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LOS SIETE MUNDOS

             Claudio Baldman López




Prologo


       En Anshiu, uno de los siete mundos que componen la Ascerla, cada vez que nace un niño, se enciende en la casa del nacido una vela. Así, todo el mundo que pase por allí
puede saber que alguien más a nacido y que un guerrero más para el futuro habrá. Esta tradición, solo se celebra cuando nace un niño, ya que a las mujeres, les está prohibido
manchar su cuerpo con sangre. No pueden matar. Nunca. Todos, o casi todos, los hombres se alistan, por orden de sus padres al ejercito. Algunos deciden trabajar arreglando o
construyendo armas o maquinas, cosa que también se les permite a las mujeres.
Cuando un niño cumple diez años, los soldados del pueblo se lo llevan, lejos de sus padres, a los que puede que nunca mas vea. Para sus progenitores, esta es la época más dura
de su vida, adaptarse a vivir sin que su hijo este con ellos, como si estuviera muerto. Llevan a los niños a un campo de estrategia, donde les entrenan para su futura profesión,
matar. Allí, a los niños se les ofrecen dos opciones, una, ser guerrero, otra, construcción. Cada opción tiene su entrenamiento. Allí preguntan sus dudas, para que vuelvan
contestadas, allí, luchan hasta el agotamiento, allí entrenan, medio desnudos, aunque halla un calor horroroso, o aunque halla un frió espantoso, que se te congelen las venas,
llueva o nieve, ellos, entrenan.
Les enseñan a manejar una espada, su arte, sus movimientos, su técnica, hasta convertirte en un hábil y fuerte espadachín.
Te enseñan a utilizar una pistola como es debido, a apuntar, disparar y dar en el blanco. Te enseñan, sus partes, los tipos…
Te enseñan a construir esas armas, y maquinas increíbles, gigantescas, capaz de disparar veinte balas al segundo, o de llevarte rápidamente de un lugar a otro. Modernizan las
armas, creando, por ejemplo, espadas, que del pomo, les sale una pistola pequeña…
Cuando acaban el entrenamiento, cuando han aprendido todo lo que necesitaban, los trasladan de una academia, a una base militar, donde construyen o esperan a cualquier
alteración de la paz, para combatirla.
Anshiu no es muy grande, tendrá unos dieciséis pueblos pequeños. Su sistema de gobierno es sencillo:
En cada pueblo, hay una persona que observa todo lo que ocurre en su pueblo, ve como desarrolla, cuales problemas ocurren…
Al terminar la semana, todos se reúnen, y uno de ellos, cada año, es nombrado jefe. Ese jefe intenta solucionar los problemas que los demás cuentan de sus pueblos.
En Anshiu, siempre es de día, siempre. Lo ilumina, el gran astro Sont, una enorme estrella roja.
Para medir los años, es fácil, son cincuenta semanas, en poco dura doscientos días. La semana, dura cuatro días y el día hasta que el sol, se pone amarillo. Se sabe que es por la
mañana porque el sol está rojo, a la hora de la comida, naranja, por la tarde entre naranja y amarillo, y anocheciendo, hasta que sea de noche total, aunque siempre halla luz,
amarillo.
Así es el cuarto mundo, Anshiu.




Capitulo 1


          <<Odio este mundo, lo odio todo de él: los miles de coches que circulan por la ciudad, las millones de personas que circulan por él, los carteles luminosos, las pantallas
que emiten imágenes, los altos edificios, todo>>- pensé, mientras conducía con mi moto, por el llamado mundo Tierra, un mundo que no pertenecía a la Ascerla, sino al Sistema
Solar. Por la idiota de mi ex mujer, que me acababa de llamar, tenía que ir a recoger al instituto a nuestra hija de doce años. Ella se quedó en el divorcio con la custodia de
nuestra hija, pero me dejaba verla de vez en cuando y como hoy, me llamaba para ir a recogerla. Ella sabía lo de mi origen, lo de mi mundo Anshiu, en el que ahora y antes
vivía. Solo estuve dos años fuera de él, cuando estuve casado en este mundo con mi mujer. Yo sabía que no funcionaría, un hombre de un mundo lejano, con una mujer de la
Tierra, pero era joven y lo hice. Después el error fue a mayor al engendrar una hija. Encima, nunca me deja que me la lleve a ver mi mundo. Sanna, mi hija, era lo único que me
hacía volver aquí. De vez en cuando me dan ganas de recogerla, y llevármela para siempre a Anshiu, nadie me la arrebataría, pero ella, nunca sería feliz, añoraría a su madre.
Aparcó mi moto en la puerta del instituto y me bajo. Veo salir por una puerta a una pandilla de unas seis personas, entre las que se encuentra mi hija. La saludo con mi mano y
viene sonriendo hacía mi. Me da un abrazo y me dice:
- Hola papa. Me alegro mucho de verte. En serio Charlie.
- Hola, mi corazón.
- Te he dicho que no me llames corazón.
Nos reímos.
- ¿Quieres que te lleve a comer al restaurante italiano que acaban de abrir en la esquina?- le pregunto deseando que diga que si, para estar un rato tranquilamente solos.
- Papa, lo siento, mama ha hecho comida, otro día.
- Te llevo por lo menos, ¿vale?- digo con pena.
- Vale.
Subimos a la moto. Arrancó y empiezo a conducir hacía el apartamento de mi ex mujer. Me he llevado una decepción al no poder invitar a mi hija a comer. Bueno otra vez será.
-Papa, ¿no crees que vamos demasiado rápido?- preguntó Sanna un poco asustada.
- No te preocupes- le contesté, y disminuí un poco la velocidad, de mi preciosa moto negra brillante, con tres tubos de escape para que no se preocupara.
- Gracias- dijo al ver el cambio de velocidad mi hija.
Cuando llegamos, la baje de la moto y le pregunté:
- ¿Quieres que te acompañe hasta arriba?
- Si quieres.
Abrió el portal y subimos los dos por las escaleras, preferibles al ascensor, hasta el piso séptimo, el último. Allí no paramos enfrente de una puerta de roble macizo.
- Adiós mi guapa- le dije y le bese en la frente.
-Adiós- abrió con la llave la puerta y entró en su casa. Me quede un rato sentado en el escalón de la escalera, ante la puerta.
No oía nada del interior. Me quería ir, pero una fuerza me insistía en que me quedara. Tenía ganas de poder ver de nuevo las casa pequeñas, de dos plantas como mucho, con
cúpulas de cristal transparente. Las calles de piedra morada, las pocas personas que circulan por ellas. Nada de coches, ya que las maquinas de transporte solo se utilizan para la
guerra. Tenía ganas de volver. Pronto estaría anocheciendo y no le gustaba ver la Tierra sin sol.
Oí un gran grito procedente de dentro de la casa. Me levante rápidamente y empecé a golpear la puerta, gritando:
- Ábreme Sanna, soy yo, tu padre, ¿Por qué gritas?, Ábreme.
 Nadie me abría.
¿ Que narices pasa ahí dentro?¿Por que nadie me abre?
Oí como alguien se acercaba la puerta, metía la llave y abría la puerta. Era Sanna. Tenía su preciosa cara llena de lagrimas. Me di cuenta de lo hermosa que era. Con su pelo
corto pelirrojo, su labios pintados a juego con su pelo, unos ojos marrones, como pozos sin fondo. Nada mas verme, me abrazo fuertemente.
- ¿Qué te ha pasado?,¿y tu madre?- le pregunté.
Tardó un rato en contestar, pero lo hizo:
- Esta todo destrozado. Como si hubiera entrado un, un ladrón. Mam, mam, mama es, es, es, est, est, esta muerta, muerta, ¡Esta muerta!- terminó y empezó a llorar más fuerte
aun.
No sentía pena. Intentaba tenerla, pero no sentía pena. Trágico destino.
- Vamos- le dije.
- ¿Adonde?
- Voy a coger algo de tu ropa, quédate aquí.
Me metí en la casa. Sanna se quedó llorando sentada en el escalón de la escalera. La casa, como había dicho mi hija, estaba destrozada. Todo estaba tirado por los suelos. Mi ex
mujer tenía dinero y era muy conocida, lo más probable es que hubiera sido un ladrón. Entre en la habitación y rápidamente cogí unas cuantas cosas de Sanna para que pudiera
cambiarse de ropa. Lo metí todo en tres bolsas. Volví donde había dejado a mi hija, pero antes, me despedí de mi mujer. Me acerqué a su cadáver.
-Adiós, ve en paz.
Bajamos por la escalera en silencio, nos subimos en la moto y nos dirigimos hacía en bosque en las afueras de la ciudad.
- ¿Cómo es?- preguntó Sanna.
- ¿Cómo es que?
- Tu mundo
- Ya lo veras. Es precioso.
Cuando salimos del pueblo, nos metimos por un caminito hacía el bosque. Tiene que estar destrozada. Pobrecita.
Llegamos a un claro.
- Quédate en la moto, no hace falta que te bajes- le dije. Ella asintió.
Me baje. De mi bolsillo saqué una piedra que puse en el suelo, le di a un botón que tenía y de ella salio un velo aterciopelado.
- Es un portal.
Me volví a subir en la moto, acelere y atravesamos el velo. Los dos cerramos los ojos. Al abrirlos, el paisaje era totalmente diferente. Se veían casas de cristal con cúpulas de
techo. Había unas diez o trece casas. En la calle, no había nada mas que cinco personas. Las cinco eran guardias. Llevaban todos una pistola en una mano y una espada en la
otra. Pude ver que de una casa, en ruinas, salía fuego.
- Algo pasa.
Aceleraron hasta llegar hasta uno de los guardias. El guardia, cargo la pistola y nos apuntó.
- No por favor. Venimos de la Tierra, soy de este pueblo- le dije.
- Este pueblo. ¿Cuánto tiempo llevas en la Tierra?
- Llevo unas seis o siete horas. En poco, uhhh- dije mientras pensaba el número aproximadamente de horas que habían trascurrido en Anshiu, ya que, una hora en la tierra eran
cinco en su mundo.- pues, han pasado treinta o treinta y cinco horas aquí.
- Exacto.
- ¿ Han invadido el pueblo?- preguntó Sanna.
- Como van a invadir el…- empecé a decir, pero el guardia me interrumpió.
- No, han invadido los siete mundos.




Capitulo 2



         -¡Como!, es imposible,¿Quién?, ¿Cómo?, ¿Cómo en tan poco tiempo?...
- Un inmenso ejercito de monstruos. La Plaga. Así se llaman. Llegaron por un portal que conducía a los siete mundos. Allí empezaron a matar a todo el mundo, a destrozar todo.
Pocas personas han sobrevivido. Todavía no se han ido.
Dejamos al guardia atrás y nos dirigimos hacía la que era mi casa.
No quedaba nada. Estaba intacta por fuera, pero por dentro, por dentro no quedaba nada.
- Hay que hacer algo- dije.- No podemos dejar que se apoderen de los siete mundos. Debemos pelear por ellos.
- Tienes razón- dijo el guardia de antes que se acercó a ellos.- Nos vamos por los pueblos a reunir gente. Hay que formar un ejercito. ¿Os uniríais?
- No se…- empecé pero mi hija contestó por mi.
- Claro.
- Os esperamos en la salida- el guardia se fue.
- Esta guerra no es la tuya.
- Tu eres lo único que me queda y los Siete Mundos y yo somos lo único que te quedan a ti. Como has dicho, debemos pelear por ellos.
Me quede sorprendido por el comentario de Sanna. La quería un montón.
Le eché el brazo por su cuello y empezamos a caminar hacía la moto. Cuando llegamos, nos subimos y pusimos rumbo hacía la entrada. Los guardias se encontraban en la
puerta. Tenían un camión lleno de armas, montones de tipos de espadas y montones de pistolas. También tenían un gran robot con forma humana que en sus brazos tenía unas
pistolas de veinte balas por segundo. Nunca había visto nada igual. Era una maquina del tamaño de dos o tres hombres.
- Habéis venido al final. Muchas gracias.
- Tenemos que luchar por nuestro mundo. Es nuestro destino.
- Necesitáis armas.
- No, yo tengo- dije y saque de mi cinturón, por debajo de mi camiseta, dos pistolas gemelas. Después, de su espalda, sacó una espada larga, con una empuñadura de plata, que
del pomo puede disparar balas.
- Me refiero a tu…
- Es mi hija, se llama Sanna. Y ella no necesita armas- le dije seriamente.
- Claro que necesito padre, yo también tengo que pelear.
- Pero…
- No hay peros, tengo que luchar y lucharé- dijo poniendo fin al asunto. Se dirigió a los guardias- dadme algo.
- Que sabes, espadas, pistolas, las dos cosas.
- No sabe nada, ya que es de la Tierra, y aunque no lo fuera- dije. No permitiría que se inmiscuyera en la batalla. Podía hacerse ilusiones ahora, cuando llegara la hora de luchar,
no la dejaría.
- Me enseñas.
- Bueno, pues te doy dos pistolas y una espada. Como tu padre. ¿Quieres?, o, ¿prefieres una pistola y dos espadas?- preguntó el guardia.
- Lo segundo, para que halla mas variedad-contestó Sanna.
El guardia le iba a dar lo pedido cuando interpuse mi mano.
- Cuando las necesite, yo se las daré.
Nos quedamos largo rato en silencio, cosa que uno de los guardias cortó.
- Ahora nos iremos hasta Sabal, después, permaneceremos allí unas seis horas, tendréis allí tiempo para practicar.
Cuatro guardias se montaron en el camión, uno en el robot. Mi hija y yo nos montamos en mi moto.
Nos pegamos hacía el camión y les dijimos con señas que abrieran la ventanilla. Cuando lo hicieron, les dije:
- ¿Cómo eran los monstruos?
- Algunos eran como humanos, pero sin cabeza, o sin brazos, o otra parte del cuerpo. Otros eran animales gigantes. O humanos con pinchos o cosas por el estilo en los brazos y
piernas. Monstruos con forma humana pero con la piel roja, con mucha grasa, de lengua larga y que en la cara solo tenga una boca. Sin pelos, solo la grasa rosácea, roja…-
explicó como pudo el guardia sentado al lado del conductor. No le resultaba agradable explicar como eran esas horribles criaturas así que lo hizo sin dar detalles.
No me gustaría encontrarme con tales bestias.
El paisaje resultaba cada vez más tétrico y aterrador. Los bosques inmensos habían sido reducidos a cenizas. Ya solo quedaban dos o tres árboles, sin hojas, chamuscados, con
aspecto de personas. De vez en cuando nos encontrábamos alguna que otra casa abandonada. No había nadie. O por lo menos durante un tiempo. Cuando el Sont adquirió el
tono naranja, empezamos a divisar dos o tres cadáveres descuartizados por cada poco tiempo. Luego esos tres cadáveres se convirtieron en diez y luego en una autentica
matanza. Miles de cadáveres cubrían el suelo, sin que en el suelo se pudiera ver otra cosa. Era desagradable. Cuerpos inertes de personas. Ninguno estaba completo; podría
haber uno sin cabeza, otro sin brazo, otro sin piernas.
- ¿ Como es posible?- preguntó horrorizada Sanna mientras miraba el panorama que le ofrecía la vista.
- Debe de haber millones. Para esta matanza deber haber millones. No podremos enfrentarnos a ellos- dije sin responder a la pregunta de Sanna.
Los cuerpos eran de personas de todo tipo: había soldados, mujeres, constructores, niños,…
De entre ellos, un cuerpo emitió un débil sonido. Gracias a que habíamos reducido la velocidad y que estábamos atentos a que alguien estuviera vivo pudimos oírlo. Todos
paramos. Un guardia y yo nos bajamos rápidamente. Esperamos de pie a que se vuelva a emitir otro sonido. Esta vez, en vez de eso, vemos un brazo que se extiende hacía
arriba. Corremos hacía su posición. Al llegar, un hombre al que le faltaba un brazo y parte de la cara se acercó como pudo hacía mi pie. Le cogimos entre los dos y lo llevamos
hasta el camión, donde lo depositamos como pudimos. El otro guardia que se encontraba en el camión, era medio medico y se encargó de cuidarlo. El señor que nos habíamos
encontrado era un constructor que había sido atacado por esos monstruos horripilantes. Había sufrido mucho desde que esos monstruos habían llegado al pueblo. Había salido a
la calle y había visto como un monstruo sacaba su larga lengua y se tragaba a su hija. Había visto a un monstruo con el cuerpo lleno de púas enormes mataba de una forma
horrorosa
a su mujer. La persona que nos encontramos nos explicó detalladamente todo lo ocurrido en el pueblo.
Dijo que mataron a todo el pueblo. A cada familia. Que solo el había sobrevivido. El se había escondido en su casa, en el sótano, un monstruo logró encontrarlo, pero ,
difícilmente, acabo con el. Ese fue lo que le causo las heridas.
- Móntate en la moto, vamos a seguir- me mandó un guardia.
- Vale.
- Espera. Me gustaría saber vuestros nombres. El mió es Gerald, el de la persona que monta al robot William, el del médico Jack y el que va atrás en el camión, con el tipo que
nos acabamos de encontrar, se llama Karl. El nuevo no ha dicho nada. No sabemos nada sobre él.
- Vale. Mi nombre es Charlie y el de mi hija Sanna.
- Muchas gracias.
-¿ Cual es la ruta?- pregunté.
- Bien. Seguiremos por este camino hasta su fin. Allí pasaremos la noche. Al día siguiente iremos hacía los pueblos Günel Y Alforg donde buscaremos supervivientes. Estate
preparado, tengo un presentimiento de alguien, o mejor dicho, algo, nos sigue.
- ¿Cómo vamos a pasar la noche, si siempre es de día?
- Nosotros sabemos cuando es de noche aunque sea de día.




Capitulo 3


         Montamos un acampamento en lugar que habíamos dicho.
Hicimos una hoguera alrededor de las cuatro tiendas de tela que teníamos. Hicimos un plan para como sobrellevar la noche y un turno de guardia. Yo sería el tercero en vigilar
el campamento. Mi hija y yo dormiríamos en una de las tres tiendas. El medico y el nuevo compañero en otra y los cuatro guardias en otra. Ya conocíamos el nombre del tipo al
que nos encontramos. Se llamaba Vauan. Nombre muy raro.
Gerald y William habían cazado lo que habían podido. Teníamos un lago atrás, pero el agua estaba contaminada, no había peces para pescar, ni agua para bañarnos o beber.
Pero tuvieron suerte y pudieron cazar tres conejos. No tuvieron una cena satisfecha pero al menos comieron algo. En cuanto a la bebida, cogimos algunas frutas y las
espachurramos hasta obtener bebida.
Mientras cenábamos, contábamos historias de cómo era antes Anshiu, cuando había paz, los niños jugaban por los bosques, cuando te reconfortabas al llegar a tu casa después
de una dura jornada de trabajo y ver en ella a tu mujer y a tus hijos.
- Me toca contar una a mi- dijo Vauan, uniéndose a la conversación después de estar escuchando callada todo el tiempo.
- Vale, ¿qué historia vas a contar?- le pregunté entusiasmado.
- Una historia que me contó mi abuelo, y a mi abuelo, el suyo, quién la vivió. La tercera guerra de Anshiu.
- Nunca he oído hablar de eso- puntualice.
- Pues ahora la escucharas. Bien. Todo empezó en la capital de Anshiu, en Lascril. Un grupo de hombres fundó en secreto una organización. Se llamaron Sertes. Había siete
personas fundadoras de la orden. Cada una de ellas se ocultó en un mundo. Una de ellas se ocultó en Anshiu. La organización se encargó de buscar el secreto que todo el mundo
que lo conocía temía. Un portal. Un portal ocultado por los siete reyes en Anshiu. Un portal capaz de llevarte al mismísimo infierno. Los Sertes encontraron el portal y lo
llevaron a su base en Anshiu. Allí lo activaron y entraron. Dicen que lo que encontraron fue un vasto desierto, en el que habitaba el mayor número de monstruos que jamás los
siete mundos habían encontrado. Creo que ya sabéis lo que paso, pero lo contare, solo queda el final. Los Sertes sacaron a todos los monstruos de allí y se los llevaron a Anshiu
para que se aniquilara el mundo. Fue una guerra espantosa, miles de personas murieron, pero al final vencieron a sus enemigos y los devolvieron a su casa. Tras los años, el
mundo se recuperó, pero al parecer, alguien a abierto el portal y todos los monstruos, mas fuertes y más preparados han vuelto a salir. Y esta vez, no hemos podido contenerlos.
Y esta vez, se han extendido por los siete mundos- Vauan se fue a la cama después de contar su historia. Se despidió de nosotros con un gesto y se fue a su tienda.
- Creo que es la hora de acostarse- le dije a Sanna mientras bostezaba. Sin decir ni una palabra, se fue a su tienda para acostarse. Poco a poco se fueron yendo todos hasta que
solo quedé yo. Me quedé un rato mirando las estrellas. Había millones, de todos los tipos de colores. Había sido un día raro y extraño, todo había trascurrido muy rápido. Había
ido a recoger a su hija, había llevado a su hija hasta su casa, donde estaba su madre muerta. Llevó a Sanna por primera vez a Anshiu, y lo que encontraron fue horroroso. Todo
desabitado, todo el mundo muerto. Necesitaba tranquilizarme y olvidarme de todo un rato. Cerré los ojos y deje de pensar.


Cuando llegaron, el viento soplaba fuertemente. Cuando llegaron, estaban hambrientos. Cuando llegaron, ninguno de nosotros lo sabíamos, aunque notábamos algo. Se movían
por la hierba con delicadeza, no podían despertar a su presa. Aunque ya habían matado a millones de personas, querían saciarse aún más. Eran enormes, del tamaño de dos
humanos de mediana estatura. Tenían toda la espalda y sus brazos llenos de púas enormes, su arma de ataque. Tenían en la cara una gran boca con la que tragar a su presa
cuando la hubieran descuartizado con sus garras afiladas de las manos. Dos ojos membranosos y una nariz de seis agujeros, puestos de dos en dos a lo largo de la cara para
olfatear mejor a su presa. Cuando llegaron, el miedo invadió nuestros corazones.


Me desperté sobresaltado. Había tenido una pesadilla horrible. En ella, una horda de horribles monstruos atacaban nuestro asentamiento. Cogió sus dos pistolas, se guardo la
espada y salió a la calle, fuera de su tienda. Le tocaba vigilar a Jack, quien estaba inquieto.
- Todavía me queda un poco de mi turno- dijo.
- Me gustaría empezar ya el mío- dije secamente.
- Gracias por sustituirme antes de tiempo- me agradeció y se fue a su tienda.
Me senté en un tronco partido, cargué las pistolas y me preparé para lo que me deparara la noche. No se veía nada mas allá del circulo de luz que daba la antorcha situada al
lado suya. Oí un ruido procedente del bosque, como un crujido de ramas.
Solo me quedaba una cosa en esta vida, mi hija. Si la perdiera, tendría que esperar o adelantar mi final. No creía en que me fuera a encontrar con mi hija después de la muerte, y
aunque creyera en eso, yo no iría al mismo lugar que Sanna. Ella, al tener un alma limpia iría a el paraíso, yo al haber matado a personas, al infierno. Más las que me quedan por
matar. Bueno, a eso no se le pude llamar personas. No me apetecía que una niña de doce años tuviera que matar a alguien, aunque fuera a un monstruo. Si era verdad, y después
de la vida, había el paraíso o el infierno, no dejaría que mi hija tuviera que ir al infierno por matar a un monstruo. No permitiría que luchara. Su alma moriría limpia.
No se porque pienso en estas cosas, me estoy volviendo loco.
Un rugido salió de las profundidades del bosque. Rápidamente, me levanté y fui hacía el origen del ruido. Sabía que no era buena idea dejar el campamento sin que nadie lo
vigilara, pero sería rápido. En toda la noche nadie había atacado, dudo que en cinco minutos, los monstruos asalten el campamento. Empecé a andar por el bosque, rozando con
las manos la hierba mojada por el rocío. Esperaba a que se repitiera el sonido, pero por más que espero, no se repitió. Busqué por todos lados, pero no encontré resultado. Sentí
un aliento apestoso detrás de mi. Me giré y me quedé de cara a el monstruo. Abrió la boca y me apestó con su aliento asqueroso que se metió por todo mi cuerpo. Me quedé
inmovilizado, presa del miedo, no sabía que hacer. Él si, levantó su brazo lleno de pinchos y lo dirigió hacía mi, para partirme en dos. Pero no llegó a rozarme, ya que un
hombre apareció de la nada, cargó su fusil y disparó hacía el brazo del monstruo, qué cayó al suelo, separándose del cuerpo. El monstruo gritó y yo aproveché la ocasión y
disparé las dos pistolas. Dos balas salieron de mis armas y volaron hasta penetrar en el cuerpo del monstruo, que se desplomo en el suelo.
- Gracias por salvarme la vida-dije al desconocido.
- No hay tiempo para agradecer nada, vienen más.
Sin pararme a pensar en nada, salí corriendo hacía el campamento. Me pude dar cuenta de que la persona que me había salvado la vida me seguía a corta distancia mientras
cargaba su fusil. Me temía lo peor. Cuando llegué, me sorprendí al encontrarme todo tal y como lo dejé. Creía que estaría todos peleando contra monstruos. Me alivié. Cuando
el desconocido llegó ante mi, note que más gente o peor, mas monstruos seguían nuestros pasos hasta el, hasta el ¡campamento!. Rápidamente desperté a todos los guardias, con
cuidado para no despertar a Sanna, porque moriría si luchaba. Todos, menos mi hija, estábamos en línea esperando a los monstruos.
- ¿ De verdad habéis luchado con uno?- preguntó William desde su robot, preparado para luchar, pero no pude contestar porque entonces llegaron. Eran once y nosotros siete.
Cargué las dos pistolas y apunté a una de las bestias.
- ¡Buh!- dije al tiempo que disparaba y las dos balas salían disparadas hacía el cuerpo. Pude ver a cámara lenta como las balas avanzaban con una gran velocidad hacía el lugar
de impacto. Se metieron profundamente en el cuerpo del monstruo y un líquido negro, lo que debería ser la sangre, salió al exterior a chorros, hasta que el suelo empezó a
colorearse de negro.
- Son demasiados- grito Jack mientras le cortaba la cabeza a uno y miraba a los cinco más que llegaban. Ahora quedaban trece, ya que habíamos aniquilado a tres.
Cuando ya vi que las balas no eran demasiado efectivas, saqué mi espada y guardé una de las dos pistolas, sería mejor tener una mano por si acaso se necesitaba. Mi espada,
con una preciosa empuñadora de plata, con un lobo grabado en el pomo, lucia esplendorosa. Los cinco nuevos eran distintos a sus compañeros, esos tenían forma humana.
Caminaban a dos patas y en vez de manos, tenían dos largas cuchillas, como uñas enormes. No tenían músculo, ni piel, ni rastro de carne. Eran esqueletos. Su cara sin poder
distinguir su expresión daba bastante miedo.
- ¿ Cómo podremos derrotarlos?- preguntaba William una y otra vez mientras movía sus manos y así se movían las del robot. Miles de balas salían cada segundo rápidamente
hacía los enemigos. Nadie le contestó, no podían pararse a hablar.
Cogí carrerilla y pegué un enorme salto hacía el esqueleto. Pude sentir lentamente como el me imitaba y saltaba al aire, con su mano de pinchos alzada hacía mi. Yo alcé hacía
él la espada y nos preparamos para el impacto de armas. Salieron chispas y las armas chirriaron. Intentaba con todas mis fuerzas que no se me cayera el arma. Al final lo logré y
nos caímos al suelo. Rápidamente nos levantamos y fuimos el uno a por el otro. Justo cuando cogió fuerza con su brazo y lo alargó hacía mi con la intención de darme con sus
enormes uñas, me agaché rápidamente y le clavé en la unión de los huesos fémur y tibia la espada, haciendo que se cayeran y el esqueleto cayera al suelo. Seguidamente le corté
la cabeza y se quedó sin vida. Siguieron luchando, los monstruos se resistían a morir. Jack luchaba con su rifle como podía, ayudándose de una daga. El desconocido, igual que
Jack atacaba con su rifle de dos balas, atacando a diestro y siniestro a todos los monstruos que le atacaban. Gerald y Karl se ayudaban el uno al otro, pegando su espada contra la
del otro. Cada uno manejaba dos espadas, con las que maniobraban fácilmente y espectacularmente. Si alguno de los dos se quedaba sin armas porque un monstruo se las había
quitado, el otro le lanzaba una de las suyas. Eran un dúo genial, perfectamente equilibrado. Vauan se las apañaba con una lanza de madera. Tenía una pinta muy primitiva. Con
sus ropas desgarradas, de cuando lo habíamos encontrado, su piel peluda. Había rechazado las armas que le ofrecíamos, decidió fabricarse una lanza. Decidí situarme al lado
suya, sentía que tarde o temprano necesitaría ayuda, su lanza se partiría tarde o temprano. Pero no pasaba, suerte. Al parecer, esa lanza resistía muy bien los golpes; sería de un
árbol bastante fuerte. Di una estocada al enemigo que el esquivo con dificultad y que hizo que se cayera mi espada al suelo. El monstruo se abalanzó sobre mi. Me eché para
atrás lo más rápido que pude y empecé a disparar sin apuntar a el esqueleto. Cerré los ojos cuando su uña gigante se cernía sobre mi, pero nunca llegó a rozarme. Una lanza
corto limpiamente su cabeza.
- Gracias Vauan, te debo la vida- le dije cuando recogí con rapidez la espada. Al final había resultado que en vez de salvarle la vida yo a el me la había salvado él a mi. Vauan
era una persona callada, que siempre asentía sin dar opinión, pero buena gente. Tenía una habilidad enorme con la lanza, era un buen luchador. Del pueblo que procedía, uno de
los más pobres económicamente de Anshiu, entrenaban a la gente con una técnica precisa y fuerte. Los enseñaban mejor que en cualquier otro lado. Y además, cosa que en
pocos sitios pasaba, les enseñaban a manejar la lanza. Se notaba que Vauan había aprendido genial. Todos intentábamos acabar lo más rápido posible con el enemigo, no
estábamos empezando a cansar. Creímos que nada podía ir mal ya que solo nos quedaban tres, pero nos equivocábamos. Había cuatro, y uno de ellos, pude ver fugazmente, se
estaba meetiendo en la tienda de Sanna.
-¡Nooooo!- grité mientras a toda la velocidad que el cuerpo me permitía corría para salvar a mi hija. Disparé intentando dar en el blanco, pero no lo conseguía. Cuando estaba lo
más cerca posible del monstruo, justo a su espalda, le clavé la espada en sus carne putrefacta y lo maté. Lo bueno, no había rozado a Sanna. Lo malo, la había despertado. Ahora
empezaría a intentar pelear, yo le diría que no y ella empezaría a discutirme. No había tiempo para eso, no había tiempo para nada. Rápidamente salí de la tienda y busqué un
contrincante, sin mirar si mi hija me seguía o no. Más monstruos habían llegado, más esqueletos con zarpas. <<Maldita sea>>. Ya no quedaban los animales con el cuerpo lleno
de púas, había matado al último antes de él matara a mi hija. Me aproxime a mi enemigo y empecé a luchar. Estábamos cansados, todos excepto William que estaba tan
tranquilo como cuando empezó a luchar. Desde el robot no había mucho que moverse, ni que hacer fuerza con la espada. Desde el robot, no tenía que mantener mucha defensa.
Le di una estocada al esqueleto que desperdigó todos sus huesos por la zona. Una gran horda de veinticinco monstruos de púas llegaron a toda velocidad hasta el claro en el que
luchábamos. << Mierda, ya que creía que no había más de esos, como para no acabar con los siete mundos.>>. William nos gritó que nos echáramos todos para atrás antes de
que llegara la nueva horda y cuando estaban a nada de chocar con todas sus fuerzas con nosotros empezó a disparar sus ametralladoras gigantes. Mas de la mitad no pudo llegar
hasta nosotros, habían muerto con los abundantes disparos que William les había mandado. Los que quedaban los recibimos con las manos abiertas. Estábamos todos cubiertos
gracias a nuestro compañero del robot, de la sangre negra que soltaban esos bichejos.
- De puta madre, lo has hecho de puta madre William- le agradeció sonriendo Gerald. Era nuestro salvador, nos había salvado el pellejo a todos. Esta noche ya debía mi vida a
dos personas. <<¿Dónde estará Sanna?>>. Intenté buscarla rápidamente con la mirada pero no la veía. Me empezaba a poner nervioso, mi hija podría estar en peligro. Uno de
los supervivientes a la masacre de William vino corriendo con furia hacía mi. Parecía un toro de los que vi por la televisión en casa de mi ex mujer. No sabía que hacer, echarme
a un lado, saltar… No había tiempo para pensar. Me eché a un lado lo más rápido que pude y cuando pasaba junto a mi, le clave la espada en el lomo. Tuve que soltarla, ya que
el animal iba con tanta velocidad que me arrastraba. El arma se le quedo pegada al cuerpo. Eso hizo que se enfureciera aún más. Se puso a dos patas y grito con todas sus
fuerzas. Después volvió a su posición original y fue a por mi. Levantó su brazo, como el monstruo que me había atacado en el bosque. No tenía la espada para ponerla entre
medio de mi cuerpo y su brazo, así que solo me quedaba una opción. Saqué las dos pistolas mientras el monstruo se movía lentamente hacía mi, con su brazo de púas levantado.
Cargué la pistola y disparé. Una bala le dio en la cara, otra, en su brazo. Gimió de dolor pero siguió andando. Caminaba cada vez más despacio. Su respiración se hacía por cada
segundo más entrecortada. Antes de llegar a darme, se cayó y se quedo muerto, postrado ante mis pies. Seguí luchando contra otros. Pude ver como un esqueleto corría con su
zarpa en el brazo levantada hacia Gerald. Intenté ayudarlo. Corrí hacia él, empujando a montones de monstruos que se ponían en medio, pero era demasiado tarde, el esqueleto
había llegado hasta su objetivo, quien no lo veía ya que estaba a su espalda.
- ¡¡Gerald, detrás tuya, Gerald!!- grité intentando que se volviera hacia su contrincante. Cuando se dio la vuelta, la enorme zarpa había penetrado en su cuerpo. Los huesos
relucientes de su agresor se mancharon de sangre. El monstruo había aprovechado el momento en el que su compañero Karl se le separaba de al lado para atacarle, y lo había
conseguido. Todos fuimos a parar al esqueleto, antes de que volviera a meter en el cuerpo la zarpa. Karl, quien ya se había situado al lado de su amigo, mato rápidamente y con
una rabia inexplicable a el esqueleto y se puso de rodillas en el suelo junto al herido. Le cogió la mano y empezó a hablarle. No pude oír muy bien lo que decían, solo entendí
dos palabras, dos palabras que decía con la mayor sinceridad, dos palabras que el deseaba poder cumplir, dos palabras tan sencillas como estas: no morirás.
Una tristeza me invadió por dentro. Deseaba que fuera verdad y que se pudiera recuperar, solo llevaba con esos tipos unas cuantas horas, quizás ya un día, y les había cogido
cariño. El luchar a su lado para mi era y es un gran honor.
Seguí luchando, todavía quedaban unos cuantos monstruos. La herida en Gerald hizo que todos recuperáramos fuerza y lucháramos con más furia.
De repente rodeada de monstruos pude ver a Sanna subida en el camión, armada con una pistola en una mano y una espada corta en la otra. Tenía una cara de pánico dibujada.
Nuestras miradas se cruzaron y pude oír sin que hablara que necesitaba ayuda. Cargué las pistolas y empecé a disparar a monstruos mientras me aproximaba al lugar donde se
encontraba mi hija. No podía creer como podía haber echo eso. Si salía ilesa, lo que ojala pasara, le caería una buena, que eso no la dejaría ilesa. Arriesgar su vida por el
caprichito de matar. Se cree que es un juego, pero no lo es, no lo es, no se parece en nada. Empecé a dar estocados con mi espada que había cogido del lomo del monstruo al que
había matado hacía un rato. Cuando me deshice de todos los monstruos costosamente fulminé con la mirada a mi hija. Ella sintió más miedo de mi que de los monstruos o eso
pude distinguir por su cara.
La batalla había acabado, ya solo quedaban cadáveres de monstruos, ninguno vivo. Era una auténtica matanza la que habían realizado. Unos cincuenta cuerpos de monstruos
tirados en el suelo muertos, y litros de sangre negra que había manchado todo. Rápidamente Jack se llevó a la tienda a Gerald para intentar curarlo. Yo cogí a mi hija por la
ropa y la arrastré hacía nuestra tienda. Los demás se quedaron sentados al lado de lo que había sido la hoguera, ahora apagada por la multitud de pisadas de monstruo y alguna
que otra de humano.
Cerré la tienda para que nadie nos oyera, me senté junto a mi hija y empecé, como diría ella, a darle el sermón:
- ¿ Como has podido realizar descabellada idea, eh señorita?
- Es que tengo mis…
- No tienes nada, eh. Estás loca para intentar arriesgar tu vida por una batalla. Tu te crees que esto es un juego, pero estas muy, pero que muy equivocada.
- ¡Déjame explicarme, ¿vale?!- me gritó enfurecida.
- Tu no me hablas con ese tono querida. Y ahora, aunque no se para que, explícate.
- Mira, lo hice por la razón más simple del mundo. Porque te quiero. No quería que nada malo te pasará, no quería que nadie te matará. Sabes que he perdido a mama, aunque te
importe una mierd…
- Si que me impor…- intenté decir pero me interrumpió.
- Aunque te importe una mierda, y que no me gustaría perder a otro miembro de la familia. Papa, eres lo único que me queda, ¿entiendes ahora por lo que lo hice?- Sanna se
echó a llorar. Salió precipitadamente de la tienda. No la seguí, necesitaba estar sola. Me había herido los sentimientos, pero se que yo se los había herido a ella más. Me acosté y
empecé a pensar en lo que quería a mi hija. Desde afuera pude oír como cantaban una canción:
  Cuando todo esta perdiiiiidoooooo. Cuando las voces se apaaaagaaaaan.                   Cuando los monstruos ya vuelven, ahí cuando está perdido. Los árboles se agitan, lloran a
nuestros dioses. Quieren que traigan a nuestro pueblo, un héroe que nos de fuerza.
La melodía triste seguía y seguía. Sabía lo duro que era todo esto para mi hija. Ella no podría sobrevivir mucho sin saber manejar un arma. Habría que enseñarle. Mañana sería
un nuevo día. Mañana enseñaría a luchar a Sanna. Era una de las decisiones más difíciles, no estaba seguro de querer afrontarla, no por el bien de su hija, pero ya no había otra
cosa que hacer. El arte de la espada era una técnica que conlleva años, y no tenían tanto tiempo. Le enseñaría lo más indispensable. En cuanto a las pistolas, eso era cosa de
puntería, le resultaría más fácil que aprender con la espada.


- Charlie, nos tenemos que ir, no hay que perder más tiempo. Dentro de una seis o siete horas aproximadamente estaremos en Alforg. No hay que perder tiempo, vamos- me
apresuró alguien. No podía verlo, ya que todavía seguía con los ojos cerrados. Lentamente empecé a abrirlos, mientras me desperezaba y podía contemplar que el extraño de la
otra noche que me salvó me estaba observando. Entonces no había sido todo una pesadilla. Entonces era verdad que mi ex mujer se había muerto, Anshiu, y lo más probable que
los siete mundos, se hayan destruido, que anoche nos atacó unas hordas de monstruos y que tenía que enseñar a matar a mi hija. Pues vaya, preferiría seguir soñando.
-¿Cómo narices sabe lo de Alforg?- le pregunté, pensando que se nos había unido a nuestro pequeño, pero pequeño ejercito.
- Os voy a acompañar hasta allí. Luego, seguiré mi camino.
- ¿No te nos vas a unir en nuestra pequeña cruzada?
- Soy asesino. No guerrero que combate en grupo ni nada por el estilo. Aniquilo monstruos solitariamente y ayudo a necesitados supervivientes a este Apocalipsis infernal. Si
quieres, ahora no porque no hay tiempo, después te explico un poco mi trabajo.
- Sería un placer.
La vida en Anshiu, desde nuestro origen hasta ahora. Ojala la primera persona que existió en Anshiu hubiera escrito todo, como era, lo que pasaba… así ahora podríamos ver la
clara evolución, si es que la había desde aquel momento hasta ahora. Y que cada cosa que inventara nuestros antepasados, la escribieran. Así hoy esas cosas, aunque para ahora
serían insignificantes, antes, cuando se inventaron eran furor entre la gente. Claro, eso si alguien existió. Claro, eso si hubo evolución. La verdad, es que no sabíamos nada del
pasado, nada. Ya era tarde para empezar a escribirlo, ya que seguramente, no hubiera fututo ni para Anshiu, ni para los Siete Mundos, ni para toda la Ascerla, y puede que ni
para todo el Universo entero. Ahora que lo pensaba, lo más probable era que la Tierra pronto fuera descubierta por los monstruos y destruida. Así hasta que no quedara nada.
Pero entre todo ese caos oscuro y negro, que parece no tener fin, existe una pequeña, pero diminuta, estela de esperanza, que es a lo que hemos venido. A que esa estela
diminuta de esperanza, se convierta en el mayor ejercito para derrotar a la gran plaga de horripilantes monstruos que asolan nuestras tierras. Existe una posibilidad de futuro.
Por eso estaba dispuesto a narrar desde lo que pasara ahora en adelante. Lo escribiría todo, cada cosa por muy insignificante que fuera la escribiría, hasta el momento de su
muerte. Por si había futuro, yo lo escribiría.
Ahora no tenía tiempo para pararme a eso, pero por la noche, empezaría esa tarea. Tendría que suspender la cita con el forastero para que me narrara sus aventuras y objetivos.
O no. Eso podría quedar bien en su libro. No la suspendería. Iría y anotaría todo.
Me puse rápidamente unos pantalones de cuero y una camiseta de manga corta que William me había regalado de soldado. Salí de mi tienda, en la que, ahora caía en ello, mi
hija no se encontraba. <<Esta niña>>
En el exterior había movimiento. Vi a Gerald subiéndose ayudado por Jack y William al camión. Habían conseguido curarle. Se le veía tristón, pero mas sano que anoche, si es
que a eso se le puede llamar noche. Casi todo el mundo cuando el sol daba ese color de luz amarillento decía que era de noche, aunque no hubiera oscuridad. Le habían vendado
la herida. Karl daba vueltas de un lado a otro subiendo montones de materiales empaquetados, armas… a la parte trasera del camión verde típico de camuflaje. El forastero
estaba sentado atrás del camión, con la multitud de objetos. Mi hija estaba a su lado conversando con él. No le dije nada, supuse que querría viajar con él en vez de conmigo en
la moto. ¿Seguiría enfadada?
Vauan estaba mirando la multitud de cadáveres de monstruos con rostro apenado.
Me acerqué a él y le pregunté:
- ¿ Te da pena matar bichos?
- Son seres, tal como nosotros. Claro que siento pena. Ya que los he matado, los envió a un lugar seguro para que se refugien hasta el Fin. r
En ese momento me di cuenta de que mi compañero era un gran creyente. Creía tanto en la vida después de la muerte como en la vida misma. Hasta creía que los monstruos
tenían vida después de la muerte, encima les deseaba el paraíso.
- Que Yalesiánc y Saleá os guíen por el buen camino, compartáis o no nuestro credo- continuó y después arrojó a sus cuerpos una especie de sal rojiza.
Encima cree en los dioses. Eso era lo que menos compartía con él. Dioses, puaf, vaya mentira. Si existieran donde estarían ahora. Nos abrían abandonado. No, ya que entonces
en vez de dioses serían ruines cobardes. Donde están los dioses cuando los necesitamos, en momentos como este, donde están. No compartiría nunca esas creencias con Vauan.
Yo no tenía creencias. Para mi eran un pego.
- Es hora de irnos, será mejor que subas al camión- le recomendé.
- Les rezaré una plegaria de despedida y enseguida voy.
Me subí en la moto y esperamos todos en nuestros puestos a que terminase nuestro compañero, cuando lo hizo y se subió en el camión, nos marchamos. Me molestaba mucho la
idea de pensar en que nos íbamos a un lugar desastroso. Nuestros compañeros decían que era uno de los lugares más atestados de monstruos, que lo más probable es que
hubieran salido de allí. Entonces, nos dirigíamos al centro del caos, a una muerte segura. Se me pasaban por la mente imágenes desastrosas: William, Jack, Karl… Sanna, todos
muertos. Todos inertes en el suelo con muecas espantosas dibujadas en su cara. Un gran ejercito de los horripilantes bichos que anoche les habían atacado se dirigían hacía mi,
que no podía moverme hacia ninguna dirección. Ni podía huir, ni podía luchar.
Pero eso no pasaría, había sido mi mente la productora de esas imágenes, nunca pasaría eso, por lo menos eso creo.
¿Seguiría mi hija enfadada conmigo? Me atestaba la idea de que eso pasara. No tenía que haberme peleado de esa forma con ella. Todo lo que hace, lo hace por mi, porque ella
me quiere, me ama, yo soy su padre, su héroe, o por lo menos eso debía de ser. Ella solo quería ayudar.


Paramos un rato a descansar cuando ya solo quedaba una hora más o menos para llegar a nuestro destino, Alforg. Sanna estaba sentada en el borde de la parte de atrás de la
camioneta, mirando tristemente al horizonte. En toda la mañana no había abierto la boca, ni había comido, solo había estado sentada al borde de la camioneta observando el
vasto horizonte. Me acerqué a ella, era hora de disculparme, haber si así se le pasaba la tristeza y el enfado.
- ¿Quieres una chocolatina?- le ofrecí sentándome al lado suya.
- Gracias, pero no tengo hambre- dijo distraída, sin prestar atención.
- No has comido nada desde la cena.
- He dicho que no tengo hambre. Parece que cada vez que hablas es para enfadarme- explicó molesta, siguiendo con la mirada honda en el paisaje.
- No era mi intención hacerte enfadar. Ni ahora ni ayer. Entiendo que pueda resultarte difícil to…
- Tu no sabes nada. Ni me entiendes, ni me nada- me interrumpió mirándome por primera vez con rostro enfadado. Solo fue cosa de unos segundos, después cambio de vista
rápidamente.
- Sanna, por favor no te enfades, te lo ruego. Vengo a disculparme por lo de anoche, y creo que también por lo de ahora. Puede que no sepa nada, pero por eso hablo contigo,
porque quiero saber, eres mi hija. Perdóname, te lo ruego de corazón, puede que no me haya portado bien, pero perdóname. Quiero saber cosas sobre ti para que la próxima vez
no digas: tú no sabes nada, ni me entiendes, ni me nada, bueno eso es todo- tragué saliva para asimilar cual sería su contestación. Pero no contestó. Podía significar dos cosas: o
le había llegado al corazón y me perdonaría, lo cual era lo que yo deseaba que pasara, o, en el peor de los casos, me diría que era la mayor gilipollez que había escuchado y que
era un falso. Me miró fijamente con rostro amargo y dijo, con cara de no creerme:
- Eres, eres… No me esperaba esto de ti, de todos menos de ti- el corazón me dio un vuelco ante aquellas palabras-, tu no eres el que se tiene que disculpar. Ahora mismo acabo
de ver la luz y he descubierto que me he portado fatal contigo, perdóname tú- volví a la normalidad, estaba aliviado.- Sabes que llevo razón, no te rompas la cabeza negándolo.
- Pero…
-No hay peros, estamos en paz. Volvemos a la normalidad- dijo sonriéndome alegremente. Había vuelto a la normalidad.- Por cierto, ¿sigue hay la chocolatina?
- Por supuesto- se la entregué contento y ella la devoró con una notable ansia.
Me encantaba que Sanna volviera a sonreír. Para mi, era lo mejor que había pasado desde que llegamos.
- ¿Puedo ir en la moto contigo?, es más rápida que este montón de chatarras- habló señalando al camión.
- Claro, me agrada tu compañía.
- Bueno, ya que estáis reconciliados podemos marcharnos,¿no?- preguntó William que acababa de aparecer.
Nos subimos cada uno a su vehiculo y continuamos la marcha.



-Bien, infórmame- dijo con una voz sobrenatural el horripilante mutante al monstruo humanoide que acababa de entrar por el gran arco de piedra de la cueva. La estancia era
escalofriante, la cueva se encontraba débilmente iluminada por pequeños, pero muchos, lagos llenos de radiaciones. El verde de aquellos grandes charcos hacía que en la cueva
se pudiera ver. Para los que necesitaran el sentido de la vista, ya que los allí presentes tenían en sus horripilantes ojos membranosos visión nocturna, que les permitía ver hasta
en la más oscura de las oscuridades. Estalactitas y estalagmitas cubrían el t mismo, echo y el suelo de la cueva. De ellas no caía el agua típica, no, caía un agua verde
completamente contaminada..
Zargus, el horrible mutante había vivido allí nada más ni nada menos que desde que cumplió los seis años. Su madre lo abandonó en un lugar cercano a aquella cueva. El, quién
no tenía todavía saber del conocimiento entró en una cueva llena de radiaciones perjudiciales para la vida. Allí, se baño en aquella agua, bebió de ella y cazó y comió animales
de los alrededores, casi todos contaminados de las grandes radiaciones que ese lugar emitía. Por eso, su aspecto cambió, y de ser un niño sin problema ninguno, mutó hasta
transformarse en una auténtica bestia. Sus pequeños ojos marrones, agrandaron y se convirtieron en muchos pequeños cristales membranosos. Sus dientes blancos y rectos
cambiaron hasta quedarse puntiagudos y separados. Su nariz alcanzó un grado más alto de olfato. Podía oler a su presa a kilómetros de distancia. Sus orejas se hicieron picudas
y escuchaban mucho mejor. Su cuerpo cambió de piel, se le puso una piel como la de una serpiente. De las manos salieron grandes uñas de unos cinco centímetros, y de cada
muñeca, una garra negra y afilada que era unos centímetros más larga que sus manos. Con ella, aprendió a cazar a su presa, como no tenía armas, utilizaba sus cuchillas y así
cazaba algo que llevarse a la boca. En el cuerpo, le crecieron una especie de pelos afilados, que cortan a quien los tocase. Por lo demás seguía teniendo un rostro humanoide,
aunque ya nunca volvería a ser una persona normal.
Para él, había sido un don de los dioses haberle llevado hasta el único lugar contaminado de los siete mundos. Se sentía superior a los demás, tan superior, que hizo cosas
horribles para el destino de la humanidad. Empezó a construir un ejercito gigante de mutantes. Su primer destino fue la aldea donde vivió. Allí capturo a todos los habitantes y
se los llevó a la cueva, donde los arrojó a uno de los pozos. Así empezó todo.
Pueblo tras pueblo, Zargus capturaba a los habitantes y los convertía en mutantes hasta que se cansó. En una de sus saqueamientos de pueblos…
 Zargus se aproximó ante el anciano que suplicaba por su vida, arrodillado a sus pies.
- Porfavorporfavorporfavorporfavorporfavor- suplicaba llorando.
- Levántate- hablo con grandeza. El otro cumplió rápidamente la orden. El mutante indicó un libro que había encima de una mesa semidestruida. El anciano cogió el libro y lo
abrió de frente a su agresor. El leyó rápidamente y cuando vio que no le interesaba, le hizo una señal a su especie de esclavo para que pasara la página. Zargus lanzó un gesto de
exclamación cuando vio la siguiente página. Cogió el libro con sus manos y con un rápido movimiento, mató a él anciano.
<< El ritual es de grado máximo. Los ingredientes principales son, el libro que está leyendo ahora mismo, un pentagrama de sangre pura, de un humano normal y una puerta. El
primer paso es dibujar el pentagrama con la sangre humana. Cuando lo hayas terminado, pon una puerta en el centro. Recita el conjuro de las páginas ciento cincuenta, ciento
cincuenta y uno, y ciento cincuenta y dos.
La puerta estará abierta al mundo, donde con una simple llamada, acudirán como aliados tuyos y los podrás traer a tu mundo, para que gobiernes sobre ellos y cumplan tus
ordenes>>.
Cerró el libro bruscamente cuando terminó de leer.
   De ese modo, Zargus trajo a los siete mundos a él gran ejercito de monstruos que ahora, junto al de mutantes, arrasaban todo.
- Aniquilaron a todos. Parece que ese pequeño grupo de humanos va a hacer estragos en tu ejercito.
- Mátalos a todos. Que no quede ni uno vivo.
- Hay un punto débil en el grupo. Mientras observaba la batalla, pude ver que uno de los hombres tiene una hija. Si le pasara algo…
- Me da igual lo que hagas, acaba con ellos. Bueno, cambiando de grupo. Como te va con los Renegados.
- Hace dos días mandé una horda a buscar su escondite. Lo intentamos por todos los medios, pero… Nada, el escondite no lo encontramos. Pero, volviendo, cuando pasamos por
Alforg, vimos un gran grupo en una casa. Éramos pocos comparados con ellos, así que nos retiramos.
- ¡Ahhh!, eres un inútil. Vuelve a Alforg con cuatro hordas y acaba con esos patéticos humanos. No quiero hablar más. Retírate y vete directamente hacia tu destino.
El monstruo humanoide se fue.
Les sacábamos mucha ventaja a los demás. La moto iba a tanta velocidad que casi no podíamos distinguir el paisaje de nuestro alrededor. En cierto modo era mejor, ya que para
contemplar un paisaje desolador, era mejor verlo todo borroso. No podíamos hablar, ya que la fuerza del viento nos golpeaba tan fuerte que nos costaba mucho abrir la boca, y
mucho más escuchar. Íbamos por las afueras de Alforg. Allí era, ahora lo más probable que no estén, donde están las casas, o mejor dicho, chabolas que componen el barrio
pobre de la ciudad. Los pobres, los leprosos, las rameras, los mercenarios… componían ese barrio. Calles oscuras y peligrosas, donde se trapichea con drogas, se vende el
cuerpo y se compra. Una calle entera estaba dedicada al tráfico; de armas, de drogas, de esclavos, de mujeres. Los recuerdos me sucumbieron por dentro. Yo había nacido en
uno de esos barrios pobres, pero no uno de los de aquella ciudad, no, uno de Lascril, la gran capital de Anshiu. Allí, ese tipo de barrios eran mucho peores; cada día ocurrían dos
o tres asesinatos, los robos eran frecuentes, y si no estabas unido a algún grupo de mercenarios que te protegieran, te hicieran ganar reputación y te libraran de una buena, podías
aparecer muerto en un carro de paja. Mi madre murió en el parto al tenerme. Mi padre, como casi todos los habitantes, murió de una gran sobredosis cuando cumplía doce años.
Yo no quería vivir con esa vida, así que me fui, no sabía donde pero me fui, sin rumbo. Pasado un tiempo, a los trece, encontré un portal hacia otro mundo, un mundo
futurístico, donde los edificios se elevaban altamente hasta perderse entre las nubes. Donde no había sitio ni para las plantas ni para los animales que no estuvieran hechos de
latas. Los hombres gobernaban vagamente sobre el gran gobierno de las máquinas, que sobrevivían como esclavos. Ziarant. Ese era el nombre que recibía el mundo futurístico.
Grandes empresas se debatían el poder. Allí pasé varios años trabajando de creador de robots de grado1, unos robots dedicados a tareas domésticas. Mi sueño era viajar por los
siete mundos y un día lo tuve al alcance de mi mano, o eso creía en un principio yo. Me dejé engañar por dos astutos hombres que me dejaron en el planeta Tierra desamparado,
solo, sin ninguna oportunidad de volver a Ziarant. Allí, en la Tierra, me casé y tuve la hermosa hija que hoy es Sanna. Pero con el tiempo hubo problemas en mi matrimonio y
nos divorciamos. Ella se quedó con todo, lo único que me dejó fue el ver dos veces por semana a mi hija y una piedra azul brillante. Me dijo que me la llevara y que no la trajera
nunca más a esta casa. Eso hice y descubrí que me llevó a Anshiu donde viví hasta este momento. Nunca me pregunté porque mi mujer tendría esa piedra, pero bueno, que
tontería eso de pensar en mi vida ahora.

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Los siete mundos

  • 1. LOS SIETE MUNDOS Claudio Baldman López Prologo En Anshiu, uno de los siete mundos que componen la Ascerla, cada vez que nace un niño, se enciende en la casa del nacido una vela. Así, todo el mundo que pase por allí puede saber que alguien más a nacido y que un guerrero más para el futuro habrá. Esta tradición, solo se celebra cuando nace un niño, ya que a las mujeres, les está prohibido manchar su cuerpo con sangre. No pueden matar. Nunca. Todos, o casi todos, los hombres se alistan, por orden de sus padres al ejercito. Algunos deciden trabajar arreglando o construyendo armas o maquinas, cosa que también se les permite a las mujeres. Cuando un niño cumple diez años, los soldados del pueblo se lo llevan, lejos de sus padres, a los que puede que nunca mas vea. Para sus progenitores, esta es la época más dura de su vida, adaptarse a vivir sin que su hijo este con ellos, como si estuviera muerto. Llevan a los niños a un campo de estrategia, donde les entrenan para su futura profesión, matar. Allí, a los niños se les ofrecen dos opciones, una, ser guerrero, otra, construcción. Cada opción tiene su entrenamiento. Allí preguntan sus dudas, para que vuelvan contestadas, allí, luchan hasta el agotamiento, allí entrenan, medio desnudos, aunque halla un calor horroroso, o aunque halla un frió espantoso, que se te congelen las venas, llueva o nieve, ellos, entrenan. Les enseñan a manejar una espada, su arte, sus movimientos, su técnica, hasta convertirte en un hábil y fuerte espadachín. Te enseñan a utilizar una pistola como es debido, a apuntar, disparar y dar en el blanco. Te enseñan, sus partes, los tipos… Te enseñan a construir esas armas, y maquinas increíbles, gigantescas, capaz de disparar veinte balas al segundo, o de llevarte rápidamente de un lugar a otro. Modernizan las armas, creando, por ejemplo, espadas, que del pomo, les sale una pistola pequeña… Cuando acaban el entrenamiento, cuando han aprendido todo lo que necesitaban, los trasladan de una academia, a una base militar, donde construyen o esperan a cualquier alteración de la paz, para combatirla. Anshiu no es muy grande, tendrá unos dieciséis pueblos pequeños. Su sistema de gobierno es sencillo: En cada pueblo, hay una persona que observa todo lo que ocurre en su pueblo, ve como desarrolla, cuales problemas ocurren… Al terminar la semana, todos se reúnen, y uno de ellos, cada año, es nombrado jefe. Ese jefe intenta solucionar los problemas que los demás cuentan de sus pueblos. En Anshiu, siempre es de día, siempre. Lo ilumina, el gran astro Sont, una enorme estrella roja. Para medir los años, es fácil, son cincuenta semanas, en poco dura doscientos días. La semana, dura cuatro días y el día hasta que el sol, se pone amarillo. Se sabe que es por la mañana porque el sol está rojo, a la hora de la comida, naranja, por la tarde entre naranja y amarillo, y anocheciendo, hasta que sea de noche total, aunque siempre halla luz, amarillo. Así es el cuarto mundo, Anshiu. Capitulo 1 <<Odio este mundo, lo odio todo de él: los miles de coches que circulan por la ciudad, las millones de personas que circulan por él, los carteles luminosos, las pantallas que emiten imágenes, los altos edificios, todo>>- pensé, mientras conducía con mi moto, por el llamado mundo Tierra, un mundo que no pertenecía a la Ascerla, sino al Sistema Solar. Por la idiota de mi ex mujer, que me acababa de llamar, tenía que ir a recoger al instituto a nuestra hija de doce años. Ella se quedó en el divorcio con la custodia de nuestra hija, pero me dejaba verla de vez en cuando y como hoy, me llamaba para ir a recogerla. Ella sabía lo de mi origen, lo de mi mundo Anshiu, en el que ahora y antes vivía. Solo estuve dos años fuera de él, cuando estuve casado en este mundo con mi mujer. Yo sabía que no funcionaría, un hombre de un mundo lejano, con una mujer de la Tierra, pero era joven y lo hice. Después el error fue a mayor al engendrar una hija. Encima, nunca me deja que me la lleve a ver mi mundo. Sanna, mi hija, era lo único que me hacía volver aquí. De vez en cuando me dan ganas de recogerla, y llevármela para siempre a Anshiu, nadie me la arrebataría, pero ella, nunca sería feliz, añoraría a su madre. Aparcó mi moto en la puerta del instituto y me bajo. Veo salir por una puerta a una pandilla de unas seis personas, entre las que se encuentra mi hija. La saludo con mi mano y viene sonriendo hacía mi. Me da un abrazo y me dice: - Hola papa. Me alegro mucho de verte. En serio Charlie. - Hola, mi corazón. - Te he dicho que no me llames corazón. Nos reímos. - ¿Quieres que te lleve a comer al restaurante italiano que acaban de abrir en la esquina?- le pregunto deseando que diga que si, para estar un rato tranquilamente solos. - Papa, lo siento, mama ha hecho comida, otro día. - Te llevo por lo menos, ¿vale?- digo con pena. - Vale. Subimos a la moto. Arrancó y empiezo a conducir hacía el apartamento de mi ex mujer. Me he llevado una decepción al no poder invitar a mi hija a comer. Bueno otra vez será. -Papa, ¿no crees que vamos demasiado rápido?- preguntó Sanna un poco asustada. - No te preocupes- le contesté, y disminuí un poco la velocidad, de mi preciosa moto negra brillante, con tres tubos de escape para que no se preocupara. - Gracias- dijo al ver el cambio de velocidad mi hija. Cuando llegamos, la baje de la moto y le pregunté: - ¿Quieres que te acompañe hasta arriba? - Si quieres. Abrió el portal y subimos los dos por las escaleras, preferibles al ascensor, hasta el piso séptimo, el último. Allí no paramos enfrente de una puerta de roble macizo. - Adiós mi guapa- le dije y le bese en la frente. -Adiós- abrió con la llave la puerta y entró en su casa. Me quede un rato sentado en el escalón de la escalera, ante la puerta. No oía nada del interior. Me quería ir, pero una fuerza me insistía en que me quedara. Tenía ganas de poder ver de nuevo las casa pequeñas, de dos plantas como mucho, con cúpulas de cristal transparente. Las calles de piedra morada, las pocas personas que circulan por ellas. Nada de coches, ya que las maquinas de transporte solo se utilizan para la guerra. Tenía ganas de volver. Pronto estaría anocheciendo y no le gustaba ver la Tierra sin sol. Oí un gran grito procedente de dentro de la casa. Me levante rápidamente y empecé a golpear la puerta, gritando: - Ábreme Sanna, soy yo, tu padre, ¿Por qué gritas?, Ábreme. Nadie me abría. ¿ Que narices pasa ahí dentro?¿Por que nadie me abre? Oí como alguien se acercaba la puerta, metía la llave y abría la puerta. Era Sanna. Tenía su preciosa cara llena de lagrimas. Me di cuenta de lo hermosa que era. Con su pelo corto pelirrojo, su labios pintados a juego con su pelo, unos ojos marrones, como pozos sin fondo. Nada mas verme, me abrazo fuertemente. - ¿Qué te ha pasado?,¿y tu madre?- le pregunté. Tardó un rato en contestar, pero lo hizo: - Esta todo destrozado. Como si hubiera entrado un, un ladrón. Mam, mam, mama es, es, es, est, est, esta muerta, muerta, ¡Esta muerta!- terminó y empezó a llorar más fuerte aun. No sentía pena. Intentaba tenerla, pero no sentía pena. Trágico destino.
  • 2. - Vamos- le dije. - ¿Adonde? - Voy a coger algo de tu ropa, quédate aquí. Me metí en la casa. Sanna se quedó llorando sentada en el escalón de la escalera. La casa, como había dicho mi hija, estaba destrozada. Todo estaba tirado por los suelos. Mi ex mujer tenía dinero y era muy conocida, lo más probable es que hubiera sido un ladrón. Entre en la habitación y rápidamente cogí unas cuantas cosas de Sanna para que pudiera cambiarse de ropa. Lo metí todo en tres bolsas. Volví donde había dejado a mi hija, pero antes, me despedí de mi mujer. Me acerqué a su cadáver. -Adiós, ve en paz. Bajamos por la escalera en silencio, nos subimos en la moto y nos dirigimos hacía en bosque en las afueras de la ciudad. - ¿Cómo es?- preguntó Sanna. - ¿Cómo es que? - Tu mundo - Ya lo veras. Es precioso. Cuando salimos del pueblo, nos metimos por un caminito hacía el bosque. Tiene que estar destrozada. Pobrecita. Llegamos a un claro. - Quédate en la moto, no hace falta que te bajes- le dije. Ella asintió. Me baje. De mi bolsillo saqué una piedra que puse en el suelo, le di a un botón que tenía y de ella salio un velo aterciopelado. - Es un portal. Me volví a subir en la moto, acelere y atravesamos el velo. Los dos cerramos los ojos. Al abrirlos, el paisaje era totalmente diferente. Se veían casas de cristal con cúpulas de techo. Había unas diez o trece casas. En la calle, no había nada mas que cinco personas. Las cinco eran guardias. Llevaban todos una pistola en una mano y una espada en la otra. Pude ver que de una casa, en ruinas, salía fuego. - Algo pasa. Aceleraron hasta llegar hasta uno de los guardias. El guardia, cargo la pistola y nos apuntó. - No por favor. Venimos de la Tierra, soy de este pueblo- le dije. - Este pueblo. ¿Cuánto tiempo llevas en la Tierra? - Llevo unas seis o siete horas. En poco, uhhh- dije mientras pensaba el número aproximadamente de horas que habían trascurrido en Anshiu, ya que, una hora en la tierra eran cinco en su mundo.- pues, han pasado treinta o treinta y cinco horas aquí. - Exacto. - ¿ Han invadido el pueblo?- preguntó Sanna. - Como van a invadir el…- empecé a decir, pero el guardia me interrumpió. - No, han invadido los siete mundos. Capitulo 2 -¡Como!, es imposible,¿Quién?, ¿Cómo?, ¿Cómo en tan poco tiempo?... - Un inmenso ejercito de monstruos. La Plaga. Así se llaman. Llegaron por un portal que conducía a los siete mundos. Allí empezaron a matar a todo el mundo, a destrozar todo. Pocas personas han sobrevivido. Todavía no se han ido. Dejamos al guardia atrás y nos dirigimos hacía la que era mi casa. No quedaba nada. Estaba intacta por fuera, pero por dentro, por dentro no quedaba nada. - Hay que hacer algo- dije.- No podemos dejar que se apoderen de los siete mundos. Debemos pelear por ellos. - Tienes razón- dijo el guardia de antes que se acercó a ellos.- Nos vamos por los pueblos a reunir gente. Hay que formar un ejercito. ¿Os uniríais? - No se…- empecé pero mi hija contestó por mi. - Claro. - Os esperamos en la salida- el guardia se fue. - Esta guerra no es la tuya. - Tu eres lo único que me queda y los Siete Mundos y yo somos lo único que te quedan a ti. Como has dicho, debemos pelear por ellos. Me quede sorprendido por el comentario de Sanna. La quería un montón. Le eché el brazo por su cuello y empezamos a caminar hacía la moto. Cuando llegamos, nos subimos y pusimos rumbo hacía la entrada. Los guardias se encontraban en la puerta. Tenían un camión lleno de armas, montones de tipos de espadas y montones de pistolas. También tenían un gran robot con forma humana que en sus brazos tenía unas pistolas de veinte balas por segundo. Nunca había visto nada igual. Era una maquina del tamaño de dos o tres hombres. - Habéis venido al final. Muchas gracias. - Tenemos que luchar por nuestro mundo. Es nuestro destino. - Necesitáis armas. - No, yo tengo- dije y saque de mi cinturón, por debajo de mi camiseta, dos pistolas gemelas. Después, de su espalda, sacó una espada larga, con una empuñadura de plata, que del pomo puede disparar balas. - Me refiero a tu… - Es mi hija, se llama Sanna. Y ella no necesita armas- le dije seriamente. - Claro que necesito padre, yo también tengo que pelear. - Pero… - No hay peros, tengo que luchar y lucharé- dijo poniendo fin al asunto. Se dirigió a los guardias- dadme algo. - Que sabes, espadas, pistolas, las dos cosas. - No sabe nada, ya que es de la Tierra, y aunque no lo fuera- dije. No permitiría que se inmiscuyera en la batalla. Podía hacerse ilusiones ahora, cuando llegara la hora de luchar, no la dejaría. - Me enseñas. - Bueno, pues te doy dos pistolas y una espada. Como tu padre. ¿Quieres?, o, ¿prefieres una pistola y dos espadas?- preguntó el guardia. - Lo segundo, para que halla mas variedad-contestó Sanna. El guardia le iba a dar lo pedido cuando interpuse mi mano. - Cuando las necesite, yo se las daré. Nos quedamos largo rato en silencio, cosa que uno de los guardias cortó. - Ahora nos iremos hasta Sabal, después, permaneceremos allí unas seis horas, tendréis allí tiempo para practicar. Cuatro guardias se montaron en el camión, uno en el robot. Mi hija y yo nos montamos en mi moto. Nos pegamos hacía el camión y les dijimos con señas que abrieran la ventanilla. Cuando lo hicieron, les dije: - ¿Cómo eran los monstruos? - Algunos eran como humanos, pero sin cabeza, o sin brazos, o otra parte del cuerpo. Otros eran animales gigantes. O humanos con pinchos o cosas por el estilo en los brazos y piernas. Monstruos con forma humana pero con la piel roja, con mucha grasa, de lengua larga y que en la cara solo tenga una boca. Sin pelos, solo la grasa rosácea, roja…- explicó como pudo el guardia sentado al lado del conductor. No le resultaba agradable explicar como eran esas horribles criaturas así que lo hizo sin dar detalles. No me gustaría encontrarme con tales bestias. El paisaje resultaba cada vez más tétrico y aterrador. Los bosques inmensos habían sido reducidos a cenizas. Ya solo quedaban dos o tres árboles, sin hojas, chamuscados, con aspecto de personas. De vez en cuando nos encontrábamos alguna que otra casa abandonada. No había nadie. O por lo menos durante un tiempo. Cuando el Sont adquirió el tono naranja, empezamos a divisar dos o tres cadáveres descuartizados por cada poco tiempo. Luego esos tres cadáveres se convirtieron en diez y luego en una autentica matanza. Miles de cadáveres cubrían el suelo, sin que en el suelo se pudiera ver otra cosa. Era desagradable. Cuerpos inertes de personas. Ninguno estaba completo; podría haber uno sin cabeza, otro sin brazo, otro sin piernas. - ¿ Como es posible?- preguntó horrorizada Sanna mientras miraba el panorama que le ofrecía la vista. - Debe de haber millones. Para esta matanza deber haber millones. No podremos enfrentarnos a ellos- dije sin responder a la pregunta de Sanna. Los cuerpos eran de personas de todo tipo: había soldados, mujeres, constructores, niños,…
  • 3. De entre ellos, un cuerpo emitió un débil sonido. Gracias a que habíamos reducido la velocidad y que estábamos atentos a que alguien estuviera vivo pudimos oírlo. Todos paramos. Un guardia y yo nos bajamos rápidamente. Esperamos de pie a que se vuelva a emitir otro sonido. Esta vez, en vez de eso, vemos un brazo que se extiende hacía arriba. Corremos hacía su posición. Al llegar, un hombre al que le faltaba un brazo y parte de la cara se acercó como pudo hacía mi pie. Le cogimos entre los dos y lo llevamos hasta el camión, donde lo depositamos como pudimos. El otro guardia que se encontraba en el camión, era medio medico y se encargó de cuidarlo. El señor que nos habíamos encontrado era un constructor que había sido atacado por esos monstruos horripilantes. Había sufrido mucho desde que esos monstruos habían llegado al pueblo. Había salido a la calle y había visto como un monstruo sacaba su larga lengua y se tragaba a su hija. Había visto a un monstruo con el cuerpo lleno de púas enormes mataba de una forma horrorosa a su mujer. La persona que nos encontramos nos explicó detalladamente todo lo ocurrido en el pueblo. Dijo que mataron a todo el pueblo. A cada familia. Que solo el había sobrevivido. El se había escondido en su casa, en el sótano, un monstruo logró encontrarlo, pero , difícilmente, acabo con el. Ese fue lo que le causo las heridas. - Móntate en la moto, vamos a seguir- me mandó un guardia. - Vale. - Espera. Me gustaría saber vuestros nombres. El mió es Gerald, el de la persona que monta al robot William, el del médico Jack y el que va atrás en el camión, con el tipo que nos acabamos de encontrar, se llama Karl. El nuevo no ha dicho nada. No sabemos nada sobre él. - Vale. Mi nombre es Charlie y el de mi hija Sanna. - Muchas gracias. -¿ Cual es la ruta?- pregunté. - Bien. Seguiremos por este camino hasta su fin. Allí pasaremos la noche. Al día siguiente iremos hacía los pueblos Günel Y Alforg donde buscaremos supervivientes. Estate preparado, tengo un presentimiento de alguien, o mejor dicho, algo, nos sigue. - ¿Cómo vamos a pasar la noche, si siempre es de día? - Nosotros sabemos cuando es de noche aunque sea de día. Capitulo 3 Montamos un acampamento en lugar que habíamos dicho. Hicimos una hoguera alrededor de las cuatro tiendas de tela que teníamos. Hicimos un plan para como sobrellevar la noche y un turno de guardia. Yo sería el tercero en vigilar el campamento. Mi hija y yo dormiríamos en una de las tres tiendas. El medico y el nuevo compañero en otra y los cuatro guardias en otra. Ya conocíamos el nombre del tipo al que nos encontramos. Se llamaba Vauan. Nombre muy raro. Gerald y William habían cazado lo que habían podido. Teníamos un lago atrás, pero el agua estaba contaminada, no había peces para pescar, ni agua para bañarnos o beber. Pero tuvieron suerte y pudieron cazar tres conejos. No tuvieron una cena satisfecha pero al menos comieron algo. En cuanto a la bebida, cogimos algunas frutas y las espachurramos hasta obtener bebida. Mientras cenábamos, contábamos historias de cómo era antes Anshiu, cuando había paz, los niños jugaban por los bosques, cuando te reconfortabas al llegar a tu casa después de una dura jornada de trabajo y ver en ella a tu mujer y a tus hijos. - Me toca contar una a mi- dijo Vauan, uniéndose a la conversación después de estar escuchando callada todo el tiempo. - Vale, ¿qué historia vas a contar?- le pregunté entusiasmado. - Una historia que me contó mi abuelo, y a mi abuelo, el suyo, quién la vivió. La tercera guerra de Anshiu. - Nunca he oído hablar de eso- puntualice. - Pues ahora la escucharas. Bien. Todo empezó en la capital de Anshiu, en Lascril. Un grupo de hombres fundó en secreto una organización. Se llamaron Sertes. Había siete personas fundadoras de la orden. Cada una de ellas se ocultó en un mundo. Una de ellas se ocultó en Anshiu. La organización se encargó de buscar el secreto que todo el mundo que lo conocía temía. Un portal. Un portal ocultado por los siete reyes en Anshiu. Un portal capaz de llevarte al mismísimo infierno. Los Sertes encontraron el portal y lo llevaron a su base en Anshiu. Allí lo activaron y entraron. Dicen que lo que encontraron fue un vasto desierto, en el que habitaba el mayor número de monstruos que jamás los siete mundos habían encontrado. Creo que ya sabéis lo que paso, pero lo contare, solo queda el final. Los Sertes sacaron a todos los monstruos de allí y se los llevaron a Anshiu para que se aniquilara el mundo. Fue una guerra espantosa, miles de personas murieron, pero al final vencieron a sus enemigos y los devolvieron a su casa. Tras los años, el mundo se recuperó, pero al parecer, alguien a abierto el portal y todos los monstruos, mas fuertes y más preparados han vuelto a salir. Y esta vez, no hemos podido contenerlos. Y esta vez, se han extendido por los siete mundos- Vauan se fue a la cama después de contar su historia. Se despidió de nosotros con un gesto y se fue a su tienda. - Creo que es la hora de acostarse- le dije a Sanna mientras bostezaba. Sin decir ni una palabra, se fue a su tienda para acostarse. Poco a poco se fueron yendo todos hasta que solo quedé yo. Me quedé un rato mirando las estrellas. Había millones, de todos los tipos de colores. Había sido un día raro y extraño, todo había trascurrido muy rápido. Había ido a recoger a su hija, había llevado a su hija hasta su casa, donde estaba su madre muerta. Llevó a Sanna por primera vez a Anshiu, y lo que encontraron fue horroroso. Todo desabitado, todo el mundo muerto. Necesitaba tranquilizarme y olvidarme de todo un rato. Cerré los ojos y deje de pensar. Cuando llegaron, el viento soplaba fuertemente. Cuando llegaron, estaban hambrientos. Cuando llegaron, ninguno de nosotros lo sabíamos, aunque notábamos algo. Se movían por la hierba con delicadeza, no podían despertar a su presa. Aunque ya habían matado a millones de personas, querían saciarse aún más. Eran enormes, del tamaño de dos humanos de mediana estatura. Tenían toda la espalda y sus brazos llenos de púas enormes, su arma de ataque. Tenían en la cara una gran boca con la que tragar a su presa cuando la hubieran descuartizado con sus garras afiladas de las manos. Dos ojos membranosos y una nariz de seis agujeros, puestos de dos en dos a lo largo de la cara para olfatear mejor a su presa. Cuando llegaron, el miedo invadió nuestros corazones. Me desperté sobresaltado. Había tenido una pesadilla horrible. En ella, una horda de horribles monstruos atacaban nuestro asentamiento. Cogió sus dos pistolas, se guardo la espada y salió a la calle, fuera de su tienda. Le tocaba vigilar a Jack, quien estaba inquieto. - Todavía me queda un poco de mi turno- dijo. - Me gustaría empezar ya el mío- dije secamente. - Gracias por sustituirme antes de tiempo- me agradeció y se fue a su tienda. Me senté en un tronco partido, cargué las pistolas y me preparé para lo que me deparara la noche. No se veía nada mas allá del circulo de luz que daba la antorcha situada al lado suya. Oí un ruido procedente del bosque, como un crujido de ramas. Solo me quedaba una cosa en esta vida, mi hija. Si la perdiera, tendría que esperar o adelantar mi final. No creía en que me fuera a encontrar con mi hija después de la muerte, y aunque creyera en eso, yo no iría al mismo lugar que Sanna. Ella, al tener un alma limpia iría a el paraíso, yo al haber matado a personas, al infierno. Más las que me quedan por matar. Bueno, a eso no se le pude llamar personas. No me apetecía que una niña de doce años tuviera que matar a alguien, aunque fuera a un monstruo. Si era verdad, y después de la vida, había el paraíso o el infierno, no dejaría que mi hija tuviera que ir al infierno por matar a un monstruo. No permitiría que luchara. Su alma moriría limpia. No se porque pienso en estas cosas, me estoy volviendo loco. Un rugido salió de las profundidades del bosque. Rápidamente, me levanté y fui hacía el origen del ruido. Sabía que no era buena idea dejar el campamento sin que nadie lo vigilara, pero sería rápido. En toda la noche nadie había atacado, dudo que en cinco minutos, los monstruos asalten el campamento. Empecé a andar por el bosque, rozando con las manos la hierba mojada por el rocío. Esperaba a que se repitiera el sonido, pero por más que espero, no se repitió. Busqué por todos lados, pero no encontré resultado. Sentí un aliento apestoso detrás de mi. Me giré y me quedé de cara a el monstruo. Abrió la boca y me apestó con su aliento asqueroso que se metió por todo mi cuerpo. Me quedé inmovilizado, presa del miedo, no sabía que hacer. Él si, levantó su brazo lleno de pinchos y lo dirigió hacía mi, para partirme en dos. Pero no llegó a rozarme, ya que un hombre apareció de la nada, cargó su fusil y disparó hacía el brazo del monstruo, qué cayó al suelo, separándose del cuerpo. El monstruo gritó y yo aproveché la ocasión y disparé las dos pistolas. Dos balas salieron de mis armas y volaron hasta penetrar en el cuerpo del monstruo, que se desplomo en el suelo. - Gracias por salvarme la vida-dije al desconocido. - No hay tiempo para agradecer nada, vienen más. Sin pararme a pensar en nada, salí corriendo hacía el campamento. Me pude dar cuenta de que la persona que me había salvado la vida me seguía a corta distancia mientras cargaba su fusil. Me temía lo peor. Cuando llegué, me sorprendí al encontrarme todo tal y como lo dejé. Creía que estaría todos peleando contra monstruos. Me alivié. Cuando el desconocido llegó ante mi, note que más gente o peor, mas monstruos seguían nuestros pasos hasta el, hasta el ¡campamento!. Rápidamente desperté a todos los guardias, con cuidado para no despertar a Sanna, porque moriría si luchaba. Todos, menos mi hija, estábamos en línea esperando a los monstruos. - ¿ De verdad habéis luchado con uno?- preguntó William desde su robot, preparado para luchar, pero no pude contestar porque entonces llegaron. Eran once y nosotros siete. Cargué las dos pistolas y apunté a una de las bestias. - ¡Buh!- dije al tiempo que disparaba y las dos balas salían disparadas hacía el cuerpo. Pude ver a cámara lenta como las balas avanzaban con una gran velocidad hacía el lugar de impacto. Se metieron profundamente en el cuerpo del monstruo y un líquido negro, lo que debería ser la sangre, salió al exterior a chorros, hasta que el suelo empezó a colorearse de negro. - Son demasiados- grito Jack mientras le cortaba la cabeza a uno y miraba a los cinco más que llegaban. Ahora quedaban trece, ya que habíamos aniquilado a tres.
  • 4. Cuando ya vi que las balas no eran demasiado efectivas, saqué mi espada y guardé una de las dos pistolas, sería mejor tener una mano por si acaso se necesitaba. Mi espada, con una preciosa empuñadora de plata, con un lobo grabado en el pomo, lucia esplendorosa. Los cinco nuevos eran distintos a sus compañeros, esos tenían forma humana. Caminaban a dos patas y en vez de manos, tenían dos largas cuchillas, como uñas enormes. No tenían músculo, ni piel, ni rastro de carne. Eran esqueletos. Su cara sin poder distinguir su expresión daba bastante miedo. - ¿ Cómo podremos derrotarlos?- preguntaba William una y otra vez mientras movía sus manos y así se movían las del robot. Miles de balas salían cada segundo rápidamente hacía los enemigos. Nadie le contestó, no podían pararse a hablar. Cogí carrerilla y pegué un enorme salto hacía el esqueleto. Pude sentir lentamente como el me imitaba y saltaba al aire, con su mano de pinchos alzada hacía mi. Yo alcé hacía él la espada y nos preparamos para el impacto de armas. Salieron chispas y las armas chirriaron. Intentaba con todas mis fuerzas que no se me cayera el arma. Al final lo logré y nos caímos al suelo. Rápidamente nos levantamos y fuimos el uno a por el otro. Justo cuando cogió fuerza con su brazo y lo alargó hacía mi con la intención de darme con sus enormes uñas, me agaché rápidamente y le clavé en la unión de los huesos fémur y tibia la espada, haciendo que se cayeran y el esqueleto cayera al suelo. Seguidamente le corté la cabeza y se quedó sin vida. Siguieron luchando, los monstruos se resistían a morir. Jack luchaba con su rifle como podía, ayudándose de una daga. El desconocido, igual que Jack atacaba con su rifle de dos balas, atacando a diestro y siniestro a todos los monstruos que le atacaban. Gerald y Karl se ayudaban el uno al otro, pegando su espada contra la del otro. Cada uno manejaba dos espadas, con las que maniobraban fácilmente y espectacularmente. Si alguno de los dos se quedaba sin armas porque un monstruo se las había quitado, el otro le lanzaba una de las suyas. Eran un dúo genial, perfectamente equilibrado. Vauan se las apañaba con una lanza de madera. Tenía una pinta muy primitiva. Con sus ropas desgarradas, de cuando lo habíamos encontrado, su piel peluda. Había rechazado las armas que le ofrecíamos, decidió fabricarse una lanza. Decidí situarme al lado suya, sentía que tarde o temprano necesitaría ayuda, su lanza se partiría tarde o temprano. Pero no pasaba, suerte. Al parecer, esa lanza resistía muy bien los golpes; sería de un árbol bastante fuerte. Di una estocada al enemigo que el esquivo con dificultad y que hizo que se cayera mi espada al suelo. El monstruo se abalanzó sobre mi. Me eché para atrás lo más rápido que pude y empecé a disparar sin apuntar a el esqueleto. Cerré los ojos cuando su uña gigante se cernía sobre mi, pero nunca llegó a rozarme. Una lanza corto limpiamente su cabeza. - Gracias Vauan, te debo la vida- le dije cuando recogí con rapidez la espada. Al final había resultado que en vez de salvarle la vida yo a el me la había salvado él a mi. Vauan era una persona callada, que siempre asentía sin dar opinión, pero buena gente. Tenía una habilidad enorme con la lanza, era un buen luchador. Del pueblo que procedía, uno de los más pobres económicamente de Anshiu, entrenaban a la gente con una técnica precisa y fuerte. Los enseñaban mejor que en cualquier otro lado. Y además, cosa que en pocos sitios pasaba, les enseñaban a manejar la lanza. Se notaba que Vauan había aprendido genial. Todos intentábamos acabar lo más rápido posible con el enemigo, no estábamos empezando a cansar. Creímos que nada podía ir mal ya que solo nos quedaban tres, pero nos equivocábamos. Había cuatro, y uno de ellos, pude ver fugazmente, se estaba meetiendo en la tienda de Sanna. -¡Nooooo!- grité mientras a toda la velocidad que el cuerpo me permitía corría para salvar a mi hija. Disparé intentando dar en el blanco, pero no lo conseguía. Cuando estaba lo más cerca posible del monstruo, justo a su espalda, le clavé la espada en sus carne putrefacta y lo maté. Lo bueno, no había rozado a Sanna. Lo malo, la había despertado. Ahora empezaría a intentar pelear, yo le diría que no y ella empezaría a discutirme. No había tiempo para eso, no había tiempo para nada. Rápidamente salí de la tienda y busqué un contrincante, sin mirar si mi hija me seguía o no. Más monstruos habían llegado, más esqueletos con zarpas. <<Maldita sea>>. Ya no quedaban los animales con el cuerpo lleno de púas, había matado al último antes de él matara a mi hija. Me aproxime a mi enemigo y empecé a luchar. Estábamos cansados, todos excepto William que estaba tan tranquilo como cuando empezó a luchar. Desde el robot no había mucho que moverse, ni que hacer fuerza con la espada. Desde el robot, no tenía que mantener mucha defensa. Le di una estocada al esqueleto que desperdigó todos sus huesos por la zona. Una gran horda de veinticinco monstruos de púas llegaron a toda velocidad hasta el claro en el que luchábamos. << Mierda, ya que creía que no había más de esos, como para no acabar con los siete mundos.>>. William nos gritó que nos echáramos todos para atrás antes de que llegara la nueva horda y cuando estaban a nada de chocar con todas sus fuerzas con nosotros empezó a disparar sus ametralladoras gigantes. Mas de la mitad no pudo llegar hasta nosotros, habían muerto con los abundantes disparos que William les había mandado. Los que quedaban los recibimos con las manos abiertas. Estábamos todos cubiertos gracias a nuestro compañero del robot, de la sangre negra que soltaban esos bichejos. - De puta madre, lo has hecho de puta madre William- le agradeció sonriendo Gerald. Era nuestro salvador, nos había salvado el pellejo a todos. Esta noche ya debía mi vida a dos personas. <<¿Dónde estará Sanna?>>. Intenté buscarla rápidamente con la mirada pero no la veía. Me empezaba a poner nervioso, mi hija podría estar en peligro. Uno de los supervivientes a la masacre de William vino corriendo con furia hacía mi. Parecía un toro de los que vi por la televisión en casa de mi ex mujer. No sabía que hacer, echarme a un lado, saltar… No había tiempo para pensar. Me eché a un lado lo más rápido que pude y cuando pasaba junto a mi, le clave la espada en el lomo. Tuve que soltarla, ya que el animal iba con tanta velocidad que me arrastraba. El arma se le quedo pegada al cuerpo. Eso hizo que se enfureciera aún más. Se puso a dos patas y grito con todas sus fuerzas. Después volvió a su posición original y fue a por mi. Levantó su brazo, como el monstruo que me había atacado en el bosque. No tenía la espada para ponerla entre medio de mi cuerpo y su brazo, así que solo me quedaba una opción. Saqué las dos pistolas mientras el monstruo se movía lentamente hacía mi, con su brazo de púas levantado. Cargué la pistola y disparé. Una bala le dio en la cara, otra, en su brazo. Gimió de dolor pero siguió andando. Caminaba cada vez más despacio. Su respiración se hacía por cada segundo más entrecortada. Antes de llegar a darme, se cayó y se quedo muerto, postrado ante mis pies. Seguí luchando contra otros. Pude ver como un esqueleto corría con su zarpa en el brazo levantada hacia Gerald. Intenté ayudarlo. Corrí hacia él, empujando a montones de monstruos que se ponían en medio, pero era demasiado tarde, el esqueleto había llegado hasta su objetivo, quien no lo veía ya que estaba a su espalda. - ¡¡Gerald, detrás tuya, Gerald!!- grité intentando que se volviera hacia su contrincante. Cuando se dio la vuelta, la enorme zarpa había penetrado en su cuerpo. Los huesos relucientes de su agresor se mancharon de sangre. El monstruo había aprovechado el momento en el que su compañero Karl se le separaba de al lado para atacarle, y lo había conseguido. Todos fuimos a parar al esqueleto, antes de que volviera a meter en el cuerpo la zarpa. Karl, quien ya se había situado al lado de su amigo, mato rápidamente y con una rabia inexplicable a el esqueleto y se puso de rodillas en el suelo junto al herido. Le cogió la mano y empezó a hablarle. No pude oír muy bien lo que decían, solo entendí dos palabras, dos palabras que decía con la mayor sinceridad, dos palabras que el deseaba poder cumplir, dos palabras tan sencillas como estas: no morirás. Una tristeza me invadió por dentro. Deseaba que fuera verdad y que se pudiera recuperar, solo llevaba con esos tipos unas cuantas horas, quizás ya un día, y les había cogido cariño. El luchar a su lado para mi era y es un gran honor. Seguí luchando, todavía quedaban unos cuantos monstruos. La herida en Gerald hizo que todos recuperáramos fuerza y lucháramos con más furia. De repente rodeada de monstruos pude ver a Sanna subida en el camión, armada con una pistola en una mano y una espada corta en la otra. Tenía una cara de pánico dibujada. Nuestras miradas se cruzaron y pude oír sin que hablara que necesitaba ayuda. Cargué las pistolas y empecé a disparar a monstruos mientras me aproximaba al lugar donde se encontraba mi hija. No podía creer como podía haber echo eso. Si salía ilesa, lo que ojala pasara, le caería una buena, que eso no la dejaría ilesa. Arriesgar su vida por el caprichito de matar. Se cree que es un juego, pero no lo es, no lo es, no se parece en nada. Empecé a dar estocados con mi espada que había cogido del lomo del monstruo al que había matado hacía un rato. Cuando me deshice de todos los monstruos costosamente fulminé con la mirada a mi hija. Ella sintió más miedo de mi que de los monstruos o eso pude distinguir por su cara. La batalla había acabado, ya solo quedaban cadáveres de monstruos, ninguno vivo. Era una auténtica matanza la que habían realizado. Unos cincuenta cuerpos de monstruos tirados en el suelo muertos, y litros de sangre negra que había manchado todo. Rápidamente Jack se llevó a la tienda a Gerald para intentar curarlo. Yo cogí a mi hija por la ropa y la arrastré hacía nuestra tienda. Los demás se quedaron sentados al lado de lo que había sido la hoguera, ahora apagada por la multitud de pisadas de monstruo y alguna que otra de humano. Cerré la tienda para que nadie nos oyera, me senté junto a mi hija y empecé, como diría ella, a darle el sermón: - ¿ Como has podido realizar descabellada idea, eh señorita? - Es que tengo mis… - No tienes nada, eh. Estás loca para intentar arriesgar tu vida por una batalla. Tu te crees que esto es un juego, pero estas muy, pero que muy equivocada. - ¡Déjame explicarme, ¿vale?!- me gritó enfurecida. - Tu no me hablas con ese tono querida. Y ahora, aunque no se para que, explícate. - Mira, lo hice por la razón más simple del mundo. Porque te quiero. No quería que nada malo te pasará, no quería que nadie te matará. Sabes que he perdido a mama, aunque te importe una mierd… - Si que me impor…- intenté decir pero me interrumpió. - Aunque te importe una mierda, y que no me gustaría perder a otro miembro de la familia. Papa, eres lo único que me queda, ¿entiendes ahora por lo que lo hice?- Sanna se echó a llorar. Salió precipitadamente de la tienda. No la seguí, necesitaba estar sola. Me había herido los sentimientos, pero se que yo se los había herido a ella más. Me acosté y empecé a pensar en lo que quería a mi hija. Desde afuera pude oír como cantaban una canción: Cuando todo esta perdiiiiidoooooo. Cuando las voces se apaaaagaaaaan. Cuando los monstruos ya vuelven, ahí cuando está perdido. Los árboles se agitan, lloran a nuestros dioses. Quieren que traigan a nuestro pueblo, un héroe que nos de fuerza. La melodía triste seguía y seguía. Sabía lo duro que era todo esto para mi hija. Ella no podría sobrevivir mucho sin saber manejar un arma. Habría que enseñarle. Mañana sería un nuevo día. Mañana enseñaría a luchar a Sanna. Era una de las decisiones más difíciles, no estaba seguro de querer afrontarla, no por el bien de su hija, pero ya no había otra cosa que hacer. El arte de la espada era una técnica que conlleva años, y no tenían tanto tiempo. Le enseñaría lo más indispensable. En cuanto a las pistolas, eso era cosa de puntería, le resultaría más fácil que aprender con la espada. - Charlie, nos tenemos que ir, no hay que perder más tiempo. Dentro de una seis o siete horas aproximadamente estaremos en Alforg. No hay que perder tiempo, vamos- me apresuró alguien. No podía verlo, ya que todavía seguía con los ojos cerrados. Lentamente empecé a abrirlos, mientras me desperezaba y podía contemplar que el extraño de la otra noche que me salvó me estaba observando. Entonces no había sido todo una pesadilla. Entonces era verdad que mi ex mujer se había muerto, Anshiu, y lo más probable que los siete mundos, se hayan destruido, que anoche nos atacó unas hordas de monstruos y que tenía que enseñar a matar a mi hija. Pues vaya, preferiría seguir soñando. -¿Cómo narices sabe lo de Alforg?- le pregunté, pensando que se nos había unido a nuestro pequeño, pero pequeño ejercito. - Os voy a acompañar hasta allí. Luego, seguiré mi camino. - ¿No te nos vas a unir en nuestra pequeña cruzada? - Soy asesino. No guerrero que combate en grupo ni nada por el estilo. Aniquilo monstruos solitariamente y ayudo a necesitados supervivientes a este Apocalipsis infernal. Si quieres, ahora no porque no hay tiempo, después te explico un poco mi trabajo. - Sería un placer. La vida en Anshiu, desde nuestro origen hasta ahora. Ojala la primera persona que existió en Anshiu hubiera escrito todo, como era, lo que pasaba… así ahora podríamos ver la clara evolución, si es que la había desde aquel momento hasta ahora. Y que cada cosa que inventara nuestros antepasados, la escribieran. Así hoy esas cosas, aunque para ahora serían insignificantes, antes, cuando se inventaron eran furor entre la gente. Claro, eso si alguien existió. Claro, eso si hubo evolución. La verdad, es que no sabíamos nada del pasado, nada. Ya era tarde para empezar a escribirlo, ya que seguramente, no hubiera fututo ni para Anshiu, ni para los Siete Mundos, ni para toda la Ascerla, y puede que ni para todo el Universo entero. Ahora que lo pensaba, lo más probable era que la Tierra pronto fuera descubierta por los monstruos y destruida. Así hasta que no quedara nada.
  • 5. Pero entre todo ese caos oscuro y negro, que parece no tener fin, existe una pequeña, pero diminuta, estela de esperanza, que es a lo que hemos venido. A que esa estela diminuta de esperanza, se convierta en el mayor ejercito para derrotar a la gran plaga de horripilantes monstruos que asolan nuestras tierras. Existe una posibilidad de futuro. Por eso estaba dispuesto a narrar desde lo que pasara ahora en adelante. Lo escribiría todo, cada cosa por muy insignificante que fuera la escribiría, hasta el momento de su muerte. Por si había futuro, yo lo escribiría. Ahora no tenía tiempo para pararme a eso, pero por la noche, empezaría esa tarea. Tendría que suspender la cita con el forastero para que me narrara sus aventuras y objetivos. O no. Eso podría quedar bien en su libro. No la suspendería. Iría y anotaría todo. Me puse rápidamente unos pantalones de cuero y una camiseta de manga corta que William me había regalado de soldado. Salí de mi tienda, en la que, ahora caía en ello, mi hija no se encontraba. <<Esta niña>> En el exterior había movimiento. Vi a Gerald subiéndose ayudado por Jack y William al camión. Habían conseguido curarle. Se le veía tristón, pero mas sano que anoche, si es que a eso se le puede llamar noche. Casi todo el mundo cuando el sol daba ese color de luz amarillento decía que era de noche, aunque no hubiera oscuridad. Le habían vendado la herida. Karl daba vueltas de un lado a otro subiendo montones de materiales empaquetados, armas… a la parte trasera del camión verde típico de camuflaje. El forastero estaba sentado atrás del camión, con la multitud de objetos. Mi hija estaba a su lado conversando con él. No le dije nada, supuse que querría viajar con él en vez de conmigo en la moto. ¿Seguiría enfadada? Vauan estaba mirando la multitud de cadáveres de monstruos con rostro apenado. Me acerqué a él y le pregunté: - ¿ Te da pena matar bichos? - Son seres, tal como nosotros. Claro que siento pena. Ya que los he matado, los envió a un lugar seguro para que se refugien hasta el Fin. r En ese momento me di cuenta de que mi compañero era un gran creyente. Creía tanto en la vida después de la muerte como en la vida misma. Hasta creía que los monstruos tenían vida después de la muerte, encima les deseaba el paraíso. - Que Yalesiánc y Saleá os guíen por el buen camino, compartáis o no nuestro credo- continuó y después arrojó a sus cuerpos una especie de sal rojiza. Encima cree en los dioses. Eso era lo que menos compartía con él. Dioses, puaf, vaya mentira. Si existieran donde estarían ahora. Nos abrían abandonado. No, ya que entonces en vez de dioses serían ruines cobardes. Donde están los dioses cuando los necesitamos, en momentos como este, donde están. No compartiría nunca esas creencias con Vauan. Yo no tenía creencias. Para mi eran un pego. - Es hora de irnos, será mejor que subas al camión- le recomendé. - Les rezaré una plegaria de despedida y enseguida voy. Me subí en la moto y esperamos todos en nuestros puestos a que terminase nuestro compañero, cuando lo hizo y se subió en el camión, nos marchamos. Me molestaba mucho la idea de pensar en que nos íbamos a un lugar desastroso. Nuestros compañeros decían que era uno de los lugares más atestados de monstruos, que lo más probable es que hubieran salido de allí. Entonces, nos dirigíamos al centro del caos, a una muerte segura. Se me pasaban por la mente imágenes desastrosas: William, Jack, Karl… Sanna, todos muertos. Todos inertes en el suelo con muecas espantosas dibujadas en su cara. Un gran ejercito de los horripilantes bichos que anoche les habían atacado se dirigían hacía mi, que no podía moverme hacia ninguna dirección. Ni podía huir, ni podía luchar. Pero eso no pasaría, había sido mi mente la productora de esas imágenes, nunca pasaría eso, por lo menos eso creo. ¿Seguiría mi hija enfadada conmigo? Me atestaba la idea de que eso pasara. No tenía que haberme peleado de esa forma con ella. Todo lo que hace, lo hace por mi, porque ella me quiere, me ama, yo soy su padre, su héroe, o por lo menos eso debía de ser. Ella solo quería ayudar. Paramos un rato a descansar cuando ya solo quedaba una hora más o menos para llegar a nuestro destino, Alforg. Sanna estaba sentada en el borde de la parte de atrás de la camioneta, mirando tristemente al horizonte. En toda la mañana no había abierto la boca, ni había comido, solo había estado sentada al borde de la camioneta observando el vasto horizonte. Me acerqué a ella, era hora de disculparme, haber si así se le pasaba la tristeza y el enfado. - ¿Quieres una chocolatina?- le ofrecí sentándome al lado suya. - Gracias, pero no tengo hambre- dijo distraída, sin prestar atención. - No has comido nada desde la cena. - He dicho que no tengo hambre. Parece que cada vez que hablas es para enfadarme- explicó molesta, siguiendo con la mirada honda en el paisaje. - No era mi intención hacerte enfadar. Ni ahora ni ayer. Entiendo que pueda resultarte difícil to… - Tu no sabes nada. Ni me entiendes, ni me nada- me interrumpió mirándome por primera vez con rostro enfadado. Solo fue cosa de unos segundos, después cambio de vista rápidamente. - Sanna, por favor no te enfades, te lo ruego. Vengo a disculparme por lo de anoche, y creo que también por lo de ahora. Puede que no sepa nada, pero por eso hablo contigo, porque quiero saber, eres mi hija. Perdóname, te lo ruego de corazón, puede que no me haya portado bien, pero perdóname. Quiero saber cosas sobre ti para que la próxima vez no digas: tú no sabes nada, ni me entiendes, ni me nada, bueno eso es todo- tragué saliva para asimilar cual sería su contestación. Pero no contestó. Podía significar dos cosas: o le había llegado al corazón y me perdonaría, lo cual era lo que yo deseaba que pasara, o, en el peor de los casos, me diría que era la mayor gilipollez que había escuchado y que era un falso. Me miró fijamente con rostro amargo y dijo, con cara de no creerme: - Eres, eres… No me esperaba esto de ti, de todos menos de ti- el corazón me dio un vuelco ante aquellas palabras-, tu no eres el que se tiene que disculpar. Ahora mismo acabo de ver la luz y he descubierto que me he portado fatal contigo, perdóname tú- volví a la normalidad, estaba aliviado.- Sabes que llevo razón, no te rompas la cabeza negándolo. - Pero… -No hay peros, estamos en paz. Volvemos a la normalidad- dijo sonriéndome alegremente. Había vuelto a la normalidad.- Por cierto, ¿sigue hay la chocolatina? - Por supuesto- se la entregué contento y ella la devoró con una notable ansia. Me encantaba que Sanna volviera a sonreír. Para mi, era lo mejor que había pasado desde que llegamos. - ¿Puedo ir en la moto contigo?, es más rápida que este montón de chatarras- habló señalando al camión. - Claro, me agrada tu compañía. - Bueno, ya que estáis reconciliados podemos marcharnos,¿no?- preguntó William que acababa de aparecer. Nos subimos cada uno a su vehiculo y continuamos la marcha. -Bien, infórmame- dijo con una voz sobrenatural el horripilante mutante al monstruo humanoide que acababa de entrar por el gran arco de piedra de la cueva. La estancia era escalofriante, la cueva se encontraba débilmente iluminada por pequeños, pero muchos, lagos llenos de radiaciones. El verde de aquellos grandes charcos hacía que en la cueva se pudiera ver. Para los que necesitaran el sentido de la vista, ya que los allí presentes tenían en sus horripilantes ojos membranosos visión nocturna, que les permitía ver hasta en la más oscura de las oscuridades. Estalactitas y estalagmitas cubrían el t mismo, echo y el suelo de la cueva. De ellas no caía el agua típica, no, caía un agua verde completamente contaminada.. Zargus, el horrible mutante había vivido allí nada más ni nada menos que desde que cumplió los seis años. Su madre lo abandonó en un lugar cercano a aquella cueva. El, quién no tenía todavía saber del conocimiento entró en una cueva llena de radiaciones perjudiciales para la vida. Allí, se baño en aquella agua, bebió de ella y cazó y comió animales de los alrededores, casi todos contaminados de las grandes radiaciones que ese lugar emitía. Por eso, su aspecto cambió, y de ser un niño sin problema ninguno, mutó hasta transformarse en una auténtica bestia. Sus pequeños ojos marrones, agrandaron y se convirtieron en muchos pequeños cristales membranosos. Sus dientes blancos y rectos cambiaron hasta quedarse puntiagudos y separados. Su nariz alcanzó un grado más alto de olfato. Podía oler a su presa a kilómetros de distancia. Sus orejas se hicieron picudas y escuchaban mucho mejor. Su cuerpo cambió de piel, se le puso una piel como la de una serpiente. De las manos salieron grandes uñas de unos cinco centímetros, y de cada muñeca, una garra negra y afilada que era unos centímetros más larga que sus manos. Con ella, aprendió a cazar a su presa, como no tenía armas, utilizaba sus cuchillas y así cazaba algo que llevarse a la boca. En el cuerpo, le crecieron una especie de pelos afilados, que cortan a quien los tocase. Por lo demás seguía teniendo un rostro humanoide, aunque ya nunca volvería a ser una persona normal. Para él, había sido un don de los dioses haberle llevado hasta el único lugar contaminado de los siete mundos. Se sentía superior a los demás, tan superior, que hizo cosas horribles para el destino de la humanidad. Empezó a construir un ejercito gigante de mutantes. Su primer destino fue la aldea donde vivió. Allí capturo a todos los habitantes y se los llevó a la cueva, donde los arrojó a uno de los pozos. Así empezó todo. Pueblo tras pueblo, Zargus capturaba a los habitantes y los convertía en mutantes hasta que se cansó. En una de sus saqueamientos de pueblos… Zargus se aproximó ante el anciano que suplicaba por su vida, arrodillado a sus pies. - Porfavorporfavorporfavorporfavorporfavor- suplicaba llorando. - Levántate- hablo con grandeza. El otro cumplió rápidamente la orden. El mutante indicó un libro que había encima de una mesa semidestruida. El anciano cogió el libro y lo abrió de frente a su agresor. El leyó rápidamente y cuando vio que no le interesaba, le hizo una señal a su especie de esclavo para que pasara la página. Zargus lanzó un gesto de exclamación cuando vio la siguiente página. Cogió el libro con sus manos y con un rápido movimiento, mató a él anciano. << El ritual es de grado máximo. Los ingredientes principales son, el libro que está leyendo ahora mismo, un pentagrama de sangre pura, de un humano normal y una puerta. El primer paso es dibujar el pentagrama con la sangre humana. Cuando lo hayas terminado, pon una puerta en el centro. Recita el conjuro de las páginas ciento cincuenta, ciento cincuenta y uno, y ciento cincuenta y dos. La puerta estará abierta al mundo, donde con una simple llamada, acudirán como aliados tuyos y los podrás traer a tu mundo, para que gobiernes sobre ellos y cumplan tus ordenes>>. Cerró el libro bruscamente cuando terminó de leer. De ese modo, Zargus trajo a los siete mundos a él gran ejercito de monstruos que ahora, junto al de mutantes, arrasaban todo. - Aniquilaron a todos. Parece que ese pequeño grupo de humanos va a hacer estragos en tu ejercito. - Mátalos a todos. Que no quede ni uno vivo. - Hay un punto débil en el grupo. Mientras observaba la batalla, pude ver que uno de los hombres tiene una hija. Si le pasara algo… - Me da igual lo que hagas, acaba con ellos. Bueno, cambiando de grupo. Como te va con los Renegados. - Hace dos días mandé una horda a buscar su escondite. Lo intentamos por todos los medios, pero… Nada, el escondite no lo encontramos. Pero, volviendo, cuando pasamos por Alforg, vimos un gran grupo en una casa. Éramos pocos comparados con ellos, así que nos retiramos. - ¡Ahhh!, eres un inútil. Vuelve a Alforg con cuatro hordas y acaba con esos patéticos humanos. No quiero hablar más. Retírate y vete directamente hacia tu destino. El monstruo humanoide se fue.
  • 6. Les sacábamos mucha ventaja a los demás. La moto iba a tanta velocidad que casi no podíamos distinguir el paisaje de nuestro alrededor. En cierto modo era mejor, ya que para contemplar un paisaje desolador, era mejor verlo todo borroso. No podíamos hablar, ya que la fuerza del viento nos golpeaba tan fuerte que nos costaba mucho abrir la boca, y mucho más escuchar. Íbamos por las afueras de Alforg. Allí era, ahora lo más probable que no estén, donde están las casas, o mejor dicho, chabolas que componen el barrio pobre de la ciudad. Los pobres, los leprosos, las rameras, los mercenarios… componían ese barrio. Calles oscuras y peligrosas, donde se trapichea con drogas, se vende el cuerpo y se compra. Una calle entera estaba dedicada al tráfico; de armas, de drogas, de esclavos, de mujeres. Los recuerdos me sucumbieron por dentro. Yo había nacido en uno de esos barrios pobres, pero no uno de los de aquella ciudad, no, uno de Lascril, la gran capital de Anshiu. Allí, ese tipo de barrios eran mucho peores; cada día ocurrían dos o tres asesinatos, los robos eran frecuentes, y si no estabas unido a algún grupo de mercenarios que te protegieran, te hicieran ganar reputación y te libraran de una buena, podías aparecer muerto en un carro de paja. Mi madre murió en el parto al tenerme. Mi padre, como casi todos los habitantes, murió de una gran sobredosis cuando cumplía doce años. Yo no quería vivir con esa vida, así que me fui, no sabía donde pero me fui, sin rumbo. Pasado un tiempo, a los trece, encontré un portal hacia otro mundo, un mundo futurístico, donde los edificios se elevaban altamente hasta perderse entre las nubes. Donde no había sitio ni para las plantas ni para los animales que no estuvieran hechos de latas. Los hombres gobernaban vagamente sobre el gran gobierno de las máquinas, que sobrevivían como esclavos. Ziarant. Ese era el nombre que recibía el mundo futurístico. Grandes empresas se debatían el poder. Allí pasé varios años trabajando de creador de robots de grado1, unos robots dedicados a tareas domésticas. Mi sueño era viajar por los siete mundos y un día lo tuve al alcance de mi mano, o eso creía en un principio yo. Me dejé engañar por dos astutos hombres que me dejaron en el planeta Tierra desamparado, solo, sin ninguna oportunidad de volver a Ziarant. Allí, en la Tierra, me casé y tuve la hermosa hija que hoy es Sanna. Pero con el tiempo hubo problemas en mi matrimonio y nos divorciamos. Ella se quedó con todo, lo único que me dejó fue el ver dos veces por semana a mi hija y una piedra azul brillante. Me dijo que me la llevara y que no la trajera nunca más a esta casa. Eso hice y descubrí que me llevó a Anshiu donde viví hasta este momento. Nunca me pregunté porque mi mujer tendría esa piedra, pero bueno, que tontería eso de pensar en mi vida ahora.