Esta historia cuenta cómo una hija lleva a su padre anciano y depresivo a vivir con ella y su esposo a su granja. Sin embargo, la actitud negativa del padre empeora las cosas. En un intento desesperado por ayudarlo, la hija adopta un perro abandonado de edad avanzada llamado Cheyenne. Cheyenne y el padre forman un fuerte vínculo que mejora enormemente el estado de ánimo del padre. Los tres años siguientes son felices hasta que el padre y Cheyenne mueren pací
2. ¡Cuidado! ¡Casi tocaste ese auto de costado! Me gritó mi
padre. "¿Es que no puedes hacer nada bien?"
Esas palabras me dolieron más que un golpe. Volví mi
cabeza hacia el anciano sentado en el asiento junto a mí,
desafiándome a contestarle. Se me hizo un nudo en la
garganta, y aparté los ojos. No estaba preparada por otra
pelea.
3. "Yo vi el auto, papá. Por favor, no me grites cuando
manejo."
Mi voz fue medida y firme, que sonaba mucho más
calmada de lo que realmente me sentía.
4. Mi padre me miró furioso, después volvió su cabeza y se
mantuvo callado. En casa lo dejé enfrente del televisor y
fui afuera para componer mis pensamientos. Había
oscuras y pesadas nubes en el cielo, prometiendo una
lluvia. Un trueno distante retumbó como si fuera el eco de
mi agitación interna. ¿Qué puedo hacer con él?
Mi padre había sido leñador en el estado de
WASHINGTON y en OREGON. Había disfrutado de vivir
al aire libre y le gustaba medir su fuerza contra el poder de
la naturaleza. Había entrado en agotadoras competiciones
de leñadores, y a menudo ganaba. Los estantes de su casa
estaban llenos de trofeos que probaban su habilidad.
5. Pero los años pasaron implacables. La primera vez que no
pudo levantar un pesado tronco, hizo una broma sobre
eso; pero luego el mismo día lo vi afuera solo, tratando de
levantarlo. Se volvió irritable cada vez que alguien le hacía
bromas sobre estar envejeciendo, o cuando no podía hacer
algo que hacía cuando era joven.
Cuatro días antes de cumplir sesenta y siete años, tuvo un
ataque al corazón. Una ambulancia lo llevó al hospital
mientras el paramédico le hacía resucitación para
mantener la sangre y el oxígeno circulando.
6. En el hospital, lo llevaron corriendo al cuarto de
operaciones. Tuvo suerte, sobrevivió. Pero algo en el
interior de papá, murió. El gusto por la vida desapareció.
Obstinadamente se negaba a seguir las órdenes del doctor.
Las sugerencias y los ofrecimientos de ayuda eran
rechazados con sarcasmo e insultos. El número
de visitantes disminuyó, y finalmente cesaron.
Papá quedó solo.
Mi esposo DICK y yo le pedimos que venga a vivir
con nosotros a nuestra pequeña granja. Esperábamos
que el aire libre y la atmósfera de granja le ayudaran a
ajustar su vida.
7. Una semana después de venir, ya me arrepentí de la
invitación. Nada le parecía satisfactorio. Criticaba todo lo
que yo hacía. Me sentí frustrada y deprimida. Pronto me
di cuenta que estaba desahogando mi rabia con DICK.
Empezamos a discutir y pelear.
Alarmado, DICK buscó al sacerdote y le explicó la
situación. El sacerdote nos dio citas de consejería para
nosotros. Al final de cada sesión, él oraba, pidiendo a Dios
que calmara la turbada mente de papá.
8. Pero los meses pasaban y Dios guardaba silencio. Había
que hacer algo y era yo la que lo tenía que hacer.
Al día siguiente me senté con la guía telefónica y llamé a
cada una de las clínicas mentales que había en el libro.
Expliqué mi problema a cada una de las voces llenas de
simpatía que me contestaron. Justo cuando estaba
perdiendo la esperanza, una de esas amables voces de
repente exclamó, "¡Recién leí algo que podría ayudarla!
Déjeme ir a buscar el artículo..."
9. Escuché mientras ella leía El artículo describía el
sorprendente estudio hecho en una clínica geriátrica.
Todos los ancianos pacientes estaban con tratamiento por
depresión crónica. En todos ellos sus actitudes mejoraron
en forma excepcional cuando se les dio la responsabilidad
de cuidar un perro.
10. Fui a la municipalidad a ver los perros ofrecidos en
adopción. Después que llené un formulario, un oficial
uniformado me llevó a los corrales de los perros. El olor a
los desinfectantes inundó mi nariz cuando entré a las filas
de jaulas. Cada una contenía de cinco a siete perros. Los
había de pelo largo, enrulado, unos negros y otros con
manchas que saltaban, tratando de alcanzarme. Los fui
estudiando uno por uno pero los rechacé a todos por
distintas razones, demasiado grande, o demasiado chico, o
demasiado pelo, etc. Cuando llegué al último corral, un
perro desde la esquina más alejada se paró con dificultad,
caminó hacia el frente de la jaula y se sentó. Era un
POINTER, una de las razas aristócratas del mundo de los
perros. Pero éste era una caricatura de la raza.
11. Los años habían puesto en su cara y hocico un poco de
gris. Los huesos de sus caderas sobresalían en triángulos
desiguales. Pero fueron sus ojos que atraparon mi atención
Calmados y límpidos, me observaban fijamente.
Apuntando al perro, pregunté, ¿Qué me dice de éste? El
oficial miró, y sacudió su cabeza, intrigado. "El es un poco
raro. Apareció no se sabe de dónde, y se sentó en el portón
del frente. Lo entramos, pensando que quizá alguien
viniera a reclamarlo. Eso fue hace dos semanas y nadie ha
venido. Su tiempo termina mañana". Hizo un gesto, como
que no se puede hacer nada.
12. Mientras las palabras entraban a mi mente, me volví al
hombre con horror... "¿Quiere decir que lo van a matar?"
"Señora", dijo dulcemente, "Es el reglamento. No hay
lugar para todos los perros que nadie reclama"
13. Miré al POINTER otra vez. Sus calmados ojos marrones
esperaban mi decisión. "Lo tomaré", dije. Y manejé hasta
casa con el perro sentado en el asiento delantero a mi lado.
Cuando llegué a casa, toqué la bocina dos veces. Lo estaba
ayudando a bajar del auto cuando papá apareció en el
porche del frente... “¡Mira lo que te traje, papá!” dije
entusiasmada.
Papá miró, y puso una cara de disgusto. “Si yo quisiera un
perro lo hubiera buscado. Y hubiera elegido uno mejor
que esta bolsa de huesos. Quédate con él, yo no lo quiero.”
Agitó su brazo despectivamente y empezó a caminar hacia
la casa.
14. El enojo creció dentro de mí. Me apretaba los músculos de
la garganta y sentía latidos en las sienes. “¡Es mejor que te
acostumbres a él, papá, porque se queda con nosotros!”
Papá me ignoró... “¿Me escuchaste, papá?” Grité. A estas
palabras papá se volvió enojado, con sus manos apretadas
a sus costados, con sus ojos entornados con odio.
Estábamos parados mirándonos fijamente como duelistas,
cuando de repente, el POINTER se soltó de mi mano. Fue
cojeando despacio hasta mi padre y se sentó frente a él.
Entonces muy despacio, cuidadosamente, levantó la pata
delantera.
15. La quijada de mi padre tembló mientras se quedó mirando
la pata levantada. La confusión reemplazó la ira de sus
ojos. El POINTER esperaba pacientemente. De pronto,
papá estaba arrodillado, abrazando el animal.
Fue el principio de una cálida e íntima amistad. Papá lo
llamó CHEYENNE. Juntos, él y CHEYENNE exploraron
el vecindario. Pasaron largas horas caminando por
polvorientos caminos. Iban a las orillas de los rápidos ríos,
a pescar sabrosas truchas, pasando largos momentos de
reflexión. Incluso comenzaron a ir juntos a la iglesia los
domingos, mi padre sentado en un banco y CHEYENNE
echado silencioso a sus pies.
16. Papá y CHEYENNE fueron inseparables a través de los
tres años siguientes. La amargura de mi padre se
desvaneció, y él y CHEYENNE hicieron muchos amigos.
Entonces, una noche, muy tarde, me extrañó sentir la fría
nariz de CHEYENNE revolviendo nuestras frazadas.
Nunca antes había entrado a nuestro dormitorio en la
noche. Desperté a DICK, me puse el salto de cama y corrí
al cuarto de mi padre. Papá estaba en su cama, con una faz
serena. Pero su espíritu se había ido silenciosamente en
algún momento durante la noche.
17. Dos días más tarde, mi dolor se hizo todavía más profundo
cuando descubrí a CHEYENNE tendido muerto junto a la
cama de papá. Envolví su cuerpo en la alfombra sobre la
cual siempre había dormido. Mientras DICK y yo lo
enterrábamos cerca de su lugar favorito de pesca, le
agradecí silenciosamente por la ayuda que me había dado
para devolver a mi padre la paz y tranquilidad.
18. Entonces el sacerdote citó Hebreos 13:2. “No dejes de dar
hospitalidad a forasteros, porque haciéndolo, algunos han
recibido ángeles sin saberlo.” “Muchas veces he
agradecido a Dios por haberme enviado un ángel,” dijo.
Entonces me di cuenta, y el pasado cayó todo en su lugar,
completando un rompecabezas que no había visto antes:
aquella amable y simpática voz que me leyó aquel artículo
sobre el estudio en la clínica geriátrica. La inesperada
aparición de CHEYENNE en el lugar de los perros para
adopción. Su calmada aceptación y completa devoción a mi
padre y la proximidad de sus muertes.
19. Y de repente, comprendí. Me di cuenta que, ciertamente,
Dios había contestado mis plegarias en busca de su ayuda.
La vida es muy corta para hacerse dramas por cosas sin
importancia