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HABLAR EN PÚBLICO Se han escrito libros enteros sobre cómo debe abordarse la oratoria. Sin embargo, en este texto, forzosamente limitado en su extensión, se expondrán algunas ideas sobre qué podemos hacer para sentimos más cómodos y tranquilos cuando ofrezcamos una charla en público. Se trata de sugerencias, no de reglas fijas ni leyes inmutables, que se han podido recoger gracias a la experiencia.
EI discurso   En toda exposición existen varios aspectos que es bueno considerar por separado. Primero, lo que técnicamente se llama "el discurso". El contenido de nuestra presentación. La que vamos a decir.  Los que saben aconsejan que jamás debemos arriesgarnos a improvisar, a menos que nos veamos forzados a ello. Cuando esta ocurra, de ninguna manera tomemos actitudes titubeantes o como si nos hubieran caído por sorpresa, más bien abordemos la situación de manera que cuando menos parezcamos decididos, no importa lo inseguros que poda­mos sentirnos en ese momento. No comencemos disculpándonos por no haber venido preparados, que eso lo sabe ya todo el mundo. Pongámonos de pie rápidamente y, de preferencia, iniciemos con una frase que tengamos hecha, con una anécdota o, si sentimos la suficiente confianza, con un chiste. Luego, seamos breves. Y no importa la calidad de lo que digamos, contará más nuestra actitud y la manera como acabemos nuestro discurso.  Una recomendación que yo he encontrado muy útil es traer escrito con todo cuidado lo que vamos a exponer. Se trata solamente de un consejo y no de una exigencia forzosa para hacerlo bien. Todos conocemos a personas excelentemente dotadas para exponer sus ideas; de manera coherente, lógica y muchas veces incluso elegante, y que ni siquiera necesitan llevar notas en la mano.
Estas son algunas de las premisas básicas para escribir una buena alocución: Las características esenciales de cualquier discurso, tanto escrito como oral, son tres: Transparencia, claridad y simplicidad.  EI discurso debe poder entenderse fácilmente, porque las palabras son fugaces. Quien nos escucha no tiene manera de realizar una segunda lectura y, por lo tanto, el primer contacto con nuestro mensaje debe serle perfectamente comprensible. No nos vayamos por el camino fácil de leer el trabajo que acabamos de presentar en el último congreso de nuestra especialidad o el ensayo que ayer publicamos en el periódico o en alguna revista. Tengamos presente que nuestro texto va a ser un mensaje oral, hecho para escucharse y no para ser leída. Lo que se oye pasa rápidamente Quien nos escu­cha no tiene manera de releer ningún párrafo; por lo tanto, el único contacto que tendrá con nuestra comunicación debe ser lo más claro posible.  Si el auditorio es amplio y heterogéneo, estamos obligados a utilizar un vocabulario sencillo, familiar y coloquial, para asegurar que todo el mundo lo comprenda sin dificultad. Debemos asumir que el público está compuesto par legos con respecto a la disciplina que ejerce el ponente . En vez de buscar palabras complicadas y rimbombantes, usemos expresiones sencillas que aclaren lo mejor posible el sentido de lo que queremos decir. No digamos "temperatura corporal elevada" si podemos llamarle, simplemente, "calentura" o "fiebre”. La sencillez en las palabras es uno de los primeros principios que debemos aprender. Por más que nos veamos obligados a veces a usar lenguaje científico es preferible reducir lo más que se pueda los tecnicismos y las expresiones muy especializadas. Claro que si se está exponiendo un tema técnico no podremos evitar hacer usa de alguna terminología específica. Pero esto no justifica el uso de un lenguaje que pueda ser difícil de captar para una buena parte del auditorio.
No obliguemos al público a hacer un esfuerzo especial por comprendernos. Se dice que lo ideal sería generar en el "auditorio la complacencia con la que se escucha un relato agradable, en labios de una persona inteligente que comenta un tema que nos gusta. Los oyentes deben sentir que saben de lo que se les está hablando.  Vean ustedes, pues, como el titulo de este articulo está equivocado. El arte de hablar en público no existe. Quizá debería decirse más bien "hablarle al publico" o, mejor todavía, "hablar con el público". Lograr la comunicación con el auditorio es esencial, ya sea que las respuestas no verbales que percibamos sean positivas, como asentir con la cabeza o inclinar el torso hacia adelante, o negativas, como algún gesto de inconformidad o de negación. No todos van a estar de acuerdo con lo que digamos. Lo importante es que el público nos ponga atención.  Las frases deben ser sobre todo sencillas y cortas, pero resulta útil alternar su longitud para ir cambiando periódicamente el ritmo. Al escribir el texto también es muy útil tener a la mano un diccionario de antónimos y sinónimos, y así no nos veremos obliga­dos a usar la misma palabra repetidamente.  Hasta donde sea posible, tratemos de lograr en nuestro escrito un estilo personal atrayente, que consiga mejorar la curiosidad que el público ya trae sobre el tema. Se supone que las personas que vienen a escucharnos están interesadas, pero es preciso elaborar un texto que mantenga la aten­ción del auditorio.
Los principios básicos del discurso se inventaron hace más de dos mil años. Los oradores griegos primero, y después los romanos, establecieron reglas que todavía se respetan... porque funcionan. Casi siempre comenzaban con un párrafo lIamado en latín  capta­tio  benevolentiae: un sucedido, una afirmación o una pregunta para atrapar, captar, la atención inmediata del auditorio. Esta prác­tica sigue siendo válida y muy útil.  Está comprobado que la atención comienza a decaer a los pocos minutos de iniciada la exposición. Por eso vale la pena idear estrategias para recuperar el interés de los oyentes. No está de más introducir anécdotas y casos particulares entre lo más pesado de la teoría.  Si el expositor se atreve y se siente cómodo, incluso puede incorporar algún chiste u ocurrencia. EI sentido del humor está considerado una buena arma de seducción, no sólo en nuestra vida personal, sino también cuando nos enfrentamos al público. Es un buen recurso para captar la atención, pero, ¡cuidado!: se debe dar la impresión de espontaneidad natural y de ningún modo de situación forzada. EI detalle humorístico tiene que ser percibido como auténtico, no como algo fabricado.  La extensión  Otro aspecto crítico es la extensión. Un discurso, bueno o malo, puede durar desde cinco minutos hasta varias horas, pero lo deseable es que no se prolongue demasiado. En el caso de una agrupación académica, creo que una conferencia no debería durar ni menos de media hora ni más de 50 minutos. Pasado ese tiempo, la única persona que se divierte es el expositor, y muchos entre el público empiezan a aburrirse o a impacientarse. La pregunta que se antoja aquí es ¿cómo podemos estar seguros de que nos vamos a ajustar al tiempo? La respuesta es: practicar, de preferencia, leyendo nuestro texto en voz alta con un cronómetro en la mano.
La presentación   Bien, ya está redactado el discurso. Ya tenemos listo nuestro trabajo. Pero no es suficiente. EI éxito de cualquier plática se apoya fundamentalmente en la exposición; es decir, en lo que técnicamente se denomina lectura. EI termino no significa que vayamos a leer; recuérdese que lo que nosotros llamamos "conferencia" en ingles se denomina "Iecture".  Una de las primeras cosas que aprenden los locutores, los cantantes y los actores es a pronunciar siempre todas las letras, todas las sílabas, todas las palabras... Nosotros también necesitamos ejercitar una dicción clara. Las letras deben emitirse tal y como son, para que no se presten a confusión alguna. En nuestras comunicaciones interpersonales usamos habitualmente una dicción comprensible pero, si nos fijamos bien, tanto en nosotros como en los demás, está muy lejos de, ser perfecta. Esto no se vale en los actos públicos, y ahí debemos renunciar a cualquier incorrección.  Se han sugerido algunos ejercicios sencillos para mejorar la dicción. Por ejemplo, morder suavemente un lápiz con los dientes incisivos, a la manera del freno de un caballo, y leer un párrafo en voz alta mientras hacemos todo lo posible porque el sonido de las letras sea el correcto a pesar del obstáculo. Después de unos minutos se retira el lápiz y se sigue con la lectura. Luego, lo hacemos sin el lápiz, y repetimos la secuencia varias veces. Es posible comprobar que las palabras poco a poco comienzan a fluir con mayor facilidad y naturalidad.  Otro ejercicio útil es leer en voz alta exagerando los movimientos de la boca que acompañan a cada sonido. AI cabo de un rato de estarlo haciendo se adquirirá más fluidez verbal y mayor claridad en lo que decimos.
La velocidad  Otro elemento crítico es la velocidad con que hablemos. Por lo general, en el curso de una conversación hablamos rápido. Con esto sacrificamos claridad, aunque no de modo trascendente, porque casi siempre se nos entiende. Pero en nuestros mensajes públicos debemos intentar reducir velocidad. Se dice que en una conferencia no se deben rebasar las 120 palabras por minuto, y es bueno tomar esto en cuenta, porque en nuestras charlas habituales con frecuencia llegamos a las 300. Pero también debemos cuidarnos de no reducir demasiado la velocidad: por debajo de las 80 palabras por minuto es posible que terminemos con la mitad del público dormido. Sin embargo, recordemos que en uno de sus discursos, al presidente Kennedy llegaron a registrarle hasta 342 palabras por minuto, es decir, más de cinco por segundo, y nadie ha dicho de él que haya sido un mal orador. Es cierto que poesía una dicción excelente y que llevaba sus textos por escrito, memorizados con todo cuidado, y es por ello que insistimos en que se trata sólo de una recomendación.  La velocidad no debe ser siempre la misma. Lo ideal sería alternar fragmentos más rápidos con otros más lentos. Así injertamos ritmo y damos mayor sonoridad a la presentación. Por ejemplo, cuando toquemos aquellos fragmentos teóricos más complicados, mantengamos constante y no tan rápida la velocidad. Cuando nos interesa que el público nos comprenda y anticipemos cierta dificultad de su parte, resulta prudente hablar despacio; por otra parte, si se narra una anécdota o se presenta algún ejemplo, es posible acelerar el ritmo.  Se aconseja también programar pausas. Son un buen recurso para fijar la atención, siempre y cuando no sean demasiado largas. Las comas y los puntos sirven para  que uno respire, pero también ayudan a dar sentido a algunas oraciones. EI silencio, pues, también es necesario en los discursos. Detenernos en un momento determinado puede ser fundamental para mejorar la comprensión... o para cambiar de tema.
Tono y timbre   La voz humana tiene dos cualidades naturales: el timbre y el tono. El timbre se refiere a las notas musicales que brotan de nuestra garganta cuando hablamos, sin que esto signifique que hablemos cantando. EI tono es la mayor o menor elevación de la voz, el volumen que imprimamos a nuestra pronunciación. Estas dos características, timbre y tono, se pueden modificar y educar pero, en todo caso, no nos olvidemos del equilibrio, del justo término media que decía Aristóteles: ni muy agudo, ni muy grave, ni muy alto ni muy bajo... Es posible ejercitar la modulación si tratamos de “cantar" las palabras o colocar el acento apropiado a cada párrafo. Una ayuda que funciona es grabar la voz de un buen locutor de publicidad y practicar hasta imitar sus frases y sus acentos.  EI volumen que demos a nuestra voz depende de las condiciones acústicas del salón. Hay que ajustarlo al espacio físico. La voz debe sonar entusiasta y llegar a todos los oyentes; sonar fuerte, pero sin exagerar. Hablar de modo que todos escuchen, incluso las personas que están en la última fila de la sala. No olvidemos, sin embargo, que decir algo con demasiada fuerza o expresarnos con firmeza nada tiene que ver con gritarle al oyente o hablarle en tono despectivo u hostil. Vociferar se considera ofensivo en cualquier nivel, e inclusive interfiere con la comprensión. Un auditorio culto detesta que le griten. Cuando tengamos a nuestro alcance un micrófono, el público espera que lo usemos; no hacerlo puede constituir una falta de consideración para quienes a lo mejor no nos oyen bien. Vale la pena también fijarse a qué distancia mantiene el micrófono el maes­tro de ceremonias. Y después, recordemos que tenemos el aparatito en la mano, y no lo alejemos de nuestra boca. EI micrófono es un auxilio y no un estorbo.  Pueden ensayarse diferentes estados de ánimo, de modo que cada frase transmita su propio sentimiento. Ensayemos a solas Digamos, por ejemplo: "¡Es la última vez!", primero en un tono normal, después en tono de indignación, y luego en un tono de suplica, y observemos como esto afecta la modulación. Las palabras “agua" y “fuego'" deben comunicar sensaciones distintas. Lo mismo puede decirse de “golpe'" y “cariño”, "rápido” y "lentamente". Si damos la misma entonación a todas las frases, nuestro discurso sonara tedioso y aburrido.
Preguntas   Un truco eficaz para crear impacto y obligar al auditorio a poner atención es hacerle una pregunta. Pocas casas generan tanta expectativa como una pregunta sencilla. Porque todos es­peran que digamos la respuesta. Por ejemplo: "¿Saben ustedes por que muchas veces los sermones en la misa del domingo son tan aburridos?" En principio diríamos que por falta de elocuencia del predicador. Esto es cierto en parte, pero la cosa no es tan simple.  Un sacerdote amigo mío dice que hay dos maneras de hablarle a la gente:  Una, la mala elocuencia, elocuencia artificial y aprendida, postiza y mecánica, como la de los oradores oficiales de las reuniones políticas. Y la buena elocuencia, que es la autentica, la que brota del alma y da emoción al mensaje. Alguno de sus feligreses le dijo una vez: “Oiga, padre, tanta cosa tan bonita que dice, ¡dígala con ardor! ¡Uno se mueve según las ganas que le eche el que habla!”  Y, efectivamente, ¡cuántos charlatanes nos convencen de algo, nada más porque lo dicen can entusiasmo! A menos que se conmueva al auditorio, el discurso quedará en nada, porque detrás de todo impulso siempre hay una emoción.  Tenemos que aprender a exponer nuestras ideas de corazón a corazón, y a despertar emociones, por más que esto parezca difícil cuando se habla de cosas técnicas, No se nos olvide que las profesiones deben ejercerse con la mente, con el cuerpo y, sobre todo, con el alma.
¿Algo más?  Estamos prácticamente seguros de que tenemos un discurso aceptable. Hemos practicado a solas suficientemente nuestra dicción, pudimos comprobar y programar la velocidad, las pausas, el ritmo, el tono, el timbre... Sin embargo, todavía hay algunos detalles que debemos cuidar.  Vale la pena hacer el esfuerzo de memorizar el discurso, por lo menos en parte, para poder mantener durante la presentación un esquema de 95/5, con 105 ojos en el texto cinco por ciento del tiempo y noventa y cinco por ciento en el público, a cuando mucho de 90/10: Esto permite conservar el contacto visual con el auditorio durante el mayor tiempo posible.  EI expositor que no mira a sus oyentes los pierde. Pero no renunciemos a tener enfrente el texto escrito. Si en algún momento se produce una laguna en la memoria, puede salvamos de una situación comprometida. Yo recomiendo personalmente traer nuestro discurso impreso en letra grande, para poder consultarlo sin anteojos.  Los mejores discursos de la historia han sido leídos, con un gran contenido y evocación de emociones.
EI nerviosismo   Alguna vez, platicando con don Fermín Rivera en su rancho de La Alianza, me animé a preguntarle: "Maestro, ¿usted sentía miedo en la plaza?". Él lo pensó un poco y luego me contesto:  "Fíjese que sí. Siempre tuve miedo. Miedo al toro o a la cornada, claro. Pero, sobre todo, miedo al público. Miedo a quedar en ridículo frente a toda aquella gente". Margareth Thatcher dijo una vez: "Siempre que debo hablar en público me pongo nerviosa".  Es de esperar que sintamos temor y dudas sobre nuestra capacidad y que incluso comencemos con algo de nervios. Quizá los primeros minutos uno sienta que le tiemblan la voz o las rodillas, pero esto va desapareciendo con forme comprobamos que nos hemos preparado bien y que nuestro discurso es coherente y comprensible.  Si lo consideramos necesario podemos tomar antes un tranquilizante ligero; sin embargo; ¡cuidado con el alcohol! Funciona, pero existe el riesgo de que se llegue a depender de él.  Llegar cinco minutos antes de nuestra plática puede significar una invitación al desastre. Revisemos con tiempo suficiente, digamos uno o dos días antes, el equipo que vamos a usar para nuestras proyecciones, y asegurémonos de que estas pasan bien. Que el foco del atril funcione. Que nuestra voz se ajuste al micrófono. Luego, vayamos con tiempo al baño. Después, aclaremos la voz antes de empezar y tengamos siempre a mano un vaso con agua para refrescarnos la garganta... O para usarlo como pretexto para introducir un espacio de silencio que permita al publico valorar lo que acabamos de decir o fijarse bien en el contenido de una proyección.  Si nos equivocamos en algo, sigamos adelante. Los oyentes son humanos y saben que cualquiera puede cometer un error. Y esto es importante: olvidémoslo rápidamente. No dejemos que su recuerdo nos eche a perder el resto de la plática. Y tampoco vale la pena disculparnos, a menos que la equivocación haya sido grande.
EI arreglo personal  EI respeto al publico obliga a mostrarnos con un buen arreglo personal. Los oyentes reaccionan bajo la influencia de lo que ven. Como te ven te tratan, y así registraran tu imagen. Debemos, por supuesto, evitar los extremos, el desorden, el exceso y la exageración en el vestir y en el perfumarnos. Pero, sobre todo, demos impresión de pulcritud y limpieza personal.  La postura  Una postura conecta es imprescindible. Debemos proyectar aplomo, seguridad y confianza. Podemos comunicar estabilidad emocional con una postura equilibrada, sobre todo si hablamos desde un atril la manera en que coloquemos las piernas contribuye a comunicar estabilidad. La postura mejora o empeora nuestra imagen.  Mantengámonos de pie: se dice que el orador que se sienta esta abdicando de su autoridad. Si nos vemos obligados a sentarnos, inclinémonos hacia adelante.  Quedémonos en un solo lugar, para que la atención del público se concentre en lo que oye. Si uno se mece o se pasea innecesariamente, el auditorio se va a distraer. EI cuerpo distrae; si se mueve poco, distrae menos. En ningún caso debería uno moverse sin sentido, juguetear con algún objeto ni pasearse de ida y vuelta a cada rato. Esto causa un efecto pendular hipnótico sobre un público fatigado. En general, se dice que moverse no ayuda.
Los ademanes  Otro recurso que podemos aplicar son los ademanes. Se dice que hay ademanes enfáticos y ademanes descriptivos.  Ademanes enfáticos son los que acompañan las frases que expresan convicción. Por ejemplo, alzar con energía el dedo índice y decir: “¡Fíjense, esto es muy importante!" O juntar las yemas del pulgar y del índice: "Hay que manejar este asunto con mucho cuidado". Ademanes descriptivos son los que estimulan la imaginación cuando trazan formas, acciones, tamaños y distancias en el aire. Por ejemplo, mostrar el puño ce­rrado y decir: "¡Debemos defender nuestros logros con toda nuestra fuerza!”.  Se aconseja que las manos se expresen por arriba del nivel de la cintura con movimientos específicos que reflejen la fuerza de nuestras opiniones.  Según el vigor con que se muevan pueden comunicar seguridad o inseguridad al auditorio y dar forma, vida, color alas imágenes menta­les. Pero es fácil caer en la exage­ración. Tan malo es permanecer inmóvil por un rato muy largo como hacer un ademán por cada frase que decimos.
Las proyecciones  Las diapositivas deben poder explicarse por sí mismas, o en función del contexto. Si tenemos que describir lo que la diapositiva ilustra, esta no es buena y debe mejorarse.  AI igual que los temas curriculares, las proyecciones pueden clasificarse en tres categorías: Una, las que son indispensables para el buen desarrollo de la charla; dos, las que sin ser necesarias, la enriquecen, aunque pueda prescindirse de ellas, y tres, las totalmente superfluas. Entre estas se encuentran las que sólo benefician al ponente, que en vez de traer sus notas por escrito las pone en la pantalla para irlas utilizando como guía de su plática. Por supuesto, las de este tercer grupo deberían eliminarse.  Hay únicamente tres elementos que merecen la mirada del que está hablando: el auditorio, el texto escrito y la pantalla. No se vale pasar mucho tiempo mirando al piso, al techo, a la mesa. Es el público el que merece la mayor atención. Cuando se presentan proyecciones se puede modificar un poco la regla que señalamos al principio: La proporción del tiempo que el expositor, dedique a fijar sus ojos en cada uno de estos tres elementos debe ser entonces, aproximadamente, un mínimo de 85 por ciento al público, si acaso un máximo de 10 por ciento al texto escrito y, cuando mucho, un 5 por ciento del tiempo a la pantalla. A mí me molesta ver que, al empezar la proyección, el ponente da la espalda al público y hasta se acomoda para poder admirar mejor sus diapositivas, y solo voltea a ver a los oyentes de cuando en cuando.  Cuando las diapositivas contengan texto, el expositor no tie­ne por que ir señalándolo con el apuntador mientras lo lee en voz alta. EI público sabe leer. Si la proyección encierra un pronun­ciamiento que el orador desee que sea bien entendido por los asistentes, en lugar de leerlo el mismo debe dar tiempo al público para que lo haga y, si es posible, lo reflexione. Aquí cabe muy bien el truco que ya les mencioné: Detenernos a tomar un trago de agua puede abrir el espacio de tiempo necesario para que el público lea y capte el mensaje.  Como regla, se dice que no debe haber más de siete líneas en la pantalla, en tipo bien legible. Es decir, el texto debe ser corto. Esas tablas saturadas de columnas con datos numéricos, o los esquemas complejos con diagramas de flujo llenos de flechas en todas direcciones sirven de muy poco. Más vale prescindir de ellas. También es aconsejable que reduzcamos lo más posible los acrónimos, y definitivamente no los usemos cuando tengan sentido claro sólo para los cultivadores de nuestra especialidad.  Un aspecto crítico en las proyecciones es la ortografía. En este aspecto se debe ser muy exigente. Una sola falta o una letra de más o de menos pueden distraer la atención del público del pro­pósito de la diapositiva. En el mejor de los casos, indican descuido o negligencia y permiten asumir que el expositor no se preocupo por revisarlas, por más que se disculpe en el momento de su presentación. Asumir que el público no va a ser capaz de percibir los errores ortográficos es un error, y muchas veces basta uno solo para echar a perder una plática que tardamos mucho tiempo en preparar.
EI final  Al acercarnos al final es útil hacer un pequeño resumen de lo que hemos dicho. Esto significa condensar el discurso en un párrafo de unas cuantas palabras. Y luego pasamos a lo que en oratoria se llama el  “exordio". Este es el momento en el  que hacemos un ruego o recomendación o exhortación final a los oyentes. De pedirles lo que hemos venido a pedirles: un voto, un donativo, un cambio de opinión sobre algo. Aunque el comienzo haya sido muy interesante, y el argumento razonable y atractivo, ahora el público espera que le digamos que hacer o que sentir al respecto. Si este requisito no se llena, casi siempre el discurso habrá sido poco útil  ya que en el momento culminante necesita más empuje y pasión que cualquier otra parte del discurso. Es bueno subir un poco el volumen, producir ademanes más vigorosos y acelerar un poco la velocidad de las palabras. Aumentar nuestro entusiasmo cuando lleguemos al cierre de la exposición. Por supuesto, sin exagerar. Todo procedimiento requiere de una técnica. Para tocar una pieza, de piano debemos enseñarnos a leer lo que dice el pentagrama; para pintar un cuadro, es preciso conocer la teoría del color y de la perspectiva; para escribir un poema debemos conocer los principios básicos de la versificación. Los artistas deben dominar la técnica de lo que hacen; ¿por qué los que hablamos en público no podemos intentarlo?  A veces pronunciamos nuestro texto demasiado aprisa, o a un volumen que nadie escucha, o sin abrir la boca ni mover los labios. Respecto de los ademanes, parecemos estatuas: apenas si movemos las manos y no nos permitimos mover los brazos. Nos apoyamos en el atril o incluso nos abrazamos de él. Hablamos sin mantener contacto visual con el público, y con esa actitud evasiva de nuestra parte los oyentes no se sienten interpelados por lo que decimos.  Y, otra vez, un error que cometemos frecuentemente: Nos tomamos demasiado tiempo. Si no hay un reloj de pared a la vista, pongamos la carátula del nuestro sobre la cara interna de la muñeca para echarle discretamente una mirada de cuando en cuando. Más vale que digan “Que bueno que terminó pronto", y no que empiecen a preguntarse: “¿A qué horas irá a acabar este?"  Se dice que un buen orador debe tener tres características: 1. Hablar fuerte, para que todos lo escuchen; 2. Hablar claro, para que todos lo entiendan; y 3. Ser breve para que todos se lo agradezcan. Y recordar el proverbio latino: Praestate, dicete et tacete, que significa “Ponte de pie, habla y cállate".

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Consejos para hablar en público de forma efectiva

  • 1. HABLAR EN PÚBLICO Se han escrito libros enteros sobre cómo debe abordarse la oratoria. Sin embargo, en este texto, forzosamente limitado en su extensión, se expondrán algunas ideas sobre qué podemos hacer para sentimos más cómodos y tranquilos cuando ofrezcamos una charla en público. Se trata de sugerencias, no de reglas fijas ni leyes inmutables, que se han podido recoger gracias a la experiencia.
  • 2. EI discurso En toda exposición existen varios aspectos que es bueno considerar por separado. Primero, lo que técnicamente se llama "el discurso". El contenido de nuestra presentación. La que vamos a decir. Los que saben aconsejan que jamás debemos arriesgarnos a improvisar, a menos que nos veamos forzados a ello. Cuando esta ocurra, de ninguna manera tomemos actitudes titubeantes o como si nos hubieran caído por sorpresa, más bien abordemos la situación de manera que cuando menos parezcamos decididos, no importa lo inseguros que poda­mos sentirnos en ese momento. No comencemos disculpándonos por no haber venido preparados, que eso lo sabe ya todo el mundo. Pongámonos de pie rápidamente y, de preferencia, iniciemos con una frase que tengamos hecha, con una anécdota o, si sentimos la suficiente confianza, con un chiste. Luego, seamos breves. Y no importa la calidad de lo que digamos, contará más nuestra actitud y la manera como acabemos nuestro discurso. Una recomendación que yo he encontrado muy útil es traer escrito con todo cuidado lo que vamos a exponer. Se trata solamente de un consejo y no de una exigencia forzosa para hacerlo bien. Todos conocemos a personas excelentemente dotadas para exponer sus ideas; de manera coherente, lógica y muchas veces incluso elegante, y que ni siquiera necesitan llevar notas en la mano.
  • 3. Estas son algunas de las premisas básicas para escribir una buena alocución: Las características esenciales de cualquier discurso, tanto escrito como oral, son tres: Transparencia, claridad y simplicidad. EI discurso debe poder entenderse fácilmente, porque las palabras son fugaces. Quien nos escucha no tiene manera de realizar una segunda lectura y, por lo tanto, el primer contacto con nuestro mensaje debe serle perfectamente comprensible. No nos vayamos por el camino fácil de leer el trabajo que acabamos de presentar en el último congreso de nuestra especialidad o el ensayo que ayer publicamos en el periódico o en alguna revista. Tengamos presente que nuestro texto va a ser un mensaje oral, hecho para escucharse y no para ser leída. Lo que se oye pasa rápidamente Quien nos escu­cha no tiene manera de releer ningún párrafo; por lo tanto, el único contacto que tendrá con nuestra comunicación debe ser lo más claro posible. Si el auditorio es amplio y heterogéneo, estamos obligados a utilizar un vocabulario sencillo, familiar y coloquial, para asegurar que todo el mundo lo comprenda sin dificultad. Debemos asumir que el público está compuesto par legos con respecto a la disciplina que ejerce el ponente . En vez de buscar palabras complicadas y rimbombantes, usemos expresiones sencillas que aclaren lo mejor posible el sentido de lo que queremos decir. No digamos "temperatura corporal elevada" si podemos llamarle, simplemente, "calentura" o "fiebre”. La sencillez en las palabras es uno de los primeros principios que debemos aprender. Por más que nos veamos obligados a veces a usar lenguaje científico es preferible reducir lo más que se pueda los tecnicismos y las expresiones muy especializadas. Claro que si se está exponiendo un tema técnico no podremos evitar hacer usa de alguna terminología específica. Pero esto no justifica el uso de un lenguaje que pueda ser difícil de captar para una buena parte del auditorio.
  • 4. No obliguemos al público a hacer un esfuerzo especial por comprendernos. Se dice que lo ideal sería generar en el "auditorio la complacencia con la que se escucha un relato agradable, en labios de una persona inteligente que comenta un tema que nos gusta. Los oyentes deben sentir que saben de lo que se les está hablando. Vean ustedes, pues, como el titulo de este articulo está equivocado. El arte de hablar en público no existe. Quizá debería decirse más bien "hablarle al publico" o, mejor todavía, "hablar con el público". Lograr la comunicación con el auditorio es esencial, ya sea que las respuestas no verbales que percibamos sean positivas, como asentir con la cabeza o inclinar el torso hacia adelante, o negativas, como algún gesto de inconformidad o de negación. No todos van a estar de acuerdo con lo que digamos. Lo importante es que el público nos ponga atención. Las frases deben ser sobre todo sencillas y cortas, pero resulta útil alternar su longitud para ir cambiando periódicamente el ritmo. Al escribir el texto también es muy útil tener a la mano un diccionario de antónimos y sinónimos, y así no nos veremos obliga­dos a usar la misma palabra repetidamente. Hasta donde sea posible, tratemos de lograr en nuestro escrito un estilo personal atrayente, que consiga mejorar la curiosidad que el público ya trae sobre el tema. Se supone que las personas que vienen a escucharnos están interesadas, pero es preciso elaborar un texto que mantenga la aten­ción del auditorio.
  • 5. Los principios básicos del discurso se inventaron hace más de dos mil años. Los oradores griegos primero, y después los romanos, establecieron reglas que todavía se respetan... porque funcionan. Casi siempre comenzaban con un párrafo lIamado en latín capta­tio benevolentiae: un sucedido, una afirmación o una pregunta para atrapar, captar, la atención inmediata del auditorio. Esta prác­tica sigue siendo válida y muy útil. Está comprobado que la atención comienza a decaer a los pocos minutos de iniciada la exposición. Por eso vale la pena idear estrategias para recuperar el interés de los oyentes. No está de más introducir anécdotas y casos particulares entre lo más pesado de la teoría. Si el expositor se atreve y se siente cómodo, incluso puede incorporar algún chiste u ocurrencia. EI sentido del humor está considerado una buena arma de seducción, no sólo en nuestra vida personal, sino también cuando nos enfrentamos al público. Es un buen recurso para captar la atención, pero, ¡cuidado!: se debe dar la impresión de espontaneidad natural y de ningún modo de situación forzada. EI detalle humorístico tiene que ser percibido como auténtico, no como algo fabricado. La extensión Otro aspecto crítico es la extensión. Un discurso, bueno o malo, puede durar desde cinco minutos hasta varias horas, pero lo deseable es que no se prolongue demasiado. En el caso de una agrupación académica, creo que una conferencia no debería durar ni menos de media hora ni más de 50 minutos. Pasado ese tiempo, la única persona que se divierte es el expositor, y muchos entre el público empiezan a aburrirse o a impacientarse. La pregunta que se antoja aquí es ¿cómo podemos estar seguros de que nos vamos a ajustar al tiempo? La respuesta es: practicar, de preferencia, leyendo nuestro texto en voz alta con un cronómetro en la mano.
  • 6. La presentación Bien, ya está redactado el discurso. Ya tenemos listo nuestro trabajo. Pero no es suficiente. EI éxito de cualquier plática se apoya fundamentalmente en la exposición; es decir, en lo que técnicamente se denomina lectura. EI termino no significa que vayamos a leer; recuérdese que lo que nosotros llamamos "conferencia" en ingles se denomina "Iecture". Una de las primeras cosas que aprenden los locutores, los cantantes y los actores es a pronunciar siempre todas las letras, todas las sílabas, todas las palabras... Nosotros también necesitamos ejercitar una dicción clara. Las letras deben emitirse tal y como son, para que no se presten a confusión alguna. En nuestras comunicaciones interpersonales usamos habitualmente una dicción comprensible pero, si nos fijamos bien, tanto en nosotros como en los demás, está muy lejos de, ser perfecta. Esto no se vale en los actos públicos, y ahí debemos renunciar a cualquier incorrección. Se han sugerido algunos ejercicios sencillos para mejorar la dicción. Por ejemplo, morder suavemente un lápiz con los dientes incisivos, a la manera del freno de un caballo, y leer un párrafo en voz alta mientras hacemos todo lo posible porque el sonido de las letras sea el correcto a pesar del obstáculo. Después de unos minutos se retira el lápiz y se sigue con la lectura. Luego, lo hacemos sin el lápiz, y repetimos la secuencia varias veces. Es posible comprobar que las palabras poco a poco comienzan a fluir con mayor facilidad y naturalidad. Otro ejercicio útil es leer en voz alta exagerando los movimientos de la boca que acompañan a cada sonido. AI cabo de un rato de estarlo haciendo se adquirirá más fluidez verbal y mayor claridad en lo que decimos.
  • 7. La velocidad Otro elemento crítico es la velocidad con que hablemos. Por lo general, en el curso de una conversación hablamos rápido. Con esto sacrificamos claridad, aunque no de modo trascendente, porque casi siempre se nos entiende. Pero en nuestros mensajes públicos debemos intentar reducir velocidad. Se dice que en una conferencia no se deben rebasar las 120 palabras por minuto, y es bueno tomar esto en cuenta, porque en nuestras charlas habituales con frecuencia llegamos a las 300. Pero también debemos cuidarnos de no reducir demasiado la velocidad: por debajo de las 80 palabras por minuto es posible que terminemos con la mitad del público dormido. Sin embargo, recordemos que en uno de sus discursos, al presidente Kennedy llegaron a registrarle hasta 342 palabras por minuto, es decir, más de cinco por segundo, y nadie ha dicho de él que haya sido un mal orador. Es cierto que poesía una dicción excelente y que llevaba sus textos por escrito, memorizados con todo cuidado, y es por ello que insistimos en que se trata sólo de una recomendación. La velocidad no debe ser siempre la misma. Lo ideal sería alternar fragmentos más rápidos con otros más lentos. Así injertamos ritmo y damos mayor sonoridad a la presentación. Por ejemplo, cuando toquemos aquellos fragmentos teóricos más complicados, mantengamos constante y no tan rápida la velocidad. Cuando nos interesa que el público nos comprenda y anticipemos cierta dificultad de su parte, resulta prudente hablar despacio; por otra parte, si se narra una anécdota o se presenta algún ejemplo, es posible acelerar el ritmo. Se aconseja también programar pausas. Son un buen recurso para fijar la atención, siempre y cuando no sean demasiado largas. Las comas y los puntos sirven para que uno respire, pero también ayudan a dar sentido a algunas oraciones. EI silencio, pues, también es necesario en los discursos. Detenernos en un momento determinado puede ser fundamental para mejorar la comprensión... o para cambiar de tema.
  • 8. Tono y timbre La voz humana tiene dos cualidades naturales: el timbre y el tono. El timbre se refiere a las notas musicales que brotan de nuestra garganta cuando hablamos, sin que esto signifique que hablemos cantando. EI tono es la mayor o menor elevación de la voz, el volumen que imprimamos a nuestra pronunciación. Estas dos características, timbre y tono, se pueden modificar y educar pero, en todo caso, no nos olvidemos del equilibrio, del justo término media que decía Aristóteles: ni muy agudo, ni muy grave, ni muy alto ni muy bajo... Es posible ejercitar la modulación si tratamos de “cantar" las palabras o colocar el acento apropiado a cada párrafo. Una ayuda que funciona es grabar la voz de un buen locutor de publicidad y practicar hasta imitar sus frases y sus acentos. EI volumen que demos a nuestra voz depende de las condiciones acústicas del salón. Hay que ajustarlo al espacio físico. La voz debe sonar entusiasta y llegar a todos los oyentes; sonar fuerte, pero sin exagerar. Hablar de modo que todos escuchen, incluso las personas que están en la última fila de la sala. No olvidemos, sin embargo, que decir algo con demasiada fuerza o expresarnos con firmeza nada tiene que ver con gritarle al oyente o hablarle en tono despectivo u hostil. Vociferar se considera ofensivo en cualquier nivel, e inclusive interfiere con la comprensión. Un auditorio culto detesta que le griten. Cuando tengamos a nuestro alcance un micrófono, el público espera que lo usemos; no hacerlo puede constituir una falta de consideración para quienes a lo mejor no nos oyen bien. Vale la pena también fijarse a qué distancia mantiene el micrófono el maes­tro de ceremonias. Y después, recordemos que tenemos el aparatito en la mano, y no lo alejemos de nuestra boca. EI micrófono es un auxilio y no un estorbo. Pueden ensayarse diferentes estados de ánimo, de modo que cada frase transmita su propio sentimiento. Ensayemos a solas Digamos, por ejemplo: "¡Es la última vez!", primero en un tono normal, después en tono de indignación, y luego en un tono de suplica, y observemos como esto afecta la modulación. Las palabras “agua" y “fuego'" deben comunicar sensaciones distintas. Lo mismo puede decirse de “golpe'" y “cariño”, "rápido” y "lentamente". Si damos la misma entonación a todas las frases, nuestro discurso sonara tedioso y aburrido.
  • 9. Preguntas Un truco eficaz para crear impacto y obligar al auditorio a poner atención es hacerle una pregunta. Pocas casas generan tanta expectativa como una pregunta sencilla. Porque todos es­peran que digamos la respuesta. Por ejemplo: "¿Saben ustedes por que muchas veces los sermones en la misa del domingo son tan aburridos?" En principio diríamos que por falta de elocuencia del predicador. Esto es cierto en parte, pero la cosa no es tan simple. Un sacerdote amigo mío dice que hay dos maneras de hablarle a la gente: Una, la mala elocuencia, elocuencia artificial y aprendida, postiza y mecánica, como la de los oradores oficiales de las reuniones políticas. Y la buena elocuencia, que es la autentica, la que brota del alma y da emoción al mensaje. Alguno de sus feligreses le dijo una vez: “Oiga, padre, tanta cosa tan bonita que dice, ¡dígala con ardor! ¡Uno se mueve según las ganas que le eche el que habla!” Y, efectivamente, ¡cuántos charlatanes nos convencen de algo, nada más porque lo dicen can entusiasmo! A menos que se conmueva al auditorio, el discurso quedará en nada, porque detrás de todo impulso siempre hay una emoción. Tenemos que aprender a exponer nuestras ideas de corazón a corazón, y a despertar emociones, por más que esto parezca difícil cuando se habla de cosas técnicas, No se nos olvide que las profesiones deben ejercerse con la mente, con el cuerpo y, sobre todo, con el alma.
  • 10. ¿Algo más? Estamos prácticamente seguros de que tenemos un discurso aceptable. Hemos practicado a solas suficientemente nuestra dicción, pudimos comprobar y programar la velocidad, las pausas, el ritmo, el tono, el timbre... Sin embargo, todavía hay algunos detalles que debemos cuidar. Vale la pena hacer el esfuerzo de memorizar el discurso, por lo menos en parte, para poder mantener durante la presentación un esquema de 95/5, con 105 ojos en el texto cinco por ciento del tiempo y noventa y cinco por ciento en el público, a cuando mucho de 90/10: Esto permite conservar el contacto visual con el auditorio durante el mayor tiempo posible. EI expositor que no mira a sus oyentes los pierde. Pero no renunciemos a tener enfrente el texto escrito. Si en algún momento se produce una laguna en la memoria, puede salvamos de una situación comprometida. Yo recomiendo personalmente traer nuestro discurso impreso en letra grande, para poder consultarlo sin anteojos. Los mejores discursos de la historia han sido leídos, con un gran contenido y evocación de emociones.
  • 11. EI nerviosismo Alguna vez, platicando con don Fermín Rivera en su rancho de La Alianza, me animé a preguntarle: "Maestro, ¿usted sentía miedo en la plaza?". Él lo pensó un poco y luego me contesto: "Fíjese que sí. Siempre tuve miedo. Miedo al toro o a la cornada, claro. Pero, sobre todo, miedo al público. Miedo a quedar en ridículo frente a toda aquella gente". Margareth Thatcher dijo una vez: "Siempre que debo hablar en público me pongo nerviosa". Es de esperar que sintamos temor y dudas sobre nuestra capacidad y que incluso comencemos con algo de nervios. Quizá los primeros minutos uno sienta que le tiemblan la voz o las rodillas, pero esto va desapareciendo con forme comprobamos que nos hemos preparado bien y que nuestro discurso es coherente y comprensible. Si lo consideramos necesario podemos tomar antes un tranquilizante ligero; sin embargo; ¡cuidado con el alcohol! Funciona, pero existe el riesgo de que se llegue a depender de él. Llegar cinco minutos antes de nuestra plática puede significar una invitación al desastre. Revisemos con tiempo suficiente, digamos uno o dos días antes, el equipo que vamos a usar para nuestras proyecciones, y asegurémonos de que estas pasan bien. Que el foco del atril funcione. Que nuestra voz se ajuste al micrófono. Luego, vayamos con tiempo al baño. Después, aclaremos la voz antes de empezar y tengamos siempre a mano un vaso con agua para refrescarnos la garganta... O para usarlo como pretexto para introducir un espacio de silencio que permita al publico valorar lo que acabamos de decir o fijarse bien en el contenido de una proyección. Si nos equivocamos en algo, sigamos adelante. Los oyentes son humanos y saben que cualquiera puede cometer un error. Y esto es importante: olvidémoslo rápidamente. No dejemos que su recuerdo nos eche a perder el resto de la plática. Y tampoco vale la pena disculparnos, a menos que la equivocación haya sido grande.
  • 12. EI arreglo personal EI respeto al publico obliga a mostrarnos con un buen arreglo personal. Los oyentes reaccionan bajo la influencia de lo que ven. Como te ven te tratan, y así registraran tu imagen. Debemos, por supuesto, evitar los extremos, el desorden, el exceso y la exageración en el vestir y en el perfumarnos. Pero, sobre todo, demos impresión de pulcritud y limpieza personal. La postura Una postura conecta es imprescindible. Debemos proyectar aplomo, seguridad y confianza. Podemos comunicar estabilidad emocional con una postura equilibrada, sobre todo si hablamos desde un atril la manera en que coloquemos las piernas contribuye a comunicar estabilidad. La postura mejora o empeora nuestra imagen. Mantengámonos de pie: se dice que el orador que se sienta esta abdicando de su autoridad. Si nos vemos obligados a sentarnos, inclinémonos hacia adelante. Quedémonos en un solo lugar, para que la atención del público se concentre en lo que oye. Si uno se mece o se pasea innecesariamente, el auditorio se va a distraer. EI cuerpo distrae; si se mueve poco, distrae menos. En ningún caso debería uno moverse sin sentido, juguetear con algún objeto ni pasearse de ida y vuelta a cada rato. Esto causa un efecto pendular hipnótico sobre un público fatigado. En general, se dice que moverse no ayuda.
  • 13. Los ademanes Otro recurso que podemos aplicar son los ademanes. Se dice que hay ademanes enfáticos y ademanes descriptivos. Ademanes enfáticos son los que acompañan las frases que expresan convicción. Por ejemplo, alzar con energía el dedo índice y decir: “¡Fíjense, esto es muy importante!" O juntar las yemas del pulgar y del índice: "Hay que manejar este asunto con mucho cuidado". Ademanes descriptivos son los que estimulan la imaginación cuando trazan formas, acciones, tamaños y distancias en el aire. Por ejemplo, mostrar el puño ce­rrado y decir: "¡Debemos defender nuestros logros con toda nuestra fuerza!”. Se aconseja que las manos se expresen por arriba del nivel de la cintura con movimientos específicos que reflejen la fuerza de nuestras opiniones. Según el vigor con que se muevan pueden comunicar seguridad o inseguridad al auditorio y dar forma, vida, color alas imágenes menta­les. Pero es fácil caer en la exage­ración. Tan malo es permanecer inmóvil por un rato muy largo como hacer un ademán por cada frase que decimos.
  • 14. Las proyecciones Las diapositivas deben poder explicarse por sí mismas, o en función del contexto. Si tenemos que describir lo que la diapositiva ilustra, esta no es buena y debe mejorarse. AI igual que los temas curriculares, las proyecciones pueden clasificarse en tres categorías: Una, las que son indispensables para el buen desarrollo de la charla; dos, las que sin ser necesarias, la enriquecen, aunque pueda prescindirse de ellas, y tres, las totalmente superfluas. Entre estas se encuentran las que sólo benefician al ponente, que en vez de traer sus notas por escrito las pone en la pantalla para irlas utilizando como guía de su plática. Por supuesto, las de este tercer grupo deberían eliminarse. Hay únicamente tres elementos que merecen la mirada del que está hablando: el auditorio, el texto escrito y la pantalla. No se vale pasar mucho tiempo mirando al piso, al techo, a la mesa. Es el público el que merece la mayor atención. Cuando se presentan proyecciones se puede modificar un poco la regla que señalamos al principio: La proporción del tiempo que el expositor, dedique a fijar sus ojos en cada uno de estos tres elementos debe ser entonces, aproximadamente, un mínimo de 85 por ciento al público, si acaso un máximo de 10 por ciento al texto escrito y, cuando mucho, un 5 por ciento del tiempo a la pantalla. A mí me molesta ver que, al empezar la proyección, el ponente da la espalda al público y hasta se acomoda para poder admirar mejor sus diapositivas, y solo voltea a ver a los oyentes de cuando en cuando. Cuando las diapositivas contengan texto, el expositor no tie­ne por que ir señalándolo con el apuntador mientras lo lee en voz alta. EI público sabe leer. Si la proyección encierra un pronun­ciamiento que el orador desee que sea bien entendido por los asistentes, en lugar de leerlo el mismo debe dar tiempo al público para que lo haga y, si es posible, lo reflexione. Aquí cabe muy bien el truco que ya les mencioné: Detenernos a tomar un trago de agua puede abrir el espacio de tiempo necesario para que el público lea y capte el mensaje. Como regla, se dice que no debe haber más de siete líneas en la pantalla, en tipo bien legible. Es decir, el texto debe ser corto. Esas tablas saturadas de columnas con datos numéricos, o los esquemas complejos con diagramas de flujo llenos de flechas en todas direcciones sirven de muy poco. Más vale prescindir de ellas. También es aconsejable que reduzcamos lo más posible los acrónimos, y definitivamente no los usemos cuando tengan sentido claro sólo para los cultivadores de nuestra especialidad. Un aspecto crítico en las proyecciones es la ortografía. En este aspecto se debe ser muy exigente. Una sola falta o una letra de más o de menos pueden distraer la atención del público del pro­pósito de la diapositiva. En el mejor de los casos, indican descuido o negligencia y permiten asumir que el expositor no se preocupo por revisarlas, por más que se disculpe en el momento de su presentación. Asumir que el público no va a ser capaz de percibir los errores ortográficos es un error, y muchas veces basta uno solo para echar a perder una plática que tardamos mucho tiempo en preparar.
  • 15. EI final Al acercarnos al final es útil hacer un pequeño resumen de lo que hemos dicho. Esto significa condensar el discurso en un párrafo de unas cuantas palabras. Y luego pasamos a lo que en oratoria se llama el “exordio". Este es el momento en el que hacemos un ruego o recomendación o exhortación final a los oyentes. De pedirles lo que hemos venido a pedirles: un voto, un donativo, un cambio de opinión sobre algo. Aunque el comienzo haya sido muy interesante, y el argumento razonable y atractivo, ahora el público espera que le digamos que hacer o que sentir al respecto. Si este requisito no se llena, casi siempre el discurso habrá sido poco útil ya que en el momento culminante necesita más empuje y pasión que cualquier otra parte del discurso. Es bueno subir un poco el volumen, producir ademanes más vigorosos y acelerar un poco la velocidad de las palabras. Aumentar nuestro entusiasmo cuando lleguemos al cierre de la exposición. Por supuesto, sin exagerar. Todo procedimiento requiere de una técnica. Para tocar una pieza, de piano debemos enseñarnos a leer lo que dice el pentagrama; para pintar un cuadro, es preciso conocer la teoría del color y de la perspectiva; para escribir un poema debemos conocer los principios básicos de la versificación. Los artistas deben dominar la técnica de lo que hacen; ¿por qué los que hablamos en público no podemos intentarlo? A veces pronunciamos nuestro texto demasiado aprisa, o a un volumen que nadie escucha, o sin abrir la boca ni mover los labios. Respecto de los ademanes, parecemos estatuas: apenas si movemos las manos y no nos permitimos mover los brazos. Nos apoyamos en el atril o incluso nos abrazamos de él. Hablamos sin mantener contacto visual con el público, y con esa actitud evasiva de nuestra parte los oyentes no se sienten interpelados por lo que decimos. Y, otra vez, un error que cometemos frecuentemente: Nos tomamos demasiado tiempo. Si no hay un reloj de pared a la vista, pongamos la carátula del nuestro sobre la cara interna de la muñeca para echarle discretamente una mirada de cuando en cuando. Más vale que digan “Que bueno que terminó pronto", y no que empiecen a preguntarse: “¿A qué horas irá a acabar este?" Se dice que un buen orador debe tener tres características: 1. Hablar fuerte, para que todos lo escuchen; 2. Hablar claro, para que todos lo entiendan; y 3. Ser breve para que todos se lo agradezcan. Y recordar el proverbio latino: Praestate, dicete et tacete, que significa “Ponte de pie, habla y cállate".