Introducción:Los objetivos de Desarrollo Sostenible
Cómo tratar con las peleas y el perdón
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I Trimestre de 2015
Proverbios
Notas de Elena G. de White
Lección 7
14 de febrero 2015
Cómo tratar con las peleas:
Sábado 7 de febrero
La paz de Cristo no puede ser comprada con dinero; el talento brillante
no puede disponer de ella; el intelecto no la puede asegurar: es un don de
Dios. ¿Cómo podría yo hacer comprender a todos la gran pérdida que expe-
rimentan si no siguen los santos principios de la religión de Cristo en la
vida diaria? La mansedumbre y la humildad de Cristo constituyen el poder
del cristiano. Son a la verdad más preciosas que todo lo que el genio puede
crear o las riquezas comprar. De todas las cosas buscadas, apreciadas o
cultivadas, no hay nada tan valioso a la vista de Dios como un corazón pu-
ro, una disposición rebosante de agradecimiento y paz (Joyas de los testi-
monios, t. 1, p. 579). Dios nos ha colocado en este mundo en mutuo com-
pañerismo. Caminemos unidos en amor, dedicando nuestras energías a la
obra de salvar almas. Al servir asi a Dios en santa camaradería, comproba-
remos que somos obreros juntamente con él (Alza tus ojos, p. 364). La ver-
dad, implantada en el corazón por el Espíritu de Dios, desplazará el amor a
las riquezas. El amor a Jesús y el amor al dinero no pueden morar en el
mismo corazón. El amor a Dios sobrepasa de tal modo al amor al dinero,
que su poseedor se aparta de sus riquezas y transfiere sus afectos a Dios.
Luego, mediante el amor es inducido a satisfacer las necesidades de los
menesterosos y a ayudar a la causa de Dios. Encuentra su satisfacción más
intensa en disponer acertadamente de los bienes de su Señor. No considera
como suyo todo lo que tiene, de modo que cumple fielmente su deber como
mayordomo de Dios. Así puede observar los dos grandes mandamientos de
la ley: "Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y
con todas tus fuerzas" (Deuteronomio 6:5); "Amarás a tu prójimo como a ti
mismo" (Levítico 19:18) (Consejos sobre mayor Jornia cristiana, pp. 163,
164).
Domingo 8 de febrero: El pecado y los amigos
Podemos obtener las victorias más preciosas en la obra de ayudar a
otros. Debiéramos dedicarnos con celo incansable, con diligente fidelidad,
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con abnegación y con paciencia a la obra de ayudar a los que necesitan me-
jorar. Las palabras bondadosas y estimulantes realizarán con maravillas.
Hay muchos que se mostrarán dispuestos a mejorar si se realiza esfuerzo
constante y gozoso en favor de ellos, sin criticarlos ni reprenderlos. Cuanto
menos critiquemos a otros, tanto mayor será la influencia benéfica que ejer-
ceremos sobre ellos. En el caso de muchos, las amonestaciones frecuentes y
categóricas les causarán más daño que beneficio. Tratemos a todos con una
bondad como la que Cristo manifestó (El evangelismo, p. 391). "Más si no
perdonareis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas". Nada puede justificar un espíritu no perdonador. El que
no es misericordioso hacia otros, muestra que él mismo no es participante
de la gracia perdonadora de Dios. En el perdón de Dios el corazón del que
yerra se acerca al gran Corazón de amor infinito. La corriente de compasión
divina fluye al alma del pecador, y de él hacia las almas de los demás. La
ternura y la misericordia que Cristo ha revelado en su propia vida preciosa
se verán en los que llegan a ser participantes de su gracia. Pero "si alguno
no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él". Está alejado de Dios, listo
solamente para la separación eterna de él (Palabras de vida del Gran Maes-
tro, p. 196). "Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la
medida con la que medís, os será medido" (S. Mateo 7:2). Recordad que
vuestros hermanos son personas falibles como vosotros mismos, y conside-
rad sus tropiezos y errores con la misma misericordia y paciencia que qui-
siérais que ellos mostrasen hacia vosotros. No deben ser vigilados ni sus
errores exhibidos abiertamente para que el mundo se deleite en ellos. Los
que se atreven a hacer esto, se han subido al tribunal y se han constituido en
jueces, mientras que han descuidado el huerto de sus propios corazones y
permitido que la maleza venenosa crezca en gran abundancia. Cada uno de
nosotros, individualmente, tiene un caso pendiente en el tribunal del cielo.
El carácter está siendo pesado en las balanzas del Santuario y debiera ser el
sincero deseo de todos caminar con humildad y cuidado, no sea que, olvi-
dando dejar brillar su luz ante el mundo no obtengan la gracia de Dios y
pierdan todo lo que es de valor. Toda disensión, toda diferencia y crítica
debe ser puesta a un lado, junto con toda maledicencia y amargura; deben
atesorarse la bondad, el amor y la compasión mutuas, para que la oración
de Cristo de que sus discípulos fuesen uno como lo son él y su Padre pueda
ser contestada. La armonía y la unidad de la iglesia son las credenciales que
ellos presentan ante el mundo demostrando que Jesús es el Hijo de Dios. La
conversión genuina siempre conducirá hacia el amor genuino por Jesús y
por todos aquellos por quienes él murió. Todo el que hace lo que pueda por
Dios, que es leal y celoso por hacer el bien a los que lo rodean, recibirá la
bendición de Dios sobre sus esfuerzos. Un hombre puede rendir un servicio
eficaz para Dios, aunque no sea la cabeza o el corazón del cuerpo de Cristo.
El servicio representado en la Palabra de Dios por la mano o el pie, aunque
humilde, de todos modos es importante. No es la grandeza de la obra sino el
amor con que se hace, el motivo tras la acción, lo que determina su valor.
Hay obra que hacer por nuestros vecinos y por aquellos con quienes nos
asociamos. No estamos libres para cesar nuestras labores pacientes y dedi-
cadas en favor de las almas, mientras queden algunas fuera del arca de sal-
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vación. No hay tregua en esta guerra. Somos soldados de Cristo y estamos
bajo la obligación de velar, no sea que el enemigo nos gane la delantera y
capte para su servicio almas que pudiéramos haber ganado para Cristo
(Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 259, 260).
Lunes 9 de febrero: ¡Sé justo!
Dios no nos trata como los hombres se tratan entre si. Sus pensamientos
son pensamientos de misericordia, de amor y de la más tierna compasión.
El dice: "¡Deje el malo su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y
vuélvase a Jehová, el cual tendrá compasión de el, y a nuestro Dios, porque
es grande en perdonar!" "He borrado, como nublado, tus transgresiones, y
como una nube tus pecados" (Isaías 55:7; 44:22) (El camino a Cristo, p.
53). El amor divino dirige sus más conmovedores llamamientos al corazón
cuando nos pide que manifestemos la misma tierna compasión que Cristo
mostró. Solamente el hombre que tiene un amor desinteresado por su her-
mano, ama verdaderamente a Dios. El verdadero cristiano no permitirá vo-
luntariamente que un alma en peligro y necesidad camine desprevenida y
desamparada. No podrá mantenerse apartado del que yerra, dejando que se
hunda en la tristeza y desánimo, o que caiga en el campo de batalla de Sa-
tanás. Los que nunca experimentaron el tierno y persuasivo amor de Cristo,
no pueden guiar a otros a la fuente de la vida. Su amor en el corazón es un
poder competente, que induce a los hombres a revelarlo en su conversación,
por un espíritu tierno y compasivo, y en la elevación de las vidas de aque-
llos con quienes se asocian (Los hechos de los apóstoles, p. 439). Tal como
el arco iris se forma en las nubes por la unión de los rayos del sol y las go-
tas de lluvia, el arco iris que rodea el trono representa el poder combinado
de la misericordia y la justicia. No solo hay que afirmar la justicia, porque
eclipsaría la gloria del arco iris de la promesa que está sobre el trono; los
hombres solo verían la condenación de la ley. Si no hubiera justicia ni san-
ción, el gobierno de Dios carecería de estabilidad. La unión de la justicia y
la misericordia perfecciona la salvación... La misericordia nos invita a en-
trar en la ciudad de Dios a través de sus puertas, y la justicia se complace
en otorgar a toda alma obediente los privilegios plenos que le corresponden
como miembro de la familia real e hijo del Rey del cielo. Si tuviéramos
defectos de carácter, no podríamos franquear las puertas que la misericordia
ha abierto para los obedientes; porque la justicia está en pie junto a la en-
trada y requiere santidad de todos los que quieran ver a Dios (¡Maranata: El
Señor viene!, p. 324). No deberíamos estimular nada más en su caso, pero
si hacer lo mejor dentro de nuestras posibilidades para salvar su alma de la
muerte y cubrir una multitud de pecados. A veces me siento muy perpleja,
y casi he llegado a la conclusión de que, cuando me presenten casos de
error o pecado grave no diré nada a mis hermanos administradores si ellos
no han llegado a saber del asunto, sino que trabajaré por el errante. Lo ani-
maré para que confie en la misericordia de Dios y se aferre a los méritos del
Salvador crucificado y resucitado, para que mire al Cordero de Dios en una
actitud de arrepentimiento y contrición, y para que viva con la fuerza que
procede de él. "Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros
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pecados fueran como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si
fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana" (Isaías
1:18). No existe una combinación de elementos de carácter que pueda con-
ducir a la misericordia, al amor de Dios y a una preciosa armonía. May
demasiada conversación, demasiadas palabras fuertes y demasiados senti-
mientos duros con los cuales nada tiene que ver el Señor, y esos sentimien-
tos influyen sobre nuestros buenos hermanos. Me siento compelida a tratar
el pecado con franqueza y a censurarlo. Llevo esa carga sobre mi corazón,
puesta allí por el Espíritu de Cristo, para trabajar con fe, tierna simpatía y
compasión por los errantes. No los abandonaré; no los dejaré para que sean
burla a causa de las tentaciones de Satanás. No quisiera hacer el papel del
adversario de las almas, como fue representado por Josué y el ángel. Las
almas costaron el precio de la sangre de mi Redentor (Testimonios acerca
de conducta sexual, adulterio y divorcio, pp. 269, 270).
Martes 10 de febrero: Otra vez las palabras
Cuando las almas pobres, heridas y maltratadas acuden a ustedes en bus-
ca de palabras de esperanza, deben hablarles las palabras de Cristo. ¿Rehu-
san ustedes dirigirles palabras amables, corteses y bondadosas? Los que
hablan como lo hizo Cristo nunca plantarán palabras amargas, como flechas
dentadas, en el alma herida. "El Señor escuchó Y oyó". ¿Quisiéramos tener
en mente el hecho de que el Señor escucha las palabras que hablamos y que
conoce el espíritu que motiva nuestras acciones? Cristo es la defensa de
todos los que se esconden en él (Exaltad a Jesús, p. 142). Hemos de acos-
tumbrarnos a hablar en tonos agradables, a usar un lenguaje puro y correc-
to, y palabras bondadosas y corteses. Las palabras dulces, amables, son
como el rocío y la suave lluvia para el alma. La Escritura dice de Cristo,
que la gracia fue derramada en sus labios, para que pudiera "hablar en sa-
zón palabra al cansado". Y el Señor nos insta: "Sea vuestra palabra siempre
con gracia", "para que de gracia a los oyentes" (La voz: su educación y uso
correcto, p. 192). Querida amiga: Debe producirse en usted una transforma-
ción completa, o en caso contrario será pesada en la balanza y hallada falta.
En la iglesia de , especialmente las mujeres que hablan mucho, tienen una
lección que aprender. "Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no re-
frena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana"
(Santiago 1:26). Muchos serán pesados en la balanza y hallados faltos en
este asunto de tan gran importancia. ¿Dónde están los cristianos que se van
a someter a esta regla: que se van a poner de parte de Dios contra los que
practican la maledicencia; que van a complacer a Dios y poner guardia, una
guardia continua delante de su boca, y van a guardar la puerta de sus la-
bios? No hable mal de nadie. No escuche ningún mal informe acerca de
nadie. Porque si no hubiera oyentes, no habría maledicientes. Si alguien
habla mal de otros en su presencia, no se lo permita. Rehuse escucharlo,
aunque sus modales sean suaves y su voz dulce. Esa persona puede profesar
aprecio, no obstante lo cual puede lanzar insinuaciones encubiertas para
apuñalar el carácter en medio de la oscuridad. Evite resueltamente escu-
char, aunque el murmurador insista en que se sentirá abrumado hasta que
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pueda hablar. ¡Abrumado, por cierto! Por un secreto maldito capaz de sepa-
rar a los mejores amigos. Vayan, ustedes los abrumados, y libérense de su
carga en la forma en que Dios lo indicó. Primeramente vayan y hablen con
su hermano acerca de su falta entre ustedes y él solos. Si esto falla, lleven a
dos amigos y háblenle en su presencia. Si estos pasos no dan resultado,
entonces díganlo a la iglesia. Ni un solo incrédulo debe estar al tanto del
más mínimo detalle del asunto. Comunicarlo a la iglesia es el último paso
que se debe dar. No lo publiquen entre los enemigos de nuestra fe. Estos no
tienen derecho a estar enterados de los asuntos de la iglesia, no sea que las
debilidades y los errores de los seguidores de Cristo queden en evidencia
(Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 50).
Miércoles 11 de febrero: Los dos lados de una historia
Debéis aprender a mirar con la mente tanto como con los ojos. Debéis
educar el juicio para que no sea débil e ineficiente. Debéis orar en busca de
dirección y confiar vuestros caminos al Señor. Debéis cerrar el corazón a
toda necedad y pecado, y abrirlo a toda influencia celestial. Debéis emplear
la mayor parte del tiempo y las oportunidades en el desarrollo de un carác-
ter simétrico... Debemos estar "cumplidos en él". "De la manera que habéis
recibido al Señor Jesucristo, andad en e1". Esto significa que debéis estu-
diar la vida de Cristo. La debéis estudiar con mucho más seriedad de la que
se emplea al estudiar los cursos de estudios comunes, ya que los intereses
eternos son más importantes que los estudios temporales y terrenos. Si
apreciáis el valor y la santidad de las cosas eternas, aportaréis vuestros pen-
samientos más claros, vuestras mejores energías a la solución del problema
que implica el eterno bienestar; porque cualquier otro interés desaparece en
la insignificancia en comparación con ése (Hijos e hijas de Dios, p. 285). El
hermano G se vanagloria de su independencia de criterio y juicio, y al mis-
mo tiempo corta el paso a los pecadores con su vida disoluta y su oposición
a la obra, combatiendo ciegamente a Cristo en la persona de sus siervos. Se
ha engañado respecto de la calidad de la verdadera independencia. La inde-
pendencia no es obstinación, aunque a menudo ésta se confunda con aqué-
lla. Cuando el hermano G se ha formado una opinión y la expresa en la
familia o la iglesia con considerable confianza y de manera pública, está
inclinado a hacer que parezca que él tiene la razón valiéndose de todos los
argumentos que se le ocurren. Con esa insistencia corre el peligro, el gran
peligro, de cerrar los ojos y violar su conciencia; el enemigo lo tienta con
fuerza. Su arrogancia en la opinión es difícil de vencer, aun cuando se en-
frente a suficientes evidencias para convencerlo, si estuviera dispuesto.
Piensa que admitir su error seria una mancha en su juicio y discernimiento.
Hermano G, corre el gran peligro de perder su alma. Ansia la preeminencia.
A veces cree que es menoscabado. No es feliz. No será feliz si abandona el
pueblo de Dios, porque considera una ofensa las palabras claras y los he-
chos como hicieron muchos de los seguidores de Cristo porque la verdad
declarada era demasiado evidente. No será un hombre feliz porque seguirá
siendo usted mismo. No está a bien consigo mismo. Su temperamento es su
enemigo y, vaya donde vaya, llevará consigo su carga de infelicidad... May