2. Hija de Batuel y Milcá, Rebeca estaba emparentada con Abraham, ya que su abuelo, por parte de padre, era Najor, hermano de Abraham. Dedicada a las labores propias de una chica de su época, vivía con sus padres en Aram Najarain, donde había permanecido la familia del gran patriarca. Dicen las crónicas que era una chica muy bien parecida, o sea, guapa.
3. Como tantos otros días, Rebeca fue con su cántaro a la fuente para llevar agua a la casa. Cuando se disponía a volver, se le acercó un señor ya mayor que le pidió agua. Se le notaba que venía de un largo viaje. Ella, muy atenta, no sólo le dio agua a él, sino que además sacó agua también para los camellos —nada menos que diez— hasta que se hartasen.
4. Cuál no fue su extrañeza cuando aquel señor, después de regalarle un anillo de oro para la nariz y dos brazaletes también de oro, quiso saber quiénes eran sus padres y si podría pasar la noche en su casa. Más aún creció su extrañeza al oírle decir: “Bendito sea el Señor, Dios de mi amo Abraham, que me ha guiado hasta la casa del hermano de mi Señor.”
5. Ya en casa, aquel señor —que no era otro que el criado más antiguo de Abraham— contó a la familia de Rebeca que había llegado allá, enviado por su amo, para buscar esposa a su hijo Isaac. Todo se arregló enseguida y, poco menos que al día siguiente, Rebeca emprendía camino hacia Negueb, donde a la sazón vivía Isaac —unos veinte años mayor que ella— y se casaron.
6. Al cabo de unos años —¡hasta se llegó a pensar que Rebeca no podía tener hijos!— quedó embarazada y tuvo gemelos: Esaú —rubio y muy velludo— y Jacob, que ya salió del vientre de su madre agarrando a su hermano por el talón. Aunque querían mucho a ambos, Isaac se inclinaba más por Esaú —diestro cazador— porque la caza era su plato preferido, mientras que Rebeca sentía más predilección por Jacob porque le gustaba estar más en casa y encontraba en él una buena compañía.
7. En aquellos tiempos, el heredero era siempre el hijo mayor; en este caso, Esaú. Entre los descendientes de Abraham, ese derecho, además de los bienes materiales, incluía también heredar las promesas que el Señor había hecho al Patriarca. Esaú, sin embargo, no parecía estimar en mucho tal heredad. Así, un día —ya jóvenes ambos—, en que había vuelto de caza cansado y hambriento, se la cambió a Jacob, bajo juramento, por un plato de lentejas.
8. Tal herencia, empero, no tenía efecto mientras el padre no la concedía al heredero bendiciéndole en el Señor. Y aquí viene el gesto más claro de la preferencia de Rebeca por Jacob. Se enteró de que Isaac, ya viejo y ciego, iba a bendecir a Esaú, y se las arregló para que no se enterase de que era Jacob a quien en realidad bendecía. Da la impresión de que Rebeca tuviera bien pensado lo que haría cuando llegase tal ocasión y, a pesar de algunas dificultades, lo logró.
9. La rabia que agarró Esaú fue tanta que quería matar a Jacob y a éste no le quedó más remedio que marchar de casa, salir de su tierra e ir hacia las de su tío Labán, hermano de su madre, que lo cobijó en su casa y le dio trabajo; Jacob se convirtió así en un pastor fenomenal. Nunca más volvió a ver Rebeca a su hijo preferido; murió antes de que Esaú y Jacob se reconciliasen. Quizá el dolor de madre ante la separación de los hijos aceleró el día de su muerte.
10. Texto e imágenes Revista Gesto, Nº 84 Power Point htpp://escuelajaire20.blogspot.com