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Capítulo 5




              La vida cristiana,
            ¿una guerra espiritual?


A
         nna Agbanvor, hija de un sacerdote vudú, se enfrentaba a gra-
         ves problemas con su embarazo. Ya había pasado de los nueve
         meses de gestación; sin embargo, le resultaba imposible poder
llevar a cabo el parto. Su vida y la de su hijo corrían un grave peligro.
Mientras se hallaba en esta condición, conoció a un grupo de adventis-
tas que residían en una pequeña aldea de Benín, un país ubicado en la
costa oriental de África. La visitaron y oraron por ella y por su bebé. El
Señor escuchó sus plegarias, manifestó su misericordia y Anna pudo
dar a luz a su hijo. Luego, ella entregó su vida a Cristo y se unió a la
Iglesia Adventista.
   Esta decisión suscitó la ira de su familia; de modo que su propio pa-
dre llegó a amenazarla de muerte. En la cultura donde Anna se había
criado, abandonar la religión vudú conllevaba también ser repudiado y
separado del seno familiar; algo muy peligroso en un ambiente domi-
nado por la santería, la brujería y el espiritismo. Anna tenía mucho
miedo. Conocía los malvados poderes del vudú. Sabía que los sacerdo-
tes hechizaban a las personas y las dominaban. Un día, después de ha-
ber sido amenazada de muerte por miembros de su clan familiar, se
arrodilló e imploró la protección de Cristo. Mientras oraba, escuchó el
sonido de potentes truenos. Su casa fue sacudida de un lado para otro
por las impetuosas ráfagas de viento. La poderosa tormenta hizo que se
desplomara el techo de la casa. Las piernas de Anna fueron quemadas
por un rayo. Los vecinos, en lugar de socorrerla, huyeron despavori-
dos, atormentados por la idea de que los dioses estaban castigándola
por haberse convertido al cristianismo. Aquel día Anna no solo perdió
su casa, sino que además su hijo mayor murió en otra aldea.


                        © Recursos Escuela Sabática
Según las tradiciones magicorreligiosas de sus ancestros, si Anna
quería volver a vivir en su casa, debía ofrecer sacrificios a los dioses
para que los espíritus limpiaran las impurezas que había introducido
en su hogar cuando decidió abandonar el vudú y seguir a Jesús. Deci-
dió no regresar y, con la ayuda de bondadosos adventistas, se fue a
vivir a otra aldea. «La gente me dice que bastaría con que regresara a la
religión de mi padre para que la vida me fuese más fácil, pero para mi
familia y para mí no hay retorno. Comparto mi fe con otros y les digo
que mi Dios me salvó del dios del trueno», dice Anna. 1
    Para muchos de nosotros, que vivimos en un mundo empapado de
descubrimientos científicos y avances tecnológicos, que suele poner
reparos a todo lo que no pueda ser explicado por las presuposiciones
metodológicas de la ciencia, la experiencia que acabamos de narrar es
rayano a lo ridículo y lo inverosímil. 2 Las manifestaciones demoníacas
son consideradas como inocuos cuentos folclóricos y mitológicos, crea-
dos por sociedades que todavía permanecen atadas al oscurantismo de
la Edad Media. En realidad, ¿existe el diablo? ¿Puede un cristiano vivir
atemorizado o subyugado por demonios? ¿La experiencia de Anna es
algo real o una simple quimera? Son preguntas que constantemente
desafían la vida espiritual de millones de adventistas que crecieron bajo
el abrigo de estas creencias.

                                    ¿Quiénes son nuestros enemigos?
   Para muchos, el uso de la metáfora de la guerra y del soldado para
describir la vida cristiana no parece hacer justicia a la idea de que el
seguidor de Cristo es un ente de paz. Aunque es cierto que el cristia-
nismo procura la paz con todos (Romanos 12:18), la Biblia describe nues-
tra experiencia religiosa mediante la imagen de una lucha; y a nosotros,
como guerreros. Incluso, aunque las conflagraciones son de por sí muy
dañinas, Pablo consideraba nuestro pleito con los poderes de mal como
«la buena batalla de la fe» (1 Timoteo 6:12). Él mismo dio testimonio de
haber «peleado la buena batalla» (2 Timoteo 4:7; 2:25) y consideró a Ti-
moteo como un «buen soldado de Jesucristo» (2 Timoteo 2:3).
   El concepto de una guerra espiritual se expresa principalmente en
Efesios 6:10-18, donde se utiliza un vocabulario bélico para describir la
contienda que hemos de sostener contra las fuerzas espirituales demo-
níacas. Notemos, particularmente, el versículo 12: «Nuestra lucha no es
contra carne ni sangre, sino contra principados, contra potestades, con-

                        © Recursos Escuela Sabática
tra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes es-
pirituales de maldad en las regiones celeste».
    En los tiempos de Pablo, la palabra griega traducida como «lucha»,
no hacía referencia a una confrontación generalizada. Este vocablo se
utilizaba para aludir a un enfrentamiento mano a mano, cuerpo a cuer-
po, entre dos individuos, hasta que uno lograra derribar al otro. Se tra-
taba de un conflicto que no concluía hasta que alguien era declarado
ganador. Ahora bien, ¿quiénes son estas fuerzas espirituales de las re-
giones celestes que luchan contra nosotros?
    Tratemos de encontrar ayuda en los escritos que establecieron las
bases del pensamiento de Pablo. Varios pasajes del Antiguo Testamen-
to hacen mención al «ejército del cielo». En algunos casos esta frase se
aplica a los ángeles de Dios (Daniel 8:10); otras veces se refiere a deida-
des paganas (Deuteronomio 4:19; 2 Reyes 23:4). Para el profeta Jeremías,
los que ofrecen «incienso a todo el ejército del cielo», en realidad, vier-
ten «libaciones a dioses ajenos» (Jeremías 19:13). Para Pablo estos ídolos
de las naciones paganas no eran más que representaciones demoníacas
(1 Corintios 10:20; cf. Deuteronomio 32:17). Como estos ídolos estaban vin-
culados con el sol, la luna y las estrellas, se creía que habitaban en las
regiones celestes. Por eso eran considerados como «huestes espirituales
de maldad en las regiones celestes».
    Documentos extrabíblicos utilizan la expresión «gobernantes del
mundo» para referirse a las deidades de las naciones. Esta locución
aparece en papiros griegos, algunos textos astrológicos y en una ins-
cripción romana donde se refieren a dioses como Helios, lía, Mitras y
otros. 3 En El testamento de Salomón los «gobernantes del mundo» son
los siete «príncipes de las tinieblas», «los treinta y seis elementos, los
rectores de las tinieblas de este mundo» (8:2; 18:2). 4 Siguiendo esa línea
de pensamiento, para Pablo los principados, los poderes, las autorida-
des, los gobernadores de las tinieblas, las huestes de maldad, son ex-
presiones idiomáticas que identifican a Satanás y a su malvado séquito.
En Efesios 6:11 se dice claramente que nuestro enemigo es el diablo.
    Cristo llamó a Satanás el «príncipe de los demonios» (Marcos 3:22).
Pablo lo describe como «el príncipe de la potestad del aire» (Efesios 2:2).
Pero la esfera de acción y autoridad del enemigo no es el cielo, sino
nuestro planeta; por eso Jesús se refirió a él en tres ocasiones como «el
príncipe de este mundo» (Juan 12:31; 14:30; 16:11).
    La Palabra de Dios dice claramente que «el mundo entero está bajo
el control del maligno» (1 Juan 5:19, NVI). No olvidemos que para Juan

                         © Recursos Escuela Sabática
«el mundo» es todo aquello que se halla en oposición a los mandatos
de Dios. El diablo es real y su poder es irrefutable. La Biblia no deja
dudas al respecto. Después de analizar las evidencias bíblicas sobre la
existencia de Satanás y su malvado séquito, Brempog Owusu-Antwi
resume lo siguiente:
•   Satanás y los demonios son seres reales y sobrenaturales.
•   Satanás y los demonios son ángeles caídos.
•   Su principal actividad es oponerse a los propósitos de Dios.
•   Son capaces de tomar y poseer a los seres humanos y de atacar a los
    hijos de Dios. 5
   En este punto conviene recordar esta declaración de Elena G. de
White, que nos asegura que Dios nos ha concedido su gracia porque
sabe que nos enfrentaremos «a las temibles potestades del mal, potes-
tades múltiples, audaces e incansables, cuya malignidad y poder nadie
puede ignorar o despreciar impunemente» (El conflicto de los siglos, ca-
pítulo 32, p. 503).

                                                      La victoria de Jesús
   Si bien es cierto que el diablo es un personaje muy poderoso, el
Nuevo Testamento registra múltiples evidencias de las derrotas que le
infligió Cristo. De hecho, el poder del Señor sobre las fuerzas espiritua-
les del maligno constituyó una demostración concreta de que el reino
de Dios había comenzado a ser una realidad presente entre los seres
humanos. Tras rechazar tajantemente que la expulsión de los demonios
constituía una acción realizada por el maligno, Jesús afirmó: «Y si yo
echo fuera los demonios por Beelzebú, ¿por quién los echan vuestros
hijos? Por tanto, ellos serán vuestros jueces. Pero si yo por el Espíritu
de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el
reino de Dios, pues ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre
fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata? Entonces podrá sa-
quear su casa» (Mateo 12:27-29). Jesús no se está refiriendo a su reino
de gloria, el «reino de Dios» al que se está refiriendo aquí tiene que ver
con su señorío en el corazón de quienes lo aceptan como Mesías.
   Hay algunos elementos del pasaje citado que merecen una breve ex-
plicación. La expresión «hombre fuerte», en el griego está precedida por
un artículo definido, que por el contexto resulta irrefutable que alude a
un personaje concreto: Satanás. 6 El diablo había creído que este mundo
era su casa (Mateo 4: 8, 9), y que los seres humanos eran su propiedad.
                        © Recursos Escuela Sabática
Por mucho tiempo nadie se había atrevido a enfrentarse a este impla-
cable tirano. Incluso, según Josefo, para los judíos «cuando murieron
los últimos profetas, es decir Hageo, Zacarías y Mala- quías, el Espíritu
Santo se extinguió de Israel». 7 Pero ahora llega Jesús, «el más podero-
so» (Mateo 3:11), y pone fin a esa sequía espiritual que le había permiti-
do a Satanás expandir su dominio sobre la tierra. Al expulsar a los de-
monios de la vida de los seres humanos, Cristo «saqueó» los bienes del
enemigo. Este pasaje evoca la profecía de Isaías 49:24-26, donde Dios
promete rescatar al cautivo «del valiente» y arrebatarle el botín al «ti-
rano».
   Nuestro Señor rescató por medio de la liberación, tanto física como
espiritual, a hombres y mujeres que habían sido súbditos del «valien-
te», es decir, del diablo. Por esto la mujer que tenía un «espíritu de en-
fermedad», en realidad, era una cautiva de Satanás, a quien había esta-
do atada durante dieciocho años (Lucas 13:10-15). Pero con la llegada
de Jesús el que era «atador» ahora es el «atado». Entre los judíos existía
una tradición que anunciaba la venida de un sacerdote nuevo que «ata-
rá a Belial y dará poder a sus hijos para pisotear a los malos espíritus»
(Testamento de Leví 18:12). 8 Con Cristo esto dejó de ser una simple tra-
dición y se hizo realidad.»
   La versión de Lucas agrega detalles adicionales que no debemos pa-
sar por alto: «Pero cuando viene otro más fuerte que él y lo vence, le
quita todas las armas en que confiaba y reparte el botín» (Lucas 11:22).
El «hombre fuerte» no solo ha sido derrotado por Jesús, también ha
sido desarmado y sus despojos han sido repartidos. Para explicar esto,
Lucas usa una palabra griega muy conocida en su época: panoplian; de
ella deriva el vocablo castizo, panoplia. La panoplia no era una parte de
la armadura, era la armadura completa. Satanás había confiado en sus
armas durante miles de años, pero ahora el Señor echa por tierra todas
sus artimañas, le quita la armadura y desvela el carácter malvado y
diabólico de nuestro letal enemigo. Las palabras de Lucas traen a nues-
tra mente este pasaje de Pablo: «Y [Cristo] despojó a los principados y a
las autoridades y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la
cruz» (Colosenses 2:15). Literalmente, la expresión griega traducida
«despojó», significa que el Señor le quitó «las ropas» al diablo, lo dejó
desnudo; le quitó la armadura. 9 Por tanto, aunque el diablo sigue sien-
do un peligroso enemigo, este vocablo lo define como un adversario
derrotado, 10 puesto que Cristo lo «venció de una forma total y comple-
ta». 11

                        © Recursos Escuela Sabática
Pero ahora surge otra pregunta, no menos importante. Si Cristo ya
derrotó a Satanás, ¿por qué el diablo sigue siendo «un león rugiente» (2
Pedro 5:8)? ¿Por qué fue capaz de molestar a Anna? Oscar Cullmann,
un eminente teólogo del siglo XX, ilustró esta verdad con un ejemplo
tomado de la Segunda Guerra Mundial. Como sabemos, el desembarco
en Normandía, Francia, el 6 de junio de 1944, conocido como el día D,
asestó un golpe mortal a los planes imperialistas del Tercer Reich. Sin
embargo, aunque el enemigo había sido derrotado, la guerra no con-
cluyó sino hasta casi un año después, el 8 de mayo de 1945, mejor co-
nocido como el famoso día V. La vida, muerte y resurrección de Cristo
marcaron el día D para Satanás y sus demonios; pero todavía falta la
victoria definitiva, la que pondrá fin al gran conflicto entre el bien y el
mal. Juan recibió una visión del día V con estas palabras: «Vi un ángel
que descendía del cielo con la llave del abismo y una gran cadena en la
mano. Prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el Diablo y Sata-
nás, y lo ató por mil años. Lo arrojó al abismo, lo encerró y puso un
sello sobre él, para que no engañara más a las naciones hasta que fue-
ran cumplidos mil años» (Apocalipsis 20:1-3). Hablaremos más de esto
en el capítulo 13.

                                                       Una batalla diaria
   Quizá ni usted ni yo estemos atemorizados o sujetos a los espíritus
de nuestros ancestros como sucede con nuestros hermanos en África y
Asia. Tampoco nos postramos para adorar al sol, la luna o las estrellas
como lo hacían los egipcios o los mesopotámicos. Incluso, me parece
muy improbable que ofrezcamos sacrificios a dioses paganos. Sin em-
bargo, nada de esto constituye una prueba fehaciente de que hemos
evitado el señorío de las fuerzas satánicas sobre nosotros. De hecho,
resulta innegable que muchos seguimos siendo súbditos del príncipe
de los demonios, quizá sin siquiera saberlo. Profundicémoslo un poco
sobre esto.
   En la Carta a los Gálatas Pablo menciona a los que son esclavos de
«los rudimentos del mundo» (Gálatas 4:3). Más adelante, el apóstol se
preguntaba por qué si Cristo los había liberado algunos volvieron a
someterse a «los rudimentos del mundo» (Gálatas 4:9). ¿Quiénes o qué
son los «rudimentos del mundo»? Saber con precisión el significado de
esta frase ha generado interminables debates en la historia cristiana. Ha
sido traducida como «los poderes que dominan este mundo» (DHH,

                         © Recursos Escuela Sabática
PER); «las cosas elementales del mundo» (LBA; NBLH); «los principios
de este mundo» (NVI); «los elementos del mundo» (BJ).
   En Gálatas 4:3, 9 la palabra griega traducida como «rudimentos»,
«elementos», «principios», «poderes», es stoijea. La verá mucho en este
apartado así que trate de aprenderla. En el mundo antiguo, la stoijea
estaba muy vinculada con la astrología. Un papiro griego sugiere una
estrecha relación entre stoijea y los signos del zodiaco: «Yo os conjuro
por los doce stoijea del cielo». 12 Si aplicamos este significado a los pasa-
jes de Gálatas, entonces Pablo podría estar refiriéndose a quienes viven
sujetos a «los doce poderes del cielo»; es decir, a los doce signos zodia-
cales. Son aquellos que no salen de su casa sin antes averiguar qué les
deparan las estrellas. ¿Será posible que alguno de nosotros siga creyen-
do que su destino depende de la posición de los astros? Nuestra socie-
dad occidental no teme a los dioses ni a los espíritus de nuestros abue-
los, pero sí vive sometida a las opiniones de hombres y mujeres que se
han enriquecido a costa de nuestra esclavitud a los «poderes del cielo».
Si usted vive pendiente del horóscopo antes de tomar de cualquier de-
cisión, entonces usted está sirviendo «a los que por naturaleza no son
dioses» (Gálatas 4:8).
   Stoijea también se utilizaba para describir los principios fundamen-
tales de una enseñanza. 13 Era una especie de A, B, C de cualquier cosa.
Era lo más rudimentario o elemental de una asignatura. En Gálatas 4:3
puede ser una alusión directa a los elementos básicos de la religión ju-
día, en este caso la ley o la circuncisión. 14 Es innegable que la ley de
Moisés comprendía los «principios básicos» que fueron «dados por
Dios a fin de preparar al mundo para la venida de Cristo». 15 En este
sentido, los judíos que pretendían alcanzar la salvación apoyándose en
los «rudimentos» doctrinales de su religión, en la práctica estaban sir-
viendo «a los que por naturaleza no son dioses» (Gálatas 4:8). En otras
palabras, hacer de nuestra religión, de nuestras doctrinas, de nuestro
estilo de vida, el centro de nuestra esperanza redentora, nos hace escla-
vos de Satanás.
   Probablemente el enemigo ha logrado infundir temor en nosotros,
no mediante manifestaciones espiritistas, sino llevándonos a malvivir
una vida religiosa en la que nuestras obras ocupan el primer lugar.
Elena G. de White nos advirtió al respecto cuando escribió: «El princi-
pio de que el hombre puede salvarse por sus obras, que es fundamento
de toda religión pagana, era ya principio de la religión judaica. Satanás
lo había implantado; y doquiera se lo adopte, los hombres no tienen

                         © Recursos Escuela Sabática
defensa contra el pecado» (El Deseado de todas las gentes, capítulo 3, p. 26).
Todo el que crea que puede alcanzar la salvación basándose en los «ru-
dimentos» de su doctrina, está dando culto «a los que por naturaleza
no son dioses» (Gálatas 4:8).
   En 2 Pedro 3:10 y 12 stoijea se refiere a «los elementos» del mundo
que serán destruidos en la segunda venida. Si extrapolamos este signi-
ficado y lo llevamos a Gálatas 4, entonces tenemos un nuevo grupo: los
esclavos de las cosas de este mundo. Son aquellos que han hecho de lo
material su ídolo; los que adoran al dinero como si fuera un dios. No
vivimos bajo los dioses, ni bajo los signos zodiacales, pero somos sier-
vos de nuestros deseos. Nuestros ídolos son esas cosas que pretende-
mos usar para llenar nuestro vacío existencial. Todo lo que ocupe el
lugar de Dios en nuestras vidas, adquiere la categoría de un ídolo ante
quien hemos sacrificado lo mejor de nosotros.
   A veces el ídolo se esconde detrás de una simple adicción. Elena G.
de White se refirió a esto cuando dijo: «Deseo que los devotos al tabaco
calculen cada semana cuánto dedican a su ídolo, el tabaco» (Sermones
escogidos, tomo 1, capítulo 27, p. 232). Para otros su ídolo puede ser la mo-
da, el alcohol, el juego, las diversiones, el libertinaje, el trabajo. 16 Usted
es esclavo de los «elementos del mundo» cuando, como lo expresa Ti-
mothy Keller, usted proclama en lo más profundo de su alma: «Si logro
tener eso, entonces voy a sentir que mi vida tiene sentido; entonces
sabré que soy valioso; entonces me sentiré importante y seguro». 17
   Como podrá ver, de una u otra manera, Satanás se las ha ingeniado
para mantener nuestra atención lejos de Cristo. Él puede aprovecharse
de los «elementos» más simples y comunes de esta vida a fin de conti-
nuar siendo nuestro amo. Nuestra única esperanza es confiar en la obra
salvadora del Señor. Jesús puede liberarnos. ¿Desea usted esa libera-
ción?

                                 Nuestra lucha y crecimiento espiritual
   Hace poco, un amigo me contó una experiencia muy singular. Mien-
tras dirigía una campaña de evangelización en una iglesia que no for-
maba parte de su distrito, una visitante le mandó decir que le urgía
verlo. Acudió a la cita creyendo que hablaría con una candidata al bau-
tismo. Buscó al pastor de la iglesia y juntos visitaron a la señora. Cuan-
do llegaron a la casa, ella comenzó a llorar. Nada parecía calmarla. Por
más que intentaron, la mujer no paraba de derramar lágrimas, y no

                          © Recursos Escuela Sabática
pudo susurrar ni siquiera una palabra. Como la situación no mejoraba,
ambos pastores decidieron abandonar el lugar.
   Pasado un tiempo, el pastor de la iglesia volvió a hablar con la seño-
ra. Le preguntó por qué no paró de llorar aquel día. «Pastor», dijo ella,
«yo mandé a buscar a su compañero porque el diablo me lo ordenó; y
me dijo que cuando él entrara a mi casa, lo matara. Pero cuando él en-
tró, a su lado estaba uno más poderoso que Satanás. Y no pude hacerle
daño. Lloraba porque no pude cumplir mi labor».
   Ser conscientes de que somos combatientes en una lucha de conse-
cuencias eternas, constituye una buena motivación para que en todo
momento dependamos del poder y la gracia de Dios. Me pregunto qué
habría sido de mi amigo si «Uno más poderoso», nuestro Señor Jesu-
cristo, no hubiera estado a su lado aquel día. Crecer en Cristo implica
no solo desechar «las obras de las tinieblas», sino también vestimos «de
las armas de la luz» (Romanos 13:12). Nos vendría muy bien reflexio-
nar seriamente en estas palabras de la sierva de Dios: «Debemos escon-
dernos en Cristo [...]. Así podremos enfrentar los poderes de las ti-
nieblas. No luchamos contra carne y sangre, sino contra principados y
potestades, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celes-
tes. Y es únicamente en Cristo que podemos hacerles frente» (Sermones
escogidos, tomo 1, capítulo 14).
   El 22 de agosto de 1850 Elena G. de White tuvo un sueño que ilustra
las dos grandes realidades en las que vive cada ser humano. En una de
las escenas Satanás se le apareció y le dijo: «Tú estás perdida. Ahora yo
soy tu dueño y te llevaré a las regiones de oscuridad». Sin embargo, en
el mismo sueño, un ángel se colocó al lado de Elena y le dijo a Satanás:
«Ella no te pertenece, pues ha sido redimida para Dios por medio de la
sangre de Jesús. Ella ha sido comprada por la sangre de Cristo». Cuan-
do el diablo escuchó estas palabras, salió corriendo” (Manuscript Relea-
ses, tomo 16, pp. 171, 172).
   Al igual que Elena G. de White y Anna Agbanvor, nosotros también
hemos sido comprados por la sangre del Señor, somos propiedad de
Cristo. Satanás ha sido atado, no tiene poder sobre nuestra vida. Por
tanto, no vivamos con miedo. No pongamos nuestro destino en los sig-
nos zodiacales. No nos afanemos desmedidamente por las cosas de este
mundo. No hagamos de nuestras obras el centro de nuestra experiencia
salvífica. ¿Por qué? Porque somos salvos gracias a la sangre de Cristo.
Por ella hemos sido lavados. Y es por el sacrificio de Cristo que usted y

                        © Recursos Escuela Sabática
yo somos vencedores en esta guerra espiritual que dentro de poco lle-
gará a su fin. Muy pronto el enemigo saldrá corriendo de forma defini-
tiva, mientras tanto aprovechemos cada batalla contra el mal para con-
tinuar creciendo hasta «alcanzar la estatura de la plenitud de Cristo»
(Efesios 4:13).


Referencias
1 Anna Agbanvor, «El dios del trueno», Misión (3/2007), pp. 9, 10. Si usted quiere conocer más

sobre las deidades ancestrales en África y su desafío para la Iglesia Adventista, consulte el valioso
libro publicado por el Instituto de Investigación Bíblica de la Asociación General: Kwabena Don-
kor, ed. The Church, Culture and Spirits Adventism in Africa (Silver Spring, Maryland: Biblical Re-
search Institute, 2011), pp. 11-22; 69-90.
2 El famoso teólogo Rudolf Bultmann relegó las referencias neotestamentarias a los principados y

potestades como simples tradiciones cuyo origen se remonta a los relatos mitológicos de la apoca-
líptica judía, «New Testament and Mythology» en Kerygma and Myth: A Theological Debate, vol. 1
(Londres: SPXK, 1964), p. 10. Para más detalles ver a Clinton E. Arnold, Powers of Darkness. Princi-
palities & Powers in Paul's Letters (Downers Grove: Intervarsity, 1992), pp. 169-182.
3 Clinton E. Arnold, Power and Magic: The Concept of Power in Ephesians (Grand Rapids, Michigan:

Baker Publishing Group, 2000), pp. 65-68; Craig S. Keener, Comentario del contexto cultural de la
Biblia: Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano, 2006), p. 549.
4 Antonio Piñeiro, «El testamento de Salomón» en A. Diez Macho, ed. Apócrifos del Antiguo Testa-

mento, vol. V (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1987), pp. 348, 361.
5 «Demons and Demonic Actitivities» en The Church, Culture and Spirits Adventism in Africa, pp. 51-

66.
6 D. A. Carson, Mateo (Miami, Florida: Editorial Vida, 2004), p. 326; William Hendriksen, El Evan-

gelio según San Mateo (Grand Rapids, Michigan: Libros Desafíos, 2007), p. 552.
7 Contra Apión 1: 41; citado por Robert H. Stein, Jesús, el Mesías. Un estudio de la vida de Cristo (Te-

rrassa: Editorial CLIE, 2006), p. 116.
8 Antonio Piñeiro, «El testamento de los doce patriarcas» en A. Diez Macho, ed. Apócrifos del Anti-

guo Testamento, vol. V (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1987), p. 60.
9 Ver A. Oepke, «ependúd, apékdusis» en Theological Dictionary of the New Testament, vol. II (Grand

Rapids, Michigan: W. B. Eerdmans, 1964), pp. 318-320.
10 William Barclay, Comentario al Nuevo Testamento, 17 tomos en 1 (Viladecavalls: Editorial CLIE,

2006), p. 772.
11 W. E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y Nuevo Testamento (Nashville, Tennessee:

Grupo Nelson, 2007), p. 268.
12 Arnold, Powers of Darkness, p. 54.
13 Gerhard Delling, «Stoijeon» en Theological Dictionary of the New Testament, vol. VII (Grand Rap-

ids, Michigan: W. B. Eerdmans, 1979), pp. 670-683.
14 Ibíd. Ver también a George R. Knight, Exploring Galatians and Ephesians. A Devotional Commentary

(Hagerstown, Maryland: Review and Herald Publishing Association, 2005), p. 104.
15 Richard N. Longenecker, Galatians: Word Biblical Commentary, vol. 41 (Nasville, Tennessee:

Thomas Nelson Publishers, 1990), p. 165.
16 «A Biblical Perspective on Addiction», Review and Expositor, 91 (1994), pp. 71-75.
17 Timothy Keller, Dioses falsos (Miami, Florida: Editorial Vida, 2011), p. 18.



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libro complementario

  • 1. Capítulo 5 La vida cristiana, ¿una guerra espiritual? A nna Agbanvor, hija de un sacerdote vudú, se enfrentaba a gra- ves problemas con su embarazo. Ya había pasado de los nueve meses de gestación; sin embargo, le resultaba imposible poder llevar a cabo el parto. Su vida y la de su hijo corrían un grave peligro. Mientras se hallaba en esta condición, conoció a un grupo de adventis- tas que residían en una pequeña aldea de Benín, un país ubicado en la costa oriental de África. La visitaron y oraron por ella y por su bebé. El Señor escuchó sus plegarias, manifestó su misericordia y Anna pudo dar a luz a su hijo. Luego, ella entregó su vida a Cristo y se unió a la Iglesia Adventista. Esta decisión suscitó la ira de su familia; de modo que su propio pa- dre llegó a amenazarla de muerte. En la cultura donde Anna se había criado, abandonar la religión vudú conllevaba también ser repudiado y separado del seno familiar; algo muy peligroso en un ambiente domi- nado por la santería, la brujería y el espiritismo. Anna tenía mucho miedo. Conocía los malvados poderes del vudú. Sabía que los sacerdo- tes hechizaban a las personas y las dominaban. Un día, después de ha- ber sido amenazada de muerte por miembros de su clan familiar, se arrodilló e imploró la protección de Cristo. Mientras oraba, escuchó el sonido de potentes truenos. Su casa fue sacudida de un lado para otro por las impetuosas ráfagas de viento. La poderosa tormenta hizo que se desplomara el techo de la casa. Las piernas de Anna fueron quemadas por un rayo. Los vecinos, en lugar de socorrerla, huyeron despavori- dos, atormentados por la idea de que los dioses estaban castigándola por haberse convertido al cristianismo. Aquel día Anna no solo perdió su casa, sino que además su hijo mayor murió en otra aldea. © Recursos Escuela Sabática
  • 2. Según las tradiciones magicorreligiosas de sus ancestros, si Anna quería volver a vivir en su casa, debía ofrecer sacrificios a los dioses para que los espíritus limpiaran las impurezas que había introducido en su hogar cuando decidió abandonar el vudú y seguir a Jesús. Deci- dió no regresar y, con la ayuda de bondadosos adventistas, se fue a vivir a otra aldea. «La gente me dice que bastaría con que regresara a la religión de mi padre para que la vida me fuese más fácil, pero para mi familia y para mí no hay retorno. Comparto mi fe con otros y les digo que mi Dios me salvó del dios del trueno», dice Anna. 1 Para muchos de nosotros, que vivimos en un mundo empapado de descubrimientos científicos y avances tecnológicos, que suele poner reparos a todo lo que no pueda ser explicado por las presuposiciones metodológicas de la ciencia, la experiencia que acabamos de narrar es rayano a lo ridículo y lo inverosímil. 2 Las manifestaciones demoníacas son consideradas como inocuos cuentos folclóricos y mitológicos, crea- dos por sociedades que todavía permanecen atadas al oscurantismo de la Edad Media. En realidad, ¿existe el diablo? ¿Puede un cristiano vivir atemorizado o subyugado por demonios? ¿La experiencia de Anna es algo real o una simple quimera? Son preguntas que constantemente desafían la vida espiritual de millones de adventistas que crecieron bajo el abrigo de estas creencias. ¿Quiénes son nuestros enemigos? Para muchos, el uso de la metáfora de la guerra y del soldado para describir la vida cristiana no parece hacer justicia a la idea de que el seguidor de Cristo es un ente de paz. Aunque es cierto que el cristia- nismo procura la paz con todos (Romanos 12:18), la Biblia describe nues- tra experiencia religiosa mediante la imagen de una lucha; y a nosotros, como guerreros. Incluso, aunque las conflagraciones son de por sí muy dañinas, Pablo consideraba nuestro pleito con los poderes de mal como «la buena batalla de la fe» (1 Timoteo 6:12). Él mismo dio testimonio de haber «peleado la buena batalla» (2 Timoteo 4:7; 2:25) y consideró a Ti- moteo como un «buen soldado de Jesucristo» (2 Timoteo 2:3). El concepto de una guerra espiritual se expresa principalmente en Efesios 6:10-18, donde se utiliza un vocabulario bélico para describir la contienda que hemos de sostener contra las fuerzas espirituales demo- níacas. Notemos, particularmente, el versículo 12: «Nuestra lucha no es contra carne ni sangre, sino contra principados, contra potestades, con- © Recursos Escuela Sabática
  • 3. tra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes es- pirituales de maldad en las regiones celeste». En los tiempos de Pablo, la palabra griega traducida como «lucha», no hacía referencia a una confrontación generalizada. Este vocablo se utilizaba para aludir a un enfrentamiento mano a mano, cuerpo a cuer- po, entre dos individuos, hasta que uno lograra derribar al otro. Se tra- taba de un conflicto que no concluía hasta que alguien era declarado ganador. Ahora bien, ¿quiénes son estas fuerzas espirituales de las re- giones celestes que luchan contra nosotros? Tratemos de encontrar ayuda en los escritos que establecieron las bases del pensamiento de Pablo. Varios pasajes del Antiguo Testamen- to hacen mención al «ejército del cielo». En algunos casos esta frase se aplica a los ángeles de Dios (Daniel 8:10); otras veces se refiere a deida- des paganas (Deuteronomio 4:19; 2 Reyes 23:4). Para el profeta Jeremías, los que ofrecen «incienso a todo el ejército del cielo», en realidad, vier- ten «libaciones a dioses ajenos» (Jeremías 19:13). Para Pablo estos ídolos de las naciones paganas no eran más que representaciones demoníacas (1 Corintios 10:20; cf. Deuteronomio 32:17). Como estos ídolos estaban vin- culados con el sol, la luna y las estrellas, se creía que habitaban en las regiones celestes. Por eso eran considerados como «huestes espirituales de maldad en las regiones celestes». Documentos extrabíblicos utilizan la expresión «gobernantes del mundo» para referirse a las deidades de las naciones. Esta locución aparece en papiros griegos, algunos textos astrológicos y en una ins- cripción romana donde se refieren a dioses como Helios, lía, Mitras y otros. 3 En El testamento de Salomón los «gobernantes del mundo» son los siete «príncipes de las tinieblas», «los treinta y seis elementos, los rectores de las tinieblas de este mundo» (8:2; 18:2). 4 Siguiendo esa línea de pensamiento, para Pablo los principados, los poderes, las autorida- des, los gobernadores de las tinieblas, las huestes de maldad, son ex- presiones idiomáticas que identifican a Satanás y a su malvado séquito. En Efesios 6:11 se dice claramente que nuestro enemigo es el diablo. Cristo llamó a Satanás el «príncipe de los demonios» (Marcos 3:22). Pablo lo describe como «el príncipe de la potestad del aire» (Efesios 2:2). Pero la esfera de acción y autoridad del enemigo no es el cielo, sino nuestro planeta; por eso Jesús se refirió a él en tres ocasiones como «el príncipe de este mundo» (Juan 12:31; 14:30; 16:11). La Palabra de Dios dice claramente que «el mundo entero está bajo el control del maligno» (1 Juan 5:19, NVI). No olvidemos que para Juan © Recursos Escuela Sabática
  • 4. «el mundo» es todo aquello que se halla en oposición a los mandatos de Dios. El diablo es real y su poder es irrefutable. La Biblia no deja dudas al respecto. Después de analizar las evidencias bíblicas sobre la existencia de Satanás y su malvado séquito, Brempog Owusu-Antwi resume lo siguiente: • Satanás y los demonios son seres reales y sobrenaturales. • Satanás y los demonios son ángeles caídos. • Su principal actividad es oponerse a los propósitos de Dios. • Son capaces de tomar y poseer a los seres humanos y de atacar a los hijos de Dios. 5 En este punto conviene recordar esta declaración de Elena G. de White, que nos asegura que Dios nos ha concedido su gracia porque sabe que nos enfrentaremos «a las temibles potestades del mal, potes- tades múltiples, audaces e incansables, cuya malignidad y poder nadie puede ignorar o despreciar impunemente» (El conflicto de los siglos, ca- pítulo 32, p. 503). La victoria de Jesús Si bien es cierto que el diablo es un personaje muy poderoso, el Nuevo Testamento registra múltiples evidencias de las derrotas que le infligió Cristo. De hecho, el poder del Señor sobre las fuerzas espiritua- les del maligno constituyó una demostración concreta de que el reino de Dios había comenzado a ser una realidad presente entre los seres humanos. Tras rechazar tajantemente que la expulsión de los demonios constituía una acción realizada por el maligno, Jesús afirmó: «Y si yo echo fuera los demonios por Beelzebú, ¿por quién los echan vuestros hijos? Por tanto, ellos serán vuestros jueces. Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios, pues ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata? Entonces podrá sa- quear su casa» (Mateo 12:27-29). Jesús no se está refiriendo a su reino de gloria, el «reino de Dios» al que se está refiriendo aquí tiene que ver con su señorío en el corazón de quienes lo aceptan como Mesías. Hay algunos elementos del pasaje citado que merecen una breve ex- plicación. La expresión «hombre fuerte», en el griego está precedida por un artículo definido, que por el contexto resulta irrefutable que alude a un personaje concreto: Satanás. 6 El diablo había creído que este mundo era su casa (Mateo 4: 8, 9), y que los seres humanos eran su propiedad. © Recursos Escuela Sabática
  • 5. Por mucho tiempo nadie se había atrevido a enfrentarse a este impla- cable tirano. Incluso, según Josefo, para los judíos «cuando murieron los últimos profetas, es decir Hageo, Zacarías y Mala- quías, el Espíritu Santo se extinguió de Israel». 7 Pero ahora llega Jesús, «el más podero- so» (Mateo 3:11), y pone fin a esa sequía espiritual que le había permiti- do a Satanás expandir su dominio sobre la tierra. Al expulsar a los de- monios de la vida de los seres humanos, Cristo «saqueó» los bienes del enemigo. Este pasaje evoca la profecía de Isaías 49:24-26, donde Dios promete rescatar al cautivo «del valiente» y arrebatarle el botín al «ti- rano». Nuestro Señor rescató por medio de la liberación, tanto física como espiritual, a hombres y mujeres que habían sido súbditos del «valien- te», es decir, del diablo. Por esto la mujer que tenía un «espíritu de en- fermedad», en realidad, era una cautiva de Satanás, a quien había esta- do atada durante dieciocho años (Lucas 13:10-15). Pero con la llegada de Jesús el que era «atador» ahora es el «atado». Entre los judíos existía una tradición que anunciaba la venida de un sacerdote nuevo que «ata- rá a Belial y dará poder a sus hijos para pisotear a los malos espíritus» (Testamento de Leví 18:12). 8 Con Cristo esto dejó de ser una simple tra- dición y se hizo realidad.» La versión de Lucas agrega detalles adicionales que no debemos pa- sar por alto: «Pero cuando viene otro más fuerte que él y lo vence, le quita todas las armas en que confiaba y reparte el botín» (Lucas 11:22). El «hombre fuerte» no solo ha sido derrotado por Jesús, también ha sido desarmado y sus despojos han sido repartidos. Para explicar esto, Lucas usa una palabra griega muy conocida en su época: panoplian; de ella deriva el vocablo castizo, panoplia. La panoplia no era una parte de la armadura, era la armadura completa. Satanás había confiado en sus armas durante miles de años, pero ahora el Señor echa por tierra todas sus artimañas, le quita la armadura y desvela el carácter malvado y diabólico de nuestro letal enemigo. Las palabras de Lucas traen a nues- tra mente este pasaje de Pablo: «Y [Cristo] despojó a los principados y a las autoridades y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz» (Colosenses 2:15). Literalmente, la expresión griega traducida «despojó», significa que el Señor le quitó «las ropas» al diablo, lo dejó desnudo; le quitó la armadura. 9 Por tanto, aunque el diablo sigue sien- do un peligroso enemigo, este vocablo lo define como un adversario derrotado, 10 puesto que Cristo lo «venció de una forma total y comple- ta». 11 © Recursos Escuela Sabática
  • 6. Pero ahora surge otra pregunta, no menos importante. Si Cristo ya derrotó a Satanás, ¿por qué el diablo sigue siendo «un león rugiente» (2 Pedro 5:8)? ¿Por qué fue capaz de molestar a Anna? Oscar Cullmann, un eminente teólogo del siglo XX, ilustró esta verdad con un ejemplo tomado de la Segunda Guerra Mundial. Como sabemos, el desembarco en Normandía, Francia, el 6 de junio de 1944, conocido como el día D, asestó un golpe mortal a los planes imperialistas del Tercer Reich. Sin embargo, aunque el enemigo había sido derrotado, la guerra no con- cluyó sino hasta casi un año después, el 8 de mayo de 1945, mejor co- nocido como el famoso día V. La vida, muerte y resurrección de Cristo marcaron el día D para Satanás y sus demonios; pero todavía falta la victoria definitiva, la que pondrá fin al gran conflicto entre el bien y el mal. Juan recibió una visión del día V con estas palabras: «Vi un ángel que descendía del cielo con la llave del abismo y una gran cadena en la mano. Prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el Diablo y Sata- nás, y lo ató por mil años. Lo arrojó al abismo, lo encerró y puso un sello sobre él, para que no engañara más a las naciones hasta que fue- ran cumplidos mil años» (Apocalipsis 20:1-3). Hablaremos más de esto en el capítulo 13. Una batalla diaria Quizá ni usted ni yo estemos atemorizados o sujetos a los espíritus de nuestros ancestros como sucede con nuestros hermanos en África y Asia. Tampoco nos postramos para adorar al sol, la luna o las estrellas como lo hacían los egipcios o los mesopotámicos. Incluso, me parece muy improbable que ofrezcamos sacrificios a dioses paganos. Sin em- bargo, nada de esto constituye una prueba fehaciente de que hemos evitado el señorío de las fuerzas satánicas sobre nosotros. De hecho, resulta innegable que muchos seguimos siendo súbditos del príncipe de los demonios, quizá sin siquiera saberlo. Profundicémoslo un poco sobre esto. En la Carta a los Gálatas Pablo menciona a los que son esclavos de «los rudimentos del mundo» (Gálatas 4:3). Más adelante, el apóstol se preguntaba por qué si Cristo los había liberado algunos volvieron a someterse a «los rudimentos del mundo» (Gálatas 4:9). ¿Quiénes o qué son los «rudimentos del mundo»? Saber con precisión el significado de esta frase ha generado interminables debates en la historia cristiana. Ha sido traducida como «los poderes que dominan este mundo» (DHH, © Recursos Escuela Sabática
  • 7. PER); «las cosas elementales del mundo» (LBA; NBLH); «los principios de este mundo» (NVI); «los elementos del mundo» (BJ). En Gálatas 4:3, 9 la palabra griega traducida como «rudimentos», «elementos», «principios», «poderes», es stoijea. La verá mucho en este apartado así que trate de aprenderla. En el mundo antiguo, la stoijea estaba muy vinculada con la astrología. Un papiro griego sugiere una estrecha relación entre stoijea y los signos del zodiaco: «Yo os conjuro por los doce stoijea del cielo». 12 Si aplicamos este significado a los pasa- jes de Gálatas, entonces Pablo podría estar refiriéndose a quienes viven sujetos a «los doce poderes del cielo»; es decir, a los doce signos zodia- cales. Son aquellos que no salen de su casa sin antes averiguar qué les deparan las estrellas. ¿Será posible que alguno de nosotros siga creyen- do que su destino depende de la posición de los astros? Nuestra socie- dad occidental no teme a los dioses ni a los espíritus de nuestros abue- los, pero sí vive sometida a las opiniones de hombres y mujeres que se han enriquecido a costa de nuestra esclavitud a los «poderes del cielo». Si usted vive pendiente del horóscopo antes de tomar de cualquier de- cisión, entonces usted está sirviendo «a los que por naturaleza no son dioses» (Gálatas 4:8). Stoijea también se utilizaba para describir los principios fundamen- tales de una enseñanza. 13 Era una especie de A, B, C de cualquier cosa. Era lo más rudimentario o elemental de una asignatura. En Gálatas 4:3 puede ser una alusión directa a los elementos básicos de la religión ju- día, en este caso la ley o la circuncisión. 14 Es innegable que la ley de Moisés comprendía los «principios básicos» que fueron «dados por Dios a fin de preparar al mundo para la venida de Cristo». 15 En este sentido, los judíos que pretendían alcanzar la salvación apoyándose en los «rudimentos» doctrinales de su religión, en la práctica estaban sir- viendo «a los que por naturaleza no son dioses» (Gálatas 4:8). En otras palabras, hacer de nuestra religión, de nuestras doctrinas, de nuestro estilo de vida, el centro de nuestra esperanza redentora, nos hace escla- vos de Satanás. Probablemente el enemigo ha logrado infundir temor en nosotros, no mediante manifestaciones espiritistas, sino llevándonos a malvivir una vida religiosa en la que nuestras obras ocupan el primer lugar. Elena G. de White nos advirtió al respecto cuando escribió: «El princi- pio de que el hombre puede salvarse por sus obras, que es fundamento de toda religión pagana, era ya principio de la religión judaica. Satanás lo había implantado; y doquiera se lo adopte, los hombres no tienen © Recursos Escuela Sabática
  • 8. defensa contra el pecado» (El Deseado de todas las gentes, capítulo 3, p. 26). Todo el que crea que puede alcanzar la salvación basándose en los «ru- dimentos» de su doctrina, está dando culto «a los que por naturaleza no son dioses» (Gálatas 4:8). En 2 Pedro 3:10 y 12 stoijea se refiere a «los elementos» del mundo que serán destruidos en la segunda venida. Si extrapolamos este signi- ficado y lo llevamos a Gálatas 4, entonces tenemos un nuevo grupo: los esclavos de las cosas de este mundo. Son aquellos que han hecho de lo material su ídolo; los que adoran al dinero como si fuera un dios. No vivimos bajo los dioses, ni bajo los signos zodiacales, pero somos sier- vos de nuestros deseos. Nuestros ídolos son esas cosas que pretende- mos usar para llenar nuestro vacío existencial. Todo lo que ocupe el lugar de Dios en nuestras vidas, adquiere la categoría de un ídolo ante quien hemos sacrificado lo mejor de nosotros. A veces el ídolo se esconde detrás de una simple adicción. Elena G. de White se refirió a esto cuando dijo: «Deseo que los devotos al tabaco calculen cada semana cuánto dedican a su ídolo, el tabaco» (Sermones escogidos, tomo 1, capítulo 27, p. 232). Para otros su ídolo puede ser la mo- da, el alcohol, el juego, las diversiones, el libertinaje, el trabajo. 16 Usted es esclavo de los «elementos del mundo» cuando, como lo expresa Ti- mothy Keller, usted proclama en lo más profundo de su alma: «Si logro tener eso, entonces voy a sentir que mi vida tiene sentido; entonces sabré que soy valioso; entonces me sentiré importante y seguro». 17 Como podrá ver, de una u otra manera, Satanás se las ha ingeniado para mantener nuestra atención lejos de Cristo. Él puede aprovecharse de los «elementos» más simples y comunes de esta vida a fin de conti- nuar siendo nuestro amo. Nuestra única esperanza es confiar en la obra salvadora del Señor. Jesús puede liberarnos. ¿Desea usted esa libera- ción? Nuestra lucha y crecimiento espiritual Hace poco, un amigo me contó una experiencia muy singular. Mien- tras dirigía una campaña de evangelización en una iglesia que no for- maba parte de su distrito, una visitante le mandó decir que le urgía verlo. Acudió a la cita creyendo que hablaría con una candidata al bau- tismo. Buscó al pastor de la iglesia y juntos visitaron a la señora. Cuan- do llegaron a la casa, ella comenzó a llorar. Nada parecía calmarla. Por más que intentaron, la mujer no paraba de derramar lágrimas, y no © Recursos Escuela Sabática
  • 9. pudo susurrar ni siquiera una palabra. Como la situación no mejoraba, ambos pastores decidieron abandonar el lugar. Pasado un tiempo, el pastor de la iglesia volvió a hablar con la seño- ra. Le preguntó por qué no paró de llorar aquel día. «Pastor», dijo ella, «yo mandé a buscar a su compañero porque el diablo me lo ordenó; y me dijo que cuando él entrara a mi casa, lo matara. Pero cuando él en- tró, a su lado estaba uno más poderoso que Satanás. Y no pude hacerle daño. Lloraba porque no pude cumplir mi labor». Ser conscientes de que somos combatientes en una lucha de conse- cuencias eternas, constituye una buena motivación para que en todo momento dependamos del poder y la gracia de Dios. Me pregunto qué habría sido de mi amigo si «Uno más poderoso», nuestro Señor Jesu- cristo, no hubiera estado a su lado aquel día. Crecer en Cristo implica no solo desechar «las obras de las tinieblas», sino también vestimos «de las armas de la luz» (Romanos 13:12). Nos vendría muy bien reflexio- nar seriamente en estas palabras de la sierva de Dios: «Debemos escon- dernos en Cristo [...]. Así podremos enfrentar los poderes de las ti- nieblas. No luchamos contra carne y sangre, sino contra principados y potestades, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celes- tes. Y es únicamente en Cristo que podemos hacerles frente» (Sermones escogidos, tomo 1, capítulo 14). El 22 de agosto de 1850 Elena G. de White tuvo un sueño que ilustra las dos grandes realidades en las que vive cada ser humano. En una de las escenas Satanás se le apareció y le dijo: «Tú estás perdida. Ahora yo soy tu dueño y te llevaré a las regiones de oscuridad». Sin embargo, en el mismo sueño, un ángel se colocó al lado de Elena y le dijo a Satanás: «Ella no te pertenece, pues ha sido redimida para Dios por medio de la sangre de Jesús. Ella ha sido comprada por la sangre de Cristo». Cuan- do el diablo escuchó estas palabras, salió corriendo” (Manuscript Relea- ses, tomo 16, pp. 171, 172). Al igual que Elena G. de White y Anna Agbanvor, nosotros también hemos sido comprados por la sangre del Señor, somos propiedad de Cristo. Satanás ha sido atado, no tiene poder sobre nuestra vida. Por tanto, no vivamos con miedo. No pongamos nuestro destino en los sig- nos zodiacales. No nos afanemos desmedidamente por las cosas de este mundo. No hagamos de nuestras obras el centro de nuestra experiencia salvífica. ¿Por qué? Porque somos salvos gracias a la sangre de Cristo. Por ella hemos sido lavados. Y es por el sacrificio de Cristo que usted y © Recursos Escuela Sabática
  • 10. yo somos vencedores en esta guerra espiritual que dentro de poco lle- gará a su fin. Muy pronto el enemigo saldrá corriendo de forma defini- tiva, mientras tanto aprovechemos cada batalla contra el mal para con- tinuar creciendo hasta «alcanzar la estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios 4:13). Referencias 1 Anna Agbanvor, «El dios del trueno», Misión (3/2007), pp. 9, 10. Si usted quiere conocer más sobre las deidades ancestrales en África y su desafío para la Iglesia Adventista, consulte el valioso libro publicado por el Instituto de Investigación Bíblica de la Asociación General: Kwabena Don- kor, ed. The Church, Culture and Spirits Adventism in Africa (Silver Spring, Maryland: Biblical Re- search Institute, 2011), pp. 11-22; 69-90. 2 El famoso teólogo Rudolf Bultmann relegó las referencias neotestamentarias a los principados y potestades como simples tradiciones cuyo origen se remonta a los relatos mitológicos de la apoca- líptica judía, «New Testament and Mythology» en Kerygma and Myth: A Theological Debate, vol. 1 (Londres: SPXK, 1964), p. 10. Para más detalles ver a Clinton E. Arnold, Powers of Darkness. Princi- palities & Powers in Paul's Letters (Downers Grove: Intervarsity, 1992), pp. 169-182. 3 Clinton E. Arnold, Power and Magic: The Concept of Power in Ephesians (Grand Rapids, Michigan: Baker Publishing Group, 2000), pp. 65-68; Craig S. Keener, Comentario del contexto cultural de la Biblia: Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano, 2006), p. 549. 4 Antonio Piñeiro, «El testamento de Salomón» en A. Diez Macho, ed. Apócrifos del Antiguo Testa- mento, vol. V (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1987), pp. 348, 361. 5 «Demons and Demonic Actitivities» en The Church, Culture and Spirits Adventism in Africa, pp. 51- 66. 6 D. A. Carson, Mateo (Miami, Florida: Editorial Vida, 2004), p. 326; William Hendriksen, El Evan- gelio según San Mateo (Grand Rapids, Michigan: Libros Desafíos, 2007), p. 552. 7 Contra Apión 1: 41; citado por Robert H. Stein, Jesús, el Mesías. Un estudio de la vida de Cristo (Te- rrassa: Editorial CLIE, 2006), p. 116. 8 Antonio Piñeiro, «El testamento de los doce patriarcas» en A. Diez Macho, ed. Apócrifos del Anti- guo Testamento, vol. V (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1987), p. 60. 9 Ver A. Oepke, «ependúd, apékdusis» en Theological Dictionary of the New Testament, vol. II (Grand Rapids, Michigan: W. B. Eerdmans, 1964), pp. 318-320. 10 William Barclay, Comentario al Nuevo Testamento, 17 tomos en 1 (Viladecavalls: Editorial CLIE, 2006), p. 772. 11 W. E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y Nuevo Testamento (Nashville, Tennessee: Grupo Nelson, 2007), p. 268. 12 Arnold, Powers of Darkness, p. 54. 13 Gerhard Delling, «Stoijeon» en Theological Dictionary of the New Testament, vol. VII (Grand Rap- ids, Michigan: W. B. Eerdmans, 1979), pp. 670-683. 14 Ibíd. Ver también a George R. Knight, Exploring Galatians and Ephesians. A Devotional Commentary (Hagerstown, Maryland: Review and Herald Publishing Association, 2005), p. 104. 15 Richard N. Longenecker, Galatians: Word Biblical Commentary, vol. 41 (Nasville, Tennessee: Thomas Nelson Publishers, 1990), p. 165. 16 «A Biblical Perspective on Addiction», Review and Expositor, 91 (1994), pp. 71-75. 17 Timothy Keller, Dioses falsos (Miami, Florida: Editorial Vida, 2011), p. 18. Material facilitado por RECURSOS ESCUELA SABATICA © www.escuela-sabatica.com http://groups.google.com.ar/group/escuela-sabatica?hl=es Suscríbase para recibir gratuitamente recursos para la Escuela Sabática © Recursos Escuela Sabática