1. DERECHOS HUMANOS
Se dice que uno de los secretos de la Familia Real Inglesa es que en ella
cada uno de sus miembros desempeña un papel y una función. Vosotros, quizás
sin saberlo, también tenéis un secreto: un conjunto hecho de individualidades
irrepetibles. Un conjunto prudente que, ante el riesgo del éxito (que embriaga y
hace perder el sentido de la medida), habéis tenido el talento de dar entrada
entre vosotros a un profesor cincuentón a fin de añadir un poco de agua a
vuestro buen vino: generosamente habéis estimado que puedo ser uno de
vosotros, sin desentonar excesivamente. Recibido tan gran honor, no como una
fictio iuris, ni siquiera como presunción iuris et de iure, sino como presunción
iuris tamtum, susceptible por tanto de prueba en contrario. El “luris” os habla
ahora no con intención probatoria, sino con el alma llena de gratitud.
El pasado 10 de noviembre, en un acto íntimo en el Aula A de
nuestra Facultad, me recibisteis entre vosotros; se cumplía así vuestro
acuerdo del 14 de diciembre de 1991.
Poco antes, en septiembre de ese año de 1991, había yo tomado una decisión que
marcaba el comienzo de una nueva etapa de mi vida: había renunciado a mis
funciones de magistrado en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. ¿Por
qué?. Pues porque quería recuperar mi vida personal y de familia –dos
derechos fundamentales reconocidos en el Convenio Europeo de Derechos
Humanos- y porque quería también recuperar totalmente mi vocación
universitaria.