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Notas de Elena | Lección 12 | La humildad de los sabios | Escuela Sabática
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I Trimestre de 2015
Proverbios
Notas de Elena G. de White
Lección 12
21 de marzo 2015
La humildad de los sabios:
Sábado 14 de marzo
Moisés tenía un profundo sentido de la presencia personal de Dios. No
miraba solamente a través de los siglos esperando que Cristo se manifestase
en la carne, sino que veía a Cristo de una manera especial acompañando a
los hijos de Israel en todos sus viajes.
Dios era real para él, siempre presente en sus pensamientos. Cuando se
le interpretaba erróneamente, cuando estaba llamado a arrostrar peligros y
soportar insultos por amor de Cristo, los sufría sin represalias. Moisés creía
en Dios, como en Aquel a quien necesitaba, y quien le ayudaría por causa
de su necesidad. Dios era para él un auxilio presente...
En esto hay otro punto de la fe que deseamos estudiar: Dios recompen-
sará al hombre de fe y obediencia. Si esta fe penetra en la experiencia de la
vida, habilitará a cada uno de los que temen y aman a Dios para soportar
pruebas. Moisés estaba lleno de confianza en Dios, porque tenía una fe que
se apropiaba sus promesas... Miraba a Dios, y confiaba en que él le daría
fuerza para vencer toda tentación. Sabía que le había sido asignada una
obra especial, y deseaba, en cuanto fuese posible, cumplir cabalmente esa
obra. Pero sabía que no podía hacerlo sin ayuda divina; porque tenía que
tratar con un pueblo perverso. La presencia de Dios bastaba para hacerle
atravesar las situaciones más penosas en las cuales un hombre pudiera ser
colocado.
Moisés no pensaba simplemente en Dios; le veía. Dios era la constante
visión que había delante de él; nunca perdía de vista su rostro. Veía a Jesús
como su Salvador, y creía que los méritos del Salvador le serian imputados.
Esta fe no era para Moisés una suposición; era una realidad. Esa es la clase
de fe que necesitamos: la fe que soportará la prueba. ¡Oh cuántas veces
cedemos a la tentación porque no mantenemos nuestros ojos puestos en
Jesús! Nuestra fe no es continua, porque, por la complacencia propia peca-
mos, y luego no podemos mantenemos "como viendo al Invisible." (Joyas
de los testimonios, t. 2, pp. 267, 268).
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Jesús vino a este mundo en humildad. Era de familia pobre. La Majestad
de los cielos, el Rey de gloria, el Jefe de las huestes angélicas, se rebajó
hasta aceptar la humanidad y escogió una vida de pobreza y humillación.
No tuvo oportunidades que no tengan los pobres. El trabajo rudo, las penu-
rias y privaciones eran parte de su suerte diaria. "Las zorras tienen cuevas -
decía- y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde
recline la cabeza" (S. Lucas 9:58) (El ministerio de curación, p. 149).
Domingo 15 de marzo: ¿Quién crees que eres?
Los judíos habían sido llamados primero a la viña del Señor; y por causa
de eso eran orgullosos y justos en su propia opinión. Consideraban que sus
largos años de servicio los hacía merecedores de una recompensa mayor
que los demás. Nada los exasperaba más que una insinuación de que los
gentiles habían de ser admitidos con iguales privilegios que ellos en las
cosas de Dios.
Cristo amonestó a los discípulos que fueron llamados en primer término
a seguirle, a que no se acariciase entre ellos el mismo mal. Él vio que un
espíritu de justicia propia sería la debilidad y la maldición de la iglesia. Los
hombres pensarían que podrían hacer algo para ganar un lugar en el reino
de los cielos. Se imaginarían que cuando hubieran hecho cierto progreso, el
Señor les ayudaría. Así habría abundancia del yo y poco de Jesús. Muchas
personas que hubieran hecho un poco de progreso se envanecerían, y se
pensarían superiores a los demás.
Estarían ansiosas de ser aduladas, y manifestarían celo si no se las con-
siderase más importantes que a otros. Cristo trata de guardar a sus discípu-
los de este peligro (Palabras de vida del Gran Maestro, pp. 330, 331).
Toda ambición humana, toda jactancia, ha de echarse por tierra. El yo, el
yo pecaminoso, debe ser abatido y no exaltado. Por medio de la piedad en
la vida diaria debemos revelar a Cristo a cuantos nos rodean. La corrupta
naturaleza humana ha de subyugarse y no exaltarse. Únicamente así sere-
mos puros y limpios. Debemos ser hombres y mujeres humildes y fieles.
Nunca debemos sentarnos en el tribunal como jueces. Dios manda que sus
representantes sean puros y santos, que revelen la hermosura de la santidad.
El conducto debe mantenerse despejado para que el Espíritu Santo pueda
obrar libremente (Testimonios para la iglesia, t. 8, p. 245).
[El fariseo]... juzga su carácter, comparándolo, no con el santo carácter
de Dios, sino con el de otros hombres. Su mente se vuelve de Dios a la hu-
manidad. Este es el secreto de su satisfacción propia...
... La religión del fariseo no alcanza al alma. No está buscando la seme-
janza del carácter divino, un corazón lleno de amor y misericordia. Está
satisfecho con una religión que tiene que ver solamente con la vida externa.
Su justicia es la suya propia, el fruto de sus propias obras, y juzgada por
una norma humana.
Cualquiera que confíe en que es justo, despreciará a los demás. Así co-
mo el fariseo se juzga comparándose con los demás hombres, juzga a otros
comparándolos consigo. Su justicia es valorada por la de ellos, y cuanto
peores sean, tanto más justo aparecerá él por contraste. Su justicia propia lo
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induce a acusar. Condena a "los otros hombres" como transgresores de la
ley de Dios. Así está manifestando el mismo espíritu de Satanás, el acusa-
dor de los hermanos. Con este espíritu le es imposible ponerse en comunión
con Dios.
Vuelve a su casa desprovisto de la bendición divina (Palabras de vida
del Gran Maestro, pp. 116, 117).
Pedro cayó porque no conocía su propia fragilidad. Creyó que era fuer-
te...
Si Pedro hubiera caminado humildemente con Dios, y ocultado el yo en
Cristo; si hubiera buscado fervientemente la ayuda divina; si hubiera sido
menos confiado en sí mismo; si hubiera recibido la instrucción del Señor y
la hubiera puesto en práctica, habría velado en oración, y habría obrado su
propia salvación con temor y temblor. Si se hubiera examinado íntimamen-
te a sí mismo, el Señor le habría dado ayuda divina, y no hubiera habido
necesidad de que el Señor lo zarandeara... No hay poder en toda la fuera
satánica que pueda incapacitar al alma que confía, en sencilla confianza, en
la sabiduría que procede de Dios (Hijos e hijas de Dios, p. 93).
Lunes 16 de marzo: ¿Un conocimiento de Dios?
Están por sobrecogernos tiempos que probarán las almas de los hom-
bres; los que son débiles en la fe no resistirán la prueba de aquellos días de
peligro. Las grandes verdades de la revelación deben ser estudiadas cuida-
dosamente, porque todos necesitaremos un conocimiento inteligente de la
Palabra de Dios. El estudio de la Biblia y la comunión diaria con Jesús nos
darán nociones bien definidas de responsabilidad personal y fuerza para
subsistir el día de prueba y tentación. Aquel cuya vida esté unida con Cristo
por vínculos ocultos será guardado por el poder de Dios mediante la fe que
salva (Joyas de los testimonios, t. 2, p. 101).
La vida en Cristo es una vida de reposo. Puede no haber éxtasis de la
sensibilidad, pero debe haber una confianza continua y apacible. Vuestra
esperanza no está en vosotros; está en Cristo. Vuestra debilidad está unida a
su fuerza, vuestra ignorancia a su sabiduría, vuestra fragilidad a su eterno
poder. Así que no debéis miraros a vosotros, ni depender de vosotros, mas
mirad a Cristo. Pensad en su amor, en su belleza y en la perfección de su
carácter. Cristo en su abnegación. Cristo en su humillación. Cristo en su
pureza y santidad. Cristo en su incomparable amor: esto es lo que debe
contemplar el alma. Amándole, imitándole, dependiendo enteramente de él,
es como seréis transformados a su semejanza (El camino a Cristo, p. 70).
Los más profundos intelectos del mundo, cuando no están iluminados
por la Palabra de Dios, se desorientan y aturden mientras tratan de investi-
gar los asuntos de la ciencia y la revelación. El Creador y sus obras están
más allá de la comprensión finita, y los hombres concluyen que la Biblia no
es una historia fidedigna porque no pueden explicar las obras y los caminos
de Dios a partir de causas naturales. Muchos están tan determinados a ex-
cluir a Dios del ejercicio de su voluntad y poder soberanos en el orden esta-
blecido del Universo, que degradan al hombre, la más noble de sus criatu-
ras. Las teorías y las especulaciones de la filosofía tratan de hacernos creer
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que el ser humano llegó a la existencia mediante un proceso lento, no sim-
plemente de un estado salvaje, sino a partir de la forma más baja de la crea-
ción animal. Destruyen la dignidad del hombre porque no quieren admitir el
poder ni la gracia de Dios.
El Señor ha iluminado los intelectos humanos y ha derramado un torren-
te de luz sobre el mundo mediante descubrimientos de la técnica y la cien-
cia. Pero quienes los contemplan simplemente desde una perspectiva hu-
mana, llegarán con toda seguridad a conclusiones erróneas. Las espinas del
error, del escepticismo y de la incredulidad se disimulan al ser cubiertas
con los ropajes de la filosofía y de la ciencia. Es Satanás quien ha inventado
esta ingeniosa manera de apartar a las almas del Dios viviente, separándolas
de la verdad y de la religión. Es el quien exalta a la naturaleza por encima
del Creador de la naturaleza (Alza tus ojos, p. 154).
Mientras educaba a sus discípulos, Jesús solía apartarse de la confusión
de la ciudad a la tranquilidad de los campos y las colinas, porque estaba
más en armonía con las lecciones de abnegación que deseaba enseñarles. Y
durante su ministerio se deleitaba en congregar a la gente en derredor suyo
bajo los cielos azules, en algún collado hermoso, o en la playa a la ribera
del lago. Allí, rodeado por las obras de su propia creación, podía dirigir los
pensamientos de sus oyentes de lo artificial a lo natural. En el crecimiento y
desarrollo de la naturaleza se revelaban los principios de su reino. Al levan-
tar los hombres los ojos a las colinas de Dios, y contemplar las obras mara-
villosas de sus manos, podían aprender lecciones preciosas de la verdad
divina. La enseñanza de Cristo les era repetida en las cosas de la naturaleza
(El Deseado de todas las gentes, pp. 257, 258).
Martes 17 de marzo: Ni demasiado ni muy poco
Cuando confiemos plenamente en Cristo, nos daremos a nosotros mis-
mos en ofrenda a Dios.
Nuestra dependencia estará centrada en la virtud y en la intercesión de
Cristo como nuestra única esperanza. No hay confusión, ni sospecha, pues-
to que por la fe vemos a Jesús, el enviado de Dios, cuya misión es lograr la
reconciliación con los pecadores. Si deseamos creer solamente en Cristo, él
está comprometido con un pacto solemne de mediar en favor de los que,
por su intermedio, se acercan al Padre, con el propósito de garantizar su
salvación. Este privilegio está garantizado si nos acercamos confiadamente
al trono de la gracia para alcanzar misericordia y hallar gracia para el opor-
tuno socorro (Recibiréis poder, p. 14).
La verdadera reverencia hacia Dios nos es inspirada por un sentido de su
infinita grandeza y un reconocimiento de su presencia. Este sentido del
Invisible debe impresionar profundamente todo corazón. La presencia de
Dios hace que tanto el lugar como la hora de la oración sean sagrados. Y al
manifestar reverencia por nuestra actitud y conducta, se profundiza en no-
sotros el sentimiento que la inspira. "Santo y temible es su nombre" (Salmo
111:9, V.M.), declara el salmista. Los ángeles se velan el rostro cuando
pronuncian ese nombre. ¡Con qué reverencia debieran pronunciarlo nues-
tros labios, puesto que somos seres caídos y pecaminosos! (Profetas y re-
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yes, p. 34).
El primer ángel exhorta a los hombres a que teman al Señor y le den
honra y a que le adoren como Creador del cielo y de la tierra. Para poder
hacerlo, deben obedecer su ley. El sabio dice: "Teme a Dios, y guarda sus
mandamientos; porque esto es la suma del deber humano" (Eclesiastés
12:13, V.M.). Sin obediencia a sus mandamientos, ninguna adoración pue-
de agradar a Dios. "Este es el amor de Dios, que guardemos sus manda-
mientos". "El que aparte sus oídos para no escuchar la ley, verá que su ora-
ción misma es cosa abominable" (1 Juan 5:3; Proverbios 28:9, V.M.).
El deber de adorar a Dios estriba en la circunstancia de que él es el
Creador, y que a él es a quien todos los demás seres deben su existencia. Y
cada vez que la Biblia presenta el derecho de Jehová a nuestra reverencia y
adoración con preferencia a los dioses de los paganos, menciona las prue-
bas de su poder creador (El conflicto de los siglos, p. 490).
Para proveernos lo necesario, nuestro Padre celestial tiene mil maneras
de las cuales nada sabemos. Los que aceptan el principio sencillo de hacer
del servicio de Dios el asunto supremo, verán desvanecerse sus perplejida-
des y extenderse ante sus pies un camino despejado...
Tengamos confianza y seamos valientes. El desaliento en el servicio de
Dios es pecaminoso e irrazonable. Dios conoce todas nuestras necesidades.
A la omnipotencia del Rey de reyes, el Dios que guarda el pacto con noso-
tros añade la dulzura y el solícito cuidado del tierno pastor. Su poder es
absoluto, y es garantía del seguro cumplimiento de sus promesas para todos
los que en él confían. Tiene medios de apartar toda dificultad, para que sean
confortados los que le sirven y respetan los medios que él emplea. Su amor
supera todo otro amor, como el cielo excede en altura a la tierra. Vela por
sus hijos con un amor inconmensurable y eterno.
En los días aciagos, cuando todo parece conjurarse contra nosotros, ten-
gamos fe en Dios, quien lleva adelante sus designios y hace bien todas las
cosas en favor de su pueblo. La fuerza de los que le aman y le sirven será
renovada día tras día.
Dios puede y quiere conceder a sus siervos toda la ayuda que necesiten.
Les dará la sabiduría que requieren sus varias necesidades (El ministerio de
curación, pp. 382, 383).
Miércoles 18 de marzo: Las acciones de los arrogantes
Se me han mostrado las iglesias que en diferentes estados profesan
guardar los mandamientos de Dios y esperar la segunda venida de Cristo.
Se advierte en ellas una indiferencia alarmante, como también orgullo,
amor al mundo y una fría formalidad. Constituyen el pueblo que se está
volviendo rápidamente como el antiguo Israel en cuanto concierne a la falta
de espiritualidad.
Muchos hacen alta profesión de piedad, y sin embargo carecen de domi-
nio propio. En ellos rigen los apetitos y pasiones, y el yo predomina. Mu-
chos son arbitrarios, intransigentes, intolerantes, orgullosos, jactanciosos y
sin consagración. Sin embargo, algunas de estas personas son ministros que
manejan verdades sagradas. A menos que se arrepientan, su candelero será
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quitado de su lugar. La maldición que el Salvador pronunció sobre la higue-
ra estéril es un sermón dirigido a todos los formalistas e hipócritas jactan-
ciosos que se presentan ante el mundo cubiertos de hojas orgullosas pero
que no dan fruto. ¡Qué reprensión para los que tienen la forma de la piedad,
mientras que en su vida sin cristianismo niegan la eficacia de ella! El que
trató con ternura al principal de los pecadores, el que nunca despreció la
verdadera mansedumbre y penitencia, por grande que fuese la culpa, hizo
caer severas denuncias sobre los que hacían gran profesión de piedad, pero
que negaban su fe con sus obras (Joyas de los testimonios, t. 1, p. 536).
La estima y la suficiencia propias están matando la vida espiritual. Se
ensalza el yo y se habla de él. ¡Ojalá muriese el yo! "Cada día muero", dijo
el apóstol Pablo. Cuando esta suficiencia propia, orgullosa y jactanciosa, y
esta justicia propia complaciente, compenetran el alma, no hay lugar para
Jesús. Se le da un lugar inferior, mientras que el yo crece en importancia y
llena todo el templo del alma. Tal es la razón por la cual el Señor puede
hacer tan poco por nosotros. Si él obrase con nuestros esfuerzos, el instru-
mento atribuiría toda la gloria a su propia habilidad, sabiduría y capacidad,
y se congratularía como el fariseo: "Ayuno dos veces a la semana, doy
diezmos de todo lo que poseo". Cuando el yo se oculte en Cristo, no subirá
a la superficie con tanta frecuencia (Exaltad a Jesús, p. 304).
Es menester enseñar a los niños una lección sublime, a saber, que deben
estar libres de toda partícula de egotismo y fanatismo. Enseñadles que Cris-
to murió para salvar a los pecadores, y que debemos trabajar con gran ter-
nura y paciencia por los que no son de nuestra fe, pues sus almas son pre-
ciosas a la vista de Dios. No se debe mirar con desprecio a nadie. No debe
haber farisaísmo, ni justificación propia (Consejos sobre la obra de la Es-
cuela Sabática, p. 93).
Jueves 19 de marzo: Lecciones de la naturaleza
Es imposible para el espíritu finito del hombre comprender plenamente
el carácter o las obras del Infinito. Para la inteligencia mas perspicaz, para
el espíritu más ilustrado, aquel santo Ser debe siempre permanecer envuelto
en el misterio...
La Palabra de Dios, como el carácter de su divino Autor, presenta miste-
rios que nunca podrán ser plenamente comprendidos por seres finitos. La
entrada del pecado en e) mundo, la encarnación de Cristo, la regeneración y
otros muchos asuntos que se presentan en la Biblia, son misterios demasia-
do profundos para que la mente humana los explique, o para que los com-
prenda siquiera plenamente. Pero no tenemos razón para dudar de la Pala-
bra de Dios porque no podamos entender los misterios de su providencia.
En el mundo natural estamos siempre rodeados de misterios que no pode-
mos sondear. Aun las formas más humildes de la vida presentan un pro-
blema que el más sabio de los filósofos es incapaz de explicar. Por todas
partes se presentan maravillas que superan nuestro conocimiento. ¿Debe-
mos sorprendernos de que en el mundo espiritual haya también misterios
que no podamos sondear? La dificultad está únicamente en la debilidad y
estrechez del espíritu humano. Dios nos ha dado en las Santas Escrituras