Resulta difícil tarea la de pensar la historia política argentina ignorando el nervio jacobino que impulsó sus capítulos más pasionales. Es sabido que, en la imaginación de sus primeros trazos nacionales, está el sello de esta impronta. ¿Pero es el jacobinismo, capaz de suscitar entusiasmos vindicadores u oposiciones tenaces, la forma adecuada para pensar el dilema de la representación política? ¿Cómo remendar sus tentaciones “sustitucionistas” de aquello percibido como “pueblo”, a la hora de pensar la distancia entre representantes y representados abierta por el liberalismo democrático?