Este documento presenta los personajes involucrados en la tragedia griega Electra de Esquilo, incluyendo a Orestes, Clitemnestra, Egisto, Crisótemis y el coro. Narra la historia de cómo Orestes regresa a Micenas para vengar la muerte de su padre Agamenón a manos de Clitemnestra y Egisto. Con la ayuda de su hermana Electra, Orestes mata a Clitemnestra y Egisto para así cumplir con su deber y vengar a su padre.
3. Aquí hemos llegado, puedes decir
que ves Micenas, rica en oro, y a este
palacio rico en desgracias de los
Pelópidas, de donde, lejos de quienes
fueron muerte de tu padre, yo te
saqué, tomándote de una de tu sangre,
de tu hermana, y te guardé y nutrí
hasta la edad que tienes para que
fueras vengador de la muerte de tu
padre.
4. ¡Ea, tierra de mi padre y dioses
del lugar, acogedme con bien en
estos caminos, y tú, oh, paterna
morada, pues vengo como tu
purificador con la
justicia, enviado por los dioses! ¡No
me despidáis deshonrado de esta
tierra, sino llegue a ser dueño de
mis riquezas y restaurador de mi
casa!
5. ¡Oh, luz pura y aire que igual
ciñes la tierra, cuántas veces oísteis
los cantos de mis trenos […]
Bien saben mis insomnios y mi
odioso lecho de esta triste morada
cuánto lloro a mi padre desdichado,
al que en la bárbara tierra no acogió
el sangriento Ares. ¡Mi propia madre
y el adúltero Egisto, como a encina
los leñadores, le hendieron la frente
con cruenta hacha!
6. ¡Oh morada de Hades y
Perséfone, oh Hermes
subterráneo y su augusta
Maldición, y venerables
Erinies, […]
venid, ayudadme, vengad la muerte de
nuestro padre y enviadme a mi hermano, pues
sola ya no puedo nivelar la carga de dolor que
enfrente pesa!
7. ¡Lastimera queja en el regreso,
lastimera en el lecho de tu padre,
cuando de frente cayó sobre él
el golpe de filos de bronce!
El engaño fue quien tramó
y el amor quien mató,
y engendraron terriblemente
una terrible forma, ya fuera
un dios o uno de los mortales
quien tales cosas hizo.
8. ¡Oh día aquel para mí
el más horrible de todos!
¡Oh noche, oh pesares atroces
de banquete indecible!
Muerte infame vio mi padre
venir de las dos manos
que apresaron mi vida traicionada,
que me perdieron.
¡Que el gran dios olímpico
dignos daños les dé sufrir;
y que jamás del triunfo gocen
después de haber cometido tales acciones!
9. Después, en mi propia
casa vivo con los asesinos
de mi padre […]
¿qué días crees que paso yo, cuando veo a Egisto
sentado en el trono paterno, y le contemplo
llevando los mismos vestidos que aquel y
derramando libaciones en el hogar donde lo mató?
¡Y veo la insolencia suprema, al asesino en el lecho
de mi padre con mi miserable madre, si madre he
de llamar a la que con él duerme! ¡Y ella es tan
audaz que vive con ese ser tan impuro, sin temer a
una Erinis!
10. En esta situación,
amigas, no es posible
ser razonable ni
piadoso; que
en los males mucha
necesidad hay de
practicar el mal.
11. Bien sé yo entre mí cómo sufro con la
situación presente; tanto que, si tuviera
fuerza, mostraría qué sentimiento les
guardo.
Pero ahora en la desgracia bien me
parece navegar amainando, y no
pretender hacer algo, cuando en nada se
puede atacar. Otro tanto quisiera que
hicieras tú. En verdad, lo justo no es lo
que yo digo, sino lo que tú piensas: pero
si he de vivir libre, hay que obedecer a
los que mandan en todo.
12. Y ahora, cuando podrías ser llamada
hija del más noble padre, hazte
llamar hija de tu madre: así
resultarás ante muchísimos mala, al
traicionar a tu difunto padre y a los
tuyos.
Piensan enviarte, si no pones fin a
estas quejas, allí donde jamás verás la
luz del sol y donde, viviendo en
profunda morada fuera de esta tierra,
podrás cantar tus males.
13. Corre el rumor de que ella ha
visto al que es tu padre y mío
venir de nuevo a la luz ante sí,
y clavar luego en el hogar el
cetro que ante llevaba él y
Egisto lleva ahora; del cetro
brotaba un brioso vástago con
el que en sombras quedaba
toda la tierra de los de Micenas.
14. ¿Acaso crees que estos dones llevas le sirven
de rescate a la sangre derramada? No es
posible. Tíralos, pues; corta, en cambio, tú del
cabello de tu cabeza las puntas de tus trenzas
y las de la mía, desdichada –poco es esto,
pero es lo que tengo-, […]
15. ruégale postrada que
del fondo de la tierra
venga a nosotros como
propicio defensor contra
los enemigos, y que su
hijo Orestes, con más
fuerte brazo, acuda en
vida a poner bajo su pie
a estos enemigos…
16. Si no soy insensata adivina,
ni carezco de juicio prudente,
vendrá la que antes fue adivina,
la Justicia que justa victoria trae en sus manos;
vendrá antes que pase mucho tiempo.
Llegará también la de muchos pies
y muchas manos, la que acecha
con terribles emboscadas,
la Erinis de pies de bronce.
17. Yo ofensa no te hago, sino
que mal te hablo porque
mal oigo de ti a menudo.
Tu padre, y no otra cosa,
es siempre tu pretexto,
porque por mano mía
murió; por obra mía, bien
lo sé, no voy a negarlo,
pues la Justicia le mató, no
yo sola.
18. Comprendo que hago
cosas impropias de mi
edad y que no me
corresponden. Pero tu
malquerencia y tus actos
me obligan a realizarlas
a la fuerza, que con
hechos vergonzosos cosas
vergonzosas se aprende.
19. ¡Salve, oh señora! Vengo
trayendo gratas nuevas para ti
y para Egisto de parte de un
amigo. […]
Ha muerto Orestes.
¡Me perdí, desdichada, nada soy ya!
20. ¡Oh Zeus! ¿Qué es esto?
¿Acaso diré que fortuna o
desgracia, aunque a la vez
ventaja? Triste es que con
mis propios males salve la
vida.
¿Acaso os parece que se va
sufriendo y con dolor a llorar y
lamentar terriblemente, la
desdichada, al hijo muerto así,
y que no va riéndose?
21. ¿Dónde están los rayos de Zeus,
dónde el radiante Sol,
si viendo estas cosas
las ocultan en calma?
22. Está Orestes entre nosotros,
sábelo oyéndolo de mí […]
Cuando me acerqué a la antigua
tumba de nuestro padre […] ve
en la cima del túmulo un rizo
cortado de joven cabello. […] Sé
bien que esta ofrenda no puede
venir sino de él.
23. ¿Qué te pasa? ¿No te doy
alegría al decir esto?
Ha muerto, oh desgraciada;
la salvación de él esperada se te
va; no vuelvas a él tus ojos.
24. Nos hemos quedado solas […]
¡Ea, querida, hazme caso,
ayuda a tu padre, socorre a
tu hermano, sácame a mí de
males, sácate a ti misma,
comprende, al fin, que vivir
en deshonra es deshonroso
para los que bien nacieron!
25. ¿Por qué al ver a las más
inteligentes aves del cielo
cuidarse del alimento de
quienes nacieron y de
quienes bien reciben, no
damos el mismo pago?
26. Venimos trayendo, como ves, los restos
exiguos en breve urna […] este vaso
guarda su cuerpo.
¡Oh, último recuerdo del
que en vida fue Orestes, con
qué esperanzas te recibo
[…]! Pero ahora contigo
muerto, se acaba esto en un
solo día, porque todo lo has
arrebatado de golpe, como
vendaval, al marcharte…
27. ¿Dónde está la tumba de
aquel desgraciado?
No hay, porque del que
está vivo no hay tumba.
¿Entonces vive él?
Si vivo estoy yo.
¿Acaso eres tú?
Mira este sello de mi padre
y comprueba si digo
verdad.
¡Oh día el más querido!
28. ¡Ah retoño,
retoño de los que más quiero,
Llegaste al fin,
hallaste, viniste y viste
a los que querías! […]
Para mí todo el tiempo,
todo el tiempo sería el que
necesitaría en justicia
para proclamar tales cosas;
pues con trabajo obtuve
ahora libre boca.
29. Pero que nuestra madre no te
descubra por tu cara alegre,
cuando entremos en la casa;
laméntate más bien por esta
desgracia fingida.
Ahora es la ocasión de obrar;
ahora Clitemnestra está sola,
ahora no hay ningún hombre
dentro…
30. Ved por donde avanza
Ares respirando inexorable
sangre, acaban de entrar bajos los
techos del palacio las vengadoras
de malas acciones,
perras a las que no se escapa.
De modo que no aguardará ya
por mucho tiempo en el aire
el sueño de mi corazón.
31. Pues con furtivo pie el defensor de
los muertos se introduce en palacio,
en el hogar de antigua riqueza de
su padre,
llevando en sus manos muerte
recién afilada;
y el hijo de Maya, Hermes,
le conduce, ocultando la insidia en
la sombra,
hasta el propio fin, y ya no
aguarda.
32. ¡Ay, ay moradas vacías de
amigos, pero llenas de quienes
me matan! […] ¡Hijo, hijo,
perdona a tu madre! […] ¡Ay
de mí, me hieren!
¡Dale, si puedes, doble herida!
33. Se cumplen las maldiciones;
viven los que yacen bajo tierra;
y toman en pago la sangre
de los matadores
los que antaño murieron.
34. Tú, llámame a Clitemnestra, si
está en casa.
Delante de ti está, no la
busques en otro sitio.
¡Ay de mí, qué veo!
[…] ¡Ay de mí, comprendo el
enigma! ¡No puede ser otro que
Orestes el que me habla!
35. ¡Oh, raza de Atreo,
cuánto padeciste
para llegar, al fin,
a la libertad que
logras con el
esfuerzo de ahora!