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Credo 7
Jesucristo
En la gruta de Belén
están la pobreza y el
abandono; en la huída a
Egipto, la nostalgia de
la patria; en la casa de
Nazaret, la escasez y el
trabajo; en la vida
pública, fatigas,
engaños,
contradicciones, odios;
al final, el camino de la
cruz y la muerte.
En toda la vida terrena de Jesucristo está
presente el dolor.
Aunque
Jesucristo padeció
mucho en su vida,
como víctima de
salvación, cuando
en el Credo se
dice que
“padeció”, se
refiere a todas las
penas que
Jesucristo sufrió
en su Pasión.
Toda la creación tiene un sentido de unión con Dios. Sin
embargo, el pecado alteró profundamente el orden de la
creación; el hombre dejó de ver el mundo como una obra
llena de bondad y puso su esperanza en las creaturas
poniendo como meta falsos fines terrenos.
El misterio del
sufrimiento se
encuadra en el
marco general del
proyecto de Dios
y de la venida de
Jesús al mundo.
Para ello, Jesús, verdadera
Cabeza del género humano,
asumió toda la realidad
humana degradada por el
pecado, la hizo suya, y la
ofreció filialmente al Padre.
De este modo Jesús
restituyó a cada relación y
situación humana su
verdadero sentido, en
dependencia a Dios Padre.
La venida de Jesucristo al mundo tiene como finalidad
reimplantar en el mundo el proyecto de Dios y
conducirlo eficazmente a su destino de unión con Él.
Dios tiene que castigar
el pecado, y si Dios nos
castigara de verdad a
nosotros por nuestros
pecados, todos
estaríamos condenados
al infierno para siempre.
Pero el Salvador, por
amor, estuvo dispuesto
a morir en nuestro
lugar, como nuestro
sustituto, para tomar
sobre sí mismo el
castigo que nosotros
merecíamos.
La finalidad propia
del misterio de la
Cruz es cancelar el
pecado del mundo,
algo completamente
necesario para que
se pueda realizar la
unión filial con Dios.
Esta unión es el
objetivo último del
plan de Dios.
El sacrificio de Jesús "por los pecados del
mundo entero" es la expresión de su comunión
de amor con el Padre. Este deseo de aceptar el
designio de amor redentor de su Padre anima
toda la vida de Jesús porque su Pasión redentora
es la razón de ser de su Encarnación.
Desde el
primer
instante de su
Encarnación
el Hijo acepta
el designio
divino de
salvación en
su misión
redentora:
San Marcos, en su relato de la pasión nos presenta a
Jesús como el justo que sufre sin culpa la persecución
de los hombres.
El es el Siervo de Yavé, tan desfigurado
que no parecía hombre, sin apariencia ni
presencia, despreciable y desecho de los
hombres, varón de dolores y sabedor de
dolencias, ante quien se vuelve el rostro.
Carga sobre sí nuestros sufrimientos y
dolores, azotado, herido de Dios y
humillado. Herido, ciertamente, por
nuestras rebeldías, molido por nuestras
culpas, soportando Él el castigo que nos
trae la paz, pues con sus cardenales
hemos sido nosotros curados. Él tomó el
pecado de muchos e intercedió por los
pecadores (Is 52,13-53,12).
No hay
hermosura
que atraiga
las
miradas.
Automático
No hay en
Él belleza
que
agrade,
Menospre-
ciado,
estimado
en nada.
Despreciado,
desecho de
los hombres.
Varón de
dolores,
conocedor
de todos
los
quebrantos.
Ante quien
se vuelve el
rostro.
Pero fue Él
el que
cargó con
los
pecados.
Maltratado,
mas Él se
sometió.
como un
cordero
llevado al
matadero.
Maltratado
Hacer CLICK
Cristo padeció en la
cabeza la corona de
punzantes espinas; en las
manos y pies, el taladro de
los clavos; en la cara, las
bofetadas y salivazos; y en
todo el cuerpo, los azotes.
Algunos dicen que fueron
los mayores entre los
dolores de la vida
presente. Sobre todo unido
a lo interno.
Los padecimientos de Jesús en su Pasión
fueron grandes en todo su cuerpo.
La naturaleza humana se unió a la
persona divina, con todo sintió
tanto lo acerbo de su pasión como
si nunca se hubiese hecho tal
unión; porque en la única persona
de Jesucristo se conservaron las
propiedades de ambas
naturalezas, divina y humana, y
por eso lo que era pasible y
mortal, quedó mortal y pasible, y
lo que era inmortal e impasible,
como era la naturaleza divina,
quedó también inmortal e
impasible.
Mayores fueron los sufrimientos en su alma. El tomó
verdaderamente la naturaleza humana, y pudo decir en
verdad: "Triste está mi alma hasta la muerte".
Una causa del
sufrimiento de
Jesús era el verse
cargado con los
pecados de
todos, según
aquellas palabras
de Is 53,4:
Verdadera-mente
él soportó
nuestros dolores.
Otra causa de sufrimiento
era la capacidad de
percepción de Jesús
paciente, ya que su cuerpo
había sido formado
milagrosamente por obra
del Espíritu Santo y sus
sentidos debían ser más
vivos. Por esto en Él fue
exquisito el sentido del
tacto, de cuya percepción
se sigue el dolor. También
su alma, conforme a sus
facultades interiores,
percibió muy eficazmente
todas las causas de
tristeza.
Otra causa fue porque
Jesús aceptó aquella
pasión y aquellos
sufrimientos
voluntariamente, con
el fin de liberar del
pecado a los hombres.
Y, por ese motivo,
asumió tanta cantidad
de dolor cuanta fuese
proporcionada a la
grandeza del fruto que
de ahí iba a seguirse.
En el huerto de Getsemaní,
a pesar del horror que
suponía la muerte para la
humanidad absolutamente
santa de Aquél que es “el
autor de la vida” la voluntad
humana del Hijo de Dios se
adhiere a la voluntad del
Padre. Para salvarnos
acepta soportar nuestros
pecados en su cuerpo,
“haciéndose obediente
hasta la muerte” (Flp 2, 8).
Consideremos el sufrimiento interno de Jesús
en el huerto de Getsemaní.
Al acercarse al huerto de Getsemaní, Jesús comenzó a
sumirse en un extraño y agonizante silencio y en una
profunda tristeza que embargó todo su ser. Toda la vida
se había conducido en la presencia de Dios, pero ahora
le parecía estar excluido de la luz proveniente del Padre
y del Santo Espíritu.
Ahora se contaba
entre los
transgresores y
debía llevar sobre
sí la culpabilidad
de toda la
humanidad caída.
Fue a corta distancia de ellos y cayó postrado en el suelo.
Sentía que el pecado le estaba separando de su Padre. El
abismo era tan ancho, negro y profundo que su espíritu
se estremecía hasta lo sumo.
Al llegar al
huerto del
Getsemaní con
los discípulos,
Jesús les dijo:
"Quedaos aquí y
velad conmigo."
Sobre quien no conoció el pecado, debía ponerse la
iniquidad de todos nosotros. "Tan terrible le parece el
pecado, tan grande el peso de la culpabilidad que había
puesto sobre sus hombros, que estaba tentado a temer
que quedaría privado para siempre del amor de Dios.
Sintiendo cuán
terrible es la ira
de Dios contra
la transgresión,
exclamó "Mi
alma está muy
triste hasta la
muerte."
Lo vivido por Jesús
antes de ser tomado
como prisionero, lo
refieren como una
mezcla indecible de
tristeza, de espanto, de
tedio y de flaqueza. Esto
expresa una pena moral
que ha llegado al mayor
grado de su intensidad.
Los escritores sagrados describen la oración de
Getsemaní con enérgicas expresiones.
El estado de Cristo es
de una angustia
intensa. Él era Dios,
pero también era
hombre y como tal
padeció. Sus temores
y tristezas eran reales
y no una ficción. Él
necesitaba de sus
amados discípulos
pero todos le dejaron
solo. Todos se
durmieron mientras Él
oraba.
“ Y se le apareció un
ángel del cielo para
fortalecerle. Y estando
en agonía, oraba más
intensamente; y era su
sudor como grandes
gotas de sangre que
caían hasta la tierra” Lc
22: 43-44.
Es interesante notar que el único evangelista que
relata este hecho fue un médico, Lucas.
Fue tal el grado de sufrimiento moral, que
presentó como manifestación somática, física;
sudor de sangre (hematihidrosis o
hemohidrosis). “sudor de sangre, que le cubrió
todo el cuerpo y corrió en gruesas gotas hasta la
tierra”. (Lc 22, 43)
Como substituto y garante del hombre pecaminoso, Cristo
estaba sufriendo bajo la justicia divina. Veía lo que
significaba la justicia. Hasta entonces había obrado como
intercesor por otros; ahora anhelaba tener un intercesor
para sí. Quería el consuelo de sus amigos y no lo
encontró.
Satanás presentaba al Redentor la situación en
sus rasgos más duros: El pueblo te ha
rechazado. Uno de tus propios discípulos te
traicionará. Uno de tus más celosos seguidores
te negará. Todos te abandonarán.
Y venía la tentación:
¿qué se iba a ganar
por este sacrificio?
¡Cuán irremisibles
parecían la
culpabilidad y la
ingratitud de los
hombres!
Dios, en forma
humana, permitió
hacerse pecado para
salvarnos. En la cruz,
Él cargó con todos
los pecados del
mundo debido a su
amor. La única
manera de completar
su historia de amor es
amándole.
Esto traspasaba el alma de Jesús. El conflicto
era terrible.
Pero Jesús lo veía necesario, como les había dicho a los
apóstoles: Esto es lo que yo os dije estando con vosotros,
que era necesario que se cumpliera todo lo que estaba
escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los
Salmos acerca de mí; y que estaba escrito que convenía
que Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos.
Jesucristo no
padeció por
necesidad
absoluta, sino
porque quería
salvarnos.
Dios quiso salvar el mundo por el camino de la Cruz,
pero no porque ame el dolor o el sufrimiento, pues Dios
sólo ama el bien y hacer el bien. No quiso la Cruz con
una voluntad incondicionada, sino que la ha
querido sobre el presupuesto del pecado. Hay Cruz
porque existe el pecado. Pero también porque existe el
Amor.
La Cruz es fruto
del amor de Dios
ante el pecado
de los hombres.
Lo que cuenta no es
el dolor. ¿Cómo
podría Dios
complacerse en los
tormentos de una
criatura o de su
propio Hijo? Lo que
cuenta es la amplitud
del amor. Sólo el
amor da sentido al
dolor.
No bastara que viniese un ángel a satisfacer
por nosotros, porque la ofensa hecha a Dios por
el pecado era, en cierta manera, infinita, y para
satisfacer por ella se requería una persona que
tuviese un mérito infinito.
Era menester
que Jesucristo
fuese hombre
para que pudiese
padecer y morir,
y que fuese Dios
para que sus
padecimientos
fuesen de valor
infinito.
Jesucristo hubiera
podido librarse de
las manos de los
judíos y de Pilato,
mas se sujetó
voluntariamente a
padecer y morir para
salvarnos, por saber
que así lo quería su
eterno Padre.
Padeció libremente por amor.
No era
absolutamente
necesario que Jesús
padeciese tanto,
porque el menor de
sus padecimientos
hubiera sido
suficiente para
nuestra redención,
siendo cualquiera
acción suya de valor
infinito.
Quiso Jesús padecer tanto para satisfacer
más copiosamente a la divina justicia, para
mostrarnos más su amor
y para
inspirarnos
sumo horror
al pecado.
“Debo ser bautizado con un bautismo, el
bautismo de sangre, y qué angustia me embarga
hasta que sea cumplido”! Impacienta a Jesús el
ver llegar la hora en que podrá sumergirse en el
sufrimiento y sufrir la muerte para darnos la vida.
Por el
inmenso amor
de Jesús,
deseaba que
llegasen los
tormentos.
Les decía a
los apóstoles:
Pero cuando llega,
Cristo se entrega
con el mayor
ardor, aunque
conoce de
antemano todos
los sufrimientos
que esperan a su
cuerpo y a su
alma: He deseado
vivamente
comer esta Pascua
con vosotros,
antes de sufrir mi
pasión”.
Jesús llama a sus discípulos, los de entonces y los de
ahora, a tomar su cruz y seguirle (cf. Mt 16, 24), Jesús
quiere asociar a su sacrificio redentor a aquellos
mismos que son sus primeros beneficiarios.
Esta visión
bíblica de la
cruz supone
una revolución
en relación a
todas las
religiones no
cristianas.
En la religiosidad natural, la expiación significa el
restablecimiento de la relación con Dios, rota por la
culpa, mediante sacrificios y ofrendas de los hombres.
La obra expiatoria, con la que los hombres quieren
pagar a la divinidad y aplacarla, ocupa el centro de las
religiones.
El «derecho violado» se restablece por la iniciativa del
amor de Dios, que por su misericordia justifica al impío y
vivifica a los muertos. Su justicia es gracia, que hace
justos a los pecadores.
El Nuevo Testamento
nos ofrece una visión
completamente
distinta. No es el
hombre quien se
acerca a Dios y le
ofrece un don para
restablecer el
equilibrio roto. Es Dios
quien se acerca a los
hombres para
dispensarles un don.
Este es el misterio inaudito
de la cruz. La reconciliación
no parte de abajo hacia
arriba, sino de arriba hacia
abajo. No es la obra de
reconciliación que el hombre
ofrece al Dios airado, sino la
expresión del amor
entrañable de Dios que se
vacía de sí mismo para
salvar al hombre. Es su
acercamiento a nosotros.
La acción del hombre -el culto- es acción de gracias:
Eucaristía. Es, en vez de ofrenda de dones, aceptación
del don de Dios.
Si no fuese así, dirá J.
Ratzinger, los verdugos
serían los auténticos
sacerdotes; quienes
provocan los
sufrimientos serían
quienes habrían
ofrecido el sacrificio.
Pero no es ésta la
visión bíblica de la
cruz. Es Cristo, y no
sus verdugos, el
Sacerdote, que con su
amor unió los extremos
separados del mundo:
Dios y los hombres y
éstos entre sí (Ef 2,11-
22).
Dios no ha querido
librarnos de todas
las penalidades de
esta vida, para que
aceptándolas nos
identifiquemos con
Cristo, merezcamos
la vida eterna y
cooperemos en la
tarea de llevar a los
demás los frutos de
la Redención.
La enfermedad y el dolor,
ofrecidos a Dios en unión
con Cristo, alcanzan un
gran valor redentor, como
también la mortificación
corporal practicada con el
mismo espíritu con que
Cristo padeció libre y
voluntariamente en su
Pasión: por amor, para
redimirnos expiando por
nuestros pecados.
Pero Cristo, no
solamente nos
enseña a
soportar el
sufrimiento,sino
que, además,
nos ayuda a
soportarlo.
Podemos convertir el sufrimiento en algo de mucho
valor, uniendo nuestro sufrimiento a los sufrimientos
redentores de Jesucristo. Todos los Santos se han dado
cuenta de que su misión era sufrir en unión con
Jesucristo.
Antes de Cristo, el
hombre no sabía cómo
reconciliarse con
el sufrimiento.
Pero vino Cristo y
abrazó la cruz. La abrazó
voluntariamente,
amorosamente. Y este
amor con que aceptó el
sufrimiento y lo abrazó,
quitó al dolor la
maldición que estaba
incrustada en él, y lo
llenó de sentido.
Muchas veces se plantea la
gran cuestión y se oye la
terrible queja: "¿Por qué a
mí? ¿Por qué he de sufrir
precisamente yo? ¡Yo, que
siempre he servido con
fidelidad a Dios¡ Mientras
que al vecino, a ese
blasfemo, a ese frívolo y
licencioso todo le sale
bien..."
El sufrimiento puede ser la última tentativa de
Dios, el último recurso a que apela para salvar
nuestra alma. Es otra manifestación de su
misericordia.
De nada vale el sufrimiento por si mismo. Lo que
vale es la entrega amorosa que hacemos de él a
Dios. Es por eso que el sufrimiento es una gran
oportunidad y sería terrible el desperdiciarla.
El sufrimiento
es una
oportunidad
para unirnos
a Cristo y
cooperar en
la redención
del mundo.
Por eso, si el dolor
llama a nuestras
puertas, sepamos
aprovecharlo.
Cuando llame a tus puertas el dolor
y te invada la tristeza y la opresión,
Automático
piensa
en tu
dolor,
que el
Señor
también
sufrió
y verás
que todo
cambia
de color.
piensa
en tu
dolor,
que el
Señor
también
sufrió
y verás
que
todo
cambia
de color.
Cuando sientas el vacío junto a ti,
cuando sientas a tu lado soledad,
piensa en
tu dolor,
que el
Señor
también
sufrió
y verás
que
todo
cambia
de color.
Que María, quien sufrió al tener a
Jesús en sus brazos,
nos ayude a
saber ofrecer a
Dios nuestros
dolores y tener
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AMÉN

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  • 2. En la gruta de Belén están la pobreza y el abandono; en la huída a Egipto, la nostalgia de la patria; en la casa de Nazaret, la escasez y el trabajo; en la vida pública, fatigas, engaños, contradicciones, odios; al final, el camino de la cruz y la muerte. En toda la vida terrena de Jesucristo está presente el dolor.
  • 3. Aunque Jesucristo padeció mucho en su vida, como víctima de salvación, cuando en el Credo se dice que “padeció”, se refiere a todas las penas que Jesucristo sufrió en su Pasión.
  • 4. Toda la creación tiene un sentido de unión con Dios. Sin embargo, el pecado alteró profundamente el orden de la creación; el hombre dejó de ver el mundo como una obra llena de bondad y puso su esperanza en las creaturas poniendo como meta falsos fines terrenos. El misterio del sufrimiento se encuadra en el marco general del proyecto de Dios y de la venida de Jesús al mundo.
  • 5. Para ello, Jesús, verdadera Cabeza del género humano, asumió toda la realidad humana degradada por el pecado, la hizo suya, y la ofreció filialmente al Padre. De este modo Jesús restituyó a cada relación y situación humana su verdadero sentido, en dependencia a Dios Padre. La venida de Jesucristo al mundo tiene como finalidad reimplantar en el mundo el proyecto de Dios y conducirlo eficazmente a su destino de unión con Él.
  • 6. Dios tiene que castigar el pecado, y si Dios nos castigara de verdad a nosotros por nuestros pecados, todos estaríamos condenados al infierno para siempre. Pero el Salvador, por amor, estuvo dispuesto a morir en nuestro lugar, como nuestro sustituto, para tomar sobre sí mismo el castigo que nosotros merecíamos.
  • 7. La finalidad propia del misterio de la Cruz es cancelar el pecado del mundo, algo completamente necesario para que se pueda realizar la unión filial con Dios. Esta unión es el objetivo último del plan de Dios.
  • 8. El sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" es la expresión de su comunión de amor con el Padre. Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación. Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora:
  • 9. San Marcos, en su relato de la pasión nos presenta a Jesús como el justo que sufre sin culpa la persecución de los hombres. El es el Siervo de Yavé, tan desfigurado que no parecía hombre, sin apariencia ni presencia, despreciable y desecho de los hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, ante quien se vuelve el rostro. Carga sobre sí nuestros sufrimientos y dolores, azotado, herido de Dios y humillado. Herido, ciertamente, por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas, soportando Él el castigo que nos trae la paz, pues con sus cardenales hemos sido nosotros curados. Él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores (Is 52,13-53,12).
  • 11. No hay en Él belleza que agrade,
  • 15. Ante quien se vuelve el rostro.
  • 16. Pero fue Él el que cargó con los pecados.
  • 17.
  • 18.
  • 21.
  • 23. Cristo padeció en la cabeza la corona de punzantes espinas; en las manos y pies, el taladro de los clavos; en la cara, las bofetadas y salivazos; y en todo el cuerpo, los azotes. Algunos dicen que fueron los mayores entre los dolores de la vida presente. Sobre todo unido a lo interno. Los padecimientos de Jesús en su Pasión fueron grandes en todo su cuerpo.
  • 24. La naturaleza humana se unió a la persona divina, con todo sintió tanto lo acerbo de su pasión como si nunca se hubiese hecho tal unión; porque en la única persona de Jesucristo se conservaron las propiedades de ambas naturalezas, divina y humana, y por eso lo que era pasible y mortal, quedó mortal y pasible, y lo que era inmortal e impasible, como era la naturaleza divina, quedó también inmortal e impasible. Mayores fueron los sufrimientos en su alma. El tomó verdaderamente la naturaleza humana, y pudo decir en verdad: "Triste está mi alma hasta la muerte".
  • 25. Una causa del sufrimiento de Jesús era el verse cargado con los pecados de todos, según aquellas palabras de Is 53,4: Verdadera-mente él soportó nuestros dolores.
  • 26. Otra causa de sufrimiento era la capacidad de percepción de Jesús paciente, ya que su cuerpo había sido formado milagrosamente por obra del Espíritu Santo y sus sentidos debían ser más vivos. Por esto en Él fue exquisito el sentido del tacto, de cuya percepción se sigue el dolor. También su alma, conforme a sus facultades interiores, percibió muy eficazmente todas las causas de tristeza.
  • 27. Otra causa fue porque Jesús aceptó aquella pasión y aquellos sufrimientos voluntariamente, con el fin de liberar del pecado a los hombres. Y, por ese motivo, asumió tanta cantidad de dolor cuanta fuese proporcionada a la grandeza del fruto que de ahí iba a seguirse.
  • 28. En el huerto de Getsemaní, a pesar del horror que suponía la muerte para la humanidad absolutamente santa de Aquél que es “el autor de la vida” la voluntad humana del Hijo de Dios se adhiere a la voluntad del Padre. Para salvarnos acepta soportar nuestros pecados en su cuerpo, “haciéndose obediente hasta la muerte” (Flp 2, 8). Consideremos el sufrimiento interno de Jesús en el huerto de Getsemaní.
  • 29. Al acercarse al huerto de Getsemaní, Jesús comenzó a sumirse en un extraño y agonizante silencio y en una profunda tristeza que embargó todo su ser. Toda la vida se había conducido en la presencia de Dios, pero ahora le parecía estar excluido de la luz proveniente del Padre y del Santo Espíritu. Ahora se contaba entre los transgresores y debía llevar sobre sí la culpabilidad de toda la humanidad caída.
  • 30. Fue a corta distancia de ellos y cayó postrado en el suelo. Sentía que el pecado le estaba separando de su Padre. El abismo era tan ancho, negro y profundo que su espíritu se estremecía hasta lo sumo. Al llegar al huerto del Getsemaní con los discípulos, Jesús les dijo: "Quedaos aquí y velad conmigo."
  • 31. Sobre quien no conoció el pecado, debía ponerse la iniquidad de todos nosotros. "Tan terrible le parece el pecado, tan grande el peso de la culpabilidad que había puesto sobre sus hombros, que estaba tentado a temer que quedaría privado para siempre del amor de Dios. Sintiendo cuán terrible es la ira de Dios contra la transgresión, exclamó "Mi alma está muy triste hasta la muerte."
  • 32. Lo vivido por Jesús antes de ser tomado como prisionero, lo refieren como una mezcla indecible de tristeza, de espanto, de tedio y de flaqueza. Esto expresa una pena moral que ha llegado al mayor grado de su intensidad. Los escritores sagrados describen la oración de Getsemaní con enérgicas expresiones.
  • 33. El estado de Cristo es de una angustia intensa. Él era Dios, pero también era hombre y como tal padeció. Sus temores y tristezas eran reales y no una ficción. Él necesitaba de sus amados discípulos pero todos le dejaron solo. Todos se durmieron mientras Él oraba.
  • 34. “ Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” Lc 22: 43-44. Es interesante notar que el único evangelista que relata este hecho fue un médico, Lucas.
  • 35. Fue tal el grado de sufrimiento moral, que presentó como manifestación somática, física; sudor de sangre (hematihidrosis o hemohidrosis). “sudor de sangre, que le cubrió todo el cuerpo y corrió en gruesas gotas hasta la tierra”. (Lc 22, 43)
  • 36. Como substituto y garante del hombre pecaminoso, Cristo estaba sufriendo bajo la justicia divina. Veía lo que significaba la justicia. Hasta entonces había obrado como intercesor por otros; ahora anhelaba tener un intercesor para sí. Quería el consuelo de sus amigos y no lo encontró.
  • 37. Satanás presentaba al Redentor la situación en sus rasgos más duros: El pueblo te ha rechazado. Uno de tus propios discípulos te traicionará. Uno de tus más celosos seguidores te negará. Todos te abandonarán. Y venía la tentación: ¿qué se iba a ganar por este sacrificio? ¡Cuán irremisibles parecían la culpabilidad y la ingratitud de los hombres!
  • 38. Dios, en forma humana, permitió hacerse pecado para salvarnos. En la cruz, Él cargó con todos los pecados del mundo debido a su amor. La única manera de completar su historia de amor es amándole. Esto traspasaba el alma de Jesús. El conflicto era terrible.
  • 39. Pero Jesús lo veía necesario, como les había dicho a los apóstoles: Esto es lo que yo os dije estando con vosotros, que era necesario que se cumpliera todo lo que estaba escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí; y que estaba escrito que convenía que Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos. Jesucristo no padeció por necesidad absoluta, sino porque quería salvarnos.
  • 40. Dios quiso salvar el mundo por el camino de la Cruz, pero no porque ame el dolor o el sufrimiento, pues Dios sólo ama el bien y hacer el bien. No quiso la Cruz con una voluntad incondicionada, sino que la ha querido sobre el presupuesto del pecado. Hay Cruz porque existe el pecado. Pero también porque existe el Amor. La Cruz es fruto del amor de Dios ante el pecado de los hombres.
  • 41. Lo que cuenta no es el dolor. ¿Cómo podría Dios complacerse en los tormentos de una criatura o de su propio Hijo? Lo que cuenta es la amplitud del amor. Sólo el amor da sentido al dolor.
  • 42. No bastara que viniese un ángel a satisfacer por nosotros, porque la ofensa hecha a Dios por el pecado era, en cierta manera, infinita, y para satisfacer por ella se requería una persona que tuviese un mérito infinito.
  • 43. Era menester que Jesucristo fuese hombre para que pudiese padecer y morir, y que fuese Dios para que sus padecimientos fuesen de valor infinito.
  • 44. Jesucristo hubiera podido librarse de las manos de los judíos y de Pilato, mas se sujetó voluntariamente a padecer y morir para salvarnos, por saber que así lo quería su eterno Padre. Padeció libremente por amor.
  • 45. No era absolutamente necesario que Jesús padeciese tanto, porque el menor de sus padecimientos hubiera sido suficiente para nuestra redención, siendo cualquiera acción suya de valor infinito.
  • 46. Quiso Jesús padecer tanto para satisfacer más copiosamente a la divina justicia, para mostrarnos más su amor y para inspirarnos sumo horror al pecado.
  • 47. “Debo ser bautizado con un bautismo, el bautismo de sangre, y qué angustia me embarga hasta que sea cumplido”! Impacienta a Jesús el ver llegar la hora en que podrá sumergirse en el sufrimiento y sufrir la muerte para darnos la vida. Por el inmenso amor de Jesús, deseaba que llegasen los tormentos. Les decía a los apóstoles:
  • 48. Pero cuando llega, Cristo se entrega con el mayor ardor, aunque conoce de antemano todos los sufrimientos que esperan a su cuerpo y a su alma: He deseado vivamente comer esta Pascua con vosotros, antes de sufrir mi pasión”.
  • 49. Jesús llama a sus discípulos, los de entonces y los de ahora, a tomar su cruz y seguirle (cf. Mt 16, 24), Jesús quiere asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios.
  • 50. Esta visión bíblica de la cruz supone una revolución en relación a todas las religiones no cristianas. En la religiosidad natural, la expiación significa el restablecimiento de la relación con Dios, rota por la culpa, mediante sacrificios y ofrendas de los hombres. La obra expiatoria, con la que los hombres quieren pagar a la divinidad y aplacarla, ocupa el centro de las religiones.
  • 51. El «derecho violado» se restablece por la iniciativa del amor de Dios, que por su misericordia justifica al impío y vivifica a los muertos. Su justicia es gracia, que hace justos a los pecadores. El Nuevo Testamento nos ofrece una visión completamente distinta. No es el hombre quien se acerca a Dios y le ofrece un don para restablecer el equilibrio roto. Es Dios quien se acerca a los hombres para dispensarles un don.
  • 52. Este es el misterio inaudito de la cruz. La reconciliación no parte de abajo hacia arriba, sino de arriba hacia abajo. No es la obra de reconciliación que el hombre ofrece al Dios airado, sino la expresión del amor entrañable de Dios que se vacía de sí mismo para salvar al hombre. Es su acercamiento a nosotros. La acción del hombre -el culto- es acción de gracias: Eucaristía. Es, en vez de ofrenda de dones, aceptación del don de Dios.
  • 53. Si no fuese así, dirá J. Ratzinger, los verdugos serían los auténticos sacerdotes; quienes provocan los sufrimientos serían quienes habrían ofrecido el sacrificio. Pero no es ésta la visión bíblica de la cruz. Es Cristo, y no sus verdugos, el Sacerdote, que con su amor unió los extremos separados del mundo: Dios y los hombres y éstos entre sí (Ef 2,11- 22).
  • 54. Dios no ha querido librarnos de todas las penalidades de esta vida, para que aceptándolas nos identifiquemos con Cristo, merezcamos la vida eterna y cooperemos en la tarea de llevar a los demás los frutos de la Redención.
  • 55. La enfermedad y el dolor, ofrecidos a Dios en unión con Cristo, alcanzan un gran valor redentor, como también la mortificación corporal practicada con el mismo espíritu con que Cristo padeció libre y voluntariamente en su Pasión: por amor, para redimirnos expiando por nuestros pecados.
  • 56. Pero Cristo, no solamente nos enseña a soportar el sufrimiento,sino que, además, nos ayuda a soportarlo. Podemos convertir el sufrimiento en algo de mucho valor, uniendo nuestro sufrimiento a los sufrimientos redentores de Jesucristo. Todos los Santos se han dado cuenta de que su misión era sufrir en unión con Jesucristo.
  • 57. Antes de Cristo, el hombre no sabía cómo reconciliarse con el sufrimiento. Pero vino Cristo y abrazó la cruz. La abrazó voluntariamente, amorosamente. Y este amor con que aceptó el sufrimiento y lo abrazó, quitó al dolor la maldición que estaba incrustada en él, y lo llenó de sentido.
  • 58. Muchas veces se plantea la gran cuestión y se oye la terrible queja: "¿Por qué a mí? ¿Por qué he de sufrir precisamente yo? ¡Yo, que siempre he servido con fidelidad a Dios¡ Mientras que al vecino, a ese blasfemo, a ese frívolo y licencioso todo le sale bien..." El sufrimiento puede ser la última tentativa de Dios, el último recurso a que apela para salvar nuestra alma. Es otra manifestación de su misericordia.
  • 59. De nada vale el sufrimiento por si mismo. Lo que vale es la entrega amorosa que hacemos de él a Dios. Es por eso que el sufrimiento es una gran oportunidad y sería terrible el desperdiciarla. El sufrimiento es una oportunidad para unirnos a Cristo y cooperar en la redención del mundo.
  • 60. Por eso, si el dolor llama a nuestras puertas, sepamos aprovecharlo.
  • 61. Cuando llame a tus puertas el dolor y te invada la tristeza y la opresión, Automático
  • 66. Cuando sientas el vacío junto a ti, cuando sientas a tu lado soledad,
  • 67. piensa en tu dolor, que el Señor también sufrió
  • 69. Que María, quien sufrió al tener a Jesús en sus brazos, nos ayude a saber ofrecer a Dios nuestros dolores y tener paz aquí y gloria en el cielo. AMÉN