Tema 8.- PROTECCION DE LOS SISTEMAS DE INFORMACIÓN.pdf
Notas de Elena | Lección 13 | Crucificado y resucitado | Escuela Sabática
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II Trimestre de 2015
El libro de Lucas
Notas de Elena G. de White
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Lección 13
27 de junio 2015
Crucificado y resucitado:
Sábado 20 de junio
Aplastados por el desaliento, la pena y la desesperación, los discípulos se
reunieron en el aposento alto, y cerraron y atrancaron las puertas, temiendo
que pudiera sobrevenirles la misma suerte de su amado Maestro. Fue allí
donde el Salvador, después de su resurrección se les apareció.
Por cuarenta días Cristo permaneció en la tierra, preparando a los discípu-
los para la obra que tenían por delante, y explicándoles lo que hasta entonces
habían sido incapaces de comprender. Les habló de las profecías concernien-
tes a su advenimiento, su rechazamiento por los judíos, y su muerte, mos-
trando que todas las especificaciones de estas profecías se habían cumplido.
Les dijo que debían considerar este cumplimiento de la profecía como una
garantía del poder que los asistiría en sus labores futuras. “Entonces les abrió
el sentido -leemos- para que entendiesen las Escrituras; y díjoles: Así está
escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muer-
tos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la re-
misión de pecados en todas las naciones, comenzando de Jerusalén.” Y aña-
dió: “Vosotros sois testigos de estas cosas” (Lucas 24: 45-48).
Durante estos días que Cristo pasó con sus discípulos, obtuvieron ellos
una nueva experiencia. Mientras oían a su amado Señor explicando las Escri-
turas a la luz de todo lo que había sucedido, su fe en él se estableció plena-
mente. Llegaron al punto de poder decir: “Yo sé a quién he creído.” (2 Timo-
teo 1:12). Comenzaron a comprender la naturaleza y extensión de su obra, a
ver que habían de proclamar al mundo las verdades que se les habían enco-
mendado. Los sucesos de la vida de Cristo, su muerte y resurrección, las
profecías que señalaban estos sucesos, los misterios del plan de la salvación,
el poder de Jesús para perdonar los pecados, -de todas estas cosas habían sido
testigos, y debían hacerlas conocer al mundo. Debían proclamar el evangelio
de paz y salvación mediante el arrepentimiento y el poder del Salvador (Los
hechos de los apóstoles, pp. 21, 22).
Razonando sobre la base de la profecía, Cristo dio a sus discípulos una
idea correcta de lo que había de ser en la humanidad. Su expectativa de un
Mesías que había de asumir el trono y el poder real de acuerdo con los de-
seos de los hombres, había sido engañosa. Les había impedido comprender
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correctamente su descenso de la posición más sublime a la más humilde que
pudiese ocupar. Cristo deseaba que las ideas de sus discípulos fuesen puras y
veraces en toda especificación. Debían comprender, en la medida de lo posi-
ble, la copa de sufrimiento que le había sido dada. Les demostró que el terri-
ble conflicto que todavía no podían comprender era el cumplimiento del pac-
to hecho antes de la fundación del mundo. Cristo debía morir, como todo
transgresor de la ley debe morir si continúa en el pecado. Todo esto había de
suceder, pero no terminaba en derrota, sino en una victoria gloriosa y eterna.
Jesús les dijo que debía hacerse todo esfuerzo posible para salvar al mundo
del pecado. Sus seguidores deberían vivir como él había vivido y obrar como
él había obrado, esforzándose y perseverando (El Deseado de todas las gen-
tes, p. 740).
Domingo 21 de junio:
El Getsemaní: La lucha terrible Cristo es nuestro Redentor.
Es el Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros. Es la fuente en la
cual podemos ser lavados y limpiados de toda impureza. Es el costoso sacri-
ficio hecho por la reconciliación del hombre. El universo celestial, los mun-
dos no caídos, el mundo caído y la confederación del mal no pueden decir
que Dios podía hacer más por la salvación del hombre de lo que ha hecho.
Nunca puede sobrepujarse su dádiva (A fin de conocerle, p. 71).
Jesús, cuando se preparaba para una gran prueba o para algún trabajo im-
portante, se retiraba a la soledad de los montes, y pasaba la noche orando a
su Padre. Una noche de oración precedió a la ordenación de los apóstoles, al
Sermón del Monte, a la transfiguración, y a la agonía del pretorio y de la
cruz, así como la gloria de la resurrección.
Nosotros también debemos destinar momentos especiales para meditar,
orar y recibir refrigerio espiritual. No reconocemos debidamente el valor del
poder y la eficacia de la oración. La oración y la fe harán lo que ningún po-
der en la tierra podrá hacer. Raramente nos encontramos dos veces en la
misma situación. Hemos de pasar continuamente por nuevos escenarios y
nuevas pruebas, en que la experiencia pasada no puede ser una guía suficien-
te. Debemos tener la luz continua que procede de Dios.
Cristo manda continuamente mensajes a los que escuchan su voz. En la
noche de la agonía de Getsemaní, los discípulos que dormían no oyeron la
voz de Jesús. Tenían una percepción confusa de la presencia de los ángeles,
pero no participaron de la fuerza y la gloria de la escena. A causa de su som-
nolencia y estupor, no recibieron las evidencias que hubieran fortalecido sus
almas para los terribles acontecimientos que se avecinaban. Así también hoy
día los hombres que más necesitan la instrucción divina no la reciben, porque
no se ponen en comunión con el Cielo...
Tenéis que ser hombres y mujeres de oración. Vuestras peticiones no de-
ben ser lánguidas, ocasionales, ni caprichosas, sino ardientes, perseverantes y
constantes. No siempre es necesario arrodillarse para orar. Cultivad la cos-
tumbre de conversar con el Salvador cuando estéis solos, cuando andéis o
estéis ocupados en vuestro trabajo cotidiano. Elévese el corazón de continuo
en silenciosa petición de ayuda, de luz, de fuerza, de conocimiento. Sea cada
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respiración una oración (El ministerio de curación, pp. 407, 408).
Pedro acababa de declarar que no conocía a Jesús, pero ahora comprendía,
con amargo pesar, cuán bien su Señor lo conocía a él, y cuán exactamente
había discernido su corazón, cuya falsedad desconocía él mismo.
Una oleada de recuerdos le abrumó. La tierna misericordia del Salvador,
su bondad y longanimidad, su amabilidad y paciencia para con sus discípulos
tan llenos de yerros; lo recordó todo. También recordó la advertencia: “Si-
món, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandaros como a trigo; mas
yo he rogado por ti que tu fe no falte”. Reflexionó con horror en su propia
ingratitud, su falsedad, su perjurio. Una vez más miró a su Maestro, y vio una
mano sacrílega que le hería en el rostro. No pudiendo soportar ya más la es-
cena, salió corriendo de la sala con el corazón quebrantado.
Siguió corriendo en la soledad y las tinieblas, sin saber ni querer saber a
dónde. Por fin se encontró en Getsemaní. Su espíritu evocó vívidamente la
escena ocurrida algunas horas antes. El rostro dolorido de su Señor, mancha-
do con sudor de sangre y convulsionado por la angustia, surgió delante de él.
Recordó con amargo remordimiento que Jesús había llorado y agonizado en
oración solo, mientras que aquellos que debieran haber estado unidos con él
en esa hora penosa estaban durmiendo. Recordó su solemne encargo: “Velad
y orad, para que no entréis en tentación”. Volvió a presenciar la escena de la
sala del tribunal. Torturaba su sangrante corazón el saber que había añadido
él la carga más pesada a la humillación y el dolor del Salvador. En el mismo
lugar donde Jesús había derramado su alma agonizante ante su Padre, cayó
Pedro sobre su rostro y deseó morir (El Deseado de todas las gentes, pp. 659,
660).
Lunes 22 de junio: Judas
Cuando Cristo permitió que Judas se asociara con él como uno de los do-
ce, sabía que Judas estaba poseído del demonio del egoísmo. Conocía que su
falso discípulo lo traicionaría, y sin embargo no lo separó de los otros discí-
pulos alejándolo de él. Estaba preparando la mente de esos hombres para su
muerte y ascensión, y previo que si alejaba a Judas, Satanás lo usaría para
divulgar informes que serían difíciles de explicar...
Por lo tanto, Cristo no alejó a Judas de su presencia, sino lo mantuvo a su
lado para poder contrarrestar la influencia que él pudiera ejercer contra su
obra (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 1077).
Judas... había visto las poderosas obras del Señor, había estado con él du-
rante su ministerio y se había sometido a la abrumadora evidencia de que era
el Mesías; pero Judas era calculador y codicioso; amaba el dinero. Se quejó
airado por el costoso perfume derramado sobre Jesús.
María amaba a su Señor. Él había perdonado sus pecados, que eran mu-
chos. Había levantado de entre los muertos a su muy amado hermano, y creía
que nada era demasiado costoso para ofrendárselo. Mientras más caro fuera
el perfume, de mejor manera podía ella expresar su gratitud al Salvador dedi-
cándoselo.
Judas, como excusa por su codicia, sugirió que el perfume podría haberse
vendido para dar el dinero a los pobres. Pero no se trataba de que se preocu-
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para por ellos, porque era egoísta, y a menudo se apropiaba, para su propio
uso, de lo que se le había confiado con el fin de que fuera dado a los pobres.
Judas no se había preocupado de la comodidad y ni siquiera de las necesida-
des de Jesús, pero para excusar su codicia a menudo se refería a los pobres.
Este acto de generosidad de parte de María constituyó una tajante reprensión
de su carácter codicioso. Ya estaba preparado el camino para que la tentación
de Satanás encontrara franca acogida en el corazón de Judas...
Judas sabía cuán ansiosos estaban de prender a Jesús y se ofreció a los
principales sacerdotes y ancianos para venderlo por unas cuantas monedas de
plata. Su amor al dinero lo indujo a traicionar a su Señor para ponerlo en
manos de sus más acerbos enemigos. Satanás estaba obrando directamente
por intermedio de Judas, y en medio de las escenas impresionantes de la úl-
tima cena el traidor estaba trazando planes para entregar a su Maestro (La
historia de la redención, pp. 215-217).
Martes 23 de junio: Con él o contra él
Los seguidores de Cristo deben estar listos para servir en todo momento y
de todas las maneras requeridas. Dios solo aceptará hombres que sean de
corazón leal, de mente equilibrada y cabales. “El que no es conmigo, contra
mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mateo 12:30).
Muchos han tratado de ser neutrales en medio de la crisis, pero han falla-
do en su propósito. Nadie se puede mantener en terreno neutral. Los que tra-
ten de hacerlo cumplirán las palabras de Cristo: “Ninguno puede servir a dos
señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y me-
nospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24).
Los que comienzan su vida cristiana a medias, no importa qué intenciones
tengan, se encontrarán finalmente de parte del enemigo.
Los hombres y las mujeres de doblado ánimo son los mejores aliados de
Satanás. No importa cuán favorable sea la opinión que tengan de sí mismos,
su influencia será debilitante. Todos los que son leales a Dios y a la verdad
deben mantenerse firmemente de parte de lo recto porque es recto (Cada día
con Dios, p. 240).
Quien es atraído una vez y otra por su Redentor, y desatiende las adver-
tencias dadas, no cede a su convicción de que debe arrepentirse y no escucha
cuando es exhortado a buscar perdón y gracia, está en una posición peligrosa.
Jesús lo está atrayendo, el Espíritu está ejerciendo su poder sobre él, instán-
dole a entregar su voluntad a la voluntad de Dios, y cuando esta invitación es
desatendida, el Espíritu es contristado. El pecador elige permanecer en el
pecado y la impenitencia, aunque tiene evidencias para estimular su fe, y una
evidencia adicional no será de ninguna utilidad... Está respondiendo a otra
atracción, y esa es la atracción que Satanás ejerce sobre él. Presta obediencia
a los poderes de las tinieblas. Esta conducta es fatal y deja al alma en obsti-
nada impenitencia. Esta es la blasfemia más generalizada entre los hombres,
y obra en forma muy sutil, hasta que el pecador no siente remordimiento, no
oye la voz de la conciencia, no experimenta el deseo de arrepentirse, y en
consecuencia no tiene perdón (A fin de conocerle, p. 246).
Durante su agonía sobre la cruz, llegó a Jesús un rayo de consuelo. Fue la
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petición del ladrón arrepentido. Los dos hombres crucificados con Jesús se
habían burlado de él al principio; y por efecto del padecimiento uno de ellos
se volvió más desesperado y desafiante. Pero no sucedió así con su compañe-
ro. Este hombre no era un criminal empedernido. Había sido extraviado por
las malas compañías, pero era menos culpable que muchos de aquellos que
estaban al lado de la cruz vilipendiando al Salvador... En el tribunal y en el
camino al Calvario, había estado en compañía de Jesús. Había oído a Pilato
declarar: “Ningún crimen hallo en él”. Había notado su porte divino y el es-
píritu compasivo de perdón que manifestaba hacia quienes le atormentaban...
Penetró de nuevo en su corazón la convicción de que era el Cristo. Volvién-
dose hacia su compañero culpable, dijo: “¿Ni aun tú temes a Dios, estando en
la misma condenación?” Los ladrones moribundos no tenían ya nada que
temer de los hombres. Pero uno de ellos sentía la convicción de que había un
Dios a quien temer, un futuro que debía hacerle temblar... El Espíritu Santo
iluminó su mente y poco a poco se fue eslabonando la cadena de la eviden-
cia. En Jesús, magullado, escarnecido y colgado de la cruz, vio al Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo. La esperanza se mezcló con la angustia
en su voz, mientras que su alma desamparada se aferraba de un Salvador
moribundo. “Señor, acuérdate de mí -exclamó- cuando vinieres en tu reino”.
Prestamente llegó la respuesta. El tono era suave y melodioso, y las palabras,
llenas de amor, compasión y poder: De cierto te digo hoy: estarás conmigo
en el paraíso (El Deseado de todas las gentes, pp. 697, 698).
Miércoles 24 de junio: Ha resucitado
David, como rey de Israel, y también como profeta, había sido especial-
mente honrado por Dios. Se le mostró en visión profètica la vida y el minis-
terio futuros de Cristo. Vio su rechazamiento, su juicio, su crucifixión, su
sepultura, su resurrección y su ascensión. David dio testimonio de que el
alma de Cristo no quedaría en el Hades (la tumba), y que su carne no vería
corrupción. Pedro comprobó que esta profecía se cumplió en Jesús de Naza-
ret. Efectivamente Dios lo levantó de la tumba antes que su cuerpo viera co-
rrupción. Era entonces el Exaltado en el cielo de los cielos.
En esa memorable ocasión mucha gente que hasta ese entonces se había
reído de la idea de que una persona tan humilde como Jesús fuera el Hijo de
Dios, se convenció cabalmente de la verdad y lo reconoció como su Salva-
dor. Tres mil almas se añadieron a la iglesia. Los apóstoles hablaron impul-
sados por el Espíritu Santo; y sus palabras no podían ser contradichas porque
las confirmaban extraordinarios milagros llevados a cabo gracias al derra-
mamiento del Espíritu de Dios. Los discípulos mismos se asombraron de los
resultados de esta manifestación, y de la rapidez y la abundancia de la cose-
cha de almas. Todos se llenaron de asombro. Los que no quisieron abandonar
sus prejuicios y fanatismo se sintieron tan abrumados que no se atrevieron a
oponerse a esa poderosa obra ni por palabras ni por actos de violencia, y por
el momento su oposición cesó.
Los argumentos de los apóstoles por sí solos, aunque claros y convincen-
tes, no habrían sido capaces de eliminar los prejuicios de los judíos que se
habían opuesto a muchísima evidencia. Pero el Espíritu Santo introdujo esos
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argumentos con poder divino en sus corazones. Eran como agudas flechas
del Todopoderoso, que los convencieron de su terrible culpa al rechazar y
crucificar al Señor de gloria. “Al oír esto, se compungieron de corazón, y
dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?
Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de
Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo”
(La historia de la redención, pp. 255, 256).
La gran obra de evangelización no terminará con menor manifestación del
poder divino que la que señaló el principio de ella. Las profecías que se
cumplieron en tiempo de la efusión de la lluvia temprana, al principio del
ministerio evangélico, deben volverse a cumplir en tiempo de la lluvia tardía,
al fin de dicho ministerio. Esos son los “tiempos de refrigerio” en que pensa-
ba el apóstol Pedro cuando dijo: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que
sean borrados vuestros pecados; pues que vendrán los tiempos del refrigerio
de la presencia del Señor, y enviará a Jesucristo” (Hechos 3:19, 20).
Vendrán siervos de Dios con semblantes iluminados y resplandecientes de
santa consagración, y se apresurarán de lugar en lugar para proclamar el
mensaje celestial. Miles de voces predicarán el mensaje por toda la tierra. Se
realizarán milagros, los enfermos sanarán y signos y prodigios seguirán a los
creyentes. Satanás también efectuará sus falsos milagros, al punto de hacer
caer fuego del cielo a la vista de los hombres (Apocalipsis 13:13). Es así
como los habitantes de la tierra tendrán que decidirse en pro o en contra de la
verdad.
El mensaje no será llevado adelante tanto con argumentos como poi- me-
dio de la convicción profunda inspirada por el Espíritu de Dios. Los argu-
mentos ya fueron presentados. Sembrada está la semilla, y brotará y dará
frutos. Las publicaciones distribuidas por los misioneros han ejercido su in-
fluencia; sin embargo, muchos cuyo espíritu fue impresionado han sido im-
pedidos de entender la verdad por completo o de obedecerla. Pero entonces
los rayos de luz penetrarán por todas partes, la verdad aparecerá en toda su
claridad, y los sinceros hijos de Dios romperán las ligaduras que los tenían
sujetos. Los lazos de familia y las relaciones de la iglesia serán impotentes
para detenerlos. La verdad les será más preciosa que cualquier otra cosa. A
pesar de los poderes coligados contra la verdad, un sinnúmero de personas se
alistará en las filas del Señor (El conflicto de los siglos, pp. 669, 670).
Jueves 25 de junio: “Que se cumpliese todo”
Empezando con Moisés, alfa de la historia bíblica, Cristo expuso en todas
las Escrituras las cosas concernientes a él. Si se hubiese dado a conocer pri-
mero, el corazón de ellos habría quedado satisfecho. En la plenitud de su
gozo, no habrían deseado más. Pero era necesario que comprendiesen el tes-
timonio que le daban los símbolos y las profecías del Antiguo Testamento.
Su fe debía establecerse sobre éstas. Cristo no realizó ningún milagro para
convencerlos, sino que su primera obra consistió en explicar las Escrituras.
Ellos habían considerado su muerte como la destrucción de todas sus espe-
ranzas. Ahora les demostró por los profetas que era la evidencia más categó-
rica para su fe.