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ROUSSEAU Y SU EMILIO: O DE LA EDUCACIÓN COMO FORMA LIBERAL DE GOBERNAR1


                                                                    Carlos Ernesto Noguera Ramírez
                                                                            Profesor Asociado UPN
                                                                                 Investigador GHPP



                                    Mi asunto era totalmente nuevo después del libro de Locke, y
                                    temo mucho que continúe siendo después del mío (ROUSSEAU,
                                    1999 [1762], p. 4).


         Contario a lo que podría pensarse, el concepto de educación es relativamente
reciente en el lenguaje del saber pedagógico. Tuvo su emergencia a fines del siglo XVII
y su delimitación aconteció en los siglos XVIII y XIX. Varios autores corroboran esta
aseveración. René Hubert, en su Tratado de Pedagogía General, afirma lo siguiente:
                           Según el Diccionario general de Hatzfeld, Daimesteter e Thomas, [el
                           término éducation] no lo encontramos en la lengua francesa antes de
                           1527. Está en todos los léxicos a partir de de 1549, así como en el
                           Diccionario francés-latino de Robert Estienne2, donde se le relaciona
                           con la alimentación. Pero todavía no aparece más que raramente en los
                           textos. Por lo demás, etimológicamente no es más que una transcripción
                           del latín, debido a los humanistas del Renacimiento. El latín empleaba
                           la palabra correspondiente indiferentemente para el cultivo de las
                           plantas, el cuidado de los animales, la nutrición y la institución de los
                           seres humanos. En 1649, la traducción francesa no conoce todavía más
                           que la primera acepción de esta palabra. Sólo entiende la educación
                           como la formación del espíritu y del cuerpo, y la hace consistir en la
                           instrucción3: «el cuidado que se tiene de la instrucción de los niños, sea
                           en lo que se refiere a los ejercicios del espíritu, sea en lo que se refiere a
                           los ejercicios del cuerpo» (HUBERT, 1952, p. 13-14).


         Para Compayré (1897) la palabra éducation es relativamente nueva en lengua
francesa y tal vez haya sido Montaigne quien la utilizó por primera vez en sus Ensayos,
aunque habitualmente prefería la expresión institution des enfants de donde procede la


         1
           El presente ensayo constituye una parte de la investigación titulada: El Gobierno pedagógico:
de la sociedad de enseñanza hacia la sociedad del aprendizaje. Porto Alegre, Depto. de Posgrado
Universidade Federal do Rio Grande do Sul, Brasil, 2009.
         2
           Educatio: Nourrissier. Educatrix. Educatrix, pen. prod. Verbale foem. gen. Colum. Nourrisse.
Educatio, Verbale. Cic. Nourriture, Education. EDUCO educis, pen. prod. eduxi, eductum, educere. Tirer
ou Mener hors. Colores educere. Catul. Produire fleurs de diverses couleurs. Educere cirneam vini. Plaut.
Tirer hors‖ (ESTIENNE, 1552, p. 453).
         3
           Education. s. f. Le soin qu'on prend de l'instruction des enfants, soit en ce qui regarde les
exercices de l'esprit, soit en ce qui regarde les exercices du corps. Bonne education. mauvaise education.
l'education des enfants. prendre soin de l'education des enfants. il se sent bien de la bonne education qu'il
a euë. EFF‖. (ACADÉMIE FRANÇAISE, 1694).
palabra instituteur (institutor). Los escritores del siglo XVI decían nourriture
(alimentación, nutrición) y sólo después del siglo XVII el término éducation ingresó en
el lenguaje corriente para designar el arte de erigir (elevar, mejorar, perfeccionar) los
hombres. También señala Compayré que la educación es propia del hombre y, por lo
tanto, conviene reservar sólo al hombre esa “bella palabra” (COMPAYRÉ, 1897, p. 10),
pues los animales se adiestran y las plantas se cultivan: “Sólo el hombre es susceptible
de educación porque sólo él es apto para gobernarse a sí mismo, para devenir una
persona moral” (p. 10).
        Según Corominas (1954) en castellano la palabra educación data del siglo XVII,
pues “hasta entonces se había dicho siempre criar, que es la voz que emplea aún Cipr.
[Cipriano] de Valera en su traducción de la Biblia, a finales del siglo XVI, allí donde
Scio, siglos antes, escribió educar” (p. 216). Cunha (1986) también señala el siglo XVII
como el momento de aparición de la palabra educação en la lengua portuguesa. Sin
embargo, tal vez fuese Some thoughts concerning education (1693) de John Locke —
escrita en un idioma vernáculo y no en latín— el texto donde se inauguró el término
education y, más importante aún, donde se establecieron sus fundamentos. Pero fue
Rousseau, setenta años después, quién delimitó el término en su sentido propiamente
moderno.
        La frase con la que abre esta sección pertenece al prefacio del Emilio y parece
expresar la certeza que tenía Rousseau sobre la novedad del problema que estaba
formulando, sobre su carácter extemporáneo. Aunque Locke emplease por primera vez
aquel término —education— siete décadas antes es a partir del Emilio que esa palabra
adquiere el significado propiamente moderno, de ahí que en sentido estricto —y
contrariamente a la afirmación de Narodowski (1995, 2001) — podamos decir que es el
Emilio y no la Didáctica Magna la obra fundante de la „pedagogía moderna‟4. Coincido
con Narodowski en el carácter transdiscursivo de la Didáctica comeniana 5, pero,
siguiendo su perspectiva, diría que con el Emilio se constituye otro „paradigma
transdiscursivo‟ a partir del cual, y mediante la incorporación de la tradición didáctica,
se desarrollaron las tres tradiciones pedagógicas modernas. Sin duda, la Didáctica
        4
            Es necesario aquí aclarar que, en sentido estricto, no es posible hablar de una “pedagogía
moderna”, sino de tres tradiciones pedagógicas modernas (francófona, germánica y anglosajona) que se
constituyeron en desarrollo del concepto rousseauniano de educación y de concepto germánico de
Bildung.
          5
            Sobre este apecto afirma Narodowski: “De hecho, Comenio está implantando un paradigma
transdiscrusivo, que será en núcleo de hierro del discurso pedagógico moderno. Esa transdiscursividad se
refiere al hecho de que el núcleo común instalado por la obra comeniana será compartido — pese a sus
diferencias teóricas e ideológicas— por los pedagogos y pedagogías de la Modernidad” (2001, p. 16).
Magna es la obra fundante de la Didáctica, pero ella, a partir de las elaboraciones de
autores de la tradición germánica en los inicios del siglo XIX quedará integrada dentro
de la Pädagogik o Ciencia de la Educación.6 De esa forma, la educación y sus
desarrollos —y ya no sólo la enseñanza— estuvieron en el centro de los discursos
pedagógicos.
        Regresando a las palabras de Rousseau transcritas al inicio de esta sección,
debemos aceptar que tenía razón cuando temía que su asunto iba a permanecer como
novedad aún después de su libro, pues sus elaboraciones sólo serán plenamente
desarrolladas al final del siglo XIX con las psicopedagogías francófona y anglosajona.
En otras palabras, considero aquí que el Emilio es como el esbozo de un nuevo
“régimen de veridicción”7 en el campo del saber pedagógico, esbozo que sólo será
plenamente actualizado y desarrollado un siglo después, con la constitución de las
psicopedagogías basadas en la Biología y la Psicología Experimental. En ese sentido,
será preciso resaltar que la constitución de un nuevo „régimen de veridicción‟ ni es
asunto de un autor o una obra en particular, implica un proceso anónimo que envuelve
(que crea) autores y obras, que funcionan como sus superficies de emergencia y
desarrollo. El Emilio es esa primera superficie de emergencia de los nuevos enunciados
o reglas de verdad para el discurso pedagógico moderno liberal que sólo hasta inicios
del siglo XX funcionará como un „régimen de veridicción‟ propiamente dicho.
         Es interesante, también, observar que ese nuevo pensamiento aparece
justamente en el momento de la expansión del dispositivo disciplinar, en el momento de
consolidación de la „sociedad disciplinaria‟ (FOUCAULT, 2001), de tal forma que
podríamos decir que es el propio dispositivo disciplinar que en su actualización produce
una nueva disposición saber/poder. El funcionamiento social de los dispositivos, es
decir, su actualización social, estableció las condiciones de posibilidad para nuevos
dispositivos y, por eso, los dispositivos no son estructuras fijas o sólidas, sino
disposiciones que cambian al tiempo en que se expanden. La transformación es

        6
            En particular, desde Herbart con su propuesta de una “educación a través de la enseñanza” —y
a pesar de que posteriores propuestas hayan considerado la posibilidad de hablar de una Didáctica o
Teoría de la Formación humana en lugar de “pedagogía” (ver, por ejemplo, Willmann, 1948 [1882]), se
inició una recomposición de la didáctica clásica que sobre la base del concepto de Bildung amplió el
problema de la erudición o instrucción (eruditio) en la dirección de la educación (institutio). Hay que
decir, sin embargo, que la Didáctica continuó sus desarrollos particulares como disciplina acerca de llos
problemas de la enseñanza y el aprendizaje constituyéndose, por ejemplo, una Didáctica General
(allgemeine Didaktik) y otras específicas (Fachdidaktik).
          7
            “[…] el régimen de veridicción, en efecto, no es una ley determinada de la verdad, [sino] el
conjunto de las reglas que permiten, con respecto a un discurso dado, establecer cuáles son los enunciados
que podrían caracterizarse en él como verdaderos o falsos” (FOUCAULT, 2007, p. 53).
inmanente a cada dispositivo. Así, el „dispositivo de soberanía‟ en su expansión social
estableció las condiciones para la aparición del dispositivo disciplinar y la actualización
de éste produjo, a su vez, las condiciones para el nuevo “dispositivo de seguridad”, por
eso Foucault (2006) no habla en términos de substitución o abandono de un dispositivo
por otro, sino de énfasis y articulaciones múltiples y móviles o de superposiciones entre
unos y otros. Para el caso que estamos analizando, veremos que la emergencia de las
tradiciones pedagógicas modernas no significó ni el olvido de la Didáctica ni el
desvanecimiento de las prácticas disciplinarias. Por el contrario, y siguiendo la
perspectiva de Foucault, una consecuencia de la aparición del arte liberal de gobernar (y
de educar, digo yo):
                              Es la formidable extensión de los procedimientos de control,
                              coacción y coerción que van a constituir la contrapartida y el
                              contrapeso de las libertades. He insistido bastante en el hecho
                              de que esas famosas grandes técnicas disciplinarias que se
                              hacen cargo del comportamiento de los individuos diariamente
                              y hasta en el más fino de los detalles son exactamente
                              contemporáneas, en su desarrollo, en su explosión, en su
                              diseminación a través de la sociedad, de las era de la libertades
                              (FOUCAULT, 2007, p. 87).


       Retornando al Emilio diríamos, entonces, que con él se inaugura aquello que
podríamos llamar “gobernamentalidad liberal” en el saber pedagógico, es decir, una
forma de gobierno sustentada en la idea de la libertad (FOUCAULT, 2007). Sin embargo,
es preciso aclarar que el Emilio no es un tratado de educación, tampoco de pedagogía;
es un texto filosófico escrito al modo antiguo, es decir, escrito como un texto literario,
una especie de romance donde la vida de Emilio se confunde con su educación. El
Emilio no es, entonces, el primer libro sistemático de pedagogía, sino el libro en el cual
los conceptos de „educación‟ e „infancia‟ asumen su sentido propiamente moderno,
contribuyendo a la constitución de las tradiciones pedagógicas modernas, de la misma
forma en que los conceptos de „erudición‟ —instrucción—, „método de enseñanza‟ y
„escuela‟ contribuyeron a la constitución de la Didáctica.
       Como apoyo a la tesis sobre el carácter educacional de la Modernidad, es preciso
aclarar que el Emilio no es un libro más en la amplia producción intelectual de
Rousseau, producción que cubre temas tan amplios y diversos como la política, la
economía, las artes, las ciencias, la literatura, la historia, la filosofía, la música). El
propio Rousseau reconoce que su Emilio es su mejor obrar y la más importante: “Jamás
hubo publicación alguna que obtuviese tantos elogios particulares, ni tan poca
aprobación del público. Lo que de ella me dijeron, lo que me escribieron las personas
más capaces de juzgarla, me confirmaron en la creencia de que ésta era la mejor y más
importante de mis obras” (ROUSSEAU, 1999 [1782], p. 525). Y eso se debe al hecho de
que en la educación de Emilio está desarrollado lo fundamental de su pensamiento
filosófico (el contrato social, sus discursos sobre la desigualdad entre los hombres y
sobre las artes y las ciencias, sobre la religión, la familia, la infancia, la liberad y la
felicidad). Pero ¿en qué consiste esa educación (éducation)? ¿Cuál es la novedad de ese
concepto?
        En el inicio de su libro, Rousseau señala que la palabra educación antiguamente
significaba alimento y estaba relacionada con la idea de crianza; para sustentar esta
afirmación, cita una frase de Varrón: educit obstetrix, educat nutrix, instituit
paedagogus, docet magister: “Educación, institución e instrucción son por tanto tres
cosas tan distintas en su objeto como nodriza, ayo y maestro” (ROUSSEAU [1762], 1984,
p. 5). Sin embargo, siguiendo la línea de argumentación que aquí estoy desarrollando, la
traducción más precisa de la frase en latín sería: “Trae a luz la partera, cría la nodriza,
educa el preceptor, enseña el maestro”. Educere aquí significa sacar, extraer; educare
alimentar, criar; institutionis significa formar, educar y, docere enseñar o instruir. En
este sentido queda más clara la diferencia que pretende establecer Rousseau a propósito
de los tres tipos de actividad realizados por la nodriza (crianza), el ayo (institución o
educación en sentido moderno) y el maestro (instrucción o enseñanza). Esta afirmación
se justifica con la mención del propio Rousseau sobre la confusión existente en su época
entre esas tres actividades y su aclaración sobre la necesidad de un solo guía o
conductor para el niño, guía que debe ser el gouverneur 8 (ayo): “yo más bien llamaré
ayo [gouverneur] que preceptor al maestro de esta ciencia, porque no tanto es su oficio
instruir como conducir. No debe dar preceptos, debe hacer que los halle el alumno” (p.
15). La educación es más dirección y conducción que instrucción o enseñanza y, en ese
sentido, el concepto está más próximo de las ideas de Locke (y por ahí, de la institutio
de los humanistas) que de la eruditio de la Didáctica, pues para formar al „hombre‟ no
es necesaria una enseñanza de las ciencias. En varias oportunidades a lo largo de su
libro Rousseau ([1762], 1984) aclara este punto:
                                          No se trata de enseñarle las ciencias, sino de inspirarle

        8
           Esta palabra francesa que literalmente podría ser traducida como “gobernador” expresa mejor
la idea de Rousseau. En español la palabra ayo significa “Persona encargada en las casas principales de
custodiar niños o jóvenes y de cuidar de su crianza y educación” y preceptor es la “persona que enseña”
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, 1992.
la afición por ellas, y darle métodos para que las aprenda
                                   cuando se desenvuelva mejor su afición. He aquí ciertamente el
                                   principio fundamental de toda buena educación (p. 118).
                                            Considerad lo primero, que rara vez debéis proponerle
                                   lo que él ha de aprender; a él le toca desearlo, indagarlo,
                                   hallarlo; a vos ponerlo a su alcance, hacer con su maña que
                                   nazca ese deseo, y darle medios para que le satisfaga (p. 125).
                                            Tiene [Emilio] un espíritu universal, no por la luces
                                   sino por la facultad de adquirirlas; un espíritu despejado,
                                   inteligente, apto para todo, y como dice Montaigne, si no
                                   instruido, instructible. Bástame con que sepa hallar el para qué
                                   sirve en todo cuanto haga, y el por qué en todo cuanto crea:
                                   porque repito que no es mi objeto darle ciencia, sino enseñarle a
                                   que la adquiera cuando la necesite […] (p. 150).


        En su Discurso sobre las artes y las ciencias9 ya había señalado su indisposición
con las ciencias (y con la erudición) cuando escribía: “«Después de que los sabios
comenzaron a aparecer entre nosotros», decían los filósofos, «Se eclipsaron las personas
de bien». Hasta entonces los romanos se habían contentado con practicar la virtud; todo
se perdió cuando comenzaron a estudiarla” (ROUSSEAU, 1978c [1749], p. 341). El
problema de las ciencias es que fueron creadas por los vicios humanos y no por sus
virtudes: “La astronomía nació de la superstición; la elocuencia, de la ambición, del
odio, de la adulación, de la mentira; la geometría, de la avaricia; la física, de una
curiosidad infantil; todas ellas, y la propia moral, del orgullo humano. Las ciencias y las
artes deben, por lo tanto, su nacimiento a nuestros vicios” (p. 343).
         Sin embargo, a pesar de su aproximación a las ideas del filósofo inglés, la
educación de Rousseau inaugura un nuevo momento para el saber pedagógico. Locke,
con su énfasis en la disciplina del entendimiento, en la constitución de hábitos, en la
importancia del ejercicio, en la repetición, se inscribe aún en el marco de la
„gubernamentalidad disciplinar‟, mientras que Rousseau — con su idea de educación—
inaugura, en el discurso pedagógico, la era de la „gubernamentalidad liberal‟, es decir,
establece una nueva forma de educación, conducción, dirección (gobernamiento) del
„hombre‟, fundamentada en las ideas de naturaleza, libertad e interés (o deseo) del
agente que aprende (el niño) en un „medio‟ especialmente adaptado para tal fin (medio
que ya no es la casa paterna, como en el caso del gentleman de Locke, ni de la escuela,
como en el caso de Comenio). Pero ¿en qué consiste la novedad de esa éducation
rousseauniana?

        9
          Este escrito fue presentado por Rousseau al concurso abierto por la Academia de Dijon sobre la
pregunta de si el restablecimiento de las artes y las ciencias había contribuido a mejorar las costumbres.
La respuesta de Rousseau a esa pregunta fue negativa y con aquel texto ganó el premio ofrecido.
En primer lugar, se trata de una educación „natural‟. Sabemos que ese concepto
de naturaleza es central en el pensamiento de Rousseau y la historiografía educacional y
en general la filosófica ha dedicado extensas páginas a este aspecto. A pesar de eso,
considero posible una aproximación diferente basada en los análisis de Foucault (2007)
y Hadot (2006b). Se podría comprender el naturalismo de Rousseau como parte del
naturalismo gubernamental, según expresión utilizada por Foucault para caracterizar la
nueva arte de gobernar que apareció en la segunda mitad del siglo XVIII:
                             Si vamos un poco más lejos y retomamos las cosas desde su origen,
                             veremos que lo que caracteriza ese nuevo arte de gobernar del que les
                             hablé sería más bien el naturalismo que el liberalismo, en la medida
                             en que, en efecto, la libertad aludida por los fisiócratas, por Adam
                             Smith, etc., es mucho más la espontaneidad, la mecánica interna e
                             intrínseca de los procesos económicos que una libertad jurídica
                             reconocida como tal a los individuos (FOUCAULT, 2007, p. 81).


        La idea de la educación natural es justamente abrir paso a la espontaneidad,
permitir que la mecánica interna del individuo actúe libremente, dejar hacer, dejar de
intervenir para permitir que la naturaleza opere. La nueva razón educativa que funda
Rousseau precisó de libertad, es decir, sólo podía funcionar si existiese libertad,
necesitaba de ella y, por tanto, tenía que producirla. Pero también necesitó de una
naturaleza para el sujeto; en ese sentido, el Emilio no fue sólo es esbozo o el
„descubrimiento‟ de las leyes naturales del desarrollo del niño, como creía Claparède 10.
Fue el diseño de una nueva gramática en el discurso pedagógico, un conjunto de reglas a
partir de las cuales se produciría el discurso pedagógico, particularmente desde finales
del siglo XIX cuando fueron puestas en vigencia por las psicopedagogías francófonas y
anglosajonas. Tenemos entonces, libertad y naturaleza como los conceptos más
generales y, ligados a ellos, interés, crecimiento, desarrollo, maduración y medio: todos
ellos conceptos del nuevo lenguaje que desde entonces hasta hoy, estarán en el corazón
de los discursos pedagógicos.
        De otro lado, utilizando los análisis de P. Hadot (2006b), se podría examinar el
naturalismo de Rousseau como la expresión de una actitud órfica frente a la naturaleza.
En su particular historia sobre la noción de naturaleza, el filósofo francés realiza un
seguimiento de las metáforas construidas en Occidente en torno a la fórmula de

        10
             En su libro La educación funcional se incluye un artículo titulado “J.J. Rousseau y la
concepción funcional de la infancia” en el cual muestra que el filósofo había expresado claramente en su
Emilio las cinco leyes de la concepción funcional de la infancia: ley de la sucesión genética, ley del
ejercicio genético-funcional, ley de la adaptación o de utilidad funcional, ley de la autonomía funcional y
ley de la individualidad. Ver: CLARARÈDE, 2007 [1931].
Heráclito Physis kryptesthai philei — generalmente traducida por „la naturaleza ama
ocultarse‟— que lleva a la idea de que la naturaleza tiene secretos, guarda secretos,
oculta secretos a los hombres, fórmula que utilizada desde la Antigüedad, acompaña
toda la historia del pensamiento Occidental. Delante de los secretos de la naturaleza
Hadot señala la existencia de, por lo menos, dos actitudes: una que sería la actitud
socrática cuya característica es el rechazo del saber sobre la naturaleza, sea porque
existen cosas que sobre pasan al hombre o que son inaccesibles a su pensamiento, sea
porque no tiene importancia ninguna, pues lo principal es la conducta moral y política.
La otra actitud, por el contrario, considera que el hombre es capaz de develar los
secretos de la naturaleza y aquí habría al menos dos vías:
                                      Si el hombre experimenta la naturaleza como una
                              enemiga, hostil y celosa que se le resiste ocultando sus secretos,
                              entonces habrá una oposición entre la naturaleza y el arte
                              humano, fundada en la razón y en la voluntad humanas. El
                              hombre buscará, con la técnica, afirmar su poder, su dominio,
                              sus derechos sobre la naturaleza.
                                      Si, al contrario, el hombre se considera parte de la
                              naturaleza, porque el arte ya está presente, de un modo
                              inmanente, en la naturaleza, no habrá más oposición entre
                              naturaleza y arte, y así el arte humano, sobre todo en su
                              finalidad estética, será de algún modo la prolongación de la
                              naturaleza, y no habrá más relación de dominación entre
                              naturaleza y hombre (HADOT, 2006b, p. 114).


       La primera vía es el camino de la ciencia que Hadot define como el “modelo
judiciario” en tanto somete el proceso natural a procedimientos jurídicos de inquisición,
vía que supone una relación hostil con la naturaleza. El mejor ejemplo de esa opción es
la postura de Bacon quien afirmara que „los secretos de la naturaleza se revelan más
bajo la tortura de los experimentos que en su curso natural‟. Pero antes que Bacon ya
existía ese modelo fundado en el derecho de la razón humana sobre la naturaleza,
modelo que la propia revelación bíblica confirmaba en el Génesis cuando ordenaba a
Adán y Eva crecer, multiplicarse y dominar la tierra. Parece ser, también, el modelo de
Comenio según el cual el triple fin del „hombre‟ es ser criatura racional, criatura dueña
y señora de las demás criaturas e criatura imagen y deleite de su Creador. Y ser dueño y
señor de las criaturas consiste en poder conocerlas para mejor disponer de ellas
conforme a sus fines legítimos y utilizarlas en su propio provecho (COMENIO, 1994 a).
Esta vía también es analizada por Hadot al modo de una „actitud prometeica‟ cuyo
interés es descubrir con astucia y violencia los secretos de la naturaleza o los secretos de
los dioses, como hiciera Prometeo “que según Hesiodo robó a los dioses el secreto del
fuego con el fin de mejorar la vida de los hombre, y que, según Esquilo y Platón, trajo a
la humanidad los beneficios de las técnicas y de la civilización” (HADOT, 2006b, p.
118).
        La segunda vía corresponde al „modelo de la contemplación‟ que, alejándose del
uso de las técnicas para modificar artificialmente la percepción de las cosas utiliza
apenas el raciocinio, la imaginación, el discurso o la actividad artística como una
manera „ingenua‟ de comprender la naturaleza. Aquí habla Hadot de la existencia de
una „actitud órfica‟ para aludir al poder de seducción que, según la leyenda, tenía el
canto y el toque de la lira de Orfeo sobre los seres y las cosas: “No es pues, con
violencia, sino con melodía, ritmo y armonía que Orfeo penetra los secretos de la
naturaleza. Mientras la actitud prometeica es inspirada por la audacia, por la curiosidad
sin límites, por la voluntad de poder y por la búsqueda de la utilidad, la actitud órfica,
por el contrario, es inspirada por el desinterés y por el respeto al misterio” (p. 118).
        La naturaleza de Rousseau, o mejor, la actitud de Rousseau frente a la naturaleza
no fue, evidentemente, una actitud judiciaria sino contemplativa. Él creía en los secretos
de la naturaleza y consideraba tal actitud de encubrimiento una forma de proteger al
„hombre‟ de ciertos peligros como la „metalurgia‟. En su Discurso sobre la desigualdad
entre los hombres señala que ese arte significó una gran revolución para la humanidad,
pero también su perdición, pues de ella nacieron otras artes como la agricultura, que
trajo la ambición, la explotación, la propiedad privada y las guerras. Teniendo en cuenta
tales peligros, la naturaleza se había encargado de colocar las minas de hierro en
terrenos áridos desprovistos de árboles y plantas, donde no sería probable que, por
ejemplo, un incendio consiguiese fundirlo, mostrando así a los hombres el secreto fatal.
Entonces, sin duda, fue por causa de un accidente, tal vez un volcán vomitando materias
metálicas en fusión, que el secreto se ofreció a los hombres observadores que después
imitaron esa operación de la naturaleza.
        Así, la „educación negativa‟11 de Rousseau se deriva de su „actitud órfica‟: como
no conocemos la naturaleza infantil es mejor no hacer nada, o tal vez, hacer la única
cosa cierta: observar para conocer. Observar pacientemente. El Emilio es un libro de
observación, el primer libro de observación de la infancia. No es un libro científico ni
pretendía serlo, pero con su actitud sin pretensiones, con su admiración por la


        11
            Pues se trataba de no enseñar nada, de perder tiempo, de dejar pasar: “Me atreveré a exponer
aquí la regla más grande, la más importante, la más útil de toda educación? Pues no es el ganar tiempo,
sino el perderle” (ROUSSEAU [1762], 1984, p. 49).
naturaleza, con su aguda contemplación, con su delicada observación de los
„procedimientos de la naturaleza‟ Rousseau consigue que ella desvele delante de sus
ojos los secretos de la infancia: el proceso de crecimiento, las modificaciones en los
intereses, las características formas de actuar en cada etapa, el proceso de constitución
de la razón desde el funcionamiento de los sentidos, pasando por los sentimientos para
llegar, finalmente, a la razón racional (por oposición a la razón sensitiva de las primeras
etapas del desarrollo).
       De ese interés de Rousseau por revelar los secretos de la naturaleza humana —él
mismo escribe: “El verdadero estudio nuestro es el de la humana condición” (1984
[1762], p. 5) — aparece la idea de la perfectibilidad como una de las dos (la otra es la
libertad) características que permitirían diferenciar claramente el hombre de los
animales:
                          Pero aun cuando las dificultades que rodean todas esas cuestiones
                          dejasen por un instante de causar discusión sobre la diferencia entre el
                          hombre y el animal, habría otra cualidad muy específica que los
                          distinguiría y al respecto de la cual no puede haber contestación —es la
                          facultad de perfeccionarse, facultad que, con el auxilio de las
                          circunstancias, desarrolla sucesivamente todas las otras y se encuentra,
                          entre nosotros, tanto en la especie como en el individuo (ROUSSEAU,
                          1978b [1755], p. 243).


       Es verdad que antes de Rousseau se creía en la posibilidad del mejoramiento del
„hombre‟, sin embargo, la perfectibilidad implicó una transformación en la propia
naturaleza, tanto en el individuo como en la especie. El hombre natural no es de la
misma naturaleza que el hombre social, pues la sociedad instaló una especie de segunda
naturaleza y no es posible volver al estado primitivo. Pero esa facultad de
perfectibilidad que separa al hombre de los animales tiene, para el filósofo ginebrino, un
sentido paradójico: al tiempo en que permitió la humanización y civilización, significó
también el deterioro y depravación de la especie. El hombre primitivo era bueno, tenía
lo que necesitaba y sus deseos estaban equilibrados con sus fuerzas, de tal forma que era
feliz. La sociedad, forma que se opone a la naturaleza y que fue el resultado de la
perfectibilidad humana, volvió malo al hombre, depravó su inocencia y felicidad
originaria desequilibrando la relación entre sus deseos y sus fuerzas convirtiéndolo, con
el tiempo, en un tirano de sí mismo y de la propia naturaleza. Sin embargo, se las
desgracias humanas tienen su origen en su facultad de perfeccionamiento, también allí
se encuentra el secreto de su redención. La crítica de Rousseau a la civilización, a la
razón y sus productos (las artes y las ciencias) no es un intento de restablecer para la
humanidad el reino del hombre primitivo, no es la búsqueda de un retorno del hombre
salvaje ni el abandono del estado social: es un intento de, siguiendo los procedimientos
de la naturaleza, devolver al hombre el estado de felicidad y libertad perdido con la
civilización. Para eso, sería preciso el establecimiento de un nuevo pacto social.
       Sobre este punto debemos recordar que aunque Rousseau se niegue a formar a
Emilio en un oficio en particular, aunque considere que la única profesión de él sería la
de ser hombre, Emilio deberá ser un ciudadano. Primero hombre, pero después,
ciudadano, es decir, individuo respetuoso del pacto social, sujeto de un contrato social:
es el surgimiento del Homo civilis. La garantía efectiva del mejoramiento de la
sociedad, la única posibilidad para redimir, para regenerar la humanidad es el
establecimiento de un nuevo pacto social, pero ese nuevo contrato sólo podrá funcionar
sobre la base de una educación fundamentada en la naturaleza. En ese sentido, el Emilio
no es sólo un libro de educación, es también un texto político que está en la línea de la
República de Platón. Digamos que con el Emilio el saber pedagógico moderno traspasa
su umbral político, permaneciendo como un saber especializado en el gobierno
(gobernamiento) de sí y de los otros.
       Volviendo a la noción de perfectibilidad, habría aún dos aspectos que analizar:
ella se confunde con la „educabilidad‟, pues el hombre sólo pudo perfeccionarse cuando
tuvo necesidad de educación, es decir, cuando necesitó comunicar a los otros sus
intenciones, sus pensamientos, y eso aconteció en el momento en que precisó de otros y
necesitó vivir en comunidad. Esa facultad de ser educado fue lo que diferenció
radicalmente los hombres de los animales, “pues el animal, por el contrario, al cabo de
algunos meses, es lo que será por el resto de su vida, y su especie, al final de miles de
años, lo que era en el principio de ellos” (ROUSSEAU [1755], 1978b, p. 243). Se podría
decir, entonces, que esa „educabilidad‟ permitió (y permite) el desarrollo de la especie
humana y del individuo humano, su transformación, su progreso, pero también su
decadencia. Gracias a esa facultad, y por efecto de un largo y lento proceso, el hombre
abandonó su estado primitivo y alcanzó la civilización, proceso que se dio en distintas
etapas sucesivas donde los resultados de una fueron condición para la siguiente.
       En la explicación de ese proceso, Rousseau introdujo un interesante giro que
constituye una de las características centrales de su pensamiento: los fundamentos de
ese desarrollo se encuentran en las pasiones. Estas habían sido identificadas por los
moralistas como señales de imperfección, de inferioridad, de animalidad y, por tanto,
despreciadas y destinadas a ser sometidas y a penas a ser toleradas como inevitables.
Para Rousseau, por el contrario, ellas ocupan un lugar destacado:
                       Digan lo que quieran los moralistas, el entendimiento humano debe
                       mucho a las pasiones, las cuales, según el común sentir, le deben mucho
                       también. Por su actividad se perfecciona nuestra razón; no queremos
                       saber sino porque deseamos gozar, y no puede concebirse por qué un
                       hombre que careciera de deseos y temores habría de tomarse la molestia
                       de pensar. A su vez, las pasiones se originan de nuestras necesidades, y
                       su progreso, de nuestros conocimientos, pues no se puede desear o tener
                       las cosas sino por las ideas que sobre ellas se tenga o por el nuevo
                       impulso de la naturaleza. El hombre salvaje, privado de toda suerte de
                       conocimiento, sólo experimenta las pasiones de ésta última especie; sus
                       deseos no pasan de sus necesidades físicas (ROUSSEAU, 1923 [1755],
                       Primera Parte).


       En el Emilio afirma también:
                       Nuestras pasiones son los principales instrumentos de nuestra
                       conservación: luego tan vano como ridícula empresa es intentar
                       destruirlas, que es censurar la Naturaleza, y querer reformar la obra de
                       Dios […] Al que quisiese estorbar que naciesen las pasiones, casi por
                       tan loco le tendría yo como al que quisiese aniquilarlas; y ciertamente
                       me habrían entendido muy mal los que creyesen que semejante proyecto
                       hubiera sido el mío hasta aquí (ROUSSEAU, 1984 [1762], p. 152).


       Otro aspecto interesante que la idea de perfeccionamiento trae para el análisis es
la relación entre perfectibilidad de la especie y del individuo: parece ser que la infancia,
en su proceso de desarrollo y crecimiento, recorre —en sus líneas generales— el
proceso de desarrollo de la especie humana. La vida de Emilio no es un repaso de la
vida de la humanidad, pero las líneas generales del desenvolvimiento de Emilio parecen
corresponder, en gran medida, al proceso de constitución de la especie humana, con la
diferencia de que Emilio nunca llega a la degeneración. Y esto sucede porque, a
diferencia de la humanidad, el proceso de perfeccionamiento de Emilio ha seguido la
propia naturaleza: y ese proceso es justamente el que Rousseau llama „educación
natural‟.
       La especie humana se desnaturalizó, se apartó de la naturaleza y constituyó la
civilización que degeneró su humanidad primitiva. Ese proceso que tuvo como punto de
inicio al hombre natural, inocente, ingenuo, quien vivía en pequeños grupos, sin
lenguaje, sin vivienda fija y cuyos deseos se ajustaban a sus capacidades, sometido
enteramente a la naturaleza, siguió un largo camino donde, poco a poco y sobre la base
de reducidos instintos, el hombre desarrolló su razón y creó la sociedad con todas sus
ventajas, pero también, con todas las secuelas negativas que llevaron a la especie a su
degeneración (ROUSSEAU, 1923 [1755]).
El niño, como el hombre primitivo, parte sólo de sus limitados instintos,
comparados con los animales, y va poco a poco desarrollando su razón, pero por efecto
de la corrupción de la sociedad en la cual habita y crece, ese perfeccionamiento serán en
realidad, el camino de su perdición. Sólo un niño como Emilio, alejado de esa sociedad
corrupta, educado (perfeccionado) según las leyes naturales, dejando operar la propia
naturaleza, alcanzará la verdadera perfección posible para un ser humano. Como dice
Rousseau, Emilio será, sobre todo, antes que todo, un hombre, pero su destino es la
sociedad: Rousseau no pretendía recrear un hombre primitivo, él sabía que Emilio no
podría vivir aislado, tenía que madurar, casarse, formar parte de una sociedad, pero para
llegar allá con éxito, era necesaria la educación. No cualquier educación: una educación
fundamentada en la naturaleza, y eso significa principalmente, una educación centrada
en la libertad y los intereses del niño.
       Hasta aquí mostré una primera característica de la éducation rousseauniana, es
decir, su carácter natural o su consideración de la naturaleza como fundamento. En
seguida pasaré a otro aspecto clave: la libertad. Ellas es el principio e instrumento, las
condición, pero al mismo tiempo, el medio para su realización, de ahí que podamos
nombrar la educación de Emilio como una „educación liberal‟. Sin embargo, con tal
calificativo no me estoy refiriendo a una educación fundamentada en los principios de
alguna ideología liberal; tampoco quiero con ello colocar la educación rousseauniana
como opuesta a un tipo de educación que podría ser considerada como „conservadora‟.
Aquí entiendo por educación liberal una acción educativa en la cual la libertad se
convierte en un asunto estratégico: sólo será posible educar desde la libertad y para la
libertad. En palabras de Rousseau (1984 [1762], p. 29): “El espíritu de estas reglas es
dejar a los niños más verdadera libertad y menos imperio, permitirles que hagan más
por sí propios, y exijan menos de los demás”.
        Varias cosas están implicadas en la anterior afirmación. Primero: es necesario
dar libertad, dejar actuar los niños o dejar actuar la naturaleza en los niños. En este
sentido, la libertad, inicialmente, es una libertad de movimiento en función del
crecimiento y de la maduración de los órganos, elementos fundamentales en el proceso
de desenvolvimiento. Este punto es reconocido en muchos de los estudios sobre el
pensamiento de Rousseau y constituye un elemento central de la actividad educativa
para la primera infancia, descrita en el libro primero del Emilio. Su objetivo es el
fortalecimiento del cuerpo, pues sólo un cuerpo fuerte puede obedecer al alma: “Cuanto
más débil es el cuerpo, más manda; cuanto más fuerte, más obedece. En cuerpos
afeminadas moran todas las pasiones sensuales; y tanto más se irritan aquellos, cuanto
menos pueden satisfacerlas” (ROUSSEAU, 1984 [1762], p. 16). Aquí Rousseau señala la
importancia de un adecuado crecimiento y desenvolvimiento, procesos naturales que se
debe respetar y a los que se debe contribuir con una correcta educación, pues tienen su
propia temporalidad y dan sentido a la existencia de la infancia como etapa inicial en la
cual el hombre se fortalece y aprende todo lo que necesita y que no le fue dado con los
instintos por la naturaleza: “Respetad la infancia, y no os deis prisa en juzgarla ni para
bien ni para mal […] Dejad que obre largo tiempo la Naturaleza, antes de meteros a
obrar en su lugar, no sea que impidáis la eficacia de sus operaciones (ROUSSEAU, 1984
[1762], p. 62). Es necesario respetar esa temporalidad; Rousseau llama la atención sobre
la necesidad de valorizar esos años de la infancia, pues ellos no son tiempo perdido. La
naturaleza necesita de ese tiempo para actuar y, por eso, clama para que los adultos
abandonen la prisa y sean pacientes: el crecimiento y el desenvolvimiento son lentos y
parece que los adultos quisieran acelerarlos, de ahí la preocupación con la enseñanza de
los niños, como si el método de enseñanza o la acción del adulto pudiesen substituir la
acción de la naturaleza12.
        Segundo: el llamado a respetar la infancia es un llamado para dejar que los
propios niños (y en ellos, las fuerzas de la naturaleza) actúen. Respetar el principio de
actividad que es constitutivo del sujeto, principio que lleva en sí mismo una economía
de acción: se debe economizar la acción del adulto en función de la propia acción del
niño, pues esta última será siempre más eficaz en la medida en que parte del deseo e
interés individual. Sin embargo, dejar actuar al niño (y a la naturaleza), no enseñar nada,
es un asunto que requiere de tiempo, mucho tiempo, pues el niño necesita, además de
madurar, ejercitarse y tener diversas experiencias, aprender por sí mismo, motivo por el
cual debe cometer errores e intentar muchas veces antes que consiga aprender. Ese es el
principio activo del que habla Rousseau, fuerte en la infancia y ya débil en la vejez. En
cuanto activo, el ser tiene potencia para querer o desear y fuerza para ejecutar las
acciones: “Reside el principio de toda acción en la voluntad de ser libre […] Luego el
hombre es libre en sus acciones, y como tal animado por una sustancia inmaterial […]Si
el hombre es activo y libre, obra por sí propio; todo cuanto libremente hace está por
fuera del sistema ordenado por la Providencia, y no puede ser imputado a ésta”
(Rousseau, 1984 [1762], p. 211-12).

        12
          “Lentas y tardías son las instrucciones de la Naturaleza; las de los hombres son casi siempre
prematuras” (ROUSSEAU, 1984 [1762], p. 154).
El Homo docibilis de la Didáctica no era un sujeto meramente pasivo, pero su
docilidad, es decir, su capacidad para aprender y ser enseñado implicaba una acción
directa del exterior: la enseñanza ejercida por el maestro a través del método; por el
contrario, Emilio debe aprender sin ser enseñado (por lo menos directamente), debe
aprender lo que tiene que aprender por sí mismo, es decir, por su propia actividad, pues
debe usar su propia razón, debe ejercitarla con lo cual resultará un vigor del espíritu
semejante al que con el trabajo y la fatiga adquiere el cuerpo 13.
        Tercero: todo lo anterior debe llevar a la felicidad: “Preciso es ser feliz, amado
Emilio; ese es el fin de todo ser sensible, el primer deseo que nos imprimió la
Naturaleza, y el único que nunca nos abandona” (p. 352). Sin embargo, no es fácil ser
feliz, la felicidad exige valor, pues está en íntima relación con la libertad y no somos
libres si no conseguimos dominar los deseos y las pasiones. En el inicio de la vida, las
necesidades de Emilio son superiores a sus fuerzas, por eso necesita de la ayuda de los
adultos. Aunque el principio activo sea en él muy intenso, la naturaleza compensa esa
intensidad con la debilidad de sus fuerzas. Cuando llega a la adolescencia la relación
cambia y entonces tendrá fuerzas en exceso: “Este intervalo en que el individuo puede
más de lo que desea, si bien no es la época de su mayor fuerza absoluta, es como he
dicho, la de su mayor fuerza relativa” (p. 113). Sin embargo, cuando llega la pubertad y
aparece la pasión amorosa junto con otros múltiples deseos, fruto del trato social,
entonces la situación cambia radicalmente y es ahí donde es preciso dar mayor fortaleza,
pues aprendiendo a desear se puede volver esclavo de sus propios deseos. Hasta
entonces, Emilio había permanecido en el reino de la naturaleza sometido a sus leyes,
pero en adelante ingresará en el mundo social, y allá, requiere el aprendizaje más difícil:
liberarse del imperio de las pasiones artificiales que impone la sociedad con sus lujos,
comodidades y demás seducciones. Y es ese momento el momento de la verdadera
libertad: “Hasta aquí sólo eras libre en apariencia; sólo poseías la precaria libertad de un
esclavo a quien nada han mandado. Sé ahora libre en efecto, aprende a enseñorearte de
ti mismo: manda, Emilio, en tu corazón, y será virtuoso” (p. 355). La verdadera libertad
debe llevar a la felicidad y ésta no es más que la práctica de la virtud, el gobierno de
nosotros mismos por la razón.

        13
            “Requiere este modo de proceder una paciencia y una circunspección de que son capaces
pocos maestros, y sin la cual nunca aprenderá a juzgar el discípulo. Si cuando éste, por ejemplo, se
engaña acerca de la experiencia del palo roto, os dais prisa a sacar el palo del agua para manifestarle su
error, acaso le desengañareis: pero ¿qué le enseñareis? Nada más de lo que hubiera aprendido por sí
propio. ¡Oh no es eso lo que hay que hacer! Menos se trata de enseñarle una verdad, que de hacerle ver
cómo se ha de conducir para descubrirla siempre” (ROUSSEAU, 1984 [1762], p. 148).
Sin embargo, es preciso aclarar que esa „educación liberal‟ no propone una
libertad total sino una libertad regulada. Recordemos que la educación es una forma de
conducción y dirección, de ahí que podemos la educación liberal (la educación
propiamente moderna) como una forma de gobernar los individuos mediante la
producción y regulación de su libertad14. Como diría Foucault (2007), gobernar menos
para gobernar más; en nuestros términos, educar menos para educar más. Y en la
educación de Emilio educar (gobernar, dirigir) menos quiere decir intervenir
directamente menos, hacer lo menor posible para que el otro haga más. La educación
liberal es una economía de la educación. Pero eso no significa una educación débil ni
una educación escasa. Por el contrario, la educación liberal es una educación intensiva,
permanente, constante, pues es una educación de la naturaleza, de los hombres y de las
cosas15. Es una educación que renuncia al gobierno para gobernar más; en palabras del
propio Rousseau (1984 [1762], p. 73):
                          En las educaciones que con más esmero se hacen, manda el maestro y
                          cree que dirige; y quien dirige en efecto, es el niño […] Tomad camino
                          opuesto con vuestro alumno; crea él que siempre es el amo, y sedlo vos
                          de verdad. No hay sujeción tan completa como la que presenta las
                          apariencias de la libertad, porque así está cautiva la voluntad misma
                          […] Sin duda no debe hacer más de lo que él quiera; pero sólo lo que
                          quisiereis que haga, debe él querer.


        En ese sentido, la educación liberal exige más trabajo del preceptor (o
gouverneur, como prefería Rousseau), pues él no sólo debe estar presente y actuante en
todo momento, desde el nacimiento hasta la madurez y el ingreso en la vida social sino,
además de eso, debe evitar que su presencia y acción sean muy evidentes 16. Para eso la

        14
             “Todos los instrumentos se han probado, menos uno, precisamente el único que puede surtir
efecto; la libertad bien aplicada [réglée, reglada]. No conviene que se encargue de educar un niño quien
no lo sepa conducir a donde quiera, por solas las leyes de lo posible y lo imposible. Como igualmente
ignora la esfera de lo uno y de lo otro, se ensancha o se estrecha ésta en torno de él, conforme uno quiere.
Con sólo el vínculo de la necesidad, sin que él se disguste, se le encadena, se le empuja o se le contiene;
con sólo la fuerza de las cosas, se le torna dócil y manejable, sin dar entrada al germen de vicio alguno,
porque cuando ningún efecto producen, no se animan las pasiones” (ROUSSEAU, 1984 [1762], p. 48).
          15
             “La de la Naturaleza es el desarrollo interno de nuestras facultades y nuestros órganos; la
educación de los hombres es el uso que nos enseñan éstos a hacer de este desarrollo; y lo que nuestra
experiencia propia nos da a conocer acerca de los objetos cuya impresión recibimos, es la educación de
las cosas” (p. 2).
          16
             “No creéis que pueda Emilio ser dócil a los veinte años. ¡De cuán distinto modo pensamos! Yo
no concibo cómo podía serlo a los diez: porque de esta edad ¿qué agarradero tenía yo en él? Quince años
de afanes he necesitado para labrar este asidero. Entonces no lo educaba, que le preparaba para ser
educado: ahora lo está lo suficiente para ser dócil; conoce la voz de la amistad y sabe obedecer a la razón.
Verdad es que aparento dejarle en completa independencia, pero nunca estuvo más sujeto a mí; pues lo
está porque quiere estarlo. Mientras no he podido hacerme dueño de su voluntad, no he soltado su
persona; no le dejaba un paso. Ahora le abandono alguna vez a sí mismo, porque siempre le gobierno”
(ROUSSEAU, 1984 [1762], p. 258).
educación de los hombres debe, en lo posible, ser sustituida por la educación de las
cosas, hecho que nos lleva hacia otro de los aspectos de esa educación liberal: el control
del „medio‟. Así, cuando Rousseau nos invita a no hacer nada, esto significa hacer nada
directamente y actuar mediante la manipulación del medio que no es otra cosa que una
forma de incitar la acción del niño y de las cosas sobre él: el arte de la educación liberal
es el arte de acondicionar el medio para conducir la acción de los niños. Rousseau da
varios ejemplos de ese arte a lo largo de la educación de Emilio. Al comienzo se trata
más de un acompañamiento y de una escasa intervención a la espera de que sean las
propias consecuencias de las acciones de Emilio que sirvan de lección y oportunidad de
aprender. Pero con el pasar del tiempo, con el crecimiento de Emilio, la acción del
preceptor se hace más cada vez más presente y exigente al punto de que no basta dejar
que las propias acciones y sus consecuencias operen sino que es preciso crear
situaciones tales que sirvan como medio educativo.
       En el Libro Segundo, el preceptor de Emilio prepara las condiciones para que su
discípulo aprenda la noción de „propiedad‟: partiendo del deseo de Emilio por querer
cultivar una huerta, escoge un terreno (conociendo que no es baldío y pertenece a un
vecino) y labra la tierra para sembrar; Emilio, entusiasmado, toma posesión de la huerta
sembrando una habas; todos los días van para regarlas y verlas germinar; el preceptor le
recuerda que le pertenecen para aumentar su entusiasmo, pero un día llega Emilio,
regador en mano, y descubre que todas las habas fueron arrancadas y todo el terreno
está revuelto: “!Ah! ¿Qué se ha hecho de mi trabajo, la obra mía, el dulce fruto de mis
sudores y afanes? ¿Quién me ha robado mi caudal? […] Este pecho de nuevo se levanta
en peso; el sentimiento primero de la injusticia vierte en él su amargura acerba; corre de
sus ojos un raudal de lágrimas” (p. 54). Fue un vecino que indignado alega el hecho de
haber ellos sembrado en su propiedad y exige respeto de su derecho: “En este ensayo
sobre el modo de inculcar a los niños las nociones primitivas, vemos cómo claramente
sube la idea de propiedad al derecho del primer ocupante por el trabajo. Esto es claro,
obvio, claro, sencillo, y siempre al alcance del niño” (p. 55).
       Otro ejemplo menciona Rousseau, aunque no directamente con Emilio, pero con
otro discípulo suyo: se trata de un niño rebelde e impetuoso que le gustaba manipular a
los demás para conseguir satisfacer sus deseos. Un día, pidió a Jean Jacques que lo
acompañara a dar una vuelta y como se negó, el niño amenazó ir solo a lo cual Jean
Jacques respondió que no había problema. Pidió entonces a su lacayo que lo siguiese,
pero él, ya avisado del „ensayo‟, se niega, argumentando estar muy ocupado. El chico,
desconcertado con la respuesta, pero dispuesto a hacer su voluntad, decide salir de casa.
Dubitativo al comienzo consigue alejarse de la casa, pero es seguido de cerca, sin
percibirlo, por un amigo de la familia que también conocía del ensayo. Algunas
personas del vecindario también fueron informadas y hablaban al muchacho sobre los
inconvenientes de andar solo por la calle. Después de algún tiempo, y de ser motivo de
burlas e ironías de otros muchachos mayores que él, se siente perdido y es rescatado por
el amigo de la familia que lo lleva de vuelta para casa. Para terminar el desastre de su
osada expedición solitaria, exactamente en el momento en que llega a su casa, su padre
estaba saliendo y lo encontró en la escalera de la entrada. Tuvo que decir de dónde
venía y porqué su preceptor no estaba con él.
        Manipular el medio, acondicionar el medio, preparar el ambiente en función de
sus posibilidades educativas —es esa la nueva tarea del preceptor. Su acción, opuesta a
la acción didáctica, no debe ser directa; él debe intervenir, pero sólo a través del medio,
pues quien mejor enseña son las propias cosas y la naturaleza. En ese sentido, se podría
decir que la educación es una especie de auto-regulación y no tanto un disciplinamiento,
es decir, una acción del individuo en un medio (natural o artificial o social) cuyo
resultado es su crecimiento, desenvolvimiento, maduración y aprendizaje. El
disciplinamiento, propio de la didáctica, implicaba una sumisión al método y a la acción
de enseñanza del maestro, por tanto, operaba bajo la forma de una reglamentación (del
espacio, de los movimientos, del tiempo). La educación liberal no pretende,
fundamentalmente, disciplinar ni, por tanto, reglamentar, sino regular; ella opera
mediante la libertad de acción del sujeto en un medio que establece sus límites y sus
posibilidades. Por eso, actúa bajo la forma de una auto-regulación de la conducta.
        Digamos que mientras la disciplina y la reglamentación son exteriores y
artificiales, la regulación es interior (al sujeto y a la relación del sujeto con su medio) y
natural17. En otras palabras, para la educación liberal, la reglamentación es inútil, pues


        17
             Sobre este asunto, Caruso (2005, p. 46-47) establece: “ Es cierto que en los procesos de
disciplinamiento de los cuerpos se encuentra un poder „exterior‟, el cual debe garantizar y vigilar el
ejercicio y la repetición de rutinas de orden, tales como la disposición analítica del tiempo y del espacio,
la concentración y los desarrollos. Pero la biopolítica está anclada en procesos que se desarrollan en el
„interior‟ del sujeto. La misma se caracteriza „por tomar en cuenta la naturaleza de los procesos en juego‟.
Esto es, la biopolítica se apoya en un saber sobre los procesos vitales de las personas y presupone la
existencia de los mismos en función de su dirección y conducción. En el caso de las disciplinas, en
cambio, no se aprecia esta característica fundamental de considerar la naturaleza de los procesos „dados‟
o, al menos, las consideraciones sobre los mismos no determinan la lógica de intervención disciplinaria.
Esta intervención biopolítica, que no viene del „interior‟ del sujeto, pero que al mismo tiempo toma en
cuenta esta „interioridad‟, recibió en la obra de Foucault la denominación de „regulación‟. En contraste
con la estrategia de control, la regulación representa una racionalidad diferenciada de la intervención del
sólo la regulación es eficaz en la medida en que se corresponde con el curso propio de
las cosas, con su naturaleza. La disciplina puede crear sujetos obedientes, pero esa
obediencia sólo será aparente o relativa mientras no sea una obediencia a la propia
naturaleza, una sumisión a las leyes naturales y no a los deseos de otro (el maestro, por
ejemplo). Rousseau muestra claramente esta idea de regulación cuando, a propósito de
la emergencia de las pasiones en la pubertad, lanza la siguiente regla:
                       ¡Qué cortos alcances ha de tener quien en los nacientes deseos de un
                       mozo sólo contemple un obstáculo a las lecciones de la razón! Yo veo
                       el verdadero medio de hacerle dócil a estas mismas lecciones. Las
                       pasiones sólo se contrarrestan con otras; por su imperio se ha de resistir
                       su tiranía, y siempre se han de sacar de la misma Naturaleza los
                       instrumentos propios para regularla (p. 254).


         Es de la propia naturaleza que se deben sacar los instrumentos para la educación
(para el gobierno): esa es la verdadera educación. Educación natural que es claramente
una educación biopolítica pues no busca sólo conservar los niños, sino hacer que ellos
vivan:
                       Los padres sólo piensan en conservar a su niño; eso no basta […] Vano
                       es tomar precauciones para que no muera; al cabo tiene que morir; y
                       aun cuando no sea su muerte fruto de vuestros afanes, todavía serían
                       necios éstos. No tanto se trata de estorbar que muera, cuanto de hacer
                       que viva. Vivir no es alentar [respirar], que es obrar, hacer uso de
                       nuestros órganos, nuestros sentidos, nuestras facultades, de todas las
                       partes de nosotros mismos que nos dan la íntima conciencia de nuestra
                       existencia propia (p. 6).


         Educar, en esta nueva perspectiva es, entonces, hacer vivir utilizando para eso
todas las fuerzas y posibilidades de la propia naturaleza humana y de las cosas y, en ese
sentido, el Emilio es una incitación, una invitación a hacer vivir los niños y ya no sólo
conservarlos. Finalmente, me gustaría resaltar dos aspectos sobre el análisis de la
educación propuesta por Rousseau, no menos dignos de consideración, aunque poco
estudiados: el carácter femenino de la primera educación y la importancia del amor en la
relación educativa. Sobre el primero, en el prefacio de su Emilio Rousseau aclara que la
obra fue comenzada para agradar a una buena madre. Ya en las primeras líneas del libro
deja claro que se está dirigiendo a las madres e insta a sus colegas a hablar
especialmente a las mujeres en los tratados sobre educación, pues ellas por su
„naturaleza‟, por su propio interés, están más involucradas con la educación de los hijos.
Esa recomendación será tomada muy seriamente por Pestalozzi que, como señala Streck

gobierno”.
(2004, p. 66) “sustituye el preceptor de Rousseau por Gertrudis, una madre virtuosa, en
el papel de educadora. Ella no educa sólo un niño, sino todos los niños del pueblo con
incansable entrega materna y, a través de ella, regenera toda la comunidad”18. Esos
postulados están asociados a la invención de la familia moderna e de la mujer-madre,
procesos estudiados por Donzelot (1998) y Badinter (1981), pero también al proceso
que algunos han llamado “feminización del magisterio”, es decir, el proceso mediante el
cual la educación pública de los niños llegó a convertirse en un asunto particularmente
femenino19.
        Intimamente ligado a este aspecto, está el segundo que quisiera destacar, aquel
que podríamos llamar con Saldarriaga (2003, 2006) el “amor pedagógico”. Como él
mismo dice: “No es un gran descubrimiento decir que la Pedagogía fue una de las
formas de ritualización de las relaciones eróticas más difundidas entre las sociedades
occidentales y occidentalizadas, de modo que una de las posibles definiciones de
Pedagogía sería como: dispositivo destinado a juntar las relaciones entre el amor y el
conocimiento, haciéndolas pasar por la enseñanza (2006, p. 45).
        Aunque Rousseau no se haya explorado esa temática, es claro que el amor está
presente en todo el proceso de la educación de Emilio y tal vez sean estas emotivas
palabras del final de su libro las que permitan percibir mejor el significado de ese amor
pedagógico:
                         ¡Cuántas veces, bendiciendo la providencia, y lanzando profundos
                         suspiros, estrecho sus manos entre las mías! ¡Cuántos besos imprimo en
                         estas manos que se aprietan! ¡De cuántas lágrimas de gozo, que caen de
                         mis ojos, las sienten bañadas! También ellos se enternecen participando
                         de mi enajenamiento (ROUSSEAU, 1984 [1762], p. 384).


        La obra educativa es una obra de amor y la relación pedagógica es una relación
amorosa. Será preciso en otro trabajo volver sobre este asunto, que es como el umbral
del erotismo pedagógico, el umbral moderno de la erótica pedagógica a partir del cual
sería posible, por ejemplo, explorar las relaciones entre el amor y la “gobernamentalidad
liberal”, es decir, estudiar el amor (de la madres por sus hijos, del maestro por sus
alumnos y de los propios amantes) como el principio de la subjetividad moderna
(SÁENZ; SALDARRIAGA; OSPINA, 1997). Por el momento, interesa en este trabajo seguir
las huellas que llevaron al saber pedagógico por la línea de su epistemologización.

        18
            Debe tenerse en cuenta que entre los dos más importantes escritos de Pestalozzi están los
libros “Leonardo y Gertrudis” (1781) y “Cómo Gertrudis enseña a sus hijos” (1801).
         19
            Sobre este tema ver: Primer Congreso Internacional sobre los Procesos de Feminización del
Magisterio, (2001).
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Rousseau y la educación liberal

  • 1. ROUSSEAU Y SU EMILIO: O DE LA EDUCACIÓN COMO FORMA LIBERAL DE GOBERNAR1 Carlos Ernesto Noguera Ramírez Profesor Asociado UPN Investigador GHPP Mi asunto era totalmente nuevo después del libro de Locke, y temo mucho que continúe siendo después del mío (ROUSSEAU, 1999 [1762], p. 4). Contario a lo que podría pensarse, el concepto de educación es relativamente reciente en el lenguaje del saber pedagógico. Tuvo su emergencia a fines del siglo XVII y su delimitación aconteció en los siglos XVIII y XIX. Varios autores corroboran esta aseveración. René Hubert, en su Tratado de Pedagogía General, afirma lo siguiente: Según el Diccionario general de Hatzfeld, Daimesteter e Thomas, [el término éducation] no lo encontramos en la lengua francesa antes de 1527. Está en todos los léxicos a partir de de 1549, así como en el Diccionario francés-latino de Robert Estienne2, donde se le relaciona con la alimentación. Pero todavía no aparece más que raramente en los textos. Por lo demás, etimológicamente no es más que una transcripción del latín, debido a los humanistas del Renacimiento. El latín empleaba la palabra correspondiente indiferentemente para el cultivo de las plantas, el cuidado de los animales, la nutrición y la institución de los seres humanos. En 1649, la traducción francesa no conoce todavía más que la primera acepción de esta palabra. Sólo entiende la educación como la formación del espíritu y del cuerpo, y la hace consistir en la instrucción3: «el cuidado que se tiene de la instrucción de los niños, sea en lo que se refiere a los ejercicios del espíritu, sea en lo que se refiere a los ejercicios del cuerpo» (HUBERT, 1952, p. 13-14). Para Compayré (1897) la palabra éducation es relativamente nueva en lengua francesa y tal vez haya sido Montaigne quien la utilizó por primera vez en sus Ensayos, aunque habitualmente prefería la expresión institution des enfants de donde procede la 1 El presente ensayo constituye una parte de la investigación titulada: El Gobierno pedagógico: de la sociedad de enseñanza hacia la sociedad del aprendizaje. Porto Alegre, Depto. de Posgrado Universidade Federal do Rio Grande do Sul, Brasil, 2009. 2 Educatio: Nourrissier. Educatrix. Educatrix, pen. prod. Verbale foem. gen. Colum. Nourrisse. Educatio, Verbale. Cic. Nourriture, Education. EDUCO educis, pen. prod. eduxi, eductum, educere. Tirer ou Mener hors. Colores educere. Catul. Produire fleurs de diverses couleurs. Educere cirneam vini. Plaut. Tirer hors‖ (ESTIENNE, 1552, p. 453). 3 Education. s. f. Le soin qu'on prend de l'instruction des enfants, soit en ce qui regarde les exercices de l'esprit, soit en ce qui regarde les exercices du corps. Bonne education. mauvaise education. l'education des enfants. prendre soin de l'education des enfants. il se sent bien de la bonne education qu'il a euë. EFF‖. (ACADÉMIE FRANÇAISE, 1694).
  • 2. palabra instituteur (institutor). Los escritores del siglo XVI decían nourriture (alimentación, nutrición) y sólo después del siglo XVII el término éducation ingresó en el lenguaje corriente para designar el arte de erigir (elevar, mejorar, perfeccionar) los hombres. También señala Compayré que la educación es propia del hombre y, por lo tanto, conviene reservar sólo al hombre esa “bella palabra” (COMPAYRÉ, 1897, p. 10), pues los animales se adiestran y las plantas se cultivan: “Sólo el hombre es susceptible de educación porque sólo él es apto para gobernarse a sí mismo, para devenir una persona moral” (p. 10). Según Corominas (1954) en castellano la palabra educación data del siglo XVII, pues “hasta entonces se había dicho siempre criar, que es la voz que emplea aún Cipr. [Cipriano] de Valera en su traducción de la Biblia, a finales del siglo XVI, allí donde Scio, siglos antes, escribió educar” (p. 216). Cunha (1986) también señala el siglo XVII como el momento de aparición de la palabra educação en la lengua portuguesa. Sin embargo, tal vez fuese Some thoughts concerning education (1693) de John Locke — escrita en un idioma vernáculo y no en latín— el texto donde se inauguró el término education y, más importante aún, donde se establecieron sus fundamentos. Pero fue Rousseau, setenta años después, quién delimitó el término en su sentido propiamente moderno. La frase con la que abre esta sección pertenece al prefacio del Emilio y parece expresar la certeza que tenía Rousseau sobre la novedad del problema que estaba formulando, sobre su carácter extemporáneo. Aunque Locke emplease por primera vez aquel término —education— siete décadas antes es a partir del Emilio que esa palabra adquiere el significado propiamente moderno, de ahí que en sentido estricto —y contrariamente a la afirmación de Narodowski (1995, 2001) — podamos decir que es el Emilio y no la Didáctica Magna la obra fundante de la „pedagogía moderna‟4. Coincido con Narodowski en el carácter transdiscursivo de la Didáctica comeniana 5, pero, siguiendo su perspectiva, diría que con el Emilio se constituye otro „paradigma transdiscursivo‟ a partir del cual, y mediante la incorporación de la tradición didáctica, se desarrollaron las tres tradiciones pedagógicas modernas. Sin duda, la Didáctica 4 Es necesario aquí aclarar que, en sentido estricto, no es posible hablar de una “pedagogía moderna”, sino de tres tradiciones pedagógicas modernas (francófona, germánica y anglosajona) que se constituyeron en desarrollo del concepto rousseauniano de educación y de concepto germánico de Bildung. 5 Sobre este apecto afirma Narodowski: “De hecho, Comenio está implantando un paradigma transdiscrusivo, que será en núcleo de hierro del discurso pedagógico moderno. Esa transdiscursividad se refiere al hecho de que el núcleo común instalado por la obra comeniana será compartido — pese a sus diferencias teóricas e ideológicas— por los pedagogos y pedagogías de la Modernidad” (2001, p. 16).
  • 3. Magna es la obra fundante de la Didáctica, pero ella, a partir de las elaboraciones de autores de la tradición germánica en los inicios del siglo XIX quedará integrada dentro de la Pädagogik o Ciencia de la Educación.6 De esa forma, la educación y sus desarrollos —y ya no sólo la enseñanza— estuvieron en el centro de los discursos pedagógicos. Regresando a las palabras de Rousseau transcritas al inicio de esta sección, debemos aceptar que tenía razón cuando temía que su asunto iba a permanecer como novedad aún después de su libro, pues sus elaboraciones sólo serán plenamente desarrolladas al final del siglo XIX con las psicopedagogías francófona y anglosajona. En otras palabras, considero aquí que el Emilio es como el esbozo de un nuevo “régimen de veridicción”7 en el campo del saber pedagógico, esbozo que sólo será plenamente actualizado y desarrollado un siglo después, con la constitución de las psicopedagogías basadas en la Biología y la Psicología Experimental. En ese sentido, será preciso resaltar que la constitución de un nuevo „régimen de veridicción‟ ni es asunto de un autor o una obra en particular, implica un proceso anónimo que envuelve (que crea) autores y obras, que funcionan como sus superficies de emergencia y desarrollo. El Emilio es esa primera superficie de emergencia de los nuevos enunciados o reglas de verdad para el discurso pedagógico moderno liberal que sólo hasta inicios del siglo XX funcionará como un „régimen de veridicción‟ propiamente dicho. Es interesante, también, observar que ese nuevo pensamiento aparece justamente en el momento de la expansión del dispositivo disciplinar, en el momento de consolidación de la „sociedad disciplinaria‟ (FOUCAULT, 2001), de tal forma que podríamos decir que es el propio dispositivo disciplinar que en su actualización produce una nueva disposición saber/poder. El funcionamiento social de los dispositivos, es decir, su actualización social, estableció las condiciones de posibilidad para nuevos dispositivos y, por eso, los dispositivos no son estructuras fijas o sólidas, sino disposiciones que cambian al tiempo en que se expanden. La transformación es 6 En particular, desde Herbart con su propuesta de una “educación a través de la enseñanza” —y a pesar de que posteriores propuestas hayan considerado la posibilidad de hablar de una Didáctica o Teoría de la Formación humana en lugar de “pedagogía” (ver, por ejemplo, Willmann, 1948 [1882]), se inició una recomposición de la didáctica clásica que sobre la base del concepto de Bildung amplió el problema de la erudición o instrucción (eruditio) en la dirección de la educación (institutio). Hay que decir, sin embargo, que la Didáctica continuó sus desarrollos particulares como disciplina acerca de llos problemas de la enseñanza y el aprendizaje constituyéndose, por ejemplo, una Didáctica General (allgemeine Didaktik) y otras específicas (Fachdidaktik). 7 “[…] el régimen de veridicción, en efecto, no es una ley determinada de la verdad, [sino] el conjunto de las reglas que permiten, con respecto a un discurso dado, establecer cuáles son los enunciados que podrían caracterizarse en él como verdaderos o falsos” (FOUCAULT, 2007, p. 53).
  • 4. inmanente a cada dispositivo. Así, el „dispositivo de soberanía‟ en su expansión social estableció las condiciones para la aparición del dispositivo disciplinar y la actualización de éste produjo, a su vez, las condiciones para el nuevo “dispositivo de seguridad”, por eso Foucault (2006) no habla en términos de substitución o abandono de un dispositivo por otro, sino de énfasis y articulaciones múltiples y móviles o de superposiciones entre unos y otros. Para el caso que estamos analizando, veremos que la emergencia de las tradiciones pedagógicas modernas no significó ni el olvido de la Didáctica ni el desvanecimiento de las prácticas disciplinarias. Por el contrario, y siguiendo la perspectiva de Foucault, una consecuencia de la aparición del arte liberal de gobernar (y de educar, digo yo): Es la formidable extensión de los procedimientos de control, coacción y coerción que van a constituir la contrapartida y el contrapeso de las libertades. He insistido bastante en el hecho de que esas famosas grandes técnicas disciplinarias que se hacen cargo del comportamiento de los individuos diariamente y hasta en el más fino de los detalles son exactamente contemporáneas, en su desarrollo, en su explosión, en su diseminación a través de la sociedad, de las era de la libertades (FOUCAULT, 2007, p. 87). Retornando al Emilio diríamos, entonces, que con él se inaugura aquello que podríamos llamar “gobernamentalidad liberal” en el saber pedagógico, es decir, una forma de gobierno sustentada en la idea de la libertad (FOUCAULT, 2007). Sin embargo, es preciso aclarar que el Emilio no es un tratado de educación, tampoco de pedagogía; es un texto filosófico escrito al modo antiguo, es decir, escrito como un texto literario, una especie de romance donde la vida de Emilio se confunde con su educación. El Emilio no es, entonces, el primer libro sistemático de pedagogía, sino el libro en el cual los conceptos de „educación‟ e „infancia‟ asumen su sentido propiamente moderno, contribuyendo a la constitución de las tradiciones pedagógicas modernas, de la misma forma en que los conceptos de „erudición‟ —instrucción—, „método de enseñanza‟ y „escuela‟ contribuyeron a la constitución de la Didáctica. Como apoyo a la tesis sobre el carácter educacional de la Modernidad, es preciso aclarar que el Emilio no es un libro más en la amplia producción intelectual de Rousseau, producción que cubre temas tan amplios y diversos como la política, la economía, las artes, las ciencias, la literatura, la historia, la filosofía, la música). El propio Rousseau reconoce que su Emilio es su mejor obrar y la más importante: “Jamás hubo publicación alguna que obtuviese tantos elogios particulares, ni tan poca
  • 5. aprobación del público. Lo que de ella me dijeron, lo que me escribieron las personas más capaces de juzgarla, me confirmaron en la creencia de que ésta era la mejor y más importante de mis obras” (ROUSSEAU, 1999 [1782], p. 525). Y eso se debe al hecho de que en la educación de Emilio está desarrollado lo fundamental de su pensamiento filosófico (el contrato social, sus discursos sobre la desigualdad entre los hombres y sobre las artes y las ciencias, sobre la religión, la familia, la infancia, la liberad y la felicidad). Pero ¿en qué consiste esa educación (éducation)? ¿Cuál es la novedad de ese concepto? En el inicio de su libro, Rousseau señala que la palabra educación antiguamente significaba alimento y estaba relacionada con la idea de crianza; para sustentar esta afirmación, cita una frase de Varrón: educit obstetrix, educat nutrix, instituit paedagogus, docet magister: “Educación, institución e instrucción son por tanto tres cosas tan distintas en su objeto como nodriza, ayo y maestro” (ROUSSEAU [1762], 1984, p. 5). Sin embargo, siguiendo la línea de argumentación que aquí estoy desarrollando, la traducción más precisa de la frase en latín sería: “Trae a luz la partera, cría la nodriza, educa el preceptor, enseña el maestro”. Educere aquí significa sacar, extraer; educare alimentar, criar; institutionis significa formar, educar y, docere enseñar o instruir. En este sentido queda más clara la diferencia que pretende establecer Rousseau a propósito de los tres tipos de actividad realizados por la nodriza (crianza), el ayo (institución o educación en sentido moderno) y el maestro (instrucción o enseñanza). Esta afirmación se justifica con la mención del propio Rousseau sobre la confusión existente en su época entre esas tres actividades y su aclaración sobre la necesidad de un solo guía o conductor para el niño, guía que debe ser el gouverneur 8 (ayo): “yo más bien llamaré ayo [gouverneur] que preceptor al maestro de esta ciencia, porque no tanto es su oficio instruir como conducir. No debe dar preceptos, debe hacer que los halle el alumno” (p. 15). La educación es más dirección y conducción que instrucción o enseñanza y, en ese sentido, el concepto está más próximo de las ideas de Locke (y por ahí, de la institutio de los humanistas) que de la eruditio de la Didáctica, pues para formar al „hombre‟ no es necesaria una enseñanza de las ciencias. En varias oportunidades a lo largo de su libro Rousseau ([1762], 1984) aclara este punto: No se trata de enseñarle las ciencias, sino de inspirarle 8 Esta palabra francesa que literalmente podría ser traducida como “gobernador” expresa mejor la idea de Rousseau. En español la palabra ayo significa “Persona encargada en las casas principales de custodiar niños o jóvenes y de cuidar de su crianza y educación” y preceptor es la “persona que enseña” REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, 1992.
  • 6. la afición por ellas, y darle métodos para que las aprenda cuando se desenvuelva mejor su afición. He aquí ciertamente el principio fundamental de toda buena educación (p. 118). Considerad lo primero, que rara vez debéis proponerle lo que él ha de aprender; a él le toca desearlo, indagarlo, hallarlo; a vos ponerlo a su alcance, hacer con su maña que nazca ese deseo, y darle medios para que le satisfaga (p. 125). Tiene [Emilio] un espíritu universal, no por la luces sino por la facultad de adquirirlas; un espíritu despejado, inteligente, apto para todo, y como dice Montaigne, si no instruido, instructible. Bástame con que sepa hallar el para qué sirve en todo cuanto haga, y el por qué en todo cuanto crea: porque repito que no es mi objeto darle ciencia, sino enseñarle a que la adquiera cuando la necesite […] (p. 150). En su Discurso sobre las artes y las ciencias9 ya había señalado su indisposición con las ciencias (y con la erudición) cuando escribía: “«Después de que los sabios comenzaron a aparecer entre nosotros», decían los filósofos, «Se eclipsaron las personas de bien». Hasta entonces los romanos se habían contentado con practicar la virtud; todo se perdió cuando comenzaron a estudiarla” (ROUSSEAU, 1978c [1749], p. 341). El problema de las ciencias es que fueron creadas por los vicios humanos y no por sus virtudes: “La astronomía nació de la superstición; la elocuencia, de la ambición, del odio, de la adulación, de la mentira; la geometría, de la avaricia; la física, de una curiosidad infantil; todas ellas, y la propia moral, del orgullo humano. Las ciencias y las artes deben, por lo tanto, su nacimiento a nuestros vicios” (p. 343). Sin embargo, a pesar de su aproximación a las ideas del filósofo inglés, la educación de Rousseau inaugura un nuevo momento para el saber pedagógico. Locke, con su énfasis en la disciplina del entendimiento, en la constitución de hábitos, en la importancia del ejercicio, en la repetición, se inscribe aún en el marco de la „gubernamentalidad disciplinar‟, mientras que Rousseau — con su idea de educación— inaugura, en el discurso pedagógico, la era de la „gubernamentalidad liberal‟, es decir, establece una nueva forma de educación, conducción, dirección (gobernamiento) del „hombre‟, fundamentada en las ideas de naturaleza, libertad e interés (o deseo) del agente que aprende (el niño) en un „medio‟ especialmente adaptado para tal fin (medio que ya no es la casa paterna, como en el caso del gentleman de Locke, ni de la escuela, como en el caso de Comenio). Pero ¿en qué consiste la novedad de esa éducation rousseauniana? 9 Este escrito fue presentado por Rousseau al concurso abierto por la Academia de Dijon sobre la pregunta de si el restablecimiento de las artes y las ciencias había contribuido a mejorar las costumbres. La respuesta de Rousseau a esa pregunta fue negativa y con aquel texto ganó el premio ofrecido.
  • 7. En primer lugar, se trata de una educación „natural‟. Sabemos que ese concepto de naturaleza es central en el pensamiento de Rousseau y la historiografía educacional y en general la filosófica ha dedicado extensas páginas a este aspecto. A pesar de eso, considero posible una aproximación diferente basada en los análisis de Foucault (2007) y Hadot (2006b). Se podría comprender el naturalismo de Rousseau como parte del naturalismo gubernamental, según expresión utilizada por Foucault para caracterizar la nueva arte de gobernar que apareció en la segunda mitad del siglo XVIII: Si vamos un poco más lejos y retomamos las cosas desde su origen, veremos que lo que caracteriza ese nuevo arte de gobernar del que les hablé sería más bien el naturalismo que el liberalismo, en la medida en que, en efecto, la libertad aludida por los fisiócratas, por Adam Smith, etc., es mucho más la espontaneidad, la mecánica interna e intrínseca de los procesos económicos que una libertad jurídica reconocida como tal a los individuos (FOUCAULT, 2007, p. 81). La idea de la educación natural es justamente abrir paso a la espontaneidad, permitir que la mecánica interna del individuo actúe libremente, dejar hacer, dejar de intervenir para permitir que la naturaleza opere. La nueva razón educativa que funda Rousseau precisó de libertad, es decir, sólo podía funcionar si existiese libertad, necesitaba de ella y, por tanto, tenía que producirla. Pero también necesitó de una naturaleza para el sujeto; en ese sentido, el Emilio no fue sólo es esbozo o el „descubrimiento‟ de las leyes naturales del desarrollo del niño, como creía Claparède 10. Fue el diseño de una nueva gramática en el discurso pedagógico, un conjunto de reglas a partir de las cuales se produciría el discurso pedagógico, particularmente desde finales del siglo XIX cuando fueron puestas en vigencia por las psicopedagogías francófonas y anglosajonas. Tenemos entonces, libertad y naturaleza como los conceptos más generales y, ligados a ellos, interés, crecimiento, desarrollo, maduración y medio: todos ellos conceptos del nuevo lenguaje que desde entonces hasta hoy, estarán en el corazón de los discursos pedagógicos. De otro lado, utilizando los análisis de P. Hadot (2006b), se podría examinar el naturalismo de Rousseau como la expresión de una actitud órfica frente a la naturaleza. En su particular historia sobre la noción de naturaleza, el filósofo francés realiza un seguimiento de las metáforas construidas en Occidente en torno a la fórmula de 10 En su libro La educación funcional se incluye un artículo titulado “J.J. Rousseau y la concepción funcional de la infancia” en el cual muestra que el filósofo había expresado claramente en su Emilio las cinco leyes de la concepción funcional de la infancia: ley de la sucesión genética, ley del ejercicio genético-funcional, ley de la adaptación o de utilidad funcional, ley de la autonomía funcional y ley de la individualidad. Ver: CLARARÈDE, 2007 [1931].
  • 8. Heráclito Physis kryptesthai philei — generalmente traducida por „la naturaleza ama ocultarse‟— que lleva a la idea de que la naturaleza tiene secretos, guarda secretos, oculta secretos a los hombres, fórmula que utilizada desde la Antigüedad, acompaña toda la historia del pensamiento Occidental. Delante de los secretos de la naturaleza Hadot señala la existencia de, por lo menos, dos actitudes: una que sería la actitud socrática cuya característica es el rechazo del saber sobre la naturaleza, sea porque existen cosas que sobre pasan al hombre o que son inaccesibles a su pensamiento, sea porque no tiene importancia ninguna, pues lo principal es la conducta moral y política. La otra actitud, por el contrario, considera que el hombre es capaz de develar los secretos de la naturaleza y aquí habría al menos dos vías: Si el hombre experimenta la naturaleza como una enemiga, hostil y celosa que se le resiste ocultando sus secretos, entonces habrá una oposición entre la naturaleza y el arte humano, fundada en la razón y en la voluntad humanas. El hombre buscará, con la técnica, afirmar su poder, su dominio, sus derechos sobre la naturaleza. Si, al contrario, el hombre se considera parte de la naturaleza, porque el arte ya está presente, de un modo inmanente, en la naturaleza, no habrá más oposición entre naturaleza y arte, y así el arte humano, sobre todo en su finalidad estética, será de algún modo la prolongación de la naturaleza, y no habrá más relación de dominación entre naturaleza y hombre (HADOT, 2006b, p. 114). La primera vía es el camino de la ciencia que Hadot define como el “modelo judiciario” en tanto somete el proceso natural a procedimientos jurídicos de inquisición, vía que supone una relación hostil con la naturaleza. El mejor ejemplo de esa opción es la postura de Bacon quien afirmara que „los secretos de la naturaleza se revelan más bajo la tortura de los experimentos que en su curso natural‟. Pero antes que Bacon ya existía ese modelo fundado en el derecho de la razón humana sobre la naturaleza, modelo que la propia revelación bíblica confirmaba en el Génesis cuando ordenaba a Adán y Eva crecer, multiplicarse y dominar la tierra. Parece ser, también, el modelo de Comenio según el cual el triple fin del „hombre‟ es ser criatura racional, criatura dueña y señora de las demás criaturas e criatura imagen y deleite de su Creador. Y ser dueño y señor de las criaturas consiste en poder conocerlas para mejor disponer de ellas conforme a sus fines legítimos y utilizarlas en su propio provecho (COMENIO, 1994 a). Esta vía también es analizada por Hadot al modo de una „actitud prometeica‟ cuyo interés es descubrir con astucia y violencia los secretos de la naturaleza o los secretos de los dioses, como hiciera Prometeo “que según Hesiodo robó a los dioses el secreto del
  • 9. fuego con el fin de mejorar la vida de los hombre, y que, según Esquilo y Platón, trajo a la humanidad los beneficios de las técnicas y de la civilización” (HADOT, 2006b, p. 118). La segunda vía corresponde al „modelo de la contemplación‟ que, alejándose del uso de las técnicas para modificar artificialmente la percepción de las cosas utiliza apenas el raciocinio, la imaginación, el discurso o la actividad artística como una manera „ingenua‟ de comprender la naturaleza. Aquí habla Hadot de la existencia de una „actitud órfica‟ para aludir al poder de seducción que, según la leyenda, tenía el canto y el toque de la lira de Orfeo sobre los seres y las cosas: “No es pues, con violencia, sino con melodía, ritmo y armonía que Orfeo penetra los secretos de la naturaleza. Mientras la actitud prometeica es inspirada por la audacia, por la curiosidad sin límites, por la voluntad de poder y por la búsqueda de la utilidad, la actitud órfica, por el contrario, es inspirada por el desinterés y por el respeto al misterio” (p. 118). La naturaleza de Rousseau, o mejor, la actitud de Rousseau frente a la naturaleza no fue, evidentemente, una actitud judiciaria sino contemplativa. Él creía en los secretos de la naturaleza y consideraba tal actitud de encubrimiento una forma de proteger al „hombre‟ de ciertos peligros como la „metalurgia‟. En su Discurso sobre la desigualdad entre los hombres señala que ese arte significó una gran revolución para la humanidad, pero también su perdición, pues de ella nacieron otras artes como la agricultura, que trajo la ambición, la explotación, la propiedad privada y las guerras. Teniendo en cuenta tales peligros, la naturaleza se había encargado de colocar las minas de hierro en terrenos áridos desprovistos de árboles y plantas, donde no sería probable que, por ejemplo, un incendio consiguiese fundirlo, mostrando así a los hombres el secreto fatal. Entonces, sin duda, fue por causa de un accidente, tal vez un volcán vomitando materias metálicas en fusión, que el secreto se ofreció a los hombres observadores que después imitaron esa operación de la naturaleza. Así, la „educación negativa‟11 de Rousseau se deriva de su „actitud órfica‟: como no conocemos la naturaleza infantil es mejor no hacer nada, o tal vez, hacer la única cosa cierta: observar para conocer. Observar pacientemente. El Emilio es un libro de observación, el primer libro de observación de la infancia. No es un libro científico ni pretendía serlo, pero con su actitud sin pretensiones, con su admiración por la 11 Pues se trataba de no enseñar nada, de perder tiempo, de dejar pasar: “Me atreveré a exponer aquí la regla más grande, la más importante, la más útil de toda educación? Pues no es el ganar tiempo, sino el perderle” (ROUSSEAU [1762], 1984, p. 49).
  • 10. naturaleza, con su aguda contemplación, con su delicada observación de los „procedimientos de la naturaleza‟ Rousseau consigue que ella desvele delante de sus ojos los secretos de la infancia: el proceso de crecimiento, las modificaciones en los intereses, las características formas de actuar en cada etapa, el proceso de constitución de la razón desde el funcionamiento de los sentidos, pasando por los sentimientos para llegar, finalmente, a la razón racional (por oposición a la razón sensitiva de las primeras etapas del desarrollo). De ese interés de Rousseau por revelar los secretos de la naturaleza humana —él mismo escribe: “El verdadero estudio nuestro es el de la humana condición” (1984 [1762], p. 5) — aparece la idea de la perfectibilidad como una de las dos (la otra es la libertad) características que permitirían diferenciar claramente el hombre de los animales: Pero aun cuando las dificultades que rodean todas esas cuestiones dejasen por un instante de causar discusión sobre la diferencia entre el hombre y el animal, habría otra cualidad muy específica que los distinguiría y al respecto de la cual no puede haber contestación —es la facultad de perfeccionarse, facultad que, con el auxilio de las circunstancias, desarrolla sucesivamente todas las otras y se encuentra, entre nosotros, tanto en la especie como en el individuo (ROUSSEAU, 1978b [1755], p. 243). Es verdad que antes de Rousseau se creía en la posibilidad del mejoramiento del „hombre‟, sin embargo, la perfectibilidad implicó una transformación en la propia naturaleza, tanto en el individuo como en la especie. El hombre natural no es de la misma naturaleza que el hombre social, pues la sociedad instaló una especie de segunda naturaleza y no es posible volver al estado primitivo. Pero esa facultad de perfectibilidad que separa al hombre de los animales tiene, para el filósofo ginebrino, un sentido paradójico: al tiempo en que permitió la humanización y civilización, significó también el deterioro y depravación de la especie. El hombre primitivo era bueno, tenía lo que necesitaba y sus deseos estaban equilibrados con sus fuerzas, de tal forma que era feliz. La sociedad, forma que se opone a la naturaleza y que fue el resultado de la perfectibilidad humana, volvió malo al hombre, depravó su inocencia y felicidad originaria desequilibrando la relación entre sus deseos y sus fuerzas convirtiéndolo, con el tiempo, en un tirano de sí mismo y de la propia naturaleza. Sin embargo, se las desgracias humanas tienen su origen en su facultad de perfeccionamiento, también allí se encuentra el secreto de su redención. La crítica de Rousseau a la civilización, a la razón y sus productos (las artes y las ciencias) no es un intento de restablecer para la
  • 11. humanidad el reino del hombre primitivo, no es la búsqueda de un retorno del hombre salvaje ni el abandono del estado social: es un intento de, siguiendo los procedimientos de la naturaleza, devolver al hombre el estado de felicidad y libertad perdido con la civilización. Para eso, sería preciso el establecimiento de un nuevo pacto social. Sobre este punto debemos recordar que aunque Rousseau se niegue a formar a Emilio en un oficio en particular, aunque considere que la única profesión de él sería la de ser hombre, Emilio deberá ser un ciudadano. Primero hombre, pero después, ciudadano, es decir, individuo respetuoso del pacto social, sujeto de un contrato social: es el surgimiento del Homo civilis. La garantía efectiva del mejoramiento de la sociedad, la única posibilidad para redimir, para regenerar la humanidad es el establecimiento de un nuevo pacto social, pero ese nuevo contrato sólo podrá funcionar sobre la base de una educación fundamentada en la naturaleza. En ese sentido, el Emilio no es sólo un libro de educación, es también un texto político que está en la línea de la República de Platón. Digamos que con el Emilio el saber pedagógico moderno traspasa su umbral político, permaneciendo como un saber especializado en el gobierno (gobernamiento) de sí y de los otros. Volviendo a la noción de perfectibilidad, habría aún dos aspectos que analizar: ella se confunde con la „educabilidad‟, pues el hombre sólo pudo perfeccionarse cuando tuvo necesidad de educación, es decir, cuando necesitó comunicar a los otros sus intenciones, sus pensamientos, y eso aconteció en el momento en que precisó de otros y necesitó vivir en comunidad. Esa facultad de ser educado fue lo que diferenció radicalmente los hombres de los animales, “pues el animal, por el contrario, al cabo de algunos meses, es lo que será por el resto de su vida, y su especie, al final de miles de años, lo que era en el principio de ellos” (ROUSSEAU [1755], 1978b, p. 243). Se podría decir, entonces, que esa „educabilidad‟ permitió (y permite) el desarrollo de la especie humana y del individuo humano, su transformación, su progreso, pero también su decadencia. Gracias a esa facultad, y por efecto de un largo y lento proceso, el hombre abandonó su estado primitivo y alcanzó la civilización, proceso que se dio en distintas etapas sucesivas donde los resultados de una fueron condición para la siguiente. En la explicación de ese proceso, Rousseau introdujo un interesante giro que constituye una de las características centrales de su pensamiento: los fundamentos de ese desarrollo se encuentran en las pasiones. Estas habían sido identificadas por los moralistas como señales de imperfección, de inferioridad, de animalidad y, por tanto, despreciadas y destinadas a ser sometidas y a penas a ser toleradas como inevitables.
  • 12. Para Rousseau, por el contrario, ellas ocupan un lugar destacado: Digan lo que quieran los moralistas, el entendimiento humano debe mucho a las pasiones, las cuales, según el común sentir, le deben mucho también. Por su actividad se perfecciona nuestra razón; no queremos saber sino porque deseamos gozar, y no puede concebirse por qué un hombre que careciera de deseos y temores habría de tomarse la molestia de pensar. A su vez, las pasiones se originan de nuestras necesidades, y su progreso, de nuestros conocimientos, pues no se puede desear o tener las cosas sino por las ideas que sobre ellas se tenga o por el nuevo impulso de la naturaleza. El hombre salvaje, privado de toda suerte de conocimiento, sólo experimenta las pasiones de ésta última especie; sus deseos no pasan de sus necesidades físicas (ROUSSEAU, 1923 [1755], Primera Parte). En el Emilio afirma también: Nuestras pasiones son los principales instrumentos de nuestra conservación: luego tan vano como ridícula empresa es intentar destruirlas, que es censurar la Naturaleza, y querer reformar la obra de Dios […] Al que quisiese estorbar que naciesen las pasiones, casi por tan loco le tendría yo como al que quisiese aniquilarlas; y ciertamente me habrían entendido muy mal los que creyesen que semejante proyecto hubiera sido el mío hasta aquí (ROUSSEAU, 1984 [1762], p. 152). Otro aspecto interesante que la idea de perfeccionamiento trae para el análisis es la relación entre perfectibilidad de la especie y del individuo: parece ser que la infancia, en su proceso de desarrollo y crecimiento, recorre —en sus líneas generales— el proceso de desarrollo de la especie humana. La vida de Emilio no es un repaso de la vida de la humanidad, pero las líneas generales del desenvolvimiento de Emilio parecen corresponder, en gran medida, al proceso de constitución de la especie humana, con la diferencia de que Emilio nunca llega a la degeneración. Y esto sucede porque, a diferencia de la humanidad, el proceso de perfeccionamiento de Emilio ha seguido la propia naturaleza: y ese proceso es justamente el que Rousseau llama „educación natural‟. La especie humana se desnaturalizó, se apartó de la naturaleza y constituyó la civilización que degeneró su humanidad primitiva. Ese proceso que tuvo como punto de inicio al hombre natural, inocente, ingenuo, quien vivía en pequeños grupos, sin lenguaje, sin vivienda fija y cuyos deseos se ajustaban a sus capacidades, sometido enteramente a la naturaleza, siguió un largo camino donde, poco a poco y sobre la base de reducidos instintos, el hombre desarrolló su razón y creó la sociedad con todas sus ventajas, pero también, con todas las secuelas negativas que llevaron a la especie a su degeneración (ROUSSEAU, 1923 [1755]).
  • 13. El niño, como el hombre primitivo, parte sólo de sus limitados instintos, comparados con los animales, y va poco a poco desarrollando su razón, pero por efecto de la corrupción de la sociedad en la cual habita y crece, ese perfeccionamiento serán en realidad, el camino de su perdición. Sólo un niño como Emilio, alejado de esa sociedad corrupta, educado (perfeccionado) según las leyes naturales, dejando operar la propia naturaleza, alcanzará la verdadera perfección posible para un ser humano. Como dice Rousseau, Emilio será, sobre todo, antes que todo, un hombre, pero su destino es la sociedad: Rousseau no pretendía recrear un hombre primitivo, él sabía que Emilio no podría vivir aislado, tenía que madurar, casarse, formar parte de una sociedad, pero para llegar allá con éxito, era necesaria la educación. No cualquier educación: una educación fundamentada en la naturaleza, y eso significa principalmente, una educación centrada en la libertad y los intereses del niño. Hasta aquí mostré una primera característica de la éducation rousseauniana, es decir, su carácter natural o su consideración de la naturaleza como fundamento. En seguida pasaré a otro aspecto clave: la libertad. Ellas es el principio e instrumento, las condición, pero al mismo tiempo, el medio para su realización, de ahí que podamos nombrar la educación de Emilio como una „educación liberal‟. Sin embargo, con tal calificativo no me estoy refiriendo a una educación fundamentada en los principios de alguna ideología liberal; tampoco quiero con ello colocar la educación rousseauniana como opuesta a un tipo de educación que podría ser considerada como „conservadora‟. Aquí entiendo por educación liberal una acción educativa en la cual la libertad se convierte en un asunto estratégico: sólo será posible educar desde la libertad y para la libertad. En palabras de Rousseau (1984 [1762], p. 29): “El espíritu de estas reglas es dejar a los niños más verdadera libertad y menos imperio, permitirles que hagan más por sí propios, y exijan menos de los demás”. Varias cosas están implicadas en la anterior afirmación. Primero: es necesario dar libertad, dejar actuar los niños o dejar actuar la naturaleza en los niños. En este sentido, la libertad, inicialmente, es una libertad de movimiento en función del crecimiento y de la maduración de los órganos, elementos fundamentales en el proceso de desenvolvimiento. Este punto es reconocido en muchos de los estudios sobre el pensamiento de Rousseau y constituye un elemento central de la actividad educativa para la primera infancia, descrita en el libro primero del Emilio. Su objetivo es el fortalecimiento del cuerpo, pues sólo un cuerpo fuerte puede obedecer al alma: “Cuanto más débil es el cuerpo, más manda; cuanto más fuerte, más obedece. En cuerpos
  • 14. afeminadas moran todas las pasiones sensuales; y tanto más se irritan aquellos, cuanto menos pueden satisfacerlas” (ROUSSEAU, 1984 [1762], p. 16). Aquí Rousseau señala la importancia de un adecuado crecimiento y desenvolvimiento, procesos naturales que se debe respetar y a los que se debe contribuir con una correcta educación, pues tienen su propia temporalidad y dan sentido a la existencia de la infancia como etapa inicial en la cual el hombre se fortalece y aprende todo lo que necesita y que no le fue dado con los instintos por la naturaleza: “Respetad la infancia, y no os deis prisa en juzgarla ni para bien ni para mal […] Dejad que obre largo tiempo la Naturaleza, antes de meteros a obrar en su lugar, no sea que impidáis la eficacia de sus operaciones (ROUSSEAU, 1984 [1762], p. 62). Es necesario respetar esa temporalidad; Rousseau llama la atención sobre la necesidad de valorizar esos años de la infancia, pues ellos no son tiempo perdido. La naturaleza necesita de ese tiempo para actuar y, por eso, clama para que los adultos abandonen la prisa y sean pacientes: el crecimiento y el desenvolvimiento son lentos y parece que los adultos quisieran acelerarlos, de ahí la preocupación con la enseñanza de los niños, como si el método de enseñanza o la acción del adulto pudiesen substituir la acción de la naturaleza12. Segundo: el llamado a respetar la infancia es un llamado para dejar que los propios niños (y en ellos, las fuerzas de la naturaleza) actúen. Respetar el principio de actividad que es constitutivo del sujeto, principio que lleva en sí mismo una economía de acción: se debe economizar la acción del adulto en función de la propia acción del niño, pues esta última será siempre más eficaz en la medida en que parte del deseo e interés individual. Sin embargo, dejar actuar al niño (y a la naturaleza), no enseñar nada, es un asunto que requiere de tiempo, mucho tiempo, pues el niño necesita, además de madurar, ejercitarse y tener diversas experiencias, aprender por sí mismo, motivo por el cual debe cometer errores e intentar muchas veces antes que consiga aprender. Ese es el principio activo del que habla Rousseau, fuerte en la infancia y ya débil en la vejez. En cuanto activo, el ser tiene potencia para querer o desear y fuerza para ejecutar las acciones: “Reside el principio de toda acción en la voluntad de ser libre […] Luego el hombre es libre en sus acciones, y como tal animado por una sustancia inmaterial […]Si el hombre es activo y libre, obra por sí propio; todo cuanto libremente hace está por fuera del sistema ordenado por la Providencia, y no puede ser imputado a ésta” (Rousseau, 1984 [1762], p. 211-12). 12 “Lentas y tardías son las instrucciones de la Naturaleza; las de los hombres son casi siempre prematuras” (ROUSSEAU, 1984 [1762], p. 154).
  • 15. El Homo docibilis de la Didáctica no era un sujeto meramente pasivo, pero su docilidad, es decir, su capacidad para aprender y ser enseñado implicaba una acción directa del exterior: la enseñanza ejercida por el maestro a través del método; por el contrario, Emilio debe aprender sin ser enseñado (por lo menos directamente), debe aprender lo que tiene que aprender por sí mismo, es decir, por su propia actividad, pues debe usar su propia razón, debe ejercitarla con lo cual resultará un vigor del espíritu semejante al que con el trabajo y la fatiga adquiere el cuerpo 13. Tercero: todo lo anterior debe llevar a la felicidad: “Preciso es ser feliz, amado Emilio; ese es el fin de todo ser sensible, el primer deseo que nos imprimió la Naturaleza, y el único que nunca nos abandona” (p. 352). Sin embargo, no es fácil ser feliz, la felicidad exige valor, pues está en íntima relación con la libertad y no somos libres si no conseguimos dominar los deseos y las pasiones. En el inicio de la vida, las necesidades de Emilio son superiores a sus fuerzas, por eso necesita de la ayuda de los adultos. Aunque el principio activo sea en él muy intenso, la naturaleza compensa esa intensidad con la debilidad de sus fuerzas. Cuando llega a la adolescencia la relación cambia y entonces tendrá fuerzas en exceso: “Este intervalo en que el individuo puede más de lo que desea, si bien no es la época de su mayor fuerza absoluta, es como he dicho, la de su mayor fuerza relativa” (p. 113). Sin embargo, cuando llega la pubertad y aparece la pasión amorosa junto con otros múltiples deseos, fruto del trato social, entonces la situación cambia radicalmente y es ahí donde es preciso dar mayor fortaleza, pues aprendiendo a desear se puede volver esclavo de sus propios deseos. Hasta entonces, Emilio había permanecido en el reino de la naturaleza sometido a sus leyes, pero en adelante ingresará en el mundo social, y allá, requiere el aprendizaje más difícil: liberarse del imperio de las pasiones artificiales que impone la sociedad con sus lujos, comodidades y demás seducciones. Y es ese momento el momento de la verdadera libertad: “Hasta aquí sólo eras libre en apariencia; sólo poseías la precaria libertad de un esclavo a quien nada han mandado. Sé ahora libre en efecto, aprende a enseñorearte de ti mismo: manda, Emilio, en tu corazón, y será virtuoso” (p. 355). La verdadera libertad debe llevar a la felicidad y ésta no es más que la práctica de la virtud, el gobierno de nosotros mismos por la razón. 13 “Requiere este modo de proceder una paciencia y una circunspección de que son capaces pocos maestros, y sin la cual nunca aprenderá a juzgar el discípulo. Si cuando éste, por ejemplo, se engaña acerca de la experiencia del palo roto, os dais prisa a sacar el palo del agua para manifestarle su error, acaso le desengañareis: pero ¿qué le enseñareis? Nada más de lo que hubiera aprendido por sí propio. ¡Oh no es eso lo que hay que hacer! Menos se trata de enseñarle una verdad, que de hacerle ver cómo se ha de conducir para descubrirla siempre” (ROUSSEAU, 1984 [1762], p. 148).
  • 16. Sin embargo, es preciso aclarar que esa „educación liberal‟ no propone una libertad total sino una libertad regulada. Recordemos que la educación es una forma de conducción y dirección, de ahí que podemos la educación liberal (la educación propiamente moderna) como una forma de gobernar los individuos mediante la producción y regulación de su libertad14. Como diría Foucault (2007), gobernar menos para gobernar más; en nuestros términos, educar menos para educar más. Y en la educación de Emilio educar (gobernar, dirigir) menos quiere decir intervenir directamente menos, hacer lo menor posible para que el otro haga más. La educación liberal es una economía de la educación. Pero eso no significa una educación débil ni una educación escasa. Por el contrario, la educación liberal es una educación intensiva, permanente, constante, pues es una educación de la naturaleza, de los hombres y de las cosas15. Es una educación que renuncia al gobierno para gobernar más; en palabras del propio Rousseau (1984 [1762], p. 73): En las educaciones que con más esmero se hacen, manda el maestro y cree que dirige; y quien dirige en efecto, es el niño […] Tomad camino opuesto con vuestro alumno; crea él que siempre es el amo, y sedlo vos de verdad. No hay sujeción tan completa como la que presenta las apariencias de la libertad, porque así está cautiva la voluntad misma […] Sin duda no debe hacer más de lo que él quiera; pero sólo lo que quisiereis que haga, debe él querer. En ese sentido, la educación liberal exige más trabajo del preceptor (o gouverneur, como prefería Rousseau), pues él no sólo debe estar presente y actuante en todo momento, desde el nacimiento hasta la madurez y el ingreso en la vida social sino, además de eso, debe evitar que su presencia y acción sean muy evidentes 16. Para eso la 14 “Todos los instrumentos se han probado, menos uno, precisamente el único que puede surtir efecto; la libertad bien aplicada [réglée, reglada]. No conviene que se encargue de educar un niño quien no lo sepa conducir a donde quiera, por solas las leyes de lo posible y lo imposible. Como igualmente ignora la esfera de lo uno y de lo otro, se ensancha o se estrecha ésta en torno de él, conforme uno quiere. Con sólo el vínculo de la necesidad, sin que él se disguste, se le encadena, se le empuja o se le contiene; con sólo la fuerza de las cosas, se le torna dócil y manejable, sin dar entrada al germen de vicio alguno, porque cuando ningún efecto producen, no se animan las pasiones” (ROUSSEAU, 1984 [1762], p. 48). 15 “La de la Naturaleza es el desarrollo interno de nuestras facultades y nuestros órganos; la educación de los hombres es el uso que nos enseñan éstos a hacer de este desarrollo; y lo que nuestra experiencia propia nos da a conocer acerca de los objetos cuya impresión recibimos, es la educación de las cosas” (p. 2). 16 “No creéis que pueda Emilio ser dócil a los veinte años. ¡De cuán distinto modo pensamos! Yo no concibo cómo podía serlo a los diez: porque de esta edad ¿qué agarradero tenía yo en él? Quince años de afanes he necesitado para labrar este asidero. Entonces no lo educaba, que le preparaba para ser educado: ahora lo está lo suficiente para ser dócil; conoce la voz de la amistad y sabe obedecer a la razón. Verdad es que aparento dejarle en completa independencia, pero nunca estuvo más sujeto a mí; pues lo está porque quiere estarlo. Mientras no he podido hacerme dueño de su voluntad, no he soltado su persona; no le dejaba un paso. Ahora le abandono alguna vez a sí mismo, porque siempre le gobierno” (ROUSSEAU, 1984 [1762], p. 258).
  • 17. educación de los hombres debe, en lo posible, ser sustituida por la educación de las cosas, hecho que nos lleva hacia otro de los aspectos de esa educación liberal: el control del „medio‟. Así, cuando Rousseau nos invita a no hacer nada, esto significa hacer nada directamente y actuar mediante la manipulación del medio que no es otra cosa que una forma de incitar la acción del niño y de las cosas sobre él: el arte de la educación liberal es el arte de acondicionar el medio para conducir la acción de los niños. Rousseau da varios ejemplos de ese arte a lo largo de la educación de Emilio. Al comienzo se trata más de un acompañamiento y de una escasa intervención a la espera de que sean las propias consecuencias de las acciones de Emilio que sirvan de lección y oportunidad de aprender. Pero con el pasar del tiempo, con el crecimiento de Emilio, la acción del preceptor se hace más cada vez más presente y exigente al punto de que no basta dejar que las propias acciones y sus consecuencias operen sino que es preciso crear situaciones tales que sirvan como medio educativo. En el Libro Segundo, el preceptor de Emilio prepara las condiciones para que su discípulo aprenda la noción de „propiedad‟: partiendo del deseo de Emilio por querer cultivar una huerta, escoge un terreno (conociendo que no es baldío y pertenece a un vecino) y labra la tierra para sembrar; Emilio, entusiasmado, toma posesión de la huerta sembrando una habas; todos los días van para regarlas y verlas germinar; el preceptor le recuerda que le pertenecen para aumentar su entusiasmo, pero un día llega Emilio, regador en mano, y descubre que todas las habas fueron arrancadas y todo el terreno está revuelto: “!Ah! ¿Qué se ha hecho de mi trabajo, la obra mía, el dulce fruto de mis sudores y afanes? ¿Quién me ha robado mi caudal? […] Este pecho de nuevo se levanta en peso; el sentimiento primero de la injusticia vierte en él su amargura acerba; corre de sus ojos un raudal de lágrimas” (p. 54). Fue un vecino que indignado alega el hecho de haber ellos sembrado en su propiedad y exige respeto de su derecho: “En este ensayo sobre el modo de inculcar a los niños las nociones primitivas, vemos cómo claramente sube la idea de propiedad al derecho del primer ocupante por el trabajo. Esto es claro, obvio, claro, sencillo, y siempre al alcance del niño” (p. 55). Otro ejemplo menciona Rousseau, aunque no directamente con Emilio, pero con otro discípulo suyo: se trata de un niño rebelde e impetuoso que le gustaba manipular a los demás para conseguir satisfacer sus deseos. Un día, pidió a Jean Jacques que lo acompañara a dar una vuelta y como se negó, el niño amenazó ir solo a lo cual Jean Jacques respondió que no había problema. Pidió entonces a su lacayo que lo siguiese, pero él, ya avisado del „ensayo‟, se niega, argumentando estar muy ocupado. El chico,
  • 18. desconcertado con la respuesta, pero dispuesto a hacer su voluntad, decide salir de casa. Dubitativo al comienzo consigue alejarse de la casa, pero es seguido de cerca, sin percibirlo, por un amigo de la familia que también conocía del ensayo. Algunas personas del vecindario también fueron informadas y hablaban al muchacho sobre los inconvenientes de andar solo por la calle. Después de algún tiempo, y de ser motivo de burlas e ironías de otros muchachos mayores que él, se siente perdido y es rescatado por el amigo de la familia que lo lleva de vuelta para casa. Para terminar el desastre de su osada expedición solitaria, exactamente en el momento en que llega a su casa, su padre estaba saliendo y lo encontró en la escalera de la entrada. Tuvo que decir de dónde venía y porqué su preceptor no estaba con él. Manipular el medio, acondicionar el medio, preparar el ambiente en función de sus posibilidades educativas —es esa la nueva tarea del preceptor. Su acción, opuesta a la acción didáctica, no debe ser directa; él debe intervenir, pero sólo a través del medio, pues quien mejor enseña son las propias cosas y la naturaleza. En ese sentido, se podría decir que la educación es una especie de auto-regulación y no tanto un disciplinamiento, es decir, una acción del individuo en un medio (natural o artificial o social) cuyo resultado es su crecimiento, desenvolvimiento, maduración y aprendizaje. El disciplinamiento, propio de la didáctica, implicaba una sumisión al método y a la acción de enseñanza del maestro, por tanto, operaba bajo la forma de una reglamentación (del espacio, de los movimientos, del tiempo). La educación liberal no pretende, fundamentalmente, disciplinar ni, por tanto, reglamentar, sino regular; ella opera mediante la libertad de acción del sujeto en un medio que establece sus límites y sus posibilidades. Por eso, actúa bajo la forma de una auto-regulación de la conducta. Digamos que mientras la disciplina y la reglamentación son exteriores y artificiales, la regulación es interior (al sujeto y a la relación del sujeto con su medio) y natural17. En otras palabras, para la educación liberal, la reglamentación es inútil, pues 17 Sobre este asunto, Caruso (2005, p. 46-47) establece: “ Es cierto que en los procesos de disciplinamiento de los cuerpos se encuentra un poder „exterior‟, el cual debe garantizar y vigilar el ejercicio y la repetición de rutinas de orden, tales como la disposición analítica del tiempo y del espacio, la concentración y los desarrollos. Pero la biopolítica está anclada en procesos que se desarrollan en el „interior‟ del sujeto. La misma se caracteriza „por tomar en cuenta la naturaleza de los procesos en juego‟. Esto es, la biopolítica se apoya en un saber sobre los procesos vitales de las personas y presupone la existencia de los mismos en función de su dirección y conducción. En el caso de las disciplinas, en cambio, no se aprecia esta característica fundamental de considerar la naturaleza de los procesos „dados‟ o, al menos, las consideraciones sobre los mismos no determinan la lógica de intervención disciplinaria. Esta intervención biopolítica, que no viene del „interior‟ del sujeto, pero que al mismo tiempo toma en cuenta esta „interioridad‟, recibió en la obra de Foucault la denominación de „regulación‟. En contraste con la estrategia de control, la regulación representa una racionalidad diferenciada de la intervención del
  • 19. sólo la regulación es eficaz en la medida en que se corresponde con el curso propio de las cosas, con su naturaleza. La disciplina puede crear sujetos obedientes, pero esa obediencia sólo será aparente o relativa mientras no sea una obediencia a la propia naturaleza, una sumisión a las leyes naturales y no a los deseos de otro (el maestro, por ejemplo). Rousseau muestra claramente esta idea de regulación cuando, a propósito de la emergencia de las pasiones en la pubertad, lanza la siguiente regla: ¡Qué cortos alcances ha de tener quien en los nacientes deseos de un mozo sólo contemple un obstáculo a las lecciones de la razón! Yo veo el verdadero medio de hacerle dócil a estas mismas lecciones. Las pasiones sólo se contrarrestan con otras; por su imperio se ha de resistir su tiranía, y siempre se han de sacar de la misma Naturaleza los instrumentos propios para regularla (p. 254). Es de la propia naturaleza que se deben sacar los instrumentos para la educación (para el gobierno): esa es la verdadera educación. Educación natural que es claramente una educación biopolítica pues no busca sólo conservar los niños, sino hacer que ellos vivan: Los padres sólo piensan en conservar a su niño; eso no basta […] Vano es tomar precauciones para que no muera; al cabo tiene que morir; y aun cuando no sea su muerte fruto de vuestros afanes, todavía serían necios éstos. No tanto se trata de estorbar que muera, cuanto de hacer que viva. Vivir no es alentar [respirar], que es obrar, hacer uso de nuestros órganos, nuestros sentidos, nuestras facultades, de todas las partes de nosotros mismos que nos dan la íntima conciencia de nuestra existencia propia (p. 6). Educar, en esta nueva perspectiva es, entonces, hacer vivir utilizando para eso todas las fuerzas y posibilidades de la propia naturaleza humana y de las cosas y, en ese sentido, el Emilio es una incitación, una invitación a hacer vivir los niños y ya no sólo conservarlos. Finalmente, me gustaría resaltar dos aspectos sobre el análisis de la educación propuesta por Rousseau, no menos dignos de consideración, aunque poco estudiados: el carácter femenino de la primera educación y la importancia del amor en la relación educativa. Sobre el primero, en el prefacio de su Emilio Rousseau aclara que la obra fue comenzada para agradar a una buena madre. Ya en las primeras líneas del libro deja claro que se está dirigiendo a las madres e insta a sus colegas a hablar especialmente a las mujeres en los tratados sobre educación, pues ellas por su „naturaleza‟, por su propio interés, están más involucradas con la educación de los hijos. Esa recomendación será tomada muy seriamente por Pestalozzi que, como señala Streck gobierno”.
  • 20. (2004, p. 66) “sustituye el preceptor de Rousseau por Gertrudis, una madre virtuosa, en el papel de educadora. Ella no educa sólo un niño, sino todos los niños del pueblo con incansable entrega materna y, a través de ella, regenera toda la comunidad”18. Esos postulados están asociados a la invención de la familia moderna e de la mujer-madre, procesos estudiados por Donzelot (1998) y Badinter (1981), pero también al proceso que algunos han llamado “feminización del magisterio”, es decir, el proceso mediante el cual la educación pública de los niños llegó a convertirse en un asunto particularmente femenino19. Intimamente ligado a este aspecto, está el segundo que quisiera destacar, aquel que podríamos llamar con Saldarriaga (2003, 2006) el “amor pedagógico”. Como él mismo dice: “No es un gran descubrimiento decir que la Pedagogía fue una de las formas de ritualización de las relaciones eróticas más difundidas entre las sociedades occidentales y occidentalizadas, de modo que una de las posibles definiciones de Pedagogía sería como: dispositivo destinado a juntar las relaciones entre el amor y el conocimiento, haciéndolas pasar por la enseñanza (2006, p. 45). Aunque Rousseau no se haya explorado esa temática, es claro que el amor está presente en todo el proceso de la educación de Emilio y tal vez sean estas emotivas palabras del final de su libro las que permitan percibir mejor el significado de ese amor pedagógico: ¡Cuántas veces, bendiciendo la providencia, y lanzando profundos suspiros, estrecho sus manos entre las mías! ¡Cuántos besos imprimo en estas manos que se aprietan! ¡De cuántas lágrimas de gozo, que caen de mis ojos, las sienten bañadas! También ellos se enternecen participando de mi enajenamiento (ROUSSEAU, 1984 [1762], p. 384). La obra educativa es una obra de amor y la relación pedagógica es una relación amorosa. Será preciso en otro trabajo volver sobre este asunto, que es como el umbral del erotismo pedagógico, el umbral moderno de la erótica pedagógica a partir del cual sería posible, por ejemplo, explorar las relaciones entre el amor y la “gobernamentalidad liberal”, es decir, estudiar el amor (de la madres por sus hijos, del maestro por sus alumnos y de los propios amantes) como el principio de la subjetividad moderna (SÁENZ; SALDARRIAGA; OSPINA, 1997). Por el momento, interesa en este trabajo seguir las huellas que llevaron al saber pedagógico por la línea de su epistemologización. 18 Debe tenerse en cuenta que entre los dos más importantes escritos de Pestalozzi están los libros “Leonardo y Gertrudis” (1781) y “Cómo Gertrudis enseña a sus hijos” (1801). 19 Sobre este tema ver: Primer Congreso Internacional sobre los Procesos de Feminización del Magisterio, (2001).