1. Laura Gutman
Gutmanes argentina,terapeutafamiliary escritora.
Llevapublicados varios libros sobre maternidad, paternidad, vínculosprimarios, desamparoemocional,adicciones, violencia y metodologíasparaacompañarprocesos
de indagaciónpersonal.
Dirige una institución con base en laCiudad de Buenos Aires, que cuentacon una Escuela de Capacitación Profesional y un equipo
de profesionalesque asisten a hombres y mujeres adultos.
Comprar en lugar de vincularse
No es fácil vincularnos y permanecer muchas horas a solas con los niños pequeños. Por eso solemos convertir los momentos de “e star juntos” en momentos de
“consumo” compartido. La“compra” del producto que sea operacomo mediador en larelaciónentre los niños y nosotros. Elobjeto mediador puede ser latelevisión,
el ordenador, los jueguitos electrónicos, salir de compras a la juguetería, al pelotero, al centro comercial o a lo sumo ir a ver un espectáculo (que pueden ser
maravillosos y necesarios en sí mismos). Pero conviene reflexionarsobre cómo los adultos utilizamos los elementos de consumo social parapaliarla dificultad que
supone larelacióncon el niño, es decir lapermanencia, lamirada,el juego y ladisponibilidad emocional.
Cuando un niño nos pide tiempo parajugar,o mirada paraque nos extasiemos por un descubrimiento en su exploracióncotidiana,cuando nos solicitapresencia para
permanecer a su lado o que nos detengamos un instanteparaque pueda recoger una piedra del suelo; solemos responder ofreciendo una golosina,una promesa o un
juguete porque estamos apurados. El niño poco a poco va aprendiendo a satisfacer sus necesidades de contacto a travésde objetos, y muchas veces a travésde
alimentos con azúcar.Todos los adultossabemos que mientrasun niño come algo dulce, no molesta. Y también sabemos que en lamedida en que esté hechizado por
la televisión, tampoco molesta. Si aprende a jugar con el ordenador, molesta menos aún. Y si necesitamos salir a la calle en su compañía, en la medida que le
compremos algo,lo que sea, estarátranquilo y nos permitiráterminarcon nuestrostrámites personalesmientrasduralafugazalegríapor el juguete nuevo.
Los niños aprenden que es más fácil obtener un objeto o algo para comer (generalmente muy dulce o muy salado) y de ese modo desplazan sus necesidades de
contactoy diálogo hacia laincorporaciónde sustanciasque “llenan” alinstante. Tienen lafalsasensación de quedar satisfechos, aunque esa satisfacción dura lo que
duraun chocolate.Es decir, muy poco tiempo. Por eso los niños volverána pedir –o a molestara ojos de los adultos-y en el mejorde los casos volverána recibir algo
que se compra, con la debida descalificación de sus padres por ser demasiado pedigüeños o faltos de límites. Es un modelo que repiten hastael hartazgo, porque
funciona: creen que necesitanestímulo permanente, consumo permanente y rápida satisfacción.
Aestaaltura,los niños han olvidado qué eralo que estabannecesitando verdaderamente de sus padres. Yano recuerdanque queríancariño,ni atención,ni mimos, ni
palabrasamorosas.Yano registranque era“eso” lo que estabannecesitando.
Nosotroslos padres también consumimos paracalmarnuestraansiedad y nuestraperplejidad alno saber qué hacer con un niño pequeño en casa. La cuestión es que
nos vinculamos con el niño sólo en la medida en que hay algo para hacer, y si es posible, algo para comprar o comer. Y si el niño puede hacer “eso” solo, sin
necesidad de nuestrapresencia, mejoraún. Sólobastamirarnosunos a otrosun domingo en un centrocomercialcualquiera,en cualquier ciudad globalizada.
Estadinámica de satisfacción inmediataa faltade presencia afectiva,somete a los niños a una vorágine de actividades, corridas, horarios superpuestos y estrés,que
nos deja a todos aún más solos. No nos damos laoportunidad de aprender a dialogar,nos olvidamos de los tiempos internos y pasamos por altonuestrosutil compás
biológico.
¿Qué podemos hacer? Pues bien, podemos buscar buena compañía parapermanecer con los niños en casa, sin tanto ruido ni tanto estímulo. Amparadas por otros
adultos,es posible permanecer más tiempo en el cuartode los niños, simplemente observándolos. No es imprescindible jugarcon ellos, si no sabemos hacerloo si nos
resultaaburrido. Pero si no logranser creativosaprovechando nuestrapresencia, bastacon acercarlesuna propuesta,unos lápices de colores, una invitacióna cocinar
juntos, o a revolverlasfotos del pasado. En fin, siempre hay algo sencilloparaproponer, ya que “eso” que haremos serálaherramientaparaalimentarel vínculo. Y
los niños generalmente aceptangustosos.
Cuando estamos en lacalle con los niños, podemos “desacelerar”y darnos cuentaque no pasa nada si tardamos más tiempo en realizarlas compras o los trámites.
Porque de ese modo cada salida puede convertirse en un paseo paralos niños y en un momento pleno y feliz paranosotros. Si somos capaces de detenernos ante una
vidrieraque les llamala atención, si una persona los saluda y nos otorgamos el tiempo de sonreírle o bien si nos sentamos un ratitoen lavereda porque sí, porque
pasó una hormiga, algo habrácambiado en lavivencia internade los niños. Esos cinco minutos de atención significan paranuestroshijos que ellos nos importan,que
el tiempo estáa favornuestroy que lavida es belladesde el lugardonde ellos lamiran. Estamos diciéndoles que nada nos importamás en este mundo que mirarlos,
que deleitarnoscon lavitalidad y laalegríaque despliegan y que los amamos con todo nuestrocorazón.
Toda ladedicación y el tiempo disponible que no reciban de nosotros,los obligaráa llenarse de sustitutos, y luego creeránque sin esas sustanciaso esos objetos no
pueden vivir. Larealidad es que no podemos vivir sin amor. Todo lo demás, importapoco.
Nutrición emocional
Si hemos atravesado nuestrainfanciapoco amparadoso poco protegidos, haciendo grandes esfuerzos parasobre adaptarnos,es posible que en laactualidad entremos
en competencia con los niños desde el hambre emocional . Grandes y pequeños nos pelearemos por un trozo de mirada, quejándonos de que
nuestros hijos “están terribles”, son muy “demandantes”, estamos hartos de que “se enfermen”, o que “no respeten a los mayores”. Nos parece inaceptable que
abandonen laescuelao que se droguen o que no coman o que se escapen o que tengansexo sin protegerse.
Cuando un niño no es suficientemente nutrido emocionalmente durante lainfancia,va a seguir necesitando eso que pidió, aunque
modificaráel modo en que formularáel pedido. La edad no calmalased. La edad sólodisfrazalasnecesidades primarias en otrasmás presentables en sociedad. El
no importa con cuánta comida se atosigue,
niño necesitado se convertirá en un joven desesperado, ávido, feroz. Por eso,
cuánta droga lo calme, cuánta agresión drene o cuántas pastillas lo duerman…no va a obtener
cuidados maternos . Esto es consecuencia de una gran equivocación . Porque toda droga va a requerir más dosis. Toda relación
dependiente lo va a llevara relaciones aún más destructivas. Toda dieta lo va a arrojara un circuito de restricciones. Todo acceso al alcohol lo va a dejar más
prisionero de sus borracheras.Y toda distanciaemocionallo vaa colocarcada vez más lejosen su propio desierto.
Es verdad que tenemos la intención de amar y educar a nuestros hijos. Resultaque el amor puede estarpresente como idea personaly colectiva. Pero amar
concretamente a los hijos todos los días y todas las noches requiere comprender de dónde
2. venimos…para entender las contradicciones profundas que sentimos cuando nuestros hijos
pequeños nos demandan atención, presencia, conexión y amparo. Si nos sentimos desbordados o exigidos, es
urgente emprender un camino de conocimiento personal,haciéndonos cargo de lasimprontas básicas que tenemos grabadasbajolafaltade cuidado o
de palabras. Esas necesidades infantiles no nos fueron satisfechas en el pasado. Ahora nos corresponde reconocer qué es lo que nos ha
acontecido, paradecidir qué haremos hoy, es decir, cómo alimentaremos a nuestroniño herido y hambriento, parano trasladaresa hambre sobre nuestroshijos.
Aquello que decimos
Los niños creen en los padres. Cuando les decimos una y otra vez que son encantadores, que son los príncipes o princesas de la casa, que son guapos, listos,
inteligentes y divertidos, se convierten en eso que nosotros decimos que son. Por el contrario, cuando les decimos que son tontos, mentirosos, malos, egoístas o
distraídos, obviamente, responden a los mandatosy actúancomo tales. Aquelloque los padres -o quienes nos ocupamos de criar-decimos , se constituye en lo
más sólido de la identidad del niño.
Los niños no tienen más virtudes unos que otros. Ahorabien, el niño no suficientemente mirado , mimado, apalabradoy tomado en cuentapor sus
padres, darámayor crédito a sus discapacidades. Y sufrirá.En cambio el niño mirado y admirado por sus padres, amado a travésde los actos cariñosos cotidianos,
contarácon una seguridad en sí mismo que le permitiráerigirse sobre sus mejores virtudes y almismo tiempo reírse de sus dificultades.
Si nos damos cuentaque nuestros hijos sufren, si tienen la auto estima baja,si tienen vergüenza,si se creen malos deportistas,malos alumnos, o que no están a la
alturade las circunstancias, si les cuestahablar,relacionarse, jugarcon otros, si suponen que son lentos, o si son víctimas de las burlasde sus compañeros; nos
corresponde accionara favorde ellos,ya mismo . Lo peor que podríamos haceres exigirles que asuman solos sus problemas .
Podemos nombraraquellasvirtudes, recursoso habilidades que el niño sí dispone como individuo. Por ejemplo, que es un niño que siempre dice laverdad. Que nunca
traicionaraa un amigo. Que es incapaz de lastimar a otro. Que observay comprende a los que sufren. Que es generoso y tolerante. Decirles a los niños que son
í
hermosos, amados, bienvenidos, adorados, nobles, bellos, que son la luz de nuestros ojos y la alegría de nuestro corazón; genera hijos seguros, felices y bien
dispuestos. Es posible que las palabras bonitas no aparezcan en nuestro vocabulario, porque jamás las hemos escuchado en
nuestra infancia . En ese caso, nos tocaaprenderlas. Si hacemos ese trabajoahora,nuestroshijos -aldevenir padres-no tendrán que asumir estalección.
Porque surgiránde sus entrañascon totalnaturalidad, laspalabrasmás bellasy lasfrases más gratificantes hacia sus hijos. Y esas cadenas de palabrasamorosasse
perpetuaránpor generaciones y generaciones, sin que nuestrosnietos y bisnietos reparen en ellas,porque haránpartede su genuina manerade ser. Pensemos que es
una inversión a futuro con riesgo cero. De ahoraen más… ¡sólo palabrasde amor paranuestros hijos! Gritemos al viento que los amamos hastael cielo. Y más alto
aún. Y más y más.
Extracto de un artículo del libro “Mujeres visibles, madres invisibles”
¿Los niños necesitan límites o presencia materna?
Solemos determinar que un niño “no tiene límites” cuando “pide” desmedidamente o cuando su movimiento constante nos distrae o nos reclama atención. Sin
embargo, antes de juzgarlosy rotularlosen su comportamiento,tratemos de ponernos en su lugar,de imaginarnosen su cuerpo y en su confusión, en laimposibilidad
de comunicarlo que genuinamente necesita. Elniño utilizael mismo sistema confuso de pedir “lo que puede ser escuchado” y no lo que realmente desea.
Yaha constatadoque lo que molesta,siempre es prioritarioen laatención de los demás.
Cuando los adultos no logramos reconocer con sencillez y sentido lógico una necesidad personal, tampoco podemos comprender la necesidad
específica de un niño, y menos aún si está formulada en el plano equivocado. Sin darnos cuenta, pedimos lo que creemos que será
escuchado y no lo que realmente necesitamos . Aeste fenómeno tanfrecuente y utilizado por todos nosotros,lo denomino: “pedido
desplazado”.
Por ejemplo: las mujeres necesitamos que nuestro esposo nos abrace y nos diga cuánto nos ama. Sin embargo en lugarde explicitarnuestranecesidad afectiva,le
rogamos que se ocupe de cambiaralbebé. Cuando un deseo es expresado a travésde otrodeseo, aparece el malentendido. Inconscientemente solicitamos
algo diferente de lo que necesitábamos, por lo tanto no obtenemos lo deseado, y así nos sentimos incomprendidas, desvalorizadas y enfadadas. En el plano
emocional,cuando no sabemos lo que nos pasao no lo podemos explicar,obviamente nada ni nadie logransatisfacernos.
En relacióna los niños, estasituación es tancorriente que lavida cotidianase convierte en “un campo de batalla”.Levantarseparair a laescuela,comer, bañarse,ir
de compras, hacer latarea,llegaro irse de algúnlugar,ir a un restauranteen familia; todo parece ser “un granmalentendido” donde todos terminamos molestos. Y
hemos encontradoun rótulomuy de moda aplicable a casi cualquier niño y a casi cualquier situación: “a este niño le faltan límites ”
Eltema de los límites -como se lo entiende vulgarmente- es un problema falso , ya que no se vinculacon laautoridad o lafirmeza con que decimos
no . Alcontrario,se resolverafácilmente si fuésemos capaces de acordar entre el deseo de uno y el deseo del otrocon sentido lógico paraambos. Y paraello
í
se necesitacapacidad de escucha , una ciertadosis de generosidad, reconocimiento de laspropias necesidades, y luego lacomunicación verbalque legitime y
establezcalo que estamos en condiciones de respetarsobre el acuerdo pactado.
Nos preguntamos cómo hacer paraque nuestrosniños se comporten bien, sean amables y educados y puedan vivir según lasreglasde nuestrasociedad. Sin embargo,
estos “resultados” no dependen tantode nuestrosconsejos, -y mucho menos de nuestroautoritarismo-sino de lo que podemos comunicargenuinamente. Paraello se
requiere un trabajode introspección permanente. No puedo contarqué me sucede si no sé qué me pasade verdad. Luego, es necesario saber lo que le pasaalniño. Y
sólodespués seráposible llegara acuerdos basados en el conocimiento y la aceptación de lo que nos pasa a
ambos. Si queremos niños dóciles y comprensivos, tendremos que entrenarnosen ladulzurahaciaellosy hacianosotrosmismos.
Por otra parte, ir en busca del pedido original del niño , requiere un conocimiento genuino sobre las
necesidades básicas de los más pequeños. Los adultos consideramos con frecuencia que “ya son demasiado grandes para...”
Invariablemente deberían lograralgo que aúnles resultainalcanzablecomo habilidad: jugarsolos, no chuparse el dedo, permanecer en lasfiestasde cumpleañossin
nuestrapresencia, dejarel biberón,no interrumpir cuando los grandes conversan,quedarse quietos, estudiarsolos,no mirarlatele, no molestar,etc.
Pero lo verdaderamente complejo, es que la presencia comprometida de los padres es escasa. Cuando los niños “no tienen
límites, piden desmedidamente o no se conforman con nada”, están reclamando desplazadamente presencia física y también compromiso emocional. De hecho,
3. cuantomás insatisfechos esténlos niños, más reclaman,menos los toleramosy más los adultoslos echamos de casaporque nos desgastan.Los enviamos a pasarlargas
jornadasen lasescuelas,fines de semanaen casade los abuelos, múltiples actividades extraescolares…ahondando ladesconexión y el abismo que nos separa.
Un niño que nos exasperaes simplemente un niño necesitado.
Por eso el tema de los límites es un problema falso.Cuando hablamos de límites, hay que considerarnuestrascapacidades de comunicación y de franquezacon laque
nos dirigimos a nuestroshijos.
Estono significa que debamos soportarlatiraníade caprichos absurdos. Alcontrario, el niño no es libre de hacer cualquier cosa, pero nosotrostampoco. Se tratade
preguntaral niño qué necesita, en qué lo podemos ayudar, y se tratade relatartambién qué nos sucede a nosotros los adultos y qué estamos en condiciones de
ofrecer. Luego, haremos algunos acuerdos posibles. Asíde fácil.
Obediencia o sentido común
Tenemos muy arraigado el concepto de obediencia, porque casi todos quienes somos adultos hoy, hemos sido criados en base al sometimiento a los deseos o
necesidades de alguien más poderoso. Elmás débil obedece almás fuerte que emite órdenes sobre cómo vivir, comportarse, comer, dormir o relacionarse. Si hemos
obedecido como corresponde a los mandatos de otros individuos -generalmente nuestros padres- es posible que nos hayamos acomodado desde muy pequeños a sus
necesidades o su moraly por lo tantohemos obtenido beneficios. Elmás importantees haber sido aceptados. Hastaahí, lascuentasdan bien. Sin embargo, hay algo
sutil que sucede mientrassomos niños, que es imperceptible pero operaa cada instante, que es la pérdida de nuestro pulso básico mientras
hacemos grandes esfuerzos para adaptarnos a la modalidad de los mayores. Se desvanece esa voz interior que nos guía y que nos hace únicos. Extraviamos la
autenticidad parasituarnosen este mundo, en armoníacon “eso que somos”. Y así perdemos sin darnos cuenta,el sentido común , que en nuestrasociedad
es el menos común de los sentidos. Nos quedamos sin esa brújulainternaque nos alumbraparaindicarnos lo que nos compete y lo que no, lo que nos hace bien o nos
hace mal, lo que encajacon nuestrapersonalidad o lo que nos lastima. Después de años de esfuerzos paraacomodarnos a aquello que les conviene a los demás,
hemos dejado de ser convenientes paranosotrosmismos. Entonces estamos en peligro . En primer lugar,porque nuestrospadres -mientrasno sean molestados-
no registranque hayaalgúnproblema. En segundo lugar,porque el rencor,lasoledad, larabiay el desamor creceránen nuestrointerior, y algunavez ese cúmulo de
sensaciones negativas,explotarán.Desde el punto de vistade los adultos, imponemos a nuestros hijos obediencias desmedidas y alejadasdel ser esencial de cada
uno de ellos,perpetuando un desastre espiritual colectivo . Tengamos lahumildad de no pretender que nadie nos obedezca. Elúnico que debe ser
obedecido, es el corazón.