1. OPCIÓN POR LOS POBRES
Jon SOBRINO
Koinonia Relat 251
La opción por los pobres ha surgido en América Latina, continente mayoritariamente pobre y
cristiano. Puebla la remite a Medellín, “que hizo una clara y profética opción preferencial y solidaria por
los pobres”, (n. 1134) y consagra la expresión «opción preferencial por los pobres” en el contexto de la
misión evangelizadora de la Iglesia. Con esa opción se quiere indicar tanto el destinatario como el
contenido de la evangelización:
La opción preferencial por los pobres tiene como objetivo el anuncio de Cristo salvador que los
iluminará sobre su dignidad, los ayudará en sus esfuerzos de liberación de todas las carencias y los
llevará a la comunión con el Padre y los hermanos, mediante la vivencia de la pobreza evangélica (n.
1153).
La fundamentación de la opción está en la evangelización del mismo Jesús (n. 1141) y en la defensa
y amor de Dios hacia ellos por el mero hecho de ser pobres (n. 1142); históricamente está exigida «por la
realidad escandalosa de los desequilibrios económicos en América latina” (n. 1154). En cuanto opción
pastoral, esta opción es preferencial, no excluyente; no significa, por tanto, desatender la evangelización de
otros, aunque se insinúa que incluso para la evangelización de los que no son pobres esta opción es muy
importante y necesaria:
El testimonio de una Iglesia pobre puede evangelizar a los ricos que tienen su corazón apegado
a las riquezas, convirtiéndolos y liberándolos de esta esclavitud y de su egoísmo (n. 1156).
Esta opción, por último, aunque formulada por la Iglesia latinoamericana, ha alcanzado validez
universal. Así se reconoce en el sínodo extraordinario de obispos en 1985 o en la Congregación General
XXXIII de la Compañía de Jesús en 1983.
La opción por los pobres significa una importante novedad en la determinación de la misión de la
Iglesia; su novedad e importancia, sin embargo, van más allá de lo misionero-pastoral. La determinación
del destinatario preferencial de la misión de la Iglesia desencadena una lógica y un dinamismo que lo
permea todo, de modo que la opción por los pobres no se reduce a determinar el destinatario de la misión,
sino que configura todo el hacer y ser de la Iglesia, su fe, esperanza y caridad; se presenta incluso como
una forma de vivir y actuar en este mundo y de ser simplemente un ser humano. Así se desprende ya del
documento de Puebla. Alrededor de la opción por los pobres, Puebla menciona cómo el destinatario hace
repensar lo que es su evangelización, repensar la vida interna de la Iglesia y sus estructuras, repensar la
dirección del proceso evangelizador, pues una Iglesia que evangeliza a los pobres se encuentra
evangelizada por ellos. Al fundamentar su opción en Dios y en Cristo, se ve objetivamente forzada a
repensar quién es ese Dios y ese Cristo.
La opción por los pobres es, pues, mucho más que la determinación del destinatario; tiene la
virtualidad de hacer replantear la totalidad de lo eclesial, de la fe y de lo humano. La opción por los pobres
es una opción por una vida y una fe. Y desde este punto de vista queremos enfocar estas páginas. Pero
2. para ello hay que determinar qué se entiende por pobres, qué pobres reales son aquellos por los que hay
que optar, de tal manera que optando por ellos se desencadena un proceso no sólo pastoral sino
totalizante, jerarquizante y salvífico, un proceso que configura todo lo eclesial, toda la fe y todo lo
humano. Y el presupuesto último de este enfoque es -digámoslo desde el principio- que esta opción por
estos pobres es lo que tiene mayor capacidad de planificar al ser humano y de humanizar la historia.
I. LOS POBRES POR QUIENES HAY QUE HACER LA OPCIÓN
En el lenguaje cristiano y teológico, también en el lenguaje de Puebla, el término “pobre” puede
describir realidades muy diversas. Se puede hablar así, en positivo, de pobreza espiritual, de empobrecimiento
para acompañar a los pobres. Ese significado de pobreza es real y es muy importantes que exista su
realidad. Describe la subjetividad interior de los seres humanos que se abren a Dios o el proceso de
intentar asemejarse a los pobres reales. Pero, siendo esto sumamente importante y necesario, esa pobreza
no es aquella de que se habla en la opción por los pobres; y es peligroso si desde ella se quiere determinar
a los pobres de la opción y a la opción por los pobres.
El analogatum princeps de pobres, y los pobres de los que se habla en la opción, son antes que nada y
en directo aquellos seres humanos para quienes el hecho básico de sobrevivir es una dura carga, para quienes
dominar la vida a sus más elementales niveles de alimentación, salud, vivienda, etc., es una ardua tarea y la
tarea cotidiana que emprenden en medio de una radical incertidumbre, impotencia e inseguridad. Pobres
son aquellos encorvados, doblegados, humillados (anaw) por la vida misma, automáticamente ignorados y
despreciados por la sociedad. Estos son los pobres tal como de ellos se habla en los profetas y en Jesús.
En lenguaje actual, «pobres» son en primer lugar los socio-económicamente pobres, lenguaje que no
debiera sorprender ni ser tachado de ideologizado, pues lo que está detrás de lo socio-económico es el
oikos, el hogar, y el socium, el compañero; es decir, las dos realidades fundamentales para todo ser humano:
la vida y la fraternidad.
Junto a esta pobreza existe también la socio-cultural, que hace que la vida sea dura carga. Existe la
opresión y discriminación racial, étnica y sexual. Muy frecuentemente, por el mero hecho de ser negro,
indígena o mujer, la dificultad de la vida se agrava. Esta dificultad añadida es teóricamente independiente
de la realidad socio-económica, pero con gran frecuencia, al menos en el Tercer Mundo, acaece dentro de
la pobreza socio-económica, con lo cual estos seres humanos son doblemente pobres. Visto el mundo
actual como un todo, no cabe duda de que la pobreza socio-económica es lo que mejor describe la
pobreza en el mundo, agravada además por la opresión proveniente de determinadas discriminaciones.
Hay que agradecer a Puebla que expresase esta realidad con sumo vigor y sin ninguna ambigüedad.
Puebla describe los rostros concretos en que se expresa -«la situación de extrema pobreza generalizada» (n.
31)- de la siguiente manera: niños golpeados por la pobreza antes de nacer, jóvenes frustrados en zonas
rurales y suburbanas, indígenas marginados y que viven en situaciones inhumanas, campesinos sin tierra y
sometidos a la explotación, obreros mal retribuidos y privados de sus derechos, marginados y hacinados
urbanos frente a la ostentación de la riqueza, ancianos marginados y abandonados... (nn. 32-39). Estos
rostros concretos expresan “la situación de inhumana pobreza en que viven millones de
latinoamericanos», lo cual es juzgado como «el más devastador y humillante flagelo» (n. 29). Este es el
significado primario de pobres por los que hay que hacer la opción. Los pobres de la opción no son
-como subrepticiamente se los quiere reinterpretar- el simple ser humano, metafísicamente limitado,
carente, necesitado y sometido al sufrimiento. Nada de esto se niega, obviamente, en la opción por los
pobres. Pero esos pobres no son los pobres de la opción. Pobre no es simplemente el homo doliens, sino
aquel que más se parece al no-hombre. Dicho en lenguaje teológico, la pobreza de la que aquí se habla es
aquella que va en contra de] primigenio plan de Dios en la creación, un mínimo o un máximo, según se
mire: el mundo de la pobreza, mayoritario en el Tercer Mundo, significa que la creación de Dios no ha
llegado a ser; que la vida no es lo que está in possessione en la humanidad.
Los pobres de la opción son, además, históricamente pobres; son los empobrecidos por otros. Pobreza
no es mera carencia, no es mera dificultad de dominar la vida, sino dificultad de vivir causada por otros e
ignominia añadida introducida por otros. Pobreza entonces es pecado, “clama al cielo” (Medellín, justicia
1), «es contrario al plan del Creador y al honor que se merece”, (Puebla 28). Y los pobres son
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3. Jon Sobrino
dialécticamente pobres. Históricamente, pobre dice relación intrínseca a opresor; dialécticamente, dice
relación intrínseca a rico. Puebla asienta la flagrante y creciente diferencia entre ricos y pobres: «La verdad
es que va aumentando más y más la distancia entre los muchos que tienen poco y los pocos que tienen
mucho» (Mensaje). Pero, además, da la razón: existen «ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez
más pobres» (n. 30). Hay pobres porque hay ricos, y hay ricos porque hay pobres. Pobreza es entonces no
sólo carencia de vida, no sólo injusta carencia de vida causada por los opresores, sino que es también la
negación formal y más radical de la fraternidad, del ideal del reino de Dios. Como las raíces de la opresión
son estructurales, esta pobreza, histórica y dialéctica, se hace masiva y duradera; no es casual y exige
cambios profundos de las estructuras (Puebla 30).
Los pobres de la opción son, por último, una realidad política, aspecto menos explicitado que los
anteriores en la Escritura y el magisterio, pero no por ello menos real. Su masividad -pues se trata de
pueblos enteros pobres-, lo objetivamente insostenible de su situación y la conciencia que van adquiriendo
de la pobreza y sus causas, la esperanza que se va generando entre ellos de que la vida es posible y de que
hay que luchar por ella, suponen un potencial político que se está actualizando en los países del Tercer
Mundo. Pero en la medida en que se actualiza ese potencial, los pobres están sujetos no sólo a la opresión
empobrecedora sino también a la represión, como afirma Puebla inmediatamente después de describir los
rostros de los pobres (cf. nn. 40-43). De esta forma, pobreza adquiere otra connotación: los pobres que
quieren dejar de serlo son frecuentemente reprimidos y asesinados- se asemejan al siervo de Yahvé que,
por intentar implantar la justicia, sucumbe bajo la represión.
Los pobres por los que hay que hacer la opción se definen, por tanto, en relación a algo sumamente
negativo: la ardua dificultad de dominar la vida en lo más elemental de ella. Esto hay que recalcarlo porque
el lenguaje trata de ocultarlo y tiende a plantear la realidad de la pobreza desde otra perspectiva positiva. Se
habla así de «países en vías de desarrollo», con lo cual -sea cual fuere la verdad histórica del desarrollo se
relaciona pobreza con algo positivo. No se niega, por supuesto, que la pobreza exija éticamente el
desarrollo, es decir, el salir de ella. Pero en su realidad histórica, la pobreza dice primariamente otra cosa:
esta en vías de muerte. Quizás en lugares industrializados la pobreza pueda ser descrita en relación a lo
positivo, en relación a un bienestar no alcanzado todavía, pero que se piensa posible y probablemente
alcanzable. Pobreza apunta a lo positivo que se piensa poder conseguir. Pobres son los que todavía no han
alcanzado el bienestar, pero están en vías de alcanzarlo. En el Tercer Mundo, sin embargo, pobreza
apunta, antes que nada, a lo negativo de lo que hay que huir. En las conocidas palabras de G. Gutiérrez,
«pobres son los que mueren antes de tiempo», aquellos que se acercan a la muerte lentamente, debido a
estructuras injustas que privan de vida, en sí mismas «violencia institucionalizada” (Medellín, Paz 16), y
aquellos sometidos a la muerte rápida y violenta cuando intentan liberarse de su injusta pobreza. Pobreza
se relaciona entonces con muerte.
Esto es lo que significa pobreza cuando se habla de opción por los Pobres. No se niega que haya
otros significados de pobreza, importantes y necesarios para la realización plena de la vida cristiana; pero
se afirma que, cuando se habla de opción por los pobres, se habla de estos pobres. El añadir «preferencial”
a la opción -añadidura que tiene sentido en la pastoral- no deja de ser una ironía en la humanidad actual en
la que dos terceras partes o más de ella son ese tipo de pobres; y la mirada al futuro, desgraciadamente, los
hace aumentar en número. El que se hable de «opción» tiene su importancia. Históricamente al menos
supone que hacer de estos pobres el destinatario de la misión de la Iglesia para liberarlos de su pobreza no
ha sido práctica habitual ni sigue siendo fácil ni evidente. Se intuye, además, que tomar en serio a ese
destinatario es una exigencia grave, costosa y conflictiva; es por ello una decisión honda que hay que hacer
en presencia de otras posibles decisiones más tradicionales, conocidas y fáciles; por ello tiene sentido
hablar de «opción». Se intuye, por último, aunque esto se va comprendiendo en la medida en que se
realiza, que la opción por estos pobres, si quienes optan se introducen en la dinámica histórica que genera
esa opción, va mucho más allá de la determinación del destinatario de la misión y el contenido y método
de ésta. La opción por estos pobres llega a abarcar todas las dimensiones del creyente y del ser humano;
no sólo la dimensión eclesial, sino la dimensión de la fe y de la salvación. Esto es lo que queremos analizar
a continuación.
II. DIMENSIÓN HUMANO-CREATURAL
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4. La opción por los pobres es antes que nada algo con que se confronta cualquier ser humano por el
mero hecho de serlo; funge –lógicamente como preámbulo a cualquier fe explícita. Es una fe
antropológica en el sentido que da al término Juan L. Segundo y en ese sentido es también una apuesta.
La opción por los pobres es un contenido de la revelación de Dios, pero para descubrirla como tal
se necesita con anterioridad lógica -aunque históricamente eso siempre se realiza dentro del círculo
hermenéutico- una opción al nivel humano-creatural. El hecho de que la revelación haya sido interpretada
tan frecuentemente al margen de la opción por los pobres -y lo mismo ocurre con la liberación, declarada
ahora como central al mensaje evangélico, pero tan ignorada en la historia- lo muestra claramente.
Con ello queremos decir que la opción por los pobres es necesaria para comprender la revelación, y
lo es porque se realiza al nivel humano-creatural con necesidad, por acción u omisión. Detengámonos, por
tanto, en el análisis humano-creatural de la opción. Para hacerlo de forma gráfica y breve, enunciaremos
algunos textos de la Escritura como dirigidos a todo ser humano.
1. «La cólera de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad e injusticia de los hombres que
aprisionan la verdad en la injusticia» (Rom 1,18). Esta afirmación paulina dice que no es nada fácil ver la
verdad de las cosas y que existe, más bien, una intrínseca concupiscencia a aprisionar esa verdad. Llegar a
conocer la verdad de la realidad, respetar la verdad de lo que las cosas son es entonces conversión y
conversión primaria ante la tentación de tergiversar y someter la verdad. En negativo afirma Pablo lo que
ocurre cuando se da el sometimiento de la verdad. En lenguaje teológico, aparece la cólera de Dios, la
realidad se opaca y no revela a Dios, el corazón del hombre se entenebrece y Dios le entrega a toda suerte
de abominaciones. En lenguaje histórico, la realidad clama y protesta, pero se oculta su verdad más íntima,
el ser humano se ciega y se deshumaniza. Y esto vale, en el fondo, para todos: gentiles y judíos.
En este contexto la opción por los pobres afirma en primer lugar que la verdad de la realidad de
nuestra historia se transparenta más desde los pobres, tal como se les ha descrito, que desde ellos se llega a
conocer lo que es más flagrante de la historia y la totalidad de nuestro mundo. Afirma por ello -aunque en
un primer momento es una apuesta- que desde ahí hay que ver la realidad y que, históricamente al menos,
el llegar a ver la realidad desde ahí es conversión, es hacer contra otras perspectivas desde las cuales llegar
a conocer la verdad: poder, humanidad universalizada y abstracta, el más allá, etc.
Estas afirmaciones nada tienen de puramente teóricas. El mundo de hoy -y su propaganda- hace
todos los esfuerzos posibles para que no aparezca la verdad de la realidad. Intenta hacer creer que el ser
humano es el del Primer Mundo, del cual participarían analógicamente, para su propia humanidad, la
mayoría de seres humanos en el Tercer Mundo. Intenta tergiversar la realidad de los pueblos crucificados
convirtiéndolos en países en vías de desarrollo; situaciones inhumanas, como las de los países
centroamericanos, en democracias incipientes. Intenta explicar en términos ideológicos el problema
fundamental del mundo de hoy, cuando en la realidad es un problema de vida y muerte.
Desde los pobres se ve mejor el mundo como es, no se aprisiona su verdad. Pero como esa
realidad es pecado y como el pecado busca siempre ocultarse, pasar desapercibido o incluso hacerse pasar
por lo contrario, llegar a ver el mundo desde los pobres es también conversión; objetivamente, en contra
de las apariencias, y subjetivamente, en contra del propio interés que busca hacer coincidir la realidad con
lo deseable para uno. La opción por los pobres es, pues, antes que nada, una opción por la verdad, por ver
la realidad de este mundo tal cual es, una conversión epistemológica radical y una apuesta -verificada
después- de que desde los pobres se transparenta mejor la verdad del mundo.
2. «Un samaritano que iba de camino llegó junto al herido, y al verle tuvo compasión; y,
acercándose, vendó sus heridas... » (Lc 10, 33ss). A la ultimidad de la visión de la realidad desde los pobres
corresponde la ultimidad de la reacción hacia los pobres. Todo ser humano -Judíos ortodoxos o
samaritanos herejes- se encuentran con un herido en el camino y ante él sólo hay dos reacciones posibles:
o pasar de largo e ignorarlo o acercarse a él, curarle y llevarle a lugar seguro. Esto último es el contenido
de la opción por los pobres. Sus mecanismos serán diversos, asistenciales, promocionales o estructurales,
según el herido sea un individuo o pueblos enteros tendidos en el camino que esperan salvación. La
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5. Jon Sobrino
opción por los pobres insiste en el Tercer Mundo en la perentoria necesidad de esto último por el carácter
estructural de la pobreza. Pero lo que ahora interesa recalcar es la ultimidad de la reacción hacia el pobre.
Jesús menciona la parábola para explicar cuál es el mayor de los mandamientos, pero el contenido
de la parábola no basa la reacción del samaritano en que quisiera o tuviera que cumplir un mandamiento,
sino en algo más primigenio: en la compasión y misericordia que siente ante el herido. «Movido a
compasión”, se dice de él. El ser movido por la miseria ajena interiorizada en lo más profundo de uno
-esplaginzomai: reaccionar porque se revuelven las entrañas- y que esa miseria mueva a una acción salvadora
es algo último que posee su propia evidencia o no la posee.
Opción por los pobres es, entonces, reaccionar con ultimidad a la miseria y reaccionar por la única
razón de que ésta se ha hecho presente ante uno. No es un mandamiento, algo que hay que hacer porque
está mandado, ni algo que se hace evidente sobre la base de otra realidad exterior a la miseria misma. Es,
más bien, una forma primaria de reaccionar ante la realidad.
3. «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a
uno y despreciará al otro» (Mt 6, 24). Esta cita de Jesús muestra la necesidad de elegir y de elegir entre
realidades objetivas que son en sí mismas excluyentes y duélicas. No se puede servir al pobre y a sus
empobrecedores, a las víctimas y a sus verdugos. La razón última de que la opción sea de este tipo no está
en la subjetividad de quien opta; la opción no se opone, por tanto, a una intención amorosa universal a
todos, pobres y empobrecedores, aunque se deberá expresar en forma muy distinta. La razón está en lo
objetivo de la opción. Pobres y empobrecedores son excluyentes unos de otros; más aún, coexisten en
relación duélica, unos hacen contra otros. Es claro que los empobrecedores hacen contra los pobres, y es
claro que los pobres -por su misma realidad y más cuando toman conciencia de ella- hacen contra los
empobrecedores en cuanto empobrecedores, sea cual fuere su actitud hacia ellos como seres humanos.
Optar por los pobres significa entonces encarnarse en un conflicto objetivo de la historia,
disponibilidad a aguantar las consecuencias del conflicto y a aguantar la sorpresa y el escándalo de que el
verdugo triunfe o parezca triunfar sobre la víctima. Esto no se deduce necesariamente de una teoría que
absolutice el conflicto, vea en él el motor de la historia y el camino para la planificación de ésta. Se deduce
de la misma historia de la revelación y de la experiencia cotidiana. La opción por los pobres no es en sí
misma conciliatoria, aunque se espera que lleve también a una verdadera reconciliación; no es algo
pacífico, aunque se espera que lleve también a una verdadera paz. Es más bien una verdadera opción que
lleva a quien la hace a encarnarse en el conflicto de la historia y exige de él disponibilidad a mantenerse en
él y fortaleza para asumir las consecuencias.
4. «Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre... porque tuve hambre y
me disteis de comer..."» (Mt 25, 31-46). La opción por los pobres es un modo de ver la historia, de
reaccionar hacia ella y de encarnarse en ella; pero es también la manera de llegar a vivir como ser humano.
Es salvación. En la parábola del juicio final, en la que están presentes «todas las naciones», se afirma qué es
lo que lleva a la salvación última. Pero si no se entiende ésta extrinsecistamente en discontinuidad con la
vida presente, se afirma también lo que significa vivir ya como seres humanos salvados, vivir ya con
sentido. La salvación de la propia vida y el sentido de la vida en el presente se decide en la opción por los
pobres. La condenación futura y el sin sentido presente se decide en una opción al margen de los pobres
que en el fondo es siempre contra ellos. Y no hay nada fuera de esa opción por los pobres en lo que en
definitiva se decida la salvación. Hay salvación cuando se opta por los pobres en cuanto tales, sin que
ninguna otra cualificación en ellos tenga que forzar la opción; se opta porque tienen hambre, sed,
desnudez, enfermedad, cautividad. Y el hecho mismo de optar por ellos, de ayudarles y servirles,
independientemente de la conciencia explícita con que se haga eso -«Señor, ¿cuándo te vimos
hambriento...?»-, produce salvación y hace vivir como seres humanos salvados.
La opción por los pobres es salvación porque es amor y es un amor que descentra al ser humano.
Según la afirmación de Jesús, el que quiere ganar su vida la pierde y el que la pierde la gana. Quien
organiza su vida alrededor de sí mismo, de su grupo, partido, institución, Iglesia, por muy comprensible
que eso sea, por muy importantes que sean las preguntas por la propia salvación y por las propias
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6. necesidades, no deja de tener una concepción egocéntrica -que frecuentemente degenera en egoísta- de la
vida; quiere ganar la vida en directo, y la pierde. Pero quien organiza su vida alrededor del otro,
olvidándose de sí mismo, la gana. El pobre es el prototipo del otro, al que se va simplemente porque
representa alteridad y discontinuidad con respecto a uno mismo, al que se va sin esperar nada para uno
-aunque después se reciba-. Ese amor realmente descentrado que exigen y posibilitan los pobres es, en
último término, lo que hace que la opción por ellos pueda ser salvación.
Afirmar que la opción por los pobres es salvación es, además, afirmar que la salvación es posible; es
apostar por la esperanza en la historia, que la última palabra de la historia es bendición y no condenación.
Afirmar que de los pobres es el reino y que quienes optan por ellos entran en el reino es la forma de
aceptar que en la historia hay un sentido último contra muchas apariencias; es una forma de fe que mueve
a optar, fides qua, pero que posee también un contenido, fides quae, explícito o implícito: hay salvación.
La opción por los pobres es, pues, antes que nada, una opción con la que se confronta todo ser
humano por el mero hecho de serlo; es una forma de ver la realidad, reaccionar ante ella, encarnarse en
ella y vivir como ser humano con sentido, salvado. Esta opción, por ser humano-creatural, es lo que más
radicalmente divide a la humanidad y también lo que genera comunión entre seres humanos. En palabras
de monseñor Romero, divide porque «ahí se le presenta a la Iglesia, como a todo hombre, la opción más
fundamental para su fe: estar en favor de la vida o de la muerte» (discurso de Lovaina, 2 de febrero de
1980). Pero monseñor Romero creyó también que alrededor de la vida de los pobres se genera comunión
entre los seres humanos en cuanto tales y su argumentación para ello estaba al nivel de lo radicalmente
humano. «Que no se olvide que somos seres humanos», decía para motivar a la solidaridad de todos. «Es
preciso defender lo mínimo que es el máximo don de Dios: la vida”, decía para mencionar la tarea
fundamental de todo ser humano.
III. DIMENSIÓN TEOLOGAL
Recalcar lo humano-creatural de la opción por los pobres nos parece importante para enfatizar su
radicalidad y ultimidad. Lo humano, sin embargo, se da siempre también de forma historizada en
tradiciones, religiones, ideologías. la reflexión sobre la opción por los pobres acaece, pues, en un círculo
hermenéutico: desde lo humano y desde tradiciones en que se vive lo humano. Las religiones abrahámicas
y ciertamente la fe cristiana tienen como contenido esencial la opción por los pobres, la justicia, la
liberación, etc. Y lo fundamentan en la misma revelación y realidad de Dios. Comencemos, pues,
analizando la dimensión teologal de la opción por los pobres como correlato más inmediato a su
dimensión humano-creatural.
En la tradición bíblica Dios se revela en y a través de una opción. Para dar razón de la elección de
un pueblo, de la encarnación o de la muerte de Jesús en la cruz, sólo se puede apelar al eterno designio de
Dios, a la libre autodeterminación de Dios de mostrarse así y no de otra manera. Y en esto consiste la
especificidad del conocimiento bíblico de Dios: en conocerle en la medida en que él se da libre y
concretamente a conocer.
La teología cristiana acepta este hecho y tiene necesariamente que aceptarlo, pues ella misma está
basada y centrada en un libre designio de Dios. Quizás pueda, por ello, estar dispuesta a aceptar la
terminología de “opción» de Dios; pero es más reacia a aceptar la «opción por los pobres» del mismo Dios, la
parcialidad de Dios en su revelación, el que se revele a unos y no a otros, incluso en favor de unos y en
contra de otros. La universalidad de la revelación y del amor de Dios -y, en la práctica, otros intereses-
parecen peligrar si se habla de parcialidad de Dios, aunque no peligraría al mencionar el concreto designio
de DIOS. La parcialidad de Dios en su revelación es, sin embargo, algo fundamental en la Escritura. Dios
se revela como quien hace una opción por los pobres y esa opción es mediación esencial de su revelación.
En el hecho fundante del pueblo de Dios está un acto parcial, la liberación de Egipto, a través de la cual
Dios se muestra como él es. No se puede separar revelación del nombre de Dios -como revelación
«universal»- y voluntad concreta liberadora de Dios. Este acto fundante es parcial. Dios no se revela a
todos por igual, a los israelitas y al faraón. Y la razón de esa parcialidad está en el sufrimiento y opresión
de un pueblo. Que Dios quiera además elegir a ese pueblo, que haga una alianza con él, que le exija que le
dé culto, son todas cosas verdaderas. Pero la razón por la que se revela a ese pueblo es otra:
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7. Jon Sobrino
Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto y he escuchado el clamor que le arrancan
sus capataces; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para liberarle de la mano de los egipcios
y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa (Ex 3, 7ss).
Esta parcialidad de Dios permanece una constante en el AT, aunque unas tradiciones la subrayen
con más fuerza que otras. En los profetas Dios llama “mi” pueblo a los oprimidos dentro de Israel, no a la
totalidad del pueblo. En los salmos se dice: «Padre de huérfanos y viudas es Dios» (Sal 68, 5). Oseas dice:
«En ti el huérfano encuentra compasión» (Os 14,3), lo cual ha sido reconocido como la confessio veri Dei en
el AT. Yahvé es el Go'el de Israel porque defiende al pobre. En el NT Jesús anuncia la buena noticia del
reino de Dios a los pobres y únicamente a los pobres. Así lo afirma en las bienaventuranzas (versión de
Lc), en el discurso inaugural en la sinagoga de Nazaret; y así lo defiende en las parábolas contra sus
detractores.
Esa parcialidad de Dios es un hecho, pero es además un hecho revelatorio de la misma realidad de
Dios, no sólo ocasión para que Dios se revele. Dios no sólo hace una opción por los pobres, sino que a
través de ella se muestra como Dios, de modo que si desaparecieran de la Escritura los pasajes sobre esa
opción quedaría una imagen desleída y muy distinta de la realidad de Dios. La capacidad revelatoria de la
opción de los pobres se muestra tanto en el contenido de lo que es Dios como en su dimensión de
misterio trascendente. La opción por los pobres concretiza el «amor» de Dios -su última definición- como
justicia que sale en favor del oprimido y como ternura que se deja afectar por el sufrimiento causado a lo
débil, pequeño e indefenso. Y la opción por los pobres es una forma de mantener el misterio de Dios, el
que así es Dios por ser Dios. Ese ser así de Dios es lo impensado por la razón natural y lo no querido por
la razón pecaminosa-opresora. El así de Dios trasciende las expectativas del hombre natural e incluso la de
los pobres -recuérdense los afanes de Jesús por convencer a los pobres de la bondad de Dios- a quienes se
les ha introyectado otra idea de Dios. Ese ser así de Dios muestra el misterio de Dios porque para ello no
hay ninguna razón que pudiera inventar la razón lógica. La opción de Dios por los pobres no encuentra su
justificación, como lo pretende la razón lógica, en la calidad personal, ética o religiosa de los pobres, como
recuerda Puebla (n. 1142), sino simplemente en que son pobres y en que así reacciona Dios. La opción de
Dios por los pobres -análogamente a la visión paulatina de que Dios se revela en la cruz- es una forma -e
históricamente una forma muy eficaz- de expresar la trascendencia de Dios. Tiene, pues, una capacidad
revelatoria. “La pasión de Dios por los pobres» (L. Boff) le revela como Dios, y desde ahí, y no al margen
de esa parcialidad, habrá que conocerlo como el Dios universal.
IV. DIMENSIÓN CRISTOLÓGICA
Cristo, definitivo mediador de Dios y definitivo hombre, historiza y lleva a plenitud lo dicho en los
dos apartados anteriores. Historiza la opción de Dios por los pobres y lleva a plenitud la opción que todo
ser humano debe hacer por ellos. La opción por los pobres está en el comienzo de su actividad: su misión
consiste en anunciar la buena noticia del reino de Dios a los pobres; y al final de su vida pronuncia el
discurso sobre la salvación definitiva que se juega en la opción y sólo en la opción por los pobres. El
contenido de esa opción y lo que tiene de opción proporciona lógica interna a la vida, actividad y destino
de Jesús. Recordemos brevemente la estructura fundamental de la opción de Jesús llevada a cabo por él
mismo, exigida a sus seguidores y que posee valor permanente para el cristiano a lo largo de la historia.
Jesús presenta una visión de la historia desde los pobres que trastrueca visiones tradicionales y
convencionales: de los pobres, de los despreciados, de los indefensos, de las víctimas es el reino de Dios;
no de sus opresores y verdugos. Esa es la buena noticia que hay que anunciar como la verdad última de la
historia contra todas sus apariencias. Al servicio de esa buena noticia Jesús pone signos que la muestran
como verdad: realiza curaciones, expulsa demonios y acoge a pecadores y despreciados. Estos son signos
-aunque sólo signos- de que el reino se acerca a los pobres. Son signos benéficos que salvan de
necesidades concretas a los débiles y despreciados. No son la salvación -término técnico en singular que se
fraguará después en el NT-, sino salvaciones plurales de necesidades plurales que afectan al cuerpo y al
alma. Y son signos no solo benéficos sino liberadores, pues las enfermedades, las posesiones diabólicas y,
ciertamente, la pobreza y la Indignidad social se atribuyen a fuerzas opresoras que todo lo permean, sea
que esa opresión se exprese en conceptos mitológicos -hoy no científicos- o históricos. Ante esas
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8. necesidades, Jesús reacciona con misericordia y hace ella de algo central y último: ante las necesidades,
sean de la índole que sean, y por ello también ante las necesidades fundamentales de la vida, hay que
reaccionar con misericordia, sin más justificación que el hecho mismo de las necesidades. Esa
misericordia, escandalosa para muchos de sus oyentes, es la que tiene que esclarecer una y otra vez sobre
todo en sus parábolas sin poder ofrecer otra justificación más que «así es Dios, tan bueno con los débiles».
Jesús, por último, celebra los signos del advenimiento del reino; sienta a una mesa a los despreciados de
este mundo y así afirma que ha comenzado la fraternidad.
Junto a estas actividades que son “signos» del reino, Jesús lleva a cabo otras actividades que pueden
denominarse, aunque análogamente en relación al uso actual del término, una praxis. Esta tiene como
objeto la transformación de la sociedad como tal en favor de los pobres. No es que Jesús proponga
teóricamente cómo deba ser la sociedad para que llegue a convertirse en el reino de Dios, ni que proponga
mecanismos técnicos para ello; de hecho sólo exige la conversión.
Pero la denuncia del antirreino, de la sociedad como totalidad, es una forma sub specie contrarii de
apuntar a un mundo que en su totalidad se haga más afín al reino de Dios. Esa praxis se realiza en las
controversias, denuncias y desenmascaramientos de una sociedad opresora religiosamente y, a través de
ello, económica, social y políticamente. Con esa praxis Jesús quiere defender a los oprimidos y por ello se
dirige formalmente contra los grupos opresores: ricos, fariseos, escribas, sacerdotes y, en menor medida,
dirigentes políticos. Esa praxis -aunque ya el anuncio de la buena noticia a los pobres y los signos de su
liberación causasen escándalo- explica el destino de Jesús, la persecución que se convirtió en clima de su
vida y su ajusticiamiento en la cruz por subversivo y blasfemo. La cruz de Jesús es el argumento más claro
para mostrar que Jesús hizo una opción por los pobres y el carácter conflictivo de la opción. La cruz de
Jesús muestra que en verdad hay pobres y empobrecedores, oprimidos y opresores, reino y antirreino,
Dios de vida e ídolos de muerte, mediadores históricos de la vida y de la muerte; que ambos tipos de
realidades están en conflicto y en lucha, y que la opción por uno es opción contra otro. La cruz de Jesús
muestra el hecho, y también el escándalo, de que el opresor vence en el conflicto, de que los dioses
«rivales” parecen tener más fuerza que el Dios de la vida y de que sus mediadores son capaces de dar
muerte al mediador del verdadero Dios. La cruz deja pendiente la respuesta a la pregunta por qué muere
Jesús, pero queda claro por qué le matan. Lo primero no obtiene una respuesta apodíctica en el NT, sigue
escándalo y sólo queda decir: “así es el designio de Dios». Con la resurrección de Jesús, al no desaparecido
escándalo se añade la esperanza: al menos en el caso de Jesús, el verdugo no triunfó sobre la víctima, Dios
hizo justicia a los crucificados de la historia. Lo segundo, sin embargo, es muy claro: Jesús muere en la
cruz no sólo porque ayuda o sirve a los pobres sino porque hace una opción por ellos. Y en esta historia
en que los dioses están en lucha, optar por los pobres es hacer contra sus opresores.
El valor permanente de la opción de Jesús por los pobres es, pues, claro: hay que ver la historia
desde ellos y, escandalosamente, como esperanza para ellos; hay que poner signos de todo tipo en su
favor, benéficos y liberadores; hay que denunciar y atacar el antirreino desde su raíz. Y hay que optar por
los pobres, introducirse en el conflicto de la historia por salir en su defensa, aunque en ello surja la
persecución y la muerte.
En la actualidad, hay que pensar cuáles sean las mejores mediaciones para acabar con el antirreino y
dirigir la totalidad histórica y social hacia el ideal del reino de Dios. De ahí, la obvia necesidad de
mediaciones analíticas. Pero, además, hay que recalcar la necesidad de hacer la opción por los pobres con
un determinado espíritu para que la siga inspirando y potenciando y para que la sane de los inevitables
subproductos negativos que siempre amenazan a cualquier tarea, por necesaria, justa y buena que sea, que
llevamos entre manos los seres humanos.
Ese espíritu no es otro que el espíritu de Jesús tal como aparece en su vida y enseñanzas. En un
breve resumen sistemático podemos decir que la opción por los pobres debe ser hecha, en primer lugar,
con espíritu de cercanía hacia ellos. La cercanía es necesaria para conocer la realidad de los pobres, pero en
sí misma es ya algo salvífico, un superar barreras y de ese modo devolver la dignidad perdida de los
pobres. Esa cercanía debe hacerse como empobrecimiento y abajamiento. En lenguaje trascendental
afirma Pablo que “Cristo, siendo rico, se hizo pobre” (2 Cor 8,9); en lenguaje histórico Jesús exige de sus
seguidores -y él mismo lo ejemplifica- el dejarlo todo. Con ello quiere indicar la radicalidad con la que hay
que servir al reino, pero recalca también la necesidad de llevar a cabo la misión en pobreza intuición que
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9. Jon Sobrino
siempre han recogido los grandes santos, sobre todo los reformadores. Cercanía y empobrecimiento
generan ya fraternidad -no avergonzarse de llamarles hermanos, cf. Heb 2,11- y expresan la intuición
cristiana de que en lo que está abajo en la historia hay un tipo de fuerza insustituible y no encontrable en
ningún otro lugar.
En segundo lugar, la opción hay que realizarla con el espíritu del que habla Jesús en el sermón del
monte y las bienaventuranzas de Mateo, entendidas no para determinar el destinatario de la opción sino el
espíritu con que debe hacerse. Puede hablarse así de un espíritu «paradójico» que pareciera restarle
importancia a la seriedad de la opción por los pobres pero que, a la postre, la potencia: la mansedumbre
que sana la prepotencia, el amor a la paz que impide hacer una mística de la violencia aunque ésta pudiese
llegar a ser necesaria y justa, la disponibilidad al perdón y a la reconciliación, la limpieza de corazón para
mantener la verdad de las cosas y para que no se introduzca la tendencia a aprisionarla y al dogmatismo, la
fortaleza e incluso el gozo en la persecución para que no decaiga la esperanza en medio de las pruebas.
En tercer lugar, la opción hay que realizarla con espíritu de gratuidad y de agradecimiento.
Mantener la gratuidad, recordar que todo tiene su origen en quien nos amó primero, en quien optó por
nosotros antes que nosotros por él, que nos perdonó -también nuestros pecados contra los pobres- por
amor, que nos ha concedido ojos nuevos para ver, oídos nuevos para escuchar v manos nuevas para
actuar, es importante para que en la opción por los pobres no se introduzca la hybris que todo lo amenaza
y la opción por los pobres no degenere, sutil o burdamente, en opción por el propio yo, el propio grupo,
la propia organización o la propia Iglesia. El espíritu de agradecimiento es de justicia para reconocer lo que
los pobres devuelven a quienes optan por ellos, con lo cual la opción por los pobres y sus costos se
convierten en algo más que en pura exigencia ética-, se convierte también en gozo, en el tesoro escondido
por el que merece la pena venderlo todo.
V. DIMENSIÓN ECLESIOLÓGICA
Proseguir la opción de Jesús por los pobres y con el espíritu de Jesús es necesario para la vida
cristiana hoy. Pero es también necesario -y fructífero- para la Iglesia como tal. La opción por los pobres es
lo que hace hoy a la Iglesia verdaderamente cristiana y por ello verdaderamente Iglesia, y la hace crecer en
todas sus dimensiones.
Por lo que toca a la vida ad extra de la Iglesia, su misión en la cual consiste su identidad más
profunda, los pobres la concretizan. Pobres, en la Escritura, son correlativos a eu-aggelion, buena noticia.
De ahí que la misión de la Iglesia se convierta formalmente en evangelización, pero con unas
características bien precisas debido a que elige como destinatarios de su misión a los pobres antes
descritos. 1) La misión comienza con el anuncio de lo que produce gozo y esperanza, la buena noticia,
desde la cual -y no a la inversa- habrá que entender los necesarios Componentes doctrinales de la misión.
2) El anuncio tiene que ir acompañado de la denuncia: pues -como en tiempo de Jesús- existen los
opresores que producen la mala realidad para los pobres, tiene que ser también mala noticia para los
opresores. 3) La buena noticia tiene que ser proclamada no sólo como salvación, sino como estricta
liberación, pues se anuncia en medio del antirreino opresor. 4) La liberación tiene que ser correlativa a los
pobres, y por ello liberación integral que hace central aunque no se reduzca a ello- la liberación de la
injusta pobreza, de todos los males que genera y de las estructuras injustas de opresión. 5) La buena
noticia, por tanto -como aparece en la concepción de Is y Lc-, tiene que hacerse buena realidad, no sólo
anuncio verbal de esperanza, sino práctica concreta de la caridad. 6) La evangelización tiene que dirigirse
también a generar espíritu en los pobres para que concienticen su pobreza, trabajen por salir de ella e
imbuyan sus luchas con el espíritu descrito. 7) Por último, la evangelización debe llevarse a cabo con
credibilidad -y de ahí la importancia del testimonio- para poder comunicar como verdad lo que
históricamente es hartas veces infrecuente y suena escandaloso: que de los pobres es el reino de DIOS.
Por lo que toca a la vida ad intra de la Iglesia, la opción por los pobres la fuerza a, pero también le
facilita, resolver el problema del estar y del ser de la Iglesia. Dónde debe estar la Iglesia es problema difícil
de responder, pues debe simultanear el estar en el mundo, el hacerse carne en la historia real, sin ser del
mundo, sin dejarse llevar por los valores del mundo que desde el comienzo tentaron a su fundador. Este
dificilísimo problema -y la historia lo recuerda a cada paso- se resuelve cuando la Iglesia esta realmente en
9
10. el mundo, pero en el mundo de los pobres, y en ellos se encarna. La Iglesia está entonces en el mundo
real, pero sin los peligros del poder, la riqueza y los halagos a los que es proclive estando en otro lugar de
este mundo y que la mundanizan. Está a los pies de la cruz, sin que la resurrección -símbolo tan
frecuentemente utilizado para justificar omnisciencia, autoritarismo y distanciamiento del mundo real- se
le convierta en tentación, sino más bien en horizonte que anima a bajar a los pueblos crucificados de su
cruz. En el mundo de los pobres la Iglesia se hace mundanal pero no mundana.
Qué debe ser la Iglesia en su interior es cuestión teóricamente resuelta desde el Vaticano II, pero no
en la práctica: el pueblo de Dios. Lo que pueblo de Dios expresa de igualdad y fraternidad, de peregrinaje
histórico, de caminar con humildad y esperanza, se hace realidad histórica de mejor manera cuando la
Iglesia hace de los pobres su principal sujeto y centro inspirador. Los pobres son los que hacen crecer a la
Iglesia en cuanto tal y por la razón que enunció Puebla: su potencial evangelizador (n. 1147). Por lo que
ellos son en cuanto pobres materiales, socioeconómicos, históricamente empobrecidos, son el recuerdo
permanente del pecado del mundo, interpelación constante a la Iglesia y exigencia automática de
conversión. Por esta razón es ya absolutamente necesario para la Iglesia que los pobres, no aunque sean
cuestionantes sino precisamente por serlo, estén en aquel lugar de la Iglesia que los haga inocultables y los
haga permanente palabra profética de Dios a la Iglesia. Pero, además, como prosigue Puebla, por los
positivos valores evangélicos que expresan los pobres: solidaridad, servicio, sencillez y disponibilidad para
acoger el don de Dios. De esa forma se realiza la sustancia eclesial, la fe, la esperanza y la caridad de la
Iglesia. «Los pobres con espíritu» (1. Ellacuría), los que unifican pobreza material y el espíritu que con más
connaturalidad surge de ella, son los que hacen crecer una Iglesia evangélica.
Esta Iglesia de los pobres tiene la capacidad de potenciar y cristianizar -no de ignorar o rechazar,
como suele criticársele- todo lo que la Iglesia es. Se muestra creativa en la liturgia, pastoral y catequesis;
produce teología -la teología de la liberación, como la más afín a ella-; genera magisterio eclesial, como lo
muestran las cartas pastorales de monseñor Romero o de los obispos brasileños- genera también arte y
cultura, cantos y pinturas populares, poemas como los de don Pedro Casaldáliga o de Ernesto Cardenal.
Esa Iglesia acepta y respeta los ministerios tradicionales dentro de la Iglesia y genera otros nuevos. Para
nada es antijerárquica, desea más bien la cercanía de los obispos y la colaboración con ellos; pero desea
que sean, antes que nada, como el buen pastor que defiende y da la vida por sus ovejas.
Esta Iglesia unifica al cuerpo eclesial desde dentro y le da carácter de cuerpo en el que todos se
lleven en solidaridad y todos aporten sus variados carismas. Divide también y causa conflictos
intraeclesiales, pero aquellos conflictos previstos y protagonizados por el mismo Jesús, inevitables y
saludables. Esta forma de ser Iglesia origina persecución y martirios sin cuento porque expresa la fe en el
Dios de la vida y defiende y lucha por la vida justa que Dios quiere. Se hace entonces una Iglesia santa y
con la santidad específicamente cristiana: «Nadie tiene un amor mas grande que el que da la vida por el
hermano». Esta Iglesia adquiere o recobra credibilidad social; no ofrece opio al pueblo ni justifica la
terrible denuncia de la Escritura: «por vuestra causa el nombre de Dios es blasfemado entre las naciones”.
Los pobres de este mundo -quienes optaron por la Iglesia antes que la Iglesia por ellos- se identifican y
alegran con esta Iglesia, mientras que los opresores la atacan y buscan cómo hacerla desaparecer. En el
mundo de la increencia -al menos de aquella originada por la alienación de la Iglesia y su desinterés
salvador- se recobra el respeto hacia la Iglesia y hacia la misma fe, cuando no se vuelve a replantear la
misma cuestión de la fe. Esta Iglesia, por último, tiene fuerza para unificar lo que durante mucho tiempo
han sido magnitudes separables y con frecuencia separadas: realidad cristiana y realidad del Tercer Mundo.
Para ser cristiano no hace falta ya dejar de ser, de alguna manera, el ser humano específico del Tercer
Mundo; y a la inversa. Fe y mundo de pobreza se remiten el uno al otro y se potencian el uno al otro.
La dimensión eclesial de la opción por los pobres va mucho mas allá, por tanto, de una opción
pastoral. Si la Iglesia se introduce de veras en la dinámica de esa opción, los pobres por los que opta se le
convierten en gran riqueza para su ser y estar en el mundo y para su hacer en el mundo. Lo que hay que
añadir es que eso se percibe en la medida en que se va haciendo real. A la Iglesia le cuesta apostar por la
opción por los pobres, pues antes de realizarla no se sabe a dónde la va a llevar. Pero si hace la opción por
los pobres, éstos le devuelven con creces los iniciales servicios en su favor.
VI. DIMENSIÓN TRASCENDENTE
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11. Jon Sobrino
La opción por los pobres, en el tratamiento sistemático que aquí se le ha dado, es una opción por
los pobres reales, socio-económicos, para que dejen de serlo. Esta opción es necesaria para la fe cristiana y
es también importante para concretar cristianamente lo que es Dios, Cristo y la Iglesia.
Este enfoque suele ser criticado o, al menos, se suele avisar de su peligrosidad pues con ello se
operaría una reducción de la fe cristiana -y si así fuera la crítica estaría justificada-. Pero creemos más bien
que lo que opera la opción por los pobres es una concentración desde la cual puede desarrollarse el todo
de la fe cristiana. El todo a lo que siempre hay que tender no puede abarcarse en directo, sino -consciente
o inconscientemente- desde algún punto de partida; y según sea este punto de partida, así será también el
camino que conduce a la totalidad y, normalmente, la comprensión de la totalidad que se alcanza.
Hablamos de concentración y no de reducción porque los pobres y la opción por ellos llevan en sí
mismos siempre un más. Los pobres son más que pobres; la liberación de su pobreza lleva a un más de
liberación. La opción por los pobres introduce en un proceso con una dinámica que lleva al más, si no se la
detiene voluntarista o pecaminosamente; abre a la trascendencia. La opción por los pobres, si se le deja dar
de sí lo que exige y posibilita, es también una forma de caminar hacia la trascendencia; y en el mundo
actual la forma más urgente, histórica y éticamente, y la más afín a la revelación bíblica de Dios
Analicemos, en primer lugar, el más que existe en los pobres por quienes hay que optar; más que
permanece en la historia porque el definitivo reino de Dios no les ha llegado. Lo queremos mostrar con la
fenomenología del pan, como símbolo de la vida de los pobres. El pan es lo que los pobres necesitan y la
opción debe comenzar por proporcionarles ese pan. Pero, una vez y en la medida en que haya pan, surge
la exigencia a que sea compartido -lo ético y lo comunitario-, surge la tentación a no compartirlo -el
pecado- y la necesidad de celebrarlo por el gozo que produce. El pan conseguido por unos es en sí mismo
una pregunta por el pan de otros, de otros grupos, de otras comunidades; por el pan de todo un pueblo -y
surge la pregunta por la liberación que los mismos pobres deben llevar a cabo para que haya pan para
todos-. Y, entonces, conseguir pan para todo un pueblo significa práctica, reflexión, ideologías
funcionales, riesgos, amenazas. Y puede surgir la exigencia de arriesgar hasta la propia vida para que el pan
no se convierta en símbolo de egoísmo sino de amor. Y el pan es más que pan y es más que exigencia
ética. Y así se celebra -en Centroamérica- la fiesta del maíz; y los que se juntan no sólo comen y reparten
fraternalmente el pan, sino que cantan y recitan poemas, y el pan se va abriendo al arte y a la cultura. Y
nada de esto acaece mecánicamente, sino que en cada estadio de la realidad del pan, aparece la necesidad
de espíritu: espíritu comunitario para compartir y celebrar, espíritu de valentía para luchar por él y espíritu
de fortaleza para mantenerse en esa lucha; espíritu de amor para que sea el pan de otros; espíritu de
reconciliación para que el conflicto y la lucha por el pan no enturbie la utopía de la fraternidad universal. Y
la buena noticia del pan lleva a agradecer al Dios que lo ha hecho, a confesarlo como el verdadero Dios de
la vida, o puede llevar a la pregunta de por qué permite que no haya pan para todos. Lleva a comprender a
aquel que multiplicó los panes, a confesarlo como el hermano mayor y el mediador, y a preguntarse
también por qué lo mataron. Lleva a sentirse Iglesia cuando el cuerpo eclesial se desvive por el pan de los
pobres o a cuestionarse cuando ocurre lo contrario. Lleva también a preguntarse si hay algo más que pan,
el pan de la palabra, un pan del espíritu, necesario y buena noticia también incluso cuando falta el pan
material; a preguntarse si al final de la historia habrá pan para todos, si la verdadera y universal fraternidad
será una realidad, si Dios será todo en todos.
Con esta fenomenología, sea cual fuere la fortuna de su descripción, quiere recalcarse que los
pobres son más que pobres. No se afirma esto para quitar necesidad y urgencia a su necesidad de pan, a su
liberación histórica, sino para mostrar que desde ahí se va desdoblando en más su propia realidad. La
liberación integral -tal como se ha formulado en terminología abstracta y poco dicente- viene exigida por
la misma realidad de los pobres. No haya miedo, pues, a que la opción por los pobres se concentre en un
primer momento en lo que los pobres tienen de pobres reales, socio-económicos. En ellos se concentra,
no se reduce la realidad; y se concentra de tal modo que la misma realidad se va desdoblando en más.
Y algo análogo hay que decir de quienes hacen la opción. Esta es, en un primer momento, la
respuesta ética y práxica a una exigencia inacallable, pero que introduce en la misma fe. En y a través de
esa opción, el ser humano se ve confrontado radicalmente con la esperanza y el amor. La opción puede
convertirse en óptima posibilidad de responder positivamente a estas dos cuestiones últimas o, por el
contrario, en retirada y desengaño. La opción es un hacer que pudiera degenerar en hybris o, por el
11
12. contrario, estar transida de gratuidad, porque los pobres por quienes se opta regalan ánimo, esperanza,
sentido. El vivir para otros puede ir acompañado del vivir de otros y así formular el último sentido de la
vida como un vivir con otros. De todas estas cosas, de esperanza y amor, de gratuidad y solidaridad, se va
haciendo la fe en Dios o, por el contrario, estas cosas pudieran ser la mayor tentación para la fe. La opción
por los pobres es entonces el lugar de la fe o de su cuestionamiento. En cualquier caso confronta al
creyente con su Dios.
La opción por los pobres y la dinámica que desencadena es un modo -histórica y bíblicamente
necesario- de insertarse en la historia y de corresponder a lo que de trascendente hay ya en la historia. Para
el creyente es el modo de caminar hoy en la historia con Dios, que nada quita a lo que de tanteo y
oscuridad hay en el caminar, pero que nada quita tampoco a la luminosidad de caminar con Dios. Y ese
caminar con Dios, respondiendo al más en la historia, es la experiencia creyente de caminar hacia Dios. En
la tenacidad en poner siempre los signos del reino de Dios para los pobres, en configurar la historia según
el corazón de Dios, se cree y espera que la historia se dirige al definitivo reino de Dios.
La opción por los pobres es, pues, algo parcial; pero esa parcialidad se abre a la totalidad y desde esa
parcialidad se alcanza, creemos, una totalidad más plena y más cristiana. Dios es el Dios de todos, pero no
de la misma manera. Es en directo el Dios de los pobres, es también el Dios de los empobrecedores en
cuanto les exige una radical conversión y es el Dios de los no-pobres en cuanto exige que éstos se pongan
al servicio de los pobres. De estas diversas formas Dios se muestra como el Dios salvador de todos. Y lo
mismo ocurre con el ser humano. En lo humano hay algo universal; pero la realización correcta y salvífica
de eso universal comienza con la opción por el que es pobre, y termina en la solidaridad de unos con
otros. Lo humano universal se realiza salvíficamente en la solidaridad y la fraternidad, pero en aquella que
comenzó con un primer movimiento de optar por los pobres de este mundo. En este sentido, la opción
por los pobres -con todas las analogías y mediaciones que haya que especificar- es exigencia y salvación
para todos, en el Tercer Mundo y en todo el mundo.
LA MESA COMPARTIDA
Jon Sobrino, San Salvador
Con el cambio de siglo es frecuente que a uno le pregunten por las cosas más importantes de
nuestra vida, de nuestra Iglesia, de nuestra historia. Tratando de responder a estas preguntas, yo
suelo empezar, como nos enseña san Ignacio de Loyola en su meditación sobre la encarnación en los
Ejercicios Espirituales, mirando al mundo. Muchas cosas veo, pero voy a comenzar diciendo que éste
se parece a la mesa "del rico Epulón y el pobre Lázaro". La conclusión es que hay que "revertir la
historia", como decía Ignacio Ellacuría. Y la esperanza es que podamos sentarnos a "otra mesa",
como quería Jesús. La utopía para esta humanidad actual es "la mesa compartida".
Dicho esto, y ya que esta Agenda Latinoamericana es "mundial", quisiera recordar que nuestro
mundo es dual, pero en un sentido preciso, y olvidado, en el sentido de dialéctico y conflictivo, de
antagónico y duélico. Por ello para hablar de nuestro mundo hay que decir "dos cosas": una al Norte y
otra al Sur, realidades ambas que no son sólo ni primariamente geográficas, sino históricas y
teológicas. Y son, sobre todo, realidades que generan pecado (más el Norte que el Sur) y gracia (más
el Sur que el Norte). Quizás estamos simplificando, pero de alguna manera hay que volver a nombrar
históricamente qué es gracia y qué es pecado.
Visto desde El Salvador y el tercer mundo en general, el Norte, los países en abundancia, las
democracias industriales, o como quiera que se les llame, ofrecen una imagen insultante con respecto
al tercer mundo. "Un ciudadano de Estados Unidos vale lo que 50 haitianos", dice Mario Benedetti. Y
se pregunta -para sacudir una conciencia, al parecer, insacudible- "qué pasaría si un haitiano valiera
lo que 50 estadounidenses". Y esa abismal y aberrante diferencia no es casual, sino que, en lo
fundamental, es producto de la opresión, de un proceso de depredación del tercer mundo que
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13. Jon Sobrino
comenzó, en serio, con la venida a América de los europeos. Hace un siglo, en Berlín, las potencias
europeas también se repartieron África. Y en 1997, en la cumbre del G-7 en Denver, los gobiernos de
las grandes potencias, especialmente los de Estados Unidos y Francia, acordaron una política común
para continuar con esa depredación del continente africano. Y el secretario de comercio de Estados
Unidos se quejaba de que su país sólo se beneficiaba del 17% del comercio con África.
Esto queda, prácticamente, encubierto en la conciencia colectiva del Norte, aunque a veces se
escuchen palabras fuertes, como estas de Juan Pablo II en Canadá en 1985: "en el día del juicio los
pueblos del Sur juzgarán a los del Norte". Pero todo parece seguir igual, y bien se encargan los
medios de comunicación de que nos enteremos de todo menos de lo esencial de nuestro mundo. Por
eso creemos imperiosa la necesidad de "despertar". Paradójicamente, en el Norte ha sido muy
importante la exigencia kantiana de "despertar del sueño dogmático", para que la ciencia y la
democracia fuesen posibles. Pero ese mismo Norte todavía no ha escuchado la exigencia de Antonio
Montesinos en La Española, en 1511, de despertar de otro sueño: "el sueño de cruel inhumanidad".
En el tercer domingo de adviento, ante los encomenderos españoles, comenzó su homilía con estas
conocidas palabras: "Todos estáis en pecado mortal, en él vivís y en el morís". La razón para tan
grave acusación es el maltrato y la muerte que infligían a los indios. Lo más importante para nuestro
propósito, sin embargo, son las palabras finales: "Estos, ¿no son hombres... No sois obligados a
amarlos como a vosotros mismos... Esto no entendéis? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño
tan letárgico dormidos?". Palabras absolutamente necesarias también hoy, pero desoídas y
encubiertas.
El Sur, por su parte, para un cristiano remite a la cruz, de modo que bien puede ser descrito
como "el pueblo crucificado", citando de nuevo a Ignacio Ellacuría y a Monseñor Romero. Y si el
cristiano se ha enfrentado en serio con Cristo crucificado y con el misterio del siervo doliente que
carga con nuestros pecados, entonces el Sur debe ser visto como producto de nuestras manos y
víctima, al que -por justicia- tenemos que bajar de la cruz. Pero tiene que ser visto también como luz,
salvación y perdón, cosas, todas ellas -escándalo y bienaventuranza de la fe cristiana-, que con
dificultad se encuentran en el Norte. Dicho con mayor precisión, el primer mundo no está "en la línea
del siervo", y sí lo está el tercer mundo; no lo están las clases ricas y opresoras y sí lo están las
clases oprimidas... Con devoción debiéramos mirar al pueblo crucificado del tercer mundo.
Todo esto lo produce el Sur por el mero hecho de ser "el pueblo crucificado". Pero, además,
ofrece una utopía -que la vida y la dignidad sean posibles-, cuando, a pesar de todo, mantiene su
esperanza. Y hablamos de "mantener" la esperanza, porque eso es precisamente -más que sus
materias primas- lo que se le quiere arrebatar. Con esa esperanza el Sur muestra, ante todo, que la
esperanza es posible y, por ello, que "se puede vivir de otra manera". Esa esperanza es la gran
amenaza para el Norte, y por ello se libra hoy una batalla para que no la mantenga. Se quiere
imponer una geopolítica de desesperanza y resignación, y una conciencia de inevitabilidad.
Sin esa esperanza de los pobres, sin embargo, no hay salvación para la humanidad. El
progreso seguirá siendo, en lo sustancial, deshumanizante. La especie humana sobrevivirá bien, muy
bien -aunque el sentido de la vida esté amenazado- en unos pocos, pero morirá la muerte del hambre
o de la exclusión en los muchos. Y nada de mesa compartida. Por ello es crucial "mantener la
esperanza de los pobres".
¿No será lo que acabamos de decir exageración, simplismo o derrotismo? Si así es, límense
las exageraciones y complétese lo dicho con otras cosas de las que hoy tanto se alardea:
globalización, aldea planetaria.... Pero no dudamos de que un mundo de "epulones y lázaros" es una
creación que no le ha salido muy bien a Dios. Para decírnoslo envió a su Hijo Jesús, quien compartió
la mesa con los marginados de su tiempo, pobres, mujeres, pecadores y publicanos. Y para cambiarlo
nos dejó fuerza, viento huracanado, que eso es su Espíritu.
Una Iglesia que viva y se desviva por esa mesa de todos será una Iglesia de los pobres, y
tendrá que volver a Medellín . Así llevará a cabo su misión histórica: el anuncio del reino de Dios. Algo
ayudará esta tarea para cumplir también con su misión trascendente: hacer presente a Dios en
nuestro mundo. Negativamente, evitará que "por nuestra causa se blasfeme el nombre de Dios entre
las naciones", cosa que parece no ser ya problema, pues poco se preocupan en serio de Dios. Y,
positivamente, será la mejor iniciación al misterio de Dios, Padre y Madre, bondad y ternura, hacia el
que caminamos humildemente, pues caminamos "en la historia". Pero caminamos también con gozo,
por caminar con los demás "compartiendo la mesa", una única mesa para todos, sin epulones ni
lázaros, sino de hermanos y hermanas, hijos e hijas de Dios.
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14. JON SOBRINO
CON MEDELLÍN DIOS PASÓ POR AMÉRICA LATINA.
¿CON QUIÉN PASA AHORA?
Reflexión para la Cuaresma 2012
jsobrino@cmr.uca.edu.sv
SAN SALVADOR (EL SALVADOR).
ECLESALIA, 23/02/12.-
Los diez años de Medellín (1968) a Puebla (1979) fueron únicos en la época moderna de la Iglesia
católica en América Latina. Después comenzó un declive al que Aparecida (2007) quiso poner freno,
aunque hasta ahora queda mucho por hacer.
Al hacer este juicio, no nos fijarnos en la iglesia tal como la analizan los sociólogos, sino que nos
fijamos en “el paso de Dios”. Sin duda es más difícil de calibrar, pero toca la dimensión más honda de
la Iglesia, y al servicio de qué debe estar. En definitiva qué aporta a los seres humanos y al mundo
como un todo. Y obviamente hay que preguntarse “qué Dios” es el que pasa por la historia en un
momento dado.
Medellín
Fue un salto cualitativo. Irrumpieron los pobres, y en ellos irrumpió Dios. Fue un hecho fundante que
penetró en la fe de muchos y configuró a la Iglesia.
Sorprendentemente, para la asamblea de obispos la prioridad no la tuvo la Iglesia en sí misma, sino el
mundo de pobres y víctimas, es decir la creación de Dios. Sus primeras palabras proclaman la
realidad del continente: “una pobreza masiva producto de la injusticia”. Los obispos actuaron, ante
todo, como seres humanos, y dejaron hablar a la realidad que clamaba al cielo. Son los clamores que
Dios escuchó en el éxodo, le hicieron salir de sí mismo y entró decididamente en la historia. De igual
modo, con Medellín Dios entró en la historia latinoamericana.
Desde esa irrupción de los pobres, y de Dios en ellos, Medellín pensó qué es ser Iglesia, cuál es su
identidad y misión fundamental, y cuál debe ser su modo de estar en un mundo de pobres. La
respuesta fue “una iglesia de los pobres”, semejante a la ilusión que tuvo Juan XXIII y el cardenal
Lercaro. En el concilio no prosperó, en Medellín sí. La Iglesia sintió compasión por los oprimidos y
decidió trabajar por su liberación. Por muchos, con mayor o menor conciencia explícita, fue acogida
como bendición. Por otros, fue percibida, con razón, como grave peligro.
Muy pronto reaccionó el poder. En 1968 Nelson Rockefeller escribió un informe sobre lo que estaba
ocurriendo, y esa Iglesia, nueva y peligrosa, tenía que ser debilitada y frenada, y lo mismo ocurrió al
comienzo de la administración Reagan. Oligarquías con el capital, ejércitos, escuadrones de la
muerte, desencadenaron una persecución contra la Iglesia, desconocida en la historia de América
Latina. La persecución, y el mantenerse firme en ella, dejó en claro lo novedoso y evangélico que
estaba ocurriendo: la Iglesia de Medellín estaba con el pueblo pobre y perseguido, y corrió su misma
suerte. Miles fueron asesinados, entre ellos media docena de obispos, decenas de sacerotes,
religiosos y religiosas, y multitud de laicos, mujeres y varones. Con limitaciones, errores y pecados,
era una Iglesia mucho más casta que meretriz, mucho más evangélica que mundana.
Al interior de la Iglesia católica, Pablo VI propició y animó esta nueva Iglesia, pero altos personeros de
la curia romana, y de otras curias locales, la descualificaron, trataron mal e injustamente a sus
representantes señeros, también a obispos, y diseñaron una iglesia alternativa, diferente y aun
contraria, más devocional, intimista, de movimientos, sumisos a y defensores de la jerarquía. Y lo que
había que evitar era que la Iglesia volviese a entrar en conflicto con los poderosos. La iglesia popular,
nacida alrededor de Medellín, creyente y lúcida, de comunidades de base, que vivía la pobreza del
continente, sufrió la doble persecución del mundo opresor, y, con alguna frecuencia, de la propia
iglesia.
Una Iglesia así fue testigo y seguidora de Jesús de Nazaret. Encarnada, defensora y compañera de
los pobres, cargaba con la cruz y con frecuencia moría en ella. Anunció una Buena Noticia como
Jesús en la sinagoga de Nazaret. Tuvo sus “doce apóstoles”, los Padres de la iglesia latinoamericana
con don Hélder Camara uno de los pioneros, con Enrique Angelelli, don Sergio Mendez Arceo,
Leonidas Proaño, con monseñor Romero, pastor y mártir del continente, y otros. Llegó a ser ekklesia,
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15. Jon Sobrino
en la que mujeres y varones, religiosas y laicos, latinoamericanos y venidos de fuera, llegaron a
formar cuerpo eclesial, una gran comunidad de vida y misión. Entre los de casa y los de lejos se
generó una solidaridad nunca vista: se llevaban mutuamente. Creció la esperanza y el gozo. Y del
amor de los mártires nació una brisa de resurrección, ajena a toda alienación, que volvía a remitir a la
historia para vivir en ella como resucitados.
En esa Iglesia soplaba el Espíritu, el espíritu de Jesús y el espíritu de los pobres. Ese espíritu
inspiraba oración, liturgia, música, arte. Y también inspiraba homilías proféticas, cartas pastorales
lúcidas, textos teológicos de casa, no textos simplemente importados que no habían pasado por el
crisol de Medellín.
En el centro de todo estaba el evangelio de Jesús. Lucas 4, 16: “He venido a anunciar la buena
noticia a los pobres, a liberar a los cautivos”. Mateo 25, 36-41: “Tuve hambre y me dieron de comer”.
Juan 15, 13: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por los hermanos”. Y Jesús de Nazaret, el
crucificado resucitado, Hechos 2, 23: “A quien ustedes dieron muerte Dios le devolvió a la vida”.
¿Y ahora?
Encuestas, estudios sociológicos y antropológicos, económicos y políticos, ofrecen datos y
suministran explicaciones sobre la Iglesia católica y otras iglesias cristianas. Nos dicen si subimos o
bajamos en número y en influjo en la sociedad. Desde esa perspectiva nada tengo que añadir. Y
estrictamente hablando, tampoco es mi mayor preocupación cuál será el futuro de lo que llamamos
“Iglesia”, aunque en ella he vivido y vivo, y me he acostumbrado a pertenecer a la familia.
Lo que me interesa, y me alegra, es que “Dios pase por este mundo”. Y la razón es sencilla. El mundo
está “gravemente enfermo”, decía Ellacuría, “enfermo de muerte”, dice Jean Ziegler. Es decir,
necesita salvación y sanación. Por ello, como creyente y como ser humano, deseo que “Dios pase por
este mundo”, pues ese paso siempre trae salvación a las personas y al mundo en su conjunto.
Tuvimos la dicha de sentir ese paso de Dios con Medellín, con Monseñor Romero, con muchas
comunidades populares. Con muchas personas buenas, sencillas en su mayoría. Con una pléyade de
mártires. Y también, aunque eso solo se puede sentir “en un difícil acto de fe”, como decía Ellacuría al
explicar la salvación que trae el siervo sufriente de Isaías, con el pueblo crucificado.
¿Cómo estamos hoy? Sería cometer un grave error caer en simplismos en cosas tan serias. Sería
injusto no ver lo bueno que, de muchas formas, existe en las iglesias. Y sería arrogante no intentar
descubrirlo, aunque a veces se esconda tras una corteza que no remite con claridad a Jesús de
Nazaret. En cualquier caso, el paso de “Dios” siempre será misterio inescrutable, y sólo de puntillas y
con máximo respeto a todos los seres humanos podemos hablar sobre ello. Pero con todas estas
cautelas algo se puede decir. Mencionaremos las realidades de los fieles y sus comunidades, pero
tenemos en mente sobre todo a las instancias, altas en jerarquía, históricamente muy responsables
de lo que ocurre, y a las que no se puede pedir cuenta con eficacia. Con sencillez doy mi visión
personal.
De diversas formas abunda el pentecostalismo, como forma de iglesia distante de los problemas
reales de vida y muerte de las mayorías, aunque trae ánimo y consuelo a los pobres, lo que no es
desdeñar cuando no tienen dónde agarrarse para que su vida tenga sentido -distinta es la situación
en clases más acomodadas. Prolifera un gran número de movimientos, docenas de ellos, proliferan
los medios de comunicación de las iglesias, emisoras de radio y televisión, sumisos en exceso a
ideales y normas que provienen de curias, sin dar sensación de libertad para tomar ellos mismos en
sus manos un evangelio que anuncia la buena nueva para los pobres, en forma de justicia, y sin
sospechar la necesidad de un estudio, reflexivo, mínimamente científico, de la Palabra de Dios, y en
general de la teología que propició el Vaticano II y Medellín. Proliferan devociones de todo tipo, las de
antes y las de ahora. Jesús de Nazaret, el que pasó haciendo el bien y murió crucificado, es dejado
de lado con facilidad en favor del niño Jesús, sea de Atocha, de Praga, el Dios niño, dicho con gran
respeto. Con facilidad se diluye el Jesús recio de Galilea, del Jordán, el profeta de denuncias
alrededor del templo de Jerusalén, en favor de devociones, basadas en apariciones con un trasfondo
sentimental y melifluo en exceso. Por decirlo con sencillez, la divina providencia puede atraer más
que el Padre de Jesús, el Hijo que es Jesús de Nazaret, el Espíritu Santo, que es Señor y dador de
vida, y Padre de los pobres como se canta en el himno de Pentecostés.
En su conjunto cuesta hoy encontrar en la Iglesia la libertad de los hijos e hijas de Dios, la libertad
ante el poder, que no por ser sagrado deja de ser poder. Se nota excesiva obsecuencia y sumisión
hacia todo lo que sea jerarquía, lo que llega a convertirse en miedo paralizante. Desde las instancias
de poder eclesial apunta el triunfalismo, y lo que he llamado la pastoral de la apoteosis, multitudinaria,
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16. mediática. En muchos seminarios el discurrir y pensar es sustituido por el memorizar. En las
reuniones del clero, por lo que sabemos, las preguntas, la discusión y el debate son sustituidas por el
silencio. Las cartas pastorales de los años setenta y ochenta -verdadero orgullo de las iglesias, que
reverdecen en ocasiones, en Guatemala por ejemplo- son sustituidas por breves mensajes, modosos
y comedidos, con argumentos tomados de las últimas encíclicas del papa. El centro institucional no
parece estar ya en América Latina, sino en la distante Roma. Todo esto está dicho con respeto.
Cómo será el paso de Dios por América Latina y con quién pasará está por ver, y en definitiva es
cosa de Dios. Pero es cosa nuestra anhelarlo, trabajar por ello, y aprender de cómo ocurrió en el
pasado alrededor de Medellín.
Bueno es saber y analizar los vaivenes de la membresía y el influjo de las Iglesias en la sociedad. Por
lo que dicen los datos, en ambas cosas la Iglesia católica va a menos. Pero más presentes hay que
tener las raíces de cuya savia ha vivido el paso de Dios. Y regarla humildemente, con aguas vivas.
Qué le ocurrirá a nuestra iglesia, y a todas las iglesias, está por ver. Mi deseo es que, ocurra lo que
ocurra en lo exterior, sea por ponerse al servicio del paso de Dios por este mundo, el Dios de Jesús,
compasivo, profeta y crucificado. Y el Dios dador de esperanza.
Estas son preguntas que podemos hacerlas siempre. Pero quizás es bueno hacerlas al comienzo de
cuaresma. Este tiempo nos exige reciedumbre para caminar a Jerusalén. Y nos ofrece esperanza de
encontrarnos allí con Jesús crucificado y resucitado. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la
difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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