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Sirvan estos recuerdos como un testimonio de gratitud á los
beneficios recibidos, y á las emociones sentidas á la vista de una
naturaleza poblada de misterios.
     Ramón Cárdenas

Estimados todos:

Esta es la transcripción del viaje a Europa realizado en el siglo
XIX por nuestro tatarabuelo Ramón Cárdenas, abuelo de Ma de
los Angeles Ulibarri Cárdenas, nuestra querida abuelita Angélica.

El documento es histórico para nuestra familia ya que es un
escrito a mano en un antiguo cuaderno francés que aún
conservamos y espero escaneemos algún día, pero también lo es
porque describe un mundo que no existe más. Un mundo donde
la única manera de llegar a otro continente era en barco, donde
no había electricidad ni teléfonos, donde la energía provenía del
carbón y las aguas del lago aún existían en el Anáhuac.

Nuestro tatarabuelo llegó a Europa justo para poder atestiguar el
despertar de la Revolución Industrial en Inglaterra y la
exposición mundial en Paris, que maravilló al mundo de la época
tal y como lo hace en 2010 la exposición mundial de Shanghi,
pues es antecesora de esta.

En esa ocasión Francia conmemoraba 100 años de su revolución
y mostraba al mundo una maravilla de su arquitectura que el
abuelo quería visitar y así lo hizo: la Torre Eiffel.

Comparto con ustedes este documento con la sola advertencia
que respetamos en todo caso la ortografía original, la cual es
impecable pero antigua en algunas palabras, y fueron agregadas
algunas notas explicativas.
APUNTES DE UN VIAJE

                             RAMÓN CÁRDENAS, 1889

                                            Partida.
Si todo en este mundo placer fuera,
el placer en este mundo no existiera.

       Confirmé la verdad de este pensamiento cuando al partir de la Ciudad de México una
mañana de junio y a pesar de que comenzaba a ver realizada una de las mas bellas ilusiones de
una vida, visitar Europa, sentí una impresión de tristeza desconocida al separarnos de un grupo
de amigos muy queridos que tuvieron la amabilidad de ir a despedirnos a la Estación de Buena
Vista.

        Mas de una lágrima tembló sobre unos párpados entristecidos por el pesar de una
separación temporal, pero no por eso exenta de amarguras para nosotros.

         Ante los destinos de la humanidad, aquello era casi necesario.

         En efecto, si la vida se deslizara siempre entre infinitos goces, acariciada siempre por el
aliento de una felicidad eterna, no podríamos apreciar la dulzura de esos goces porque no
existiría un término de comparación que hiciera perceptibles impresiones antes desconocidas y
sin nombre.

        Sin los crespones que la noche tiende sobre las montañas, cuelga de los campanarios y
despedaza en todas partes, no podríamos dar valor a ese manto de luz en que el sol se
envuelve al dormirse tras lejanas cordilleras en tarde caprichosa del Estío, ni a las bellezas de
un crepúsculo matinal que penetrando a través de los cristales de entreabierta ventana, sorprende
en nuestros labios la última sonrisa de un sueño color de rosa.

         La tristeza interándose siempre a las horas de placer.

         Así es el mundo.

       La salud aconsejaba el viaje, y los grandes deseos de realizarlo, no retrocedieron ante los
naturales obstáculos para conseguirlo.

       Llegó la hora; el silbato de la locomotora anunció el instante de la partida; el tren se
puso en movimiento; los pañuelos se agitaron en señal de cariñoso adiós y poco tiempo después la
Capital quedó envuelta en las transparentes brumas de la mañana que se levantaban de la
serena superficie de los lagos.

       Entonces inclinamos la frente con tristeza ante la idea de un viaje largo y peligroso, y la
imaginación fluctuaba entre el cariño de la patria y la esperanza de visitar un mundo nuevo
para nosotros.

       ¿Volveríamos á ver á nuestros parientes á nuestros amigos á nuestra querida México?
El corazón respondía que sí, y sin embargo, este pensamiento tenía mucho de amargura.

        El tren avanzaba con rapidez atravesando las áridas llanuras de Apan y de Soltepec,
las peladas lomas de la Estación de Apizaco1 y unas horas después se presentó a nuestra
derecha la tradicional montaña de Malintzin cuya cima desprovista de vegetación y cruzada por
delgados hilos de plata, dibuja sus perfiles sobre un magnífico cielo azul.

        Mas adelante, túneles y precipicios; los pintorescos panoramas de los desfiladeros de
Maltrata; los elevados puentes de fierro suspendidos sobre el abismo; Córdoba y Orizaba
envueltas en su manto de flores y verdura, y por término de esos triunfos del trabajo y de la
ciencia y esas caprichosas manifestaciones de una naturaleza llena de encantos, el mar visto a la
luz de los focos eléctricos de la Ciudad de Veracruz2.

        Tal fue el prólogo de nuestro viaje.

       A un lado del Castillo de San Juan de Ulúa3 y al frente de otros buques y fragatas, el
“Alfonso XIII” con sus elevados mástiles, sus negras chimeneas y sus recogidas velas, se mecía
imperceptiblemente sobre el tranquilo mar. Sus escotillas iluminadas por la luz eléctrica interior,
semejaban larga procesión fantástica en la media claridad de la callada noche

        Ese magnífico Vapor debía ser nuestra habitación flotante para cruzar, entregados a
merced de los elementos un tanto dominados por la ciencia, el Golfo de México con sus
caprichos, el mar de las Antillas con la vista de sus islas y el Océano Atlántico con su majestad
sublime, con sus agitadas olas y sus frecuentes tempestades.

       El día ocho a las nueve de una mañana, risueña como nuestras esperanzas, subíamos la
dorada escala del buque y penetrábamos á su elegante cámara.
1
  Los dos primeros poblados se encuentran actualmente ubicados en el Estado de Hidalgo, en el centro de
México. Mientras que Apizaco está en el Estado de Tlaxcala.
2
  Cordoba y Orizaba son las primeras ciudades del Estado de Veracruz que uno encuentra viajando desde la
Ciudad de México, las temidas Cumbres de Maltrata fueron durante largo tiempo el obstáculo natural entre
Veracruz y el altiplano mexicano, actualmente se puede ver esta formación montañosa entre túneles que la
atraviesan y por donde continúa la autopista.
3
  Esta construcción es una antiguo fuerte militar español que guardaba la entrada al puerto de Veracruz, pero
también se utilizó como prisión, actualmente es museo.
El Alfonso XIII.

                Este barco es uno de los mejores de la Compañía Trasatlántica Española; tiene
una extensión de 410 pies de, 50 de manga y 36 de altura, sin contar con la Cámara que se
eleva sobre cubierta, encima de la cual está el observatorio y pieza del Capitán; 170 personas de
tripulación y mas de 5,000 toneladas de porte.

       Construido en uno de los astilleros de Escocia é ideado sin duda por una imaginación
soñadora, fue botado al agua en Enero del presente año de 1889.

        ¿Conocéis los tesoros de esa bellísima arquitectura que entre arabescos, grecas y
afiligranados arcos guarda en la Alambra de Granada los recuerdos de la dominación de los
árabes?

       Con los secretos de esa arquitectura se ha construido el hermoso salón de recreo.

        Sostiene el dorado artesón y extenso tragaluz los labrados cristales, una serie de esbeltas
columnas sobre cuyos esmaltados capitales descansan unos airosos arcos formados por tres o más
curvas que se enlazan en sus extremidades y constituyen la originalidad del estilo.

       Las columnas se levantan sobre ligeros pedestales unidos entre si por gracioso barandal
de pequeños arcos y forman á un lado del salón, un paralelogramo de corredores desde donde se
domina el hermoso comedor que se extiende precisamente debajo de este piso.

        En el otro extremo, se halla la escalera fraccionándose en dos amplios ramales hacia
uno y otro lado, y entre esta y los corredores, hay un regular espacio en uno de cuyos extremos y
recargado sobre el barandal de la escalera se encuentra colocado un piano vertical á cuyos lados
tiene hermosos jarrones lacre oscuro que ostentan grandes grupos de flores artificiales.

        En todo el derredor del salón están los asientos tapizados de peluche oro viejo y azul
pálido, que ofrecen cómodo lugar para el descanso y el recreo.

        El oro, el azul de cielo, el crema y el blanco, son los colores que entrelazándose
caprichosamente en toda la extensión de la Cámara, forman hermoso conjunto que recibe la luz
á través de los cristales oro y rojo de una serie de ventanillas que permiten la vista del mar en
todas direcciones.
Para amortiguar la luz, hay otras tantas cortinillas de lana y seda listadas de oro viejo
y azul que abriéndose por el centro, se recogen en ligeros pliegues por medio de cordones y borlas
de igual color.

         Tres grandes lámparas de brillante metal blanco sostienen entre azucenas de opalino
cristal, un grupo de bombillas de Edison, y por todas partes, adheridas al artesón, se ven
repartidos muchos globos apagados para la iluminación eléctrica.

        El comedor de la primera clase, es extenso y con elegantes sillones giratorios, mesas de
nogal y cómodos divanes, de igual tapicería á los del salón, colocados bajo las circulares escotillas
que dan paso a la luz. Mas de trescientas personas se pueden sentar con toda comodidad á
aquellas mesas de fina porcelana y jardineras de plata cubiertas de flores y plantas tropicales.

        Al fondo se ven los estantes encierran la pequeña biblioteca recreativa de que pueden
hacer uso los pasajeros, previa la entrega de un recibo de la obra que elijan.

        Los camarotes, cada uno de los cuales puede contener hasta cuatro literas, si no pueden
llamarse lujosas, si son demasiado cómodas é iluminadas también con la luz eléctrica que se
enciende ó se apaga á voluntad del pasajero y que permanece en actividad toda la noche.

        Frente a la alfombrada escala que dá acceso de los pasillos de los camarotes al comedor,
hay una capilla dedicada á la virgen del Carmen, preciosa escultura en madera, y en honor de la
cual se celebra allí todos los días el sacrificio de la Misa.

       La cubierta del barco es extensa bien pavimentada, y entoldada con grises lienzos de
lona, permite pasear con la comodidad que place a los balances y respirar á todas horas las
saludables brisas marinas.

        Casi en el centro del buque y en el punto que separa la primera de la segunda clase, está
el salón de fumar con varias mesas para los juegos permitidos, cómodos sillones y divanes
acojinados, iluminado también con luz eléctrica. Lugar de agradables reuniones para la gente
seria, que algunas veces, con toda seriedad, se desplumaba mutuamente.

       El ronco estallido del cañón cuyo eco prolongado se perdió en el espacio, anunció que se
levaba el ancla; se repitieron los adioses, los suspiros, las lágrimas; y las personas que habían
ido a despedir á sus parientes y amigos descendieron para colocarse en sus pequeñas lanchas, y
comenzó a sentirse el movimiento oscilatorio del barco que se ponía en marcha a las once de la
mañana.

        El viaje era al fin una realidad.
Poco a poco fueron haciéndose pequeñas las oficinas del muelle y los edificios de la
heroica Veracruz, hasta perderse a nuestra vista ocultos por las brumas y la distancia; el
movimiento se aumentó; el ruido de la maquinaria se hizo mas perceptible; las olas se
estrellaban con mas fuerza contra los costados del barco y pocas horas después de perdían a lo
lejos las playas mexicanas.

        Pasadas las primeras impresiones para quien por primera vez se siente abandonado en
aquella inmensidad azul que lleva impresa con caracteres de gasa sobre el cielo y de armiño
sobre el agua la idea sublime de la grandeza de Dios, pudimos admirar el magnífico espectáculo
de nuestra navegación.

        Cielo y mar únicamente abarcaban nuestros ojos; de México no quedaba ya mas que el
rumbo señalado por blanca estela sobre azules ondas; pero en recuerdo su imagen iba en el fondo
de nuestra alma.

        Tomaron pasaje en la misma embarcación algunas familias mexicanas á quienes
conocíamos nada mas de vista; pero la intimidad natural del viaje hizo nacer unas relaciones de
amistad que se estrechaban cada día mas. Primero fueron los cumplidos, después las
conversaciones sobre el punto objetivo de nuestro viaje, mas tarde éramos ya casi una familia.

       Tres chiquitines de una de ellas, tenían en constante alboroto aquel salón; pero alguna
vez nos divertían las travesuras propias de su edad y las piruetas y equilibrios á que el balance
obligaba.

        El resto del día se pasó con los quehaceres de la instalación y las primeras distribuciones
de ordenanza, todas al toque de sonora campana ó de ronco tambor de cobre que hacia crispar
los nervios.

        Llegó la noche, mas negra y mas imponente, pero mas solemne y llena de misterios que
las noches de la tierra; las estrellas diseminadas sobre un cielo oscuro, parecían lucir con mas
viveza pero con un fulgor negro y brillante como si estuvieran en lucha con las tinieblas que se
levantaban de la inquieta superficie de las aguas. A su dudosa claridad, solo podía distinguirse
que el color del horizonte se había confundido con el sombrío azul del mar, y que el barco,
semejante a un palacio ricamente iluminado, flotaba en medio de aquel insondable cáos.

       El majestuoso silencio de la noche era interrumpido por el monótono ruido de la
máquina de vapor y el sordo rumor de las olas que la quilla colosal del buque separaba en su
rápida carrera.

         Desde la barandilla de cubierta se distinguían á cierta distancia las brillantes
fosforescencias de las olas que se estrellaban unas contra otras, semejando fantásticos fuegos
fatuos persiguiéndose en rápido movimiento sobre la oscura superficie. Y en medio de aquel
maravilloso conjunto de sublimes manifestaciones de una naturaleza majestuosa, la idea de
Dios siempre fija en la mente como la dulce esperanza de feliz arribo.

         Cuando por las noches se iluminaba instantáneamente aquella lujosa Cámara y la luz
eléctrica se quebraba en argentados rayos al pasar a través de los cristales de colores revistiéndose
de mil cambiantes, cuando se reflejaba en aquellos delicados arcos y labrados artesones, y salía
por las ventanas y las escotillas para irse a perderse entre las sombras que parecían surgir del
seno de las aguas; cuando las armonías del piano, sentidas unas veces como los suspiros de amor
de las esclava etíope soñada por Verdi; juguetonas otras como las inspiraciones voluptuosas de
Bizet, apagaban el rumor de las olas que se desbarataban en armiñada espuma, preciso era
olvidarse de que cruzábamos aquella inmensidad sublime, entregados a los caprichos del destino.

       A causa de las fatigas y emociones del primer día y del sofocante calor de los camarotes,
apenas podíamos conciliar el sueño, suavemente mecidos por el ligero balance de nuestra inmensa
nave.

        A las primeras horas de la mañana del día siguiente, estábamos ya sobre cubierta con el
anhelo de presenciar la salida del sol; pero una plomiza nube se levantaba por el Oriente y
cuando se disipó, ya el astro iba muy alto sobre un cielo azul purísimo; todavía el cielo querido
de la patria.

       Serían las cuatro de la tarde cuando se presentaron a lo lejos las costas de la península
de Yucatán y poco tiempo después el barco se detenía a larga distancia de la rada de Progreso,
porque el fondo del mar no permitía acercarnos mas.

         Varias lanchas cargadas unas con henequén, conduciendo otras algunos pasajeros, se
vieron desprenderse de la playa, y suavemente mecidas por el viento que inflaba sus pequeñas
velas, tomaban mayores proporciones á medida que se aproximaban a nosotros.

        Cuando los últimos fardos de ese filamento se elevaban por los aires con extraordinaria
facilidad por las poderosas grúas de vapor para depositarse en las bodegas, se dio la señal de
partida; algunos momentos después, á la indecisa claridad de las postreras horas de la tarde, nos
poníamos de nuevo en marcha con una velocidad de diez y seis millas por hora.


                                              La Habana

        A las ocho de una mañana nublada y calurosa, penetrábamos á la bahía de la Habana
pasando frente al pintoresco castillo del Morro, y atracaba el buque hasta rozar sus costados on
uno de los muelles de madera que se prolonga sobre el agua.
La bahía es extensa, de gran fondo y resguardada de los vientos casi por todos lados,
ofrece abrigo seguro á los buques que están allí en constante movimiento; las colinas que la
circundan, cubiertas por grupos de palmeras, extensos cafetales y verdes cementeras, y
salpicadas de edificios, presentan agradable perspectiva desde el muelle.

        Tres días permanecimos anclados presenciando el curioso mecanismo de pequeños
vagones automáticos que para descargar el carbón de piedra , se agitan en un ir y venir
constante sobre delgados rieles colocados a determinada altura á manera de puentes colgantes.
Recibe el vagoncito una carga de carbón, camina por los rieles hasta el punto de descarga, se
detiene y abre sus puertas para dejar caer el carbón, á manera de colosal insecto que abres sus
alas para emprender el vuelo, retrocede a recibir de nuevo la carga y en este constante trabajo,
dirigido por un solo hombre, permanece largas horas y practica así en la descarga con
extraordinaria facilidad y prontitud.

        La introducción de este material de los lanchones á los buques, la hace una columna de
harapientos chinos que llevan en su semblante las huellas de una salud combatida por los
narcóticos y en sus pesados movimientos los signos de la indolencia tan generalizada en personas
de su raza.

        Sentados en la cubierta de las lanchas, toman su alimento que consiste regularmente en
pescado frito, garbanzos y arroz que hacen pasar del plato á la boca de una manera original
por medio de unos palillos delgados. Después del almuerzo, se tienden sobre aquellos negros
tablones sin darse por entendidos de los abrasadores rayos de un sol tropical que parece calcinar
aquellos ambulantes y tiznados esqueletos.

         A causa del natural temor por causa de los avanzado de la Estación, no pudimos
visitar con detenimiento la Ciudad y solamente al caer la tarde y cuando las primeras brisas de
la noche comenzaban á refrescar la temperatura, íbamos a recorrer algo de los mas importante
que hay en ella.

         El parque central en medio del que, sobre elevado pedestal de mármol blanco se levanta
una bella estatua de la Reina Isabel, también de mármol, es el mejor de los paseos de la perla
de Cuba; multitud de bancas y sillas de fierro imitando bejuco repartidas en las calles del
jardín, ofrecen agradable descanso á la concurrencia que por las noches gusta de ir a respirar el
aire fresco y a oír la serenata al fulgor de apacible luna ó de brillantes focos de luz eléctrica.

       Aunque escaso de vegetación, es un lugar simpático y centro de reunión de la sociedad
cubana que con trajes de colores claros y recargadas las señoras de brillantes, circula por
aquellas callecillas hasta horas avanzadas de la noche.
Lo circundan algunos portales, bonitos edificios, el pórtico del famoso Teatro del Facón
y varios cafés lujosos profusamente iluminados, que dejan resonar en sus bóvedas ó dorados
cielo-razos, la tremenda algazara de los concurrentes; bullicio que alegra, pero que también
aturde y es propio de las gentes de Cuba.

        Una de esas noches se presentaba Mille Nitouche en el Facón y esto nos proporcionó la
ocasión de conocerlo.

       Es hermoso, de una extensión como nuestro Nacional; número igual de pisos y poco
mas o menos la misma altura; pero preciosamente iluminado por magnífica lámpara de centro
cuajada de globos de cristal apagado que envían sus fulgores sobre aquel conjunto ricamente
decorado de oro y blanco.

        Las plateas están todas fraccionadas con divisiones á la altura de los asientos, que
permiten á la concurrencia mayor lucimiento. El muro divisorio del salón con el pasillo que
rodea aquella extensa herradura, tiene unas ventanas con cristales y rejas de metal para
proporcionar mayor ventilación cuando la temperatura lo reclame.

        El vestíbulo sostenido por columnas de cantería, cubierto con elevado tragaluz y
pavimentado de mármol gris y blanco, es elegante; pero en nuestro concepto inferior y mas
pequeño que el del Nacional; hay ahí un café y billares en los corredores altos desde donde
perfectamente se contempla salir aquella concurrencia casi toda vestida de blanco, recargada de
adornos y cuyos trajes vaporosos se hacen mas notables en la gente de color.

        La víspera de partir olvidamos el temor y en carruaje recorrimos las calles. La parte
nueva ó reformada de la Ciudad está formada de bonitos edificios, confortables hoteles y buenas
casas de comercio; pero la antigua es estrecha, descascada y escasa e luz y de atractivos.

         Allí sufrió nuestro barco una verdadera invasión; cerca de trescientos pasajeros
embarcaron para diversos puntos de España; la primera clase quedó completamente llena y la
calma que disfrutábamos, terminó ante la algazara de un enjambre de muchachos de todas
edades y todos genios; traviesos, llorones, pleitistas; todo en fin lo que se puede encontrar en esos
bulliciosos retoños de la humanidad.

       Tampoco faltaron los títulos de nobleza, embarcaron también los marqueses de X;
personas estimables y de fina educación, pero con el orgullo que ellos creían inherente á una
nobleza que en nuestro concepto la moderna civilización no admite.

       Al despedirse un lacayo de color de la Sra. marquesa, se dignó esta tenderle una mano
que aquel, satisfecho de tanta preferencia, besó con cariñoso respeto.
Iba también el conde de Z, alto, robusto, color rosado, pelo chino, en buena edad y cuyo
vestido distaba mucho de corresponder al dueño de grandes posesiones en Cuba, según diría la
crónica viajera. Su carácter serio lo hacía huir del trato de los pasajeros y refugiarse en su
camarote de preferencia.

        La hija, la condesita, como de quince años de edad, pasados muchos de ellos sin duda en
la reclusión de un Colegio, a juzgar por sus constitución enfermiza, parecía una flor delicada á
quien falta el aire perfumado de los vergeles y el calor vivificante de una atmósfera libre para
desarrollar sus tallos escaso de color y de vida.

         Extremadamente pálida, ligeramente rubia, descuidada en el adorno de su persona, era
sin embargo simpática; entregada á la lectura en compañía de una aya inglesa en el mas
solitario lugar del barco, no tomaba parte en la sociedad formada por los pasajeros, acaso por
que le habían inspirado la idea de que sus títulos exigían aquel aislamiento, al menos entre
nosotros los republicanos.

        Participaba del orgullo de su padre al grado de haber rehusado el brazo que, al
descender la escalera del salón y en los momentos de fuerte balance, le ofreciera un joven, con
toda la urbanidad de un caballero, para evitarle una caída.

      Aquel desaire que molestó naturalmente al joven habanero, ocasionó con el padre de la
Condesa serio disgusto en el buque y que terminó con un duelo en forma verificado en
Santander, cuyos resultados ignoramos.

       Nosotros veíamos con indiferencia aquellas demostraciones de despotismo, acaso por que
siempre hemos creído que la nobleza de sentimientos es lo que verdaderamente eleva sobre los
demás hombres.


                                             Mal tiempo


        A las últimas luces de una tarde nebulosa y humedecida por una menuda lluvia, que
presagiaba algún próximo temporal, salimos de la Habana entre los saludos entusiastas de
todos los vapores y fragatas allí anclados, y al resplandor de los cohetes de bengala que se
elevaban por el aire, reflejándose en la superficie de las aguas como brillantes cintas de movediza
luz. Eran aquellas manifestaciones de afecto, porque el Capitán del Puerto salía con nosotros
en el Alfonso XIII.

       Dos horas mas tarde el cielo se cubrió de nubes, la lluvia se desató con fuerza y el viento
soplaba de una manera terrible en la misma dirección que llevábamos haciendo caminar al
buque con mayor velocidad, pero imprimiendo un movimiento de babor a estribor que no
permitía permanecer en pie.
        Creció a tal grado la oscuridad de la noche, que fue preciso aumentar los focos de luz de
las farolas de proa y que el ronco bramido del vapor se dejara escuchar á cada instante toda la
noche para anunciar nuestra rápida marcha, y evitar así un choque no difícil en aquellas
circunstancias.

         Para aprovechar la fuerza del viento, se desplegaron algunas velas en cuyos toscos
pliegues silbaba con siniestro rumor, pero el balance aumentó de tal manera que las piezas de la
vajilla y demás objetos del servicio que no estaban colocadas en sus rejillas ó con la seguridad
necesaria, rodaban produciendo gran ruido al estrellarse con el pavimento; las agitadas olas se
azotaban contra los cristales de las escotillas y bañaban la cubierta del buque, salpicando de
espuma las vidrieras de las ventanillas de la Cámara, que era lo mas alto de la nave.

        La tripulación se ocupaba toda en las maniobras que la situación reclamaba, y esos
cantos tristes de los marineros en sus faenas, especie de gemidos de amargura, mezclados á los
demás ruidos de aquella noche tempestuosa, aumentaban las naturales inquietudes de los
pasajeros, a pesar de las seguridades que el Capitán ofrecía con inalterable tranquilidad,
confiado en las magníficas condiciones de su barco.

        No fue posible dormir ni permanecer en los camarotes, así es que pasamos la noche
reclinados en los asientos del comedor, pensando que si la vida de mar tiene sus atractivos,
también cuenta sus situaciones difíciles y fundados temores, que están en mayoría.

        El día siguiente amaneció nublado y lluvioso, y el viento soplaba casi con la misma
velocidad; era que, según supimos después, se levantó un ciclón cerca del Golfo de México y nos
alcanzó al salir de la Habana, continuando el temporal por espacio de cinco días muy molesto y
lluvioso, pero el cielo un poco mas claro y el viento un poco menos fuerte.

       Pasados aquellos días fastidiosos, continuaron las tertulias, los bailes, los juegos de
prendas, para interrumpir la monotonía del viaje.

        En toda reunión numerosa, en cada viaje prolongado por mar, se necesita un tipo que
proporcione motivos de distracción á los demás y casi siempre la reunión lo elige por unanimidad
ó mejor dicho, el mismo se da á conocer, y de aquí viene esa popularidad.

        Tocó en turno en esta vez á un joven que embarcó en Veracruz en pos de un tío rico que
tenía en España. Estatura regular, delgado, nariz irregular, porque excedía en dimensiones á
las reglas de la estética, ojos idem porque eran mas pequeños de lo que el arte prescribe, cutis
extremadamente áspero, y todo este conjunto desprovisto del mejor adorno de una cabeza, el
pelo, por que en Veracruz se puso en manos de una rapista que le dejó la parte superior del
cráneo como la palma de la mano y esto le daba un aspecto verdaderamente raro. Por lo demás,
era un muchacho de buen ver y que soportó con heroísmo su papel, de finas maneras y buena
educación.
        En el juego a él tocaba perder, en la cantina pagar, en las reuniones divertir; pero todo
lo hacía con gusto, al menos aparente, por que comprendió sin duda que en su situación no tenía
otro recurso. Desembarcó en Santander y no sabemos si encontró al tío rico, ó se botó al mar,
como diría.

                                             En alta mar

       Sublime inmensidad; en tu grandeza
       hay algo del mortal desconocido;
       hay algo en tu belleza
       que nunca al contemplarte he comprendido;
       y al mecerme en tus olas
       lejos muy lejos de la patria amada
       rendido a melancólicas tristezas,
       ni puedo conocer donde acabas,
       ni puedo distinguir donde empiezas.

       ¡Dios! murmurarán tus olas sosegadas
       cuando de fresca brisa
       húmedos besos por mi frente siento;
       ¡Dios! Repiten tus olas encrespadas
       al deshacerse en armiñada espuma,
       y Dios, proclama en su furor el viento
       cuando en pesada bruma
       envuelve su color el firmamento.

       Sublime en todo en tu extensión inmensa,
       y el hombre que te admira
       bañando el mundo desde polo á polo,
       en el Dios infinito solo piensa,
       en el Dios infinito cree tan solo.

       ¿A dónde llevas tus inquietas olas,
       una tras otra en rápidas carreras,
       sin rumbo, sin camino,
       hasta remotas playas extranjeras?

       Confíame tu destino
hoy que a tu vista de inquietudes lleno
sorprendido te admiro.

Dime que guarda tu profundo seno;
¿qué significa tu rizada espuma
y que se esconde en tu impalpable bruma?

¿Por qué inquieto unas veces
te elevas en montañas azuladas,
y en tu abismo sepultas
las velas de los barcos destrozadas,
y te unes al furor de la tormenta
que sobre ti se agita
y tu bramido el pánico aumenta?

¿Por qué a veces tus serenas ondas
retratan en su espejo
del cielo azul las tintas primorosas,
o el último reflejo
del sol que envuelto en nubes purpurinas
va a dormirse en tus aguas cristalinas?

Mas ¡ay! ya lo adivino;
todo en ti se asemeja a nuestra vida,
porque es un mar también nuestra existencia;
tranquila algunas veces
al dulce halago de la ilusión querida
que acaricia la mente,
cuando á mirar n el cenit se alcanza
la estrella que nos muestra sonriente
el ángel bienhechor de la esperanza.

Inquieta en ocasiones
si al corazón agobia la amargura,
al alma la destrozan las pasiones
y entre recuerdos mueren
postreras ilusiones
que nuestra vida halagan,
y el dolor y el hastío
la luz de nuestra fe crueles apagan.
Es tu abismo reflejo misterioso
       del corazón humano
       que nomás el conoce lo que guarda;
       las dudas que acibraran la existencia,
       son los crespones e tu sombra parda
       ofuscando el fulgor de la conciencia;
       y los copos de espuma
       que coronan la frente de tus olas
       al beso silencioso de la brisa,
       del corazón que sufre
       son la falsa sonrisa
       con que cubre la hiel de sus dolores,
       para que el mundo necio
       no insulte sus continuos sinsabores.
       Hay naufragios también allá en la tierra,
       cuando ha perdido el hombre
       la fe y la paz que el corazón encierra.

       ¡Inmensidad sublime!
       Cada ola que se rompe bulliciosa
       Contra la quilla del Alfonso Trece,
       con su rumor siniestro
       el gemido de un monstruo me parece
       y la tristeza entre el placer nos deja;
       que si un paso a la Europa nos avanza,
       un paso de la patria nos aleja.

       Prosigue en tu continuo movimiento,
       y en tus tranquilas olas
       que avanzan hacia tierras muy lejanas
       mecidas por el viento,
       conduce hasta las playas mexicanas
       de mi cariño patrio un pensamiento.
                       A bordo del Alfonso XIII

                                                  ¡Tierra!

        Con que satisfacción contemplamos surgir el sol de las azules ondas entre purpurinas
ráfagas de luz, cuando después del temporal cesó la lluvia, se aplacó el viento y el cielo destrozó
sus oscuros crespones para enseñarnos su purísimo fondo azul, como la imagen cariñosa de
anhelado bien, tras de prolongadas horas de amargura.
Cuan cierto es que tras de la tempestad viene la calma.

       El tiempo siguió muy bueno y nosotros continuamos nuestra marcha sin contemplar otra
cosa que espacio y agua confundidos.

        Nunca se presentó a mi imaginación con toda la sublimidad de su grandeza el
gigantesco pensamiento de Colón, como en aquellos días en que a pesar de los inmensos
adelantos de la ciencia y la seguridad de rumbo cierto, nos veíamos acosados por los elementos en
medio del Océano, inconmensurable en aquellos momentos; infinito a nuestra vista que se perdía
entre olas y entre nubes.

        Aquella seguridad científica del ilustrado genovés en empresa maravillosa; aquella
grandeza del alma para desafiar los peligros de incierta navegación en busca de un mundo
dibujado en sus ensueños; aquel valor para abandonarse á los mares sin mas faro que la luz de
sus meditaciones, sin mas guía que su vacilante brújula y en aquellas embarcaciones entregadas
á la voluntad de los vientos, se presentaron á mi imaginación con todo el esplendor de su
importancia, y no pude menos que consagrar un pensamiento de admiración á aquel héroe de la
ciencia á quien tantos desengaños debían amargar los recuerdos de su gloriosa navegación,
después que vino á colocar una preciada joya en la Corona de Castilla.

         Un tiempo magnífico nos permitió después disfrutar de los hermosos cuadros que mar y
cielo presentaban a nuestras miradas.

        Los peces voladores asustados por la proximidad de la nave, se levantaban de la serena
superficie de las aguas para ir a sumergirse en una ola más distante, y en su pausado vuelo
brillaban á la luz del sol, como si estuvieran modelados en bruñida plata.

        Los oscuros delfines se elevaban sobre las azules ondas, se hundían y volvían a salir
mas adelante, y en esa carrera de ondulaciones, se perseguían unos á los otros hasta perderse
allá á lo lejos.

        Alguna ballena asomaba su enorme cabeza sobre las olas y arrojaba sus curiosos
chorros de agua, semejando á larga distancia gemelas fuentes brotantes.

        Una infinidad de peces de diversas dimensiones huían precipitadamente cuando la quilla
del barco rompía las ondas dividiéndolas en inmensos copos de espuma, y otros seguían la
prolongada estela con la esperanza de un festín formado de los desperdicios de la masa arrojados
al mar.
Por la noche, cuando la luna se levantaba sobre un cielo despejado y reflejaba su luz en
las calladas olas, era una colosal esfera de fundida plata bañándose en aquellas aguas bordadas
de armiño, é inundándolo todo con una claridad apacible como las ideas que su contemplación
inspiraba,
         Y aquellos crepúsculos inundados de poesía al caer la tarde; aquellos horizontes
matinales bañados de luz al nacer el día; aquel manto azul recamado de estrellas; aquella
extensión oscura tapizada de espuma, todo descubría á nuestras miradas la grandeza de los
caprichos, la belleza de las sonrisas de una naturaleza llena de misterios. Pero todo ello no
ahogaba en el alma los ardientes deseos de arribar á puerto.

       Serían las cinco de la tarde del 26 de junio cuando cruzando por los aires unas, y otras
meciéndose tranquilamente sobre las cansadas ondas, descubrimos un grupo de gaviotas grises y
blancas, como la inequívoca señal de que no estábamos ya lejos de las playas europeas.

       Con que regocijo fueron saludadas aquellas cariñosas anunciadoras de que pronto
veríamos realizados nuestros deseos.

        En efecto, al confín del horizonte hacia nuestra derecha, se distinguió una línea mas
oscura y la palabra tierra, se escapó de los labios de los marineros que dirigían á aquel rumbo
sus miradas.

        Lo que el atrevido geógrafo sintiera al escuchar esta expresión sublime en los momentos
en que vacilaba la fé de sus pilotos, en aquellos instantes en que, sí sus ligeras naves bogaban
tranquilas sobre el líquido elemento, sus ilusiones parecían hundirse en el mar de las
decepciones, pudimos comprenderlo a través del entusiasmo que causó en nosotros.

       Las barandillas de sobrecubierta se coronaron de gente y en todos los semblantes se
adivinaba el regocijo.

        Poco a poco fue haciéndose más perceptible aquella línea hasta que distinguimos
perfectamente el Cabo de Finisterre que doblábamos rumbo a La Coruña; horas después
estábamos frente a la ciudad lánguidamente reclinada á la orilla del mar de su nombre,
reproduciendo en él sus blancos edificios, sus torres y jardines, y las fértiles colinas que la cercan.

        Por falta de agua en aquellos momentos, no pudo el buque acercarse al presto y
quedamos anclados un poco distantes á la vista de aquellos de declives manchados vegetación y
cuyas faldas iban á sumergirse en las azules ondas.

        La noche tendió sus oscuros cortinajes y lentamente fueron brotando las luces del
alumbrado de la ciudad, que a lo lejos parecían un enjambre de luminosos insectos escondiéndose
entre los edificios y en el ramaje de las calzadas del parque próximo a la playa.
Como no pudimos bajar á tierra por falta de tiempo, nos retiramos á dormir anclado
aún el barco. Al día siguiente, cuando al subir sobre cubierta buscábamos aquel pintoresco
paisaje para admirarlo a la luz de un sol rojo que parecía brotar del fondo del mar, el
panorama había cambiado. La Coruña, a la manera de un sueño desvanecido, desapareció de
nuestra vista como por encanto, porque el Alfonso se puso en marcha á la media noche.

       Mar y cielo otra vez formaba nuestro mundo.

                                          Paréntesis.
                                        A mi hija Lola.

       Estamos sobre la nave,
       y las olas avanzando,
       va una tras otra marcando
       su blanca huella al pasar,
       y observamos á su paso,
       más pequeña la siguiente,
       hasta morir lentamente
       sobre la extensión del mar.

       Así son las ilusiones;
       Sí alguna muere otra nace
       y cuando esta se deshace
       están otras por llegar.
       Mas cuando avanzan los años
       nuestra frente encaneciendo,
       una a una van muriendo
       como esas olas del mar.

       Y ya que así fueran todas;
       las olas cuando se alejan,
       ninguna señal nos dejan
       dibujada sobre el mar.
       Pero hay ciertas ilusiones
       que nos destrozan el alma;
       roban la paz y la calma
       en nuestra vida al pasar.

       Mas tú que á vivir empiezas
       entre goces y esperanza,
avanza feliz, avanza,
       sin que te abrume el pesar,
       y que del mundo las penas
       no lacren tu alma bella,
       y pasen sin dejar huella
       como las olas del mar.


                                        Santander.


         Cuando las primeras luces de un crepúsculo matinal bellísimo se extendieron sobre el
cielo de España y el sol anunció con su vanguardia de encendidas nubes su próxima aparición
sobre un mar en calma, llegábamos frente al puerto de Santander. Era el 28 de junio.

       A causa de la baja marea, no pudimos efectuar el desembarque sino hasta después del
almuerzo.

        En los momentos en que este finalizaba y los tapones de champaña al artesonado del
comedor produciendo un ruido sui generis que tanto anima los últimos instantes de una mesa, y
el espumoso licor se desbordaba en opalinas ondas sobre el cristal de las copas, y retozaba en
los sonrientes labios de los pasajeros , penetrábamos a la pintoresca bahía, saludándola con el
natural entusiasmo de aquel momento.

       Pisábamos al fin la tierra de la Europa.

       La tarde sumergió en el fondo del mar sus primeros cortinajes de luz y dejó sobre el
horizonte una claridad azul rosa que se reproducía en el sereno Golfo de Gazcuña; el tiempo
era magnífico.

       Desde lo más alto de las lomas en cuyos declives toma asiento la ciudad de Santander
hasta bañar sus plantas en las ondas del mar, el panorama era muy hermoso.

        A la derecha, las pintorescas habitaciones de Peña Castillo sobresaliendo de frondosos
bosquecillos y jardines, las verdes sementeras que descienden suavemente de la colina hasta
confundirse con las arenosas playas, el camino de Burgos que entre bosques y sembrados
serpentea hasta perderse á lo lejos.

       Al frente, el Golfo dormido en aquella hora, salpicado de pequeñas embarcaciones y
barcas de pescadores de sardinas y más allá el negro casco del Alfonso en cuyo elevado mástil
ondeaba la bandera azul y blanca, distintivo de la compañía española.
A nuestros pies, la ciudad con sus altos edificios, sus estrechas calles y sus campanarios,
descansando en las ondulaciones de la colina y retratándose en las ondas que van a parar casi al
pedestal de la estatua de Velarde en la plaza del muelle.

         Sobre la parte más elevada se levanta como sereno centinela, cuadrangular atalaya que
con su bandera desplegada sirve de señal á las embarcaciones que llegan aquel puerto, y en la
espaciosa calzada que conduce á ella, se derrama entre bosques de madreselva y murallas de
enredadera rosa y blanca, una serie de preciosas casas de campo, sin orden, sin alineamiento y
ostentando encima del ramaje de los árboles, los vivos colores de sus muros y de sus persianas,
los labrados cristales de sus ventanas y miradores, los delicados balcones de fierro y agudos
techos de pizarra gris, algunos de los cuales rematan en pararrayos y veletas. Y todo ese
conjunto del arte y la naturaleza teñido por los tintes de rosado crepúsculo; embellecido por los
atractivos de incesante cultivo; envuelto en la atmósfera de los jardines; y al frente de un mar
azul sosegado, era el paisaje que se presentaba á nuestros ojos; el primer cuadro con que nos
recibía la Europa.

        Del otro lado de las colinas, se encuentra el Sardinero; pintoresco lugar de baños de mar
con elegantes casas, lujosos hoteles y restaurants rodeados de jardines, enlazados por calzadas de
castaños y á la orilla de espeso bosque de verdinegros pinos adonde nunca el sol perturba una
sombra perfumada y deliciosa.

       Al pie de la falda y á la orilla del mar que forma en aquel punto extenso semicírculo
resguardado de los vientos por fértiles colinas, está el establecimiento. Balneario construido sobre
la arenosa playa en prolongada galería que tiene en el interior doble serie de cuartos para los
baños en tina y cuyo amplio corredor mira hacia el mar.

        La vista desde allí es bellísima; ese anfiteatro formado por pintorescos edificios, bosques
y jardines, pardas y caprichosas rocas y laderas tapizadas de verde pasto, tiene por escenario
una superficie azul que espera en sonrientes olas sobre límpidas arenas regadas de microscópicos
caracoles y conchillas.

        Varias casetas con su abovedado techo y laterales de genero4 listado azul y blanco y
colocadas sobre la indispensable tarima rodada que permite aproximarlas con facilidad hacia el
mar, se hallan esparcidas sobre la arena esperando a las bañadoras que en caprichosos trajes se
ocultan ahí, para entregarse después a las tranquilas ondas que juegan con ellas, como con las
perlas y corales que brotan en el fondo del océano.



4
    Al parecer por genero se refiere a tela tal y como todavía se utiliza la misma palabra en Chile.
En la estación de los calores hay un ferro-carril de vapor que hace viajes cada media
hora, con el mayor precio de 35 céntimos por persona. Se puede ir también en carruaje por la
pintoresca calzada del Alta

        Volvamos a la ciudad.
        En el centro de la plaza del Muelle cuyas banquetas casi besan las aguas del golfo y
sobre elegante pedestal de piedra gris, hay una estatua en bronce oxidado representando al héroe
del 2 de mayo.

        El general Velarde al lado de una pieza de artillería de montaña, está de pie en actitud
de alentar á los soldados al combate, con la mano izquierda elevada á lo alto, sosteniendo la
espada en la derecha y descubriendo en su semblante el ardor bélico de su alma.

        Al frente del pedestal se lee: “Velarde. 2 de mayo de 1808.” En el otro lado: “A la
gloria del héroe. 1880” Y en los costados se ven bajo-relieves en bronce representando la fama
que pregona las victorias y la España que corona a sus defensores.5

         Circundada la plaza por doble hilera de frondosas acacias á cuya sombra se encuentran
asientos de piedra, es un lugar de agradable reunión cuando en el verano se anhelan respirar las
frescas brisas marinas.

       Santander es una Ciudad pequeña, de estrechas y torcidas calles, de no grande
movimiento mercantil, pero alegre, simpática y sobre todo, con hermosísimos alrededores.

        El carácter de sus pobladores es afable; la vida es cómoda; la sardina fresca, excelente y
tan barata que llega a venderse á diez centavos el ciento; la fruta abundante, en especialidad los
chabacanos que son riquísimos y del tamaño de nuestros duraznos. Algunas personas suelen
llamarles mata-gallegos, sin duda porque alguna vez produjeron molesta enfermedad á los
habitantes de la Coruña.

        Por las tardes, cuando han cesado para todos las horas de trabajo, las jóvenes con la
cabeza descubierta, la sonrisa en los labios, los chinos6sobre las mejillas y con el inseparable
abanico en movimiento, circulan por las calles y el muelle en alegres grupos sin más ocupación
que el paseo.




5
  Se refiere a Pedro Velarde, del cual dice el Larousse: ... militar español (Muriedes 1779 – Madrid 1808).
Planeo con Daoíz un levantamiento militar contra la invasión francesa y fue muerto en los hechos del 2 de
mayo de 1808.
6
  ¿Rizos?
La mujer del pueblo comparte allí, como en otras partes de Europa, los trabajos del
hombre: Se la ve guiando el arado en las labores del campo, conduciendo en los caminos á los
animales de carga y transportando por las calles grandes bultos sobre la cabeza.

       A nuestro desembarque, un grupo de mugeres se disputaba la conducción de nuestras
maletas y al fin una muger robusta y boruquienta fue quién las transportó.

        Sin costumbre de mirarla así, justamente llamó nuestra atención considerarla en estas
labores ajeas a la debilidad de su sexo.

        Quién sabe hasta ahora que punto sea conveniente á la sociedad, distraerla de las
atenciones de la familia en el santuario del hogar.

                                       El Faro de San Jorge.

          La noche era obscura y tempestuosa; cargado estaba el cielo de negras nubes; cubierto
estaba el mar de agitadas olas, y el bramido del viento y el rumor de las aguas y los ecos de
electricidad lejana, aumentaban las siniestras tintas de aquella escena destinada á ser el fondo
de tristísima tragedia.

              A la luz de rápido relámpago que se desprendió de fantástico nubarrón, pudo
distinguirse a lo lejos una barca de pescadores que ansiaba ganar en aquellos terribles
momentos, las costas de la Inglaterra. Había recogido sus destrozadas velas para libertarse de
la velocidad del viento; pero juguete de embravecidas olas, no le era posible encontrar un rumbo
cierto y se entregaba con heroicidad en abierta lucha con el furor de los elementos.

         En tanto que el bravo marino que la guiaba, con serenidad jamás perdida en iguales
ocasiones, luchaba con el encrespado mar sin más recursos que su valor y sus conocimientos, no
lejos de la playa, en abrigada habitación y á la rojiza luz de encendida chimenea, una familia
elevaba entre sollozos sus plegarias de cielo, ante el amargo recuerdo de los peligros de aquella
noche de tempestad.

        Negro presentimiento hacía latir el corazón de la afligida esposa, al pensar en el regreso
del atrevido pescador, que debía verificarse aquella misma noche.

        Ya se distinguían a ala luz de los relámpagos las anheladas costas, aumentándose así
los peligros en aquellos angustiosos instantes, cuando se escuchó un sordo rumor en la barca
seguido de terrible sacudimiento.

        La débil embarcación había chocado contra ignoradas rocas y hecha pedazos se hundía
para siempre en el abismo.
Al día siguiente, de la barca solo quedaban los fragmentos de madera arrojados a la
playa por las olas; de Jorge el marino, el recuerdo de un valor entre sus compañeros y la
amrgura de su muerte en el alma de su esposa.

       Esta, algún tiempo después, hizo construir el referido faro en aquel sitio, para evitar
nuevos accidentes con aquellas rocas que le arrebataran su felicidad.

         Tal es, poco más ó poco menos, la historia que os referirá algún marinero á la vista del
solitario centinela que se levanta sobre pequeños peñascos negros, inmortalizando un recuerdo de
cariño y un rasgo de caridad.

        El faro con su color amarillento oscuro, sosteniendo por remate gran farola de cristal y
surgiendo de las rocas á donde el mar rompe sus ondas, presentaba una vista agradable y
melancólica por las reminiscencias de su origen.

        Al pie de la cilíndrica torre, sobre las desiguales crestas que sobresalen de la superficie
del mar y apoyada en los húmedo muros, se ve un pequeño garitón de poderosa solidéz para
poder resistir el choque de las olas; allí está el vigilante encargado de encender la luz desde los
primeros anuncios de la noche.

        Era latarde del 1° de julio cuando penetrábamos al canal que lleva el mismo nombre
del faro, A nuestra derecha y veladas por las vespertinas brumas, distinguíamos las costas de la
península de Gales y á la izquierda, allá á lo lejos, las de Irlanda.

        La marea baja, otra vez mas, no nos permitió llegar ese día a Liverpool y
permanecimos toda la noche á larga distancia de la Ciudad que entre la niebla apenas
distinguíamos.

       Al amanecer del día siguiente continuamos nuestra marcha encontrando á cada paso
vapores y fragatas cruzando en todas direcciones, varios faros flotantes llamados Chatas y un
movimiento de embarcaciones que hasta entonces no habíamos presenciado.

        Las brumas que aumentaban gradualmente, pero no tan espesas que impidieran
distinguir las costas, nos indicaron que muy pronto nos encontraríamos en la nebulosa Albion.7

        Poco tiempo después, en efecto se hizo visible á nuestra vista la Ciudad de Liverpool
coloreada en el suave declive de una forma que termina en prolongada serie de diques en cuyos
macizos muros se estrellaban constantemente las olas.

7
    Albión, primer nombre conocido de Gran Bretaña.
Después del almuerzo bajamos a tierra y teniendo noticia de que nuestro barco
permanecería en puerto más de doce días, determinamos marchar a Londres en compañía de
una de las familias mexicanas, única con quien habíamos hecho el viaje desde Santander.

        Atravesamos al otro lado de la Ciudad en ligero y precioso vaporcito, y á las seis de la
tarde penetrábamos a aquella soberbia Estación cuyo movimiento admira, y tomábamos un tren
rápido que nos transportó á la gran Ciudad de las nieblas, de la industria, del comercio y del
Spleen.8

        Una distancia como de 75 leguas, se hace en cuatro horas y media con una velocidad
vertiginosa, febril, imposible; sin más detención que unos cuantos minutos en la estación de
Greeve, para el cambio de tren, que se hace con una velocidad inglesa, y á la hora que señalan
las manecillas de grandes relojes de esqueleto colocados cerca de la via por donde aquel debe
partir.

         Causa verdadera admiración ver que con todo el camino recorrido, no hay un solo sitio
por pequeño que sea que no esté cultivado. Las poblaciones, fabriles en su mayor parte, como lo
demuestran sus multiplicadas dimensiones; los extensos sembrados de avena y de trigo bordados
de florecillas rojas y blancas; los bosques de un verde oscuro por entre cuyo espeso ramaje se ve
asomar pintoresca Quinta ó las esbelta torre de escondida Iglesia; las Estaciones con sus
caprichosas oficinas, sus grandes acopio de materiales y sus depósitos de Wagones; todo se sucede
á cada instante formando bellísimo, pero rápido panorama que solo á cierta distancia es dado
contemplar, porque de cerca los objetos á causa de la extraordinaria rapidez no pueden
distinguirse.

       Serían cerca de las once de una noche clara como no siempre se ven en Londres, cuando
entrábamos á la Ciudad mas populosa del mundo y nos alojábamos en el Royal Hotel Black-
Friar y que dibuja sus seis elevados pisos en las serenas aguas del caudaloso Támesis.

       Instantes después, sin esperar en nuestro anhelo al día siguiente, recorríamos las calles,
próximas al alojamiento, encontrándolas tan concurridas y animadas como si no hubiera noche
para aquellos incansables habitantes; como si no hubiese reposo para aquellos inmensos
almacenes.

                                                 LONDRES.

              Es tan soberbia la Ciudad, tan grandiosa y admirable, como indescriptible.

        Los suntuosos edificios de piedra y mármol que aglomeran sus siete pisos en hermosa y
sólida construcción; altos puentes de fierro por los que á cada instante se ven cruzar rápidos
8
    Stress.
trenes que dejan sobre los techos de pizarra oscura sus regueros de humo transparente; calles
interminables a la vista, llenas de carruajes de todas clases y gentes de á pie casi atropellándose
en peligrosa confusión para poder seguir cada uno su camino; el Támesis que arrastra su
caprichosa corriente bajo aquellos magníficos puentes de piedra y de fierro, cruzado a toda hora
por lanchas de todas dimensiones y pequeños vapores que ceremoniosamente inclinan sus altas
chimeneas al pasas por aquellas macizas bóvedas; el humo de las innumerables fábricas;
formando constantemente plomizo diesel á un gigantesco templo de la industria; la cenicienta
niebla que acaricia con sus húmedos besos los agudos techos y los remates de las Iglesias y
envuelve en sus crespones la cúpula de la Catedral de San Pablo y las atrevidas agujas de la
Abadía de Westminster; el Parlamento con sus torres cuadrangulares que dibuja en los cristales
del rio su triple serie de góticas ventanas;hermoos jardines diseminados en la Ciudad , desde el
Victoria Park con su fuente de granito, hasta el aristocrático Hyde Park cerca del maravilloso
monumento del Príncipe Alberto; trenes sobre las azoteas, trenes por las calles, trenes debajo de
la tierra un incansable ir y venir. Todo, todo, forma un conjunto que extasía, una grandeza que
encanta, una fiebre de vida y un movimiento de 4,700,000 habitantes que nos e suspende ni en
las altas horas de la noche. Y sin embargo no hay ruido relativamente; parece que todo se hace
allí en silencio; hasta el rodar de los carruajes sobre aquellos tersos pavimentos; hasta el rumor
de la industria parece participar de esa aparente frialdad del pueblo inglés.

        Había llegado a Londres en aquellos días el Sha de Persia y por consiguiente se
aumentaba el bullicio cuando este Soberano en compañía del Príncipe de Gales salía a recorrer
las principales calles de la Ciudad,

        Tropas formando prolongada calle; ricos carruajes conduciendo ä grandes personajes de
la política inglesa; las lujosas carretelas descubiertas de la familia real y de los visitantes, y
aquella soberbia guardia imperial que formaba escolta al heredero de la corona de Inglaterra,
provocaban mayor animación, si es posible darla, á la mas populosa Ciudad del mundo.

       El ejército inglés está elegantemente uniformado pero con especialidad la referida
guardia.

        Casco de acero con dorado remate del que brota hacía atrás largo mechón que ondea
sobre la espalda; casaca de paño negro con charreteras y bordados de oro; cubierto el pecho con
brillante coraza en la que se reflejan los dorados cordones que circundan el brazo derecho;
ajustado pantalón blanco con galones de oro; bota alta de charol negro; espada pendiente del talí
azul bordado; guante blanco y está figura, un magnífico frisón negro que cubre su albardón 9 con
una piel natural de oso: he aquí el soldado de esa guardia cuyo conjunto en movimiento ofrecía
una vista verdaderamente admirable.


9
    Aparejo más alto y hueco que la albarda, que se pone a las caballerías para montar en ellas.
Nosotros veíamos aquella desigualdad social con tristeza y aquel ceremonial en la Corte
como una ostentación de la riqueza y el poder.

       Pero a pesar de todo esto, se disfruta en Londres una verdadera libertad; el extranjero al
menos, no siente el peso de la monarquía; en las Aduanas en las Estaciones, en los hoteles, el
viajero no se apercibe de esa escrupulosidad de inspección de la policía tan indispensable en esos
grandes centros. A la llegada al hotel se inquieren losd atos necesarios, pero sin aparato, sin
exigencia, y aquellos sirve de punto de partida, porque no es una mera fórmula esa inquisición.

         La policía en Londres, uniformada con elegancia, goza de gran prestigio t se le respeta
por todos. En las calles de gran movimiento en que la circulación de los coches no se interrumpe
ni un instante, se hace necesaria su intervención para que la gente de á pie pueda pasar de una
acera á la otra; el agente hace entonces una ligera señal y todos los carruajes se detienen para
dejar libre el paso.

        En el centro de las principales calles, de trecho en trecho, hay en derredor de la columna
de fierro que sostiene elegante farola, una banqueta circular rodeada de postes que sirve de
refugio a los transeúntes; verdaderos islotes en aquel inquieto mar de carruajes.

         La vida en Londres es mas cara que en cualquiera otra parte de Europa, pero se vive
bien; en los hoteles el servicio y el aseo son esmerados, a pesar de sus siete pisos y de sus
trescientos o cuatrocientos cuartos, porque para los elevadores no hay alturas, ni para la
actividad importa el número de habitantes; no hay bullicio relativamente á la concurrencia,
porque las piezas alfombradas y el pasillo del alta lana en los corredores y escaleras, apaga el
rumor de las pisadas; los criados visten constantemente de etiqueta y sin duda cambian la
camisa todos los días, á juzgar por su limpieza.

         En el extenso comedor que adorna sus bóvedas con pinturas alusivas, sus muros con
espejos, sus vidrieras con cortinas y sus mesas con flores, se cree asistir á un banquete diario en
donde sola falta la familiaridad en los comensales, porque en efecto, si no hay compañeros ó
personas de igual nacionalidad al menos, no hay siquiera el cambio de un saludo.

       Y sin embargo de todos esos motivos de comodidad, fuera de aquellas cosas que tienen
por movil el dinero, se nota mucho egoísmo que deja ver cuánto sufrirá el extranjero que llega a
Londres con escacés de recursos.

       Esto explica sin duda porque hay tanta miseria, allí donde hay tanta grandeza.

         Una tarde que recorriamos la calle Cornhill, nos detuvo el sonido destemplado de un
violín; un muchacho como de doce años de edad, pálido, enfermizo y cuyo traje pregonaba honda
miseria, estaba de pie en el extremo de una tabla que en la otra extremidad tenía un pequeño
barrote perpendicular; de este a la rodilla había una cuerda tirante á la que estaban atados
algunos mal forjados muñecos de genero y madera, cuyos pies tocaban á la superficie de la tabla.
Al compás de la música movía el muchacho la pierna y los muñecos, disque bailaban.

          Era aquella una manera original y triste de pedir una limosna; pero aquella sociedad
no oía.

        Ni una moneda de cobre; ni una mirada compasiva obtenía siquiera aquel desheredado
de la fortuna, al frente mismo del palacio de la Bolsa por cuyo soberbio pórtico de columnas
corintias entraban y salían ricos personajes; al lado del palacio de la Banca en cuyas oficinas de
pago, el sonido del oro apagaba las notas de aquel instrumento suplicante.

          Crueles constantes en los destinos de la humanidad.

          Describir lo que admiramos; explicar, lo que sentimos, no es posible.

          Pequeños cuadros entresacados de mi recuerdos, es lo que consigo como impresiones de un
          viaje, pero sin olvidar por ellas los atractivos de la patria.

                                                   ***

        Desde el Hotel Real que fue nuestra habitación, e hace un bonito paseo á pie siguiendo
las pintorescas márgenes del Támesis formadas de elegantes edificios con jardines exteriores que
en suave declive llevan sus bosquesillos y rosales hasta las rejas de fierro o pretil de piedra que
los limitan.

          Siguen después, la Escuela de la Ciudad, de hermosa fachada con sus tres esbeltas
torrecillas que elevan á gran altura sus remates de fierro; las extensas construcciones y jardines
del templo; el magnífico puente de Waterloo bajo cuyos arcos atraviesa la calle á que nos
referimos y cuya altura llega el primer piso de los edificios; la aguja de Cleopatra que con sus
jeroglíficos y esfinges egipcias descansa sobre macizo pedestal de sillería gris brotando de las
aguas; el elevado puente de fierro que soporta sus cuatro series de rieles para que los trenes,
salvando la calle, penetren hasta la estación de Charing Cross, y por término de la jornada, el
célebre Parlamento; pero todo esto hermoseado con la calzada de árboles que alternándose con
las farolas bordan la orilla del río; los vapores que en ir y venir constante surcan las ondas, y la
perspectiva que ofrecen los edificios y parques de la ribera opuesta.

         Formando un ángulo con la prolongación del puente de Westminster y los bordes del
Támesis, se levanta con toda la arrogancia de su objeto, con toda la riqueza de su arquitectura
gótica, el soberbio Parlamento construido sobre los calcinados cimientos del anterior que destruyó
un incendio y ocupando una superficie de treinta mil metros cuadrados.
Torres cuadrangulares que lo vigilan, esbeltas agujas que lo coronan, estatuas que lo
embellecen y elegantes ventanas que lo iluminan, hacen de ese maravilloso edificio una de las
estrellas que brillan en el horizonte artístico de la Inglaterra.

        Desde que en 1885 intentó su destrucción la dinamita arrojada allí por un puñado de
criminales, la visita al interior es sumamente difícil y hay que conformarse con admirarlo
dibujando sobre plomizo horizonte sus delicados perfiles y reflejando en los claros del río las
bellezas de su arquitectura.

                                                         ***

         Como dos colosos frente á frente desafiando el furor de las tempestades, están ahí el
Parlamento y la Abadía de Westminster, que con sus muros seculares no tienen el paso de los
siglos, ni con la belleza de su estilo los prodigios de la ciencia moderna.

       El primero, como el fénix de la mitología, ha brotado de sus mismas cenizas en 1840 á
impulsos del espíritu creador de Barry, y la segunda se ha levantado del no ser á la poderosa voz
de Enrique III en 1220.

        Sin embargo de esa notable diferencia de edades, yo no sé que afinidad secreta existe
entre dos maravillosos monumentos que parece que se atraen; que parece que se completan en ese
desarrollo de ideas que eslabona las evoluciones del humano espíritu.

        Esa similitud de formas en una arquitectura que se ha transmitido á través de los siglos
son toda su pureza, se me figura que inspira cierta sociabilidad en el objeto de su institución
actual.

        Penetrando á los salones del Parlamento recamados de oro, son su elegante sillería de
tapiz rojo y el trono de la Reina Victoria al lado de la desierta silla del Príncipe Alberto, es
casi necesario pensar en Licurgo10. Al sentir el aire frío que penetra por las góticas ventanas de
la Abadía, que acaricia aquellos arcos gigantescos y parece murmurar un gemido al girar entre
las tumbas, viene á la imaginación el recuerdo de Calvino.

        El uno impone sus leyes á la Gran Bretaña entre discursos elocuentes y acaloradas
discusiones; la otra difunde sus doctrinas en todas las clases sociales entre los cánticos y las
ceremonias de su culto.


10
  Aparecen dos en el diccionario enciclopédico más ignoro siquiera si se refiere a alguno de estos: Licurgo,
legislador mítico de Esparta, a quien se atribuyen las severas instituciones espartanas (¿s. IX ac.?). Licurgo,
orador y político ateniense (c. 390-c. 324 a. J.C.) aliado de Demóstenes contra Filipo II de Macedonia.
Si el pueblo necesita leyes para gobernarse en lo civil, también necesita creencias para
instruirse en lo moral.

       Ideas como estas vagaban por mi imaginación una tarde nebulosa de Julio que sentado
en una de las bancas de fierro de frente a Santa Margarita, contemplaba los esbeltos minaretes
y agudos remates de la majestuosa Abadía.

        Miraba entrar y salir heterogénea concurrencia al acercarse la hora de las ceremonias,
pero yo descubría no sé que de frialdad o indiferencia en el semblante.

        Escuchaba desde allí el órgano que acompañaba el canto melancólico cual un lamento,
tan triste como una elegía.

        Tal vez la fé cristiana en su acalorado misticismo, se sublevaba inconsciente al
presenciar la propaganda de un culto extraño.

        Al abrigo de mi carácter de tourista, penetré a la Abadía. Que majestad en sus arcos,
que grandeza en sus naves, que hermosura en su conjunto; pero triste, desprovista de adornos;
severa como un monasterio, fría como un panteón, sin duda porque en realidad en el sarcófago
inmenso de celebridades británicas; la urna colosal depositaria de históricos recuerdos.

        Al centro de la capilla de Enrique VII, se ostenta la suntuosa tumba de este monarca y
de su esposa y esparcidos á los lados, los monumentos sepulcrales de los duques de Buckingan,
Monpensier, Condesa de Richmond, la urna que guarda las cenizas de los infortunados hijos de
Eduardo IV mandados asesinar por orden de Ricardo III, en los delirios de su ambición y
otros más.

        Maria Stuart que fue decapitada por mandato de la reina Isabel, está allí frente á
frente á la estatua de esta soberana, como para significar las reconciliaciones de ultratumba.

        En las demás capillas se admiran los melancólicos grupos de Tror, el ilustre hombre de
estado expirando en los brazos de la libertad; Montagu coronado por el genio de la victoria;
Lord Holland entre las ciencias y las artes y el ángel de la muerte; el celebre orador William
Pitt al lado de la historia; el marino Corneval con, sus laureles de la batalla Foulon; Newton,
Shakespeare, Milton, Spencer y los Enriques, y los Eduardos. Y reinas, principes, guerreros,
poétas, literatos; todos despertados por el arte á la vida de la historia, en mármoles y en bronces.

        Westminster muestra al viajero que la visite, estatuas en sus altares, túmulos bajo sus
arcos, pasajes bíblicos en su cátedra, severidad en sus ceremonias.
En una de las capillas hay que visitar como notable, la gran silla que sirve para la
coronación de los reyes de Inglaterra, resguardada por leones de bronce, coronada por arabescos
de roca, y teniendo á un lado el escudo y colosal espada de S.Eduardo el Confesor, que se
emplea en las regias ceremonias..

       Es un objeto que despierta verdadera curiosidad ante la idea de que los seres predilectos
á quienes la raza ó la fortuna lleva allí se levantan del tosco sillon revestidos de un poder que,
para sus súbditos, los hace casi seres sobrenaturales.

         Más de cincuenta años de polvo empañan ahora aquellos célebres trofeos, que se
sacudirá en las exequias de la reina Victoria.

                                                  ***

        Subiendo por la puerta principal, se presenta al frente la columna de Westminster
levantada en memoria de los alumnos de la Abadía muertos en la guerra de Crimea. Y
dirigiéndose hacia la derecha hasta encontrar la calle prolongación del puente de Westminster, á
poco andar se llega a St. Jame’s Park, extenso jardín circundado de palacios y a atravesado en
toda su extensión por cristalino lago, cuyas riberas bordan aromados bosques y tapetes de flores,
y cuyas ondas cruzan multitud de cisnes y anátiles*** de todas clases.

        En el centro del lago para comunicar el uno con el otro lado del jardín, existe un
pintoresco puente rústico en cuyos barandales se entrelazan las enredaderas y cuelgan sus
matizadas guías que el agua sonriente retrata en sus cristales.

         Se atraviesa diagonalmente hacia el norte y al salir de aquellas frondosas avenidas, la
vista se detiene en la fachada del Palacio de Buckingan, residencia de la soberana de Inglaterra
cuando abandona su magnífico castillo de Windsor, que habita en el Estío.

        Una extensa reja de hierro circunda el frente de aquel Palacio, á cuya entrada dos
lujosos guardias á caballo anuncian la presencia de la reina.

         De allí se retrocede tomando la orilla del jardín y siguiendo la curva prolongación de las
calles que le siguen, se llega á la hermosa plaza de Trafalgar, circundada de elegantes edificios,
adornada con dos preciosas fuentes y la columna corintia que sostiene la estatua de Nelson
terminando la célebre victoria contra las escuadras española y francesa en 1805. Cuatro leones
en mármol descansan á los cuatro ángulos de la escalinata que le sirve de base é históricos bajo
relieves adornan el pedestal cuadrado sobre el que se alza la arrogante columna.

        Descansamos de esta expedición por la noche, en el próximo teatro de la Alambra;
precioso remedo de histórico edificio cuyos cimientos bañan el Darro y el Genil**90. Está
primorosamente decorado y la luz de las bujías quebrándose en aquellos delicados arcos y
arabescos de azul, oro y rojo que caracterizan el estilo, le imprimen una belleza idial que
despierta en el alma las románticas reminiscencias de una época llena de tradiciones, de amor y
de poesía.

        Tiene cómodos asientos, bonitas decoraciones, alegre orquesta y en la galería de tertulia,
una bien provista cantina cuyo consumo aumenta el entusiasmo cansado por aquellas
representaciones creadas al calor de una imaginación ardiente y soñadora.

        Presenciamos aquella noche, uno de esos fantásticos bailes que hacen recordar los relatos
orientales que han arrullado las veladas de nuestra infancia, dejando en la memoria ese bello
conjunto de imágenes vaporosas que á medida que los años avanzan, van desvaneciéndose á la
manera de un ensueño juvenil.

       Era aquello un enjambre de 500 humanas mariposas girando al compás de voluptuosa
orquesta, aprisionadas en festones***91 de rosas y y volantes de gasa, y envueltas en ondas
diáfanas de luz incandescente.

                                                  ***

       Corría el año 1675.

         Cristóbal Wren dibujaba sus trazos sobre el plano ligeramente inclinado de Ludgate
Hill; cavaba profundos cimientos bajo la forma de extensa cruz griega; aglomeraba inmensos
blocs de piedra gris; levantaba soberbios muros sobre los ennegrecidos cimientos de un templo
católico; modelaba cornisas, estatuas, capiteles, barandales; colocaba columnas cobre columnas;
abría ventanas sobre ventanas; derramaba escalinatas de mármol; arrancaba de los arcanos de
las ciencia atrevidos arcos; descansaba sobre ellos majestuosas bóvedas; coronaba ese conjuntos
con magnífico cimborrio circundado de esbeltas columnas corintias, rematado por una tosca cruz,
y presentaba al sucesor de Carlos II°, la majestuosa Catedral de San Pablo.

       Treinta y cinco años dilató en su construcción.

       Es hermosa, y la ausencia de imágenes que en ella se observa , trae a la mente las
reminiscencias de un culto iconoclasta.

       Tiene una extensión longitudinal de cuatrocientos diez y ocho pies, por trescientos doce
de ancho, que da una superficie de 43,472 varas cuadradas.

       Sirve de entrada elegante pórtico que se alza sobre extensa escalinata, formado por doce
columnas que se estrechan de dos en dos y soportan otras ocho de las misma forma en la que
descansa triangular frontispicio que abriga en bajo relieve la conversión del apóstol Gentil al
Cristianismo.

        Como la Abadía, guarda bajo sus bóvedas monumentos sepulcrales de ilustres guerreros
y marinos, entre los que llaman la atención la marmórea tumba del Almirante Nelson, cuyo
ataúd fue construido con el palo mayor del navío francés “L’ Orient” que hizo explosión en la
batalla de Abonkir, y la de Welington formada de un solo bloc de pórfido colcada sobre
precioso pedestal de granito y todo esto bajo una especie de arcada triunfal adornada de
barorelieves alegóricos y descansando en ocho airosas columnas de mármol.

        Otros varios sepulcros adornan las naves del templo y le dan un aspecto de melancólica
severidad.

       Los domingos asiste á los oficios del culto, numerosa concurrencia.

         A propósito de domingo, ese día cambia por completo la decoración en Londres; parece
increíble que aquellos millones de habitantes se ocultan de tal manera que es raro encontrar
algunos transeúntes vagando por aquellas calles, la víspera tan animadas, materialmente
henchidas de gente.

        No hay una casa de comercio abierta; no hay un restaurant donde comer; no hay un
carruaje que ocupa; la industria suspende sus latidos; los vapores su movimiento; hasta los
aduaneros sus registros que reservan para el día siguiente. A ratos parece una ciudad
abandonada; una necrópolis inmensa que los viajeros recorren sorprendidos de aquella variación
de vida que solo explican la costumbre y la s creencias de ese pueblo esencialmente práctico.

        Los extranjeros que en su alojamiento no cuentan con alimentación, necesitan
prepararse de antemano para no verse en peligro de pasarla muy mal el día festivo que se
figuraban ser el mejor.

        Cuando el primer Domingo pasado en Londres salimos á la calle ignorando el rigor de
esas costumbre recibimos una verdadera sorpresa ante aquella soledad imponente envolviendo en
su silencio calles y palacios, fábricas y almacenes, puentes y jardines.

        Preciso es salir aá los bellísimos alrededores en busca de distracción. La mayoría de la
gente se encierra en sus habitaciones en sus prácticas religiosas.

                                                 ***

       Los dorados reflejos que se distinguen sobre la arboledas de Kensington Park,
denuncian á lo lejos el soberbio monumento del Príncipe Alberto, á donde entre mármoles,
pórfidos** y bronces el pueblo inglés ha inmortalizado el nombre del esposo de la Reina
Victoria.

       Sobre cuatro extensísimas graderías de mármol y granito separadas entre sí por planos
tapizados de musgo, se destaca el airoso monumento, abrigando bajo el pabellón que forman sus
cuatro arcos góticos terminados en esbeltas agujas, la grande estatua del Príncipe en bronce
dorado, sentada sobre rico pedestal de granito rojo.

       Adornan los cuatro ángulos de la primera gradería otros tantos grupos también de
mármol representando Europa, Asia, África y América que se apoyan en cuadrados pedestales
del mismo material.

         El basamento que descansa en la última gradería y encima del que se levantan los
cuatro grupos de hermosas columnas que sostienen los arcos, tiene por artístico adorno ciento
ochenta y dos figuras en bajo relieve esculpidas en mármol: Admirable revista de poetas,
literatos, pintores, músicos, escultores y demás artistas de todas las naciones, que el genio ha
hecho brotar del corazón de las rocas para enriquecer las páginas del arte.

        En los cuatro ángulos de esta gradería, se admiran también otros cuatro grupos
alegóricos sobre las artes, la industria, el comerci9o, la agricultura; era preciso reunir allí todos
esos emblemas del progreso humano, para dar más realce a la perpetuidad de un recuerdo.

        Las cuatro faces de los delicados arcos, sostienen precioso frontispicios de mosaico que
adornan cornisas y arabescos de metal, y la afiligranada pirámide cuadrangular que se destaca
del centro, lleva á un altura de cincuenta y tres metros los finísimos adornos que bordan sus
aristas, los grupos de ángeles que embellecen su conjunto y la dorada cruz que le sirve de final
remate.

        Sin admirar esa grandeza del genio, esa ostentación de la riqueza y ese alarde del poder;
no es posible formarse idea completa de tan grandioso monumento.

        El Palacio de cristal con sus parques y sus maravillas; la Torre de Londres con sus
valiosas joyas y sus recuerdos de sangre; el Museo Fousand con la resurrección de sus personajes
y la sala de los tormentos en donde con tristeza se ve la ensangrentada cuchilla que entre otras
mil segó la cabeza de María Antonieta; el Ferrocarril Metropolitano que circunda la Ciudad
en prolongado tunel sin temor al enorme peso de los edificios11; el tubo de fierro que con una
circunferencia de diez metros permite el paso de un lado á otro por debajo de las aguas del
Támesis; las innumerables fábricas, los museos, los teatros,. Los almacenes, loas jardines; tanta
grandeza en fin, no es posible explicara, ni en tan poco tiempo comprenderla.
11
  Pudiera ser que el Tatarabuelo ya se refiere aquí a los comienzos del metro londinense, cuya estructura
tubular está vigente hasta nuestros días donde se le conoce como “The Tube”.
Una semana en Londres, a pesar de que no teníamos más ocupación que el paseo,
apenas fue bastante para admirar como en magnífico panorama algo de la opulenta Capital del
mundo mercantil.

        Con no poca tristeza dejamos á Londres y regresamos a Liverpool, donde nos esperaba
el Alfonso XIII detenido allí a causa de una reforma que se le hizo en la Cámara.

                                           LIVERPOOL

         Este es a mi juicio uno de los primeros puertos del mundo. Las sólidas construcciones de
piedra enegrecidas acaso por el humo se sus fábricas, le da un aspecto de seriedad imponente y
majestuosa; sus muchos establecimientos fabriles cuyas chimeneas tienden sobre la Ciudad un
velo de oscuras nubes, señalan con su ruido las pulsaciones de una vida industrial y mercantil
increíbles; sus multiplicados diques á cuyo abrigo llegan á toda hora multitud de barcos en busca
de alguna reforme o reparación necesaria, forma incomprensible panorama de cascos, mástiles y
velas retratándose en las movedizas aguas de mar que tiene á la Ciudad dividida en dos
fracciones. A un lado la parte comercial y activa con sus astilleros, almacenes y arterias llenas
de gente; al otro la recreativa y de quietud con sus quintas rodeadas de frondosos bosquecillos y
diseminadas en los descensos de poco elevada colina desde donde la vista del mar y de los docks
es admirable.

        Aquella infinidad de mástiles de los buques en reposo medio velados por los crespones de
la bruma y lijeramente mecidos por el oleaje, semeja yá á lo lejos ejercitos de gigantescos
danzeros. Los blancos mechones del vapor que se desvanecen sobre los agudos techos de pizarra
de sus edificios parece el fatigoso aliento de la industria.

        Para pasar de una parte á otra, constantemente se ven cruzar pequeños, pero lujosos
vapores para trasporte de pasajeros y mercancias, con una celeridad y exactitud admirables.

       Sin tiempo para mas, visitamos algo de lo mas notable en los dias q’ allí permanecimos.

       En la plaza de San Jorge, colocada en la parte mas alta de la ciudad, y casi frente á la
Estacion Central, se eleva una esbelta columna de oscura piedra que inmortaliza los recuerdos
de Waterloo; al otro extremo y sobre poco pedestales de canteria se hallen dos estatuas ecuestres
en bronce oxidado, representando á la Reina Victoria y el Principe Alberto.

        Forma uno de los lados de esta plaza, magnífico edificio cuyas hermosas columnas, que
se levantan sobre estensa escalinata, sostienen apoyada en ricos capiteles, ancha cornisa que
corona aquella soberbia construcción.
Bajo el volado cornisamento del frontispicio, se abriga un grupo en bajo relieve de
mármol descansando en doce columnas iguales á las anteriores, que soportan ancho arquitrave12
en el que con letras esculpidas en la piedra, se lee esta inscripción latina: Artibus, legibus,
consillis.

       El color plomo oscuro de la piedra empleada en la construcción, la sombra de las gruesas
columnas que se proyecta en los muros y en las colosales ventanas, y el inclinado techo de
pizarra que alguna vez se enconde13 entre la niebla, derraman sobre aquel conjunto un carácter
de majestuosa serenidad.

        Era un domingo por la tarde; el comercio estaba todo cerrado; pocos transeuntes se
miraban por la calle porque, como en Londres, estos dias parece que la gente se ausenta á se
entrega á la lectura de la Biblia y á las prácticas religiosas en el interior de sus casas ó en los
Templos.14

        Recorriamos la plaza admirando el edificio, cuando llamó nuestra atención un canto de
muger, tristísimo. Al pie de una de las estatuas ecuestres, pues de rodillas y acompañándose en
melancólico organillo, una muger, joven aun, dejaba oir su voz impregnada de suspiros
descubriendo en sus cadencias la hiel de oculto sentimiento; concretaban aquel cuadro
conmovedor, dos niños de corta edad cuyos raídos trajes revelaban pobreza suma; uno de ellos, el
mas pequeño, sostenia en sus manos un platillo vacio y el otro se reclinaba con tristeza en el
hombro izquierdo de la joven.

        Que amargo contraste formaba aquel grupo interesante destacándose en el fondo oscuro
del pedestal de la estatua de la Reina; aquella figura en bronce, era la elocuente significación de
la grandeza y el poder; aquellos tres seres desvalidos, personificaban la dolorosa imagen de la
miseria.

        Era una madre privada de la vista á causa de las amarguras de la viudez, que
imploraba de manera tan sentimental la caridad cristiana á la vista de un grupo de espectadores
indiferentes á la desgracia.

        Depositamos una moneda en el vacio platillo y proseguimos nuestro paseo.

       En el ángulo opuesto del edificio, se representaba otra escena de diversa naturaleza.
Colocados sobre los peldaños de la escalinata, se veia un gran grupo de hombres que por su traje
y sus maneras parecian pertenecer en su mayor parte á la clase obrera; en el centro y en escalón

12
   Parte inferior de un entablamento.
13
   Léase esconde.
14
   La ausencia casi total de gente en la calle y actividad comercial los domingos sigue siendo una tradición en
ciudades pequeñas de Inglaterra, no así las prácticas religiosas.
mas elevado, uno de ellos en altavoz hacia entusiastas predicaciones sobre sus creéncias religioas
antes aquel concurso que lo escuchaba con mareada atención.

         Es este un medio de propaganda religiosa que se emplea alli con frecuencia, según nos
informaron.
         Cuadros como los anteriores, dejaban entrever algo de las costumbres de aquel pueblo,
activo, laborioso por educación; pero frio, excéntrico por naturaleza.

        Las calles de la Ciudad son amplias y en lijero declive en que se encuentran, aumenta
su original belleza; el comercio es magnífico y de una actividad admirable á causa de su
situación respecto del mar de Irlanda y de la infinidad de buques que llegan á sus extensos
muelles; sus fábricas surten de géneros especialmente de algodón y de lana, á muchas partes del
mundo; tienen muchos y magníficos astilleros en incesante movímiento; sus edificios son hermosos
y de solidísima construcción, entre los cuales merecen mencionarse aquellos que circundan la
plaza donde están las oficinas postales, admirándose en el centro un colosal grupo en mármol
que embellece mas aún el conjunto.

        La vida es un poco menos cara que en Londres. Entre las frutas, llama la atención la
fresa que es esquisita y de un gran támaño, y colocada entre las demas en gracioso canastillos de
bejuco, presenta una vista verdaderamente incitante.

       Nosotros teniamos por hotel nuestro barco y á toda hora bajábamos á visitar la Ciudad
hasta donde lo permitieron los pocos dias que allí permanecimos.

                                                     Crepúsculo

      Poco á poco fue desapareciendo á nuestra vista la Ciudad velada por las neblinas de una
mañana melancólica y sin sol. Era el 12 de Julio.

        Pero á medida que nos alejábamos de las costas británicas el horizonte se aclaraba
paulatinamente, hasta que un sol tibio envío sus fulgores sobre nuestra embarcación, que de
regreso cruzaba otra vez el Canal de San Jorge.

       Caminábamos con gran velocidad favorecidos por un tiempo magnífico, de manera que
ocho horas después, estábamos ya muy lejos de la Inglaterra.

       Llegó la tarde; pero una tarde hermosísima; con sus caprichos de celajes15 teñidos de
púrpura, son sus grupos de nubes de armiño orladas de oro, con sus ráfagas de luz hundiéndose


15
     Aspecto del cielo cuando lo cubre nubes tenues y de varios matices (Suele usarse en plural).
en un mar tranquilo y que hiriendo oblicuamente la superficie de las dormidas olas, parecían
finísimos hilos e metal disolviéndose en el eter16.

        Las gaviotas, acariciadas por la luz crepuscular, pintaban sus alas de color de rosa al
elevarse por los aires en sosegado vuelo, ó al mecerse suavemente en las serenas ondas, porque
caminábamos no muy distantes de la costa.

        Los vapores que á lo lejos se veían, dejaban sobre el diáfano horizonte larga cabellera de
humo oscuro que á causa de la calma de la naturaleza se convertía en sosegadas nubes, y estas
semejaban, ya un ave gigantesca de extendidas alas, ya azules montañas bañándose en fluido de
oro, ya las almenadas torres de lejano castillo feudal destacándose en un fondo de rojizas garzas.

       Poco despues el horizonte tomaba un color de ópalo17 que iba desvaneciéndose en rojo,
hácia un grupo de oscuras nubes tras de las que descendian los últimos reflejos del día deshechos
en dorado polvo que retrataba cariñoso el mas sosegado mar que pueda imaginarse.

        La cámara del Alfonso XIII envuelta en el vaporoso manto de tan caprichoso
crepúsculo, nos transportaba á la Alhambra de Granada18 para admirar en miniatura sus
arcos de filigrana, sus arabescos, sus cornisas y sus dorados artesones inundados en la luz de
una tarde que movía tras los peñascos de la pintoresca Sierra Nevada, reflejándose en las
cansadas ondas del Darro.

         El mar cambió su color y poco á poco fue tomando un azul lijeramente sombreado de
reflejos de oro, y el cielo pasó á un violeta pálido sobre el que morian las postreras ráfagas del
sol que iluminaban la tumba de occidente.

       La noche se acercaba; las nubes se volvían diáfanas; las velas de los lejanos barcos se
perdían entre la bruma; las olas seguian durmiendo y el sol convertido en incandescente globo,
desaparecia de nuestra vista.

       Mar y cielo tomaron entonces una tinta naranjada que se descomponia en verde pálido,
á medida que se alejaba del dorado lecho donde acababa de dormirse el astro rey.

       Largo tiempo duro todavía un caprichoso cambiante de luces, hasta que se estinguío el
último fulgor en lucha con la claridad eléctrica que instantaneamente brotó de los apagados
16
   Fluido hipotético, imponderable y elástico que era considerado como el agente de transmisión de la luz.
17
   Piedra semipreciosa, variedad de sílice hidratada, con reflejos cambiantes irisados (tonos blancos, rosados,
rojos, azules y verdosos).
18
   Palacio nazarí (dinastía musulmana que reinó en Granada entre 1231 y 1492, hasta ser conquistados por los
Reyes Católicos), construido en los ss. XIII-XIV. Destaca por la finura de su decoración de mármol, estuco y
azulejo. En 1526 se construyó anexo el palacio de Carlos Quinto. Fue declarada patrimonio de la humanidad
por la UNESCO (1984).
globos de la Cámara del barco, y que hizo mas sensible aquella media claridad simpática de
tan espléndida puesta de sol contemplada en alta mar.

        El color marcaba las nueve y media cuando terminaba aquel maravilloso cuadro de la
mas completa variación de tintas que soñara el capricho de un artista en sus horas de
inspiración. Parecia que la noche no tenia valor de acercarse hácia el rumbo por donde el sol
habia escondido su belleza.

        A la suave opacidad de tan clara y sosegada noche, el mar bañó su fatigada superficie
de un color azul oscuro con melancólicos reflejos de plata.

        En estos instantes y como fondo de tan poético paisage, las armonias del piano
recordaban los mejores pasages de Donizetti en Lucia de Lamermoor19 á quien entre la
atmósfera de nuestros recuerdos mirábamos, ya tierna y amorosa revelando en cristalinas notas
el fuego de una pasion pura y sublime por su idolatrado Edgardo; ya triste y melancólica
sufriendo ante la ferrea voluntad de un hermano que la entregaba sin amor á otro hombre; ya
en fin llorando de dolor en el estravío de su razon arrebatada por el mas infortunado de los
amores.

        Allá á lo lejos sobre negras rocas el castillo donde acababa de morir Lucia iluminado
aun; al pie de la colina, los sepulcros de la familia de Rooenswod al frente de los cuales espéraba
Edgardo entre las sentidas notas de esa aria final llena de ternura, impregnada de lágrimas,
como el último adios de una alma enamorada en los dinteles de la eternidad.

        Cuando las últimas armonias del piano se desvanecieron en suaves ondulaciones sobre
aquellas soñolientas olas; cuando la luz eléctrica se mezcló á los crespones de aquella noche de
misteriosos encantos, pasamos de la realidad al sueño casi sin sentirlo, arrullados por el balance
del barco q’ con gran velocidad penetraba al canal de la Mancha rumbo á las playas francesas.

        Al otro dia, á las 9½ de la tarde, no de la noche, porque en aquellas latitudes y en
aquella época se oscurece cerca de las diez, descubrimos distintamente las costas del Havre20,
sobre cuyas montañas lucian, uno cerca del otro, dos brillantes faros como los ardientes ojos del
genio de la libertad que vela por los destinos de la Francia.

                                         Fiesta Nacional.



19
   Donizetti, compositor italiano (1797-1848), autor de conocidas obras líricas, una de estas es Lucia de
Lammermoor, escrita en 1835.
20
   Ciudad de Francia en la desembocadura del Sena. Fundada en 1517, fue reconstruida tras la segunda guerra
mundial.
Á las margenes del Sena, precisamente en el punto en que este rio va á confundir su
corriente con el canal de la Mancha, toma su asiento la Ciudad del Havre.

       Las dos radas que forman el Puerto, tienen excelente fondeadero que ofrece asilo seguro
á las embarcaciones que con mucha frecuencia llegan de todas partes, porque es el centro de un
gran comercio.

        Los aduaneros nos esperaban con marcadas señales de ansiedad parar registrar nuestro
equipage, en busca principalmente del tabaco de la América ó de la Habana y de los perfumes
de la Florida. Una cajetilla de cigarros de uso particular de una apreciable compañera de viage
encontrada en una maleta, fue motivo para que pretendieran llevar el bulto á las oficinas de la
Aduana, de cuya pretensión costó no poco trabajo disuadirlos.

       Instalados en Omnibus de grandes dimensiones las dos familias, y llevando mas de una
docena de bultos en el techo, penetrábamos á las calles, henchidas de gente en aquel dia.

       La Ciudad es de las mas populosas é importantes de Francia ny con el movimiento
mercantil natural á un Puerto próximo á las costas de Inglaterra.

        Tiene bonitos edificios, fábricas, jardines y una hermosa plaza en uno de cuyos lados se
encuentra el palacio del Municipio aumentando con su fachada las bellezas del conjunto. Su
situación á la orilla del mar bordada de elegantes casas, le da un aspecto pintoresco y agradable.

        Los balcones se adornaban ese dia21 con banderolas tricolores y coronas de rosas; los
buques y fragatas anclados en los muelles, se empavesaban con sus trapos de diversos colores que
duplicaba el cristal de las aguas; sobre los edificios consulares ondeaban pabellones de diversas
nacionalidades distinguiéndose el color rojo verde y blanco del nuestro á quien con gusto
contemplamos como un tributo de cariño á la Patria; las torres formaban hímno con la ronca
voz de sus campanas; varias músicas recorrían las calles á la cabeza de agrupaciones de
habitantes y algunas asociaciones con estandartes recamados de oro y multitud de banderolas,
completaba la justa animación á que se entregaba el pueblo frances ante uno de sus recuerdo
patrios, el 14 de julio; cien años de la destrucción de la Bastilla.

        Nos alojamos en el Hotel del Louvre situado á la orilla de uno de los muelles. Al frente
y brotando del seno de las aguas, con sus oscuras almenas sus negros cañones y sus terraplenes
tapizados de verde musgo, se descubria prolongada fortaleza como el severo guarda-costas de la
Ciudad; á la derecha, el mar azul salpicado de pequeñas embarcaciones que con velas
desplegadas se aproximaban atraidas por los ecos de la fiesta: bajo nuestros balcones, el ir y

21
  14 de julio, aniversario de la revolución francesa que ese año, 1889 justo conmemoraba su primer
centenario.
venir de grupos de gente que abandonaba sus quehaceres ordinarios para entregarse á los
placeres de aquella festividad excepcional.

         Poco despues nosotros tambien tomábamos parte en el regocijo universal y recorriamos
las calles mirando los bien surtidos almacenes, los vistosos aparadores, el adorno de las casas y
los festones de rosas con que se engalanaba la plaza principal.

         En el centro de esta y en amplio kiosco adornado caprichosamente, una música militar,
entre los entusiastas vivas de la concurrencia, dejaba oir las alegres notas de la Marsellesa; de
ese canto bélico entonado por el pueblo de Paris á la rojiza luz del incendio y el estruendo de la
fusilería, en los momentos en q’ caian desmoronados los muros de la Bastilla; de ese himno de
libertad que á través de un siglo conserva aun las reminicencias de un tiempo no solo para la
Francia sino para el mundo republicano que lo escucha aun con regocijo.

        Llegó la noche; la luz brotó en festones de globos encendidos; se dejó ver en estrellas de
brillantes colores; recorrío las cornisas de los edificios; se entrelazó á los remates de los balcones;
subío á las bóvedas de los templos y á la cima de los campanarios; se confundío entre el ramaje
de las acacias, y fue á acariciar las corolas de las flores en los jardines.

En la extremidad del muelle que penetra al mar, subian infinidad de cintas de luz dibujando
inmensa curva sobre el horizonte, remataban en instantaneos grupos de estrellas de colores que
reproducia el cristal de las ondas.

       Unas veces el cielo se cubria de movedizos ramilletes de flores que al nacer se
marchitaban; de blancos luceros que al brillar morian; de doradas espirales que descendian
lentamente perdiéndose en el espacio como rápidas exhalaciones.

        Otras, menuda lluvia de oro formaba sobre nuestras cabezas y encima de los piendos
techos de las casas, cortinajes de tul recamadas en fina pedreria, que en su descenso algunas veces
iba á sumergirse entre las olas.

         De improviso se iluminó una fortaleza que se elevaba al estremo del terraplen dela
muralla y que durante el dia no habiamos visto a causa de su violenta improvisación; sus
puertas y ventanas circundadas de múltiples colores, vomitaban a intervalos, lenguas de fuego; de
las almenas se desbordaba la luz en dorados chorros; los soldados y el pueblo se aproximaban y
huian envueltos en una claridad deslumbradora; tachonada de azul y rojo, y las inquietas aguas
de la Mancha parecian sonreir al retratar el simulacro de un recuerdo que entre luces, músicas y
flores, á perpetuado á través de los años su belleza.
Despues de aquellos juegos de luz, gran serenata atraía á la plaza elegante concurrencia
que se perdia en las avenidas del parque, ó descansaba en villas y bancas de fierro bajo los
bosquesillos de castaños y de tilos.

        Por todas partes músicas recorriendo las calles; aquí, os juegos de la fortuna recorrian en
derredor compacta multitud en pos de la ganancia; mas allá, un enjambre de niños tomaba por
asalto sus caballos de madera para emprender un viage sin término; por otra parte los
saltimbanquis22 divertian al pueblo con sus piruetas, y los bufones le hacian reir con sus agudos
chiste.

            Una sola expresión, alegria, era el programa de tan simpática fiesta.

        Á las siete de la mañana del dia siguiente, caminábamos en cómodo wagon de un tren
rápido, á la capital de Francia. Sus horas de ansiedad y treinta francos de pasage nos
separaban nada mas de la Ciudad del Sena, si no detenia nuestra marcha algun accidente
ferroviario.

                                                Paris.

            ¿No será, decíamos, un sueño inspirado por un deseo irresistible?

        Entonces no lo era; pero mañana figurará tan solo entre las mas agradables recuerdos
de nuestra existencia, con todas las formas de un sueño color de rosa.

            Esta es la vida.

        Soñar despiertos, en la niñez con los juegos infantiles, en la infancia con las mariposas,
en la juventud con el amor, en la virilidad con el himeneo, después con los proyectos, mas tarde
con la ambición y al fin de la jornada con la virtud y los recuerdos.

        Pero en ese encadenamiento de locuras inocentes, diversiones sin formas, encantos
dolorosos, amarguras que consuelan, deseos no satisfechos, creéncias evaporadas é imágenes que
van desvaneciéndose á medida que el invierno de la vida se aproxima, el hombre, ese gigante de
la nada que se titula rey de la Creación y se aniquila; ese pigmeo de la grandeza que de su
pequeñez se eleva á lo infinito, no ha hecho más que recorrer una serie de imprecisiones, más o
menso agradables ó congojosas según su sensibilidad nerviosa y calor de temperamento, que
cuando han pasado no dejan en su imaginación mas que las perfumadas brumas del recuerdo.

       A impulsos de un deseo que entonces juzgaba irresistible, ¡cuantas veces en el
aislamiento de mis delirios juveniles, he recorrido las calles de París que la fantasía me había
22
     Titiritero.
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Viaje Ramón Cárdenas

  • 1. Sirvan estos recuerdos como un testimonio de gratitud á los beneficios recibidos, y á las emociones sentidas á la vista de una naturaleza poblada de misterios. Ramón Cárdenas Estimados todos: Esta es la transcripción del viaje a Europa realizado en el siglo XIX por nuestro tatarabuelo Ramón Cárdenas, abuelo de Ma de los Angeles Ulibarri Cárdenas, nuestra querida abuelita Angélica. El documento es histórico para nuestra familia ya que es un escrito a mano en un antiguo cuaderno francés que aún conservamos y espero escaneemos algún día, pero también lo es porque describe un mundo que no existe más. Un mundo donde la única manera de llegar a otro continente era en barco, donde no había electricidad ni teléfonos, donde la energía provenía del carbón y las aguas del lago aún existían en el Anáhuac. Nuestro tatarabuelo llegó a Europa justo para poder atestiguar el despertar de la Revolución Industrial en Inglaterra y la exposición mundial en Paris, que maravilló al mundo de la época tal y como lo hace en 2010 la exposición mundial de Shanghi, pues es antecesora de esta. En esa ocasión Francia conmemoraba 100 años de su revolución y mostraba al mundo una maravilla de su arquitectura que el abuelo quería visitar y así lo hizo: la Torre Eiffel. Comparto con ustedes este documento con la sola advertencia que respetamos en todo caso la ortografía original, la cual es impecable pero antigua en algunas palabras, y fueron agregadas algunas notas explicativas.
  • 2. APUNTES DE UN VIAJE RAMÓN CÁRDENAS, 1889 Partida. Si todo en este mundo placer fuera, el placer en este mundo no existiera. Confirmé la verdad de este pensamiento cuando al partir de la Ciudad de México una mañana de junio y a pesar de que comenzaba a ver realizada una de las mas bellas ilusiones de una vida, visitar Europa, sentí una impresión de tristeza desconocida al separarnos de un grupo de amigos muy queridos que tuvieron la amabilidad de ir a despedirnos a la Estación de Buena Vista. Mas de una lágrima tembló sobre unos párpados entristecidos por el pesar de una separación temporal, pero no por eso exenta de amarguras para nosotros. Ante los destinos de la humanidad, aquello era casi necesario. En efecto, si la vida se deslizara siempre entre infinitos goces, acariciada siempre por el aliento de una felicidad eterna, no podríamos apreciar la dulzura de esos goces porque no existiría un término de comparación que hiciera perceptibles impresiones antes desconocidas y sin nombre. Sin los crespones que la noche tiende sobre las montañas, cuelga de los campanarios y despedaza en todas partes, no podríamos dar valor a ese manto de luz en que el sol se envuelve al dormirse tras lejanas cordilleras en tarde caprichosa del Estío, ni a las bellezas de un crepúsculo matinal que penetrando a través de los cristales de entreabierta ventana, sorprende en nuestros labios la última sonrisa de un sueño color de rosa. La tristeza interándose siempre a las horas de placer. Así es el mundo. La salud aconsejaba el viaje, y los grandes deseos de realizarlo, no retrocedieron ante los naturales obstáculos para conseguirlo. Llegó la hora; el silbato de la locomotora anunció el instante de la partida; el tren se puso en movimiento; los pañuelos se agitaron en señal de cariñoso adiós y poco tiempo después la
  • 3. Capital quedó envuelta en las transparentes brumas de la mañana que se levantaban de la serena superficie de los lagos. Entonces inclinamos la frente con tristeza ante la idea de un viaje largo y peligroso, y la imaginación fluctuaba entre el cariño de la patria y la esperanza de visitar un mundo nuevo para nosotros. ¿Volveríamos á ver á nuestros parientes á nuestros amigos á nuestra querida México? El corazón respondía que sí, y sin embargo, este pensamiento tenía mucho de amargura. El tren avanzaba con rapidez atravesando las áridas llanuras de Apan y de Soltepec, las peladas lomas de la Estación de Apizaco1 y unas horas después se presentó a nuestra derecha la tradicional montaña de Malintzin cuya cima desprovista de vegetación y cruzada por delgados hilos de plata, dibuja sus perfiles sobre un magnífico cielo azul. Mas adelante, túneles y precipicios; los pintorescos panoramas de los desfiladeros de Maltrata; los elevados puentes de fierro suspendidos sobre el abismo; Córdoba y Orizaba envueltas en su manto de flores y verdura, y por término de esos triunfos del trabajo y de la ciencia y esas caprichosas manifestaciones de una naturaleza llena de encantos, el mar visto a la luz de los focos eléctricos de la Ciudad de Veracruz2. Tal fue el prólogo de nuestro viaje. A un lado del Castillo de San Juan de Ulúa3 y al frente de otros buques y fragatas, el “Alfonso XIII” con sus elevados mástiles, sus negras chimeneas y sus recogidas velas, se mecía imperceptiblemente sobre el tranquilo mar. Sus escotillas iluminadas por la luz eléctrica interior, semejaban larga procesión fantástica en la media claridad de la callada noche Ese magnífico Vapor debía ser nuestra habitación flotante para cruzar, entregados a merced de los elementos un tanto dominados por la ciencia, el Golfo de México con sus caprichos, el mar de las Antillas con la vista de sus islas y el Océano Atlántico con su majestad sublime, con sus agitadas olas y sus frecuentes tempestades. El día ocho a las nueve de una mañana, risueña como nuestras esperanzas, subíamos la dorada escala del buque y penetrábamos á su elegante cámara. 1 Los dos primeros poblados se encuentran actualmente ubicados en el Estado de Hidalgo, en el centro de México. Mientras que Apizaco está en el Estado de Tlaxcala. 2 Cordoba y Orizaba son las primeras ciudades del Estado de Veracruz que uno encuentra viajando desde la Ciudad de México, las temidas Cumbres de Maltrata fueron durante largo tiempo el obstáculo natural entre Veracruz y el altiplano mexicano, actualmente se puede ver esta formación montañosa entre túneles que la atraviesan y por donde continúa la autopista. 3 Esta construcción es una antiguo fuerte militar español que guardaba la entrada al puerto de Veracruz, pero también se utilizó como prisión, actualmente es museo.
  • 4. El Alfonso XIII. Este barco es uno de los mejores de la Compañía Trasatlántica Española; tiene una extensión de 410 pies de, 50 de manga y 36 de altura, sin contar con la Cámara que se eleva sobre cubierta, encima de la cual está el observatorio y pieza del Capitán; 170 personas de tripulación y mas de 5,000 toneladas de porte. Construido en uno de los astilleros de Escocia é ideado sin duda por una imaginación soñadora, fue botado al agua en Enero del presente año de 1889. ¿Conocéis los tesoros de esa bellísima arquitectura que entre arabescos, grecas y afiligranados arcos guarda en la Alambra de Granada los recuerdos de la dominación de los árabes? Con los secretos de esa arquitectura se ha construido el hermoso salón de recreo. Sostiene el dorado artesón y extenso tragaluz los labrados cristales, una serie de esbeltas columnas sobre cuyos esmaltados capitales descansan unos airosos arcos formados por tres o más curvas que se enlazan en sus extremidades y constituyen la originalidad del estilo. Las columnas se levantan sobre ligeros pedestales unidos entre si por gracioso barandal de pequeños arcos y forman á un lado del salón, un paralelogramo de corredores desde donde se domina el hermoso comedor que se extiende precisamente debajo de este piso. En el otro extremo, se halla la escalera fraccionándose en dos amplios ramales hacia uno y otro lado, y entre esta y los corredores, hay un regular espacio en uno de cuyos extremos y recargado sobre el barandal de la escalera se encuentra colocado un piano vertical á cuyos lados tiene hermosos jarrones lacre oscuro que ostentan grandes grupos de flores artificiales. En todo el derredor del salón están los asientos tapizados de peluche oro viejo y azul pálido, que ofrecen cómodo lugar para el descanso y el recreo. El oro, el azul de cielo, el crema y el blanco, son los colores que entrelazándose caprichosamente en toda la extensión de la Cámara, forman hermoso conjunto que recibe la luz á través de los cristales oro y rojo de una serie de ventanillas que permiten la vista del mar en todas direcciones.
  • 5. Para amortiguar la luz, hay otras tantas cortinillas de lana y seda listadas de oro viejo y azul que abriéndose por el centro, se recogen en ligeros pliegues por medio de cordones y borlas de igual color. Tres grandes lámparas de brillante metal blanco sostienen entre azucenas de opalino cristal, un grupo de bombillas de Edison, y por todas partes, adheridas al artesón, se ven repartidos muchos globos apagados para la iluminación eléctrica. El comedor de la primera clase, es extenso y con elegantes sillones giratorios, mesas de nogal y cómodos divanes, de igual tapicería á los del salón, colocados bajo las circulares escotillas que dan paso a la luz. Mas de trescientas personas se pueden sentar con toda comodidad á aquellas mesas de fina porcelana y jardineras de plata cubiertas de flores y plantas tropicales. Al fondo se ven los estantes encierran la pequeña biblioteca recreativa de que pueden hacer uso los pasajeros, previa la entrega de un recibo de la obra que elijan. Los camarotes, cada uno de los cuales puede contener hasta cuatro literas, si no pueden llamarse lujosas, si son demasiado cómodas é iluminadas también con la luz eléctrica que se enciende ó se apaga á voluntad del pasajero y que permanece en actividad toda la noche. Frente a la alfombrada escala que dá acceso de los pasillos de los camarotes al comedor, hay una capilla dedicada á la virgen del Carmen, preciosa escultura en madera, y en honor de la cual se celebra allí todos los días el sacrificio de la Misa. La cubierta del barco es extensa bien pavimentada, y entoldada con grises lienzos de lona, permite pasear con la comodidad que place a los balances y respirar á todas horas las saludables brisas marinas. Casi en el centro del buque y en el punto que separa la primera de la segunda clase, está el salón de fumar con varias mesas para los juegos permitidos, cómodos sillones y divanes acojinados, iluminado también con luz eléctrica. Lugar de agradables reuniones para la gente seria, que algunas veces, con toda seriedad, se desplumaba mutuamente. El ronco estallido del cañón cuyo eco prolongado se perdió en el espacio, anunció que se levaba el ancla; se repitieron los adioses, los suspiros, las lágrimas; y las personas que habían ido a despedir á sus parientes y amigos descendieron para colocarse en sus pequeñas lanchas, y comenzó a sentirse el movimiento oscilatorio del barco que se ponía en marcha a las once de la mañana. El viaje era al fin una realidad.
  • 6. Poco a poco fueron haciéndose pequeñas las oficinas del muelle y los edificios de la heroica Veracruz, hasta perderse a nuestra vista ocultos por las brumas y la distancia; el movimiento se aumentó; el ruido de la maquinaria se hizo mas perceptible; las olas se estrellaban con mas fuerza contra los costados del barco y pocas horas después de perdían a lo lejos las playas mexicanas. Pasadas las primeras impresiones para quien por primera vez se siente abandonado en aquella inmensidad azul que lleva impresa con caracteres de gasa sobre el cielo y de armiño sobre el agua la idea sublime de la grandeza de Dios, pudimos admirar el magnífico espectáculo de nuestra navegación. Cielo y mar únicamente abarcaban nuestros ojos; de México no quedaba ya mas que el rumbo señalado por blanca estela sobre azules ondas; pero en recuerdo su imagen iba en el fondo de nuestra alma. Tomaron pasaje en la misma embarcación algunas familias mexicanas á quienes conocíamos nada mas de vista; pero la intimidad natural del viaje hizo nacer unas relaciones de amistad que se estrechaban cada día mas. Primero fueron los cumplidos, después las conversaciones sobre el punto objetivo de nuestro viaje, mas tarde éramos ya casi una familia. Tres chiquitines de una de ellas, tenían en constante alboroto aquel salón; pero alguna vez nos divertían las travesuras propias de su edad y las piruetas y equilibrios á que el balance obligaba. El resto del día se pasó con los quehaceres de la instalación y las primeras distribuciones de ordenanza, todas al toque de sonora campana ó de ronco tambor de cobre que hacia crispar los nervios. Llegó la noche, mas negra y mas imponente, pero mas solemne y llena de misterios que las noches de la tierra; las estrellas diseminadas sobre un cielo oscuro, parecían lucir con mas viveza pero con un fulgor negro y brillante como si estuvieran en lucha con las tinieblas que se levantaban de la inquieta superficie de las aguas. A su dudosa claridad, solo podía distinguirse que el color del horizonte se había confundido con el sombrío azul del mar, y que el barco, semejante a un palacio ricamente iluminado, flotaba en medio de aquel insondable cáos. El majestuoso silencio de la noche era interrumpido por el monótono ruido de la máquina de vapor y el sordo rumor de las olas que la quilla colosal del buque separaba en su rápida carrera. Desde la barandilla de cubierta se distinguían á cierta distancia las brillantes fosforescencias de las olas que se estrellaban unas contra otras, semejando fantásticos fuegos
  • 7. fatuos persiguiéndose en rápido movimiento sobre la oscura superficie. Y en medio de aquel maravilloso conjunto de sublimes manifestaciones de una naturaleza majestuosa, la idea de Dios siempre fija en la mente como la dulce esperanza de feliz arribo. Cuando por las noches se iluminaba instantáneamente aquella lujosa Cámara y la luz eléctrica se quebraba en argentados rayos al pasar a través de los cristales de colores revistiéndose de mil cambiantes, cuando se reflejaba en aquellos delicados arcos y labrados artesones, y salía por las ventanas y las escotillas para irse a perderse entre las sombras que parecían surgir del seno de las aguas; cuando las armonías del piano, sentidas unas veces como los suspiros de amor de las esclava etíope soñada por Verdi; juguetonas otras como las inspiraciones voluptuosas de Bizet, apagaban el rumor de las olas que se desbarataban en armiñada espuma, preciso era olvidarse de que cruzábamos aquella inmensidad sublime, entregados a los caprichos del destino. A causa de las fatigas y emociones del primer día y del sofocante calor de los camarotes, apenas podíamos conciliar el sueño, suavemente mecidos por el ligero balance de nuestra inmensa nave. A las primeras horas de la mañana del día siguiente, estábamos ya sobre cubierta con el anhelo de presenciar la salida del sol; pero una plomiza nube se levantaba por el Oriente y cuando se disipó, ya el astro iba muy alto sobre un cielo azul purísimo; todavía el cielo querido de la patria. Serían las cuatro de la tarde cuando se presentaron a lo lejos las costas de la península de Yucatán y poco tiempo después el barco se detenía a larga distancia de la rada de Progreso, porque el fondo del mar no permitía acercarnos mas. Varias lanchas cargadas unas con henequén, conduciendo otras algunos pasajeros, se vieron desprenderse de la playa, y suavemente mecidas por el viento que inflaba sus pequeñas velas, tomaban mayores proporciones á medida que se aproximaban a nosotros. Cuando los últimos fardos de ese filamento se elevaban por los aires con extraordinaria facilidad por las poderosas grúas de vapor para depositarse en las bodegas, se dio la señal de partida; algunos momentos después, á la indecisa claridad de las postreras horas de la tarde, nos poníamos de nuevo en marcha con una velocidad de diez y seis millas por hora. La Habana A las ocho de una mañana nublada y calurosa, penetrábamos á la bahía de la Habana pasando frente al pintoresco castillo del Morro, y atracaba el buque hasta rozar sus costados on uno de los muelles de madera que se prolonga sobre el agua.
  • 8. La bahía es extensa, de gran fondo y resguardada de los vientos casi por todos lados, ofrece abrigo seguro á los buques que están allí en constante movimiento; las colinas que la circundan, cubiertas por grupos de palmeras, extensos cafetales y verdes cementeras, y salpicadas de edificios, presentan agradable perspectiva desde el muelle. Tres días permanecimos anclados presenciando el curioso mecanismo de pequeños vagones automáticos que para descargar el carbón de piedra , se agitan en un ir y venir constante sobre delgados rieles colocados a determinada altura á manera de puentes colgantes. Recibe el vagoncito una carga de carbón, camina por los rieles hasta el punto de descarga, se detiene y abre sus puertas para dejar caer el carbón, á manera de colosal insecto que abres sus alas para emprender el vuelo, retrocede a recibir de nuevo la carga y en este constante trabajo, dirigido por un solo hombre, permanece largas horas y practica así en la descarga con extraordinaria facilidad y prontitud. La introducción de este material de los lanchones á los buques, la hace una columna de harapientos chinos que llevan en su semblante las huellas de una salud combatida por los narcóticos y en sus pesados movimientos los signos de la indolencia tan generalizada en personas de su raza. Sentados en la cubierta de las lanchas, toman su alimento que consiste regularmente en pescado frito, garbanzos y arroz que hacen pasar del plato á la boca de una manera original por medio de unos palillos delgados. Después del almuerzo, se tienden sobre aquellos negros tablones sin darse por entendidos de los abrasadores rayos de un sol tropical que parece calcinar aquellos ambulantes y tiznados esqueletos. A causa del natural temor por causa de los avanzado de la Estación, no pudimos visitar con detenimiento la Ciudad y solamente al caer la tarde y cuando las primeras brisas de la noche comenzaban á refrescar la temperatura, íbamos a recorrer algo de los mas importante que hay en ella. El parque central en medio del que, sobre elevado pedestal de mármol blanco se levanta una bella estatua de la Reina Isabel, también de mármol, es el mejor de los paseos de la perla de Cuba; multitud de bancas y sillas de fierro imitando bejuco repartidas en las calles del jardín, ofrecen agradable descanso á la concurrencia que por las noches gusta de ir a respirar el aire fresco y a oír la serenata al fulgor de apacible luna ó de brillantes focos de luz eléctrica. Aunque escaso de vegetación, es un lugar simpático y centro de reunión de la sociedad cubana que con trajes de colores claros y recargadas las señoras de brillantes, circula por aquellas callecillas hasta horas avanzadas de la noche.
  • 9. Lo circundan algunos portales, bonitos edificios, el pórtico del famoso Teatro del Facón y varios cafés lujosos profusamente iluminados, que dejan resonar en sus bóvedas ó dorados cielo-razos, la tremenda algazara de los concurrentes; bullicio que alegra, pero que también aturde y es propio de las gentes de Cuba. Una de esas noches se presentaba Mille Nitouche en el Facón y esto nos proporcionó la ocasión de conocerlo. Es hermoso, de una extensión como nuestro Nacional; número igual de pisos y poco mas o menos la misma altura; pero preciosamente iluminado por magnífica lámpara de centro cuajada de globos de cristal apagado que envían sus fulgores sobre aquel conjunto ricamente decorado de oro y blanco. Las plateas están todas fraccionadas con divisiones á la altura de los asientos, que permiten á la concurrencia mayor lucimiento. El muro divisorio del salón con el pasillo que rodea aquella extensa herradura, tiene unas ventanas con cristales y rejas de metal para proporcionar mayor ventilación cuando la temperatura lo reclame. El vestíbulo sostenido por columnas de cantería, cubierto con elevado tragaluz y pavimentado de mármol gris y blanco, es elegante; pero en nuestro concepto inferior y mas pequeño que el del Nacional; hay ahí un café y billares en los corredores altos desde donde perfectamente se contempla salir aquella concurrencia casi toda vestida de blanco, recargada de adornos y cuyos trajes vaporosos se hacen mas notables en la gente de color. La víspera de partir olvidamos el temor y en carruaje recorrimos las calles. La parte nueva ó reformada de la Ciudad está formada de bonitos edificios, confortables hoteles y buenas casas de comercio; pero la antigua es estrecha, descascada y escasa e luz y de atractivos. Allí sufrió nuestro barco una verdadera invasión; cerca de trescientos pasajeros embarcaron para diversos puntos de España; la primera clase quedó completamente llena y la calma que disfrutábamos, terminó ante la algazara de un enjambre de muchachos de todas edades y todos genios; traviesos, llorones, pleitistas; todo en fin lo que se puede encontrar en esos bulliciosos retoños de la humanidad. Tampoco faltaron los títulos de nobleza, embarcaron también los marqueses de X; personas estimables y de fina educación, pero con el orgullo que ellos creían inherente á una nobleza que en nuestro concepto la moderna civilización no admite. Al despedirse un lacayo de color de la Sra. marquesa, se dignó esta tenderle una mano que aquel, satisfecho de tanta preferencia, besó con cariñoso respeto.
  • 10. Iba también el conde de Z, alto, robusto, color rosado, pelo chino, en buena edad y cuyo vestido distaba mucho de corresponder al dueño de grandes posesiones en Cuba, según diría la crónica viajera. Su carácter serio lo hacía huir del trato de los pasajeros y refugiarse en su camarote de preferencia. La hija, la condesita, como de quince años de edad, pasados muchos de ellos sin duda en la reclusión de un Colegio, a juzgar por sus constitución enfermiza, parecía una flor delicada á quien falta el aire perfumado de los vergeles y el calor vivificante de una atmósfera libre para desarrollar sus tallos escaso de color y de vida. Extremadamente pálida, ligeramente rubia, descuidada en el adorno de su persona, era sin embargo simpática; entregada á la lectura en compañía de una aya inglesa en el mas solitario lugar del barco, no tomaba parte en la sociedad formada por los pasajeros, acaso por que le habían inspirado la idea de que sus títulos exigían aquel aislamiento, al menos entre nosotros los republicanos. Participaba del orgullo de su padre al grado de haber rehusado el brazo que, al descender la escalera del salón y en los momentos de fuerte balance, le ofreciera un joven, con toda la urbanidad de un caballero, para evitarle una caída. Aquel desaire que molestó naturalmente al joven habanero, ocasionó con el padre de la Condesa serio disgusto en el buque y que terminó con un duelo en forma verificado en Santander, cuyos resultados ignoramos. Nosotros veíamos con indiferencia aquellas demostraciones de despotismo, acaso por que siempre hemos creído que la nobleza de sentimientos es lo que verdaderamente eleva sobre los demás hombres. Mal tiempo A las últimas luces de una tarde nebulosa y humedecida por una menuda lluvia, que presagiaba algún próximo temporal, salimos de la Habana entre los saludos entusiastas de todos los vapores y fragatas allí anclados, y al resplandor de los cohetes de bengala que se elevaban por el aire, reflejándose en la superficie de las aguas como brillantes cintas de movediza luz. Eran aquellas manifestaciones de afecto, porque el Capitán del Puerto salía con nosotros en el Alfonso XIII. Dos horas mas tarde el cielo se cubrió de nubes, la lluvia se desató con fuerza y el viento soplaba de una manera terrible en la misma dirección que llevábamos haciendo caminar al
  • 11. buque con mayor velocidad, pero imprimiendo un movimiento de babor a estribor que no permitía permanecer en pie. Creció a tal grado la oscuridad de la noche, que fue preciso aumentar los focos de luz de las farolas de proa y que el ronco bramido del vapor se dejara escuchar á cada instante toda la noche para anunciar nuestra rápida marcha, y evitar así un choque no difícil en aquellas circunstancias. Para aprovechar la fuerza del viento, se desplegaron algunas velas en cuyos toscos pliegues silbaba con siniestro rumor, pero el balance aumentó de tal manera que las piezas de la vajilla y demás objetos del servicio que no estaban colocadas en sus rejillas ó con la seguridad necesaria, rodaban produciendo gran ruido al estrellarse con el pavimento; las agitadas olas se azotaban contra los cristales de las escotillas y bañaban la cubierta del buque, salpicando de espuma las vidrieras de las ventanillas de la Cámara, que era lo mas alto de la nave. La tripulación se ocupaba toda en las maniobras que la situación reclamaba, y esos cantos tristes de los marineros en sus faenas, especie de gemidos de amargura, mezclados á los demás ruidos de aquella noche tempestuosa, aumentaban las naturales inquietudes de los pasajeros, a pesar de las seguridades que el Capitán ofrecía con inalterable tranquilidad, confiado en las magníficas condiciones de su barco. No fue posible dormir ni permanecer en los camarotes, así es que pasamos la noche reclinados en los asientos del comedor, pensando que si la vida de mar tiene sus atractivos, también cuenta sus situaciones difíciles y fundados temores, que están en mayoría. El día siguiente amaneció nublado y lluvioso, y el viento soplaba casi con la misma velocidad; era que, según supimos después, se levantó un ciclón cerca del Golfo de México y nos alcanzó al salir de la Habana, continuando el temporal por espacio de cinco días muy molesto y lluvioso, pero el cielo un poco mas claro y el viento un poco menos fuerte. Pasados aquellos días fastidiosos, continuaron las tertulias, los bailes, los juegos de prendas, para interrumpir la monotonía del viaje. En toda reunión numerosa, en cada viaje prolongado por mar, se necesita un tipo que proporcione motivos de distracción á los demás y casi siempre la reunión lo elige por unanimidad ó mejor dicho, el mismo se da á conocer, y de aquí viene esa popularidad. Tocó en turno en esta vez á un joven que embarcó en Veracruz en pos de un tío rico que tenía en España. Estatura regular, delgado, nariz irregular, porque excedía en dimensiones á las reglas de la estética, ojos idem porque eran mas pequeños de lo que el arte prescribe, cutis extremadamente áspero, y todo este conjunto desprovisto del mejor adorno de una cabeza, el pelo, por que en Veracruz se puso en manos de una rapista que le dejó la parte superior del
  • 12. cráneo como la palma de la mano y esto le daba un aspecto verdaderamente raro. Por lo demás, era un muchacho de buen ver y que soportó con heroísmo su papel, de finas maneras y buena educación. En el juego a él tocaba perder, en la cantina pagar, en las reuniones divertir; pero todo lo hacía con gusto, al menos aparente, por que comprendió sin duda que en su situación no tenía otro recurso. Desembarcó en Santander y no sabemos si encontró al tío rico, ó se botó al mar, como diría. En alta mar Sublime inmensidad; en tu grandeza hay algo del mortal desconocido; hay algo en tu belleza que nunca al contemplarte he comprendido; y al mecerme en tus olas lejos muy lejos de la patria amada rendido a melancólicas tristezas, ni puedo conocer donde acabas, ni puedo distinguir donde empiezas. ¡Dios! murmurarán tus olas sosegadas cuando de fresca brisa húmedos besos por mi frente siento; ¡Dios! Repiten tus olas encrespadas al deshacerse en armiñada espuma, y Dios, proclama en su furor el viento cuando en pesada bruma envuelve su color el firmamento. Sublime en todo en tu extensión inmensa, y el hombre que te admira bañando el mundo desde polo á polo, en el Dios infinito solo piensa, en el Dios infinito cree tan solo. ¿A dónde llevas tus inquietas olas, una tras otra en rápidas carreras, sin rumbo, sin camino, hasta remotas playas extranjeras? Confíame tu destino
  • 13. hoy que a tu vista de inquietudes lleno sorprendido te admiro. Dime que guarda tu profundo seno; ¿qué significa tu rizada espuma y que se esconde en tu impalpable bruma? ¿Por qué inquieto unas veces te elevas en montañas azuladas, y en tu abismo sepultas las velas de los barcos destrozadas, y te unes al furor de la tormenta que sobre ti se agita y tu bramido el pánico aumenta? ¿Por qué a veces tus serenas ondas retratan en su espejo del cielo azul las tintas primorosas, o el último reflejo del sol que envuelto en nubes purpurinas va a dormirse en tus aguas cristalinas? Mas ¡ay! ya lo adivino; todo en ti se asemeja a nuestra vida, porque es un mar también nuestra existencia; tranquila algunas veces al dulce halago de la ilusión querida que acaricia la mente, cuando á mirar n el cenit se alcanza la estrella que nos muestra sonriente el ángel bienhechor de la esperanza. Inquieta en ocasiones si al corazón agobia la amargura, al alma la destrozan las pasiones y entre recuerdos mueren postreras ilusiones que nuestra vida halagan, y el dolor y el hastío la luz de nuestra fe crueles apagan.
  • 14. Es tu abismo reflejo misterioso del corazón humano que nomás el conoce lo que guarda; las dudas que acibraran la existencia, son los crespones e tu sombra parda ofuscando el fulgor de la conciencia; y los copos de espuma que coronan la frente de tus olas al beso silencioso de la brisa, del corazón que sufre son la falsa sonrisa con que cubre la hiel de sus dolores, para que el mundo necio no insulte sus continuos sinsabores. Hay naufragios también allá en la tierra, cuando ha perdido el hombre la fe y la paz que el corazón encierra. ¡Inmensidad sublime! Cada ola que se rompe bulliciosa Contra la quilla del Alfonso Trece, con su rumor siniestro el gemido de un monstruo me parece y la tristeza entre el placer nos deja; que si un paso a la Europa nos avanza, un paso de la patria nos aleja. Prosigue en tu continuo movimiento, y en tus tranquilas olas que avanzan hacia tierras muy lejanas mecidas por el viento, conduce hasta las playas mexicanas de mi cariño patrio un pensamiento. A bordo del Alfonso XIII ¡Tierra! Con que satisfacción contemplamos surgir el sol de las azules ondas entre purpurinas ráfagas de luz, cuando después del temporal cesó la lluvia, se aplacó el viento y el cielo destrozó sus oscuros crespones para enseñarnos su purísimo fondo azul, como la imagen cariñosa de anhelado bien, tras de prolongadas horas de amargura.
  • 15. Cuan cierto es que tras de la tempestad viene la calma. El tiempo siguió muy bueno y nosotros continuamos nuestra marcha sin contemplar otra cosa que espacio y agua confundidos. Nunca se presentó a mi imaginación con toda la sublimidad de su grandeza el gigantesco pensamiento de Colón, como en aquellos días en que a pesar de los inmensos adelantos de la ciencia y la seguridad de rumbo cierto, nos veíamos acosados por los elementos en medio del Océano, inconmensurable en aquellos momentos; infinito a nuestra vista que se perdía entre olas y entre nubes. Aquella seguridad científica del ilustrado genovés en empresa maravillosa; aquella grandeza del alma para desafiar los peligros de incierta navegación en busca de un mundo dibujado en sus ensueños; aquel valor para abandonarse á los mares sin mas faro que la luz de sus meditaciones, sin mas guía que su vacilante brújula y en aquellas embarcaciones entregadas á la voluntad de los vientos, se presentaron á mi imaginación con todo el esplendor de su importancia, y no pude menos que consagrar un pensamiento de admiración á aquel héroe de la ciencia á quien tantos desengaños debían amargar los recuerdos de su gloriosa navegación, después que vino á colocar una preciada joya en la Corona de Castilla. Un tiempo magnífico nos permitió después disfrutar de los hermosos cuadros que mar y cielo presentaban a nuestras miradas. Los peces voladores asustados por la proximidad de la nave, se levantaban de la serena superficie de las aguas para ir a sumergirse en una ola más distante, y en su pausado vuelo brillaban á la luz del sol, como si estuvieran modelados en bruñida plata. Los oscuros delfines se elevaban sobre las azules ondas, se hundían y volvían a salir mas adelante, y en esa carrera de ondulaciones, se perseguían unos á los otros hasta perderse allá á lo lejos. Alguna ballena asomaba su enorme cabeza sobre las olas y arrojaba sus curiosos chorros de agua, semejando á larga distancia gemelas fuentes brotantes. Una infinidad de peces de diversas dimensiones huían precipitadamente cuando la quilla del barco rompía las ondas dividiéndolas en inmensos copos de espuma, y otros seguían la prolongada estela con la esperanza de un festín formado de los desperdicios de la masa arrojados al mar.
  • 16. Por la noche, cuando la luna se levantaba sobre un cielo despejado y reflejaba su luz en las calladas olas, era una colosal esfera de fundida plata bañándose en aquellas aguas bordadas de armiño, é inundándolo todo con una claridad apacible como las ideas que su contemplación inspiraba, Y aquellos crepúsculos inundados de poesía al caer la tarde; aquellos horizontes matinales bañados de luz al nacer el día; aquel manto azul recamado de estrellas; aquella extensión oscura tapizada de espuma, todo descubría á nuestras miradas la grandeza de los caprichos, la belleza de las sonrisas de una naturaleza llena de misterios. Pero todo ello no ahogaba en el alma los ardientes deseos de arribar á puerto. Serían las cinco de la tarde del 26 de junio cuando cruzando por los aires unas, y otras meciéndose tranquilamente sobre las cansadas ondas, descubrimos un grupo de gaviotas grises y blancas, como la inequívoca señal de que no estábamos ya lejos de las playas europeas. Con que regocijo fueron saludadas aquellas cariñosas anunciadoras de que pronto veríamos realizados nuestros deseos. En efecto, al confín del horizonte hacia nuestra derecha, se distinguió una línea mas oscura y la palabra tierra, se escapó de los labios de los marineros que dirigían á aquel rumbo sus miradas. Lo que el atrevido geógrafo sintiera al escuchar esta expresión sublime en los momentos en que vacilaba la fé de sus pilotos, en aquellos instantes en que, sí sus ligeras naves bogaban tranquilas sobre el líquido elemento, sus ilusiones parecían hundirse en el mar de las decepciones, pudimos comprenderlo a través del entusiasmo que causó en nosotros. Las barandillas de sobrecubierta se coronaron de gente y en todos los semblantes se adivinaba el regocijo. Poco a poco fue haciéndose más perceptible aquella línea hasta que distinguimos perfectamente el Cabo de Finisterre que doblábamos rumbo a La Coruña; horas después estábamos frente a la ciudad lánguidamente reclinada á la orilla del mar de su nombre, reproduciendo en él sus blancos edificios, sus torres y jardines, y las fértiles colinas que la cercan. Por falta de agua en aquellos momentos, no pudo el buque acercarse al presto y quedamos anclados un poco distantes á la vista de aquellos de declives manchados vegetación y cuyas faldas iban á sumergirse en las azules ondas. La noche tendió sus oscuros cortinajes y lentamente fueron brotando las luces del alumbrado de la ciudad, que a lo lejos parecían un enjambre de luminosos insectos escondiéndose entre los edificios y en el ramaje de las calzadas del parque próximo a la playa.
  • 17. Como no pudimos bajar á tierra por falta de tiempo, nos retiramos á dormir anclado aún el barco. Al día siguiente, cuando al subir sobre cubierta buscábamos aquel pintoresco paisaje para admirarlo a la luz de un sol rojo que parecía brotar del fondo del mar, el panorama había cambiado. La Coruña, a la manera de un sueño desvanecido, desapareció de nuestra vista como por encanto, porque el Alfonso se puso en marcha á la media noche. Mar y cielo otra vez formaba nuestro mundo. Paréntesis. A mi hija Lola. Estamos sobre la nave, y las olas avanzando, va una tras otra marcando su blanca huella al pasar, y observamos á su paso, más pequeña la siguiente, hasta morir lentamente sobre la extensión del mar. Así son las ilusiones; Sí alguna muere otra nace y cuando esta se deshace están otras por llegar. Mas cuando avanzan los años nuestra frente encaneciendo, una a una van muriendo como esas olas del mar. Y ya que así fueran todas; las olas cuando se alejan, ninguna señal nos dejan dibujada sobre el mar. Pero hay ciertas ilusiones que nos destrozan el alma; roban la paz y la calma en nuestra vida al pasar. Mas tú que á vivir empiezas entre goces y esperanza,
  • 18. avanza feliz, avanza, sin que te abrume el pesar, y que del mundo las penas no lacren tu alma bella, y pasen sin dejar huella como las olas del mar. Santander. Cuando las primeras luces de un crepúsculo matinal bellísimo se extendieron sobre el cielo de España y el sol anunció con su vanguardia de encendidas nubes su próxima aparición sobre un mar en calma, llegábamos frente al puerto de Santander. Era el 28 de junio. A causa de la baja marea, no pudimos efectuar el desembarque sino hasta después del almuerzo. En los momentos en que este finalizaba y los tapones de champaña al artesonado del comedor produciendo un ruido sui generis que tanto anima los últimos instantes de una mesa, y el espumoso licor se desbordaba en opalinas ondas sobre el cristal de las copas, y retozaba en los sonrientes labios de los pasajeros , penetrábamos a la pintoresca bahía, saludándola con el natural entusiasmo de aquel momento. Pisábamos al fin la tierra de la Europa. La tarde sumergió en el fondo del mar sus primeros cortinajes de luz y dejó sobre el horizonte una claridad azul rosa que se reproducía en el sereno Golfo de Gazcuña; el tiempo era magnífico. Desde lo más alto de las lomas en cuyos declives toma asiento la ciudad de Santander hasta bañar sus plantas en las ondas del mar, el panorama era muy hermoso. A la derecha, las pintorescas habitaciones de Peña Castillo sobresaliendo de frondosos bosquecillos y jardines, las verdes sementeras que descienden suavemente de la colina hasta confundirse con las arenosas playas, el camino de Burgos que entre bosques y sembrados serpentea hasta perderse á lo lejos. Al frente, el Golfo dormido en aquella hora, salpicado de pequeñas embarcaciones y barcas de pescadores de sardinas y más allá el negro casco del Alfonso en cuyo elevado mástil ondeaba la bandera azul y blanca, distintivo de la compañía española.
  • 19. A nuestros pies, la ciudad con sus altos edificios, sus estrechas calles y sus campanarios, descansando en las ondulaciones de la colina y retratándose en las ondas que van a parar casi al pedestal de la estatua de Velarde en la plaza del muelle. Sobre la parte más elevada se levanta como sereno centinela, cuadrangular atalaya que con su bandera desplegada sirve de señal á las embarcaciones que llegan aquel puerto, y en la espaciosa calzada que conduce á ella, se derrama entre bosques de madreselva y murallas de enredadera rosa y blanca, una serie de preciosas casas de campo, sin orden, sin alineamiento y ostentando encima del ramaje de los árboles, los vivos colores de sus muros y de sus persianas, los labrados cristales de sus ventanas y miradores, los delicados balcones de fierro y agudos techos de pizarra gris, algunos de los cuales rematan en pararrayos y veletas. Y todo ese conjunto del arte y la naturaleza teñido por los tintes de rosado crepúsculo; embellecido por los atractivos de incesante cultivo; envuelto en la atmósfera de los jardines; y al frente de un mar azul sosegado, era el paisaje que se presentaba á nuestros ojos; el primer cuadro con que nos recibía la Europa. Del otro lado de las colinas, se encuentra el Sardinero; pintoresco lugar de baños de mar con elegantes casas, lujosos hoteles y restaurants rodeados de jardines, enlazados por calzadas de castaños y á la orilla de espeso bosque de verdinegros pinos adonde nunca el sol perturba una sombra perfumada y deliciosa. Al pie de la falda y á la orilla del mar que forma en aquel punto extenso semicírculo resguardado de los vientos por fértiles colinas, está el establecimiento. Balneario construido sobre la arenosa playa en prolongada galería que tiene en el interior doble serie de cuartos para los baños en tina y cuyo amplio corredor mira hacia el mar. La vista desde allí es bellísima; ese anfiteatro formado por pintorescos edificios, bosques y jardines, pardas y caprichosas rocas y laderas tapizadas de verde pasto, tiene por escenario una superficie azul que espera en sonrientes olas sobre límpidas arenas regadas de microscópicos caracoles y conchillas. Varias casetas con su abovedado techo y laterales de genero4 listado azul y blanco y colocadas sobre la indispensable tarima rodada que permite aproximarlas con facilidad hacia el mar, se hallan esparcidas sobre la arena esperando a las bañadoras que en caprichosos trajes se ocultan ahí, para entregarse después a las tranquilas ondas que juegan con ellas, como con las perlas y corales que brotan en el fondo del océano. 4 Al parecer por genero se refiere a tela tal y como todavía se utiliza la misma palabra en Chile.
  • 20. En la estación de los calores hay un ferro-carril de vapor que hace viajes cada media hora, con el mayor precio de 35 céntimos por persona. Se puede ir también en carruaje por la pintoresca calzada del Alta Volvamos a la ciudad. En el centro de la plaza del Muelle cuyas banquetas casi besan las aguas del golfo y sobre elegante pedestal de piedra gris, hay una estatua en bronce oxidado representando al héroe del 2 de mayo. El general Velarde al lado de una pieza de artillería de montaña, está de pie en actitud de alentar á los soldados al combate, con la mano izquierda elevada á lo alto, sosteniendo la espada en la derecha y descubriendo en su semblante el ardor bélico de su alma. Al frente del pedestal se lee: “Velarde. 2 de mayo de 1808.” En el otro lado: “A la gloria del héroe. 1880” Y en los costados se ven bajo-relieves en bronce representando la fama que pregona las victorias y la España que corona a sus defensores.5 Circundada la plaza por doble hilera de frondosas acacias á cuya sombra se encuentran asientos de piedra, es un lugar de agradable reunión cuando en el verano se anhelan respirar las frescas brisas marinas. Santander es una Ciudad pequeña, de estrechas y torcidas calles, de no grande movimiento mercantil, pero alegre, simpática y sobre todo, con hermosísimos alrededores. El carácter de sus pobladores es afable; la vida es cómoda; la sardina fresca, excelente y tan barata que llega a venderse á diez centavos el ciento; la fruta abundante, en especialidad los chabacanos que son riquísimos y del tamaño de nuestros duraznos. Algunas personas suelen llamarles mata-gallegos, sin duda porque alguna vez produjeron molesta enfermedad á los habitantes de la Coruña. Por las tardes, cuando han cesado para todos las horas de trabajo, las jóvenes con la cabeza descubierta, la sonrisa en los labios, los chinos6sobre las mejillas y con el inseparable abanico en movimiento, circulan por las calles y el muelle en alegres grupos sin más ocupación que el paseo. 5 Se refiere a Pedro Velarde, del cual dice el Larousse: ... militar español (Muriedes 1779 – Madrid 1808). Planeo con Daoíz un levantamiento militar contra la invasión francesa y fue muerto en los hechos del 2 de mayo de 1808. 6 ¿Rizos?
  • 21. La mujer del pueblo comparte allí, como en otras partes de Europa, los trabajos del hombre: Se la ve guiando el arado en las labores del campo, conduciendo en los caminos á los animales de carga y transportando por las calles grandes bultos sobre la cabeza. A nuestro desembarque, un grupo de mugeres se disputaba la conducción de nuestras maletas y al fin una muger robusta y boruquienta fue quién las transportó. Sin costumbre de mirarla así, justamente llamó nuestra atención considerarla en estas labores ajeas a la debilidad de su sexo. Quién sabe hasta ahora que punto sea conveniente á la sociedad, distraerla de las atenciones de la familia en el santuario del hogar. El Faro de San Jorge. La noche era obscura y tempestuosa; cargado estaba el cielo de negras nubes; cubierto estaba el mar de agitadas olas, y el bramido del viento y el rumor de las aguas y los ecos de electricidad lejana, aumentaban las siniestras tintas de aquella escena destinada á ser el fondo de tristísima tragedia. A la luz de rápido relámpago que se desprendió de fantástico nubarrón, pudo distinguirse a lo lejos una barca de pescadores que ansiaba ganar en aquellos terribles momentos, las costas de la Inglaterra. Había recogido sus destrozadas velas para libertarse de la velocidad del viento; pero juguete de embravecidas olas, no le era posible encontrar un rumbo cierto y se entregaba con heroicidad en abierta lucha con el furor de los elementos. En tanto que el bravo marino que la guiaba, con serenidad jamás perdida en iguales ocasiones, luchaba con el encrespado mar sin más recursos que su valor y sus conocimientos, no lejos de la playa, en abrigada habitación y á la rojiza luz de encendida chimenea, una familia elevaba entre sollozos sus plegarias de cielo, ante el amargo recuerdo de los peligros de aquella noche de tempestad. Negro presentimiento hacía latir el corazón de la afligida esposa, al pensar en el regreso del atrevido pescador, que debía verificarse aquella misma noche. Ya se distinguían a ala luz de los relámpagos las anheladas costas, aumentándose así los peligros en aquellos angustiosos instantes, cuando se escuchó un sordo rumor en la barca seguido de terrible sacudimiento. La débil embarcación había chocado contra ignoradas rocas y hecha pedazos se hundía para siempre en el abismo.
  • 22. Al día siguiente, de la barca solo quedaban los fragmentos de madera arrojados a la playa por las olas; de Jorge el marino, el recuerdo de un valor entre sus compañeros y la amrgura de su muerte en el alma de su esposa. Esta, algún tiempo después, hizo construir el referido faro en aquel sitio, para evitar nuevos accidentes con aquellas rocas que le arrebataran su felicidad. Tal es, poco más ó poco menos, la historia que os referirá algún marinero á la vista del solitario centinela que se levanta sobre pequeños peñascos negros, inmortalizando un recuerdo de cariño y un rasgo de caridad. El faro con su color amarillento oscuro, sosteniendo por remate gran farola de cristal y surgiendo de las rocas á donde el mar rompe sus ondas, presentaba una vista agradable y melancólica por las reminiscencias de su origen. Al pie de la cilíndrica torre, sobre las desiguales crestas que sobresalen de la superficie del mar y apoyada en los húmedo muros, se ve un pequeño garitón de poderosa solidéz para poder resistir el choque de las olas; allí está el vigilante encargado de encender la luz desde los primeros anuncios de la noche. Era latarde del 1° de julio cuando penetrábamos al canal que lleva el mismo nombre del faro, A nuestra derecha y veladas por las vespertinas brumas, distinguíamos las costas de la península de Gales y á la izquierda, allá á lo lejos, las de Irlanda. La marea baja, otra vez mas, no nos permitió llegar ese día a Liverpool y permanecimos toda la noche á larga distancia de la Ciudad que entre la niebla apenas distinguíamos. Al amanecer del día siguiente continuamos nuestra marcha encontrando á cada paso vapores y fragatas cruzando en todas direcciones, varios faros flotantes llamados Chatas y un movimiento de embarcaciones que hasta entonces no habíamos presenciado. Las brumas que aumentaban gradualmente, pero no tan espesas que impidieran distinguir las costas, nos indicaron que muy pronto nos encontraríamos en la nebulosa Albion.7 Poco tiempo después, en efecto se hizo visible á nuestra vista la Ciudad de Liverpool coloreada en el suave declive de una forma que termina en prolongada serie de diques en cuyos macizos muros se estrellaban constantemente las olas. 7 Albión, primer nombre conocido de Gran Bretaña.
  • 23. Después del almuerzo bajamos a tierra y teniendo noticia de que nuestro barco permanecería en puerto más de doce días, determinamos marchar a Londres en compañía de una de las familias mexicanas, única con quien habíamos hecho el viaje desde Santander. Atravesamos al otro lado de la Ciudad en ligero y precioso vaporcito, y á las seis de la tarde penetrábamos a aquella soberbia Estación cuyo movimiento admira, y tomábamos un tren rápido que nos transportó á la gran Ciudad de las nieblas, de la industria, del comercio y del Spleen.8 Una distancia como de 75 leguas, se hace en cuatro horas y media con una velocidad vertiginosa, febril, imposible; sin más detención que unos cuantos minutos en la estación de Greeve, para el cambio de tren, que se hace con una velocidad inglesa, y á la hora que señalan las manecillas de grandes relojes de esqueleto colocados cerca de la via por donde aquel debe partir. Causa verdadera admiración ver que con todo el camino recorrido, no hay un solo sitio por pequeño que sea que no esté cultivado. Las poblaciones, fabriles en su mayor parte, como lo demuestran sus multiplicadas dimensiones; los extensos sembrados de avena y de trigo bordados de florecillas rojas y blancas; los bosques de un verde oscuro por entre cuyo espeso ramaje se ve asomar pintoresca Quinta ó las esbelta torre de escondida Iglesia; las Estaciones con sus caprichosas oficinas, sus grandes acopio de materiales y sus depósitos de Wagones; todo se sucede á cada instante formando bellísimo, pero rápido panorama que solo á cierta distancia es dado contemplar, porque de cerca los objetos á causa de la extraordinaria rapidez no pueden distinguirse. Serían cerca de las once de una noche clara como no siempre se ven en Londres, cuando entrábamos á la Ciudad mas populosa del mundo y nos alojábamos en el Royal Hotel Black- Friar y que dibuja sus seis elevados pisos en las serenas aguas del caudaloso Támesis. Instantes después, sin esperar en nuestro anhelo al día siguiente, recorríamos las calles, próximas al alojamiento, encontrándolas tan concurridas y animadas como si no hubiera noche para aquellos incansables habitantes; como si no hubiese reposo para aquellos inmensos almacenes. LONDRES. Es tan soberbia la Ciudad, tan grandiosa y admirable, como indescriptible. Los suntuosos edificios de piedra y mármol que aglomeran sus siete pisos en hermosa y sólida construcción; altos puentes de fierro por los que á cada instante se ven cruzar rápidos 8 Stress.
  • 24. trenes que dejan sobre los techos de pizarra oscura sus regueros de humo transparente; calles interminables a la vista, llenas de carruajes de todas clases y gentes de á pie casi atropellándose en peligrosa confusión para poder seguir cada uno su camino; el Támesis que arrastra su caprichosa corriente bajo aquellos magníficos puentes de piedra y de fierro, cruzado a toda hora por lanchas de todas dimensiones y pequeños vapores que ceremoniosamente inclinan sus altas chimeneas al pasas por aquellas macizas bóvedas; el humo de las innumerables fábricas; formando constantemente plomizo diesel á un gigantesco templo de la industria; la cenicienta niebla que acaricia con sus húmedos besos los agudos techos y los remates de las Iglesias y envuelve en sus crespones la cúpula de la Catedral de San Pablo y las atrevidas agujas de la Abadía de Westminster; el Parlamento con sus torres cuadrangulares que dibuja en los cristales del rio su triple serie de góticas ventanas;hermoos jardines diseminados en la Ciudad , desde el Victoria Park con su fuente de granito, hasta el aristocrático Hyde Park cerca del maravilloso monumento del Príncipe Alberto; trenes sobre las azoteas, trenes por las calles, trenes debajo de la tierra un incansable ir y venir. Todo, todo, forma un conjunto que extasía, una grandeza que encanta, una fiebre de vida y un movimiento de 4,700,000 habitantes que nos e suspende ni en las altas horas de la noche. Y sin embargo no hay ruido relativamente; parece que todo se hace allí en silencio; hasta el rodar de los carruajes sobre aquellos tersos pavimentos; hasta el rumor de la industria parece participar de esa aparente frialdad del pueblo inglés. Había llegado a Londres en aquellos días el Sha de Persia y por consiguiente se aumentaba el bullicio cuando este Soberano en compañía del Príncipe de Gales salía a recorrer las principales calles de la Ciudad, Tropas formando prolongada calle; ricos carruajes conduciendo ä grandes personajes de la política inglesa; las lujosas carretelas descubiertas de la familia real y de los visitantes, y aquella soberbia guardia imperial que formaba escolta al heredero de la corona de Inglaterra, provocaban mayor animación, si es posible darla, á la mas populosa Ciudad del mundo. El ejército inglés está elegantemente uniformado pero con especialidad la referida guardia. Casco de acero con dorado remate del que brota hacía atrás largo mechón que ondea sobre la espalda; casaca de paño negro con charreteras y bordados de oro; cubierto el pecho con brillante coraza en la que se reflejan los dorados cordones que circundan el brazo derecho; ajustado pantalón blanco con galones de oro; bota alta de charol negro; espada pendiente del talí azul bordado; guante blanco y está figura, un magnífico frisón negro que cubre su albardón 9 con una piel natural de oso: he aquí el soldado de esa guardia cuyo conjunto en movimiento ofrecía una vista verdaderamente admirable. 9 Aparejo más alto y hueco que la albarda, que se pone a las caballerías para montar en ellas.
  • 25. Nosotros veíamos aquella desigualdad social con tristeza y aquel ceremonial en la Corte como una ostentación de la riqueza y el poder. Pero a pesar de todo esto, se disfruta en Londres una verdadera libertad; el extranjero al menos, no siente el peso de la monarquía; en las Aduanas en las Estaciones, en los hoteles, el viajero no se apercibe de esa escrupulosidad de inspección de la policía tan indispensable en esos grandes centros. A la llegada al hotel se inquieren losd atos necesarios, pero sin aparato, sin exigencia, y aquellos sirve de punto de partida, porque no es una mera fórmula esa inquisición. La policía en Londres, uniformada con elegancia, goza de gran prestigio t se le respeta por todos. En las calles de gran movimiento en que la circulación de los coches no se interrumpe ni un instante, se hace necesaria su intervención para que la gente de á pie pueda pasar de una acera á la otra; el agente hace entonces una ligera señal y todos los carruajes se detienen para dejar libre el paso. En el centro de las principales calles, de trecho en trecho, hay en derredor de la columna de fierro que sostiene elegante farola, una banqueta circular rodeada de postes que sirve de refugio a los transeúntes; verdaderos islotes en aquel inquieto mar de carruajes. La vida en Londres es mas cara que en cualquiera otra parte de Europa, pero se vive bien; en los hoteles el servicio y el aseo son esmerados, a pesar de sus siete pisos y de sus trescientos o cuatrocientos cuartos, porque para los elevadores no hay alturas, ni para la actividad importa el número de habitantes; no hay bullicio relativamente á la concurrencia, porque las piezas alfombradas y el pasillo del alta lana en los corredores y escaleras, apaga el rumor de las pisadas; los criados visten constantemente de etiqueta y sin duda cambian la camisa todos los días, á juzgar por su limpieza. En el extenso comedor que adorna sus bóvedas con pinturas alusivas, sus muros con espejos, sus vidrieras con cortinas y sus mesas con flores, se cree asistir á un banquete diario en donde sola falta la familiaridad en los comensales, porque en efecto, si no hay compañeros ó personas de igual nacionalidad al menos, no hay siquiera el cambio de un saludo. Y sin embargo de todos esos motivos de comodidad, fuera de aquellas cosas que tienen por movil el dinero, se nota mucho egoísmo que deja ver cuánto sufrirá el extranjero que llega a Londres con escacés de recursos. Esto explica sin duda porque hay tanta miseria, allí donde hay tanta grandeza. Una tarde que recorriamos la calle Cornhill, nos detuvo el sonido destemplado de un violín; un muchacho como de doce años de edad, pálido, enfermizo y cuyo traje pregonaba honda miseria, estaba de pie en el extremo de una tabla que en la otra extremidad tenía un pequeño
  • 26. barrote perpendicular; de este a la rodilla había una cuerda tirante á la que estaban atados algunos mal forjados muñecos de genero y madera, cuyos pies tocaban á la superficie de la tabla. Al compás de la música movía el muchacho la pierna y los muñecos, disque bailaban. Era aquella una manera original y triste de pedir una limosna; pero aquella sociedad no oía. Ni una moneda de cobre; ni una mirada compasiva obtenía siquiera aquel desheredado de la fortuna, al frente mismo del palacio de la Bolsa por cuyo soberbio pórtico de columnas corintias entraban y salían ricos personajes; al lado del palacio de la Banca en cuyas oficinas de pago, el sonido del oro apagaba las notas de aquel instrumento suplicante. Crueles constantes en los destinos de la humanidad. Describir lo que admiramos; explicar, lo que sentimos, no es posible. Pequeños cuadros entresacados de mi recuerdos, es lo que consigo como impresiones de un viaje, pero sin olvidar por ellas los atractivos de la patria. *** Desde el Hotel Real que fue nuestra habitación, e hace un bonito paseo á pie siguiendo las pintorescas márgenes del Támesis formadas de elegantes edificios con jardines exteriores que en suave declive llevan sus bosquesillos y rosales hasta las rejas de fierro o pretil de piedra que los limitan. Siguen después, la Escuela de la Ciudad, de hermosa fachada con sus tres esbeltas torrecillas que elevan á gran altura sus remates de fierro; las extensas construcciones y jardines del templo; el magnífico puente de Waterloo bajo cuyos arcos atraviesa la calle á que nos referimos y cuya altura llega el primer piso de los edificios; la aguja de Cleopatra que con sus jeroglíficos y esfinges egipcias descansa sobre macizo pedestal de sillería gris brotando de las aguas; el elevado puente de fierro que soporta sus cuatro series de rieles para que los trenes, salvando la calle, penetren hasta la estación de Charing Cross, y por término de la jornada, el célebre Parlamento; pero todo esto hermoseado con la calzada de árboles que alternándose con las farolas bordan la orilla del río; los vapores que en ir y venir constante surcan las ondas, y la perspectiva que ofrecen los edificios y parques de la ribera opuesta. Formando un ángulo con la prolongación del puente de Westminster y los bordes del Támesis, se levanta con toda la arrogancia de su objeto, con toda la riqueza de su arquitectura gótica, el soberbio Parlamento construido sobre los calcinados cimientos del anterior que destruyó un incendio y ocupando una superficie de treinta mil metros cuadrados.
  • 27. Torres cuadrangulares que lo vigilan, esbeltas agujas que lo coronan, estatuas que lo embellecen y elegantes ventanas que lo iluminan, hacen de ese maravilloso edificio una de las estrellas que brillan en el horizonte artístico de la Inglaterra. Desde que en 1885 intentó su destrucción la dinamita arrojada allí por un puñado de criminales, la visita al interior es sumamente difícil y hay que conformarse con admirarlo dibujando sobre plomizo horizonte sus delicados perfiles y reflejando en los claros del río las bellezas de su arquitectura. *** Como dos colosos frente á frente desafiando el furor de las tempestades, están ahí el Parlamento y la Abadía de Westminster, que con sus muros seculares no tienen el paso de los siglos, ni con la belleza de su estilo los prodigios de la ciencia moderna. El primero, como el fénix de la mitología, ha brotado de sus mismas cenizas en 1840 á impulsos del espíritu creador de Barry, y la segunda se ha levantado del no ser á la poderosa voz de Enrique III en 1220. Sin embargo de esa notable diferencia de edades, yo no sé que afinidad secreta existe entre dos maravillosos monumentos que parece que se atraen; que parece que se completan en ese desarrollo de ideas que eslabona las evoluciones del humano espíritu. Esa similitud de formas en una arquitectura que se ha transmitido á través de los siglos son toda su pureza, se me figura que inspira cierta sociabilidad en el objeto de su institución actual. Penetrando á los salones del Parlamento recamados de oro, son su elegante sillería de tapiz rojo y el trono de la Reina Victoria al lado de la desierta silla del Príncipe Alberto, es casi necesario pensar en Licurgo10. Al sentir el aire frío que penetra por las góticas ventanas de la Abadía, que acaricia aquellos arcos gigantescos y parece murmurar un gemido al girar entre las tumbas, viene á la imaginación el recuerdo de Calvino. El uno impone sus leyes á la Gran Bretaña entre discursos elocuentes y acaloradas discusiones; la otra difunde sus doctrinas en todas las clases sociales entre los cánticos y las ceremonias de su culto. 10 Aparecen dos en el diccionario enciclopédico más ignoro siquiera si se refiere a alguno de estos: Licurgo, legislador mítico de Esparta, a quien se atribuyen las severas instituciones espartanas (¿s. IX ac.?). Licurgo, orador y político ateniense (c. 390-c. 324 a. J.C.) aliado de Demóstenes contra Filipo II de Macedonia.
  • 28. Si el pueblo necesita leyes para gobernarse en lo civil, también necesita creencias para instruirse en lo moral. Ideas como estas vagaban por mi imaginación una tarde nebulosa de Julio que sentado en una de las bancas de fierro de frente a Santa Margarita, contemplaba los esbeltos minaretes y agudos remates de la majestuosa Abadía. Miraba entrar y salir heterogénea concurrencia al acercarse la hora de las ceremonias, pero yo descubría no sé que de frialdad o indiferencia en el semblante. Escuchaba desde allí el órgano que acompañaba el canto melancólico cual un lamento, tan triste como una elegía. Tal vez la fé cristiana en su acalorado misticismo, se sublevaba inconsciente al presenciar la propaganda de un culto extraño. Al abrigo de mi carácter de tourista, penetré a la Abadía. Que majestad en sus arcos, que grandeza en sus naves, que hermosura en su conjunto; pero triste, desprovista de adornos; severa como un monasterio, fría como un panteón, sin duda porque en realidad en el sarcófago inmenso de celebridades británicas; la urna colosal depositaria de históricos recuerdos. Al centro de la capilla de Enrique VII, se ostenta la suntuosa tumba de este monarca y de su esposa y esparcidos á los lados, los monumentos sepulcrales de los duques de Buckingan, Monpensier, Condesa de Richmond, la urna que guarda las cenizas de los infortunados hijos de Eduardo IV mandados asesinar por orden de Ricardo III, en los delirios de su ambición y otros más. Maria Stuart que fue decapitada por mandato de la reina Isabel, está allí frente á frente á la estatua de esta soberana, como para significar las reconciliaciones de ultratumba. En las demás capillas se admiran los melancólicos grupos de Tror, el ilustre hombre de estado expirando en los brazos de la libertad; Montagu coronado por el genio de la victoria; Lord Holland entre las ciencias y las artes y el ángel de la muerte; el celebre orador William Pitt al lado de la historia; el marino Corneval con, sus laureles de la batalla Foulon; Newton, Shakespeare, Milton, Spencer y los Enriques, y los Eduardos. Y reinas, principes, guerreros, poétas, literatos; todos despertados por el arte á la vida de la historia, en mármoles y en bronces. Westminster muestra al viajero que la visite, estatuas en sus altares, túmulos bajo sus arcos, pasajes bíblicos en su cátedra, severidad en sus ceremonias.
  • 29. En una de las capillas hay que visitar como notable, la gran silla que sirve para la coronación de los reyes de Inglaterra, resguardada por leones de bronce, coronada por arabescos de roca, y teniendo á un lado el escudo y colosal espada de S.Eduardo el Confesor, que se emplea en las regias ceremonias.. Es un objeto que despierta verdadera curiosidad ante la idea de que los seres predilectos á quienes la raza ó la fortuna lleva allí se levantan del tosco sillon revestidos de un poder que, para sus súbditos, los hace casi seres sobrenaturales. Más de cincuenta años de polvo empañan ahora aquellos célebres trofeos, que se sacudirá en las exequias de la reina Victoria. *** Subiendo por la puerta principal, se presenta al frente la columna de Westminster levantada en memoria de los alumnos de la Abadía muertos en la guerra de Crimea. Y dirigiéndose hacia la derecha hasta encontrar la calle prolongación del puente de Westminster, á poco andar se llega a St. Jame’s Park, extenso jardín circundado de palacios y a atravesado en toda su extensión por cristalino lago, cuyas riberas bordan aromados bosques y tapetes de flores, y cuyas ondas cruzan multitud de cisnes y anátiles*** de todas clases. En el centro del lago para comunicar el uno con el otro lado del jardín, existe un pintoresco puente rústico en cuyos barandales se entrelazan las enredaderas y cuelgan sus matizadas guías que el agua sonriente retrata en sus cristales. Se atraviesa diagonalmente hacia el norte y al salir de aquellas frondosas avenidas, la vista se detiene en la fachada del Palacio de Buckingan, residencia de la soberana de Inglaterra cuando abandona su magnífico castillo de Windsor, que habita en el Estío. Una extensa reja de hierro circunda el frente de aquel Palacio, á cuya entrada dos lujosos guardias á caballo anuncian la presencia de la reina. De allí se retrocede tomando la orilla del jardín y siguiendo la curva prolongación de las calles que le siguen, se llega á la hermosa plaza de Trafalgar, circundada de elegantes edificios, adornada con dos preciosas fuentes y la columna corintia que sostiene la estatua de Nelson terminando la célebre victoria contra las escuadras española y francesa en 1805. Cuatro leones en mármol descansan á los cuatro ángulos de la escalinata que le sirve de base é históricos bajo relieves adornan el pedestal cuadrado sobre el que se alza la arrogante columna. Descansamos de esta expedición por la noche, en el próximo teatro de la Alambra; precioso remedo de histórico edificio cuyos cimientos bañan el Darro y el Genil**90. Está
  • 30. primorosamente decorado y la luz de las bujías quebrándose en aquellos delicados arcos y arabescos de azul, oro y rojo que caracterizan el estilo, le imprimen una belleza idial que despierta en el alma las románticas reminiscencias de una época llena de tradiciones, de amor y de poesía. Tiene cómodos asientos, bonitas decoraciones, alegre orquesta y en la galería de tertulia, una bien provista cantina cuyo consumo aumenta el entusiasmo cansado por aquellas representaciones creadas al calor de una imaginación ardiente y soñadora. Presenciamos aquella noche, uno de esos fantásticos bailes que hacen recordar los relatos orientales que han arrullado las veladas de nuestra infancia, dejando en la memoria ese bello conjunto de imágenes vaporosas que á medida que los años avanzan, van desvaneciéndose á la manera de un ensueño juvenil. Era aquello un enjambre de 500 humanas mariposas girando al compás de voluptuosa orquesta, aprisionadas en festones***91 de rosas y y volantes de gasa, y envueltas en ondas diáfanas de luz incandescente. *** Corría el año 1675. Cristóbal Wren dibujaba sus trazos sobre el plano ligeramente inclinado de Ludgate Hill; cavaba profundos cimientos bajo la forma de extensa cruz griega; aglomeraba inmensos blocs de piedra gris; levantaba soberbios muros sobre los ennegrecidos cimientos de un templo católico; modelaba cornisas, estatuas, capiteles, barandales; colocaba columnas cobre columnas; abría ventanas sobre ventanas; derramaba escalinatas de mármol; arrancaba de los arcanos de las ciencia atrevidos arcos; descansaba sobre ellos majestuosas bóvedas; coronaba ese conjuntos con magnífico cimborrio circundado de esbeltas columnas corintias, rematado por una tosca cruz, y presentaba al sucesor de Carlos II°, la majestuosa Catedral de San Pablo. Treinta y cinco años dilató en su construcción. Es hermosa, y la ausencia de imágenes que en ella se observa , trae a la mente las reminiscencias de un culto iconoclasta. Tiene una extensión longitudinal de cuatrocientos diez y ocho pies, por trescientos doce de ancho, que da una superficie de 43,472 varas cuadradas. Sirve de entrada elegante pórtico que se alza sobre extensa escalinata, formado por doce columnas que se estrechan de dos en dos y soportan otras ocho de las misma forma en la que
  • 31. descansa triangular frontispicio que abriga en bajo relieve la conversión del apóstol Gentil al Cristianismo. Como la Abadía, guarda bajo sus bóvedas monumentos sepulcrales de ilustres guerreros y marinos, entre los que llaman la atención la marmórea tumba del Almirante Nelson, cuyo ataúd fue construido con el palo mayor del navío francés “L’ Orient” que hizo explosión en la batalla de Abonkir, y la de Welington formada de un solo bloc de pórfido colcada sobre precioso pedestal de granito y todo esto bajo una especie de arcada triunfal adornada de barorelieves alegóricos y descansando en ocho airosas columnas de mármol. Otros varios sepulcros adornan las naves del templo y le dan un aspecto de melancólica severidad. Los domingos asiste á los oficios del culto, numerosa concurrencia. A propósito de domingo, ese día cambia por completo la decoración en Londres; parece increíble que aquellos millones de habitantes se ocultan de tal manera que es raro encontrar algunos transeúntes vagando por aquellas calles, la víspera tan animadas, materialmente henchidas de gente. No hay una casa de comercio abierta; no hay un restaurant donde comer; no hay un carruaje que ocupa; la industria suspende sus latidos; los vapores su movimiento; hasta los aduaneros sus registros que reservan para el día siguiente. A ratos parece una ciudad abandonada; una necrópolis inmensa que los viajeros recorren sorprendidos de aquella variación de vida que solo explican la costumbre y la s creencias de ese pueblo esencialmente práctico. Los extranjeros que en su alojamiento no cuentan con alimentación, necesitan prepararse de antemano para no verse en peligro de pasarla muy mal el día festivo que se figuraban ser el mejor. Cuando el primer Domingo pasado en Londres salimos á la calle ignorando el rigor de esas costumbre recibimos una verdadera sorpresa ante aquella soledad imponente envolviendo en su silencio calles y palacios, fábricas y almacenes, puentes y jardines. Preciso es salir aá los bellísimos alrededores en busca de distracción. La mayoría de la gente se encierra en sus habitaciones en sus prácticas religiosas. *** Los dorados reflejos que se distinguen sobre la arboledas de Kensington Park, denuncian á lo lejos el soberbio monumento del Príncipe Alberto, á donde entre mármoles,
  • 32. pórfidos** y bronces el pueblo inglés ha inmortalizado el nombre del esposo de la Reina Victoria. Sobre cuatro extensísimas graderías de mármol y granito separadas entre sí por planos tapizados de musgo, se destaca el airoso monumento, abrigando bajo el pabellón que forman sus cuatro arcos góticos terminados en esbeltas agujas, la grande estatua del Príncipe en bronce dorado, sentada sobre rico pedestal de granito rojo. Adornan los cuatro ángulos de la primera gradería otros tantos grupos también de mármol representando Europa, Asia, África y América que se apoyan en cuadrados pedestales del mismo material. El basamento que descansa en la última gradería y encima del que se levantan los cuatro grupos de hermosas columnas que sostienen los arcos, tiene por artístico adorno ciento ochenta y dos figuras en bajo relieve esculpidas en mármol: Admirable revista de poetas, literatos, pintores, músicos, escultores y demás artistas de todas las naciones, que el genio ha hecho brotar del corazón de las rocas para enriquecer las páginas del arte. En los cuatro ángulos de esta gradería, se admiran también otros cuatro grupos alegóricos sobre las artes, la industria, el comerci9o, la agricultura; era preciso reunir allí todos esos emblemas del progreso humano, para dar más realce a la perpetuidad de un recuerdo. Las cuatro faces de los delicados arcos, sostienen precioso frontispicios de mosaico que adornan cornisas y arabescos de metal, y la afiligranada pirámide cuadrangular que se destaca del centro, lleva á un altura de cincuenta y tres metros los finísimos adornos que bordan sus aristas, los grupos de ángeles que embellecen su conjunto y la dorada cruz que le sirve de final remate. Sin admirar esa grandeza del genio, esa ostentación de la riqueza y ese alarde del poder; no es posible formarse idea completa de tan grandioso monumento. El Palacio de cristal con sus parques y sus maravillas; la Torre de Londres con sus valiosas joyas y sus recuerdos de sangre; el Museo Fousand con la resurrección de sus personajes y la sala de los tormentos en donde con tristeza se ve la ensangrentada cuchilla que entre otras mil segó la cabeza de María Antonieta; el Ferrocarril Metropolitano que circunda la Ciudad en prolongado tunel sin temor al enorme peso de los edificios11; el tubo de fierro que con una circunferencia de diez metros permite el paso de un lado á otro por debajo de las aguas del Támesis; las innumerables fábricas, los museos, los teatros,. Los almacenes, loas jardines; tanta grandeza en fin, no es posible explicara, ni en tan poco tiempo comprenderla. 11 Pudiera ser que el Tatarabuelo ya se refiere aquí a los comienzos del metro londinense, cuya estructura tubular está vigente hasta nuestros días donde se le conoce como “The Tube”.
  • 33. Una semana en Londres, a pesar de que no teníamos más ocupación que el paseo, apenas fue bastante para admirar como en magnífico panorama algo de la opulenta Capital del mundo mercantil. Con no poca tristeza dejamos á Londres y regresamos a Liverpool, donde nos esperaba el Alfonso XIII detenido allí a causa de una reforma que se le hizo en la Cámara. LIVERPOOL Este es a mi juicio uno de los primeros puertos del mundo. Las sólidas construcciones de piedra enegrecidas acaso por el humo se sus fábricas, le da un aspecto de seriedad imponente y majestuosa; sus muchos establecimientos fabriles cuyas chimeneas tienden sobre la Ciudad un velo de oscuras nubes, señalan con su ruido las pulsaciones de una vida industrial y mercantil increíbles; sus multiplicados diques á cuyo abrigo llegan á toda hora multitud de barcos en busca de alguna reforme o reparación necesaria, forma incomprensible panorama de cascos, mástiles y velas retratándose en las movedizas aguas de mar que tiene á la Ciudad dividida en dos fracciones. A un lado la parte comercial y activa con sus astilleros, almacenes y arterias llenas de gente; al otro la recreativa y de quietud con sus quintas rodeadas de frondosos bosquecillos y diseminadas en los descensos de poco elevada colina desde donde la vista del mar y de los docks es admirable. Aquella infinidad de mástiles de los buques en reposo medio velados por los crespones de la bruma y lijeramente mecidos por el oleaje, semeja yá á lo lejos ejercitos de gigantescos danzeros. Los blancos mechones del vapor que se desvanecen sobre los agudos techos de pizarra de sus edificios parece el fatigoso aliento de la industria. Para pasar de una parte á otra, constantemente se ven cruzar pequeños, pero lujosos vapores para trasporte de pasajeros y mercancias, con una celeridad y exactitud admirables. Sin tiempo para mas, visitamos algo de lo mas notable en los dias q’ allí permanecimos. En la plaza de San Jorge, colocada en la parte mas alta de la ciudad, y casi frente á la Estacion Central, se eleva una esbelta columna de oscura piedra que inmortaliza los recuerdos de Waterloo; al otro extremo y sobre poco pedestales de canteria se hallen dos estatuas ecuestres en bronce oxidado, representando á la Reina Victoria y el Principe Alberto. Forma uno de los lados de esta plaza, magnífico edificio cuyas hermosas columnas, que se levantan sobre estensa escalinata, sostienen apoyada en ricos capiteles, ancha cornisa que corona aquella soberbia construcción.
  • 34. Bajo el volado cornisamento del frontispicio, se abriga un grupo en bajo relieve de mármol descansando en doce columnas iguales á las anteriores, que soportan ancho arquitrave12 en el que con letras esculpidas en la piedra, se lee esta inscripción latina: Artibus, legibus, consillis. El color plomo oscuro de la piedra empleada en la construcción, la sombra de las gruesas columnas que se proyecta en los muros y en las colosales ventanas, y el inclinado techo de pizarra que alguna vez se enconde13 entre la niebla, derraman sobre aquel conjunto un carácter de majestuosa serenidad. Era un domingo por la tarde; el comercio estaba todo cerrado; pocos transeuntes se miraban por la calle porque, como en Londres, estos dias parece que la gente se ausenta á se entrega á la lectura de la Biblia y á las prácticas religiosas en el interior de sus casas ó en los Templos.14 Recorriamos la plaza admirando el edificio, cuando llamó nuestra atención un canto de muger, tristísimo. Al pie de una de las estatuas ecuestres, pues de rodillas y acompañándose en melancólico organillo, una muger, joven aun, dejaba oir su voz impregnada de suspiros descubriendo en sus cadencias la hiel de oculto sentimiento; concretaban aquel cuadro conmovedor, dos niños de corta edad cuyos raídos trajes revelaban pobreza suma; uno de ellos, el mas pequeño, sostenia en sus manos un platillo vacio y el otro se reclinaba con tristeza en el hombro izquierdo de la joven. Que amargo contraste formaba aquel grupo interesante destacándose en el fondo oscuro del pedestal de la estatua de la Reina; aquella figura en bronce, era la elocuente significación de la grandeza y el poder; aquellos tres seres desvalidos, personificaban la dolorosa imagen de la miseria. Era una madre privada de la vista á causa de las amarguras de la viudez, que imploraba de manera tan sentimental la caridad cristiana á la vista de un grupo de espectadores indiferentes á la desgracia. Depositamos una moneda en el vacio platillo y proseguimos nuestro paseo. En el ángulo opuesto del edificio, se representaba otra escena de diversa naturaleza. Colocados sobre los peldaños de la escalinata, se veia un gran grupo de hombres que por su traje y sus maneras parecian pertenecer en su mayor parte á la clase obrera; en el centro y en escalón 12 Parte inferior de un entablamento. 13 Léase esconde. 14 La ausencia casi total de gente en la calle y actividad comercial los domingos sigue siendo una tradición en ciudades pequeñas de Inglaterra, no así las prácticas religiosas.
  • 35. mas elevado, uno de ellos en altavoz hacia entusiastas predicaciones sobre sus creéncias religioas antes aquel concurso que lo escuchaba con mareada atención. Es este un medio de propaganda religiosa que se emplea alli con frecuencia, según nos informaron. Cuadros como los anteriores, dejaban entrever algo de las costumbres de aquel pueblo, activo, laborioso por educación; pero frio, excéntrico por naturaleza. Las calles de la Ciudad son amplias y en lijero declive en que se encuentran, aumenta su original belleza; el comercio es magnífico y de una actividad admirable á causa de su situación respecto del mar de Irlanda y de la infinidad de buques que llegan á sus extensos muelles; sus fábricas surten de géneros especialmente de algodón y de lana, á muchas partes del mundo; tienen muchos y magníficos astilleros en incesante movímiento; sus edificios son hermosos y de solidísima construcción, entre los cuales merecen mencionarse aquellos que circundan la plaza donde están las oficinas postales, admirándose en el centro un colosal grupo en mármol que embellece mas aún el conjunto. La vida es un poco menos cara que en Londres. Entre las frutas, llama la atención la fresa que es esquisita y de un gran támaño, y colocada entre las demas en gracioso canastillos de bejuco, presenta una vista verdaderamente incitante. Nosotros teniamos por hotel nuestro barco y á toda hora bajábamos á visitar la Ciudad hasta donde lo permitieron los pocos dias que allí permanecimos. Crepúsculo Poco á poco fue desapareciendo á nuestra vista la Ciudad velada por las neblinas de una mañana melancólica y sin sol. Era el 12 de Julio. Pero á medida que nos alejábamos de las costas británicas el horizonte se aclaraba paulatinamente, hasta que un sol tibio envío sus fulgores sobre nuestra embarcación, que de regreso cruzaba otra vez el Canal de San Jorge. Caminábamos con gran velocidad favorecidos por un tiempo magnífico, de manera que ocho horas después, estábamos ya muy lejos de la Inglaterra. Llegó la tarde; pero una tarde hermosísima; con sus caprichos de celajes15 teñidos de púrpura, son sus grupos de nubes de armiño orladas de oro, con sus ráfagas de luz hundiéndose 15 Aspecto del cielo cuando lo cubre nubes tenues y de varios matices (Suele usarse en plural).
  • 36. en un mar tranquilo y que hiriendo oblicuamente la superficie de las dormidas olas, parecían finísimos hilos e metal disolviéndose en el eter16. Las gaviotas, acariciadas por la luz crepuscular, pintaban sus alas de color de rosa al elevarse por los aires en sosegado vuelo, ó al mecerse suavemente en las serenas ondas, porque caminábamos no muy distantes de la costa. Los vapores que á lo lejos se veían, dejaban sobre el diáfano horizonte larga cabellera de humo oscuro que á causa de la calma de la naturaleza se convertía en sosegadas nubes, y estas semejaban, ya un ave gigantesca de extendidas alas, ya azules montañas bañándose en fluido de oro, ya las almenadas torres de lejano castillo feudal destacándose en un fondo de rojizas garzas. Poco despues el horizonte tomaba un color de ópalo17 que iba desvaneciéndose en rojo, hácia un grupo de oscuras nubes tras de las que descendian los últimos reflejos del día deshechos en dorado polvo que retrataba cariñoso el mas sosegado mar que pueda imaginarse. La cámara del Alfonso XIII envuelta en el vaporoso manto de tan caprichoso crepúsculo, nos transportaba á la Alhambra de Granada18 para admirar en miniatura sus arcos de filigrana, sus arabescos, sus cornisas y sus dorados artesones inundados en la luz de una tarde que movía tras los peñascos de la pintoresca Sierra Nevada, reflejándose en las cansadas ondas del Darro. El mar cambió su color y poco á poco fue tomando un azul lijeramente sombreado de reflejos de oro, y el cielo pasó á un violeta pálido sobre el que morian las postreras ráfagas del sol que iluminaban la tumba de occidente. La noche se acercaba; las nubes se volvían diáfanas; las velas de los lejanos barcos se perdían entre la bruma; las olas seguian durmiendo y el sol convertido en incandescente globo, desaparecia de nuestra vista. Mar y cielo tomaron entonces una tinta naranjada que se descomponia en verde pálido, á medida que se alejaba del dorado lecho donde acababa de dormirse el astro rey. Largo tiempo duro todavía un caprichoso cambiante de luces, hasta que se estinguío el último fulgor en lucha con la claridad eléctrica que instantaneamente brotó de los apagados 16 Fluido hipotético, imponderable y elástico que era considerado como el agente de transmisión de la luz. 17 Piedra semipreciosa, variedad de sílice hidratada, con reflejos cambiantes irisados (tonos blancos, rosados, rojos, azules y verdosos). 18 Palacio nazarí (dinastía musulmana que reinó en Granada entre 1231 y 1492, hasta ser conquistados por los Reyes Católicos), construido en los ss. XIII-XIV. Destaca por la finura de su decoración de mármol, estuco y azulejo. En 1526 se construyó anexo el palacio de Carlos Quinto. Fue declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO (1984).
  • 37. globos de la Cámara del barco, y que hizo mas sensible aquella media claridad simpática de tan espléndida puesta de sol contemplada en alta mar. El color marcaba las nueve y media cuando terminaba aquel maravilloso cuadro de la mas completa variación de tintas que soñara el capricho de un artista en sus horas de inspiración. Parecia que la noche no tenia valor de acercarse hácia el rumbo por donde el sol habia escondido su belleza. A la suave opacidad de tan clara y sosegada noche, el mar bañó su fatigada superficie de un color azul oscuro con melancólicos reflejos de plata. En estos instantes y como fondo de tan poético paisage, las armonias del piano recordaban los mejores pasages de Donizetti en Lucia de Lamermoor19 á quien entre la atmósfera de nuestros recuerdos mirábamos, ya tierna y amorosa revelando en cristalinas notas el fuego de una pasion pura y sublime por su idolatrado Edgardo; ya triste y melancólica sufriendo ante la ferrea voluntad de un hermano que la entregaba sin amor á otro hombre; ya en fin llorando de dolor en el estravío de su razon arrebatada por el mas infortunado de los amores. Allá á lo lejos sobre negras rocas el castillo donde acababa de morir Lucia iluminado aun; al pie de la colina, los sepulcros de la familia de Rooenswod al frente de los cuales espéraba Edgardo entre las sentidas notas de esa aria final llena de ternura, impregnada de lágrimas, como el último adios de una alma enamorada en los dinteles de la eternidad. Cuando las últimas armonias del piano se desvanecieron en suaves ondulaciones sobre aquellas soñolientas olas; cuando la luz eléctrica se mezcló á los crespones de aquella noche de misteriosos encantos, pasamos de la realidad al sueño casi sin sentirlo, arrullados por el balance del barco q’ con gran velocidad penetraba al canal de la Mancha rumbo á las playas francesas. Al otro dia, á las 9½ de la tarde, no de la noche, porque en aquellas latitudes y en aquella época se oscurece cerca de las diez, descubrimos distintamente las costas del Havre20, sobre cuyas montañas lucian, uno cerca del otro, dos brillantes faros como los ardientes ojos del genio de la libertad que vela por los destinos de la Francia. Fiesta Nacional. 19 Donizetti, compositor italiano (1797-1848), autor de conocidas obras líricas, una de estas es Lucia de Lammermoor, escrita en 1835. 20 Ciudad de Francia en la desembocadura del Sena. Fundada en 1517, fue reconstruida tras la segunda guerra mundial.
  • 38. Á las margenes del Sena, precisamente en el punto en que este rio va á confundir su corriente con el canal de la Mancha, toma su asiento la Ciudad del Havre. Las dos radas que forman el Puerto, tienen excelente fondeadero que ofrece asilo seguro á las embarcaciones que con mucha frecuencia llegan de todas partes, porque es el centro de un gran comercio. Los aduaneros nos esperaban con marcadas señales de ansiedad parar registrar nuestro equipage, en busca principalmente del tabaco de la América ó de la Habana y de los perfumes de la Florida. Una cajetilla de cigarros de uso particular de una apreciable compañera de viage encontrada en una maleta, fue motivo para que pretendieran llevar el bulto á las oficinas de la Aduana, de cuya pretensión costó no poco trabajo disuadirlos. Instalados en Omnibus de grandes dimensiones las dos familias, y llevando mas de una docena de bultos en el techo, penetrábamos á las calles, henchidas de gente en aquel dia. La Ciudad es de las mas populosas é importantes de Francia ny con el movimiento mercantil natural á un Puerto próximo á las costas de Inglaterra. Tiene bonitos edificios, fábricas, jardines y una hermosa plaza en uno de cuyos lados se encuentra el palacio del Municipio aumentando con su fachada las bellezas del conjunto. Su situación á la orilla del mar bordada de elegantes casas, le da un aspecto pintoresco y agradable. Los balcones se adornaban ese dia21 con banderolas tricolores y coronas de rosas; los buques y fragatas anclados en los muelles, se empavesaban con sus trapos de diversos colores que duplicaba el cristal de las aguas; sobre los edificios consulares ondeaban pabellones de diversas nacionalidades distinguiéndose el color rojo verde y blanco del nuestro á quien con gusto contemplamos como un tributo de cariño á la Patria; las torres formaban hímno con la ronca voz de sus campanas; varias músicas recorrían las calles á la cabeza de agrupaciones de habitantes y algunas asociaciones con estandartes recamados de oro y multitud de banderolas, completaba la justa animación á que se entregaba el pueblo frances ante uno de sus recuerdo patrios, el 14 de julio; cien años de la destrucción de la Bastilla. Nos alojamos en el Hotel del Louvre situado á la orilla de uno de los muelles. Al frente y brotando del seno de las aguas, con sus oscuras almenas sus negros cañones y sus terraplenes tapizados de verde musgo, se descubria prolongada fortaleza como el severo guarda-costas de la Ciudad; á la derecha, el mar azul salpicado de pequeñas embarcaciones que con velas desplegadas se aproximaban atraidas por los ecos de la fiesta: bajo nuestros balcones, el ir y 21 14 de julio, aniversario de la revolución francesa que ese año, 1889 justo conmemoraba su primer centenario.
  • 39. venir de grupos de gente que abandonaba sus quehaceres ordinarios para entregarse á los placeres de aquella festividad excepcional. Poco despues nosotros tambien tomábamos parte en el regocijo universal y recorriamos las calles mirando los bien surtidos almacenes, los vistosos aparadores, el adorno de las casas y los festones de rosas con que se engalanaba la plaza principal. En el centro de esta y en amplio kiosco adornado caprichosamente, una música militar, entre los entusiastas vivas de la concurrencia, dejaba oir las alegres notas de la Marsellesa; de ese canto bélico entonado por el pueblo de Paris á la rojiza luz del incendio y el estruendo de la fusilería, en los momentos en q’ caian desmoronados los muros de la Bastilla; de ese himno de libertad que á través de un siglo conserva aun las reminicencias de un tiempo no solo para la Francia sino para el mundo republicano que lo escucha aun con regocijo. Llegó la noche; la luz brotó en festones de globos encendidos; se dejó ver en estrellas de brillantes colores; recorrío las cornisas de los edificios; se entrelazó á los remates de los balcones; subío á las bóvedas de los templos y á la cima de los campanarios; se confundío entre el ramaje de las acacias, y fue á acariciar las corolas de las flores en los jardines. En la extremidad del muelle que penetra al mar, subian infinidad de cintas de luz dibujando inmensa curva sobre el horizonte, remataban en instantaneos grupos de estrellas de colores que reproducia el cristal de las ondas. Unas veces el cielo se cubria de movedizos ramilletes de flores que al nacer se marchitaban; de blancos luceros que al brillar morian; de doradas espirales que descendian lentamente perdiéndose en el espacio como rápidas exhalaciones. Otras, menuda lluvia de oro formaba sobre nuestras cabezas y encima de los piendos techos de las casas, cortinajes de tul recamadas en fina pedreria, que en su descenso algunas veces iba á sumergirse entre las olas. De improviso se iluminó una fortaleza que se elevaba al estremo del terraplen dela muralla y que durante el dia no habiamos visto a causa de su violenta improvisación; sus puertas y ventanas circundadas de múltiples colores, vomitaban a intervalos, lenguas de fuego; de las almenas se desbordaba la luz en dorados chorros; los soldados y el pueblo se aproximaban y huian envueltos en una claridad deslumbradora; tachonada de azul y rojo, y las inquietas aguas de la Mancha parecian sonreir al retratar el simulacro de un recuerdo que entre luces, músicas y flores, á perpetuado á través de los años su belleza.
  • 40. Despues de aquellos juegos de luz, gran serenata atraía á la plaza elegante concurrencia que se perdia en las avenidas del parque, ó descansaba en villas y bancas de fierro bajo los bosquesillos de castaños y de tilos. Por todas partes músicas recorriendo las calles; aquí, os juegos de la fortuna recorrian en derredor compacta multitud en pos de la ganancia; mas allá, un enjambre de niños tomaba por asalto sus caballos de madera para emprender un viage sin término; por otra parte los saltimbanquis22 divertian al pueblo con sus piruetas, y los bufones le hacian reir con sus agudos chiste. Una sola expresión, alegria, era el programa de tan simpática fiesta. Á las siete de la mañana del dia siguiente, caminábamos en cómodo wagon de un tren rápido, á la capital de Francia. Sus horas de ansiedad y treinta francos de pasage nos separaban nada mas de la Ciudad del Sena, si no detenia nuestra marcha algun accidente ferroviario. Paris. ¿No será, decíamos, un sueño inspirado por un deseo irresistible? Entonces no lo era; pero mañana figurará tan solo entre las mas agradables recuerdos de nuestra existencia, con todas las formas de un sueño color de rosa. Esta es la vida. Soñar despiertos, en la niñez con los juegos infantiles, en la infancia con las mariposas, en la juventud con el amor, en la virilidad con el himeneo, después con los proyectos, mas tarde con la ambición y al fin de la jornada con la virtud y los recuerdos. Pero en ese encadenamiento de locuras inocentes, diversiones sin formas, encantos dolorosos, amarguras que consuelan, deseos no satisfechos, creéncias evaporadas é imágenes que van desvaneciéndose á medida que el invierno de la vida se aproxima, el hombre, ese gigante de la nada que se titula rey de la Creación y se aniquila; ese pigmeo de la grandeza que de su pequeñez se eleva á lo infinito, no ha hecho más que recorrer una serie de imprecisiones, más o menso agradables ó congojosas según su sensibilidad nerviosa y calor de temperamento, que cuando han pasado no dejan en su imaginación mas que las perfumadas brumas del recuerdo. A impulsos de un deseo que entonces juzgaba irresistible, ¡cuantas veces en el aislamiento de mis delirios juveniles, he recorrido las calles de París que la fantasía me había 22 Titiritero.