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Prólogo




                   Prólogo

L  o importante es que creas que esta historia es
verídica.
 Personalmente, si miro hacia atrás, debo decir que
yo también tuve mis dudas. Quién no las tendría al
saber que las aventuras descriptas en estas páginas
son, en realidad, el viaje de transformación de...
una rana.
 En este momento, algunos lectores suspirarán,
escépticos. Por favor, no se desanimen, hay tanto
para aprender... Por ejemplo, que a pesar de las co-
sas terribles que suceden en nuestro planeta, tam-
bién ocurren muchas buenas. Y una de ellas es que
aún podemos encontrar historias capaces de con-
mover el espíritu y elevar el alma.


                                                   7
Ping




    Esta es una de esas historias.
    Mucho antes de ti, mucho antes de mí mismo,
mucho antes de que existieran el WiFi, Internet, el
DVD y la videograbadora, mucho antes de la tele-
visión, el cine, la radio e incluso, los libros, ya se
narraban historias que entretenían, instruían, mo-
tivaban e inspiraban. Algunas de esas historias han
perdurado a través de los siglos; muchas se propo-
nían entretener y quizás, también, hacer dormir a
quien las escuchaba, pero la que nos ocupa –la
fábula de un viaje– tiene un propósito diferente.
Quiere despertar en los oyentes su camino interior
y demostrar que el viaje de la vida es mucho más
que, simplemente, sobrevivir. Por tanto, esta es
una invitación a aprovechar de un salto las oportu-
nidades de la vida a través de los actos heroicos y
el aprendizaje revelador de una rana llamada Ping.
    Para comprobar la veracidad de esta historia, entre-
visté a docenas de personas, occidentales y asiáticas,


8
Prólogo




a lamas tibetanos, practicantes taoístas y maestros
zen y birmanos, y llené numerosos cuadernos de
notas que luego pasaría en limpio. Algunas entre-
vistas me llevaron a Japón, otras, a China y también
a Estados Unidos. Lamentablemente, muy pocos
conocían la historia de Ping y, menos aún, podían
relatarla completa. Después de todo, ocurrió hace
mucho tiempo.
 Sin embargo, la historia seguía cautivándome, de
modo que pasé muchos meses más investigando
hasta que al fin, por fortuna, logré hallar un relato
preciso de los hechos. Por eso puedo garantizar su
autenticidad. Tú decidirás si mis esfuerzos valie-
ron la pena. Al fin y al cabo, todos sabemos que al-
gunas historias son sólo para ser contadas. Y otras,
para ser creídas.
 ¿La de Ping?
 Bueno, esta es una historia para siempre...




                                                    9
Un salto perfecto




                          1
            Un salto perfecto

H   abía una vez en un lugar…
 Aquel día, la laguna tenía poca profundidad. De
hecho, se encontraba en ese estado desde hacía al-
gún tiempo. Pero a la mayoría de sus habitantes no
les importaba, creían que las cosas simplemente
eran así.
 Por ejemplo, las tortugas se sentían felices mien-
tras tuvieran suficiente agua para nadar. Incluso les
gustaba dejar sus caparazones al sol cuando el agua
no alcanzaba para sumergirse. Las garzas también
estaban encantadas. Con poca agua, les resultaba
más fácil encontrar algo sabroso en ella. Tampoco
los peces se quejaban; más cerca de la superficie, les
era más fácil atrapar algún bocado que flotara.


                                                     11
Ping




 A decir verdad, entre los habitantes de la laguna la
satisfacción era general. Jamás se escuchaba una que-
ja ni un murmullo de desagrado. La mayoría se dedi-
caba a pasar los días como siempre, de buen humor.
 La mayoría, pero no todos.
 Ping, una rana que había nacido en esa laguna,
poseía una orgullosa herencia, aunque no tuviera me-
moria de ella. Ping no sabía, por ejemplo, que en la
antigua China se creía que las ranas provenían de
la luna y que se incubaban en huevos que caían del
cielo con la lluvia plateada. Sí podía remontarse atrás
en su propio tiempo: Ping recordaba sus más tem-
pranos días en la laguna, cuando surcaba alegre-
mente el agua profunda, sólo impulsado por su cola.
 Y cuando creció y llegó el momento de saltar, nada
pudo complacerlo más. Ping poseía un increíble
talento para saltar.
 De un salto, Ping salvaba perfectamente una dis-
tancia de dos metros y medio; más aún, perdón,


12
Un salto perfecto




dos metros setenta y cinco centímetros, algo que na-
die más lograba. Tan grande era su talento, que todos
los habitantes de la laguna dejaban lo que estuvieran
haciendo para verlo saltar. Se sentían privilegiados
de ser testigos de tanta maestría.
 Pero Ping no le daba importancia a esta admira-
ción. Sólo sabía que saltar aquellas distancias era in-
mensamente divertido y comprobaba, con honda
tristeza, que ya no podía hacerlo como antes. No
ahora, que apenas quedaba agua en la laguna.
 Mucho más tarde, Ping aprendería que para vivir
una vida intencional hay que poseer dos cosas: un
fuerte deseo de vivir la mejor vida posible, y la vo-
luntad de vivirla así, todos y cada uno de sus días.
 Ping tenía ya ambas cosas.
 Lo que no tenía era agua. Y Ping necesitaba agua
para saltar.
 En este momento debería agregar que aquella la-
guna siempre había sido alimentada por un arroyo


                                                      13
Ping




       ¿Quién puede adivinar el momento exacto
           en que su mundo va a cambiar?




14
Un salto perfecto




y que, en el curso de mis investigaciones, no en-
contré ninguna pista sobre el motivo por el cual ese
arroyo había cambiado su curso. Lo que sí descu-
brí fue que, mientras muchos se conformaban con
quedarse en aquel mismo lugar, Ping no lo hacía.
Ping suspiraba con impotencia, sin resignarse.
Añoraba la amplitud y la profundidad que alguna
vez había tenido el agua y el aroma embriagador de
las flores de loto y los nenúfares que solían cubrir la
superficie. El sereno ritmo de los juncos mecidos
por la brisa que inducía a la serenidad. Aquel paisa-
je lo hacía tan feliz... Pero había cambiado, y lo que
quedaba en su lugar atormentaba el alma de Ping.
 Chuang Tzu, filósofo taoísta de la antigüedad, es-
cribió: Que a todo se le permita hacer naturalmente lo
que hace, para que así su naturaleza se vea satisfecha.
 Ping veía a diario que todos los seres vivos a su
alrededor tenían su lugar en el orden natural de las
cosas y, cada uno, su propio destino que cumplir.


                                                      15
Ping




 Ping presentía –mejor dicho, sabía– sin ninguna
duda en su corazón que, más que ninguna otra cosa,
quería llevar una vida que le permitiera manifestar
la esencia de su naturaleza.
 Tan fuerte era el convencimiento de Ping respec-
to de su talento innato y su capacidad, que pasaba
sus días sentado al borde de la laguna, abstraído
en sus grandes sueños de convertirse en lo mejor
de sí mismo.
 Lamentablemente, al mismo tiempo que los sueños
de Ping crecían, la laguna se volvía más y más peque-
ña, hasta que llegó el día en que dejó definitivamen-
te de ser una laguna y aquel lugar cómodo y seguro
que Ping había disfrutado fue desapareciendo,
desapareciendo, hasta que... no quedó nada.
 Bien, esto es una exageración. Quedaron ramas,
piedras y algunos tristes huesos en el lecho de la
laguna. Y lodo. Mucho lodo por todas partes.


16
Un salto perfecto




 Durante días Ping se sentó en el lodo y, por las
noches, durmió en el lodo. Pero no dormía mucho.
Es difícil relajarse cuando el miedo acecha en el in-
terior de uno. Y Ping tenía miedo.
 Mucho.
 El cambio –el cambio de verdad– inquieta. Cuan-
do se produce, puede causar confusión, dudas,
ira, angustia o desesperación; puede apoderarse de
nosotros con tanta fuerza que llega a paralizarnos.
 Pero sólo si se lo permitimos.
 Ese miedo al cambio, a afrontar riesgos, al ridículo
o a que alguien desapruebe nuestros sueños y ob-
jetivos, es el enemigo de la intención y la transforma-
ción. Pero hasta los enemigos tienen enemigos, y el
enemigo del miedo es el coraje. No la ausencia de
temor, sino el coraje de actuar a pesar del temor.
 La aceptación de esta sencilla verdad lleva un cier-
to tiempo. Muchos no llegan a comprenderla nunca.
A Ping le llevó aproximadamente una semana.


                                                      17
Ping




       Es difícil relajarse cuando el miedo
           acecha en nuestro interior.




18
Un salto perfecto




 Día tras día, Ping experimentó emociones que nun-
ca antes había vivido. Se sentía confuso e inseguro.
 Luchaba con la añoranza de su pasado, de su lagu-
na cuando era profunda. Los recuerdos se apodera-
ban de él sin darle descanso. Al fin y al cabo, aquella
laguna era el único lugar que había conocido.
 Pero, ¿quién puede adivinar el momento exacto
en que su mundo va a cambiar...? Ese momento en
que, por algún ignorado motivo, inesperadamente,
logramos la fuerza necesaria para aferrarnos a algo
o para soltarlo. Abrirse a la posibilidad de elegir es
abrirse a la transformación.
 Sentado en el lodo pegajoso, midiendo sus alter-
nativas, Ping tuvo una importantísima revelación:
su vida era suya, para vivirla con intensidad.
 Ping eligió dejar atrás su pasado, ocuparse de su
futuro y alumbró la idea más importante de su vida.
 Faltaban cinco minutos para el amanecer del sép-
timo día cuando Ping miró por última vez aquella


                                                      19
Ping




laguna que había amado tanto y, abandonando
toda la gloria de sus pasadas aventuras, dio un salto
perfecto hacia la aventura más grande de todas...




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  • 1. Prólogo Prólogo L o importante es que creas que esta historia es verídica. Personalmente, si miro hacia atrás, debo decir que yo también tuve mis dudas. Quién no las tendría al saber que las aventuras descriptas en estas páginas son, en realidad, el viaje de transformación de... una rana. En este momento, algunos lectores suspirarán, escépticos. Por favor, no se desanimen, hay tanto para aprender... Por ejemplo, que a pesar de las co- sas terribles que suceden en nuestro planeta, tam- bién ocurren muchas buenas. Y una de ellas es que aún podemos encontrar historias capaces de con- mover el espíritu y elevar el alma. 7
  • 2. Ping Esta es una de esas historias. Mucho antes de ti, mucho antes de mí mismo, mucho antes de que existieran el WiFi, Internet, el DVD y la videograbadora, mucho antes de la tele- visión, el cine, la radio e incluso, los libros, ya se narraban historias que entretenían, instruían, mo- tivaban e inspiraban. Algunas de esas historias han perdurado a través de los siglos; muchas se propo- nían entretener y quizás, también, hacer dormir a quien las escuchaba, pero la que nos ocupa –la fábula de un viaje– tiene un propósito diferente. Quiere despertar en los oyentes su camino interior y demostrar que el viaje de la vida es mucho más que, simplemente, sobrevivir. Por tanto, esta es una invitación a aprovechar de un salto las oportu- nidades de la vida a través de los actos heroicos y el aprendizaje revelador de una rana llamada Ping. Para comprobar la veracidad de esta historia, entre- visté a docenas de personas, occidentales y asiáticas, 8
  • 3. Prólogo a lamas tibetanos, practicantes taoístas y maestros zen y birmanos, y llené numerosos cuadernos de notas que luego pasaría en limpio. Algunas entre- vistas me llevaron a Japón, otras, a China y también a Estados Unidos. Lamentablemente, muy pocos conocían la historia de Ping y, menos aún, podían relatarla completa. Después de todo, ocurrió hace mucho tiempo. Sin embargo, la historia seguía cautivándome, de modo que pasé muchos meses más investigando hasta que al fin, por fortuna, logré hallar un relato preciso de los hechos. Por eso puedo garantizar su autenticidad. Tú decidirás si mis esfuerzos valie- ron la pena. Al fin y al cabo, todos sabemos que al- gunas historias son sólo para ser contadas. Y otras, para ser creídas. ¿La de Ping? Bueno, esta es una historia para siempre... 9
  • 4. Un salto perfecto 1 Un salto perfecto H abía una vez en un lugar… Aquel día, la laguna tenía poca profundidad. De hecho, se encontraba en ese estado desde hacía al- gún tiempo. Pero a la mayoría de sus habitantes no les importaba, creían que las cosas simplemente eran así. Por ejemplo, las tortugas se sentían felices mien- tras tuvieran suficiente agua para nadar. Incluso les gustaba dejar sus caparazones al sol cuando el agua no alcanzaba para sumergirse. Las garzas también estaban encantadas. Con poca agua, les resultaba más fácil encontrar algo sabroso en ella. Tampoco los peces se quejaban; más cerca de la superficie, les era más fácil atrapar algún bocado que flotara. 11
  • 5. Ping A decir verdad, entre los habitantes de la laguna la satisfacción era general. Jamás se escuchaba una que- ja ni un murmullo de desagrado. La mayoría se dedi- caba a pasar los días como siempre, de buen humor. La mayoría, pero no todos. Ping, una rana que había nacido en esa laguna, poseía una orgullosa herencia, aunque no tuviera me- moria de ella. Ping no sabía, por ejemplo, que en la antigua China se creía que las ranas provenían de la luna y que se incubaban en huevos que caían del cielo con la lluvia plateada. Sí podía remontarse atrás en su propio tiempo: Ping recordaba sus más tem- pranos días en la laguna, cuando surcaba alegre- mente el agua profunda, sólo impulsado por su cola. Y cuando creció y llegó el momento de saltar, nada pudo complacerlo más. Ping poseía un increíble talento para saltar. De un salto, Ping salvaba perfectamente una dis- tancia de dos metros y medio; más aún, perdón, 12
  • 6. Un salto perfecto dos metros setenta y cinco centímetros, algo que na- die más lograba. Tan grande era su talento, que todos los habitantes de la laguna dejaban lo que estuvieran haciendo para verlo saltar. Se sentían privilegiados de ser testigos de tanta maestría. Pero Ping no le daba importancia a esta admira- ción. Sólo sabía que saltar aquellas distancias era in- mensamente divertido y comprobaba, con honda tristeza, que ya no podía hacerlo como antes. No ahora, que apenas quedaba agua en la laguna. Mucho más tarde, Ping aprendería que para vivir una vida intencional hay que poseer dos cosas: un fuerte deseo de vivir la mejor vida posible, y la vo- luntad de vivirla así, todos y cada uno de sus días. Ping tenía ya ambas cosas. Lo que no tenía era agua. Y Ping necesitaba agua para saltar. En este momento debería agregar que aquella la- guna siempre había sido alimentada por un arroyo 13
  • 7. Ping ¿Quién puede adivinar el momento exacto en que su mundo va a cambiar? 14
  • 8. Un salto perfecto y que, en el curso de mis investigaciones, no en- contré ninguna pista sobre el motivo por el cual ese arroyo había cambiado su curso. Lo que sí descu- brí fue que, mientras muchos se conformaban con quedarse en aquel mismo lugar, Ping no lo hacía. Ping suspiraba con impotencia, sin resignarse. Añoraba la amplitud y la profundidad que alguna vez había tenido el agua y el aroma embriagador de las flores de loto y los nenúfares que solían cubrir la superficie. El sereno ritmo de los juncos mecidos por la brisa que inducía a la serenidad. Aquel paisa- je lo hacía tan feliz... Pero había cambiado, y lo que quedaba en su lugar atormentaba el alma de Ping. Chuang Tzu, filósofo taoísta de la antigüedad, es- cribió: Que a todo se le permita hacer naturalmente lo que hace, para que así su naturaleza se vea satisfecha. Ping veía a diario que todos los seres vivos a su alrededor tenían su lugar en el orden natural de las cosas y, cada uno, su propio destino que cumplir. 15
  • 9. Ping Ping presentía –mejor dicho, sabía– sin ninguna duda en su corazón que, más que ninguna otra cosa, quería llevar una vida que le permitiera manifestar la esencia de su naturaleza. Tan fuerte era el convencimiento de Ping respec- to de su talento innato y su capacidad, que pasaba sus días sentado al borde de la laguna, abstraído en sus grandes sueños de convertirse en lo mejor de sí mismo. Lamentablemente, al mismo tiempo que los sueños de Ping crecían, la laguna se volvía más y más peque- ña, hasta que llegó el día en que dejó definitivamen- te de ser una laguna y aquel lugar cómodo y seguro que Ping había disfrutado fue desapareciendo, desapareciendo, hasta que... no quedó nada. Bien, esto es una exageración. Quedaron ramas, piedras y algunos tristes huesos en el lecho de la laguna. Y lodo. Mucho lodo por todas partes. 16
  • 10. Un salto perfecto Durante días Ping se sentó en el lodo y, por las noches, durmió en el lodo. Pero no dormía mucho. Es difícil relajarse cuando el miedo acecha en el in- terior de uno. Y Ping tenía miedo. Mucho. El cambio –el cambio de verdad– inquieta. Cuan- do se produce, puede causar confusión, dudas, ira, angustia o desesperación; puede apoderarse de nosotros con tanta fuerza que llega a paralizarnos. Pero sólo si se lo permitimos. Ese miedo al cambio, a afrontar riesgos, al ridículo o a que alguien desapruebe nuestros sueños y ob- jetivos, es el enemigo de la intención y la transforma- ción. Pero hasta los enemigos tienen enemigos, y el enemigo del miedo es el coraje. No la ausencia de temor, sino el coraje de actuar a pesar del temor. La aceptación de esta sencilla verdad lleva un cier- to tiempo. Muchos no llegan a comprenderla nunca. A Ping le llevó aproximadamente una semana. 17
  • 11. Ping Es difícil relajarse cuando el miedo acecha en nuestro interior. 18
  • 12. Un salto perfecto Día tras día, Ping experimentó emociones que nun- ca antes había vivido. Se sentía confuso e inseguro. Luchaba con la añoranza de su pasado, de su lagu- na cuando era profunda. Los recuerdos se apodera- ban de él sin darle descanso. Al fin y al cabo, aquella laguna era el único lugar que había conocido. Pero, ¿quién puede adivinar el momento exacto en que su mundo va a cambiar...? Ese momento en que, por algún ignorado motivo, inesperadamente, logramos la fuerza necesaria para aferrarnos a algo o para soltarlo. Abrirse a la posibilidad de elegir es abrirse a la transformación. Sentado en el lodo pegajoso, midiendo sus alter- nativas, Ping tuvo una importantísima revelación: su vida era suya, para vivirla con intensidad. Ping eligió dejar atrás su pasado, ocuparse de su futuro y alumbró la idea más importante de su vida. Faltaban cinco minutos para el amanecer del sép- timo día cuando Ping miró por última vez aquella 19
  • 13. Ping laguna que había amado tanto y, abandonando toda la gloria de sus pasadas aventuras, dio un salto perfecto hacia la aventura más grande de todas... 20