Este documento presenta una lista de obras de arte de diferentes medios (videos, canciones, textos literarios, obras visuales) que abordan diversas temáticas. Incluye una breve descripción e información adicional de algunas de las obras propuestas, con el fin de que los estudiantes puedan identificar los temas tratados en las manifestaciones artísticas.
1. UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA Guía de
Aprendizaje:
SISTEMA DE EDUCACIÓN MEDIA SUPERIOR APRECIACIÓN DEL
ARTE
BACHILLERATO GENERAL POR COMPETENCIAS Módulo
2. Actividad 6
OBRAS PROPUESTAS PARA IDENTIFICAR TEMÁTICAS
Contenido del CD con material audiovisual, literario, musical y gráfico
“Temáticas en las manifestaciones artísticas”
(Eventualmente estará disponible en las Bibliotecas de las Escuelas.
Mientras, puede consultarse en Internet, en las direcciones señaladas)
CATÁLOGO
VIDEOS:
1. “Llorando”, con Rebekah Del Rio, fragmento musical de la película Mulholland
Drive de David Lynch, http://www.youtube.com/watch?v=jLhbf-K10IM
2. “Mi vida al revés” con Anna Chalon, fragmento musical de la película L'Homme de
Sa Vie de Zabou Breitman, http://www.youtube.com/watch?v=Q0YLEuwmbQM
3. “Con toda palabra”, video musical del álbum The Living Road, de la intérprete y
compositora canadiense Lhasa de Sela, http://www.youtube.com/watch?
v=uGNk_zHy4Mg
4. “La estocada” y “El final”, escenas del ballet Clavigo, compuesto por Roland Petit,
sobre la obra teatral de Goethe, http://www.youtube.com/watch?v=vWZXXbLvryk
http://www.youtube.com/watch?v=_UT2bSYdPTE&NR=1
5. “Escena en la escalera”, de la obra A Streetcar Named Desire, extraída de la versión
cinematográfica con Marlon Brando, http://www.youtube.com/watch?
v=OzHltYz9rjI (en idioma original) o bien http://www.youtube.com/watch?
v=xYEj0FrwAyY (doblado al español).
CANCIONES:
1. “Malo” del álbum Pafuera Telarañas de la cantautora española Bebe,
http://www.youtube.com/watch?v=0AmOs-VU-8A
2. “Siempre te busqué” del álbum El primer rayo de sol, de Monocordio,
http://www.youtube.com/watch?v=tNo7ASQT_SQ
2. 3. “El vals del obrero” del disco Incontrolable, de Ska-p,
http://www.youtube.com/watch?v=QjA0CZlqePE
4. “La soledad” del disco La Argentinidad al Palo, de Bersuit Vergarabat,
http://www.youtube.com/watch?v=Y_FJ9cy7ySM
5. “Montón de tierra” del álbum Rosa Mexicano, de Regina Orozco,
http://www.youtube.com/watch?v=7-sqQbXvkoU
TEXTOS LITERARIOS:
1. “Macario”, cuento de Juan Rulfo,
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/rulfo/macario.htm
2. “Más allá”, cuento de Horacio Quiroga,
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/quiroga/masalla.htm
3. “El ruiseñor y la rosa”, cuento de Oscar Wilde,
http://www.valvanera.com/wilde.htm
4. “Pigmalión”, cuento de Augusto Monterroso,
http://www.auladeletras.net/material/Cuentos/monterroso.htm
5. “El gato negro”, cuento de Edgar Allan Poe,
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/poe/gato.htm
OBRAS VISUALES:
1. “Skeletons Warming Themselves”, pintura al oleo de James Ensor,
https://www.kimbellart.org/Collections/SearchCollections.aspx?
P=1&Focus=0&txtSearchText=Ensor
2. “El Sueno de la razón produce monstruos”, dibujo en tinta sobre papel, de Francisco
de Goya, http://www.rijksmuseum.nl/images/aria/rp/z/rp-p-1921-2064.z
3. “Lovecrew”, obra gráfica de H.R. Giger,
http://www.fortunecity.com/rivendell/legend/728/giger05.html
4. "Children in the graveyard”, fotografía de Danny Lyon,
http://www.geh.org/ne/mismi2/m197602050001_ful.html#topofimage
5. “The Ancient of Days”, obra en tinta sobre papel de William Blake,
http://emu.man.ac.uk/emuwebwag/objects/common/webmedia.php?
irn=4625&reftable=ecatalogue&refirn=88
INFORMACIÓN ADICIONAL
VIDEO 1: “Llorando” de la película Mulholland Drive.
Esta obra cinematográfica se caracteriza por una trama compleja y situaciones fuera de la
comprensión de una realidad coherente. En esta escena clave, representativa del énfasis
otorgado al contenido emocional, dos de las protagonistas asisten azoradas a un
2
3. espectáculo misterioso en un teatro vacío, donde se presenta una cantante de voz
privilegiada, pero de aspecto patético, la cual imprime tal sentimiento a su interpretación
que contagia profundamente a las espectadoras y termina derrumbada sobre el
escenario.
En seguida la letra de la canción (traducida de la versión original en inglés, éxito
internacional de 1981 interpretado por Don McLean).
LLORANDO (Crying)
VIDEO 2: “Mi vida al revés”, de la película El hombre de su vida.
Yo estaba bien por un tiempo, volviendo a sonreír.
En la trama de esta cinta, un hombre de familia en la campiña francesa, perfectamente
Luego anoche te vi, tu mano me tocó, y el saludo de tu voz.
adaptado y Te hablé muymujer tú hijo, amigos y familiares, de repenteamor...
feliz con su bien y e sin saber, que he estado llorando por tu ve trastornarse su
mundo por la apariciónadiós sentí todoun vecino gayy que revierte todos sus esquemas, ya
Luego de tu repentina de mi dolor. Sola llorando, llorando...
que le provoca una fuerte atracciónalerótica, lavez, yodesencadena un enamoramiento
No es fácil de entender que verte otra cual seguiré llorando.
profundamente correspondido. En la escena musical presentada, todos disfrutan de un
idílico día de campo, una chica interpreta con la es la verdad bella melodía, ellos se
Yo que pensé que te olvidé, pero es verdad guitarra esta
manifiestan Que te quiero aún más, mucho más que ayer.
con miradas y palabras escuetas la perturbación emocional que les invade,
Dime tú qué puedo hacer:
mientras la esposa es ajena a la desolación y el abandono que le aguardan.
No me quieres ya y siempre estaré llorando por tu amor...
Aquí la letra de la canción traducida libremente del original en francés:
Tu amor se llevó todo mi corazón
VIDEO 3: “Con toda llorando,MIvideo ALPor tu amor.vie à l'envers)
y quedó palabra”, VIDA musical de Lhasa de Sela.
llorando… REVÉS (Ma
Una obra compleja, rica en abstracciones y elementos simbólicos, sin estructura narrativa
Es un sueño miserable, Perdí a lo lejos de vista,
propiamente dicha, aunque se pueden delimitar tres realidades diversas oníricas que se
la pesadilla de un niño mi universo por entero
entrecruzan: la primera y preponderante, en el contexto de un lago donde la protagonista
que resplandece en mis ojos, solo veo desde lo alto,
se sumerge en a llorar mi sangre.
y mueve un encuentro-desencuentro, la segunda en revés truncada un claustro con
mi vida al el interior de
vitrales que de alguna manera contiene a las otras extraviada en la corriente,en una mesa de
dos realidades puestas
ediciónTraspaso lentas corre un ferrocarril que parece de horizonte y que se revela como la
sobre la que mis noches, que el juguete enmascara
tercer realidad, aun río de lágrimas la protagonista realiza amor cómo hace falta,
sumido en bordo de la cual Oh mi su viaje de ensoñación.
A continuación se transcribe la letra de la canción: volver a encender la llama
que deslizan por mi vida,
VIDEO como dedos sobre y “El final”,CON TODAdel ballet Clavigo. que se apaga.
4: “La estocada” láminas. escenas PALABRA estrella
de mi
En esta adaptación coreográfica del Ballet de la Opera de Paris, el argumento original de
Con toda palabra Me entrego a tus brazos
Goethe adquiere tonalidades trágico-eróticas con un fuerte impacto emotivo. En estas
Con toda sonrisa Con miedo y con calma
últimas escenas el protagonista sucumbe a las un ruego en la boca de su incapacidad
Con toda mirada Y
inconsecuencias
amorosa ytoda caricia blandengue. Tras abandonar a Marie, el amor de su vida, por seguir
Con su espíritu Y un ruego en el alma
los consejos de una conciencia perversa, personificada por su amigo Carlos, quien le
impulsa aacerco al agua amor verdadero a cambio toda una vida disipada y libertina,
Me renunciar al Con de palabra…
consigue provocarbeso
Bebiendo tu la muerte de la amante despreciada. El arrepentimiento llega tarde y
el hermano de tu cara
La luz la víctima cobra venganza, con unaMe acerco fatal, arrebatándole incluso el
estocada al fuego
La luz de tu cuerpo Que todo lo quema
consuelo de morir en brazos del cadáver de su amada. Ante la frialdad del amigo y de la
La luz de tu cara
mujer extranjera que representan los placeres frívolos, causantes de su perdición, Clavigo
Es ruego elagonía, a través de la cual sublima la tardía cuerpo
sufre una lenta quererte La luz de tu comprensión de sus errores,
Es canto de mudo
sus excesos del pasado, culminando con un gesto triunfal, cuando en su último estertor
Mirada de ciego Es ruego el quererte…
eleva uno de sus brazos al cielo para significar el próximo encuentro con su amada en el
Secreto desnudo Me entrego a tus brazos…
más allá, ahora que al fin ha podido trascender al cuerpo físico y sus demandas
mundanas.
VIDEO 5: “Escena en la escalera”, de la versión fílmica de Un tranvía llamado deseo.
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4. Secuencia cinematográfica donde Marlon Brando, en el papel de Stanley, el prototipo de
la masculinidad explosiva y violenta por fuera, pero en el fondo frágil y vulnerable,
demuestra su brutalidad y agresión hacia la mujer, pero al mismo tiempo la
interdependencia que los conecta irremisiblemente, puesto que Stella, típica
representante de la femineidad sometida, pronto se rinde a las demandas del marido
arrepentido y las urgencias del deseo (cuantas mujeres, aun las más feministas, se habrán
imaginado en esa posición y reconocido su incapacidad de resistirse a los encantos del
torso desnudo de Brando).
CANCIÓN 1: “Malo” de la española Bebe.
Transcripción de la letra:
Apareciste una noche fría, Una vez más no por favor que estoy cansada y no
con olor a tabaco sucio y a ginebra puedo con el corazón.
el miedo ya me recorría Una vez más no mi amor por favor,
mientras cruzaba los deditos tras la puerta. no grites que los niños duermen.
Tu carita de niño guapo Voy a volverme como el fuego
se la ha ido comiendo el tiempo por tus venas, voy a quemar tus puño de acero
y tu inseguridad machista y del morao de mis mejillas saldrá el valor
se refleja cada día en mis lagrimitas. para cobrarme las heridas.
Una vez más no por favor que estoy cansada y no Malo, malo, malo eres
puedo con el corazón. no se daña quien se quiere, no
Una vez más no mi amor por favor, tonto, tonto, tonto eres
no grites que los niños duermen. no te pienses mejor que las mujeres
Una vez mas no por favor que estoy cansada y no Malo, malo, malo eres
puedo con el corazón. no se daña quien se quiere, no
Una vez más no mi amor por favor, tonto, tonto, tonto eres
no grites que los niños duermen. no te pienses mejor que las mujeres.
Voy a volverme como el fuego Voy a volverme como el fuego
voy a quemar tu puño de acero voy a quemar tus puño de acero
y del morao de mis mejillas saldrá el valor y del morao de mis mejillas saldrá el valor
para cobrarme las heridas. para cobrarme las heridas.
Malo, malo, malo eres Malo, malo, malo eres
no se daña quien se quiere, no no se daña quien se quiere, no
tonto, tonto, tonto eres tonto, tonto, tonto eres
no te pienses mejor que las mujeres no te pienses mejor que las mujeres
Malo, malo, malo eres Malo, malo, malo eres
no se daña quien se quiere, no no se daña quien se quiere, no
tonto, tonto, tonto eres tonto, tonto, tonto eres
no te pienses mejor que las mujeres. no te pienses mejor que las mujeres.
El dia es gris cuando tu estás, malo, malo eres,
y el sol vuelve a salir cuando te vas malo eres, porque quieres...
y la penita de mi corazón malo, malo eres...
yo me la tengo que tragar con el fogón. no me chilles, que me duele...
mi carita de niña linda eres débil y eres malo,
se ha ido envejeciendo en el silencio. y no te pienses mejor que yo ni que nadie...
cada vez que me dices puta y ahora yo me fumo un cigarrito
se hace tu cerebro más pequeño. y te echo el humo en el corazoncito...
Una vez más no por favor que estoy cansaa y no porque, malo malo eres, tú...
puedo con el corazón. malo, malo eres,sí...
Una vez más no mi amor por favor, malo, malo eres, siempre...
no grites que los niños duermen malo, malo eres...
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5. CANCIÓN 2: “Siempre te busqué” del grupo mexicano Monocordio.
Transcripción de la letra:
Dicen que todo empezó con una gran explosión
La oscuridad dio la luz, nació una constelación
Yo era polvo estelar, viajaba sin dirección
Buscaba algo que buscar en medio de esta gran confusión
Después de mucho viajar por las entrañas de Dios
Sentí ganas de parar, sentí ganas de ser dos
Un protozoario en el mar, un dinosaurio feroz
Un mono sin amaestrar que un día supo escuchar su voz
En muchos sueños andé, en muchos cuerpos viví
Mil veces me enamoré, otras mil veces morí
Tan pronto escucho tu voz, la voz que se hace canción
Y puedo ver que eras tú la que buscaba tu corazón
El tiempo pasó, todo transformó wooo
Y sin saber porqué siempre te busqué ooo
El tiempo pasó, todo transformó wooo
Y sin saber porqué siempre te busqué ooo
El día que te conocí sentí una gran explosión
En mil pedazos volé dentro de mi habitación
Y sanaremos después, la vida nos matará
Seremos polvo otra vez, la Tierra nos perderá
Muy lejos de este lugar tal vez te vuelva a encontrar
Nada será como es, tal vez seamos polvo estelar
El tiempo pasó, todo transformó…
CANCIÓN 3: “El vals del obrero” del grupo español Ska-P.
Transcripción de la letra:
Orgulloso de estar, orgulloso de estar; entre el proletariado, entre el proletariado
es difícil llegar a fin de mes
y tener que sudar y sudar
"pa" ganar nuestro pan.
Éste es mi sitio, ésta es mi gente
somos obreros, la clase preferente.
Por eso, hermano proletario, con orgullo,
yo te canto esta canción, somos la revolución.
¡Si señor!, la revolución,
¡si señor!, ¡si señor!, somos la revolución,
tu enemigo es el patrón,
¡si señor!, ¡si señor!, somos la revolución,
viva la revolución.
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6. "Estyhasta" los cojones de aguantar a sanguijuelas,
los que me roban mi dignidad.
Mi vida se consume soportando esta rutina
que me ahoga cada día más.
Feliz el empresario, más callos en mis manos
mis riñones van a reventar.
No tengo un puto duro, pero sigo cotizando
a tu estado del bienestar. ¡Arriba!
¡Resistencia! ¡Resistencia! ¡Resistencia!
[Baila hermano, el vals del obrero].
Éste es mi sitio, ésta es mi gente
somos obreros, la clase preferente.
Por eso, hermano proletario, con orgullo,
yo te canto esta canción, somos la revolución.
¡Si señor!, la revolución,
¡si señor!, ¡si señor!, somos la revolución,
tu enemigo es el patrón, [la autogestión].
¡si señor!, ¡si señor!, somos la revolución,
viva la revolución.
En esta democracia hay mucho listo que se lucra
exprimiendo a nuestra clase social.
Les importa cuatro huevos si tienes catorce hijos
y la abuela no se puede operar.
Somos los obreros, la base de este juego
en el que siempre pierde el mismo "pringao",
un juego bien pensado, en el que nos tienen callados
y te joden si no quieres jugar. ¡Arriba!
¡Resistencia! ¡Resistencia! ¡Resistencia! ¡Resistencia! ¡Resistencia!
¡¡¡ska, ska, ska!!!
¡Resistencia! ¡Resistencia! ¡Resistencia! ¡Resistencia! ¡Resistencia!
¡Que viva Zapata!
¡Resistencia!
¡Insistimos!
¡Resistencia! ¡Resistencia! ¡Resistencia!
[Resiste hermano. Todos unidos]
¡Resistencia! ¡Resistencia!
¡Des-o-be-dien-cia!
CANCIÓN 4: “La soledad” del grupo argentino Bersuit Vergarabat.
Transcripción de la letra:
Esperaría que no te asuste
este instante de sinceridad;
mi corazón vomita su verdad.
Es que hay una guerra entre dos
por ocupar el mismo lugar;
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7. la urgencia o la soledad.
La soledad fue tan sombría
que no te dejo encontrar
tu naturaleza divina.
La urgencia gano esta vez,
dispuesta a penetrarte,
prepotente y altiva.
Por las noches la soledad desespera,
por las noches la soledad desespera.
Que por las noches la soledad desespera,
por las noches la soledad desespera.
Espera por ti, espera por él,
espera por mí, también por aquel ...
que con violencia sujeta su alma
a una brutal represión,
esperando apaciguarse.
O confía en el paso del tiempo,
como otra solución
para encontrar la calma.
Pero te pone loco en las noches,
rogando entrar
en los confines más oscuros.
Después te arrodillas
ante el amor maternal,
suplicando ternura.
Por las noches la soledad desespera,
por las noches la soledad desespera.
Que por las noches la soledad desespera,
por las noches la soledad desespera.
Espera por ti, espera por él,
espera por mí, también por aquel ...
Espera por ti, por el ...
espera por mi, también por aquel ...
¿Y qué hace este angelito, ahora,
a las seis de la mañana,
subida al mástil
de este naufragio?
¿A ver si, alzando las copas, forajidas,
viene un cielo de enfermeras
para lamer sin asco
las heridas...
de amor?
Por las noches la soledad desespera...
¿A ver si viene del cielo
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8. una enfermera del amor?
Por las noches la soledad desespera...
CANCIÓN 5: “Montón de tierra” de la mexicana Regina Orozco.
Transcripción de la letra:
Todos vamos a dar al final
al lugar donde viven los muertos,
algo debe tener de bonito
pues nadie regresa.
Todos vamos a dar... (Bis)
Cada día se nos pudre algún pedazo
amanece y se nos va escurriendo el tiempo,
todos somos ollitas quebradas, ollitas quebradas,
cada día...
Cada día se nos pudre...(Bis)
Ha llegado por fin la partida
lentamente me iré lentamente.
Al final todos somos
sólo un montón de tierra.
Al final todos somos
sólo un montón de tierra.
TEXTO LITERARIO 1: “Macario”, cuento de Juan Rulfo.
Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a que salgan las ranas. Anoche, mientras
estábamos cenando, comenzaron a armar el gran alboroto y no pararon de cantar hasta
que amaneció. Mi madrina también dice eso: que la gritería de las ranas le espantó el
sueño. Y ahora ella bien quisiera dormir. Por eso me mandó a que me sentara aquí, junto
a la alcantarilla, y me pusiera con una tabla en la mano para que cuanta rana saliera a
pegar de brincos afuera, la apalcuachara a tablazos... Las ranas son verdes de todo a todo,
menos en la panza. Los sapos son negros. También los ojos de mi madrina son negros. Las
ranas son buenas para hacer de comer con ellas. Los sapos no se comen; pero yo me los
he comido también, aunque no se coman, y saben igual que las ranas. Felipa es la que
dice que es malo comer sapos. Felipa tiene los ojos verdes como los ojos de los gatos. Ella
es la que me da de comer en la cocina cada vez que me toca comer. Ella no quiere que yo
perjudique a las ranas. Pero, a todo esto, es mi madrina la que me manda a hacer las
cosas... Yo quiero más a Felipa que a mi madrina. Pero es mi madrina la que saca el
dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de la comedera. Felipa sólo se está en
la cocina arreglando la comida de los tres. No hace otra cosa desde que yo la conozco. Lo
de lavar los trastes a mí me toca. Lo de acarrear leña para prender el fogón también a mí
me toca. Luego es mi madrina la que nos reparte la comida. Después de comer ella, hace
con sus manos dos montoncitos, uno para Felipa y otro para mí. Pero a veces Felipa no
tiene ganas de comer y entonces son para mí los dos montoncitos. Por eso quiero yo a
Felipa, porque yo siempre tengo hambre y no me lleno nunca, ni aun comiéndome la
8
9. comida de ella. Aunque digan que uno se llena comiendo, yo sé bien que no me lleno por
más que coma todo lo que me den. Y Felipa también sabe eso... Dicen en la calle que yo
estoy loco porque jamás se me acaba el hambre. Mi madrina ha oído que eso dicen. Yo
no lo he oído. Mi madrina no me deja salir solo a la calle. Cuando me saca a dar la vuelta
es para llevarme a la iglesia a oír misa. Allí me acomoda cerquita de ella y me amarra las
manos con las barbas de su rebozo. Yo no sé por qué me amarra mis manos; pero dice
que porque dizque luego hago locuras. Un día inventaron que yo andaba ahorcando a
alguien; que le apreté el pescuezo a una señora nada más por nomás. Yo no me acuerdo.
Pero, a todo esto, es mi madrina la que dice lo que yo hago y ella nunca anda con
mentiras. Cuando me llama a comer, es para darme mi parte de comida, y no como otra
gente que me invitaba a comer con ellos y luego que me les acercaba me apedreaban
hasta hacerme correr sin comida ni nada. No, mi madrina me trata bien. Por eso estoy
contento en su casa. Además, aquí vive Felipa. Felipa es muy buena conmigo. Por eso la
quiero... La leche de Felipa es dulce como las flores del obelisco. Yo he bebido leche de
chiva y también de puerca recién parida; pero no, no es igual de buena que la leche de
Felipa... Ahora ya hace mucho tiempo que no me da a chupar de los bultos esos que ella
tiene donde tenemos solamente las costillas, y de donde le sale, sabiendo sacarla, una
leche mejor que la que nos da mi madrina en el almuerzo de los domingos... Felipa antes
iba todas las noches al cuarto donde yo duermo, y se arrimaba conmigo, acostándose
encima de mí o echándose a un ladito. Luego se las ajuareaba para que yo pudiera chupar
de aquella leche dulce y caliente que se dejaba venir en chorros por la lengua... Muchas
veces he comido flores de obelisco para entretener el hambre. Y la leche de Felipa era de
ese sabor, sólo que a mí me gustaba más, porque, al mismo tiempo que me pasaba los
tragos, Felipa me hacia cosquillas por todas partes. Luego sucedía que casi siempre se
quedaba dormida junto a mí, hasta la madrugada. Y eso me servía de mucho; porque yo
no me apuraba del frío ni de ningún miedo a condenarme en el infierno si me moría yo
solo allí, en alguna noche... A veces no le tengo tanto miedo al infierno. Pero a veces sí.
Luego me gusta darme mis buenos sustos con eso de que me voy a ir al infierno cualquier
día de éstos, por tener la cabeza tan dura y por gustarme dar de cabezazos contra lo
primero que encuentro. Pero viene Felipa y me espanta mis miedos. Me hace cosquillas
con sus manos como ella sabe hacerlo y me ataja el miedo ese que tengo de morirme. Y
por un ratito hasta se me olvida... Felipa dice, cuando tiene ganas de estar conmigo, que
ella le cuenta al Señor todos mis pecados. Que irá al cielo muy pronto y platicará con Él
pidiéndole que me perdone toda la mucha maldad que me llena el cuerpo de arriba
abajo. Ella le dirá que me perdone, para que yo no me preocupe más. Por eso se confiesa
todos los días. No porque ella sea mala, sino porque yo estoy repleto por dentro de
demonios, y tiene que sacarme esos chamucos del cuerpo confesándose por mí. Todos
los días. Todas las tardes de todos los días. Por toda la vida ella me hará ese favor. Eso
dice Felipa. Por eso yo la quiero tanto... Sin embargo, lo de tener la cabeza así de dura es
la gran cosa. Uno da de topes contra los pilares del corredor horas enteras y la cabeza no
se hace nada, aguanta sin quebrarse. Y uno da de topes contra el suelo; primero
despacito, después más recio y aquello suena como un tambor. Igual que el tambor que
anda con la chirimía, cuando viene la chirimía a la función del Señor. Y entonces uno está
en la iglesia, amarrado a la madrina, oyendo afuera el tum tum del tambor... Y mi
9
10. madrina dice que si en mi cuarto hay chinches y cucarachas y alacranes es porque me voy
a ir a arder en el infierno si sigo con mis mañas de pegarle al suelo con mi cabeza. Pero lo
que yo quiero es oír el tambor. Eso es lo que ella debería saber. Oírlo, como cuando uno
está en la iglesia, esperando salir pronto a la calle para ver cómo es que aquel tambor se
oye de tan lejos, hasta lo hondo de la iglesia y por encima de las condenaciones del señor
cura...: "El camino de las cosas buenas está lleno de luz. El camino de las cosas malas es
oscuro." Eso dice el señor cura... Yo me levanto y salgo de mi cuarto cuando todavía está
a oscuras. Barro la calle y me meto otra vez en mi cuarto antes que me agarre la luz del
día. En la calle suceden cosas. Sobra quién lo descalabre a pedradas apenas lo ven a uno.
Llueven piedras grandes y filosas por todas partes. Y luego hay que remendar la camisa y
esperar muchos días a que se remienden las rajaduras de la cara o de las rodillas. Y
aguantar otra vez que le amarren a uno las manos, porque si no ellas corren a arrancar la
costra del remiendo y vuelve a salir el chorro de sangre. Ora que la sangre también tiene
buen sabor aunque, eso sí, no se parece al sabor de la leche de Felipa... Yo por eso, para
que no me apedreen, me vivo siempre metido en mi casa. En seguida que me dan de
comer me encierro en mi cuarto y atranco bien la puerta para que no den conmigo los
pecados mirando que aquello está a oscuras. Y ni siquiera prendo el ocote para ver por
dónde se me andan subiendo las cucarachas. Ahora me estoy quietecito. Me acuesto
sobre mis costales, y en cuanto siento alguna cucaracha caminar con sus patas rasposas
por mi pescuezo le doy un manotazo y la aplasto. Pero no prendo el ocote. No vaya a
suceder que me encuentren desprevenido los pecados por andar con el ocote prendido
buscando todas las cucarachas que se meten por debajo de mi cobija... Las cucarachas
truenan como saltapericos cuando uno las destripa. Los grillos no sé si truenen. A los
grillos nunca los mato. Felipa dice que los grillos hacen ruido siempre, sin pararse ni a
respirar, para que no se oigan los gritos de las animas que están penando en el
purgatorio. El día en que se acaben los grillos, el mundo se llenará de los gritos de las
ánimas santas y todos echaremos a correr espantados por el susto. Además, a mí me
gusta mucho estarme con la oreja parada oyendo el ruido de los grillos. En mi cuarto hay
muchos. Tal vez haya más grillos que cucarachas aquí entre las arrugas de los costales
donde yo me acuesto. También hay alacranes. Cada rato se dejan caer del techo y uno
tiene que esperar sin resollar a que ellos hagan su recorrido por encima de uno hasta
llegar al suelo. Porque si algún brazo se mueve o empiezan a temblarle a uno los huesos,
se siente en seguida el ardor del piquete. Eso duele. A Felipa le picó una vez uno en una
nalga. Se puso a llorar y a gritarle con gritos queditos a la Virgen Santísima para que no se
le echara a perder su nalga. Yo le unté saliva. Toda la noche me la pasé untándole saliva y
rezando con ella, y hubo un rato, cuando vi que no se aliviaba con mi remedio, en que yo
también le ayudé a llorar con mis ojos todo lo que pude... De cualquier modo, yo estoy
más a gusto en mi cuarto que si anduviera en la calle, llamando la atención de los
amantes de aporrear gente. Aquí nadie me hace nada. Mi madrina no me regaña porque
me vea comiéndome las flores de su obelisco, o sus arrayanes, o sus granadas. Ella sabe
lo entrado en ganas de comer que estoy siempre. Ella sabe que no se me acaba el
hambre. Que no me ajusta ninguna comida para llenar mis tripas aunque ande a cada
rato pellizcando aquí y allá cosas de comer. Ella sabe que me como el garbanzo remojado
que le doy a los puercos gordos y el maíz seco que le doy a los puercos flacos. Así que ella
10
11. ya sabe con cuánta hambre ando desde que me amanece hasta que me anochece. Y
mientras encuentre de comer aquí en esta casa, aquí me estaré. Porque yo creo que el
día en que deje de comer me voy a morir, y entonces me iré con toda seguridad derechito
al infierno. Y de allí ya no me sacará nadie, ni Felipa, aunque sea tan buena conmigo, ni el
escapulario que me regaló mi madrina y que traigo enredado en el pescuezo... Ahora
estoy junto a la alcantarilla esperando a que salgan las ranas. Y no ha salido ninguna en
todo este rato que llevo platicando. Si tardan más en salir, puede suceder que me
duerma, y luego ya no habrá modo de matarlas, y a mi madrina no le llegará por ningún
lado el sueño si las oye cantar, y se llenará de coraje. Y entonces le pedirá, a alguno de
toda la hilera de santos que tiene en su cuarto, que mande a los diablos por mí, para que
me lleven a rastras a la condenación eterna, derechito, sin pasar ni siquiera por el
purgatorio, y yo no podré ver entonces ni a mi papá ni a mi mamá que es allí donde
están... Mejor seguiré platicando... De lo que más ganas tengo es de volver a probar
algunos tragos de la leche de Felipa, aquella leche buena y dulce como la miel que le sale
por debajo a las flores del obelisco...
TEXTO LITERARIO 2: “Más allá”, cuento de Horacio Quiroga.
Yo estaba desesperada -dijo la voz-. Mis padres se oponían rotundamente a que tuviera
amores con él, y habían llegado a ser muy crueles conmigo. Los últimos días no me
dejaban ni asomarme a la puerta. Antes, lo veía siquiera un instante parado en la esquina,
aguardándome desde la mañana. ¡Después, ni siquiera eso!
Yo le había dicho a mamá la semana antes:
-¿Pero qué le hallan tú y papá, por Dios, para torturarnos así? ¿Tienen algo que decir de
él? ¿Por qué se han opuesto ustedes, como si fuera indigno de pisar esta casa, a que me
visite?
Mamá, sin responderme, me hizo salir. Papá, que entraba en ese momento, me detuvo
del brazo, y enterado por mamá de lo que yo había dicho, me empujó del hombro afuera,
lanzándome de atrás:
-Tu madre se equivoca; lo que ha querido decir es que ella y yo -¿lo oyes bien?-
preferimos verte muerta antes que en los brazos de ese hombre. Y ni una palabra más
sobre esto.
Esto dijo papá.
-Muy bien -le respondí volviéndome, más pálida, creo, que el mantel mismo-: nunca más
les volveré a hablar de él.
Y entré en mi cuarto despacio y profundamente asombrada de sentirme caminar y de ver
lo que veía, porque en ese instante había decidido morir.
¡Morir! ¡Descansar en la muerte de ese infierno de todos los días, sabiendo que él estaba
a dos pasos esperando verme y sufriendo más que yo! Porque papá jamás consentiría en
que me casara con Luis. ¿Qué le hallaba?, me pregunto todavía. ¿Que era pobre?
Nosotros lo éramos tanto como él.
¡Oh! La terquedad de papá yo la conocía, como la había conocido mamá.
-Muerta mil veces -decía él- antes que darla a ese hombre.
Pero él, papá, ¿qué me daba en cambio, si no era la desgracia de amar con todo mi ser
sabiéndome amada, y condenada a no asomarme siquiera a la puerta para verlo un
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12. instante?
Morir era preferible, sí, morir juntos.
Yo sabía que él era capaz de matarse; pero yo, que sola no hallaba fuerzas para cumplir
mi destino, sentía que una vez a su lado preferiría mil veces la muerte juntos, a la
desesperación de no volverlo a ver más.
Le escribí una carta, dispuesta a todo. Una semana después nos hallábamos en el sitio
convenido, y ocupábamos una pieza del mismo hotel.
No puedo decir que me sentía orgullosa de lo que iba a hacer, ni tampoco feliz de morir.
Era algo más fatal, más frenético, más sin remisión, como si desde el fondo del pasado
mis abuelos, mis bisabuelos, mi infancia misma, mi primera comunión, mis ensueños,
como si todo esto no hubiera tenido otra finalidad que impulsarme al suicidio.
No nos sentíamos felices, vuelvo a repetirlo, de morir. Abandonábamos la vida porque
ella nos había abandonado ya, al impedirnos ser el uno del otro. En el primero, puro y
último abrazo que nos dimos sobre el lecho, vestidos y calzados como al llegar,
comprendí, marcada de dicha entre sus brazos, cuán grande hubiera sido mi felicidad de
haber llegado a ser su novia, su esposa.
A un tiempo tomamos el veneno. En el brevísimo espacio de tiempo que media entre
recibir de su mano el vaso y llevarlo a la boca, aquellas mismas fuerzas de los abuelos que
me precipitaban a morir se asomaron de golpe al borde de mi destino a contenerme...
¡tarde ya! Bruscamente, todos los ruidos de la calle, de la ciudad misma, cesaron.
Retrocedieron vertiginosamente ante mí, dejando en su hueco un sitio enorme, como si
hasta ese instante el ámbito hubiera estado lleno de mil gritos conocidos.
Permanecí dos segundos más inmóvil, con los ojos abiertos. Y de pronto me estreché
convulsivamente a él, libre por fin de mi espantosa soledad.
¡Sí, estaba con él; e íbamos a morir dentro de un instante!
El veneno era atroz, y Luis inició él primero el paso que nos llevaba juntos abrazados a la
tumba.
-Perdóname -me dijo oprimiéndome todavía la cabeza contra su cuello-. Te amo tanto
que te llevo conmigo.
-Y yo te amo -le respondí-, y muero contigo.
No pude hablar más. ¿Pero qué ruido de pasos, qué voces venían del corredor a
contemplar nuestra agonía? ¿Qué golpes frenéticos resonaban en la puerta misma?
-Me han seguido y nos vienen a separar... -murmuré aún-. Pero yo soy toda tuya.
Al concluir, me di cuenta de que yo había pronunciado esas palabras mentalmente pues
en ese momento perdía el conocimiento.
***
Cuando volví en mí tuve la impresión de que iba a caer si no buscaba donde apoyarme.
Me sentía leve y tan descansada, que hasta la dulzura de abrir los ojos me fue sensible.
Yo estaba de pie, en el mismo cuarto del hotel, recostada casi a la pared del fondo. Y allá,
junto a la cama, estaba mi madre desesperada.
¿Me habían salvado, pues? Volví la vista a todos lados, y junto al velador, de pie como yo,
lo vi a él, a Luis, que acabada de distinguirme a su vez y venía sonriendo a mi encuentro.
Fuimos rectamente uno hacia el otro, a pesar de la gran cantidad de personas que
rodeaban el lecho, y nada nos dijimos, pues nuestros ojos expresaban toda la felicidad de
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13. habernos encontrado.
Al verlo, diáfano y visible a través de todo y de todos, acababa de comprender que yo
estaba como él: muerta.
Habíamos muerto, a pesar de mi temor de ser salvada cuando perdí el conocimiento.
Habíamos perdido algo más, por dicha... Y allí, en la cama, mi madre desesperada me
sacudía a gritos mientras el mozo del hotel apartaba de mi cabeza los brazos de mi
amado.
Alejados al fondo, con las manos unidas, Luis y yo veíamos todo en una perspectiva
nítida, pero remotamente fría y sin pasión. A tres pasos, sin duda, estábamos nosotros,
muertos por suicidio, rodeados por la desolación de mis parientes, del dueño del hotel y
por el vaivén de los policías. ¿Qué nos importaba eso?
-¡Amada mía!...-me decía Luis-. ¡A qué poco precio hemos comprado esta felicidad de
ahora!
-Y yo -le respondí- te amaré siempre como te amé antes. Y no nos separaremos más,
¿verdad?
-¡Oh, no!... Ya lo hemos probado.
-¿E irás todas las noches a visitarme?
Mientras cambiábamos así nuestras promesas oíamos los alaridos de mamá que debían
ser violentos, pero que nos llegaban con una sonoridad inerte y sin eco, como si no
pudieran traspasar en más de un metro el ambiente que rodeaba a mamá.
Volvimos de nuevo la vista a la agitación de la pieza. Llevaban por fin nuestros cadáveres,
y debía de haber transcurrido un largo tiempo desde nuestra muerte, pues pudimos notar
que tanto Luis como yo teníamos ya las articulaciones muy duras y los dedos muy rígidos.
Nuestros cadáveres... ¿Dónde pasaba eso? ¿En verdad había habido algo de nuestra vida,
nuestra ternura, en aquellos dos pesadísimos cuerpos que bajaban por las escaleras,
amenazando hacer rodar a todos con ellos?
¡Muertos! ¡Qué absurdo! Lo que había vivido en nosotros, más fuerte que la vida misma,
continuaba viviendo con todas las esperanzas de un eterno amor. Antes... no había
podido asomarme siquiera a la puerta para verlo; ahora hablaría regularmente con él,
pues iría a casa como novio mío.
-¿Desde cuándo irás a visitarme? -le pregunté.
-Mañana -repuso él-. Dejemos pasar hoy.
-¿Por qué mañana? -pregunté angustiada-. ¿No es lo mismo hoy? ¡Ven esta noche, Luis!
¡Tengo tantos deseos de estar a solas contigo en la sala!
-¡Y yo! ¿A las nueve, entonces?
-Sí. Hasta luego, amor mío...
Y nos separamos. Volví a casa lentamente, feliz y desahogada como si regresara de la
primera cita de amor que se repetiría esa noche.
***
A las nueve en punto corría a la puerta de calle y recibí yo misma a mi novio. ¡Él en casa,
de visita!
-¿Sabes que la sala está llena de gente? -le dije-. Pero no nos incomodarán
-Claro que no... ¿Estás tú allí?
-Sí.
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14. -¿Muy desfigurada?
-No mucho, ¿creerás? ¡Ven, vamos a ver!
Entramos en la sala. A pesar de la lividez de mis sienes, de las aletas de la nariz muy
tensas y las ventanillas muy negras, mi rostro era casi el mismo que Luis esperaba ver
durante horas y horas desde la esquina.
-Estás muy parecida -dijo él.
-¿Verdad? -le respondí yo, contenta. Y nos olvidamos en seguida de todo, arrullándonos.
Por ratos, sin embargo, suspendíamos nuestra conversación y mirábamos con curiosidad
el entrar y salir de las gentes. En uno de esos momentos llamé la atención de Luis.
-¡Mira! -le dije-. ¿Qué pasará?
En efecto, la agitación de las gentes, muy viva desde unos minutos antes, se acentuaba
con la entrada en la sala de un nuevo ataúd. Nuevas personas, no vistas aún allí, lo
acompañaban.
-Soy yo -dijo Luis con ligera sorpresa-. Vienen también mis hermanas
-¡Mira, Luis! -observé yo-. Ponen nuestros cadáveres en el mismo cajón ... Como
estábamos al morir.
-Como debíamos estar siempre -agregó él-. Y fijando los ojos por largo rato en el rostro
excavado de dolor de sus hermanas:
-Pobres chicas... -murmuró con grave ternura. Yo me estreché a él, ganada a mi vez por el
homenaje tardío, pero sangriento de expiación, que venciendo quién sabe qué
dificultades, nos hacían mis padres enterrándonos juntos.
Enterrándonos... ¡Qué locura! Los amantes que se han suicidado sobre una cama de
hotel, puros de cuerpo y alma, viven siempre. Nada nos ligaba a aquellos dos fríos y duros
cuerpos, ya sin nombre, en que la vida se había roto de dolor. Y a pesar de todo, sin
embargo, nos habían sido demasiado queridos en otra existencia para que no
depusiéramos una larga mirada llena de recuerdos sobre aquellos dos cadavéricos
fantasmas de un amor.
-También ellos -dijo mi amado- estarán eternamente juntos.
-Pero yo estoy contigo -murmuré yo, alzando a él mis ojos, feliz.
Y nos olvidamos otra vez de todo.
***
Durante tres meses -prosiguió la voz- viví en plena dicha. Mi novio me visitaba dos veces
por semana. Llegaba a las nueve en punto, sin que una sola noche se hubiera retrasado
un solo segundo, y sin que una sola vez hubiera yo dejado de ir a recibirlo a la puerta.
Para retirarse no siempre observaba mi novio igual puntualidad. Las once y media, aun las
doce sonaron a veces, sin que él se decidiera a soltarme las manos, y sin que lograra yo
arrancar mi mirada de la suya. Se iba por fin, y yo quedaba dichosamente rendida,
paseándome por la sala con la cara apoyada en la palma de la mano.
Durante el día acortaba las horas pensando en él. Iba y venía de un cuarto a otro,
asistiendo sin interés alguno al movimiento de mi familia, aunque alguna vez me detuve
en la puerta del comedor a contemplar el hosco dolor de mamá, que rompía a veces en
desesperados sollozos ante el sitio vacío de la mesa donde se había sentado su hija
menor.
Yo vivía -sobrevivía-, lo he repetido, por el amor y para el amor. Fuera de él, de mi
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15. amado, de la presencia de su recuerdo, todo actuaba para mí en un mundo aparte. Y aun
encontrándome inmediata a mi familia, entre ella y yo se abría un abismo invisible y
transparente, que nos separaba a mil leguas.
Salíamos también de noche, Luis y yo, como novios oficiales que éramos. No existe paseo
que no hayamos recorrido juntos, ni crepúsculo en que no hayamos deslizado nuestro
idilio. De noche, cuando había luna y la temperatura era dulce, gustábamos de extender
nuestros paseos hasta las afueras de la ciudad, donde nos sentíamos más libres, más
puros y más amantes.
Una de esas noches, como nuestros pasos nos hubieran llevado a la vista del cementerio,
sentimos curiosidad de ver el sitio en que yacía bajo tierra lo que habíamos sido.
Entramos en el vasto recinto y nos detuvimos ante un trozo de tierra sombría, donde
brillaba una lápida de mármol. Ostentaba nuestros dos solos nombres, y debajo la fecha
de nuestra muerte; nada más.
-Como recuerdo de nosotros -observó Luis- no puede ser más breve. Así y todo -añadió
después de una pausa-, encierra más lágrimas y remordimientos que muchos largos
epitafios.
Dijo, y quedamos otra vez callados.
Acaso en aquel sitio y a aquella hora, para quien nos observara hubiéramos dado la
impresión de ser fuegos fatuos. Pero mi novio y yo sabíamos bien que lo fatuo y sin
redención eran aquellos dos espectros de un doble suicidio encerrados a nuestros pies, y
la realidad, la vida depurada de errores, elévase pura y sublimada en nosotros como dos
llamas de un mismo amor.
Nos alejamos de allí, dichosos y sin recuerdos, a pasear por la carretera blanca nuestra
felicidad sin nubes.
Ellas llegaron, sin embargo. Aislados del mundo y de toda impresión extraña, sin otro fin
ni otro pensamiento que vernos para volvernos a ver, nuestro amor ascendía, no diré
sobrenaturalmente, pero sí con la pasión en que debió abrasarnos nuestro noviazgo, de
haberlo conseguido en la otra vida. Comenzamos a sentir ambos una melancolía muy
dulce cuando estábamos juntos, y muy triste cuando nos hallábamos separados. He
olvidado decir que mi novio me visitaba entonces todas las noches; pero pasábamos casi
todo el tiempo sin hablar, como si ya nuestras frases de cariño no tuvieran valor alguno
para expresar lo que sentíamos. Cada vez se retiraba él más tarde, cuando ya en casa
todos dormían, y cada vez, al irse, acortábamos más la despedida.
Salíamos y retornábamos mudos, porque yo sabía bien que lo que él pudiera decirme no
respondía a su pensamiento, y él estaba seguro de que yo le contestaría cualquier cosa,
para evitar mirarlo.
Una noche en que nuestro desasosiego había llegado a un límite angustioso, Luis se
despidió de mí más tarde que de costumbre. Y al tenderme sus dos manos, y entregarle
yo las mías heladas, leí en sus ojos, con una transparencia intolerable, lo que pasaba por
nosotros. Me puse pálida como la muerte misma; y como sus manos no soltaran las mías:
-¡Luis! -murmuré espantada, sintiendo que mi vida incorpórea buscaba
desesperadamente apoyo, como en otra circunstancia. Él comprendió lo horrible de
nuestra situación, porque soltándome las manos, con un valor de que ahora me doy
cuenta, sus ojos recobraron la clara ternura de otras veces.
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16. -Hasta mañana, amada mía -me dijo sonriendo.
-Hasta mañana, amor -murmuré yo, palideciendo todavía más al decir esto.
Porque en ese instante acababa de comprender que no podría pronunciar esta palabra
nunca más.
Luis volvió a la noche siguiente; salimos juntos, hablamos, hablamos como nunca antes lo
habíamos hecho, y como lo hicimos en las noches subsiguientes. Todo en vano: no
podíamos mirarnos ya. Nos despedíamos brevemente, sin darnos la mano, alejados a un
metro uno del otro.
¡Ah! Preferible era...
La última noche, mi novio cayó de pronto ante mí y apoyó su cabeza en mis rodillas.
-Mi amor -murmuró.
-¡Cállate! -dije yo.
-Amor mío -recomenzó él.
-¡Luis! ¡Cállate! -lancé yo, aterrada-. Si repites eso otra vez ...
Su cabeza se alzó, y nuestros ojos de espectros -¡es horrible decir esto!- se encontraron
por primera vez desde muchos días atrás.
-¿Qué? -preguntó Luis-. ¿Qué pasa si repito?
-Tú lo sabes bien -respondí yo.
-¡Dímelo!
-¡Lo sabes! ¡Me muero!
Durante quince segundos nuestras miradas quedaron ligadas con tremenda fijeza. En ese
tiempo pasaron por ellas, corriendo como por el hilo del destino, infinitas historias de
amor, truncas, reanudadas, rotas, redivivas, vencidas y hundidas finalmente en el pavor
de lo imposible.
-Me muero... -torné a murmurar, respondiendo con ello a su mirada. Él lo comprendió
también, pues hundiendo de nuevo la frente en mis rodillas, alzó la voz al largo rato.
-No nos queda sino una cosa que hacer... -dijo.
-Eso pienso -repuse yo.
-¿Me comprendes? -insistió Luis.
-Sí, te comprendo -contesté, deponiendo sobre su cabeza mis manos para que me dejara
incorporarme. Y sin volvernos a mirar nos encaminamos al cementerio.
¡Ah! ¡No se juega al amor, a los novios, cuando se quemó en un suicidio la boca que podía
besar! ¡No se juega a la vida, a la pasión sollozante, cuando desde el fondo de un ataúd
dos espectros sustanciales nos piden cuenta de nuestro remedo y nuestra falsedad!
¡Amor! ¡Palabra ya impronunciable, si se la trocó por una copa de cianuro al goce de
morir! ¡Sustancia del ideal, sensación de la dicha, y que solamente es posible recordar y
llorar, cuando lo que se posee bajo los labios y se estrecha en los brazos no es más que el
espectro de un amor!
Ese beso nos cuesta la vida -concluye la voz-, y lo sabemos. Cuando se ha muerto una vez
de amor, se debe morir de nuevo. Hace un rato, al recogerme Luis a sí, hubiera dado el
alma por poder ser besada. Dentro de un instante me besará, y lo que en nosotros fue
sublime e insostenible niebla de ficción, descenderá, se desvanecerá al contacto
sustancial y siempre fiel de nuestros restos mortales.
Ignoro lo que nos espera más allá. Pero si nuestro amor fue un día capaz de elevarse
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17. sobre nuestros cuerpos envenenados, y logró vivir tres meses en la alucinación de un
idilio, tal vez ellos, urna primitiva y esencial de ese amor, hayan resistido a las
contingencias vulgares, y nos aguarden.
De pie sobre la lápida, Luis y yo nos miramos larga y libremente ya. Sus brazos ciñen mi
cintura, su boca busca mi boca, y yo le entrego la mía con una pasión tal, que me
desvanezco...
- Dijo que bailaría conmigo si le llevaba rosas rojas -exclamó el joven estudiante-; pero no
hay ni una sola rosa roja en todo mi jardín.
Desde su nido en la encina le oyó el ruiseñor, y miró a través de las hojas y se quedó
extrañado.
- Ni una sola rosa roja en todo mi jardín -exclamó el estudiante; y sus hermosos ojos se
llenaron de lágrimas.
- ¡Ah, de qué cosas tan pequeñas depende la felicidad! He leído todo lo que han escrito
los sabios, y son míos todos los secretos de la filosofía; sin embargo, por no tener una
rosa roja, mi vida se ha vuelto desdichada.
- He aquí por fin un verdadero enamorado -dijo el ruiseñor.
- Noche tras noche le he cantado, aunque no le conocía; noche tras noche he contado su
historia a las estrellas, y ahora le estoy viendo. Tiene el cabello oscuro como la flor del
jacinto y los labios tan rojos como la rosa de sus deseos; pero la pasión ha hecho que su
rostro parezca de pálido marfil, y el dolor le ha puesto su sello sobre la frente.
- El príncipe da un baile mañana por la noche -musitó el estudiante-, y mi amada estará
entre los invitados. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el alba Si le llevo una
rosa roja, la tendré entre mis brazos, y reclinará la cabeza en mi hombro, y su mano
estará prisionera en la mía. Pero no hay ni una sola rosa roja en mi jardín, así es, que
estaré sentado solo, y ella pasará desdeñándome. No me prestará atención alguna y se
me romperá el corazón.
- He aquí ciertamente el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor.
- Lo que yo canto, él lo sufre; lo que es para mí alegría es dolor para él. En verdad el amor
es maravilloso; es más precioso que las esmeraldas y más costoso que los finos ópalos.
No se puede comprar con perlas ni con granates, ni está a la venta en el mercado, no lo
pueden comprar los mercaderes, ni se puede pesar en la balanza a peso de oro.
- Los músicos estarán sentados en su estrado -dijo el joven estudiante-, y tocarán sus
instrumentos de cuerda y mi amada danzará al son del arpa y del violín. Danzará tan
ligera que sus pies no rozarán el suelo, y los caballeros de la corte, con sus trajes alegres,
estarán todos rodeándola. Pero conmigo no bailara, pues no tengo una rosa roja para
darle.
Y se arrojó sobre la hierba, y ocultó el rostro entre las manos y lloró.
- ¿Por qué llora? -preguntó una lagartija verde, cuando pasaba corriendo junto a él con el
rabo en el aire.
- Eso, ¿por qué? -dijo una mariposa que revoloteaba persiguiendo a un rayo de sol.
- Sí, ¿por qué? -susurró una margarita a su vecina, con una voz suave y baja.
- Está llorando por una rosa roja -dijo el ruiseñor
- ¡Por una rosa roja! –exclamaron-; ¡Qué ridículo!
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18. Y la lagartija que era algo cínica, se rió abiertamente.
Pero el ruiseñor comprendía el secreto de la pena del estudiante, y permaneció posado
silencioso en la encina, y pensó en el misterio del amor.
De pronto desplegó sus alas pardas para emprender el vuelo y hendió los aires. Pasó por
la arboleda como una sombra, y como una sombra voló a través de jardín. En el medio del
césped crecía un hermoso rosal, y al verlo voló hacia él y se posó sobre una rama.
- Dame una rosa roja –exclamó-, y te cantaré mi más dulce canción.
Pero el rosal negó con la cabeza.
- Mis rosas son blancas –respondió-, tan blancas como la espuma del mar, y más blancas
que la nieve de la montaña. Pero ve a ver a mi hermano, el que trepa alrededor del viejo
reloj de sol y te dará tal vez lo que deseas. Así es que el ruiseñor se fue volando hasta el
rosal que crecía en torno al viejo reloj de sol.
- Dame una rosa roja –exclamó-, y te cantaré mi más dulce canción.
Pero el rosal negó con la cabeza.
- Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como el cabello de la sirena que se
sienta en un trono de ámbar y más amarillas que el narciso que florece en el prado antes
de que llegue el segador con su guadaña. Pero ve a ver a mi hermano, el que crece al pie
de la ventana del estudiante, y te dará tal vez lo que deseas. Así es que el ruiseñor se fue
volando hasta el rosal que crecía al pie de la ventana del estudiante.
- Dame una rosa roja –exclamó-, y te cantaré mi más dulce canción.
Pero el arbusto negó con la cabeza.
- Mis rosas son rojas –respondió-, tan rojas como los pies de la tórtola, y más rojas que los
grandes abanicos de coral que se mecen y mecen en la sima del océano; pero el invierno
me ha congelado las venas, y la escarcha me ha helado los capullos, y la tormenta me ha
roto las ramas, y no tendré rosas este año.
- Una rosa roja es todo lo que necesito -exclamó el ruiseñor-, ¡sólo una rosa roja! ¿No hay
ningún medio por el que pueda conseguirla?
- Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.
- Dímelo -dijo el ruiseñor-, no tengo miedo.
- Si quieres una rosa roja -dijo el rosal-, tienes que hacerla con música, a la luz de la luna,
y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Debes cantar para mí con el pecho apoyado
en una de mis espinas. A lo largo de toda la noche has de cantar para mí, y la espina tiene
que atravesarte el corazón, y la sangre que te da la vida debe fluir por mis venas y ser
mía.
- La muerte es un alto precio para pagar una rosa roja -exclamó el ruiseñor-, y la vida nos
es muy querida a todos. Es grato posarse en el bosque verde, y contemplar al sol en su
carro de oro y a la luna en su carro de perla. Dulce es la fragancia del espino, y dulces son
las campanillas azules que se esconden en el valle y el brazo que el viento hace ondear en
la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida, ¿y qué es el corazón de un pájaro
comparado con el corazón de un hombre?
Así es que desplegó las alas pardas para emprender el vuelo y hendió los aires. Pasó veloz
sobre el jardín como una sombra, y como una sombra atravesó volando la arboleda.
El joven estudiante todavía estaba echado en la hierba, donde le había dejado, y las
lágrimas aún no se habían secado en sus hermosos ojos.
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19. - ¡Sé feliz! -exclamó el ruiseñor-, ¡sé feliz! ; tendrás tu rosa roja. Te la haré de música a la
luz de la luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Todo lo que te pido a cambio
es que seas un verdadero enamorado, pues el amor es más sabio que la filosofía, por
sabia que ésta sea, y más fuerte que el poder, por potente que sea éste. Del color de la
llama son sus alas, y de color de llama tiene el cuerpo. Sus labios son dulces como la miel
y su aliento es como el incienso.
El estudiante alzó los ojos de la hierba y escuchó, mas no pudo entender lo que le estaba
diciendo el ruiseñor, pues sólo sabía las cosas que están escritas en los libros.
Pero la encina comprendió y se puso triste, porque quería mucho al pequeño ruiseñor
que había hecho su nido entre sus ramas.
- Cántame una última canción -musitó-: me sentiré muy sola cuando te hayas ido.
Así es que el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que sale a
borbotones de una jarra de plata.
Cuando hubo terminado su canción, el estudiante se levantó, y sacó un cuaderno y un
lápiz de su bolsillo.
- Él tiene estilo -dijo para sí, mientras caminaba a través de la arboleda-, eso no se le
puede negar, pero ¿tiene sentimientos? Me temo que no. De hecho, es como la mayoría
de los artistas, es todo estilo, sin ninguna sinceridad. No se sacrificaría por los demás.
Piensa tan sólo en la música, y todo el mundo sabe que las artes son egoístas. Sin
embargo es preciso admitir que hay notas hermosas en su voz. ¡Qué lástima que no
signifiquen nada, ni tengan ninguna utilidad práctica!
Y entró en su habitación y se echó sobre el pequeño jergón, y se puso a pensar en su
amor, y al cabo de un tiempo se quedó dormido.
Y cuando la luna brilló en el cielo, fue volando al rosal el ruiseñor y puso su pecho contra
la espina. Cantó toda la noche con el pecho contra la espina, y la luna de frío cristal, se
asomó para escucharla. A lo largo de toda la noche estuvo cantando, y la espina
penetraba más y más profundamente en su pecho, y la sangre, que era su vida, fluía fuera
de él.
Cantó primero el nacimiento del amor en el corazón de un adolescente y de una
muchacha. Y en la rama más alta del rosal floreció una rosa admirable, pétalo a pétalo, a
medida que una canción seguía a otra canción. Pálida era al principio, como la bruma
suspendida sobre el río; pálida como los pies de la mañana, y de plata, como las alas de la
aurora. Como la sombra de una rosa en un espejo de plata, como la sombra de una rosa
en el estanque, así era la rosa que florecía en la rama más alta del rosal.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretara más contra la espina.
- ¡Apriétate más, pequeño ruiseñor! -gritaba el rosal-, ¡o llegará el día antes de que esté
terminada la rosa.!
Así es que el ruiseñor se apretó más contra la espina, y su canto se hizo cada vez más
sonoro, pues cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una
doncella.
Y un delicado arrebol rosado vino a los pétalos de la rosa, como el rubor del rostro del
novio cuando besa los labios de la novia. Pero la espina no había llegado aún al corazón
del pájaro, así que el corazón de la rosa seguía siendo blanco, pues sólo la sangre del
corazón de un ruiseñor puede teñir de carmesí el corazón de una rosa. Y el rosal gritó al
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20. ruiseñor que se apretara más contra la espina.
- ¡Apriétate más, pequeño ruiseñor! -gritaba el rosal-, ¡o llegará el día antes de que este
terminada la rosa!
Así es que el ruiseñor se apretó más contra la espina, y la espina tocó su corazón, y sintió
que le atravesaba una intensa punzada de dolor. Amargo, amargo era el dolor, y más y
más salvaje se elevó su canto, pues cantaba al amor que se hace perfecto por la muerte,
al amor que no muere en la tumba.
Y la rosa admirable se volvió carmesí, como la rosa del cielo en el oriente. Carmesí era el
ceñidor de pétalos, y carmesí como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor se volvió más débil, y sus pequeñas alas empezaron a batir, y un
velo le cubrió los ojos. Más y más débil se tornó su canto, y sintió que algo le ahogaba en
la garganta.
Moduló entonces un último arpegio musical. La luna blanca lo oyó y se olvidó del alba, y
se quedó rezagada en el cielo. La rosa roja lo oyó, y tembló toda de arrobamiento, y abrió
sus pétalos al aire frío de la mañana. El eco se lo llevó a su caverna púrpura de las colinas,
y despertó de sus sueños a los pastores dormidos. Flotó a través de los juncos del río, y
ellos llevaron su mensaje al mar.
- ¡Mira, mira! -gritó el rosal- ¡La rosa ya está terminada!
Pero el ruiseñor no respondió, pues yacía muerto en la hierba alta, con la espina en el
corazón. Y al mediodía el estudiante abrió la ventana y se asomó.
- ¡Mira!, ¡Qué suerte tan maravillosa! –exclamó- ¡he aquí una rosa roja! No había visto en
mi vida una rosa semejante. Es tan bella que estoy seguro que tiene un largo nombre
latino.
Y se inclinó y la arrancó. Se puso luego el sombrero y se fue corriendo a casa del profesor
con la rosa en la mano.
La hija del profesor estaba sentada en el umbral, devanando seda azul alrededor de un
carrete, con su perrito echado a sus pies.
- Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja. -exclamó el estudiante-. He aquí la
rosa más roja del mundo entero. La llevarás prendida esta noche cerca de tu corazón, y
cuando bailemos juntos ella te dirá cuánto te quiero.
Pero la muchacha frunció el ceño.
- Temo que no me vaya bien con el vestido -respondió- y, además, el sobrino del
chambelán me ha enviado joyas auténticas, y todo el mundo sabe que las joyas cuestan
mucho más que las flores.
- ¡Bien, a fe mía que eres una ingrata! -dijo el estudiante muy enfadado.
Y arrojó la rosa a la calle, donde cayó en el arroyo, y la rueda de un carro pasó por encima
de ella.
- ¿Ingrata? -dijo la muchacha-. Y yo te digo que tú eres un grosero, y, después de todo,
¿quién eres tú? Sólo un estudiante. !Cómo!, No creo que tengas ni siquiera hebillas de
plata para los zapatos, como tiene el sobrino del chambelán.
Y se levantó de la silla y entró en la casa.
- ¡Qué cosa tan necia es el amor! - -se dijo el estudiante mientras se marchaba-. No es ni
la mitad de útil que la lógica, pues no prueba nada, y siempre nos dice cosas que no van a
suceder, y nos hace creer cosas que no son ciertas. De hecho, es muy poco práctico, y
20
21. como en estos tiempos ser práctico lo es todo, me volveré a la filosofía y estudiaré
metafísica.
Así es que volvió a su habitación, y sacó un gran libro polvoriento, y se puso a leer.
TEXTO LITERARIO 4: “Pigmalión”, cuento de Augusto Monterroso.
En la antigua Grecia existió hace mucho tiempo un poeta llamado Pigmalión que se
dedicaba a construir estatuas tan perfectas que sólo les faltaba hablar.
Una vez terminadas, él les enseñaba muchas de las cosas que sabía: literatura en
general, poesía en particular, un poco de política, otro poco de música y, en fin, algo de
hacer bromas y chistes y salir adelante en cualquier conversación.
Cuando el poeta juzgaba que ya estaban preparadas, las contemplaba satisfecho
durante unos minutos y como quien no quiere la cosa, sin ordenárselo ni nada, las hacía
hablar.
Desde ese instante las estatuas se vestían y se iban a la calle y en la calle o en la
casa hablaban sin parar de cuanto hay.
El poeta se complacía en su obra y las dejaba hacer, y cuando venían visitas se
callaba discretamente (lo cual le servía de alivio) mientras su estatua entretenía a todos,
a veces a costa del poeta mismo, con las anécdotas más graciosas.
Lo bueno era que llegaba un momento en que las estatuas, como suele suceder,
se creían mejores que su creador, y comenzaban a maldecir de él.
Discurrían que si ya sabían hablar, ahora sólo les faltaba volar, y empezaban a
hacer ensayos con toda clase de alas, inclusive las de cera, desprestigiadas hacía poco en
una aventura infortunada.
En ocasiones realizaban un verdadero esfuerzo, se ponían rojas, y lograban
elevarse dos o tres centímetros, altura que, por supuesto, las mareaba, pues no estaban
hechas para ella.
Algunas, arrepentidas, desistían de esto y volvían a conformarse con poder hablar
y marear a los demás.
Otras, tercas, persistían en su afán, y los griegos que pasaban por allí las
imaginaban locas al verlas dar continuamente aquellos saltitos que ellas consideraban
vuelo.
Otras más concluían que el poeta era el causante de todos sus males, saltaran o
simplemente hablaran, y trataban de sacarle los ojos.
A veces el poeta se cansaba, les daba una patada en el culo, y ellas caían en forma
de pequeños trozos de mármol.
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22. TEXTO LITERARIO 5: “El gato negro”, cuento de Edgar Allan Poe.
No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a
escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia.
Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera
aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple,
sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de
esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero
no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos
espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia
reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y
mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que
temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.
Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que
abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para
mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían
tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía
más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció
conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de
placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no
necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución
que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega
directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la
frágil fidelidad del hombre.
Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al
observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los
más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro,
conejos, un monito y un gato.
Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de
una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no
poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los
gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y
sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.
Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo
yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir
que anduviera tras de mí en la calle.
Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo)
mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio.
Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia
los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y
terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente
el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia
Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de
maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por
casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero,
22
23. se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo
Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias
de mi mal humor.
Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis
correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos,
pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó
de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se
separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la
ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas,
lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice
saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.
Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de
la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen
cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una
vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo
sucedido.
El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo
presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de
costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me
quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la
evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese
sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e
irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a
este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la
perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las
facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del
hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que
cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No
hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen
sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo?
Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable
anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de
hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio
que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un
lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las
lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón;
lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no
me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un
pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera
posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más
terrible.
La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de:
"¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo.
Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo
23
24. quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que
resignarme a la desesperanza.
No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre
y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar
ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo
una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio
de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la
cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que
atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la
pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle.
Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad. Al
aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la
imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa.
Había una soga alrededor del pescuezo del animal.
Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado
por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había
ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la
multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar
al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme
en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi
crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el
amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.
Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el
extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante
muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi
espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al
punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente
frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.
Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame,
reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que
constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando
dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en
lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande
como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo
blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha
blanca que le cubría casi todo el pecho.
Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra
mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal
que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero,
pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada
de él.
Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció
dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para
inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se
24
25. convirtió en el gran favorito de mi mujer.
Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente
lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su
marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de
disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el
animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban
maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de
cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con
inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una
emanación de la peste.
Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de
haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue
precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto
grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la
fuente de mis placeres más simples y más puros.
El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis
pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me
sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas
caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o
bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En
esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el
recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un
espantoso temor al animal.
Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería
imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en
esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el
espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas
quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la
atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la
única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que
esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero
gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por
rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión.
Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y
hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba,
digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y
terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!
Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una
bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de
producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios!
¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella
criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más
horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible
peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado
25
26. eternamente sobre mi corazón.
Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de
bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos,
los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta
convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi
pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los
repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.
Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa
donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la
empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta
la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta
entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado
instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su
trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me
zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis
pies.
Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la
tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de
noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos
cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los
pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no
convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de
una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al
fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el
sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.
El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y
estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no
había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa
chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano.
Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y
tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo
sospechoso.
No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una
palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo
mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma
original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se
distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la
tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de
haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en
torno, triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano".
Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final
me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su
destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la
violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi
26
27. humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia
de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por
primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude
dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.
Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré
como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no
volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción
me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó
mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se
descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.
Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió
a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no
sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen.
No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al
sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente,
como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano.
Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los
policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi
corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos,
una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.
-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber
disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso,
caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna
cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de
excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una
gran solidez.
Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que
llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de
la esposa de mi corazón.
¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el
eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido,
sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció
rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como
inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como
sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y
de los demonios exultantes en la condenación.
Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui
tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la
escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron
la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre
coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja
boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya
astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo.
¡Había emparedado al monstruo en la tumba!
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28. OBRA VISUAL 1: “Esqueletos buscando calor”, pintura al oleo de James Ensor.
OBRA VISUAL 2: “El Sueno de la razón produce monstruos”, dibujo de Francisco de
Goya.
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30. OBRA VISUAL 3: “Lovecrew” (Tripulación de amor), obra gráfica de H.R. Giger.
OBRA VISUAL 4: Children in the graveyard” (Niños en el cementerio), fotografía de
Danny Lyon.
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31. OBRA VISUAL 5: “The Ancient of Days” (El anciano de los días), dibujo en tinta de
William Blake.
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