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LLANTO DE MUDO-1
    suplemento antonin artaud
Ilustración de tapa:
  “Aprenda a transformar el sufrimiento en sabiduría (ja, ja)”
                   (detalle) - Pablo Peisino

                   Ilustración de contratapa:
                         Carlos Crespo




                     otras publicaciones:

    - poemas de un sufrido hijo de puta - charles bukowski

        - pájaros negros - pablo peisino - diego cortés

              - habitación vacía - diego cortés




                   llanto de mudo ediciones
                         setiembre 1996

Correspondencia: Adolfo Conte 712 - Dpto. 6 1º Piso - Bº Ipona
                 C.P. 5016 - Córdoba Capital

  Impreso en: Página’s - Brown 56 A. Alberdi - Tel.: 808114
de lo único que queremos alimentarnos
                 lo único que queremos lograr
                                        es la

                                                    BELLEZA
             pero no la belleza de los rostros ruborizados, de los
             estómagos tibios, de las caricias de manos limpias


                                                    BELLEZA
                                        Sino la


                   de las heridas abiertas
                   de los gritos desgarrados por la furia
                   de un golpe al estómago que nos hace caer de
                  rodillas y contemplarnos en el espejo
contemplar nuestra estupidez, nuestra fragilidad, nuestro orgullo de miel manchado de miedo

             no nos pidan explicaciones
                  sólo queremos que vean cuan simple somos
             cuan simple es todo
             sólo son impulsos, por eso no nos comprenden
             No nos   Odien
             No nos   Maten
             No Nos AMEN
             NO SOMOS NORMALES
             NO ESTAMOS LOCOS

                                                              llanto de mudo
F    I    O    D    O R        D O S T O I E                           V    S    K     I
                              LOS DEMONIOS, fragmento cap. III. - 1870


   - ... yo sólo busco el motivo de que la gente no se atreva a suicidarse. Eso es todo. Y da lo mismo.
   - ¿Cómo que no se atreve? ¿Le parece que hay pocos suicidios?
   - Muy pocos.
   - ¿Usted considera que hay pocos?
   Sin responder a mi pregunta, se levantó y se puso a recorrer la pieza con aire meditabundo.
   - ¿Qué es, en su opinión, lo que contiene a la gente del suicidio? - inquirí.
   Kirílov se miró distraído, cual si tratara de recordar el tema de nuestra conversación.
   - Yo... yo sé muy poco todavía. Dos prejuicios la contienen, dos cosas, sólo dos: una muy pequeña, y la
otra muy grande; pero también la pequeña es muy grande.
   - ¿Cuál es la pequeña?
   - El dolor.
   - ¿El dolor? ¿Es tan trascendental el dolor... en este caso?
   - Es lo principal. Hay dos géneros: el de los que se suicidan a causa de una pena muy honda, o por ira, o
por demencia, o porque todo les da lo mismo... Ésos se matan de un golpe. Piensan poco en el dolor, y todo
es repentino. En cambio, los que se dan muerte por raciocinio piensan mucho.
   - Pero ¿hay quien se mata por raciocinio?
   - Muchísimos. De no existir los prejuicios, serían más; muchos más; todos.
   - ¿Dice usted todos?
   Kirílov no respondió.
   - ¿Es que no hay manera de morir sin dolor? - pregunté.
   - Imagínese - repuso, deteniéndose ante mí -, imagínese una piedra del tamaño de una enorme casa, que
pendiera sobre su cabeza. Si le cayera encima, ¿le dolería?
   - ¿Una piedra del tamaño de una casa? Verdaderamente, da miedo.
   - No me refiero al miedo. Le pregunto si dolería.
   - ¿Una piedra como una montaña, de un millón de puds? Naturalmente, no me causaría dolor alguno.
   - Bien; pero colóquese de verdad y mientras tenga la piedra en la cabeza sentirá usted un miedo horrible,
lo cual es doloroso. Hasta el primer científico, hasta el más eminente doctor, todos, todos tendrían miedo.
Aunque sepan que el golpe no les dolerá, cada cual se horrorizará pensando que le va a doler.
   - Bueno, ¿y cuál es el segundo motivo, el que usted considera grande?
   - El otro mundo.
   - Es decir, el castigo...
   - Da igual. El otro mundo. Sólo el otro mundo.
   - ¿Acaso no hay ateos, que no creen en absoluto en la existencia de otro mundo?
   Kirílov volvió a guardar silencio.
   - ¿Tal vez juzga por sí mismo?
   - Nadie puede juzgar más que por sí mismo - profirió, sonrojándose -. La libertad completa existirá cuando


                                                     4
sea indiferente vivir o no vivir. Ése es el fin de todo.
   - ¿El fin? Pero es que entonces quizá nadie quiera vivir.
   - Nadie - repuso decidido.
   - El hombre teme a la muerte porque ama la vida - observé -. Así lo entiendo yo, y así lo tiene ordenado la
naturaleza.
   - Esa es una ruindad , y ahí está todo el engaño - refulgieron sus ojos -. La vida es dolor, la vida es miedo,
y el hombre es un desdichado. Hoy todo es dolor y miedo. El hombre ama la vida porque ama el dolor y el
miedo. Y así lo han hecho. La vida se interpreta hoy como dolor y miedo, y ahí reside todo el engaño. El hom-
bre de hoy no es todavía el que debería ser. Surgirá un hombre nuevo, feliz y orgulloso. Aquél a quien le dé
igual vivir o no vivir será el hombre nuevo. Quien venza el dolor y el miedo será Dios. Y el otro Dios no exis-
tirá.
   - Luego, según usted, el otro Dios existe.
   - No existe, pero existe. Una piedra no encierra dolor, pero el miedo a la piedra sí lo encierra. Dios repre-
senta el dolor del miedo a la muerte. Quien venza al dolor y al miedo será Dios. Entonces nacerá una vida
nueva, entonces un hombre nuevo, todo nuevo... La historia se dividirá en dos partes: desde el gorila hasta
la destrucción de Dios y desde la destrucción de Dios hasta...
   - ¿Hasta el gorila?
   - Hasta la transformación de la tierra y del hombre físicamente. El hombre será Dios y cambiará físicamen-
te. Y el mundo cambiará, y las cosas cambiarán, y las ideas, y todos los sentimientos. ¿Qué opina usted?
¿Cambiará entonces físicamente el hombre?
   - Si va a dar igual vivir o no vivir, todos se suicidarán, y acaso sea ése el cambio que se produzca.
   - No importa. Matarán el engaño. Quienquiera que desee la libertad máxima, debe perder el miedo al sui-
cidio. Quien se atreva a darse muerte, descubrirá el enigma del engaño. Más allá de eso no hay libertad; en
eso está todo, y más allá no hay nada. Aquel que tenga fuerza para suicidarse será Dios. Cualquiera puede
hacer ya que no haya Dios y que no haya nada. Pero nadie lo ha hecho ni una sola vez.
   - Han habido millones de suicidas.
   - Pero no con el fin que yo digo; todo ha sido por temor, no para matar el miedo. Quien se suicide con el
solo objeto de matar el miedo se convertirá inmediatamente en Dios.
   - Puede que no le dé tiempo - objeté.
   - Da lo mismo - respondió en voz baja, con serena altanería, punto menos que con desprecio -. Lamento
que usted, al parecer, lo tome a broma - añadió tras una pausa de medio minuto.
   - Y a mí me extraña que antes se mostrara usted tan irascible y ahora tan sereno, aunque habla con pa-
sión.
   - ¿Antes? Aquello fue ridículo - replicó sonriente -. No me gusta blasfemar y nunca me río - agregó como
con tristeza.
   - Ciertamente, sus noches junto a la tetera no deben ser muy alegres.
   Me levanté y agarré la gorra.
   - ¿Lo cree así ? - sonrió con cierta expresión de sorpresa -. ¿Por qué? Pues no, yo... en fin, no sé... - se
confundió de pronto -, no sé qué harán los demás, pero siento que no puedo ser como cualquiera. Los de-
más piensan una cosa, y luego, en seguida, piensan en otra. Yo no puedo en otra; toda la vida en una. Dios
me ha atormentado toda la vida - concluyó de súbito, con sorprendente franqueza. •

                                                       5
M       A       X      I      M       O           G        O       R      K       I
                                              EL RELOJ - 1898



                                              CAPÍTULO SEGUNDO

    ¡TIC-TAC, tic-tac!
    Nada más impasible en el mundo que un reloj: con idéntica regularidad nace en el instante de
nuestro nacimiento y en el momento que cortáis con avidez las flores del ensueño de la juventud.
Desde aquel en que nace, cada día se avecina el hombre a la muerte más de cerca. Y cuando
jadeéis en la agonía, descontará sus segundos el reloj seca y tranquilamente. en su frío descuen-
to -¡prestad oído!-existe algo de omnisciente y harto de tanto saber. Nada le conmoverá jamás ni
le será querido nada. Es indiferente, y si pretendemos vivir, se nos hace indispensable para cre-
ar otras horas plenas de sensaciones y de pensamientos, plenas de acción, para sustituir esas
horas aburridas, monótonas, que asesinan de fastidio el alma, esas horas con latidos reprobato-
rios y glaciales.



                                              CAPÍTULO OCTAVO

    ¡TIC-TAC, tic-tac!
    ¡Vivan los espíritus fuertes, los hombres viriles, los que sirven a la verdad, a la justicia, a la be-
lleza! No los conocemos porque son orgullosos y no exigen recompensa; no vemos cómo consu-
men de buena gana sus corazones. Alumbrando la vida con un fulgor resplandeciente, obligan
ver claro aún a los ciegos, que son tan numerosos, y a que todos los hombres se percaten con
horror y asco cuán grosera, injusta y fea es su vida. ¡Viva el hombre señor de sus deseos! En su
corazón reside el mundo entero; en su alma reside todo el dolor del mundo, todo el sufrimiento
de la humanidad. El mal y el lodo de la vida, la mentira y la crueldad son sus enemigos; gasta to-
das sus horas sin cuento en el combate, y su vida está llena de júbilos fogosos, de hermosa có-
lera, de fiera obstinación.
    No te reprimas, pues tamaña actitud supone la más activa, la más hermosa sabiduría en la tie-
rra. ¡Viva el hombre que no sabe reprimirse! No hay más que dos formas de vida: la podredum-
bre y la combustión. Los poltrones y los codiciosos escogerán la primera, los viriles y los genero-
sos la segunda; quienquiera que ame la belleza sabe con claridad dónde está la grandeza.
    Horas vacuas y fastidiosas son las de nuestra vida. Llenémoslas, pues, de hermosas proezas
sin reprimirnos. Y entonces viviremos horas hermosas, plenas de un gozoso estremecimiento; ho-
ras plenas de una soberbia ardiente. ¡Viva el hombre que no sabe reprimirse! •

                                                    6
puerta
cerrada.
con una sola vuelta de llave.

y adentro

la crueldad
cayendo
de las manos
como un puñado de sal.

adentro
yo

temblando de día
como un hombre

temblando de noche
como un niño.

adentro
yo
tratando
de dar
vida
a la vida.

                                    diego cortés




                                7
siempre un ojo
rasgado
por lágrimas

siempre un hombre
roto
en una habitación blanca
buscando

y la desesperación

aprender a vivir
con la desesperación

aprender
a sostenerse
en pie
con los huesos
quebrados.

                               diego cortés




                           8
TODO ES INUTIL TODO ES ABSURDO
TODO
ES HERMOSO

nada más

sólo el alma congelándose
mientras afuera el mundo
arde



TODO ES INUTIL TODO ES UN MOVIMIENTO DESESPERADO

no quiero sentido donde no lo hay
no necesito forzar con mis dientes las cosas para amarlas
no necesito saber si es para siempre
no necesito entender


TODO ES INUTIL TODO ES ABSURDO TODO ES HERMOSO
Y SE DESGARRA SE DESNUDA SE DESMEMBRA
Y NO NOS QUEDA
NADA

de todo
siempre
queda
nada
vacío
hueco
sobre
hueco

pero es demasiado hermoso
demasiado hermoso

sólo eso

y con eso alcanza.
                                                            diego cortés


                              9
Podrida manzana verde se acuesta junto a mí,
al dormir en noche gris y solitaria.
Parece unirme los párpados y hundirme profundo,
hablarme en silencio y dejarme caer por allí...
Me dice mentiras, me mira imponente,
me roza la piel y come mi carne.
Podrida manzana verde me sigue incansable,
me burla en escena santa, confundiéndome.
Desafina en mi oído casi sordo su canto sucio,
me quema los labios su desabrido beso.
Se alimenta de mi sangre,
y respira de mi aire, ya un poco turbio, pesado, asfixiante.
Podrida manzana verde que late en mi pulso,
que observa en mis ojos, camina en mis pies,
y crece en mi pecho de reprimida leche fresca,
de útero dormido en vientre niño.
Podrida manzana que manda, se hace amiga,
me mima, me pudre y me acaba.



                                         María Fernanda Sattler




                               10
Esparcidos estaban sus restos por el piso.
Sus restos, huesos, cenizas...
El entendimiento llegaba tarde,
el entendimiento, la comprensión, la aceptación...
Vacío. Trataría de establecer un alto.
Decidió girar y observar desde otro punto.
Parecían su perfume, su piel
parecían sus manos, su boca,
todo lo que, trágicamente, ahí había
parecía semejarse a la última imagen
que tuvo frente a sí en el espejo,
al levantarse hoy...
¿Traición?... había quedado en seguir hasta el fin
Fin. ¿Quién podía establecerlo?
Pudo sentirse abatido, defraudado, feliz,
una extraña mezcla irónica la invadía.
Oscuridad... y su cuerpo resplandeciente aún.
Su cuerpo elevado observando todo.
Su cuerpo humano durmiendo (creyó)
en las húmedas baldozas.
En el tiempo del arrepentimiento,
de la consulta, del perdón.
Fin del tiempo de visión, de sensación,
antes oscuro, ahora todo existente.
Lejos del tiempo entonces,
lejos del miedo, del frío, del recuerdo,
lejos de la memoria, ya no pensaba.
Ya estaba. Ya era. Habría sido y sería,
hasta la hora de volver...
y qué aseguraba que debería volver?.

                                       María Fernanda Sattler




                              11
HOY
hoy nadie habla por nosotros.
nadie habla de lo que nos da vida.
y los que lo hacen están muertos.

nadie habla por nosotros. y nosotros ya no podemos hablar. sólo gritar. gritar como un hombre con
una pierna amputada. como un niño con fiebre que llama a su madre.

nadie habla con nuestra voz.
por eso comenzamos a hablar.

sólo para decirles esto.
no la verdad. sino lo que escupe nuestro estómago.

SUS VIDAS APESTAN.
apestan a miedo. a culpa. a muerte.
quizás las nuestras también. pero nosotros lo sabemos. y nuestro grito es el del hombre enfermo que
intenta que la fiebre no lo domine, que lucha contra la enfermedad.
ustedes. ustedes hacen que su vida sea la enfermedad. arrastran la peste y cubren todo con ella y lo
matan y lo ensucian, cubren lo que aman y enferman al mundo y lo fuerzan a que sea lo que no es.
y llaman VIDA a su enfermedad.
y juzgan a los que luchan contra esa enfermedad. y los encierran. y los callan. y los llaman locos.
USTEDES SON LOS LOCOS.

nadie habla por nosotros.
y ahora comenzamos a hablar.
quizás nos equivocamos. pero lo que decimos es nuestro. nace de nuestros estómagos. de nuestra
sangre.

hablamos porque es nuestro derecho. nuestro deber.
sin esperar nada.
ustedes nunca cambiarán. nosotros nunca podremos ser cambiados. así es.
sólo así.
gritar por el grito mismo.
no hay verdad. sólo esta necesidad que quema como sed.
ustedes nunca cambiarán.
lo sabemos.
pero tampoco vivirán tan tranquilos.

buenas noches.




                                                 12
aquí.
crezco.
donde el alma se calcina como un cerdo opaco.
crezco de dolor.
maduro de asco.
y mi cuerpo. mis llagas.
cubren cada rincón
de este cuarto.
donde vuelo. como un ángel y puedo ver todo.
lo que aman. ver lo que muerden.

no soy nada.
no hay nada.
nada para mí.

somos algo. algo en un vientre.
todo es terrible.
nuestros cuerpos son terribles.
y devoran carne de su propia carne.
carne infeliz. agria. apestosa.
y en el delirio. no podré callarles. no podré callar su grito.
sus gritos. de abundancia. sus llantos que son risas.
soy feo. soy agrio.
es fácil fingir.
hablarte es hablarme.
golpearte es golpearme.


puedo hacer magia. puedo crear.
no puedo escapar a todo.
nunca se puede. no todo se puede lograr.
se puede amar.
se puede odiar.
no se puede olvidar.
el estómago frunce. rompe.
siempre tengo algo que no me deja pensar.
les dejaré esto.

estaré lejos.
donde todo se llena.

                                            Federico Rubenacker

                                13
el asesino. golpea. golpea mi puerta.
y no tengo nada.
nada que darle.
sólo me arrugo.
pero no le interesa mi culpa.
no.
golpea.
mi cara.
mi pecho.
nunca se le puede calmar.
estoy aquí!. estoy aquí!. dentro de mi cuerpo.
aquí!.
como un feto. enfurecido.
toda la madera. todo a su paso. muerde.
y su arma es un bastardo.
y me destruye.
y la sangre llena sus ojos.
y sus ojos me llenan a mí.
se mancha. y arde.
y mis piernas callan. caigo. y me arrastro. y él pega.
y su bastardo gatilla y rompe. rompe. rompe.



                                          Federico Rubenacker




                               14
TOCARSE

escribir mierda en sus cabezas
escribírselas en sus pulmones
en su carne
en sus paladares
con el amargo metal de su amor oxidado.
la mierda que admiran
su mierda.

negar es afirmar
violar es ser violado.
matar es matarse.

coger es cogerse.

tan sucio.
mi mano
entre la ropa.
y el sudor.
hago.
hago lo que otros no hacen.
entre la ropa.
mastico.
sin estar desnudo.
sí
sin estarlo.

semen.
mi mano. la ropa.
se manchan.
como mi pecho.
como mi espalda.
como todo el cuerpo.

y el azul entre las sábanas
se mezcla
como un viejo
como un niño
como un homosexual
                              15
como un hombre
como un animal
y yo lo aprieto.

el mundo es asqueroso.

y estoy sucio.
y no limpio.
sucio.
siempre lo estaré.

tiemblo.

amarte es amarme.


                              Federico Rubenacker




                         16
un hombre puede caer
como un vaso

antes de que amanezca

envuelto en paredes
que asesinan
con quietud

con el repetitivo
ruido de una gotera

y en silencio

hasta terminar
en un instante
como siempre
se termina.



                             gustavo ponce




                        17
NOCHE
Confidente de
nuestros más
asquerosos deseos
MADRE de
cucarachas
ratas
suicidas
asesinos
trastornados
desesperados
humillados
ladrones
putas
putos
borrachos
drogadictos
y de todos
aquellos que
protejes
bajo tu capa

por ellos

dame
como hasta ahora
otra nueva esperanza
de
falsa
salvación.

                            gustavo ponce




                       18
tan corta
cuando se busca
que no alcanzas
a distinguirla

tan larga
cuando duele

irremediable

campo de batalla
sin conquista

castigo
sin crimen

viaje
sin llegada

y todos
siguen
con esperanza
o sin ella.




                        gustavo ponce




                   19
LA HERIDA SIEMPRE ESTA AHI SANGRANDO. EL DOLOR COMIENZA CUAN-
DO SE ES CONSCIENTE DE ELLA.
           Es cómoda la “vida” del cobarde que se esconde de la realidad detrás de ilusiones
que lo calman y lo hacen creer exitoso, amado y culto; cuando no es más que un dormido
prisionero del trabajo y del sexo; cuando no es más que un insensible consumidor de un “ar-
te” que lo deja tranquilo consigo mismo; y un juez condenador del que le muestra todo lo fal-
so y cobarde de su persona.
           Es necesario despertar a la vida. Tratar de ser libre, aunque nunca lo logremos,
aunque la libertad no exista, hay que buscarla apasionadamente, sin miedo al dolor ni al fra-
caso, enfrentar la vida de lleno, sin mentiras, sin armaduras.
           Para que otra cosa es la vida sino para vivirla y disfrutarla hasta el final. Y si es así,
entonces por qué ser hipócritas con nosotros mismos y calmar el dolor o el placer que la vi-
da nos da, con mentiras religiosas, científicas e intelectuales.
           Sólo soportando el dolor y disfrutando el placer a pleno, recibiremos tranquilamen-
te a la muerte.
           El cobarde morirá con miedo, con un desesperante arrepentimiento, con una horri-
ble tristeza.
           Porque es triste desperdiciar tanto en tan poco tiempo, porque es inútil tratar de
escapar a lo inevitable e hipócrita intentar que no haya dolor cuando la herida sangra.




                                                 20
R       O       B       E    R       T     O           A             R       L      T
                            Introducción a LOS LANZALLAMAS, 1931.


       Con “Los Lanzallamas” finaliza la novela de “Los siete locos”.
       Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavora-
bles, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones
estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.
       Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa
el procedimiento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier
parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dic-
tándole inefables palabras.
       Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros es-
critores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es peno-
so y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de
buscarse distracciones les produce surmenage.
       Pasando a otra cosa: Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no
tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correc-
tos miembros de sus familias.
       Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero, por lo general,
la gente que disfruta tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara co-
mo un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad.
       Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela que, co-
mo las de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos...! Mas hoy, entre los ruidos de un edi-
ficio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados. El estilo requie-
re tiempo, y si yo escuchara los consejos de mis camaradas, me ocurriría lo que les sucede a al-
gunos de ellos: Escribiría un libro cada 10 años, para tomarme después unas vacaciones de diez
años por haber tardado diez años en escribir cien razonables páginas discretas.
       Variando, otras personas se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situacio-
nes perfectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas colum-
nas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello provenía
del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de “Ulises”, un señor que se desayuna-
ba más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excre-
mentos que ha defecado un minuto antes.
       Pero James Joyce es inglés, James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen
gusto llenarse la boca hablando de él. El día que James Joyce esté al alcance de todos los bol-

                                                 21
sillos, las columnas de la sociedad se inventarán un nuevo ídolo a quien no leerán sino media do-
cena de iniciados.
        En realidad, uno no sabe qué pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a
pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches.
        De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a
la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático en-
tre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas honorables:
        “El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc.”
        No, no y no.
        Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo, crearemos nues-
tra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad
libros que encierran la violencia de un “cross” a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y “que los eu-
nucos bufen”.
        El porvenir es triunfalmente nuestro.
        Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la “Underwood”, que
golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la ca-
beza de fatiga, pero... mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titulará: “El
amor brujo” y aparecerá en agosto del año 1932.
        Y que el futuro diga.




                                                 22
ANTONIN ARTAUD




                                    Autorretrato




  (1896 - 4 de Septiembre - 1996)
         100 años de VIDA
no amamos la Poesía.

nunca hemos amado la Poesía. nunca hemos amado las palabras, no jugamos con ellas.



NO AMAMOS LA POESIA.

amamos a Baudelaire, a Rimbaud, a Lautremont, a Bukowski, a Artaud.
amamos sus vidas ardiendo hasta consumirse, amamos el calor que golpea nuestro pecho a través
de sus voces.

El ARTE no importa.

La POESIA no importa.

Lo único que importa es la VIDA.

Vida que atraviesa los ojos como el sol, que llena la boca como el viento.
Vida que lastima y cura. Vida que nos asesina a cada segundo.



Antonín Artaud no fue sólo un escritor.
Fue un hombre. Un hombre sacudido por el dolor, herido por las mentiras del mundo en el que lo obli-
gaban a vivir. Un hombre golpeado por las mismas tempestades que nos sacuden a todos.

Las palabras sólo son un medio para tratar de encontrar las heridas de nuestra piel, de nuestra alma,
para tratar de entenderlas.

Gritar es una forma de no dejar que el alma muera.

Artaud fue sólo un hombre. Pero él se atrevió a buscar. Desnudó todas las cosas tratando de encon-
trar el remedio para esta vida enferma de mentiras y miedos, para esta vida que asesina las almas.

Antonín Artaud no sólo escribió.

Antonín Artaud luchó.

Antonin Artaud vivio.




                                                 24
No podemos vivir eternamente
rodeados de muertos
            y de muerte.
Y si todavía quedan prejuicios
hay que destruirlos
            “el deber”
digo bien
            EL DEBER
del escritor, del poeta, no es ir a encerrarse
cobardemente en un texto, un libro, una revista
de los que ya nunca más saldrá, sino al contrario
salir afuera
             para sacudir
             para atacar
             a la conciencia pública
             si no
             ¿para qué sirve?
¿Y para qué nació?



                                            A.A.




                            25
D onde los otros proponen obras yo no pretendo más que mostrar mi espíritu.
   La vida es quemar preguntas.
   No concibo una obra separada de la vida.
   No quiero la creación separada. Ni concibo al espíritu separado de sí mismo. Cada una de mis obras,
cada uno de los proyectos de mí mismo, cada una de las heladas floraciones de mi alma fluye babosa-
mente en mí.
   Me reconozco tanto en una carta escrita para explicar el estrechamiento íntimo de mi ser y la insen-
sata castración de mi vida, como en un ensayo exterior a mí, que surge como un engendro indiferente
de mi espíritu.
   Sufro porque el Espíritu no esté en la Vida y porque la Vida no esté en el Espíritu, sufro por el Espí-
ritu-Organo, por el Espíritu-traducción, o el Espíritu-intimidación-de-las-cosas para hacerlas volver al
Espíritu.
   Suspendo en la vida este libro, quiero que sea mordido por las cosas exteriores, y sobre todo por los
sobresaltos acechantes, por todas las oscilaciones de mi yo por venir.
   Todas estas páginas se arrastran como témpanos en el espíritu. Perdonad mi libertad absoluta. Me
niego a hacer diferencias entre los minutos de mí mismo. No acepto un espíritu programado.
   Es necesario acabar con el Espíritu y con la literatura. El Espíritu y la Vida se comunican en todas
sus fases. Quisiera hacer un Libro que moleste a los hombres, que sea como una puerta abierta y que
los lleve hacia donde ellos jamás consentirían llegar, simplemente una puerta enfrentada con la reali-
dad.
   Y esto no es más prefacio a un libro, que los poemas que lo jalonan o la enumeración de todas las
furias del malestar.
   Esto no es más que un témpano mal tragado.


  Es necesario que comprendamos que toda la inteligencia no es más que una vasta eventualidad, y
que podemos perderla, no como el alienado que está muerto, pero sí como un ser vivo que está en la
vida y que siente sobre sí la atracción y el soplo (de la inteligencia, no de la vida).
  Las titilaciones de la inteligencia y ese brusco vuelco de las partes.
  Las palabras a medio camino de la inteligencia.
  Esa posibilidad de pensar hacia atrás y de injuriar de golpe a su mente.
  Ese diálogo en la mente.
  La absorción, la ruptura total.
  Y de golpe, ese hilo de agua sobre un volcán, la caída tenue y retardada del espíritu.


   Toda escritura es una porquería.
   La gente que surge de la vaguedad para tratar de precisar como quiera que sea lo que sucede en un
pensamiento, es una cochina.
   Toda la gente de letras es cochina, y especialmente en estos momentos.
   Todos los que tienen puntos de referencia en la mente, es decir, en cierto lado de la cabeza, sobre
puntos bien localizados del cerebro, todos esos que son maestros de su lengua, para quienes las pa-
labras tienen un sentido, todos esos para quienes las palabras tienen un sentido, para quienes existen
altitudes en el alma, y corrientes en el pensamiento, aquellos que son espíritus de su época y han nom-
brado sus corrientes de pensamiento, pienso en sus trabajos precisos y en ese rechinar de autómata
                                                   26
que devuelve a todos los vientos su espíritu,
   — son unos cochinos.
   Aquellos para los que ciertas palabras guardan un sentido, y ciertas maneras de ser, los que crean
perfectas formas, para los que los sentimientos tienen clases, y que discuten sobre cualquier grado de
sus hilarantes clasificaciones, los que todavía creen en “términos”, los que remueven las ideologías que
tienen prestigios en la época, aquellos de quienes las mujeres hablan bien, y también las mujeres que
hablan tan bien, y que hablan de las corrientes de la época, los que todavía creen en una orientación
del espíritu, los que siguen caminos, que agitan nombres, que hacen gritar a las páginas de los libros,
   — esos son los peores cochinos.
   ¡Está usted infundado, joven!
   No, yo pienso en los críticos barbados.
   Y yo se lo he dicho: sin obras, sin lengua, sin palabras, sin espíritu, nada.
   Nada, salvo un bello Pesa-Nervios.
   Una especie de estación incomprensible y erguida en medio de todo en el espíritu.
   Y no esperen que les nombre ese todo, en cuántas partes se divide, que les dé su peso, que cami-
ne, que me ponga a discutir sobre ese todo, y que, discutiendo, me pierda y que así, sin saberlo, me
ponga a PENSAR, —y que se ilumine, que viva, que se adorne de una multitud de palabras, bien im-
pregnadas de sentido, todas diversas, y capaces de poner al día todas las aptitudes, todos los matices
de un pensamiento penetrante e hipersensible.
   Ah esos estados que uno jamás nombra, esas eminentes situaciones del alma, ah esos intervalos del
espíritu, ah esos minúsculos fracasos que son el pan diario de mis horas, ah ese pueblo hormiguean-
te de datos, —son siempre las mismas palabras utilizadas y realmente no doy la apariencia de mover-
me mucho en mi pensamiento, pero me muevo más que usted, barbas de asno, cerdos oportunos, ma-
estros del falso verbo, tejedores de retratos, folletinistas, herbolarios, entomólogos, plaga de mi lengua.
   Os lo he dicho, no tengo ya mi lengua, pero eso no es una razón para que persistan, para que se
obstinen en mi lengua.
   Vamos, dentro de diez años, seré comprendido por los que harán lo que ustedes hoy hacen. Enton-
ces conocerán mis géiseres, verán mis heladas, habrán aprendido a desnaturalizar mis venenos, reve-
larán mis juegos del alma.
   Entonces todos mis cabellos serán colados en la cal, todas mis venas mentales, entonces percibirán
mi bestiario, y mi mística se convertirá en un sombrero. Entonces verán humear las junturas de las pie-
dras y arborescentes ramos de ojos mentales cristalizarán en glosarios, entonces verán cuerdas, com-
prenderán la geometría sin espacios, y aprenderán lo que es la configuración del espíritu, comprende-
rán cómo he perdido el espíritu.
   Entonces comprenderán por qué mi espíritu no está aquí, verán todas las lenguas agotarse, todos
los espíritus desecarse, todas las lenguas endurecerse, las figuras humanas se aplastarán, se desin-
flarán, como aspiradas por ventosas desecantes, y esa lubricante membrana continuará flotando en el
aire, esa membrana lubricante y cáustica, esa membrana de doble grosor, de múltiples grados, de grie-
tas infinitas, esa melancólica y vidriosa membrana, pero tan sensible, tan oportuna también, tan capaz
de multiplicarse, de desdoblarse, de retorcerse en su espejismo de grietas, o de sentidos, de estupefa-
cientes, de irrigaciones penetrantes y virulentas,

       entonces todo eso parecerá bien
       y yo no tendré necesidad de hablar.•
                                                                                            A.A.

                                                    27
LOS ENFERMOS Y LOS MÉDICOS

La enfermedad es un estado,
la salud no es sino otro,
más desgraciado,
quiero decir más cobarde y más mezquino.
No hay enfermo que no se haya agigantado,
no hay sano que un buen día no haya caído en la traición, por
no haber querido estar enfermo, como algunos médicos que
soporté.

He estado enfermo toda mi vida y no pido más que continuar estándolo.
pues los estados de privación de la vida me han dado siempre mejores indicios sobre la
plétora de mi poder que las creencias pequeñoburguesas de que:
BASTA LA SALUD

Pues mi ser es bello pero espantoso. Y sólo es bello porque es espantoso.
Espantoso, espanto, formado de espantoso.

Curar una enfermedad es criminal
Significa aplastar la cabeza de un pillete mucho menos codicioso que la vida
Lo feo con-suena. Lo bello se pudre.

Pero enfermo, no significa estar dopado con opio, cocaína o morfina.
Y es necesario amar el espanto de las fiebres.
la ictericia y su perfidia
mucho más que toda euforia.

Entonces la fiebre, la fiebre ardiente de mi cabeza,
—pues estoy en estado de fiebre ardiente desde hace cincuenta
años que tengo de vida—
me dará
mi opio,
—este ser—
éste
cabeza ardiente que llegaré a ser,
   opio de la cabeza a los pies.
Pues,
la cocaína es un hueso,

                                           28
la heroína, un superhombre de hueso.

Ca itrá la sará cafena
Ca itrá la sará cafá

y el opio es esta cueva
esta momificación de sangre cava,
este residuo de esperma de cueva,
esta excrementación de viejo pillete,
esta desintegración de un viejo agujero,
esta excrementación de un pillete,
minúsculo pillete de ano sepultado,
cuyo nombre es:
mierda, pipí,
Con-ciencia de las enfermedades.
Y, opio de padre a higa,
higa, que a su vez, va de padre a hijo,—
es necesario que su polvillo vuelva a ti
cuando tu sufrir sin lecho sea suficiente.

Por eso considero
que es a mí, enfermo perenne,
a quien corresponde curar a todo los médicos,
—que han nacido médicos por insuficiencia de enfermedad—
y no a médicos ignorantes de mis estados espantosos de enfermo,
imponerme su insulinoterapia,
salvación de un mundo postrado.•

                                                                  A.A.




                                             29
CARTA A LOS RECTORES DE LAS UNIVERSIDADES EUROPEAS

Señor Rector:

En la estrecha cisterna que llamáis “Pensamiento” los rayos de espíritu se pudren como parvas de
paja.

Basta de juegos de palabras, de artificios de sintaxis, de malabarismos formales; hay que encontrar
—ahora— la gran Ley del corazón, la Ley que no sea una ley, una prisión, sino una guía para el
espíritu perdido en su propio laberinto. Más allá de aquello que la ciencia jamás podrá alcanzar, allí
donde los rayos de la razón se quiebran contra las nubes, ese laberinto existe, núcleo en el que con-
vergen todas las fuerzas del ser, las últimas nervaduras del espíritu. En ese dédalo de murallas
movedizas y siempre trasladadas, fuera de todas las formas conocidas de pensamiento, nuestro
espíritu se agita espiando sus más secretos y espontáneos movimientos, esos que tienen un carácter
de revelación, ese aire de venido de otras partes, de caído del cielo.

Pero la raza de los profetas se ha extinguido. Europa se cristaliza, se momifica lentamente dentro de
las ataduras de sus fronteras, de sus fábricas, de sus tribunales, de sus Universidades. El espíritu
“helado” cruje entre las planchas minerales que lo oprimen. Y la culpa es de vuestros sistemas enmo-
hecidos, de vuestra lógica de dos y dos son cuatro; la culpa es de vosotros —Rectores— atrapados
en la red de los silogismo. Fabricáis ingenieros, magistrados, médicos a quienes escapan los ver-
daderos misterios del cuerpo, las leyes cósmicas del ser; falsos sabios , ciegos en el más allá , filó-
sofos que pretenden reconstruir el espíritu. El más pequeño acto de creación espontánea constituye
un mundo más complejo y mucho más revelador que cualquier sistema metafísico.
Dejadnos, pues, señores; sois tan sólo usurpadores. ¿Con qué derecho pretendéis canalizar la
inteligencia y extender diplomas de saber?
Nada sabéis de la naturaleza del hombre, ignoráis sus más ocultas y esenciales ramificaciones, esas
huellas fósiles tan próximas a nuestros propios orígenes, esos rastros que a veces alcanzamos a
localizar en los yacimientos más oscuros de nuestro cerebro.

En nombre de vuestra propia lógica, os decimos: la vida apesta, señores. Contemplad por un instante
vuestros rostros, y considerad vuestros productos. A través de las cribas de vuestros diplomas, pasa
una juventud demacrada, perdida. Sois la plaga de un mundo, señores, y buena suerte para ese
mundo, pero que al menos no se considere a la cabeza de la humanidad.•
                                                                                                A.A.



                                                  30
CARTA A LOS DIRECTORES DE ASILOS DE LOCOS

Señores:

Las leyes, las costumbres, les conceden el derecho de medir el espíritu. Esta jurisdicción soberana y
terrible, ustedes la ejercen con su entendimiento. No nos hagan reír. La credulidad de los pueblos ci-
vilizados, de los especialistas, de los gobernantes, reviste a la psiquiatría de inexplicables luces so-
brenaturales. La profesión que ustedes ejercen está juzgada de antemano. No pensamos discutir aquí
el valor de esa ciencia, ni la dudosa realidad de las enfermedades mentales. Pero por cada cien pre-
tendidas patogenias, donde se desencadena la confusión de la materia y el espíritu, por cada cien cla-
sificaciones donde las más vagas son también las únicas utilizables, ¿cuántas nobles tentativas se
han hecho para acercarse al mundo mental en el que viven todos aquellos que ustedes han encerra-
do? ¿Cuántos de ustedes, por ejemplo, consideran que el sueño del demente precoz o las imágenes
que lo acosan, son algo más que una ensalada de palabras?

No nos sorprende ver hasta qué punto ustedes están por debajo de una tarea para la que sólo hay
muy pocos predestinados. Pero nos rebelamos contra el derecho concedido a ciertos hombres —in-
capacitados o no— de dar por terminadas sus investigaciones en el campo de la mente con un vere-
dicto de prisión perpetua.

¡Y qué encarcelamiento! Se sabe —nunca se sabrá lo suficiente— que los asilos, lejos de ser “asilos”,
son cárceles horrendas donde los recluidos proveen mano de obra gratuita y cómoda, y donde la bru-
talidad es norma. Y ustedes toleran todo esto. El hospicio de alienados, bajo el amparo de la ciencia
y de la justicia, es comparable a los cuarteles, a las cárceles, a los presidios.
No nos referimos aquí a las internaciones arbitrarias, para evitarles las molestias de un fácil desmen-
tido.

Afirmamos que gran parte de sus internados —completamente locos según la definición oficial— es-
tán también recluidos arbitrariamente. Y no podemos admitir que se impida el libre desenvolvimiento
de un delirio, tan legítimo y lógico como cualquier otra serie de ideas y de actos humanos. La repre-
sión de las reacciones antisociales es tan quimérica como inaceptable en principio. Todos los actos
individuales son antisociales. Los locos son las víctimas individuales por excelencia de la dictadura
social. Y en nombre de esa individualidad, que es patrimonio del hombre, reclamamos la libertad de
esos galeotes de la sensibilidad, ya que no está dentro de las facultades de la ley el condenar a en-
cierro a todos aquellos que piensan y obran.
Sin insistir en el carácter verdaderamente genial de las manifestaciones de ciertos locos, en la medi-
da de nuestra aptitud para estimarlas, afirmamos la legitimidad absoluta de su concepción de la rea-
lidad y de todos los actos que de ella se derivan.

Esperamos que mañana por la mañana, a la hora de la visita médica, recuerden ésto, cuando traten
de conversar sin léxico con esos hombres sobre los cuales —reconózcanlo— sólo tienen la superio-
ridad que da la fuerza.•
                                                                                            A.A.

                                                  31
“Había allí, hacia el fondo de la sala -de esa querida, vieja sala del Vieux
Colombier que podía contener alrededor de 300 personas- una media doce-
na de graciosos llegados a esa sesión con la esperanza de bromear. Oh, ya
lo creo que hubiesen recogido los insultos de los amigos fervientes de Artaud
distribuidos por toda la sala. Pero no: después de una tímida tentativa de
alboroto ya no hubo que intervenir. Asistíamos a ese espectáculo prodigioso:
Artaud triunfaba. Hacía mucho que yo conocía a Artaud y también su desam-
paro y su genio. Nunca hasta entonces me había parecido más admirable.
De su ser material nada subsistía sino lo expresivo. Su alta silueta desgarba-
da, su rostro consumido por la llama interior, sus manos de quien se ahoga,
ya extendidas hacia un inasible socorro, ya cubriendo estrechamente su cara,
todo en él narraba la abominable miseria humana, una especie de conde-
nación inapelable, sin otra escapatoria posible que un lirismo arrebatado del
que llegaban al público sólo fulgores obscenos, imprecatorios y blasfemos. La
razón retrocedía derrotada: no sólo la suya sino la de toda la concurrencia. Ya
nadie tenía ganas de reír y además Artaud nos había sacado las ganas de reír
por mucho tiempo. Al terminar esa memorable sesión, el público callaba.
¿Qué se hubiera podido decir? Se acababa de ver a un hombre miserable,
atrozmente sacudido por un dios...”

                                                          André Gide,
                       comentario sobre un monólogo de Antonín Artaud
                                               de 13 de enero de 1947.




                                      32
Antonín Artaud

El muchacho sostiene la pistola sobre la cabeza de Dios
tomá esto vaca sagrada
pon la crueldad en acción
deja que el carnicero haga una reverencia

las palabras del viejo, calientes cuchillos blancos
rebanando a través de la manteca carcomida
la manteca es el corazón
el alma rancia repiqueteante

Arañar pinturas en las paredes del asilo
uñas rotas y palos
hipodérmica hipodérmica hipodérmica
PARCHE ROJO

el veneno de un hombre es la carne de otro
la agonía de un hombre el trato del otro
Artaud vivía con su cuello, situado
firmemente en el lazo

ojos negros con dolor
miembros acalambrados, contorsionados
el teatro y su doble
lo inválido y lo abortado

ESOS INDIOS MASTURBANDOSE EN ESTOS HUESOS.




                                     Letra y Música: BAUHAUS
                                     Traducción: Gabriel Castro




                               33
Antonín Artaud
4 de setiembre de 1896 - 4 de marzo de 1948
Llanto de mudo numero 1
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Llanto de mudo numero 1

  • 1. LLANTO DE MUDO-1 suplemento antonin artaud
  • 2. Ilustración de tapa: “Aprenda a transformar el sufrimiento en sabiduría (ja, ja)” (detalle) - Pablo Peisino Ilustración de contratapa: Carlos Crespo otras publicaciones: - poemas de un sufrido hijo de puta - charles bukowski - pájaros negros - pablo peisino - diego cortés - habitación vacía - diego cortés llanto de mudo ediciones setiembre 1996 Correspondencia: Adolfo Conte 712 - Dpto. 6 1º Piso - Bº Ipona C.P. 5016 - Córdoba Capital Impreso en: Página’s - Brown 56 A. Alberdi - Tel.: 808114
  • 3. de lo único que queremos alimentarnos lo único que queremos lograr es la BELLEZA pero no la belleza de los rostros ruborizados, de los estómagos tibios, de las caricias de manos limpias BELLEZA Sino la de las heridas abiertas de los gritos desgarrados por la furia de un golpe al estómago que nos hace caer de rodillas y contemplarnos en el espejo contemplar nuestra estupidez, nuestra fragilidad, nuestro orgullo de miel manchado de miedo no nos pidan explicaciones sólo queremos que vean cuan simple somos cuan simple es todo sólo son impulsos, por eso no nos comprenden No nos Odien No nos Maten No Nos AMEN NO SOMOS NORMALES NO ESTAMOS LOCOS llanto de mudo
  • 4. F I O D O R D O S T O I E V S K I LOS DEMONIOS, fragmento cap. III. - 1870 - ... yo sólo busco el motivo de que la gente no se atreva a suicidarse. Eso es todo. Y da lo mismo. - ¿Cómo que no se atreve? ¿Le parece que hay pocos suicidios? - Muy pocos. - ¿Usted considera que hay pocos? Sin responder a mi pregunta, se levantó y se puso a recorrer la pieza con aire meditabundo. - ¿Qué es, en su opinión, lo que contiene a la gente del suicidio? - inquirí. Kirílov se miró distraído, cual si tratara de recordar el tema de nuestra conversación. - Yo... yo sé muy poco todavía. Dos prejuicios la contienen, dos cosas, sólo dos: una muy pequeña, y la otra muy grande; pero también la pequeña es muy grande. - ¿Cuál es la pequeña? - El dolor. - ¿El dolor? ¿Es tan trascendental el dolor... en este caso? - Es lo principal. Hay dos géneros: el de los que se suicidan a causa de una pena muy honda, o por ira, o por demencia, o porque todo les da lo mismo... Ésos se matan de un golpe. Piensan poco en el dolor, y todo es repentino. En cambio, los que se dan muerte por raciocinio piensan mucho. - Pero ¿hay quien se mata por raciocinio? - Muchísimos. De no existir los prejuicios, serían más; muchos más; todos. - ¿Dice usted todos? Kirílov no respondió. - ¿Es que no hay manera de morir sin dolor? - pregunté. - Imagínese - repuso, deteniéndose ante mí -, imagínese una piedra del tamaño de una enorme casa, que pendiera sobre su cabeza. Si le cayera encima, ¿le dolería? - ¿Una piedra del tamaño de una casa? Verdaderamente, da miedo. - No me refiero al miedo. Le pregunto si dolería. - ¿Una piedra como una montaña, de un millón de puds? Naturalmente, no me causaría dolor alguno. - Bien; pero colóquese de verdad y mientras tenga la piedra en la cabeza sentirá usted un miedo horrible, lo cual es doloroso. Hasta el primer científico, hasta el más eminente doctor, todos, todos tendrían miedo. Aunque sepan que el golpe no les dolerá, cada cual se horrorizará pensando que le va a doler. - Bueno, ¿y cuál es el segundo motivo, el que usted considera grande? - El otro mundo. - Es decir, el castigo... - Da igual. El otro mundo. Sólo el otro mundo. - ¿Acaso no hay ateos, que no creen en absoluto en la existencia de otro mundo? Kirílov volvió a guardar silencio. - ¿Tal vez juzga por sí mismo? - Nadie puede juzgar más que por sí mismo - profirió, sonrojándose -. La libertad completa existirá cuando 4
  • 5. sea indiferente vivir o no vivir. Ése es el fin de todo. - ¿El fin? Pero es que entonces quizá nadie quiera vivir. - Nadie - repuso decidido. - El hombre teme a la muerte porque ama la vida - observé -. Así lo entiendo yo, y así lo tiene ordenado la naturaleza. - Esa es una ruindad , y ahí está todo el engaño - refulgieron sus ojos -. La vida es dolor, la vida es miedo, y el hombre es un desdichado. Hoy todo es dolor y miedo. El hombre ama la vida porque ama el dolor y el miedo. Y así lo han hecho. La vida se interpreta hoy como dolor y miedo, y ahí reside todo el engaño. El hom- bre de hoy no es todavía el que debería ser. Surgirá un hombre nuevo, feliz y orgulloso. Aquél a quien le dé igual vivir o no vivir será el hombre nuevo. Quien venza el dolor y el miedo será Dios. Y el otro Dios no exis- tirá. - Luego, según usted, el otro Dios existe. - No existe, pero existe. Una piedra no encierra dolor, pero el miedo a la piedra sí lo encierra. Dios repre- senta el dolor del miedo a la muerte. Quien venza al dolor y al miedo será Dios. Entonces nacerá una vida nueva, entonces un hombre nuevo, todo nuevo... La historia se dividirá en dos partes: desde el gorila hasta la destrucción de Dios y desde la destrucción de Dios hasta... - ¿Hasta el gorila? - Hasta la transformación de la tierra y del hombre físicamente. El hombre será Dios y cambiará físicamen- te. Y el mundo cambiará, y las cosas cambiarán, y las ideas, y todos los sentimientos. ¿Qué opina usted? ¿Cambiará entonces físicamente el hombre? - Si va a dar igual vivir o no vivir, todos se suicidarán, y acaso sea ése el cambio que se produzca. - No importa. Matarán el engaño. Quienquiera que desee la libertad máxima, debe perder el miedo al sui- cidio. Quien se atreva a darse muerte, descubrirá el enigma del engaño. Más allá de eso no hay libertad; en eso está todo, y más allá no hay nada. Aquel que tenga fuerza para suicidarse será Dios. Cualquiera puede hacer ya que no haya Dios y que no haya nada. Pero nadie lo ha hecho ni una sola vez. - Han habido millones de suicidas. - Pero no con el fin que yo digo; todo ha sido por temor, no para matar el miedo. Quien se suicide con el solo objeto de matar el miedo se convertirá inmediatamente en Dios. - Puede que no le dé tiempo - objeté. - Da lo mismo - respondió en voz baja, con serena altanería, punto menos que con desprecio -. Lamento que usted, al parecer, lo tome a broma - añadió tras una pausa de medio minuto. - Y a mí me extraña que antes se mostrara usted tan irascible y ahora tan sereno, aunque habla con pa- sión. - ¿Antes? Aquello fue ridículo - replicó sonriente -. No me gusta blasfemar y nunca me río - agregó como con tristeza. - Ciertamente, sus noches junto a la tetera no deben ser muy alegres. Me levanté y agarré la gorra. - ¿Lo cree así ? - sonrió con cierta expresión de sorpresa -. ¿Por qué? Pues no, yo... en fin, no sé... - se confundió de pronto -, no sé qué harán los demás, pero siento que no puedo ser como cualquiera. Los de- más piensan una cosa, y luego, en seguida, piensan en otra. Yo no puedo en otra; toda la vida en una. Dios me ha atormentado toda la vida - concluyó de súbito, con sorprendente franqueza. • 5
  • 6. M A X I M O G O R K I EL RELOJ - 1898 CAPÍTULO SEGUNDO ¡TIC-TAC, tic-tac! Nada más impasible en el mundo que un reloj: con idéntica regularidad nace en el instante de nuestro nacimiento y en el momento que cortáis con avidez las flores del ensueño de la juventud. Desde aquel en que nace, cada día se avecina el hombre a la muerte más de cerca. Y cuando jadeéis en la agonía, descontará sus segundos el reloj seca y tranquilamente. en su frío descuen- to -¡prestad oído!-existe algo de omnisciente y harto de tanto saber. Nada le conmoverá jamás ni le será querido nada. Es indiferente, y si pretendemos vivir, se nos hace indispensable para cre- ar otras horas plenas de sensaciones y de pensamientos, plenas de acción, para sustituir esas horas aburridas, monótonas, que asesinan de fastidio el alma, esas horas con latidos reprobato- rios y glaciales. CAPÍTULO OCTAVO ¡TIC-TAC, tic-tac! ¡Vivan los espíritus fuertes, los hombres viriles, los que sirven a la verdad, a la justicia, a la be- lleza! No los conocemos porque son orgullosos y no exigen recompensa; no vemos cómo consu- men de buena gana sus corazones. Alumbrando la vida con un fulgor resplandeciente, obligan ver claro aún a los ciegos, que son tan numerosos, y a que todos los hombres se percaten con horror y asco cuán grosera, injusta y fea es su vida. ¡Viva el hombre señor de sus deseos! En su corazón reside el mundo entero; en su alma reside todo el dolor del mundo, todo el sufrimiento de la humanidad. El mal y el lodo de la vida, la mentira y la crueldad son sus enemigos; gasta to- das sus horas sin cuento en el combate, y su vida está llena de júbilos fogosos, de hermosa có- lera, de fiera obstinación. No te reprimas, pues tamaña actitud supone la más activa, la más hermosa sabiduría en la tie- rra. ¡Viva el hombre que no sabe reprimirse! No hay más que dos formas de vida: la podredum- bre y la combustión. Los poltrones y los codiciosos escogerán la primera, los viriles y los genero- sos la segunda; quienquiera que ame la belleza sabe con claridad dónde está la grandeza. Horas vacuas y fastidiosas son las de nuestra vida. Llenémoslas, pues, de hermosas proezas sin reprimirnos. Y entonces viviremos horas hermosas, plenas de un gozoso estremecimiento; ho- ras plenas de una soberbia ardiente. ¡Viva el hombre que no sabe reprimirse! • 6
  • 7. puerta cerrada. con una sola vuelta de llave. y adentro la crueldad cayendo de las manos como un puñado de sal. adentro yo temblando de día como un hombre temblando de noche como un niño. adentro yo tratando de dar vida a la vida. diego cortés 7
  • 8. siempre un ojo rasgado por lágrimas siempre un hombre roto en una habitación blanca buscando y la desesperación aprender a vivir con la desesperación aprender a sostenerse en pie con los huesos quebrados. diego cortés 8
  • 9. TODO ES INUTIL TODO ES ABSURDO TODO ES HERMOSO nada más sólo el alma congelándose mientras afuera el mundo arde TODO ES INUTIL TODO ES UN MOVIMIENTO DESESPERADO no quiero sentido donde no lo hay no necesito forzar con mis dientes las cosas para amarlas no necesito saber si es para siempre no necesito entender TODO ES INUTIL TODO ES ABSURDO TODO ES HERMOSO Y SE DESGARRA SE DESNUDA SE DESMEMBRA Y NO NOS QUEDA NADA de todo siempre queda nada vacío hueco sobre hueco pero es demasiado hermoso demasiado hermoso sólo eso y con eso alcanza. diego cortés 9
  • 10. Podrida manzana verde se acuesta junto a mí, al dormir en noche gris y solitaria. Parece unirme los párpados y hundirme profundo, hablarme en silencio y dejarme caer por allí... Me dice mentiras, me mira imponente, me roza la piel y come mi carne. Podrida manzana verde me sigue incansable, me burla en escena santa, confundiéndome. Desafina en mi oído casi sordo su canto sucio, me quema los labios su desabrido beso. Se alimenta de mi sangre, y respira de mi aire, ya un poco turbio, pesado, asfixiante. Podrida manzana verde que late en mi pulso, que observa en mis ojos, camina en mis pies, y crece en mi pecho de reprimida leche fresca, de útero dormido en vientre niño. Podrida manzana que manda, se hace amiga, me mima, me pudre y me acaba. María Fernanda Sattler 10
  • 11. Esparcidos estaban sus restos por el piso. Sus restos, huesos, cenizas... El entendimiento llegaba tarde, el entendimiento, la comprensión, la aceptación... Vacío. Trataría de establecer un alto. Decidió girar y observar desde otro punto. Parecían su perfume, su piel parecían sus manos, su boca, todo lo que, trágicamente, ahí había parecía semejarse a la última imagen que tuvo frente a sí en el espejo, al levantarse hoy... ¿Traición?... había quedado en seguir hasta el fin Fin. ¿Quién podía establecerlo? Pudo sentirse abatido, defraudado, feliz, una extraña mezcla irónica la invadía. Oscuridad... y su cuerpo resplandeciente aún. Su cuerpo elevado observando todo. Su cuerpo humano durmiendo (creyó) en las húmedas baldozas. En el tiempo del arrepentimiento, de la consulta, del perdón. Fin del tiempo de visión, de sensación, antes oscuro, ahora todo existente. Lejos del tiempo entonces, lejos del miedo, del frío, del recuerdo, lejos de la memoria, ya no pensaba. Ya estaba. Ya era. Habría sido y sería, hasta la hora de volver... y qué aseguraba que debería volver?. María Fernanda Sattler 11
  • 12. HOY hoy nadie habla por nosotros. nadie habla de lo que nos da vida. y los que lo hacen están muertos. nadie habla por nosotros. y nosotros ya no podemos hablar. sólo gritar. gritar como un hombre con una pierna amputada. como un niño con fiebre que llama a su madre. nadie habla con nuestra voz. por eso comenzamos a hablar. sólo para decirles esto. no la verdad. sino lo que escupe nuestro estómago. SUS VIDAS APESTAN. apestan a miedo. a culpa. a muerte. quizás las nuestras también. pero nosotros lo sabemos. y nuestro grito es el del hombre enfermo que intenta que la fiebre no lo domine, que lucha contra la enfermedad. ustedes. ustedes hacen que su vida sea la enfermedad. arrastran la peste y cubren todo con ella y lo matan y lo ensucian, cubren lo que aman y enferman al mundo y lo fuerzan a que sea lo que no es. y llaman VIDA a su enfermedad. y juzgan a los que luchan contra esa enfermedad. y los encierran. y los callan. y los llaman locos. USTEDES SON LOS LOCOS. nadie habla por nosotros. y ahora comenzamos a hablar. quizás nos equivocamos. pero lo que decimos es nuestro. nace de nuestros estómagos. de nuestra sangre. hablamos porque es nuestro derecho. nuestro deber. sin esperar nada. ustedes nunca cambiarán. nosotros nunca podremos ser cambiados. así es. sólo así. gritar por el grito mismo. no hay verdad. sólo esta necesidad que quema como sed. ustedes nunca cambiarán. lo sabemos. pero tampoco vivirán tan tranquilos. buenas noches. 12
  • 13. aquí. crezco. donde el alma se calcina como un cerdo opaco. crezco de dolor. maduro de asco. y mi cuerpo. mis llagas. cubren cada rincón de este cuarto. donde vuelo. como un ángel y puedo ver todo. lo que aman. ver lo que muerden. no soy nada. no hay nada. nada para mí. somos algo. algo en un vientre. todo es terrible. nuestros cuerpos son terribles. y devoran carne de su propia carne. carne infeliz. agria. apestosa. y en el delirio. no podré callarles. no podré callar su grito. sus gritos. de abundancia. sus llantos que son risas. soy feo. soy agrio. es fácil fingir. hablarte es hablarme. golpearte es golpearme. puedo hacer magia. puedo crear. no puedo escapar a todo. nunca se puede. no todo se puede lograr. se puede amar. se puede odiar. no se puede olvidar. el estómago frunce. rompe. siempre tengo algo que no me deja pensar. les dejaré esto. estaré lejos. donde todo se llena. Federico Rubenacker 13
  • 14. el asesino. golpea. golpea mi puerta. y no tengo nada. nada que darle. sólo me arrugo. pero no le interesa mi culpa. no. golpea. mi cara. mi pecho. nunca se le puede calmar. estoy aquí!. estoy aquí!. dentro de mi cuerpo. aquí!. como un feto. enfurecido. toda la madera. todo a su paso. muerde. y su arma es un bastardo. y me destruye. y la sangre llena sus ojos. y sus ojos me llenan a mí. se mancha. y arde. y mis piernas callan. caigo. y me arrastro. y él pega. y su bastardo gatilla y rompe. rompe. rompe. Federico Rubenacker 14
  • 15. TOCARSE escribir mierda en sus cabezas escribírselas en sus pulmones en su carne en sus paladares con el amargo metal de su amor oxidado. la mierda que admiran su mierda. negar es afirmar violar es ser violado. matar es matarse. coger es cogerse. tan sucio. mi mano entre la ropa. y el sudor. hago. hago lo que otros no hacen. entre la ropa. mastico. sin estar desnudo. sí sin estarlo. semen. mi mano. la ropa. se manchan. como mi pecho. como mi espalda. como todo el cuerpo. y el azul entre las sábanas se mezcla como un viejo como un niño como un homosexual 15
  • 16. como un hombre como un animal y yo lo aprieto. el mundo es asqueroso. y estoy sucio. y no limpio. sucio. siempre lo estaré. tiemblo. amarte es amarme. Federico Rubenacker 16
  • 17. un hombre puede caer como un vaso antes de que amanezca envuelto en paredes que asesinan con quietud con el repetitivo ruido de una gotera y en silencio hasta terminar en un instante como siempre se termina. gustavo ponce 17
  • 18. NOCHE Confidente de nuestros más asquerosos deseos MADRE de cucarachas ratas suicidas asesinos trastornados desesperados humillados ladrones putas putos borrachos drogadictos y de todos aquellos que protejes bajo tu capa por ellos dame como hasta ahora otra nueva esperanza de falsa salvación. gustavo ponce 18
  • 19. tan corta cuando se busca que no alcanzas a distinguirla tan larga cuando duele irremediable campo de batalla sin conquista castigo sin crimen viaje sin llegada y todos siguen con esperanza o sin ella. gustavo ponce 19
  • 20. LA HERIDA SIEMPRE ESTA AHI SANGRANDO. EL DOLOR COMIENZA CUAN- DO SE ES CONSCIENTE DE ELLA. Es cómoda la “vida” del cobarde que se esconde de la realidad detrás de ilusiones que lo calman y lo hacen creer exitoso, amado y culto; cuando no es más que un dormido prisionero del trabajo y del sexo; cuando no es más que un insensible consumidor de un “ar- te” que lo deja tranquilo consigo mismo; y un juez condenador del que le muestra todo lo fal- so y cobarde de su persona. Es necesario despertar a la vida. Tratar de ser libre, aunque nunca lo logremos, aunque la libertad no exista, hay que buscarla apasionadamente, sin miedo al dolor ni al fra- caso, enfrentar la vida de lleno, sin mentiras, sin armaduras. Para que otra cosa es la vida sino para vivirla y disfrutarla hasta el final. Y si es así, entonces por qué ser hipócritas con nosotros mismos y calmar el dolor o el placer que la vi- da nos da, con mentiras religiosas, científicas e intelectuales. Sólo soportando el dolor y disfrutando el placer a pleno, recibiremos tranquilamen- te a la muerte. El cobarde morirá con miedo, con un desesperante arrepentimiento, con una horri- ble tristeza. Porque es triste desperdiciar tanto en tan poco tiempo, porque es inútil tratar de escapar a lo inevitable e hipócrita intentar que no haya dolor cuando la herida sangra. 20
  • 21. R O B E R T O A R L T Introducción a LOS LANZALLAMAS, 1931. Con “Los Lanzallamas” finaliza la novela de “Los siete locos”. Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavora- bles, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana. Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa el procedimiento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dic- tándole inefables palabras. Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros es- critores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es peno- so y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones les produce surmenage. Pasando a otra cosa: Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correc- tos miembros de sus familias. Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero, por lo general, la gente que disfruta tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara co- mo un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad. Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela que, co- mo las de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos...! Mas hoy, entre los ruidos de un edi- ficio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados. El estilo requie- re tiempo, y si yo escuchara los consejos de mis camaradas, me ocurriría lo que les sucede a al- gunos de ellos: Escribiría un libro cada 10 años, para tomarme después unas vacaciones de diez años por haber tardado diez años en escribir cien razonables páginas discretas. Variando, otras personas se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situacio- nes perfectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas colum- nas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de “Ulises”, un señor que se desayuna- ba más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excre- mentos que ha defecado un minuto antes. Pero James Joyce es inglés, James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen gusto llenarse la boca hablando de él. El día que James Joyce esté al alcance de todos los bol- 21
  • 22. sillos, las columnas de la sociedad se inventarán un nuevo ídolo a quien no leerán sino media do- cena de iniciados. En realidad, uno no sabe qué pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches. De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático en- tre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas honorables: “El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc.” No, no y no. Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo, crearemos nues- tra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un “cross” a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y “que los eu- nucos bufen”. El porvenir es triunfalmente nuestro. Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la “Underwood”, que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la ca- beza de fatiga, pero... mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titulará: “El amor brujo” y aparecerá en agosto del año 1932. Y que el futuro diga. 22
  • 23. ANTONIN ARTAUD Autorretrato (1896 - 4 de Septiembre - 1996) 100 años de VIDA
  • 24. no amamos la Poesía. nunca hemos amado la Poesía. nunca hemos amado las palabras, no jugamos con ellas. NO AMAMOS LA POESIA. amamos a Baudelaire, a Rimbaud, a Lautremont, a Bukowski, a Artaud. amamos sus vidas ardiendo hasta consumirse, amamos el calor que golpea nuestro pecho a través de sus voces. El ARTE no importa. La POESIA no importa. Lo único que importa es la VIDA. Vida que atraviesa los ojos como el sol, que llena la boca como el viento. Vida que lastima y cura. Vida que nos asesina a cada segundo. Antonín Artaud no fue sólo un escritor. Fue un hombre. Un hombre sacudido por el dolor, herido por las mentiras del mundo en el que lo obli- gaban a vivir. Un hombre golpeado por las mismas tempestades que nos sacuden a todos. Las palabras sólo son un medio para tratar de encontrar las heridas de nuestra piel, de nuestra alma, para tratar de entenderlas. Gritar es una forma de no dejar que el alma muera. Artaud fue sólo un hombre. Pero él se atrevió a buscar. Desnudó todas las cosas tratando de encon- trar el remedio para esta vida enferma de mentiras y miedos, para esta vida que asesina las almas. Antonín Artaud no sólo escribió. Antonín Artaud luchó. Antonin Artaud vivio. 24
  • 25. No podemos vivir eternamente rodeados de muertos y de muerte. Y si todavía quedan prejuicios hay que destruirlos “el deber” digo bien EL DEBER del escritor, del poeta, no es ir a encerrarse cobardemente en un texto, un libro, una revista de los que ya nunca más saldrá, sino al contrario salir afuera para sacudir para atacar a la conciencia pública si no ¿para qué sirve? ¿Y para qué nació? A.A. 25
  • 26. D onde los otros proponen obras yo no pretendo más que mostrar mi espíritu. La vida es quemar preguntas. No concibo una obra separada de la vida. No quiero la creación separada. Ni concibo al espíritu separado de sí mismo. Cada una de mis obras, cada uno de los proyectos de mí mismo, cada una de las heladas floraciones de mi alma fluye babosa- mente en mí. Me reconozco tanto en una carta escrita para explicar el estrechamiento íntimo de mi ser y la insen- sata castración de mi vida, como en un ensayo exterior a mí, que surge como un engendro indiferente de mi espíritu. Sufro porque el Espíritu no esté en la Vida y porque la Vida no esté en el Espíritu, sufro por el Espí- ritu-Organo, por el Espíritu-traducción, o el Espíritu-intimidación-de-las-cosas para hacerlas volver al Espíritu. Suspendo en la vida este libro, quiero que sea mordido por las cosas exteriores, y sobre todo por los sobresaltos acechantes, por todas las oscilaciones de mi yo por venir. Todas estas páginas se arrastran como témpanos en el espíritu. Perdonad mi libertad absoluta. Me niego a hacer diferencias entre los minutos de mí mismo. No acepto un espíritu programado. Es necesario acabar con el Espíritu y con la literatura. El Espíritu y la Vida se comunican en todas sus fases. Quisiera hacer un Libro que moleste a los hombres, que sea como una puerta abierta y que los lleve hacia donde ellos jamás consentirían llegar, simplemente una puerta enfrentada con la reali- dad. Y esto no es más prefacio a un libro, que los poemas que lo jalonan o la enumeración de todas las furias del malestar. Esto no es más que un témpano mal tragado. Es necesario que comprendamos que toda la inteligencia no es más que una vasta eventualidad, y que podemos perderla, no como el alienado que está muerto, pero sí como un ser vivo que está en la vida y que siente sobre sí la atracción y el soplo (de la inteligencia, no de la vida). Las titilaciones de la inteligencia y ese brusco vuelco de las partes. Las palabras a medio camino de la inteligencia. Esa posibilidad de pensar hacia atrás y de injuriar de golpe a su mente. Ese diálogo en la mente. La absorción, la ruptura total. Y de golpe, ese hilo de agua sobre un volcán, la caída tenue y retardada del espíritu. Toda escritura es una porquería. La gente que surge de la vaguedad para tratar de precisar como quiera que sea lo que sucede en un pensamiento, es una cochina. Toda la gente de letras es cochina, y especialmente en estos momentos. Todos los que tienen puntos de referencia en la mente, es decir, en cierto lado de la cabeza, sobre puntos bien localizados del cerebro, todos esos que son maestros de su lengua, para quienes las pa- labras tienen un sentido, todos esos para quienes las palabras tienen un sentido, para quienes existen altitudes en el alma, y corrientes en el pensamiento, aquellos que son espíritus de su época y han nom- brado sus corrientes de pensamiento, pienso en sus trabajos precisos y en ese rechinar de autómata 26
  • 27. que devuelve a todos los vientos su espíritu, — son unos cochinos. Aquellos para los que ciertas palabras guardan un sentido, y ciertas maneras de ser, los que crean perfectas formas, para los que los sentimientos tienen clases, y que discuten sobre cualquier grado de sus hilarantes clasificaciones, los que todavía creen en “términos”, los que remueven las ideologías que tienen prestigios en la época, aquellos de quienes las mujeres hablan bien, y también las mujeres que hablan tan bien, y que hablan de las corrientes de la época, los que todavía creen en una orientación del espíritu, los que siguen caminos, que agitan nombres, que hacen gritar a las páginas de los libros, — esos son los peores cochinos. ¡Está usted infundado, joven! No, yo pienso en los críticos barbados. Y yo se lo he dicho: sin obras, sin lengua, sin palabras, sin espíritu, nada. Nada, salvo un bello Pesa-Nervios. Una especie de estación incomprensible y erguida en medio de todo en el espíritu. Y no esperen que les nombre ese todo, en cuántas partes se divide, que les dé su peso, que cami- ne, que me ponga a discutir sobre ese todo, y que, discutiendo, me pierda y que así, sin saberlo, me ponga a PENSAR, —y que se ilumine, que viva, que se adorne de una multitud de palabras, bien im- pregnadas de sentido, todas diversas, y capaces de poner al día todas las aptitudes, todos los matices de un pensamiento penetrante e hipersensible. Ah esos estados que uno jamás nombra, esas eminentes situaciones del alma, ah esos intervalos del espíritu, ah esos minúsculos fracasos que son el pan diario de mis horas, ah ese pueblo hormiguean- te de datos, —son siempre las mismas palabras utilizadas y realmente no doy la apariencia de mover- me mucho en mi pensamiento, pero me muevo más que usted, barbas de asno, cerdos oportunos, ma- estros del falso verbo, tejedores de retratos, folletinistas, herbolarios, entomólogos, plaga de mi lengua. Os lo he dicho, no tengo ya mi lengua, pero eso no es una razón para que persistan, para que se obstinen en mi lengua. Vamos, dentro de diez años, seré comprendido por los que harán lo que ustedes hoy hacen. Enton- ces conocerán mis géiseres, verán mis heladas, habrán aprendido a desnaturalizar mis venenos, reve- larán mis juegos del alma. Entonces todos mis cabellos serán colados en la cal, todas mis venas mentales, entonces percibirán mi bestiario, y mi mística se convertirá en un sombrero. Entonces verán humear las junturas de las pie- dras y arborescentes ramos de ojos mentales cristalizarán en glosarios, entonces verán cuerdas, com- prenderán la geometría sin espacios, y aprenderán lo que es la configuración del espíritu, comprende- rán cómo he perdido el espíritu. Entonces comprenderán por qué mi espíritu no está aquí, verán todas las lenguas agotarse, todos los espíritus desecarse, todas las lenguas endurecerse, las figuras humanas se aplastarán, se desin- flarán, como aspiradas por ventosas desecantes, y esa lubricante membrana continuará flotando en el aire, esa membrana lubricante y cáustica, esa membrana de doble grosor, de múltiples grados, de grie- tas infinitas, esa melancólica y vidriosa membrana, pero tan sensible, tan oportuna también, tan capaz de multiplicarse, de desdoblarse, de retorcerse en su espejismo de grietas, o de sentidos, de estupefa- cientes, de irrigaciones penetrantes y virulentas, entonces todo eso parecerá bien y yo no tendré necesidad de hablar.• A.A. 27
  • 28. LOS ENFERMOS Y LOS MÉDICOS La enfermedad es un estado, la salud no es sino otro, más desgraciado, quiero decir más cobarde y más mezquino. No hay enfermo que no se haya agigantado, no hay sano que un buen día no haya caído en la traición, por no haber querido estar enfermo, como algunos médicos que soporté. He estado enfermo toda mi vida y no pido más que continuar estándolo. pues los estados de privación de la vida me han dado siempre mejores indicios sobre la plétora de mi poder que las creencias pequeñoburguesas de que: BASTA LA SALUD Pues mi ser es bello pero espantoso. Y sólo es bello porque es espantoso. Espantoso, espanto, formado de espantoso. Curar una enfermedad es criminal Significa aplastar la cabeza de un pillete mucho menos codicioso que la vida Lo feo con-suena. Lo bello se pudre. Pero enfermo, no significa estar dopado con opio, cocaína o morfina. Y es necesario amar el espanto de las fiebres. la ictericia y su perfidia mucho más que toda euforia. Entonces la fiebre, la fiebre ardiente de mi cabeza, —pues estoy en estado de fiebre ardiente desde hace cincuenta años que tengo de vida— me dará mi opio, —este ser— éste cabeza ardiente que llegaré a ser, opio de la cabeza a los pies. Pues, la cocaína es un hueso, 28
  • 29. la heroína, un superhombre de hueso. Ca itrá la sará cafena Ca itrá la sará cafá y el opio es esta cueva esta momificación de sangre cava, este residuo de esperma de cueva, esta excrementación de viejo pillete, esta desintegración de un viejo agujero, esta excrementación de un pillete, minúsculo pillete de ano sepultado, cuyo nombre es: mierda, pipí, Con-ciencia de las enfermedades. Y, opio de padre a higa, higa, que a su vez, va de padre a hijo,— es necesario que su polvillo vuelva a ti cuando tu sufrir sin lecho sea suficiente. Por eso considero que es a mí, enfermo perenne, a quien corresponde curar a todo los médicos, —que han nacido médicos por insuficiencia de enfermedad— y no a médicos ignorantes de mis estados espantosos de enfermo, imponerme su insulinoterapia, salvación de un mundo postrado.• A.A. 29
  • 30. CARTA A LOS RECTORES DE LAS UNIVERSIDADES EUROPEAS Señor Rector: En la estrecha cisterna que llamáis “Pensamiento” los rayos de espíritu se pudren como parvas de paja. Basta de juegos de palabras, de artificios de sintaxis, de malabarismos formales; hay que encontrar —ahora— la gran Ley del corazón, la Ley que no sea una ley, una prisión, sino una guía para el espíritu perdido en su propio laberinto. Más allá de aquello que la ciencia jamás podrá alcanzar, allí donde los rayos de la razón se quiebran contra las nubes, ese laberinto existe, núcleo en el que con- vergen todas las fuerzas del ser, las últimas nervaduras del espíritu. En ese dédalo de murallas movedizas y siempre trasladadas, fuera de todas las formas conocidas de pensamiento, nuestro espíritu se agita espiando sus más secretos y espontáneos movimientos, esos que tienen un carácter de revelación, ese aire de venido de otras partes, de caído del cielo. Pero la raza de los profetas se ha extinguido. Europa se cristaliza, se momifica lentamente dentro de las ataduras de sus fronteras, de sus fábricas, de sus tribunales, de sus Universidades. El espíritu “helado” cruje entre las planchas minerales que lo oprimen. Y la culpa es de vuestros sistemas enmo- hecidos, de vuestra lógica de dos y dos son cuatro; la culpa es de vosotros —Rectores— atrapados en la red de los silogismo. Fabricáis ingenieros, magistrados, médicos a quienes escapan los ver- daderos misterios del cuerpo, las leyes cósmicas del ser; falsos sabios , ciegos en el más allá , filó- sofos que pretenden reconstruir el espíritu. El más pequeño acto de creación espontánea constituye un mundo más complejo y mucho más revelador que cualquier sistema metafísico. Dejadnos, pues, señores; sois tan sólo usurpadores. ¿Con qué derecho pretendéis canalizar la inteligencia y extender diplomas de saber? Nada sabéis de la naturaleza del hombre, ignoráis sus más ocultas y esenciales ramificaciones, esas huellas fósiles tan próximas a nuestros propios orígenes, esos rastros que a veces alcanzamos a localizar en los yacimientos más oscuros de nuestro cerebro. En nombre de vuestra propia lógica, os decimos: la vida apesta, señores. Contemplad por un instante vuestros rostros, y considerad vuestros productos. A través de las cribas de vuestros diplomas, pasa una juventud demacrada, perdida. Sois la plaga de un mundo, señores, y buena suerte para ese mundo, pero que al menos no se considere a la cabeza de la humanidad.• A.A. 30
  • 31. CARTA A LOS DIRECTORES DE ASILOS DE LOCOS Señores: Las leyes, las costumbres, les conceden el derecho de medir el espíritu. Esta jurisdicción soberana y terrible, ustedes la ejercen con su entendimiento. No nos hagan reír. La credulidad de los pueblos ci- vilizados, de los especialistas, de los gobernantes, reviste a la psiquiatría de inexplicables luces so- brenaturales. La profesión que ustedes ejercen está juzgada de antemano. No pensamos discutir aquí el valor de esa ciencia, ni la dudosa realidad de las enfermedades mentales. Pero por cada cien pre- tendidas patogenias, donde se desencadena la confusión de la materia y el espíritu, por cada cien cla- sificaciones donde las más vagas son también las únicas utilizables, ¿cuántas nobles tentativas se han hecho para acercarse al mundo mental en el que viven todos aquellos que ustedes han encerra- do? ¿Cuántos de ustedes, por ejemplo, consideran que el sueño del demente precoz o las imágenes que lo acosan, son algo más que una ensalada de palabras? No nos sorprende ver hasta qué punto ustedes están por debajo de una tarea para la que sólo hay muy pocos predestinados. Pero nos rebelamos contra el derecho concedido a ciertos hombres —in- capacitados o no— de dar por terminadas sus investigaciones en el campo de la mente con un vere- dicto de prisión perpetua. ¡Y qué encarcelamiento! Se sabe —nunca se sabrá lo suficiente— que los asilos, lejos de ser “asilos”, son cárceles horrendas donde los recluidos proveen mano de obra gratuita y cómoda, y donde la bru- talidad es norma. Y ustedes toleran todo esto. El hospicio de alienados, bajo el amparo de la ciencia y de la justicia, es comparable a los cuarteles, a las cárceles, a los presidios. No nos referimos aquí a las internaciones arbitrarias, para evitarles las molestias de un fácil desmen- tido. Afirmamos que gran parte de sus internados —completamente locos según la definición oficial— es- tán también recluidos arbitrariamente. Y no podemos admitir que se impida el libre desenvolvimiento de un delirio, tan legítimo y lógico como cualquier otra serie de ideas y de actos humanos. La repre- sión de las reacciones antisociales es tan quimérica como inaceptable en principio. Todos los actos individuales son antisociales. Los locos son las víctimas individuales por excelencia de la dictadura social. Y en nombre de esa individualidad, que es patrimonio del hombre, reclamamos la libertad de esos galeotes de la sensibilidad, ya que no está dentro de las facultades de la ley el condenar a en- cierro a todos aquellos que piensan y obran. Sin insistir en el carácter verdaderamente genial de las manifestaciones de ciertos locos, en la medi- da de nuestra aptitud para estimarlas, afirmamos la legitimidad absoluta de su concepción de la rea- lidad y de todos los actos que de ella se derivan. Esperamos que mañana por la mañana, a la hora de la visita médica, recuerden ésto, cuando traten de conversar sin léxico con esos hombres sobre los cuales —reconózcanlo— sólo tienen la superio- ridad que da la fuerza.• A.A. 31
  • 32. “Había allí, hacia el fondo de la sala -de esa querida, vieja sala del Vieux Colombier que podía contener alrededor de 300 personas- una media doce- na de graciosos llegados a esa sesión con la esperanza de bromear. Oh, ya lo creo que hubiesen recogido los insultos de los amigos fervientes de Artaud distribuidos por toda la sala. Pero no: después de una tímida tentativa de alboroto ya no hubo que intervenir. Asistíamos a ese espectáculo prodigioso: Artaud triunfaba. Hacía mucho que yo conocía a Artaud y también su desam- paro y su genio. Nunca hasta entonces me había parecido más admirable. De su ser material nada subsistía sino lo expresivo. Su alta silueta desgarba- da, su rostro consumido por la llama interior, sus manos de quien se ahoga, ya extendidas hacia un inasible socorro, ya cubriendo estrechamente su cara, todo en él narraba la abominable miseria humana, una especie de conde- nación inapelable, sin otra escapatoria posible que un lirismo arrebatado del que llegaban al público sólo fulgores obscenos, imprecatorios y blasfemos. La razón retrocedía derrotada: no sólo la suya sino la de toda la concurrencia. Ya nadie tenía ganas de reír y además Artaud nos había sacado las ganas de reír por mucho tiempo. Al terminar esa memorable sesión, el público callaba. ¿Qué se hubiera podido decir? Se acababa de ver a un hombre miserable, atrozmente sacudido por un dios...” André Gide, comentario sobre un monólogo de Antonín Artaud de 13 de enero de 1947. 32
  • 33. Antonín Artaud El muchacho sostiene la pistola sobre la cabeza de Dios tomá esto vaca sagrada pon la crueldad en acción deja que el carnicero haga una reverencia las palabras del viejo, calientes cuchillos blancos rebanando a través de la manteca carcomida la manteca es el corazón el alma rancia repiqueteante Arañar pinturas en las paredes del asilo uñas rotas y palos hipodérmica hipodérmica hipodérmica PARCHE ROJO el veneno de un hombre es la carne de otro la agonía de un hombre el trato del otro Artaud vivía con su cuello, situado firmemente en el lazo ojos negros con dolor miembros acalambrados, contorsionados el teatro y su doble lo inválido y lo abortado ESOS INDIOS MASTURBANDOSE EN ESTOS HUESOS. Letra y Música: BAUHAUS Traducción: Gabriel Castro 33
  • 34. Antonín Artaud 4 de setiembre de 1896 - 4 de marzo de 1948