar en el Oratorio
para darles una sorpresa a los diputados. Soy un viejo amigo de ellos, pero quiero que
se sorprendan al verme. Pero claro, no tengo nada que dé a entender que soy amigo
de ellos, por lo que los vigilantes no me dejarán pasar.
– ¿Y qué tendría que hacer yo?
– Pues simplemente acercarse allí y soltarles un tremendo cuesco que les
distraiga y se desmayen. De esa manera, podré yo colarme. A cambio, te pagaré con
cien reales.
José Luis no ha perdido detalle de la conversación que han mantenido. Pudo
comprobar que Fernando era una persona rica, y que parecía muy influyente por el
hecho de que los diputados de las Cortes fuesen amigos suyos. Terminó de limpiarle
los zapatos a uno de los clientes y en ese momento, al girarse, tropieza otro cliente
que tenía una jarra de cerveza. La cerveza se cae y se derrama encima de la ropa de
Fernando.
– ¡Argh! ¿Pero qué es esto? - Grita Fernando, muy enfadado.
– Perdone usted, Señor Fernando, he sido yo que al levantarme he tropezado con
este señor. - Le dice José Luis, avergonzado.
– ¿Tú otra vez? ¡Mira cómo me has puesto, imbécil!
– Pero ha sido un accidente, picha. Ha sido al levantarme que no me fijé de que
estaba...
– ¡Que te calles! ¡Ve a lavarme esto si no quieres que llame a los guardias!
José Luis recoge la ropa de Fernando y va en busca de Manolo para que le diga dónde
puede lavarla. Se distrajo contemplando una especie de fajín rojo que escondía debajo
de su ropa. Era un fajín que era característico de los reyes de entonces. No quiso
distraerse más y se dispuso a lavar la ropa en una palangana que Manolo tenía
guardada en el desván. Cuando terminó, se la devolvió. Fernando recogió su ropa de
malas maneras y se largó a toda prisa de la taberna junto a Paz, la cual aguantaba la
risa por todo lo sucedido, ya que tenía miedo de perder el “trabajo” que había
conseguido. Le dijo, sin embargo, que tenía que ir a comprar coliflor y hervirla para
conseguir más “combustible” para poner en práctica su don.
Mientras, en otra parte de la ciudad, se encuentran Diego José, Mohamed, Eduardo y
Teo caminando hacia el Oratorio. Ambos se encuentran hablando sobre la
Constitución.
– Mohamed, ¿a qué hora debes partir? - Le pregunta Diego José.
– Por la tarde, mientras no tengo nada que hacer, y tengo curiosidad por
presenciar este acontecimiento histórico. - Le responde Mohamed.
– Oye, ¿y creéis que estará ahí Pepe Botella? (le entra la risa). -Pregunta
Eduardo, en tono burlesco.
– ¿Y ese quién es? ¿Algún humorista? - Pregunta Mohamed, extrañado.
– No, Mohamed. Es como en España llamamos de broma al actual rey de
España, José I Bonaparte, que es el hermano mayor de Napoleón, por su supuesta
afición a la bebida. No cae demasiado bien a mucha gente, y no están de acuerdo en
obedecer a alguien que se les ha impuesto en el trono. Dudo mucho de que esté,
porque precisamente se ha aprovechado su ausencia para llevar a cabo la
Constitución. Verás, el origen de la Constitución viene en cierta medida del rechazo
del pueblo español a las intenciones de Napoleón. Quiere destronar a los Borbones y
establecer en España una monarquía satélite, que quiere decir que, aunque España sea
un país independientemente, está gobernado a nivel político y económico por otro
país más poderoso.
– ¡Anda! ¿Y qué pasa con los Borbones esos? ¿Dónde están ahora? - Pregunta
Mohamed, que desconocía la historia del país en ese momento.
– Hace cuatro años tuvieron que abdicar en favor de Napoleón. El hijo de Carlos
IV, Fernando, solamente duró un par de meses en el trono. Fernando tuvo la
esperanza de que Napoleón le devolviera el trono, pero al final se lo cedió a su
hermano José. No sé qué habrá sido de él, pero no me sorprendería de que volviese a
reinar en un futuro si las cosas siguen como ahora. - Le cuenta Diego José.
– ¿Y él está de acuerdo con la Constitución? Lo digo porque, por lo que me
habéis contado, la influencia del monarca en la toma de decisiones sobre el país está
más limitada... - Sigue Mohamed.
– Lo dudo mucho. No me sorprendería que quisiera evitarla y atrasarla al menos
hasta que consiguiera ser Rey. -Responde Diego José.
– Con Fernando o no, yo igualmente voy a insistirles en que revisen el texto para
concederles más derechos a las mujeres. - Insiste Teo.
– Pues si yo fuera español, propondría que reflexionase sobre su propuesta de
imposición del catolicismo y apostase por la libertad religiosa. -Propone Mohamed.
– ¿Libertad religiosa? ¿Y que llenen a las personas de teorías religiosas falsas?
¿O que nos impongan sus costumbres? ¡Jamás! ¡Y encima con lo que a mí me gusta
el jamón, como para que nos den sermones sobre por qué no comer cerdo!
-Reacciona Diego José, enfadado.
– ¿Y por qué supones que las tuyas son las únicas y verdaderas? ¿Tienes alguna
prueba que lo demuestre? - Le responde Mohamed, para pincharle.
– Bueno, ya empezamos...Una que te marea con lo de las libertades de las
mujeres, otros discutiendo sobre religión...A ver si termina esto de una vez...-Decía
en esta ocasión Eduardo.
Canelo otra vez se dispone a ladrarles para que dejen de discutir. En ese momento se
despierta, sobresaltado, José Luis. Se había echado en un banco a descansar un poco
del sofocón que había tenido antes. Se gira y mira a nuestros amigos, a quien parece
conocer a uno de ellos.
– ¡Hombre, José Luis! ¿Qué pasa, picha? ¿Qué haces ahí durmiendo? - Se
alegraba Eduardo de verle.
– ¡Hola, Eduardo! Pues ná, aquí descansando un poco, que he tenido un día con
un forastero...
– ¿Y eso?
– Pues un tal Fernando, muy antipático aunque parecía rico. Primero le limpié
los zapatos, pero en todo momento era muy antipático conmigo. Y luego en la taberna
del Manolo, estaba limpiándole los zapatos a un cliente y, al levantarme, tropecé con
uno y le tiré la jarra de cerveza. Y da la casualidad de que la jarra le cayó encima al
tío ese que estaba tomándose una cerveza con una tía que hacía el tonto por las calles.
– Vaya malaje de tío, lo siento.
– Eso sí, creo que debía ser alguien importante. Decía que quería darle una
sorpresa a sus amigos diputados de las Cortes, y que iba a colarse en el Oratorio.
Cuando me dispuse a quitarle la ropa, vi como llevaba una especie de fajín rojo. Le
pedía a la tía que hiciera “nosequé” para distraer a los guardias y así poder colarse.
– ¿Un fajín? ¡Ni que fuera el Rey!
De repente, Diego José comenzó a reflexionar. Un hombre que se llamaba Fernando,
que decía que quería entrar en el Oratorio y que conocía a los diputados, y que
llevaba un fajín. ¿A quién me recuerda? Tras pensar durante un instante, cayó en el
asunto: Esa persona podía ser ni nada más ni nada menos que...¡Fernando VII, el
antiguo Rey de España!
– ¡Amigos! ¡Creo que ya sé lo que sucede! Ese señor antipático que se ha
encontrado con José Luis debe ser ni nada más ni nada menos que Fernando VII. -
Les interrumpe Diego José.
– ¿Fernando VII? - Responden todos, sorprendidos con la conclusión que ha
obtenido Diego José.
– ¿Y por qué iba a dar una sorpresa? Si creo que en la Constitución no quieren
reconocer a Pepe como a Rey, sino al propio Fernando. - Pregunta Teo, extrañada.
– Sí, pero he escuchado a mucha gente decir que Fernando no está de acuerdo
con la carta magna, ya que no aprueba muchas de las libertades que se han
establecido en la carta. Él requiere volver a centrar el poder en la figura del monarca.
Hará todo lo posible para retrasar la aprobación de la Constitución, hasta que consiga
recuperar el trono y así ya controlar todo a su gusto. - Les explica Diego José.
– ¿Y qué podemos hacer nosotros? Solo somos ciudadanos normales y
corrientes. No dejarán que entremos en el Oratorio así como así. -Explica Teo,
preocupada.
– Tenemos que intentar impedírselo. Vamos todos corriendo al Oratorio, a lo
mejor podemos evitarlo o convencerle. -Le responde Diego José.
Todos van corriendo para llegar cuanto antes al Oratorio. Allí ya se encuentran
Fernando y Paz, dispuestos a comenzar su maléfico plan.
– Bien, ahí están los guardias. Señorita, ya sabe usted lo que tiene que hacer.
– De acuerdo, me da un poco de vergüenza, así como así.
– Si lo haces, te daré los cien reales. Si no lo haces, gritaré para que te detengan
por sospechosa.
– ¡Vale, vale, mi arma! ¡Qué hombre más “jartible”!
Paz se acerca a donde están los guardias. Comienza a hablarles un poco asustada,
pero a la vez sonriéndoles.
– ¡Hola, amigos! Mi nombre es Paz, y sé que estáis muy aburridos haciendo la
guardia, así que voy a distraeros un poco con mis chistes. - Se presentaba así Paz ante
los guardias.
– ¡Lárgate, tía fea! ¿No ves que estamos trabajando? - Le responde uno de los
guardias.
– ¡Lo sé! ¡Por eso estoy aquí! ¡Es importante que unos guardias tan fornidos
como vosotros podáis relajaros un poco para rendir mejor! ¡Y la risa es lo mejor para
eso!
– ¡Cállate!
– Déjame que te cuente un chistecito: Estaban Bartolomé y Jacinta dándose el
lote y este le dijo a Jacinta: ¡Oh, cariño! Tus senos son como dos cocos. Ella le dijo:
¿De grandes? ¡Por Dios, Bartolomé, qué basto!. Bartolomé le respondió: ¡No, no!
Como dos cocos por lo peludos que son. (A Paz le entra la risa).
– ¡En mi vida había escuchado un chiste tan malo! Hace más gracia mi perro
persiguiéndose la cola que tú.
Por detrás, Fernando le hacía señas para que fuese al grano y hiciese de una vez su
“número especial”, para acabar cuanto antes.
– ¡Vale! Les haré mi número especial. Prepárense para quedarse sorprendidos, y
para teñirles el pelo de rubio.
– ¿Cómo dices?
En ese momento, Paz se dio la vuelta, y soltó una estampida similar a la que soltó
antes delante de los ciudadanos. Los guardias comenzaron a desmayarse y cayeron
rendidos en el suelo.
– ¡Muy bien, Paz! ¡Toma los cien reales! ¡Y ahora lárgate y recuerda que tú no
me has visto! -Le dice Fernando, el cual entra corriendo en el Oratorio.
– ¡Ay, por Dios! ¡Qué hombre más raro! Menos mal que por lo menos me ha
dado trabajo y me ha pagado. Hacía tiempo que no veía tantos reales juntos.
-Comentaba Paz consigo misma.
Paz se dispuso a examinar los reales para ver si eran auténticos. Le dio la vuelta a uno
de ellos, y se dispuso a mirar fijamente la cara de la moneda. No la había visto antes
porque parecía que era de otro país. Aunque le llamó la atención que la cara que
estaba grabada en la moneda era muy parecida a la del señor que la había contratado.
Era una moneda de dos reales de Perú, con la cara de Fernando VII grabada.
En ese mismo instante, llegaron Diego José, Eduardo, Teo, Mohamed y José Luis,
junto con el perro Canelo. Llegaron a la entrada donde solamente podían pasar los
diputados. Había gente alrededor del Oratorio, con mala cara, y se veía a los guardias
desmayados. Cerca de allí estaba Paz, a la cual algunos recriminaban que por culpa
suya los guardias estaban desmayados. José Luis logra reconocerla.
– ¡En, amigos! ¡Esa es la chica que estaba hablando con Fernando en la taberna!
- Dice José Luis.
– ¡Y los guardias están desmayados! Parece ser que llegamos tarde. -Lamenta
Teo.
– ¡Canelo, ve a por esa chica! ¡Que no se escape! - Grita Diego José.
Canelo, como perro obediente que es, se lanzó hacia Paz. La arrojó contra el suelo y
se colocó encima de ella. Diego José los alcanzó y levantó a Paz, y empezó a
interrogarla.
– ¡Tú! Te hemos visto hablando con Fernando VII, y que te había contratado para
distraer a la guardia...- Le comenta Diego José.
– ¿Fernando VII? Ni sé cómo se llamaba. Me dijo que era amigo de los
diputados, y que quería darles una sorpresa. Me dijo que distrajera a los guardias para
poder colarse. -Responde Paz, asustada.
– ¿Y no pensaste que podía ser alguien de peso importante en el país, como para
conocer a los diputados? ¿O que pudiese ser un terrorista?
– ¡No lo sé! No parecía una mala persona, aunque sí muy antipático. Me pagó
con estas monedas, que son muy raras. Es más, este de aquí se le parece...
– ¡Pues claro que se le parecen! Esas monedas son de Fernando VII.
– Anda...qué cosas...
Aprovechando que los guardias todavía seguían inconscientes, todos se cuelan en el
Oratorio para intentar detener a Fernando VII. Paz acabó largándose, porque algunos
ciudadanos comenzaron a perseguirla acusándole de haber desmayado a los guardias
y fastidiar a todo el mundo.
Mientras tanto, Fernando VII preparaba el salto a las Cortes. Llevaba una pistola con
la que se disponía a asaltar las Cortes e impedir que la Constitución se aprobase.
Quería de una vez por todas volver a ser Rey, y si para eso necesitaba asaltar las
Cortes e impedir que se aprobase la Constitución, lo haría. Su intención era recuperar
cuanto antes el trono, aunque en las Cortes le reconociesen como legítimo Rey, y
firmar una carta magna en la que se les concedía a la monarquía todos los poderes: El
legislativo, el judicial y el ejecutivo. Todo volvería a girar alrededor de él, y tendría
libertad total para elegir a sus súbditos, aprobar sus propias leyes y tomar las
decisiones que él quisiera. El golpe que iba a dar iba a ser tremendo. Por si no fueran
suficiente las amenazas, tenía en su bolso una gran cantidad de pólvora con la que
poder crear una bomba que haría estallar todo en mil pedazos. Quería conseguir su
objetivo a toda costa. Si no era por las buenas, lo iba a conseguir por las malas.
¿Podrá lograrlo? ¿O alguien podrá impedírselo?
En ese momento, Fernando, ocultando su cara, decidió colarse en la sala donde
estaban todos analizando la carta magna y a punto de aprobarla. Allí se encontraban
todos los diputados. De repente, Fernando se coló. Comenzó a andar pisando fuerte,
muy tranquilo. Las personas que estaban allí estaban muy extrañadas, no entendían
nada. No sabían quién era esa persona, ni qué deseaba. Fernando se subió a lo más
alto de las Cortes y comenzó a sacar la pistola. Gritó: “¡¡Al suelo todo el mundo!!”.
Disparó tres veces hacia el techo, y todos se agacharon. Uno de los diputados le
reconoció, y afirmó que era Fernando VII.
– ¡Sí, soy yo! ¡Fernando VII, el legítimo Rey de España, como vosotros mismos
me reconocéis! Si soy Rey, no puedo ser Rey de un país donde voy a tener un papel
menos relevante que todos mis antecesores. ¡No lo voy a consentir! Ahora mismo
vamos todos a destruir esta carta magna y vamos a dejar las cosas tal y como estaban
cuando reinábamos mi padre Carlos IV y yo.
– ¿Y si nos negamos? ¡Todavía el Rey sigue siendo José Bonaparte, nos guste o
no!
– Pues entonces haré estallar toda esta gran cantidad de pólvora dentro del
Oratorio. Elijan ustedes: O la carta magna o ustedes.
Mientras tanto, nuestros amigos, incluyendo el limpiabotas José Luis, se encuentran
escuchando el discurso que está dando Fernando. Al final las sospechas se
confirmaron, y se dieron cuenta de que esa persona era ni nada más ni nada menos
que Fernando VII, el predecesor de José Bonaparte. Escucharon horrorizados que
pretendía estallar la pólvora dentro del Oratorio, pudiendo provocar una gran
tragedia.
– ¡Dios mío! Ese Rey vuestro ha perdido el juicio – Exclama Mohamed.
– Creo que debemos entrar y convencerle de que se está equivocando. Yo
siempre digo que hablando se entiende la gente, y que nunca hay que recurrir a la
violencia. -Le responde Diego José.
Todos nuestros amigos se cuelan en la sala de las Cortes donde se encuentran
Fernando y todos los diputados, agachados por miedo a recibir un balazo o a que
haga explotar la pólvora. Entre los cuatro empujan la puerta e irrumpen en la sala.
– ¡Deténgase, Don Fernando! ¡No lo haga! ¡Creo que podríamos negociar todo! -
Grita Diego José.
– ¿Negociar? ¿Qué hay que negociar? ¿La libertad de imprenta? ¿La soberanía
nacional? ¿La división de poderes? ¡Jamás! - Le responde Fernando.
– Pero Don Fernando, creo que debería usted reflexionar todo lo que dice. ¿Qué
hay de malo en aceptar la libertad de imprenta? ¿No sería sensacional que las
personas difundiesen a través de sus libros o panfletos lo que pensasen? Podríamos
aprender mucho.
– ¿Aprender? ¿Y que revolucionen al país con sus tontas ideas revolucionarias?
¿Y que me dejen en evidencia delante de otras personas? ¡Lo que faltaba sería que
inventasen algo para que las noticias circulasen y llegasen a todos los país al instante!
– La libertad de expresión no equivale a que podamos insultar y faltar el respeto
a las personas, pero sí criticar y reflexionar con el hecho de compartir nuestras ideas.
Cada uno es libre luego de compartir sus ideas y aprobar aquellas que desee si tiene
fundamentos....
En ese mismo instante, Diego José se detuvo, y empezó a entender lo que antes le
explicaba Mohamed acerca de la libertad religiosa. Entiende que si respetamos la
libertad de expresión, también debemos respetar las diferentes creencias religiosas
que existen en el mundo, siempre y cuando respeten a las personas.
– ¿Y si por culpa de que unas personas no estén de acuerdo con otras, se organice
una gran guerra?
– No lo apoyarían muchas personas. La soberanía nacional permitirá que las
personas tengan un papel fundamental para elegir a sus representantes, aquellos que
impidan resolver conflictos usando la violencia y que aprueben leyes que permitan
que todas las personas vivamos en armonía y felicidad, y con todas sus necesidades
satisfechas.
– ¡Lo que me faltaba por oír! ¡Que los ciudadanos no me dejen tomar las
decisiones que yo creo más convenientes por su bien! ¡Mire usted! ¡Se acabó el
diálogo! ¡O se aparta de mi camino, o le disparo!
En ese preciso instante, Eduardo le arroja su violín a Fernando. Le da en la cabeza, y
la pistola se cae al suelo. Eduardo intenta cogerla antes que Fernando, pero llega
demasiado tarde. Teo decide incorporarse a la pelea, y cuando Fernando se disponía a
disparar a Eduardo, ella se interpuso y acabó dándole a ella.
– ¡Oh, no! ¡Señorita Teo! - Exclama Eduardo, horrorizado.
– Arghhh....Tranquilo, afortunadamente me ha dado en el hombro, creo que
podré curarme. ¿Tú estás bien? - Exclama Teo, dolorida.
– Sí, muchas gracias. Me has salvado la vida...
– Solamente quería demostrarte que las mujeres teníamos agallas, al igual que
los hombres.
– Sí, definitivamente estaba equivocado con las mujeres. Si demostráis estas
agallas en cualquier otra faceta de la vida, podréis hacer muchas cosas por el país.
Fernando decide acabar con todo y decide estallar la pólvora. En ese preciso instante,
Canelo salta sobre él y le muerde la mano. Termina soltando la pistola, la cual es
recogida por Diego José.
– ¡Maldito perro estúpido! ¡Suéltame! ¡Y tú, devuélveme mi pistola! - Grita
Fernando.
– ¡Ni soñarlo! ¡Olvídese de su maléfico plan, y deje al pueblo y a las Cortes
elegir! ¡Usted podría ser Rey en un futuro, ya que no le tienen mucho aprecio a José
Bonaparte! - Le responde Diego José.
– ¡Pues vosotros lo habéis querido!
– ¡No! - Grita José Luis.
En ese mismo instante, José Luis se lía a darle puñetazos a Fernando. Parece que le
tenía mucha rabia de todos los encuentros anteriores que tuvo, en los cuales en todo
momento le trató muy mal. Comenzó a golpearle empleando diferentes movimientos,
dándole además un golpe por debajo de la barbilla. En ese momento, aprovechan
todos para arrebatarle la pólvora.
– ¡Toma castaña! ¡Por fin cumplí mi sueño de ser boxeador! - Gritó José Luis,
eufórico.
– Lo tenemos, Diego José. Hemos conseguido salvar la Constitución. - Alaba
Mohamed.
– Sí, amigo Mohamed. Muchas gracias por haber estado con nosotros. Y gracias
por ayudarme a darme cuenta de que es importante respetar las creencias religiosas de
los demás. A partir de ahora apoyaré la libertad religiosa. - Le confiesa Diego José,
agradecido.
– ¡Oh, me alegro mucho, Diego José! - Le responde Mohamed.
– Posiblemente haya que mejorar muchas cosas en este país, y habría que revisar
la Constitución para incluir más aspectos sobre el derecho de las mujeres, la
participación de los más jóvenes y la libertad religiosa, pero no hay duda que ya todo
lo aprobado suponen importantes avances para nuestro país. -Comenta Diego José.
– ¡Sí! ¡Viva la Constitución Española de 1812! - Grita Eduardo.
– ¡Qué nombre más largo! Podríamos bautizarla con algún nombre. ¡Ya sé! Hoy
es el día de San José. ¡Pongámosle “La Pepa”! - Sugiere Teo, dolorida.
– ¡Eso! ¡Viva “La Pepa”! - Gritaron todos.
Afortunadamente, entre los diputados, había un médico, que se ocupó de curar a Teo.
La Constitución Española de 1812 consiguió ser aprobada gracias a la labor de
nuestros héroes. Eduardo comenzó a respetar y a valorar más a las mujeres.
Mohamed se fue de viaje y regresó luego a su país, sintiéndose orgulloso por haber
participado en la historia de España. Diego José siguiendo siendo tan bondadoso
como siempre, pero más tolerante que antes, y acompañado por su fiel perro Canelo.
José Luis siguió limpiando zapatos, pero en sus ratos libres montó una pequeña
escuela de boxeo para formar a nuevos púgiles. Teo siguió defendiendo el papel de la
mujer en la sociedad junto a Carmen, convirtiéndose en un dúo conocido en la ciudad
como “La fea y la guapa”. Eduardo siguió tocando el violín en las calles. En cuanto a
Paz, la trovadora con aquel oloroso don, siguió yendo de ciudad en ciudad contando
chistes malos, y para lo cual siempre tenía que recurrir a su don para conseguir sacar
una sonrisa a la gente o, al menos, espantarla por si decidían ir tras ella para
golpearla.
Fernando VII volvió a ser Rey de España a finales de 1813, recuperando así su trono
y todos los territorios y propiedades de la Corona y sus súbditos antes de 1808, tanto
en territorio nacional y extranjero. El 4 de mayo de 1814 Fernando VII decretó la
disolución de las Cortes, la derogación de la Constitución y la detención de los
diputados liberales, que fueron aquellos que impulsaron las principales medidas
revolucionarias de la Constitución. Volvió a instaurarse el absolutismo, donde el
poder volvía a estar centrado en la figura del Rey. En cualquier caso, supone un gran
avance en nuestra sociedad para reformar la sociedad, luchando por los derechos
individuales y libertades, significando una auténtica revolución para la época.
Y como se suele decir en estas ocasiones: Y colorín, colorado, este simpático cuento
se ha acabado...
FIN
Escrito por Rafael López Azuaga, terminándolo un 5 de junio de 2015

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Salvemos a "La Pepa": Cuenta-Cuentos

  • 1. Salvemos a “La Pepa” Rafael López Azuaga Nos situamos en la casa de Diego José. Él es una persona muy bondadosa y religiosa. Vive en una modesta casa de campo lejos de la ciudad, pero solía ir habitualmente a ella para ir a misa, hacer compras o simplemente pasear. No está casado, pero vive junto a su fiel perro Canelo. No tenía riquezas, pero a pesar de ello intentaba siempre ayudar a todas las personas que se lo solicitasen. Para él, la religión católica era la esencia de su vida, y siempre seguía las enseñanzas transmitidas por la Biblia, y su sueño es ser como Jesucristo. Él admiraba a Jesucristo porque ayudaba a las personas más necesitadas, y no vivió obsesionado con la riqueza y el poder. Acogía en su casa a personas pobres, a viajeros que se habían perdido, e incluso animales que estaban heridos o no tenían dónde refugiarse cuando hacía mal tiempo. Canelo era toda la compañía que tenían, pero ambos vivían muy felices porque el hecho de ayudar a los demás les hacía sentirse muy útiles. Canelo adoraba siempre recibir visitas de personas que no conocía, y jugar con los animalitos que entraban en su casa. Un día, apareció una persona con capucha. Llamó a su puerta preguntándole por el camino a la ciudad. Era ya demasiado tarde, y estaba a punto de anochecer. Hacía, además, demasiado levante. Ambos comenzaron a hablar en cuanto el misterioso desconocido llamó a la puerta y Diego José le abrió: – Hola, misterioso desconocido, ¿qué te sucede? - Preguntó Diego José. – Perdone que le moleste, señor mío. Deseo ir a Cádiz, pero me he perdido y no sé cuál camino debo tomar. ¿Podría usted decirme hacia dónde debo ir? – No tiene pérdida alguna. Tan solo debe usted seguir este camino recto hacia el final. Terminará encontrándose con la ciudad. De todas formas, ¿no cree usted que ya es muy tarde para ir? – Me he retrasado un poco porque he tenido muchos problemas. Pero necesito llegar a Cádiz mañana porque debo partir de viaje por la tarde. – ¿Hasta la tarde? Si tienes tiempo de sobra. ¿Por qué no te quedas a dormir aquí? Tengo una habitación vacía. – No quisiera abusar de su hospitalidad. Ya dormiría en el campo, en la playa. Me gusta dormir al aire libre. – Hace demasiado levante, y podría usted ponerse muy enfermo. Insisto en que acepte mi invitación. Mire, hasta le ha caído bien a Canelo. En ese momento, Canelo se acerca al misterioso desconocido y se pone a olerle los pies. Canelo se pone muy contento y se le sube a las rodillas. El desconocido termina cogiéndole de las patas y contempla como Canelo está muy contento mirándole a la cara. Ciertamente, está un poco cansado de dormir en la playa, y hay demasiado
  • 2. levante. Por lo tanto, decidió aceptar la invitación. – Me alegra de que aceptes mi invitación. Canelo y yo vivimos sólo, y nos encanta ayudar a la gente. Canelo adora siempre las visitas porque nos entretienen mucho. – Muchas gracias. Disculpe, ¿podría decirme su nombre? – Mi nombre es Diego José. Soy agricultor, y además me dedico a ayudar a las personas más necesitadas. – Es un gesto muy bonito por su parte. No quedan muchas personas como usted ahora. A mí no paran de rechazarme las personas con las que me encuentro. – ¡Qué cruel! Por cierto, todavía no he podido ni siquiera ver su cara. Aquí dentro no hace frío, puede usted quitarse la capucha. – No sé si es una buena idea... – ¡Vamos! No sea tímido. Si se considera usted feo, aquí he recibido a personas de muchas diferentes características. Además, lo que cuenta es el interior de las personas, no el exterior. – De acuerdo...(comienza a quitarse la capucha, y se ve a una persona con una piel muy morena). – ¡Anda, si eres un extranjero! ¿De qué país eres? – Mi nombre es Mohamed. Vengo del norte de África. Necesito salir de viaje a otros países, y debo partir desde el puerto de Cádiz. Las personas con las que me he encontrado hasta ahora me rechazan por ser musulmán. Me echan en cara que mis antepasados conquistasen su territorio hace siglos. ¡Y no es justo! – Lamento lo que sucede. Yo creo que todas las personas tienen derecho a ser respetadas. Lo que pasa es que todavía hay mucho miedo por todo lo que sucedió en el pasado... Tras terminar de tomarse un buen tazón de caldo de verduras realizado con la cosecha que ha recogido Diego José, ambos deciden acostarse. Al amanecer, desayunan y parten en su viaje a Cádiz, acompañados de Canelo. Diego José le explica que estas fechas son muy importantes para la historia de la ciudad, porque va a aprobarse la Constitución española. – ¿En qué consiste eso de la Constitución? - Preguntó Mohamed a Diego José. – Es la norma que permite establecer cuáles son los derechos y deberes de los ciudadanos. También se establecen las relaciones entre los poderes del Estado y de estos con sus ciudadanos. Va a ser un momento histórico, porque va a significar un antes y un después en el funcionamiento de nuestra ciudad y de todo el país entero. – Es muy interesante, ¿cómo surgió todo? – Hace dos años se establecieron la Cortes, y aprovechando la ausencia del rey, decidieron los diputados liberales adoptar reformas para acabar con las estructuras del Antiguo Régimen. Decidieron que iban a redactar y aprobar una Constitución que cambiase el régimen político de nuestro país.
  • 3. – Vaya, parece muy interesante. ¿Y qué opinión tienes de esa Constitución? – Pues me parece genial. Se defiende la libertad de expresión, y las personas podremos escribir cartas, libros y otros documentos expresando lo que sintamos en ese momento. Y lo que más me gusta: ¡El catolicismo se difundirá en todo país, prohibiendo que otra religión pueda invadirnos! – ¿Perdona? ¿Qué has dicho? – Pues que ahora mi religión se difundirá en todo el país, evitando que otras religiones puedan entrar en nuestro país. – ¿Y qué tiene eso de malo? Yo soy musulmán, y tengo una religión diferente a la tuya, pero creo que mi religión es tan válida como la tuya. – ¿Válida? Solamente la palabra de Dios es la única válida y verdadera. La palabra de otros dioses surrealistas no tienen cabida en nuestro país. – Me ofendéis, Diego José. Esperaba que usted fuese más tolerante. Que sepa que la cultura musulmán aportó muchas riquezas a este país durante la etapa de Al- Ándalus. – ¿Y hacernos la vida imposible a los cristianos? ¿Te parece poco? En ese momento, Canelo comienza a ladrarles fuertemente para que dejen de discutir. No le gusta ver a su amo discutir con otras personas. De repente, escuchan el sonido de un violín. Es muy relajante, y les encanta a los tres. El violinista para de tocar el violín y se dispone a hablar: – Disculpen la interrupción. No me gusta ver a las personas discutir. Y más en un día tan especial como hoy – Comenta el violinista. – Le agradezco mucho que nos haya calmado usted con música – Explica Diego José. Dígame, ¿cómo se llama? – Mi nombre es Eduardo. Me encanta tocar el violín, y me gano la vida con las lismonas que me dan por tocar mis melodías. También acepto comida. – Le agradezco mucho su bonita melodía. Me gustaría, como agradecimiento, invitarle a unos churros en la tasca de Carmen “La Guapa”. Sus churros son muy deliciosos. – ¡Acepto la invitación! No he comido churros desde hace muchos meses. ¿Cómo se llaman? – Mi nombre es Diego José, este es mi acompañante Mohamed, y este de aquí es mi perro Canelo. Canelo salta encima de Eduardo y comienza a lamerle la cara. Le ha agradecido mucho que, con su música, consiguiera que Diego José y Mohamed parasen de discutir. Llegan a Cádiz, y se pasan por la chucherría de Carmen. – ¡Hola, Carmen! ¡Me alegro de verte de nuevo! ¿Podrías servirnos un par de raciones de churros con chocolate caliente para mí y mis amigos? - Le pide Diego José.
  • 4. – ¡Por supuesto, Diego José! Por cierto, ¿sabes que hoy se aprobará la Constitución? - Le pregunta Carmen, emocionada. – ¡Y tanto! ¿Qué opinas sobre él? – ¡No dice nada sobre las mujeres! ¡Estoy cansada de que siempre se nos infravalore! – ¿Por qué dices eso? – ¡No se nos concede ningún derecho! ¡Habla mucho de que todos los hombres puedan votar, pero no dice nada de las mujeres! ¡No es justo! ¿Es que acaso no tenemos derecho a decidir como los hombres? – ¿Cómo que no tenéis derecho a decidir? - Interrumpe Eduardo. Has decidido sin consultarme echarme dos terroncitos de azúcar en el chocolate cuando sabes que yo me lo tomo solo. – ¡Hablo en serio, violinista de pacotilla! ¡Estoy harta de que a las mujeres se nos infravalore! ¡Que sepas que monté esta churrería yo solita! – ¡Hala, qué difícil! - Respondió Eduardo, en tono sarcástico. ¿Y has visto tú, que en 1812, una mujer se ocupe de responsabilidades importantes? ¿Por qué será? – ¡Porque no nos dejáis! ¿No sabes quién es la Reina Cleopatra? ¡Intentó restablecer la hegemonía de Egipto! ¿Y Juana de Arco, que asumió el mando del ejército galo? – ¡Puff! ¿Y cómo acabaron esas mujeres? - Le echa en cara Eduardo. Canelo se pone a ladrar furiosamente. Siempre se enfada cuando ve a dos personas discutir. También en ese momento entró una mejor, que decidió entrometerse en la conversación. Empezó a hablar: – No he podido evitar escuchar su conversación. Querida camarada, estoy de acuerdo con usted. Las mujeres necesitamos más protagonismo en este país. – ¿Ah, sí? ¿Y quién es usted? – Mi nombre es Teo, y estaré presente en las Cortes donde se va a aprobar la Constitución española. Pienso interrumpir la sesión para promover que las mujeres tengamos más derechos. Estoy cansada de vivir en un país gobernado por hombres que, con sus modales, nos llevan a estar envueltos en continuas batallas y guerras. ¡Estoy harto! – Teo... ¡hasta el nombre lo tienes feo! ¡Gracias a esas batallas que tú dices, España logró construir un gran Imperio en su día! – A partir de ahora todo cambiará, ya que la soberanía nacional nos permitirá poder elegir a nuestros gobernantes, nuestras leyes y a que nuestro territorio sea respetado. ¡Y yo voy a luchar hasta el final para que las mujeres podamos tener voz en todo esto! – ¿Ah, sí? ¡Pues venga, vamos todos allí! ¡A ver si eres tan lista y valiente! En ese momento Canelo vuelve a comenzar a ladrar. Diego José se dispone a hablar:
  • 5. – Perdonad, amigos míos. Dejad de discutir. No lleva a ningún lado. Lo mejor es que intentemos dialogar la situación. La propuesta de Teo es interesante. Yo cuando era más joven, en mi cofradía, trabaja con muchas señoritas que tenían una gran capacidad de trabajo y de iniciativa. Es posible que si escucháramos más a nuestras mujeres, las cosas en nuestro país hubiesen funcionado de otra manera. Pero a lo largo de la historia se ha creado una forma de pensar sobre el papel del hombre y de la mujer que nadie se ha atrevido a cuestionar. – ¡Oh, qué alegría me da escucharle! - Responde Teo, emocionada. ¡Yo creo que en el futuro las mujeres tendrán un papel más fundamental! ¡Ya veréis cómo dentro de unos años, todo cambiará! ¡Ojalá pudiera algún día gobernar Cádiz! – Sí...Quizás dentro de unos 180 años...- Responde Eduardo, en tono burlesco. Mientras, en otra parte de la ciudad, se encontraba un hombre alto, con bigote y el pelo largo. Tiene una mirada seria, y se encuentra muy pensativo. Mientras, el limpiabotas José Luis, conocido en la ciudad, se dispone a limpiarle sus botas, las cuales están un poco sucias de tierra. Parece que el misterioso desconocido ha estado viajando durante mucho tiempo, y acepta que el limpiabotas le limpie sus sucias botas a cambio de unos reales, que era la moneda que por aquel entonces circulaba en España. – No parece usted de aquí, señor mío. ¿De dónde viene? - Le pregunta José Luis al misterioso desconocido. – Vengo de muy lejos, del norte de España. He venido por asuntos de negocios. Cosas privadas, si no le importa...- Le responde el desconocido, con voz muy seria. – ¿Podría al menos conocer su nombre? Me gusta tutear a la gente. – Mi nombre es Fernando. – ¡Ah, Fernando, como el Rey Católico! ¿No tendrá usted una esposa llamada Isabel, por casualidad? – Eso no le interesa a usted para nada. – ¡Bueno, bueno! ¡Solo era una bromita, picha! Yo me llamo José Luis, pero la gente me conoce como “el limpiabotas de Cai”. Aunque si por mí fuese, me gustaría ser un boxeador como los ingleses esos. Me parece apasionante la manera que tienen de mover el cuerpo y dar puñetazos. ¿Qué opina usted? – Opino que usted está como una cabra. Termine de una vez de limpiarme las botas o no le daré ni un real. - Contestó Fernando, con muy mal carácter. José Luis se dispuso a terminar de limpiarle las botas a Fernando. Éste se dirigía hacia el Oratorio de San Felipe Neri, donde se encuentran reunidas las Cortes que van a dar luz a la Constitución española. Mira a su alrededor y ve a mucha gente emocionada. Va a tener lugar en Cádiz un acontecimiento histórico que va a significar un antes y un después en la historia de España. Para los que no lo sepan, la Constitución Española de 1812 supuso un hito democrático en la primera mitad del siglo XIX. Lo establecido en nuestra Constitución trascendió a varias constituciones europeas e impactó en los orígenes constitucionales y parlamentarios de la mayor
  • 6. parte de los estados americanos durante y tras su independencia de España. Las Cortes estaban compuestas por algo más de trescientos diputados, de los cuales cerca de sesenta fueron americanos. Los ciudadanos estaban expectantes, porque eran conscientes de que su situación iba a cambiar. ¿Qué era lo que promulgaba la Constitución Española de 1812? 1. La soberanía nacional, que permitía que el poder residiese en toda la nación, en sus ciudadanos, y no en el Rey, es decir, la soberanía monárquica. A partir de ahora, los ciudadanos podían elegir a sus representantes en las Cortes. Eso sí, por aquel entonces, dada la mentalidad de las personas de aquellos tiempos (recordemos que hace poco celebramos en Cádiz el Bicentenario de la aprobación de la Constitución), solamente podían votar los hombres mayores de 25 años. 2. La división de poderes en el Estado, donde el Rey tenía importantes limitaciones y las funciones para gobernar y controlar el Estado se dividía en otras fuerzas. Así, de la justicia se ocuparían los tribunales, de hacer las leyes se ocuparían las Cortes, y aunque de gobernar seguía ocupándose el Rey, ya no tenía tanta influencia como antes. Todas sus órdenes debían ser validadas por la firma del Ministro correspondiente, que aunque él los nombrara, estos debían ser aprobados por las Cortes. El Rey no podía disolver las Cortes a su antojo. 3. Igualdad de los ciudadanos ante la ley, donde ya independientemente de la clase social a la que perteneciese, todos debían cumplir la ley. Se terminaron los privilegios para determinadas personas. 4. Reconocimiento de los derechos individuales: A la educación, libertad de imprenta, inviolabilidad del domicilio, a la libertad y a la propiedad. Todos los ciudadanos estaban contentos, aunque al parecer el tal Fernando no opinaba igual. Miraba con desprecio a todas las personas que estaban ilusionadas. Parece que está hablando en voz baja, como a sí mismo: – Malditos gaditanos. Malditas Cortes. Maldita Constitución de las narices. Si la tuviera en mi mano, me sonaba la nariz con ella. Debo ocuparme de que esa carta magna jamás sea firmada ni dé la luz. Por el nombre de Fernando VII, no permitiré que el Rey pierda todos sus poderes. Tengo que pensar en una forma de colarme en el Oratorio para poder destruir la carta y dar tiempo a que Fernando VII regrese y ponga orden. Cerca del lugar, se encontraba una chica joven vestida de mamarracha. Parece que quiere intentar llamar la atención de la gente. La chica va vestida con ropas graciosas y quiere imitar a los antiguos trovadores que existían antes. Actualmente, conoceríamos a estar personas como “animadoras socioculturales”, “animadoras”, aunque vulgarmente e injustamente, otros la llamarían simplemente “payasas”. Fernando se entretiene mirándola atentamente: – ¡Hola a todos, gaditanos! ¡Mi nombre es Paz, y quiero que paséis un buen rato
  • 7. conmigo mientras esperáis los acontecimientos! La gente mira a Paz muy extrañada. Les ha pillado de sorpresa su presencia. No saben cuáles serán sus intenciones. Están todos muy nerviosos, así que deciden mirarla para ver si les distrae un poco... – ¡Gracias a todos por prestarme atención! Como les decía, mi nombre es Paz, y voy de ciudad en ciudad consiguiendo que todas las personas salgan con una sonrisa de oreja a oreja tras verme actuar. ¿Están preparados para reír? La gente está un poco “pillada”, pero algunos responden que sí, con tal de que siga y termine cuanto antes. – ¡Muy bien! ¡Voy a contarles algunos de mis mejores chistes! Había un hombre que entró en un local preguntando: “¿Hola, es la carnicería?”, el otro le respondió, “No, es la zapatería”. Como se había equivocado, le dijo el hombre: “Disculpe, creo que me he equivocado de número”. Y el zapatero va y le responde: “No importa, nosotros se los cambiamos”. (Paz se parte de risa). La gente la mira muy extrañada. Parece ser que no han entendido nada sus chistes. – Bueno, bueno, no se preocupen. Que tengo muchos más chistes. ¡Este es uno de mis mejores chistes!: ¿Qué es amarillo y negro a la vez? – Esto...¿Un plátano? - Respondió un niño. – ¡No! ¡Un pollito ninja! La gente la mira muy extrañada. Piensa que está muy mal de la cabeza. – ¡Que todavía estoy calentando, hombre! ¡Os voy a enseñar mi mejor truco! ¡Necesito un voluntario! – Yo – Respondió una niña. – ¡Oh, una valiente! ¡Por favor, denle un fuerte aplauso a esta niña valiente! (La gente aplaude con desgana). – ¿Qué tengo que hacer, Paz? – Tan solo debes tirarme del dedo. – Vale. En el momento en el que la niña tiró del dedo, empezó a escucharse un sonoro pedo que empezó a salir del culo de Paz. Se rompieron sus pantalones, la pared se tiñó de un color amarillo verdoso, y de repente empezó a surgir un olor bastante desagradable. La gente comenzó a sentirse mal, con ganas de vomitar, y comenzaron a salir corriendo. Fernando presenció todo desde lejos, y se quedó sorprendido. Una sola persona había sido capaz de distraer y conseguir que todo el mundo huyera. Era lo que necesitaba, encontrar a una persona capaz de distraer a todo el mundo. Una vez
  • 8. que comenzó a dispersarse la peste, se dirigió a ella. – Perdone, señorita, ¿cómo ha hecho eso? - Le preguntó Fernando. – ¿Este traje? ¡Oh, me lo hizo mi abuela cuando era pequeña! Es bonito, ¿verdad? Lástima que se me hayan roto los pantalones con el pedo... - Respondió Paz, muy apurada. – ¡No! ¡Me refiero a la tremenda ventosidad que ha conseguido hacer que todo el mundo salga corriendo! – ¡Ah, es el único don que Dios me ha dado! ¡Hay personas que son geniales cocinando, otros escribiendo historias, otros contando chistes, otros toreando...Y yo, en cambio, mi don es el de soltar flatulencias tremendas... – Definitivamente nadie ha logrado aguantar su aroma. Es usted única. Venga conmigo, necesito mandarle un pequeño trabajo. – ¡Un trabajo! Bueno, hace tiempo que no hago nada de eso, pero todavía me acuerdo de cómo se hacía eso... – Déjese de soltar pamplinas de la Plaza Mina y cómprese unos pantalones, que no va a llamar la atención. Fernando y Paz se fueron a una taberna a tomarse unas cervezas. Precisamente en esa misma taberna se encontraba José Luis, el limpiabotas, que intentaba ganarse unos reales limpiando los zapatos de los clientes de la taberna. Algo que no agradana a Tallafé, el tabernerno. – ¡Joseluí, picha! ¡Te tengo dicho que no me molestes a los clientes! - Gritaba Tallafé. – Pero hombre, Manolo, picha, que les limpio los zapatos mientras siguen bebiéndose la cervecita. Anda, picha... – ¡Pero es que eres tan pesado que al final la gente se marcha sin apenas consumir! Te pones a contarles las historias de esas personas que se pegan solamente por afición, y es que aburres, tío. – Solo quiero que la gente se entretenga y conozca nuevas culturas, Manolillo. Encima de que te traigo cultura a la tarbena... – ¡Vete por ahí! Mientras, llegan Fernando y Paz, y piden dos cervezas. José Luis reconoce a Fernando, y aunque le cayó un poco mal, intenta acercarse a él para limpiarle de nuevo las botas, aunque una persona que está cerca de él le llama para que se las limpie a él. José Luis se dispone a limpiárselas, aunque no sabe por qué, pero le dio por escuchar la conversación entre Fernando y Paz. – Mire, señorita, necesito que me haga un favor, y estoy dispuesto a pagarle. - Le propone Fernando a Paz. – Oiga, perdóneme usted, pero yo soy una artista, no soy lo que usted piensa. Admito que estoy muy bien, pero...- Le responde Paz, un poco asustada.
  • 9. – ¡No sea burra! ¿Por quién me toma usted? Necesito que haga delante de unas personas lo que usted acaba de hacer antes. – ¡Ah!, ¿quiere que les cuente unos chistes? – No, quiero que haga el truco de la ventosidad. Necesito entrar en el Oratorio para darles una sorpresa a los diputados. Soy un viejo amigo de ellos, pero quiero que se sorprendan al verme. Pero claro, no tengo nada que dé a entender que soy amigo de ellos, por lo que los vigilantes no me dejarán pasar. – ¿Y qué tendría que hacer yo? – Pues simplemente acercarse allí y soltarles un tremendo cuesco que les distraiga y se desmayen. De esa manera, podré yo colarme. A cambio, te pagaré con cien reales. José Luis no ha perdido detalle de la conversación que han mantenido. Pudo comprobar que Fernando era una persona rica, y que parecía muy influyente por el hecho de que los diputados de las Cortes fuesen amigos suyos. Terminó de limpiarle los zapatos a uno de los clientes y en ese momento, al girarse, tropieza otro cliente que tenía una jarra de cerveza. La cerveza se cae y se derrama encima de la ropa de Fernando. – ¡Argh! ¿Pero qué es esto? - Grita Fernando, muy enfadado. – Perdone usted, Señor Fernando, he sido yo que al levantarme he tropezado con este señor. - Le dice José Luis, avergonzado. – ¿Tú otra vez? ¡Mira cómo me has puesto, imbécil! – Pero ha sido un accidente, picha. Ha sido al levantarme que no me fijé de que estaba... – ¡Que te calles! ¡Ve a lavarme esto si no quieres que llame a los guardias! José Luis recoge la ropa de Fernando y va en busca de Manolo para que le diga dónde puede lavarla. Se distrajo contemplando una especie de fajín rojo que escondía debajo de su ropa. Era un fajín que era característico de los reyes de entonces. No quiso distraerse más y se dispuso a lavar la ropa en una palangana que Manolo tenía guardada en el desván. Cuando terminó, se la devolvió. Fernando recogió su ropa de malas maneras y se largó a toda prisa de la taberna junto a Paz, la cual aguantaba la risa por todo lo sucedido, ya que tenía miedo de perder el “trabajo” que había conseguido. Le dijo, sin embargo, que tenía que ir a comprar coliflor y hervirla para conseguir más “combustible” para poner en práctica su don. Mientras, en otra parte de la ciudad, se encuentran Diego José, Mohamed, Eduardo y Teo caminando hacia el Oratorio. Ambos se encuentran hablando sobre la Constitución. – Mohamed, ¿a qué hora debes partir? - Le pregunta Diego José. – Por la tarde, mientras no tengo nada que hacer, y tengo curiosidad por presenciar este acontecimiento histórico. - Le responde Mohamed.
  • 10. – Oye, ¿y creéis que estará ahí Pepe Botella? (le entra la risa). -Pregunta Eduardo, en tono burlesco. – ¿Y ese quién es? ¿Algún humorista? - Pregunta Mohamed, extrañado. – No, Mohamed. Es como en España llamamos de broma al actual rey de España, José I Bonaparte, que es el hermano mayor de Napoleón, por su supuesta afición a la bebida. No cae demasiado bien a mucha gente, y no están de acuerdo en obedecer a alguien que se les ha impuesto en el trono. Dudo mucho de que esté, porque precisamente se ha aprovechado su ausencia para llevar a cabo la Constitución. Verás, el origen de la Constitución viene en cierta medida del rechazo del pueblo español a las intenciones de Napoleón. Quiere destronar a los Borbones y establecer en España una monarquía satélite, que quiere decir que, aunque España sea un país independientemente, está gobernado a nivel político y económico por otro país más poderoso. – ¡Anda! ¿Y qué pasa con los Borbones esos? ¿Dónde están ahora? - Pregunta Mohamed, que desconocía la historia del país en ese momento. – Hace cuatro años tuvieron que abdicar en favor de Napoleón. El hijo de Carlos IV, Fernando, solamente duró un par de meses en el trono. Fernando tuvo la esperanza de que Napoleón le devolviera el trono, pero al final se lo cedió a su hermano José. No sé qué habrá sido de él, pero no me sorprendería de que volviese a reinar en un futuro si las cosas siguen como ahora. - Le cuenta Diego José. – ¿Y él está de acuerdo con la Constitución? Lo digo porque, por lo que me habéis contado, la influencia del monarca en la toma de decisiones sobre el país está más limitada... - Sigue Mohamed. – Lo dudo mucho. No me sorprendería que quisiera evitarla y atrasarla al menos hasta que consiguiera ser Rey. -Responde Diego José. – Con Fernando o no, yo igualmente voy a insistirles en que revisen el texto para concederles más derechos a las mujeres. - Insiste Teo. – Pues si yo fuera español, propondría que reflexionase sobre su propuesta de imposición del catolicismo y apostase por la libertad religiosa. -Propone Mohamed. – ¿Libertad religiosa? ¿Y que llenen a las personas de teorías religiosas falsas? ¿O que nos impongan sus costumbres? ¡Jamás! ¡Y encima con lo que a mí me gusta el jamón, como para que nos den sermones sobre por qué no comer cerdo! -Reacciona Diego José, enfadado. – ¿Y por qué supones que las tuyas son las únicas y verdaderas? ¿Tienes alguna prueba que lo demuestre? - Le responde Mohamed, para pincharle. – Bueno, ya empezamos...Una que te marea con lo de las libertades de las mujeres, otros discutiendo sobre religión...A ver si termina esto de una vez...-Decía en esta ocasión Eduardo. Canelo otra vez se dispone a ladrarles para que dejen de discutir. En ese momento se despierta, sobresaltado, José Luis. Se había echado en un banco a descansar un poco del sofocón que había tenido antes. Se gira y mira a nuestros amigos, a quien parece conocer a uno de ellos.
  • 11. – ¡Hombre, José Luis! ¿Qué pasa, picha? ¿Qué haces ahí durmiendo? - Se alegraba Eduardo de verle. – ¡Hola, Eduardo! Pues ná, aquí descansando un poco, que he tenido un día con un forastero... – ¿Y eso? – Pues un tal Fernando, muy antipático aunque parecía rico. Primero le limpié los zapatos, pero en todo momento era muy antipático conmigo. Y luego en la taberna del Manolo, estaba limpiándole los zapatos a un cliente y, al levantarme, tropecé con uno y le tiré la jarra de cerveza. Y da la casualidad de que la jarra le cayó encima al tío ese que estaba tomándose una cerveza con una tía que hacía el tonto por las calles. – Vaya malaje de tío, lo siento. – Eso sí, creo que debía ser alguien importante. Decía que quería darle una sorpresa a sus amigos diputados de las Cortes, y que iba a colarse en el Oratorio. Cuando me dispuse a quitarle la ropa, vi como llevaba una especie de fajín rojo. Le pedía a la tía que hiciera “nosequé” para distraer a los guardias y así poder colarse. – ¿Un fajín? ¡Ni que fuera el Rey! De repente, Diego José comenzó a reflexionar. Un hombre que se llamaba Fernando, que decía que quería entrar en el Oratorio y que conocía a los diputados, y que llevaba un fajín. ¿A quién me recuerda? Tras pensar durante un instante, cayó en el asunto: Esa persona podía ser ni nada más ni nada menos que...¡Fernando VII, el antiguo Rey de España! – ¡Amigos! ¡Creo que ya sé lo que sucede! Ese señor antipático que se ha encontrado con José Luis debe ser ni nada más ni nada menos que Fernando VII. - Les interrumpe Diego José. – ¿Fernando VII? - Responden todos, sorprendidos con la conclusión que ha obtenido Diego José. – ¿Y por qué iba a dar una sorpresa? Si creo que en la Constitución no quieren reconocer a Pepe como a Rey, sino al propio Fernando. - Pregunta Teo, extrañada. – Sí, pero he escuchado a mucha gente decir que Fernando no está de acuerdo con la carta magna, ya que no aprueba muchas de las libertades que se han establecido en la carta. Él requiere volver a centrar el poder en la figura del monarca. Hará todo lo posible para retrasar la aprobación de la Constitución, hasta que consiga recuperar el trono y así ya controlar todo a su gusto. - Les explica Diego José. – ¿Y qué podemos hacer nosotros? Solo somos ciudadanos normales y corrientes. No dejarán que entremos en el Oratorio así como así. -Explica Teo, preocupada. – Tenemos que intentar impedírselo. Vamos todos corriendo al Oratorio, a lo mejor podemos evitarlo o convencerle. -Le responde Diego José. Todos van corriendo para llegar cuanto antes al Oratorio. Allí ya se encuentran Fernando y Paz, dispuestos a comenzar su maléfico plan.
  • 12. – Bien, ahí están los guardias. Señorita, ya sabe usted lo que tiene que hacer. – De acuerdo, me da un poco de vergüenza, así como así. – Si lo haces, te daré los cien reales. Si no lo haces, gritaré para que te detengan por sospechosa. – ¡Vale, vale, mi arma! ¡Qué hombre más “jartible”! Paz se acerca a donde están los guardias. Comienza a hablarles un poco asustada, pero a la vez sonriéndoles. – ¡Hola, amigos! Mi nombre es Paz, y sé que estáis muy aburridos haciendo la guardia, así que voy a distraeros un poco con mis chistes. - Se presentaba así Paz ante los guardias. – ¡Lárgate, tía fea! ¿No ves que estamos trabajando? - Le responde uno de los guardias. – ¡Lo sé! ¡Por eso estoy aquí! ¡Es importante que unos guardias tan fornidos como vosotros podáis relajaros un poco para rendir mejor! ¡Y la risa es lo mejor para eso! – ¡Cállate! – Déjame que te cuente un chistecito: Estaban Bartolomé y Jacinta dándose el lote y este le dijo a Jacinta: ¡Oh, cariño! Tus senos son como dos cocos. Ella le dijo: ¿De grandes? ¡Por Dios, Bartolomé, qué basto!. Bartolomé le respondió: ¡No, no! Como dos cocos por lo peludos que son. (A Paz le entra la risa). – ¡En mi vida había escuchado un chiste tan malo! Hace más gracia mi perro persiguiéndose la cola que tú. Por detrás, Fernando le hacía señas para que fuese al grano y hiciese de una vez su “número especial”, para acabar cuanto antes. – ¡Vale! Les haré mi número especial. Prepárense para quedarse sorprendidos, y para teñirles el pelo de rubio. – ¿Cómo dices? En ese momento, Paz se dio la vuelta, y soltó una estampida similar a la que soltó antes delante de los ciudadanos. Los guardias comenzaron a desmayarse y cayeron rendidos en el suelo. – ¡Muy bien, Paz! ¡Toma los cien reales! ¡Y ahora lárgate y recuerda que tú no me has visto! -Le dice Fernando, el cual entra corriendo en el Oratorio. – ¡Ay, por Dios! ¡Qué hombre más raro! Menos mal que por lo menos me ha dado trabajo y me ha pagado. Hacía tiempo que no veía tantos reales juntos. -Comentaba Paz consigo misma. Paz se dispuso a examinar los reales para ver si eran auténticos. Le dio la vuelta a uno de ellos, y se dispuso a mirar fijamente la cara de la moneda. No la había visto antes
  • 13. porque parecía que era de otro país. Aunque le llamó la atención que la cara que estaba grabada en la moneda era muy parecida a la del señor que la había contratado. Era una moneda de dos reales de Perú, con la cara de Fernando VII grabada. En ese mismo instante, llegaron Diego José, Eduardo, Teo, Mohamed y José Luis, junto con el perro Canelo. Llegaron a la entrada donde solamente podían pasar los diputados. Había gente alrededor del Oratorio, con mala cara, y se veía a los guardias desmayados. Cerca de allí estaba Paz, a la cual algunos recriminaban que por culpa suya los guardias estaban desmayados. José Luis logra reconocerla. – ¡En, amigos! ¡Esa es la chica que estaba hablando con Fernando en la taberna! - Dice José Luis. – ¡Y los guardias están desmayados! Parece ser que llegamos tarde. -Lamenta Teo. – ¡Canelo, ve a por esa chica! ¡Que no se escape! - Grita Diego José. Canelo, como perro obediente que es, se lanzó hacia Paz. La arrojó contra el suelo y se colocó encima de ella. Diego José los alcanzó y levantó a Paz, y empezó a interrogarla. – ¡Tú! Te hemos visto hablando con Fernando VII, y que te había contratado para distraer a la guardia...- Le comenta Diego José. – ¿Fernando VII? Ni sé cómo se llamaba. Me dijo que era amigo de los diputados, y que quería darles una sorpresa. Me dijo que distrajera a los guardias para poder colarse. -Responde Paz, asustada. – ¿Y no pensaste que podía ser alguien de peso importante en el país, como para conocer a los diputados? ¿O que pudiese ser un terrorista? – ¡No lo sé! No parecía una mala persona, aunque sí muy antipático. Me pagó con estas monedas, que son muy raras. Es más, este de aquí se le parece... – ¡Pues claro que se le parecen! Esas monedas son de Fernando VII. – Anda...qué cosas... Aprovechando que los guardias todavía seguían inconscientes, todos se cuelan en el Oratorio para intentar detener a Fernando VII. Paz acabó largándose, porque algunos ciudadanos comenzaron a perseguirla acusándole de haber desmayado a los guardias y fastidiar a todo el mundo. Mientras tanto, Fernando VII preparaba el salto a las Cortes. Llevaba una pistola con la que se disponía a asaltar las Cortes e impedir que la Constitución se aprobase. Quería de una vez por todas volver a ser Rey, y si para eso necesitaba asaltar las Cortes e impedir que se aprobase la Constitución, lo haría. Su intención era recuperar cuanto antes el trono, aunque en las Cortes le reconociesen como legítimo Rey, y firmar una carta magna en la que se les concedía a la monarquía todos los poderes: El legislativo, el judicial y el ejecutivo. Todo volvería a girar alrededor de él, y tendría
  • 14. libertad total para elegir a sus súbditos, aprobar sus propias leyes y tomar las decisiones que él quisiera. El golpe que iba a dar iba a ser tremendo. Por si no fueran suficiente las amenazas, tenía en su bolso una gran cantidad de pólvora con la que poder crear una bomba que haría estallar todo en mil pedazos. Quería conseguir su objetivo a toda costa. Si no era por las buenas, lo iba a conseguir por las malas. ¿Podrá lograrlo? ¿O alguien podrá impedírselo? En ese momento, Fernando, ocultando su cara, decidió colarse en la sala donde estaban todos analizando la carta magna y a punto de aprobarla. Allí se encontraban todos los diputados. De repente, Fernando se coló. Comenzó a andar pisando fuerte, muy tranquilo. Las personas que estaban allí estaban muy extrañadas, no entendían nada. No sabían quién era esa persona, ni qué deseaba. Fernando se subió a lo más alto de las Cortes y comenzó a sacar la pistola. Gritó: “¡¡Al suelo todo el mundo!!”. Disparó tres veces hacia el techo, y todos se agacharon. Uno de los diputados le reconoció, y afirmó que era Fernando VII. – ¡Sí, soy yo! ¡Fernando VII, el legítimo Rey de España, como vosotros mismos me reconocéis! Si soy Rey, no puedo ser Rey de un país donde voy a tener un papel menos relevante que todos mis antecesores. ¡No lo voy a consentir! Ahora mismo vamos todos a destruir esta carta magna y vamos a dejar las cosas tal y como estaban cuando reinábamos mi padre Carlos IV y yo. – ¿Y si nos negamos? ¡Todavía el Rey sigue siendo José Bonaparte, nos guste o no! – Pues entonces haré estallar toda esta gran cantidad de pólvora dentro del Oratorio. Elijan ustedes: O la carta magna o ustedes. Mientras tanto, nuestros amigos, incluyendo el limpiabotas José Luis, se encuentran escuchando el discurso que está dando Fernando. Al final las sospechas se confirmaron, y se dieron cuenta de que esa persona era ni nada más ni nada menos que Fernando VII, el predecesor de José Bonaparte. Escucharon horrorizados que pretendía estallar la pólvora dentro del Oratorio, pudiendo provocar una gran tragedia. – ¡Dios mío! Ese Rey vuestro ha perdido el juicio – Exclama Mohamed. – Creo que debemos entrar y convencerle de que se está equivocando. Yo siempre digo que hablando se entiende la gente, y que nunca hay que recurrir a la violencia. -Le responde Diego José. Todos nuestros amigos se cuelan en la sala de las Cortes donde se encuentran Fernando y todos los diputados, agachados por miedo a recibir un balazo o a que haga explotar la pólvora. Entre los cuatro empujan la puerta e irrumpen en la sala. – ¡Deténgase, Don Fernando! ¡No lo haga! ¡Creo que podríamos negociar todo! - Grita Diego José.
  • 15. – ¿Negociar? ¿Qué hay que negociar? ¿La libertad de imprenta? ¿La soberanía nacional? ¿La división de poderes? ¡Jamás! - Le responde Fernando. – Pero Don Fernando, creo que debería usted reflexionar todo lo que dice. ¿Qué hay de malo en aceptar la libertad de imprenta? ¿No sería sensacional que las personas difundiesen a través de sus libros o panfletos lo que pensasen? Podríamos aprender mucho. – ¿Aprender? ¿Y que revolucionen al país con sus tontas ideas revolucionarias? ¿Y que me dejen en evidencia delante de otras personas? ¡Lo que faltaba sería que inventasen algo para que las noticias circulasen y llegasen a todos los país al instante! – La libertad de expresión no equivale a que podamos insultar y faltar el respeto a las personas, pero sí criticar y reflexionar con el hecho de compartir nuestras ideas. Cada uno es libre luego de compartir sus ideas y aprobar aquellas que desee si tiene fundamentos.... En ese mismo instante, Diego José se detuvo, y empezó a entender lo que antes le explicaba Mohamed acerca de la libertad religiosa. Entiende que si respetamos la libertad de expresión, también debemos respetar las diferentes creencias religiosas que existen en el mundo, siempre y cuando respeten a las personas. – ¿Y si por culpa de que unas personas no estén de acuerdo con otras, se organice una gran guerra? – No lo apoyarían muchas personas. La soberanía nacional permitirá que las personas tengan un papel fundamental para elegir a sus representantes, aquellos que impidan resolver conflictos usando la violencia y que aprueben leyes que permitan que todas las personas vivamos en armonía y felicidad, y con todas sus necesidades satisfechas. – ¡Lo que me faltaba por oír! ¡Que los ciudadanos no me dejen tomar las decisiones que yo creo más convenientes por su bien! ¡Mire usted! ¡Se acabó el diálogo! ¡O se aparta de mi camino, o le disparo! En ese preciso instante, Eduardo le arroja su violín a Fernando. Le da en la cabeza, y la pistola se cae al suelo. Eduardo intenta cogerla antes que Fernando, pero llega demasiado tarde. Teo decide incorporarse a la pelea, y cuando Fernando se disponía a disparar a Eduardo, ella se interpuso y acabó dándole a ella. – ¡Oh, no! ¡Señorita Teo! - Exclama Eduardo, horrorizado. – Arghhh....Tranquilo, afortunadamente me ha dado en el hombro, creo que podré curarme. ¿Tú estás bien? - Exclama Teo, dolorida. – Sí, muchas gracias. Me has salvado la vida... – Solamente quería demostrarte que las mujeres teníamos agallas, al igual que los hombres. – Sí, definitivamente estaba equivocado con las mujeres. Si demostráis estas agallas en cualquier otra faceta de la vida, podréis hacer muchas cosas por el país.
  • 16. Fernando decide acabar con todo y decide estallar la pólvora. En ese preciso instante, Canelo salta sobre él y le muerde la mano. Termina soltando la pistola, la cual es recogida por Diego José. – ¡Maldito perro estúpido! ¡Suéltame! ¡Y tú, devuélveme mi pistola! - Grita Fernando. – ¡Ni soñarlo! ¡Olvídese de su maléfico plan, y deje al pueblo y a las Cortes elegir! ¡Usted podría ser Rey en un futuro, ya que no le tienen mucho aprecio a José Bonaparte! - Le responde Diego José. – ¡Pues vosotros lo habéis querido! – ¡No! - Grita José Luis. En ese mismo instante, José Luis se lía a darle puñetazos a Fernando. Parece que le tenía mucha rabia de todos los encuentros anteriores que tuvo, en los cuales en todo momento le trató muy mal. Comenzó a golpearle empleando diferentes movimientos, dándole además un golpe por debajo de la barbilla. En ese momento, aprovechan todos para arrebatarle la pólvora. – ¡Toma castaña! ¡Por fin cumplí mi sueño de ser boxeador! - Gritó José Luis, eufórico. – Lo tenemos, Diego José. Hemos conseguido salvar la Constitución. - Alaba Mohamed. – Sí, amigo Mohamed. Muchas gracias por haber estado con nosotros. Y gracias por ayudarme a darme cuenta de que es importante respetar las creencias religiosas de los demás. A partir de ahora apoyaré la libertad religiosa. - Le confiesa Diego José, agradecido. – ¡Oh, me alegro mucho, Diego José! - Le responde Mohamed. – Posiblemente haya que mejorar muchas cosas en este país, y habría que revisar la Constitución para incluir más aspectos sobre el derecho de las mujeres, la participación de los más jóvenes y la libertad religiosa, pero no hay duda que ya todo lo aprobado suponen importantes avances para nuestro país. -Comenta Diego José. – ¡Sí! ¡Viva la Constitución Española de 1812! - Grita Eduardo. – ¡Qué nombre más largo! Podríamos bautizarla con algún nombre. ¡Ya sé! Hoy es el día de San José. ¡Pongámosle “La Pepa”! - Sugiere Teo, dolorida. – ¡Eso! ¡Viva “La Pepa”! - Gritaron todos. Afortunadamente, entre los diputados, había un médico, que se ocupó de curar a Teo. La Constitución Española de 1812 consiguió ser aprobada gracias a la labor de nuestros héroes. Eduardo comenzó a respetar y a valorar más a las mujeres. Mohamed se fue de viaje y regresó luego a su país, sintiéndose orgulloso por haber participado en la historia de España. Diego José siguiendo siendo tan bondadoso como siempre, pero más tolerante que antes, y acompañado por su fiel perro Canelo. José Luis siguió limpiando zapatos, pero en sus ratos libres montó una pequeña escuela de boxeo para formar a nuevos púgiles. Teo siguió defendiendo el papel de la
  • 17. mujer en la sociedad junto a Carmen, convirtiéndose en un dúo conocido en la ciudad como “La fea y la guapa”. Eduardo siguió tocando el violín en las calles. En cuanto a Paz, la trovadora con aquel oloroso don, siguió yendo de ciudad en ciudad contando chistes malos, y para lo cual siempre tenía que recurrir a su don para conseguir sacar una sonrisa a la gente o, al menos, espantarla por si decidían ir tras ella para golpearla. Fernando VII volvió a ser Rey de España a finales de 1813, recuperando así su trono y todos los territorios y propiedades de la Corona y sus súbditos antes de 1808, tanto en territorio nacional y extranjero. El 4 de mayo de 1814 Fernando VII decretó la disolución de las Cortes, la derogación de la Constitución y la detención de los diputados liberales, que fueron aquellos que impulsaron las principales medidas revolucionarias de la Constitución. Volvió a instaurarse el absolutismo, donde el poder volvía a estar centrado en la figura del Rey. En cualquier caso, supone un gran avance en nuestra sociedad para reformar la sociedad, luchando por los derechos individuales y libertades, significando una auténtica revolución para la época. Y como se suele decir en estas ocasiones: Y colorín, colorado, este simpático cuento se ha acabado... FIN Escrito por Rafael López Azuaga, terminándolo un 5 de junio de 2015