5. LAS FÁBULAS
EL COCODRILO EN EL DORMITORIO 8
LAS PATAS Y EL ZORRO 11
EL REY LEÓN Y EL ESCARABAJO 13
LA LANGOSTA Y EL CANGREJO 14
LA GALLINA Y EL MANZANO 17
EL PARAGUAS DEL BABUINO 18
LAS RANAS AL FINAL DEL ARCO IRIS 20
EL OSO Y EL CUERVO 22
LAS VISIONES DEL GATO 25
EL AVESTRUZ ENAMORADO 27
LA CAMELLA BAILARINA 28
EL POBRE PERRO VIEJO 31
EL VESTIDO DE LA SEÑORA RINOCERONTE 32
EL CANGURO TRAVIESO 34
EL CERDO EN LA TIENDA DE DULCES 37
EL ELEFANTE Y SU HIJO 38
EL PELÍCANO Y LA GRULLA 41
EL GALLITO 43
LA CENA DEL HIPOPÓTAMO 44
EL RATÓN A LA ORILLA DEL MAR 46
8. EL COCODRILO EN EL DORMITORIO
Un cocodrilo fue encariñándose cada vez más con el papel pintado
de su dormitorio. Pasaba horas y horas mirándolo.
- Mira todas esas hileras de hojas y flores ordenadas y cuidadas —dijo el
cocodrilo-. Parecen soldados. No hay ni una sola desordenada.
- Querido —dijo la esposa del cocodrilo—, pasas demasiado tiempo en
cama. Sal a mi jardín; aquí el aire es fresco y brilla un sol cálido.
- Bien, si insistes... sólo un momento —dijo el cocodrilo—. Se puso unas
gafas de cristales oscuros para protegerse los ojos de la luz y salió.
La señora cocodrilo estaba orgullosa de su jardín.
- ¡Mira qué malvarrosas y qué caléndulas! —dijo—. Huele las rosas y los
lirios de los valles.
- ¡Santo cielo! —exclamó el cocodrilo—. ¡Las flores y las hojas de este jar
dín crecen en completo desorden! ¡ Están esparcidas! ¡ Están desordena
das y entrelazadas!
El cocodrilo se precipitó de vuelta a su dormitorio presa de un gran ner
viosismo. La contemplación de su papel pintado lo tranquilizó de inme
diato.
- ¡Ah! —dijo el cocodrilo-. He aquí un jardín mucho mejor. ¡Qué feliz
y seguro me hacen sentir estas flores!
Después de este episodio, el cocodrilo rara vez se levantaba de su cama.
Se quedaba allí tendido, sonriendo a las paredes. Se convirtió en una páli
da y enfermiza sombra verde.
Un poco de orden es bueno, demasiado orden es nefasto.
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11. LAS PATAS Y EL ZORRO
Dos hermanas patas anadeaban camino abajo hacia el estanque para
tomar su baño matutino.
- Este es un buen camino —dijo la hermana mayor—, pero me parece, sólo
para cambiar, que podríamos encontrar otro. Hay muchas sendas que lle
van al estanque.
- No -dijo la menor-, no estoy de acuerdo. No quiero probar otro cami
no. Por éste voy cómoda. Estoy acostumbrada a él.
Una mañana, las patas se encontraron con un zorro sentado sobre una
cerca al borde del camino.
- Buenos días, señoritas —dijo el zorro—. De camino al estanque, supongo.
- ¡ Oh, claro! -respondieron las hermanas—. Pasamos por aquí a diario.
- ¡Qué interesante! —dijo el zorro con una sonrisa de oreja a oreja.
Cuando salió el sol al día siguiente, la hermana mayor dijo:
- Seguro que nos encontraremos con ese zorro otra vez si vamos por el
camino de siempre. Tiene una pinta que no me gusta. Hoy sí que debe
ríamos tomar otra senda.
- ¡No seas ridicula! —dijo la hermana pequeña—. Ese zorro nos sonreía.
Parece todo un caballero.
Las dos patas anadearon por el camino habitual hacia el estanque. El zorro
estaba sentado en la cerca. Esta vez llevaba un saco.
- Encantadoras señoritas —dijo el zorro-. Las estaba esperando. Me alegro
de que no me hayan decepcionado.
Abrió el saco y saltó sobre ellas.
Las hermanas graznaron y gritaron y batieron frenéticas las alas.Volaron a
casa, cerraron la puerta y echaron el pestillo.
A la mañana siguiente, las dos patas no salieron. Se quedaron en casa para
tranquilizarse. Al otro día buscaron con cuidado un camino nuevo, dis
tinto. Encontraron uno, que las llevó sanas y salvas al estanque.
A veces, salirse de ¡a rutina es lo más saludable.
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13. EL REY LEÓN Y EL ESCARABAJO
El rey león se miraba al espejo.
- ¡Qué criatura tan noble y bella soy! -se dijo-.Voy ahora mismo
a demostrar a mis fieles subditos que su monarca es un rey de los pies a
la cabeza.
El rey vistió su traje de ceremonia, se ciñó la gran corona enjoyada y se
puso todas sus medallas de oro y plata. Cuando recorría las calles de su
reino, cuantos lo veían se inclinaban en una reverencia.
- Sí, sí -dijo el rey león—. Merezco el respeto de mi pueblo porque, ver
daderamente, soy todo un rey, de pies a cabeza.
Un diminuto escarabajo estaba al borde del camino.
Cuando el rey lo vio, exclamó:
- Escarabajo, te ordeno que me hagas una reverencia.
- Vuestra Real Majestad -respondió el escarabajo—, sé que soy pequeño,
pero si me miráis con atención, veréis que estoy haciendo una reverencia.
El rey se inclinó.
- Escarabajo —dijo—, cuesta mucho verte tan abajo. Pero no estoy seguro
de que estés haciendo una reverencia.
- Majestad -dijo el escarabajo-, por favor, miradme más de cerca. Os ase
guro que de verdad estoy haciendo una reverencia.
El rey se inclinó un poco más.
El traje de ceremonia, la gran corona enjoyada y todas las medallas de oro
y plata le pesaban mucho al rey. De repente, perdió el equilibrio y se cayó
de cabeza. Con un fuerte rugido, fue a parar rodando a una acequia situa
da al borde del camino.
El asustado escarabajo salió disparado.
De la cabeza a los pies, el rey estaba cubierto de barro.
Cuanto más alto se sube, más dura es la caída.
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14. LA LANGOSTA Y EL CANGREJO
Un día de tormenta, el cangrejo se paseaba por la playa. Le sorpren
dió ver a la langosta preparándose para hacerse a la mar en un bote.
- Langosta —dijo el cangrejo—, es una completa locura aventurarse a salir
en un día como éste.
-Tal vez —dijo la langosta—, pero me encantan las borrascas.
- Iré contigo -dijo el cangrejo-. No voy a permitir que afrontes sola un
peligro así.
La langosta y el cangrejo empezaron su viaje. Pronto estuvieron lejos de
la orilla. Las aguas revueltas zarandeaban su bote.
- ¡Cangrejo! -gritó la langosta por encima del rugido del viento-. ¡Qué
emocionante me resulta el azote de la espuma! ¡ Cada ola me deja sin
aliento!
- Langosta, ¡me parece que nos hundimos! —gritó el cangrejo.
- Pues claro que nos hundimos -dijo la langosta-. Este viejo bote está
lleno de agujeros. Ten coraje, amigo mío. Recuerda que somos criaturas
marinas.
El pequeño bote se escoró y se hundió.
- ¡Horror! —gritó el cangrejo.
- ¡Allá vamos, hacia el fondo! -exclamó la langosta.
El cangrejo estaba magullado y mareado. La langosta se lo llevó a dar un
paseo por el fondo del océano.
- ¡ Qué valientes somos! —comentó la langosta—. ¡ Qué aventura tan mara
villosa hemos corrido!
El cangrejo empezó a sentirse mejor. Aunque prefería llevar una vida por
lo común mucho más tranquila, no le quedaba otro remedio que admi
tir que había pasado un día más agradable que de ordinario.
Incluso el riesgo más pequeño aporta sal a la vida.
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17. LA GALLINAY EL MANZANO
Un día de octubre, una gallina miró por la ventana y vio que en su
patio trasero crecía un manzano.
- ¡ Qué cosa tan rara! -dijo la gallina-. Estoy segura de que ayer no había
ningún árbol en este lugar.
- Algunos de nosotros crecemos muy rápido -dijo el árbol.
Entonces la gallina miró al pie del árbol.
- Nunca había visto un árbol que tuviera diez dedos peludos —dijo.
-Algunos de nosotros los tenemos —dijo el árbol—. Gallina, sal fuera y dis
fruta de la sombra fresca de mis ramas frondosas.
La gallina miró la copa del árbol.
- Nunca había visto un árbol -dijo- que tuviera dos orejas puntiagudas.
- Algunos de nosotros las tenemos -dijo el árbol-. Gallina, sal fuera y
cómete una de mis deliciosas manzanas.
- Pensándolo bien -dijo la gallina—, nunca había oído a un árbol hablar
con una boca llena de dientes afilados.
- Algunos de nosotros podemos hacerlo —dijo el árbol—. Gallina, sal fuera
y apoya la espalda contra la corteza de mi tronco.
- He oído -dijo la gallina— que algunos árboles como tú pierden todas
las hojas en esta época del año.
- ¡Oh, sí! —dijo el árbol—. Algunos de nosotros las perdemos.
Y el árbol empezó a agitarse y a sacudirse hasta que se le cayeron todas
las hojas.
A la gallina no le sorprendió ver un enorme lobo allí donde hacía ape
nas un momento se levantaba un manzano. Aseguró la contraventana y
cerró de golpe la ventana.
El lobo se dio cuenta de que había sido burlado y se marchó furioso y
muerto de hambre.
Siempre cuesta aparentar lo que no se es.
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18. EL PARAGUAS DEL BABUINO
El babuino estaba dando su paseo diario por la jungla. Se encontró a
su amigo, el gibón, en el camino.
— Amigo mío —dijo el gibón-, resulta extraño verte con ese paraguas
abierto sobre la cabeza en un día tan soleado como hoy.
-Ya —dijo el babuino-.Yo soy el primero en estar molesto. No puedo ce
rrar este condenado paraguas. Está atascado. No quiero salir a pasear sin
paraguas por si llueve. Pero, como puedes ver, no consigo disfrutar del sol
bajo esta sombra. Estoy en un buen apuro.
— Tiene una solución muy sencilla —dijo el gibón—. Sólo tienes que abrir
algunos agujeros en el paraguas. Entonces el sol te llegará.
— ¡Qué buena idea! —exclamó el babuino—. Gracias.
El babuino corrió a casa. Con las tijeras abrió grandes agujeros en la tela
del paraguas. Cuando el babuino retomó su paseo, el cálido sol pasó a tra
vés de los agujeros.
— ¡Qué delicia! -dijo el babuino.
Sin embargo, algunas nubes cubrieron el sol. Cayeron unas cuantas gotas.
Luego se puso a llover a cántaros. La lluvia se coló por todos los agujeros
del paraguas. En menos que canta un gallo, el babuino estuvo calado hasta
los huesos.
Los consejos de los amigos son como el tiempo: a veces excelentes; a veces fatales.
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20. LAS RANAS AL FINAL DEL ARCO IRIS
Una rana nadaba en un estanque tras una tormenta.Vio un espléndi
do arco iris que cruzaba el cielo.
« He oído -se dijo la rana-, que hay una cueva llena de oro allí donde ter
mina el arco iris. Quiero encontrar esa cueva para ser la rana más rica del
mundo.»
La rana nadó hacia el borde del estanque tan rápido como pudo. Allí se
encontró con otra rana.
- ¿Adonde vas, tan deprisa? -le preguntó la segunda rana.
- Hacia donde termina el arco iris -dijo la primera.
- Corre el rumor —dijo la segunda-, de que hay allí una cueva llena de
oro y diamantes.
- Entonces acompáñame -dijo la primera-. ¡Seremos las dos ranas más
ricas del mundo!
Las dos ranas saltaron fuera del estanque y corrieron por el prado. Allí se
encontraron con otra rana.
- ¿Qué pasa? —preguntó la tercera rana.
- Corremos hacia donde termina el arco iris —le respondieron las otras
dos.
- He oído contar -dijo la tercera rana- que hay allí una cueva llena de
oro, diamantes y perlas.
- Entonces acompáñanos -dijeron las otras dos. ¡Seremos las tres ranas
más ricas del mundo!
Las tres ranas corrieron kilómetros. Por fin llegaron al final del arco iris.
Allí vieron una cueva oscura en la ladera de una colina.
- ¡ Oro! ¡ Diamantes! ¡ Perlas! -gritaron las ranas brincando hacia el inte
rior de la cueva.
Dentro vivía una serpiente. Estaba hambrienta y pensando en su cena. Se
tragó a las tres ranas de un solo bocado.
Las mayores esperanzas acarrean los peores desengaños.
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22. EL OSO Y EL CUERVO
El oso iba camino de la ciudad. Se había puesto la chaqueta y la cami
sa más elegantes que tenía. Llevaba su mejor sombrero y los zapatos
como espejos.
- ¡ Tengo un aspecto imponente! -se decía el oso—. La gente de la ciudad
va a quedar impresionada.Voy a la última moda.
- Perdona, pero no he podido evitar oírte -dijo el cuervo, desde la rama
del árbol donde estaba posado-. Y no estoy de acuerdo. La ropa que lle
vas está pasada de moda. Acabo de llegar de la ciudad y voy a decirte
exactamente cómo visten allí.
- ¡Dímelo! —exclamó el oso—. Si algo deseo es vestir con propiedad.
- Este año -dijo el cuervo-, los caballeros no llevan sombrero, sino una
sartén en la cabeza. Tampoco llevan chaqueta ni camisa; se cubren con
una sábana. No usan zapatos; se ponen bolsas de papel en los pies.
- ¡ Oh, vaya! -exclamó el oso-. ¡ Voy hecho un desastre!
El oso corrió a casa. Se quitó el sombrero, la chaqueta, la camisa y los
zapatos. Se puso una sartén en la cabeza. Se envolvió en una sábana. Se
enfundó los pies en dos bolsas grandes de papel y salió pitando hacia la
ciudad.
Cuando llegó a la Calle Mayor, la gente lo señalaba con el dedo y se reía.
- ¡Qué oso tan ridículo! —decían todos.
El avergonzado oso se marchó a casa corriendo y, por el camino, volvió
a toparse con el cuervo.
- ¡ Cuervo! ¡ Me has mentido! -le gritó el oso.
- Te he dicho muchas cosas -respondió el cuervo levantando el vuelo-,
pero no que fueran ciertas, desde luego.
El cuervo volaba ya muy alto y el oso todavía podía oír sus carcajadas.
Por necesidad, hay quien está dispuesto a creer cualquier cosa.
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25. LAS VISIONES DEL GATO
Qué visión tan maravillosa he tenido! —dijo el gato mientras iba
hacia la orilla del río—. He visto un pescado grande y gordo en
un plato de porcelana, nadando en un mar de jugo de limón y salsa de
mantequilla.
Se lamía los bigotes sólo de pensarlo.
El gato cebó el anzuelo con un gusano, lanzó el sedal y esperó a que pica
ra un pez. Pasó una hora, y nada.
- ¡Qué visión he tenido! —dijo el gato-. Un pescado en un plato de por
celana, nadando en un lago de jugo de limón y salsa de mantequilla.
Pasó otra hora, y nada.
- ¡He tenido una visión! -dijo el gato—. Un pescadito en un plato de
porcelana, aliñado con jugo de limón y salsa de mantequilla.
Al cabo de bastantes horas, el gato dijo:
- ¡ Todavía tengo una visión! Un pescadito muy chiquitito en un plato
de porcelana, con unas gotas de jugo de limón y un poquitín de salsa de
mantequilla.
Al cabo de mucho, mucho tiempo, el gato dijo, muy triste:
- Tengo otra visión. No veo ningún pescado, ni jugo de limón, ni siquie
ra veo una gota de salsa de mantequilla. Veo un plato de porcelana tan
vacío como mi estómago.
El gato estaba a punto de abandonar la orilla del río cuando notó una
sacudida repentina. Tiró de la caña y pescó un pez grande y gordo.
El gato corrió a casa, frió el pescado y lo puso en un plato de porcelana
nadando en un mar de jugo de limón y salsa de mantequilla.
- ¡ Qué cena tan fantástica! —exclamó.
Bien está lo que bien acaba.
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27. EL AVESTRUZ ENAMORADO
El domingo, el avestruz vio a una señorita que paseaba por el parque.
Se enamoró de ella a primera vista. La siguió a cierta distancia,
posando las patas allí donde ella había pisado.
El lunes, el avestruz cogió violetas para ofrecérselas a su amada. Era dema
siado tímido para dárselas personalmente, así que se las dejó en la puerta
de casa y se marchó corriendo. Pero el corazón le daba brincos de felici
dad.
El martes, el avestruz compuso una canción para su amada. La cantó una
y otra vez. La encontraba la música más hermosa que jamás hubiese oído.
El miércoles, el avestruz miró comer a su amada en un restaurante. Se le
olvidó pedir su propia cena. Era tan feliz que había perdido el apetito.
El jueves, el avestruz escribió un poema para su amada. Era el primer
poema que escribía, así que no tuvo valor para leérselo.
El viernes, el avestruz se compró un par de zapatos nuevos. Se los puso y
se sintió elegante y guapo. Esperaba que su amada lo notara.
El sábado, el avestruz soñó que bailaba un vals con su amada en un salón
de baile enorme. La sostenía firmemente mientras daban vueltas y más
vueltas al ritmo de la música. Se sentía dichoso de estar vivo.
El domingo, el avestruz regresó al parque. Cuando vio a la señorita que
paseaba, el corazón le dio un vuelco, pero se dijo:«Bueno, me parece que
soy demasiado tímido para cortejarla. Otra vez será. Aunque, no me cabe
duda, esta semana no he perdido el tiempo.»
El amor es por sí misino una recompensa.
28. LA CAMELLA BAILARINA
La camella no pensaba en otra cosa que en ser bailarina de ballet.
- Para que todos mis movimientos sean un ejemplo de gracia y be
lleza -decía la camella—. Ése es mi único deseo.
Practicaba una vez y otra sus piruetas, sus releves y sus arabescos. Repetía
las cinco posiciones básicas cien veces al día. Ensayó muchos meses bajo
el sol abrasador del desierto. Tenía los pies destrozados y el cuerpo dolo
rido por la fatiga, pero ni una sola vez pensó en desistir.
Por fin, se dijo: «Ahora soy bailarina.» Anunció un recital y bailó ante un
grupo de camellos amigos y de críticos. Cuando terminó su actuación, se
deshizo en una reverencia.
No hubo aplausos.
— Debo decirle con toda franqueza —dijo un miembro del público—, como
crítico y como portavoz de este grupo, que es usted cachetuda y joroba
da, grandota y desmañada. No es usted, como el resto de nosotros, otra
cosa que un camello. Nunca ha sido ni será una bailarina de ballet.
Entre risitas y burlas, la concurrencia se disolvió por las arenas del desier
to.
«¡Qué equivocados están! -se dijo la camella-. He trabajado duro. No
cabe duda de que soy una magnífica bailarina. Bailaré y bailaré, sólo para
mí.»
Así lo hizo, y disfrutó muchos años.
Quien se quiere a sí mismo es feliz.
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31. EL POBRE PERRO VIEJO
Erase una vez un viejo perro muy pobre. El único abrigo que tenía
estaba tan agujereado que era poco más que un montón de harapos.
Notaba las losas del pavimento a través de las delgadas suelas de sus aja
dos zapatos y dormía en el parque porque no tenía casa.
Se pasaba la mayor parte del tiempo buscando en los cubos de basura tro-
citos de cuerda y botones que vendía por unos peniques a los transeúntes.
Iba siempre con el hocico pegado al suelo buscando cosas que vender, y
así fue como encontró un anillo de oro en la coladera.
- Mi suerte ha cambiado -exclamó el perro-, porque estoy seguro de que
este anillo es mágico.
Luego frotó el anillo y dijo:
- Quiero un abrigo nuevo. Quiero zapatos nuevos. Quiero una casa
donde vivir. ¡ Quiero que estos deseos se hagan realidad ahora mismo!
Pero no pasó nada. El perro notaba el viento que se colaba por los agu
jeros de su abrigo; notaba las losas en las plantas de los pies. Esa noche
durmió en el banco de siempre, en el parque.
Al cabo de unos días, el perro vio un aviso en un farol. Decía: «Perdido
anillo de oro. Sr. Terrier, calle Wealthy, n° 10.»
El perro fue corriendo a la calle Wealthy. El señor Terrier estuvo encan
tado de recuperar su anillo. Le dio las gracias efusivamente y le entregó
un monedero repleto de dinero.
El perro se compró un abrigo muy caliente y un par de buenos zapatos
de suela gruesa. Todavía le quedaba un montón de dinero, así que lo usó
para pagar el enganche de una casita muy bonita. Se mudó a ella y nunca
más durmió en el parque.
Los deseos no se lineen siempre realidad de forma inmediata.
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32. EL VESTIDO DE LA SEÑORA RINOCERONTE
La señora rinoceronte vio, en el escaparate de una tienda, un vestido
de lunares y flores, con cintas y lazos de adorno. Lo contempló un
rato, admirada, y entró en la tienda.
- Quiero probarme ese vestido del escaparate —dijo la señora rinoceron
te al vendedor.
Se puso el vestido y se miró en el espejo.
— Me parece que este vestido no me sienta nada bien —comentó.
- Se equivoca totalmente, señora -respondió el vendedor-. Con este ves
tido está encantadora, seductora.
— Si así fuera... —dijo la señora rinoceronte.
- Ah, señora -insistió el vendedor-. Cualquiera que la vea con este ves
tido sentirá admiración y se morirá de envidia.
— ¿Usted cree? —preguntó la señora rinoceronte, dando vueltas y más
vueltas ante el espejo.
— Desde luego —respondió el vendedor-. Le doy mi palabra.
- Muy bien —dijo la señora rinoceronte—. Me lo quedo. Me lo llevaré
puesto.
La señora rinoceronte salió de la tienda. La gente sonreía y se burlaba al
verla subir por la avenida.
«Admiración», pensó la señora rinoceronte.
Vio que algunos se acercaban a cuchichear entre sí.
«Envidia», pensó la señora rinoceronte.
Continuó avenida arriba. Todos cuantos se cruzaban se paraban a verla.
La señora rinoceronte se sentía más encantadora y más seductora a cada
paso que daba.
Nada cuesta tanto corno resistir la adulación.
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34. EL CANGURO TRAVIESO
Erase una vez un cangurito que se portaba mal en la escuela. Ponía
tachuelas en la silla del profesor, lanzaba bolas de papel en clase, hacía
estallar cuetes en el lavabo y untaba de pegamento en las manijas de las
puertas.
— ¡Tu comportamiento es intolerable! —le dijo el director—.Voy a llamar
a tus padres para decirles que eres un chico problemático.
El director visitó al señor y a la señora canguro. Se sentó en una silla del
salón.
— ¡Ay! -gritó-. ¡En esta silla hay una tachuela!
— Ya lo sé —dijo el señor canguro—. Me encanta poner tachuelas en las
sillas.
Una bolita de papel le dio al director en la nariz.
- Discúlpeme —dijo la señora canguro—, pero no puedo resistirme a tirar
las.
Se escuchó un estruendo procedente del baño.
-Tranquilo -le dijo el señor canguro al director—. Los cuetes que hemos
puesto en el botiquín han estallado. Nos encanta el ruido.
El director se precipitó hacia la puerta de la calle y se quedó pegado a la
manija de la puerta.
-Tire con fuerza -dijo la señora canguro—. Hay plastas de pegamento en
todos las manijas de la casa.
El director logró despegarse. Salió de la casa y corrió calle abajo.
- ¡Qué hombre tan agradable! —dijo el señor canguro-. Me pregunto por
qué se habrá ido tan de repente.
- Seguramente tenía otra cita —dijo la señora canguro—. No te preocupes.
La cena está lista.
El señor, la señora canguro y su hijo disfrutaron de su cena. Tras el pos
tre, se dedicaron a lanzarse bolitas por encima de la mesa.
De tal palo, tal astilla.
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37. EL CERDO EN LA TIENDA DE DULCES
Toda la noche, el cerdo soñó con dulces. Agitaba alas de algodón de
azúcar, volaba entre nubes de fresa hacia una luna de mazapán y las
estrellas que centellaban en el cielo eran de chocolate recubierto de azú
car glasé.
Se despertó con la boca que se le hacía agua.
- ¡Dulces! —exclamó—. ¡Necesito comer dulces ahora mismo!
El cerdo fue corriendo a la caja de chucherías. Estaba vacía. En la caja de
bombones de la alacena sólo había envoltorios de papel arrugados.
- Iré a la tienda de dulces -dijo.
Se vistió y salió de casa.
- Pensándolo mejor -dijo el cerdo—, debería tener en cuenta que los dul
ces me sientan mal. Me engordan más todavía, me dan gases y dolor de
estomago.
Luego el cerdo se acordó de sus dulces sueños y decidió que, ya que esta
ba a medio camino de la tienda, podía llegar hasta el final.
- Unos cuantos caramelos de menta no me harán daño.
Cuando llegó a la tienda, la boca se le hacía agua de nuevo.
- A lo mejor me compro también una bolsa de gomitas -dijo.
Pero la tienda de chucherías estaba cerrada. En la puerta había un cartel
que rezaba: « Cerrado por vacaciones.»
El cerdo regresó a casa.
- ¡Qué autocontrol! -exclamó feliz-. ¡No me he comido ni un solo
caramelo!
Esa noche, para cenar, el cerdo tomó una ensalada y un vaso de leche fría.
Se sintió ligero y no tuvo gases ni dolor de estomago.
Es bastante probable que una puerta cerrada ponga freno a una tentación.
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38. EL ELEFANTE Y SU HIJO
El elefante y su hijo pasaban la tarde en casa.
El elefantito tarareaba una canción.
- ¿No puedes estar callado? -dijo papá elefante-. Papá intenta leer el pe
riódico y no puede escuchar la canción al mismo tiempo que lee el pe
riódico.
- ¿ Por qué no ? —preguntó el elefantito.
- Porque papá no puede pensar en dos cosas a la vez, por eso —respondió
el padre elefante.
El elefantito dejó de cantar. Se sentó en silencio. Papá elefante encendió
un cigarro y se puso a leer.
Al cabo de un rato el elefantito preguntó:
- Papá, ¿sigues sin poder pensar en dos cosas a la vez?
- Sí, hijo —respondió el elefante-. Así es.
- Entonces -dijo el elefantito—, deberías dejar de pensar en el periódico
para pensar en la pantufla de tu pie izquierdo.
- Pero, hijo... -dijo el elefante-. El periódico de papá es mucho más
interesante e ilustrativo que la pantufla de su pie izquierdo.
- Puede que sí -dijo el elefantito-, pero tu periódico no se ha incendia
do con la ceniza del cigarro. En cambio, la pantufla de tu pie izquierdo,
sí.
Papá elefante corrió a sumergir en agua su pantufla. Muy suavecito, el
elefantito empezó a tararear de nuevo.
No siempre el saber puede suplir la observación directa.
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41. EL PELICANO Y LA GRULLA
La grulla invitó al pelícano a tomar el té.
- ¡Qué amable por su parte invitarme a venir! -le dijo el pelícano-.
Nadie me invita a ir a ningún lado.
- Es un placer -le dijo la grulla al pelícano, pasándole la azucarera-.
¿Azúcar?
- Sí, gracias —dijo el pelícano. Se sirvió la mitad del azúcar en la taza y
derramó por el suelo la otra mitad-. Por lo visto no tengo amigos.
- ¿Toma leche con el té? -preguntó la grulla.
- Sí, gracias —dijo el pelícano. Se sirvió un poco de leche en la taza y
manchó todo el mantel con el resto—. Por mucho que espero, nadie me
llama nunca.
- ¿Una galleta? -preguntó la grulla.
- Sí, gracias -dijo el pelícano.Tomó un montón de galletas y se las metió
todas de golpe en la boca. Se llenó la pechera de migas-. Espero que vuel
va usted a invitarme.
-Tal vez, es posible -dijo la grulla-. Pero en estos días ando muy atarea
do.
-Adiós, hasta la próxima —dijo el pelícano.Y todavía se zampó otro mon
tón de galletas. Luego se limpió la boca con el mantel y se marchó.
Cuando el pelícano se hubo ido, la grulla sacudió la cabeza, suspiró y
llamó a la sirvienta para que limpiara aquel desastre.
Quien fracasa socialmentc es por causas evidentes.
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43. EL GALLITO
Llamaron al joven gallo a la cabecera de su padre.
- Hijo, me ha llegado la hora -le dijo el viejo gallo-. A partir de
ahora, tú serás quien le cante al sol todas las mañanas.
El gallito vio muy triste cómo se le escapaba la vida a su padre.
Al día siguiente, por la mañana temprano, el gallito se subió al tejado del
gallinero. Allí de pie, miró hacia el Este.
- Es la primera vez que hago esto -dijo-. Lo haré lo mejor que pueda.
—Levantó la cabeza y cacareó. No le salió más que un canto débil y desa
finado.
El sol no salió. Las nubes cubrían el cielo y cayó el día entero una pesa
da llovizna. Todos los animales de la granja fueron a ver al gallo.
- ¡Menudo desastre! —gritó el cerdo.
- ¡Necesitamos nuestro sol! -exclamó la oveja.
- Gallo, tienes que cantar más fuerte -dijo el buey. El sol está a noventa
y tres millones de kilómetros de distancia. ¿Cómo esperas que te oiga?
Al día siguiente, muy temprano, el joven gallo voló de nuevo hasta el teja
do del gallinero. Tomó aliento, echó atrás la cabeza y CANTÓ. Fue el
canto más fuerte de todos los cantos habidos y por haber.
Los animales de la granja se despertaron sobresaltados.
- ¡ Qué ruido! —gritó el cerdo.
- ¡Me duelen los oídos! -exclamó la oveja.
- ¡Me va a estallar la cabeza! -dijo el buey.
- Lo siento -se disculpó el gallo-, sólo hacía mi trabajo.
Lo dijo con cierto orgullo, porque vio, lejos, hacia el Este, que el sol
empezaba a despuntar tras las copas de los árboles.
Un fracaso inicial allana el camino para futuros éxitos.
44. LA CENA DEL HIPOPÓTAMO
El hipopótamo fue a un restaurante y se sentó en su mesa preferida.
- ¡Camarero! -llamó-.Tomaré sopa de judías, coles de Bruselas y
puré de papas. Por favor, deprisa. Tengo un hambre de lobo esta noche.
Al cabo de un momento, el camarero volvió con el pedido. El hipopóta
mo miró el plato.
— ¡Camarero! -dijo—. ¿Llama usted comida a esto? Estas raciones son
demasiado pequeñas. No saciarían ni a un gorrión. Quiero una bañera de
sopa de judías, una cesta de coles de Bruselas y una montaña de puré de
papas. ¡Le he dicho que tengo HAMBRE!
El camarero fue de nuevo a la cocina y regresó con sopa de judías sufi
ciente para llenar una bañera, tantas coles de Bruselas que habrían rebo
sado de una canasta y una montaña de puré de papas. En un instante, el
hipopótamo se hubo comido hasta el último bocado.
- ¡ Delicioso! -dijo, limpiándose la boca con la servilleta, dispuesto a mar
charse.
Para su sorpresa, no pudo moverse. La barriga se le había hinchado
muchísimo y estaba atrapado entre la mesa y la silla. Empujó y tiró, pero
sin resultado. No logró moverse.
Se hizo tarde. Los otros clientes del restaurante terminaron de cenar y se
marcharon. Los cocineros se quitaron los delantales y ordenaron sus ollas.
Los camareros recogieron las mesas y apagaron las luces. Todos se fueron
a casa.
El hipopótamo se quedó allí, sentado pesadamente a la mesa.
-A lo mejor no tendría que haber comido tantas coles de Bruselas -dijo
en la penumbra del oscuro restaurante. De vez en cuando, eructaba.
Solemos arrepentimos de los excesos.
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46. EL RATÓN A LA ORILLA DEL MAR
Un ratón les dijo a su padre y a su madre que se iba de viaje a la orilla
del mar.
- ¡Qué miedo! —exclamaron-. El mundo está lleno de peligros. ¡No
vayas!
— Lo tengo decidido —dijo el ratón, sin ceder—. Nunca he visto el océa
no y ya es hora de que lo vea. Nada conseguirá que cambie de opinión.
— Entonces no vamos a impedírtelo —dijeron mamá y papá ratón—, pero
ten cuidado.
Al amanecer del día siguiente, el ratón se puso en camino. Antes de que
acabara la mañana ya tuvo problemas y supo lo que era el miedo.
Un gato le saltó encima desde detrás de un árbol.
-Voy a comerte para almorzar -le dijo.
El ratón escapó por un pelo. Corrió para salvar la vida, pero se dejó un
pedazo de cola en las fauces del gato.
Por la tarde, ya habían atacado al ratón perros y pájaros. Se había deso
rientado unas cuantas veces. Estaba lastimado y ensangrentado. Estaba
cansado y asustado.
Al anochecer, el ratón llegó a la cima de la última colina y vio la orilla
del mar que se extendía a sus pies. Miró las olas que alcanzaban la playa,
una tras otra. El sol, al ponerse, teñía el cielo de todos los colores.
- ¡Qué hermoso! —exclamó el ratón—. Ojalá mamá y papá estuvieran
aquí conmigo viendo esto.
Salió la luna y las estrellas parpadearon sobre el océano. El ratón perma
necía silencioso, allí sentado, en la cima de la colina. Lo invadía un pro
fundo sentimiento de paz y satisfacción.
Un momento de felicidad vale todos los esfuerzos del mundo.
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48. Fábulas
se imprimió por encargo de la Comisión
Nacional de Libros de Texto Gratuitos en
los talleres de Editorial Impresora Apolo, S.A. de C.V.
con domicilio en Centeno 150-6, col. Granjas Esmeralda,
delegación Iztapalapa,
en el mes de noviembre de 2006.
El tiraje fue de 81 029 ejemplares.