Notas de Elena | Lección 9 | Nuestra misión | Escuela Sabática Tercer trimestre 2014
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III Trimestre de 2014
Las enseñanzas de Jesús
Notas de Elena G. de White
Lección 9
30 de agosto 2014
Nuestra misión:
Sábado 23 de agosto
La luz que emana de los que reciben a Jesucristo no se origina en ellos.
Toda ella procede de la Luz y de la Vida del mundo... Cristo es la luz, la
vida, la santidad y la santificación de todo aquel que cree, y su luz debe ser
recibida e impartida en toda clase de buenas obras (La maravillosa gracia de
Dios, p. 124).
Se me ha mostrado que los discípulos de Cristo son sus representantes en
toda la tierra; y Dios se propone que sean luces en las tinieblas morales de
este mundo, esparcidos por todo el país, en los pueblos, aldeas y ciudades;
“espectáculo al mundo, y a los ángeles, y a los hombres”...
Él desea que las almas de ellos se saturen de los principios del cielo;
pues entonces, al tener contacto con el mundo, manifestarán la luz que hay
en ellos. Su inquebrantable fidelidad en cada acto de la vida será un medio
de iluminación (Servicio cristiano, p. 26).
Nuestra luz debe brillar en medio de las tinieblas morales. Muchos de los
que están hoy en las tinieblas verán que hay una esperanza de salvación
para ellos, cuando perciban un destello de la Luz del mundo. Tal vez vues-
tra luz sea pequeña; pero recordad que es Dios quien os la ha dado, y que él
os tiene por responsables de hacerla brillar. Es posible que alguien encienda
su antorcha en la vuestra, y que su luz sea el medio de sacar a otras perso-
nas de las tinieblas (Joyas de los testimonios, tomo 3, pp. 369, 370).
Domingo 24 de agosto: Ser la luz del mundo.
La humanidad por sí misma no tiene luz. Aparte de Cristo somos un cirio
que todavía no se ha encendido, como la luna cuando su cara no mira hacia
el sol; no tenemos un solo rayo de luz para disipar la oscuridad del mundo.
Pero cuando nos volvemos hacia el Sol de justicia, cuando nos relaciona-
mos con Cristo, el alma entera fulgura con el brillo de la presencia divina.
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Los seguidores de Cristo han de ser más que una luz entre los hombres. Son
la luz del mundo. A todos los que han aceptado su nombre, Jesús dice: Os
habéis entregado a mí, y os doy al mundo como mis representantes. Así
como el Padre lo había enviado al mundo, Cristo declara: “Los he enviado
al mundo”. Como Cristo era el medio de revelar al Padre, hemos de ser los
medios de revelar a Cristo. Aunque el Salvador es la gran fuente de luz, no
olvidéis, cristianos, que se revela mediante la humanidad. Las bendiciones
de Dios se otorgan por medio de instrumentos humanos. Cristo mismo vino
a la tierra como Hijo del hombre. La humanidad, unida con la naturaleza
divina, debe relacionarse con la humanidad. La iglesia de Cristo, cada indi-
viduo que sea discípulo del Maestro, es un conducto designado por el cielo
para que Dios sea revelado a los hombres. Los ángeles de gloria están listos
para comunicar por vuestro intermedio la luz y el poder del cielo a las almas
que perecen. ¿Dejará el agente humano de cumplir la obra que le es asigna-
da? En la medida de su negligencia, priva al mundo de la prometida in-
fluencia del Espíritu Santo...
A través de toda la historia “el Espíritu de Cristo que estaba en ellos” hizo
de los hijos fíeles de Dios la luz de los hombres de su generación. José fue
portaluz en Egipto. Por su pureza, bondad y amor filial, representó a Cristo
en medio de una nación idólatra. Mientras los israelitas iban desde Egipto a
la tierra prometida, los que eran sinceros entre ellos fueron luces para las
naciones circundantes. Por su medio Dios se reveló al mundo. De Daniel y
sus compañeros en Babilonia, de Mardoqueo en Persia, brotaron vividos
rayos de luz en medio de las tinieblas de las cortes reales. De igual manera
han sido puestos los discípulos de Cristo como portaluces en el camino al
cielo. Por su medio, la misericordia y la bondad del Padre se manifiestan a
un mundo sumido en la oscuridad de una concepción errónea de Dios. Al
ver sus obras buenas, otros se sienten inducidos a dar gloria al Padre celes-
tial; porque resulta manifiesto que hay en el trono del universo un Dios cu-
yo carácter es digno de alabanza e imitación. El amor divino que arde en el
corazón y la armonía cristiana revelada en la vida son como una vislumbre
del cielo, concedida a los hombres para que se den cuenta de la excelencia
celestial (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 36-38).
Lunes 25 de agosto: Ser testigos.
Después del derramamiento del Espíritu Santo, los discípulos, revestidos
de la panoplia divina, salieron como testigos, a contar la maravillosa histo-
ria del pesebre y la cruz. Eran hombres humildes, pero salieron con la ver-
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dad. Después de la muerte de su Señor eran un grupo desvalido, chasqueado
y desanimado, como ovejas sin pastor; pero ahora salen como testigos de la
verdad, sin otras armas que la Palabra y el Espíritu de Dios, para triunfar
sobre toda oposición.
Su Salvador había sido rechazado, condenado y clavado en una cruz ig-
nominiosa. Los sacerdotes y gobernantes judíos habían declarado burlona-
mente: “A otros salvó, a sí mismo no puede salvar: si es el Rey de Israel,
descienda ahora de la cruz, y creeremos en él”. Pero esa cruz, ese instru-
mento de vergüenza y tortura, trajo esperanza y salvación al mundo. Los
creyentes se reanimaron y reunieron; su desesperanza y su consciente sen-
timiento de desvalidez los había abandonado. Fueron transformados en ca-
rácter y unidos en los lazos del amor cristiano. Aunque carecían de rique-
zas, aunque eran reputados por el mundo como meros pescadores ignoran-
tes, fueron hechos, por el Espíritu Santo, testigos de Cristo. Sin honores o
reconocimiento terrenal, eran los héroes de la fe. De sus labios salieron pa-
labras de divina elocuencia y poder que conmovieron al mundo (Testimo-
nios para los ministros, pp. 63, 64).
El Espíritu Santo debía descender sobre los que amaban a Cristo en este
mundo. De ese modo se los capacitaría, por medio de la glorificación de
Aquel que era su cabeza, para recibir todo don necesario para el cumpli-
miento de su misión. El Dador de la vida poseía no solo las llaves de la
muerte, sino un cielo lleno de ricas bendiciones. Todo el poder del cielo y
de la tierra estaba a su disposición, y al tomar su lugar en las cortes celestia-
les podía prodigar esas bendiciones a todos los que lo recibieran. Cristo dijo
a sus discípulos: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el
Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Juan
16:7). Este era el mayor de los dones. El Espíritu Santo descendió como el
tesoro más precioso que el hombre podía aceptar. La iglesia recibió el bau-
tismo del poder del Espíritu. Los discípulos fueron preparados para salir y
proclamar a Cristo primero en Jerusalén, donde se había llevado a cabo la
vergonzosa obra de deshonrar al verdadero Rey, y a partir de allí debían ir
hasta los confines de la tierra (Cada día con Dios, p. 341).
Martes 26 de agosto: Yo os envío.
De los apóstoles está escrito. “Ellos, saliendo, predicaron en todas partes,
ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la se-
guían” (Marcos 16:20). Así como Cristo envió a sus discípulos, envía hoy a
los miembros de su iglesia. El mismo poder que los apóstoles tuvieron es
para ellos. Si desean hacer de Dios su fuerza, él obrará con ellos, y no traba-
jarán en vano...
Cristo dio a la iglesia un encargo sagrado. Cada miembro debe ser un
medio por el cual Dios pueda comunicar al mundo los tesoros de su gracia,
las inescrutables riquezas de Cristo. No hay nada que el Salvador desee
tanto como la manifestación de su amor por medio de los seres humanos.
Todo el cielo está esperando a los hombres y las mujeres por medio de los
cuales pueda Dios revelar el poder del cristianismo.
La iglesia es la agencia de Dios para la proclamación de la verdad, facul-
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tada por él para hacer una obra especial; y si le es leal y obediente a todos
sus mandamientos, habitará en ella la excelencia de la gracia divina. Si ma-
nifiesta verdadera fidelidad, si honra al Señor Dios de Israel, no habrá poder
capaz de resistirle.
El celo por Dios y su causa indujo a los discípulos a ser testigos del
evangelio con gran poder. ¿No debería semejante celo encender en nuestros
corazones la determinación de contar la historia del amor redentor, del Cris-
to crucificado? Es el privilegio de cada cristiano, no solo esperar, sino apre-
surar la venida del Salvador (¡Maranata: El Señor viene!, p. 126).
Aun cuando una iglesia esté compuesta de personas pobres, faltas de cul-
tura y desconocidas, sin embargo, si son miembros creyentes y que oran, se
sentirá su influencia en el tiempo y en la eternidad. Si avanzan con fe senci-
lla, dependiendo de las promesas de la Palabra de Dios, pueden realizar un
gran bien. Si hacen que brille su luz, Cristo se glorifica en ellas y se pro-
mueven los intereses de su reino. Si tienen un sentido de responsabilidad
individual ante Dios, buscarán las oportunidades de trabajar y brillarán co-
mo luces en el mundo. Serán ejemplos de sinceridad y de fervor celoso al
realizar el plan de Dios para la salvación de las almas. Si los pobres, los que
no tienen instrucción, se deciden, pueden convertirse en estudiantes en la
escuela de Cristo, y él les enseñará verdadera sabiduría. La vida de humil-
dad, la confianza semejante a la de un niño, la verdadera piedad, la verdade-
ra religión, serán efectivas en su influencia sobre otros. Las personas que
tienen una elevada cultura están propensas a depender más de su conoci-
miento libresco que de Dios.
Con frecuencia, no buscan un conocimiento de los caminos de Dios, lu-
chando fervientemente con él en oración secreta, aferrándose por fe de las
promesas de Dios. Los que han recibido la unción celestial, avanzarán con
un espíritu semejante al de Cristo, buscando la oportunidad de entrar en
conversación con otros y revelarles el conocimiento de Dios y de Jesucristo
a quien él ha enviado, y cuyo conocimiento es vida eterna. Llegarán a ser
epístolas vivientes que revelen la Luz del mundo a la humanidad.
Cristo ha dado “a cada uno su obra” (Marcos 13:34). Espera que cada
uno haga su obra con fidelidad. Encumbrados y humildes, ricos y pobres,
todos tienen una obra que hacer para el Maestro. Cada uno está llamado a la
acción. Pero si no obedecéis la voz del Señor, si no hacéis su obra señalada
con firme confianza en Cristo como vuestra suficiencia, si no seguís su
ejemplo, “malo y negligente siervo” se registrará junto a vuestro nombre. A
menos que sea comunicada a otros la luz que os ha sido dada, a menos que
hagáis brillar vuestra luz, ésta se convertirá en tinieblas y vuestra alma será
dejada en un terrible peligro. Dios dice a cada uno que conoce la verdad:
“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras
buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo
5:16). Comunicad a otros el conocimiento de la verdad. Este es el plan de
Dios para iluminar al mundo (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 310-312).
Miércoles 27 de agosto: Hacer discípulos.
Debemos ser conductos consagrados, por los cuales la vida del cielo se co-
munique a otros. El Espíritu Santo debe animar e impregnar toda la iglesia,
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purificando los corazones y uniéndolos unos con otros. Los que han sido
sepultados con Cristo por el bautismo deben entrar en una nueva vida, y dar
un ejemplo vivo de lo que es la vida de Cristo. Una comisión sagrada nos ha
sido confiada. Esta es la orden que hemos recibido: “Por tanto, id, y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os
he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo” (Mateo 28:18-20). La obra a la que os habéis consagrado consiste
en dar a conocer el evangelio de salvación. Vuestro poder debe estar funda-
do en la perfección celestial. El testimonio que debemos dar por Dios no
consiste solo en predicar la verdad y distribuir impresos. No olvidemos que
el argumento más poderoso en favor del cristianismo es una vida semejante
a la de Cristo, mientras que un cristiano vulgar hace más daño en el mundo
que un mundano. Todos los libros escritos no reemplazarán una vida santa.
La gente creerá, no lo que diga el predicador, sino lo que viva la iglesia.
Demasiado a menudo la influencia del sermón predicado desde el púlpito
queda neutralizada por la que se desprende de la vida de personas que se
dicen defensoras de la verdad.
El propósito de Dios es glorificarse a sí mismo delante del mundo en su
pueblo. Él quiere que los que lleven el nombre de Cristo le representen por
el pensamiento, la palabra y la acción. Deben tener pensamientos puros y
pronunciar palabras nobles y animadoras, capaces de atraer al Salvador a las
personas que los rodean. La religión de Cristo debe estar entretejida en todo
lo que dicen y hacen. En todos sus negocios, debe desprenderse el perfume
de la presencia de Dios (Testimonios para la iglesia, tomo 9, p. 18).
Dios contempla este mundo con intenso interés. Ha notado la capacidad de
servicio de los seres humanos. Penetrando a través del tiempo ha considera-
do a sus siervos, hombres y mujeres, y ha preparado el camino delante de
ellos, diciendo: “Enviaré a ellos mis mensajeros, y ellos verán resplandecer
gran luz entre las tinieblas. Ganados al servicio de Cristo, utilizarán sus
talentos para la gloria de mi nombre. Saldrán a trabajar para mí con celo y
devoción. Mediante sus esfuerzos, la verdad hablará con énfasis a miles de
personas, y los hombres que están ciegos espiritualmente recibirán la vista y
verán mi salvación”.
La verdad será puesta muy de relieve para que pueda leerla aun el que corre.
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Se idearán medios para alcanzar los corazones. Algunos de los métodos
utilizados en esta obra serán diferentes de los métodos usados en la obra en
el pasado; pero nadie bloquee, a causa de esto, el camino por medio de la
crítica (El evangelismo, p. 99).
Jueves 28 de agosto: Predicar el evangelio.
“Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimo-
nio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14).
Así como los rayos del sol penetran hasta los más remotos rincones del glo-
bo, es el plan de Dios que la luz del evangelio se extienda a toda alma sobre
la tierra... Hemos de proclamar diligente y desinteresadamente el último
mensaje de misericordia en las ciudades, en los caminos y atajos. Se ha de
llegar a todas las clases. Mientras trabajemos nos encontraremos con gente
de diferente nacionalidad. Nadie ha de quedar sin ser amonestado.
El Señor Jesús fue el don de Dios para todo el mundo, no solo para las cla-
ses más elevadas, ni para una nacionalidad con exclusión de otras. Su gracia
salvadora rodea el mundo. Todo el que quiera puede beber del agua de vida.
Un mundo aguarda para oír el mensaje de la verdad presente. Y mientras los
siervos de Dios son inducidos a dar la luz, se representa a todas las naciona-
lidades alistándose para el servicio como instrumentos de elección divina
(En lugares celestiales, p. 340). El Señor pide a su pueblo en todo lugar
sembrar sobre todas las aguas. Al seguir sus órdenes él continuará impar-
tiendo los dones del cielo. La causa de Dios necesita tanto de obreros como
de dinero. ¿Continuaremos gastando nuestros medios en aquello que no es
esencial mientras descuidamos la obra que debe ser hecha?...
El espíritu de liberalidad es el espíritu del cielo. El amor abnegado de Cristo
se reveló en la cruz. El dio todo lo que tenía –hasta su vida– para que el ser
humano pudiera ser salvado. Por eso la cruz apela a la benevolencia de cada
seguidor de nuestro bendito Salvador; una benevolencia que se muestra en
buenas obras, en dar y volver a dar; ese es el verdadero fruto de la vida cris-
tiana.
La obra de Dios necesita tanto de hombres como de mujeres que hayan
aprendido de Cristo. Obreros que al contemplarlo se ven tal como son, pero
que están listos para pedirle que los haga lo que pueden llegar a ser. Al con-
templarlo, podemos ver nuestros defectos, pero también podemos recibir su
fuerza para remediarlos (Review and Herald, 14 de noviembre de 1912).