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- 1. Capítulo 12
El Santuario, el juicio y el fin
H
ace algunos años el profesor Norman Gulley realizó una en-
cuesta entre sus alumnos de la Southern Adventist University
con el objetivo de conocer cuál era la percepción que aquellos
jóvenes tenían respecto de los acontecimientos finales. El estudio sacó a
luz unos datos bastante desalentadores: 1
• El 49% está preocupado ante la idea de un juicio previo a la segunda
venida.
• El 56% admitió que teme los acontecimientos finales.
• El 41 % prefiere morir a tener que enfrentarse a los últimos sucesos
que acaecerán sobre nuestro planeta.
• El 50% confesó su inseguridad respecto de su salvación.
Personalmente, no creo que estas estadísticas disten mucho de ser
un reflejo real del sentimiento que mucha gente tiene en relación con
los eventos finales. Las profecías bíblicas, en lugar de ser «una antorcha
que alumbra en un lugar oscuro» (2 Pedro 1:18), han dejado a muchos
«sin aliento por el temor y la expectación de las cosas que sobreven-
drán en la tierra» (Lucas 21:26). Sin duda alguna, uno de los aconteci-
mientos finales que más ansiedad nos provocan es el juicio investiga-
dor. Declaraciones como estas suelen infundir más temor que seguri-
dad en muchos de nosotros:
• «Vendrá nuestro Dios y no callará; fuego consumirá delante de él y
tempestad poderosa lo rodeará. Convocará a los cielos de arriba y a
la tierra, para juzgar a su pueblo» (Salmo 50:3, 4).
• «Un río de fuego procedía y salía de delante de él; miles de miles lo
servían, y millones de millones estaban delante de él. El Juez se sen-
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- 2. tó y los libros fueron abiertos» (Daniel 7:10).
• «Pues Dios juzgará toda obra, buena o mala, aun la realizada en se-
creto» (Eclesiastés 12:14, NV1).
• «Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de
Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras
estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo» (2 Corintios 5:10).
• «Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llega-
do» (Apocalipsis 14:7).
La verdad es que ante estos textos tiembla hasta el más valiente. Lo
menos que podemos pensar es que ese río de fuego que sale de la sala
del juicio se prestaría muy bien para quemarnos a todos. Recuerdo que
cuando era adolescente escuché a un predicador en mi iglesia local pre-
sentar un sermón sobre el juicio investigador. Cuando lo oí quedé muy
afligido y con ganas de salir corriendo y no volver jamás a la iglesia. La
tesis de su sermón era más o menos la siguiente:
«Hermanos, nadie podrá escapar del escrutinio del juicio
previo a la segunda venida. Es más, quizá haya alguien en esta
iglesia cuyo nombre ya fue investigado. Por tanto, es muy pro-
bable que usted esté aquí, escuchando la Palabra, dirigiendo la
iglesia, devolviendo sus diezmos y ofrendas o cantando en el
coro, y que su caso ya haya sido fallado para perdición».
Hace poco mientras almorzaba con un pastor amigo, me confesó que
él mismo había enseñado algo muy parecido en sus sermones. Curio-
samente, nunca he escuchado la otra versión, que el caso de alguien
haya sido tratado en el momento en que estaba de rodillas, humillado
ante la presencia del Señor y, por lo tanto, haya quedado sin condena-
ción en el juicio, pero sucede que días después esa persona abandonó
los caminos del Señor y se dedicó a una vida licenciosa, trasgrediendo
los mandamientos de Dios. Pero, como su nombre ya fue tratado, esa
persona ya es salva para siempre.
¿Entiende lo que quiero decir? Si era cierto lo que aquel intrépido
predicador dijo, que el nombre de alguien que se cree miembro de la
iglesia puede haber sido examinado y hallado culpable, también puede
pasar lo contrario, que un apóstata sea salvo porque cuando se trató su
caso él estaba consagrado. De todo este enredo solo queda una conclu-
sión: El miembro puede perderse y el apóstata, salvarse. Ello nos pone
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- 3. más cerca de la enseñanza calvinista de una vez salvo siempre salvo
que de nuestra posición arminiana respecto a la salvación. 2
Aquí no podemos hacer un repaso de todos los acontecimientos fi-
nales, pero hay uno en el que desempeñamos un papel fundamental y
tiene que ver de forma directa con nuestro crecimiento espiritual. Me
refiero al juicio investigador que precede a la segunda venida de Cristo.
La realidad del Santuario Celestial
Lo primero que hemos de saber es que el juicio investigador se lleva
a cabo en el santuario celestial. A mucha gente le parece bastante ri-
dículo el énfasis que los adventistas ponemos en la existencia de un
santuario en el cielo. Pero ello no es un invento de la creatividad teoló-
gica de nuestra iglesia. La Biblia registra múltiples evidencias que sus-
tentan la existencia de un santuario celestial. 3 Es más, desde que se
inició la construcción de un santuario en la tierra, se puso de manifiesto
la existencia de un santuario en el cielo. Cuando Dios ordenó a Moisés
que construyera un lugar de adoración, le advirtió: «Mira y hazlos
conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte» (Éxodo 25:40;
cf. 25:9; 26:30; Números 8:4; la cursiva es nuestra). Citando este pasaje,
Pablo menciona que el santuario terrenal era «figura y sombra de las
cosas celestiales» (Hebreos 8:5). El modelo mostrado a Moisés corres-
pondía al «verdadero tabernáculo que levantó el Señor y no el hombre»
(Hebreos 8:2), un santuario que «es mejor y más perfecto» pues «no ha
sido hecho por los hombres; es decir, no es de esta creación» (Hebreos
9:11, DHH). La Palabra de Dios confirma la obediencia de Moisés a las
instrucciones divinas: «Moisés hizo conforme a todo lo que Jehová
mandó. Así lo hizo» (Éxodo 40:16).
Varios pasajes bíblicos hacen referencia directa al santuario celestial.
El salmista escribió: «Miró el Señor desde su altísimo Santuario; con-
templó la tierra desde el cielo» (Salmo 102:19, NVI; cf. Salmo 11:4, 5).
Cuando el profeta Isaías recibió su llamamiento al ministerio profético,
vio «al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llena-
ban el templo» (Isa. 6:1). Al vencedor se le promete que será «columna
en el templo de mi Dios» (Apocalipsis 3:12). Juan vio «el templo de
Dios abierto en el cielo, y el Arca de su pacto se dejó ver en el templo»
(Apocalipsis 11:19). En Apocalipsis 14: 17 un «ángel salió del templo de
Dios que está en el cielo». Cuando la ira de Dios iba a ser derramada
sobre la tierra, «el templo se llenó de humo por causa de la gloria de
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- 4. Dios y por causa de su poder» (Apocalipsis 15:8).
Jesús fue a prepararnos una morada en la casa de su Padre y, cuan-
do nuestro lugar esté listo, vendrá a buscarnos (Juan 14:1-3). Juan utili-
zó la expresión «casa de mi Padre» para referirse al templo terrenal
(Juan 2:15-17). En el Antiguo Testamento el santuario también era lla-
mado «la casa de Dios» o «templo de la casa de Dios» (Esdras 5:14; Da-
niel 5:3). Por tanto, Jesús, como nuestro Sumo Sacerdote (Hebreos 7:26),
está en el cielo preparando nuestras moradas en la casa del Padre, es
decir, está en el templo celestial.
Asimismo, la famosa expresión paulina «en los lugares celestiales»
(Efesios 1:3, 20; 2:6; 3:10) no es más que una referencia implícita al san-
tuario celestial. 4 La bendiciones que recibimos de Dios proceden de los
«lugares celestiales», donde Jesús se sentó a la diestra del Padre (Efe-
sios 1:20). El libro de Hebreos específica que Jesús se sentó a la diestra
del Padre en calidad de sumo sacerdote (Hebreos 8:1). Hebreos 6:19 nos
explica que esos lugares celestiales donde Jesús entró «por nosotros,
hecho sumo sacerdote para siempre» están ubicado «más allá del velo»;
y en Hebreos 9:12 dice que cuando Jesús se sentó a la diestra del Padre
en los lugares celestiales, lo hizo entrando al santuario.
Ahora bien, ¿qué hace Cristo en ese santuario y qué tiene que ver su
obra intercesora con nosotros y con su segunda venida? El ministerio
de Cristo en el santuario incluye varios aspectos clave dentro del plan
de salvación. Como ya hemos dicho aquí solo abordaremos uno: el jui-
cio previo a la segunda venida.
El santuario como lugar de juicio
Muchos se inquietan ante la enseñanza adventista de que Jesús está
llevando a cabo un juicio en el santuario. Para ellos el concepto de jui-
cio no cabe en un lugar donde se espera que haya perdón y salvación
para el creyente. Sin embargo, no hay contradicción entre el juicio y la
salvación, sino que el juicio desempeña un papel vital dentro del plan
de redención. De hecho, Apocalipsis 14:7 vincula el juicio con la pro-
clamación del evangelio eterno. Ahora bien, la Biblia sí hace referencias
concretas al santuario como un lugar donde Dios lleva a cabo activida-
des de investigación y de juicio. Por ejemplo, el salmista declaró.
«Jehová está en su santo Templo; Jehová tiene en el cielo su trono; sus
ojos observan, sus párpados examinan a los hijos de los hombres. Jeho-
vá prueba al justo» (Salmo 11:4, 5). Veamos algunos episodios donde se
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- 5. pone de manifiesto esta acción judicial divina desde el santuario.
En Números 12 registra el pecado de María y Aarón cuando «habla-
ron contra Moisés» (versículo 1). El versículo siguiente dice que «lo oyó
Jehová». Después de esto, el Señor convocó una reunión con Moisés,
Aarón y María en el «tabernáculo de reunión» (versículo 3). El Señor
descendió al Tabernáculo e inició un proceso de investigación contra
Aarón y María al preguntarles: «¿Por qué no tuvisteis temor de hablar
contra mi siervo Moisés?» (versículo 8). Entonces, vino la sentencia: la
ira de Dios se encendió contra ellos (versículo 10). María quedó leprosa,
pero Aarón fue perdonado «porque confesó el pecado que habían co-
metido» (Patriarcas y profetas, capítulo 33, p. 356). Una vez concluido
el juicio, Jehová abandonó el tabernáculo (versículo 10). En el juicio que
se realizó en el santuario hubo perdón para Aarón y castigo para Ma-
ría.
Otro episodio de juicio en el santuario incluye la sentencia de muer-
te contra Nadab y Abiú, los hijos de Aarón, quienes murieron en su in-
terior (Levítico 10:1-4). También desde el santuario se emitió sentencia
en contra de Coré, Datán y Abiram (Números 16). El capítulo siguiente
muestra a Dios actuando desde el santuario a favor de Aarón y sus hi-
jos (Números 17). El Antiguo Testamento también hace referencia a jui-
cios realizados desde el santuario celestial en los Salmos 11, 29, 76, 102
y 103, así como también en Miqueas 1 y 1 Reyes 22. 5 Desde esta pers-
pectiva el santuario se convierte en un gran tribunal de trascendencia
cósmica donde se dictamina el destino de todos los seres humanos.
La estructura del tribunal celestial
Quizá la más amplia descripción del juicio investigador se halla en
Daniel 7. En este juicio se realiza «una investigación en la presencia de
seres celestiales». 6 Esta visión de Daniel es paralela al capítulo 2 y, por
tanto, también constituye un esbozo del devenir histórico de nuestro
planeta; sin embargo, Daniel 7 agrega el inicio de un proceso judicial
después de la guerra del cuerno pequeño contra los santos. Es más, los
versículos 2-14 están dispuestos de tal modo que la escena del juicio
ocupa el centro de la visión. 7 Eso significa que, para el profeta, de to-
dos los acontecimientos finales que forman parte de su mensaje, nin-
guno es más importante que el juicio.
«Estuve mirando hasta que fueron puestos unos tronos y se
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- 6. sentó un Anciano de días. Su vestido era blanco como la nieve;
el pelo de su cabeza, como lana limpia; su trono, llama de fue-
go, y fuego ardiente las ruedas del mismo. Un río de fuego
procedía y salía de delante de él; miles de miles lo servían, y mi-
llones de millones estaban delante de él. El Juez se sentó y los
libros fueron abiertos. [...] Miraba yo en la visión de la noche, y
vi que con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hom-
bre; vino hasta el Anciano de días, y lo hicieron acercarse de-
lante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que to-
dos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieran; su dominio es
dominio eterno, que nunca pasará; y su reino es uno que nunca
será destruido» (Daniel 7:9, 10, 13, 14).
Analicemos someramente los elementos que forman parte de esta
escena judicial.
El Anciano de días. Esta expresión no tiene paralelos en la literatura
bíblica y es una clara alusión directa a Dios, pues Daniel 7 pone de ma-
nifiesto la longevidad y eternidad del Anciano de días. 8 Es probable
que al leer este retrato del Padre desconfiemos de acercarnos a un per-
sonaje que está rodeado de fuego. Lo primero que suponemos es que
en algún momento nos consumirá con el fuego que procede de él. Sin
embargo, el punto central de esta descripción es demostrar que nuestro
Padre habita en un ambiente de justicia y santidad, porque él mismo es
justo y santo (ver Levítico 11:45; Josué 24:19). El Padre es justo porque
sus decisiones se fundamentan en lo que está escrito en los libros, no en
sus propios caprichos o consideraciones subjetivas. «Y fueron juzgados
los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros» (Apocalip-
sis 20:12). Dos veces Apocalipsis menciona que los juicios de Dios «son
justos y verdaderos» (Apocalipsis 15:3, cf. 16:7).
Por otro lado, el fuego que rodea su trono es símbolo de la pureza y
la santidad que se respira en los atrios celestiales. De hecho, Juan,
cuando relata la visión del trono en el libro de Apocalipsis, destaca que
todos «día y noche, sin cesar, decían: ¡Santo, santo, santo es el Señor
Dios Todopoderoso!» (Apocalipsis 4:8).
Más de uno ha creído que, como el Padre es un «Anciano de días»,
ha de ser un viejo cascarrabias, pero nada más lejos de la realidad. No
podemos olvidar que ese Anciano de días fue el que envió a su Hijo a
morir por nosotros. El texto más famoso de la Biblia describe el carácter
misericordioso del Padre con estas palabras: «De tal manera amó Dios
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- 7. al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en
él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16). Así Dios
demostró su amor por nosotros (Romanos 5:8). ¡El Padre nos ama!
(Juan 16:27). Por tanto, la función del Padre en el juicio no es condenamos,
sino salvarnos.
Miles de miles le servían. Sin duda alguna esta expresión alude a los
ángeles del cielo 9 que sirven como testigos ante el tribunal celestial.
Hay quienes suponen que la función principal de los ángeles es andar
contando todo el día nuestras fallas y pecados, de tal manera que
cuando les pregunten sobre nosotros su testimonio sirva para nuestra
condenación. Pero esto dista mucho de la función real de esos seres ce-
lestiales. La Biblia dice que son enviados al mundo para servir «a favor
de los que serán herederos de la salvación» (Hebreos 1:14).
En el libro La verdad acerca de los ángeles, Elena G. de White nos dice
que estos seres maravillosos nos guardan, iluminan nuestra mente, nos
ayudan a hacer lo correcto, colaboran para recuperar a los perdidos y
fortalecen nuestra fe (pp. 15-24). «¡Qué gozo será para estos redimidos
encontrarse y saludar a aquellos [los ángeles] que tuvieron preocupa-
ción por sus almas!» (p. 289). En el juicio, los ángeles no son testigos en
nuestra contra, sino a nuestro favor.
El Hijo del hombre. Daniel 7 dice que el Hijo del hombre se acercó
hasta donde estaba el Anciano, ¿para qué el Hijo hizo este movimiento?
Como todos sabemos, 'Hijo del hombre' era el título favorito de Cristo
(Mateo 8:20; 9:6; Lucas 19:10). El Juan 5, Jesús nos da una explicación de
lo que ocurre en Daniel 7. El Maestro dijo lo siguiente: «El Padre a na-
die juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo» (versículo 22). Lo mismo
dice Pedro en Hechos 10:42. Cuando el Hijo del hombre viene al Padre
en Daniel es para desempeñar su papel como Juez. No hemos de olvi-
dar que este juez fue quien murió por nosotros; además, es también
nuestro abogado defensor ante el tribunal celestial (1 Juan 2:1). En el
juicio, el Hijo del hombre, que es mi juez y abogado, ha hecho todo lo posible
para salvarnos.
¿Se da cuenta de que la estructura del tribunal divino es tal que todo
está preparado para que seamos declarados no culpables? No hay ra-
zón para que temamos el juicio investigador. De hecho, en el juicio solo
hay uno en nuestra contra: el diablo. Pero cuando sintamos que los
dardos acusadores del enemigo atentan contra nuestra seguridad de
salvación, hemos de recordar que nuestra victoria en el juicio es resul-
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- 8. tado de estar «en Cristo». Bien lo dijo Pablo: «Ahora, pues, ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Romanos 8:1).
El juicio y nuestro crecimiento espiritual
En Zacarías 3 tenemos un prototipo de lo que está ocurriendo ahora
mismo en el cielo. Como bien declara Elena G. de White, en esta cuarta
visión del libro de Zacarías se pone de manifiesto el poder de Cristo
«para vencer al acusador de su pueblo» (Profetas y reyes, capítulo 47, p.
390). Más adelante ella nos dice que esa escena se «aplica con fuerza
especial a la experiencia del pueblo de Dios durante las escenas finales
de la historia» (Ibíd., pp. 392, 393).
La escena de Zacarías 3 es tan gráfica, tan real, tan vivida, que cual-
quiera puede captar el mensaje sin dificultad. Satanás acusa a Josué an-
te el tribunal celestial; de hecho, la culpabilidad de Josué salta a la vista
puesto que sus ropas están sucias (Zacarías 3:3). Satanás conoce mejor
que nadie todos los pecados de Josué, quien no se atrevió a contradecir
las aseveraciones del gran acusador. Su silencio es un testimonio elo-
cuente de que su caso está en manos del Abogado divino, ya que Josué
no puede enfrentarse por sí mismo de su acusador.
Acto seguido el ángel de Jehová entra en acción y reclama su dere-
cho de salvar a Josué: «Entonces dijo Jehová al Satán: "¡Jehová te re-
prenda, Satán! ¡Jehová, que ha escogido a Jerusalén, te reprenda! ¿No
es este un tizón arrebatado del incendio?"» (Zacarías 3:2). Es como si
Dios le dijera a Satanás: «Es cierto, Josué ha pecado, su vida no ha esta-
do en conformidad con el ideal; pero justo cuando se estaba quemando
yo lo rescaté. Mi sangre lo ha comprado, mi justicia lo ha cubierto; aho-
ra él me pertenece».
Josué fue declarado no culpable por el tribunal porque puso su si-
tuación en las manos del mejor abogado del universo. Una vez el Señor
hubo ganado su caso se emitió la sentencia: «Quitadle esas vestiduras
sucias». Y se le explica en qué consiste ese cambio de vestimenta: «Mi-
ra, esto significa que te he quitado tus pecados. ¡Ahora voy a hacer que
te vistan de fiesta!» (versículo 4). Nuestra comparencia ante el tribunal
celestial es lo que finalmente nos permitirá vivir eternamente ante la
presencia de un Dios santo. La obra de Cristo en el cielo ha de tener un
impacto directo sobre nuestras vidas. De hecho, el que no sea llamado a
comparecer en este proceso de investigación cósmica no tendrá ningu-
na esperanza de salvación, pues su caso será deliberado en el juicio que
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- 9. se ejecutará durante el milenio y allí no se analizará ningún caso para
salvación (ver Salmo 1:5; Daniel 7:22, Apocalipsis 20:4, 5, 11-15). El jui-
cio de los que quieren crecer en la gracia de Cristo se está celebrando
ahora. Lo mejor que podría pasarnos es que pidamos, como David:
«Júzgame conforme a tu justicia, Jehová, Dios mío» (Salmo 35:24).
Cuando seamos juzgados esos pecados que ya han sido perdonados
serán borrados de nuestros registros. A ello se refirió Pedro al decir que
Cristo vendría cuando los pecados sean borrados (Hechos 3:19, 20).
¿Ello quiere decir que en este momento no podemos disfrutar del per-
dón? Ni lo pensemos. Hemos de tener la seguridad de que ya hemos
sido perdonados por el Señor. Lo que el juicio hace es revisar nuestro
pacto con Dios y comprobar que hemos estado viviendo en comunión
con él. 10 Durante el juicio los pecados que fueron perdonados serán
eliminados para siempre de nuestro registro. Por eso «cuando el juicio
investigador haya concluido, Cristo vendrá con su recompensa para
dar a cada cual según sus obras» (¡Maranata! El Señor viene, p. 249).
Cuando concluya dicho proceso investigador el Señor castigará al
cuerno pequeño por haber perseguido a los santos del Altísimo, el
reino del Hijo del hombre será reafirmado y los santos recibirán «el
reino, el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo»
(Daniel 7:27). 11 ¿No le emociona saber que muy pronto hemos de reci-
bir todo esto? Nuestro problema con los acontecimientos finales ha ra-
dicado en que nos hemos fijado más en las acciones del cuerno peque-
ño, en las catástrofes naturales, en lo que diga o haga tal o cual perso-
naje, y no hemos prestado atención a la obra que Cristo realiza en nues-
tro favor.
Concentremos nuestra mirada en el tribunal celestial. El Padre nos
ama, Cristo nos ama, el Espíritu ha derramado ese amor en nuestros
corazones, desde ahora mismo. No olvidemos que «en el amor no hay
temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor
lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en
el amor» (1 Juan 4:18). Si crecemos en ese amor que la Deidad nos ha
prodigado, al final del juicio estaremos entre los vencedores, ya habre-
mos alcanzado la «estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios 4:13).
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- 10. Referencias
1 Norman R. Gulley, «The Good News About Last Day Events», Journal of the Adventist
Theological Society 9/1-2 (1998), p. 32.
2 Para un entendimiento del juicio investigador en el contexto de la teología arminiana
de la salvación, consulte Los adventistas del séptimo día responden preguntas sobre doctrinas.
Edición anotada por George R. Knight (Doral, Florida: APIA, 2008), pp. 339-374.
3 Para más detalles, ver Neils E. Andreasen, «The Heavenly Sanctuary in the Old Tes-
tament» en The Sanctuary and the Atonement. Biblical, Historical and Theological Studies
(Washington, D.C: General Conference of Seventh-day Adventist, 1981), pp. 67-86. Eli-
as Brasil de Souza, The Heavenly Sanctuary/Temple Motif in the Hebrew Bible. Adventist
Theological Society Dissertation Series, vol. 7 (2005).
4 Ver a Carmelo Martínez, «Una reevaluación de la frase "En los lugares celestiales" de
la Carta a los Efesios», DavarLogos 2.1 (2003), pp. 29-45.
5 Para más detalles sobre los paralelos bíblicos del juicio investigador ver William Shea,
Select Studies on Prophetic Interpretation (Washington, D.C.: General Conference of Se-
venth-day Adventist, 1982), pp. 5-8.
6 Gerhard F. Hasel, «Juicio divino» en Teología: Fundamentos bíblicos de nuestra fe, t. 8
(Doral, Florida: APIA, 2008), p. 133.
7 William Shea, «La unidad de Daniel» en Simposio sobre Daniel (Doral, Florida: APIA,
2010), p. 179; Jacques B. Doukhan, Secretos sobre Daniel (Doral, Florida: APIA, 2008), p.
118.
8 Arhur J. Ferch, «The Judgment Scene in Daniel 7» en The Sanctuary and the Atonement.
Biblical, Historical and Theological Studies (Washington, D.C.: General Conference of Sev-
enth-day Adventist, 1981), pp. 163, 164.
9 Zdravko Stefanovic, Daniel: Wisdom to the White (Nampa, Idaho: Pacific Press, 2007),
pp. 266, 267.
10 Roy Gane, «Judgment as Covenant Review», Journal of the Adventist Theological Socie-
ty, 8/1-2 (1997), pp. 181-194.
11 William H. Shea, Daniel: Un enfoque cristocéntrico (Doral, Florida: APIA, 2010), p. 228.
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