2. Nació en Madrid el 11 de marzo de
1914. Estudió Ingeniería de Caminos, a
la vez que trabajaba para ayudar a su
familia, e impartía catequesis y atendía
a familias indigentes. Más adelante
cursaría Filosofía y Derecho canónico y
recibió la ordenación sacerdotal el 25
de junio de 1944.
En 1946, con san Josem|aría, se
trasladó a Roma. Secundando al
fundador del Opus Dei contribuyó a la
difusión de la llamada universal a la
santidad a través del trabajo, en todo el
mundo. Trabajó en varios organismos
de la Santa Sede. Participó en el
Concilio Vaticano II.
El 15 de septiembre de 1975, tras el
fallecimiento del fundador, fue elegido
para sucederle al frente del Opus Dei.
Juan Pablo II le confirió la ordenación
Episcopal, en 1991. Falleció en Roma el
23 de marzo de 1994.
De su madre aprendió una oración a la
Virgen, que repetiría hasta el final de su
vida: “Dulce Madre, no me dejes, tu
vista de mí no apartes, ven conmigo a
todas partes y nunca solo me dejes. Ya
que me proteges tanto, como verdadera
Madre, haz que me bendiga el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo.”
El 7 de julio de 1935 fue un día decisivo:
“Cuando tenía 21 años, conocí a nuestro
Padre (san Josemaría). Fue entonces
cuando me hablaron de la Obra, y recibí
aquella gracia tumbativa que me llevó a
responder: Señor, aquí estoy, yo quiero
ser de la Obra.”
El 25 de junio de 1944 Mons. Leopoldo
Eijo y Garay, Obispo de Madrid-Alcalá,
le preguntó: “Álvaro, ¿te das cuenta de
que vas a perder la personalidad? Ahora
eres un ingeniero prestigioso, y después
vas a ser un cura más”. “Señor Obispo,
respondió, la personalidad hace muchos
años que se la he regalado a Jesucristo”.
3. En las enseñanzas de Álvaro
del Portillo encontramos
acentos específicamente
doctrinales, como el papel de
los laicos en la Iglesia, los
fundamentos del ministerio
sacerdotal o la unidad con el
Papa y la jerarquía. Pero,
sin duda, una característica
general de su figura es la
virtud de la fidelidad: fue
un ejemplo de fidelidad a la
Iglesia (primero como
ingeniero, luego como
sacerdote y finalmente como
obispo), de fidelidad a los
Papas con los que estuvo en
contacto, de fidelidad a la
vocación y, en fin, de
fidelidad al fundador del
Opus Dei. Vivió la fidelidad
como una virtud creativa, que
exige una continua renovación
interior y exterior. Una
virtud que no consiste solo
en “conservar”, sino en
extraer siempre nuevas
cualidades del tesoro
recibido. La fidelidad es la
otra cara de la moneda de la
felicidad. Y Álvaro del
Portillo fue un hombre
verdaderamente feliz.
4. La Pontificia Universidad de la Santa
Cruz fue un proyecto que mons. Álvaro
del Portillo inició en 1983, siguiendo
un antiguo deseo de san Josemaría,
fundador del Opus Dei.
El Centro Académico Romano – primer
nombre de la Universidad- inicio su
actividad en octubre de 1984 con
cuarenta alumnos y con la bendición y
estímulo de Juan Pablo II. En estos casi
treinta años han pasado por sus aulas
5.874 alumnos de 111 países. Los
estudiantes proceden de 788 diócesis o
pertenecen a 143 institutos religiosos.
El primer Gran Canciller aspiraba a que
la Universidad brindara a los alumnos
una profunda formación científica y
espiritual, y que se caracterizara por
saber establecer un diálogo sincero con
la cultura contemporánea en plena
adhesión al magisterio de la Iglesia.