Las monarquías nacionales surgieron a fines de la Edad Media debido al debilitamiento del poder imperial y la consolidación de la idea de nación. Para afianzarse, las monarquías debieron lograr la unidad territorial, desarrollar una burocracia centralizada y obtener el apoyo de la burguesía para enfrentar a la aristocracia feudal. Francia, Inglaterra y España lograron estos objetivos de distintas formas, mientras que Alemania e Italia se dividieron en múltiples principados.