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APROXIMACIONES AL CONCEPTO DE “NORMALIZACIÓN” EN M. FOUCAULT. Diego Fernando Camelo Perdomo Universidad Santo Tomás Neiva-Huila Como bien se lee en el titulo del presente apartado, lo que se pretende es realizar un sutil rastreo al concepto de normalización en Michel Foucault, pero, considerando la imposibilidad de ser extensos en este propósito y atendiendo el objetivo del presente trabajo, nos limitaremos a pesquisar dicho concepto en dos de sus obras: “Vigilar y Castigar” y su curso impartido en el Colegio de Francia entre los años de 1977-1978 llamado “Seguridad, Población y Territorio”. En la lectura de las mencionadas obras se evidencia que la normalización cuenta con una connotación completamente diferente, y es obvio que sea así pues ambas obras fueron escritas en respuesta a cuestiones que de uno u otro modo estaban ceñidas en circunstancias particulares. En este orden de ideas y para fines de este trabajo, la indagación en torno al término de normalización expuesto por Foucault comenzará por “Vigilar y Castigar” y acto seguido se pasará a abordar el concepto en cuestión a la luz del curso anteriormente mencionado. Se ha de partir de la evidencia de que la discusión en torno a la normalización desarrollada a la luz de Vigilar y castigar debe estimarse bajo dos aspectos, a saber: la norma y la disciplina. De hecho, la norma cuenta con un desenvolvimiento político dentro de una sociedad disciplinaria. Así, el poder que disciplina trabaja como un poder que normaliza, “lo que quiere decir que su funcionamiento tiene como condición de posibilidad que la norma se activa en pro del ejercicio de poder en las sociedades modernas” (Hernández, 2013, pág. 81). La norma genera cierto juego de tensiones entre extremos polares que pretenden someterse unos a otros, es decir, normalizarse. Esto explica por qué el poder disciplinario es un modo de ejercicio político cuya eficacia corresponde al poder normalizante de la norma. En la tercera parte de Vigilar y Castigar referida a la disciplina, Foucault explica cada uno de los medios que hacen eficaz la norma en relación con el poder disciplinario. Uno de esos medios es, precisamente, la sanción normalizadora, que sobre la base del poder disciplinario lo que hace es que el castigo ya no expíe las faltas ni ejerza represión sobre los “anormales” sino que por el contrario se logre identificar “la penalidad perfecta que atraviesa todos los puntos y controla todos los instantes de las instituciones disciplinarias, compara, diferencia, jerarquiza, homogeniza, excluye. En una palabra normaliza.” (Foucault, 2002, pág. 213). La sanción normalizadora se define entonces como una técnica disciplinaria cuya racionalidad se sostiene en el poder de la norma misma. Por consiguiente, la normalización se configura como una técnica de poder disciplinaria que determina los grados de normalidad pertenecientes a un cuerpo social homogéneo, es decir que el poder de normalización obliga a la homogeneidad (Foucault, 2002, pág. 215). De esta manera se regula en un sistema de igualdad formal ciertos imperativos que determinan y definen las diferencias individuales. Pero la norma cuenta también con su propia característica funcional, la cual Foucault define de la siguiente manera: 
“En primer lugar la calificación de las conductas y de las cualidades a partir de dos valores opuestos del bien y del mal; en lugar de la división simple de los vedado, tal como la conoce la justicia penal, se tiene una distribución entre polo positivo y polo negativo; toda conducta cae en el polo de las buenas y de las malas notas, de los buenos de los malos
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puntos. Es posible además establecer una cuantificación y una economía cifrada.” (Foucault, 2002, pág. 185) Gracias a esta transformación del juicio sobre la conducta al pasar de lo cualitativo a lo cuantitativo se funda la posibilidad de comparar los individuos a su vez que los jerarquiza. Foucault (2002) muestra que esta conversión tiene una doble función: “A través de esta microeconomía de una penalidad perpetua, se opera una diferenciación que no es la de los actos, sino de los individuos mismo, de su índole, de sus virtualidades, de su nivel o de su valor. La disciplina, al sancionar los actos con exactitud, calibra los individuos “en verdad”, la penalidad que pone en práctica se integra en el ciclo del conocimiento de los individuos” (pág. 186) 
Este conocimiento de los individuos emerge de la vigilancia que a ellos se les hace. Es un conocimiento normalizante, establecido en relación a una norma que deriva del individuo observado y retorna luego a él mismo para corregirlo al cualificarlo estando dentro o fuera de las exigencias de la normalización. La razón de ser de una norma radica entonces en el acto mismo de la normalización, es decir, el acto de corrección sobre una existencia. El saber normalizante es una aplicación impositiva continua que se afina y prolifera en su ejercicio mismo (Hernández, 2013, pág. 89). En consecuencia, el poder disciplinario es, de alguna manera, un poder epistemológico, es decir, un poder capaz de producir saber el cual adopta la forma de normalización1. A partir de aquí se estima que todo aquel que no esté sujeto por los requerimientos normalizantes exige una acción correctiva. Se confirma el estatuto de la norma como función de normalización, ya que la norma para que se configure como tal debe ajustarse en una práctica de normalización. (ibídem. p. 90) 
En esta dirección, el examen se constituye en un dispositivo en el que se entretejen diferentes técnicas disciplinarias (vigilar y sancionar) que normalizan. En palabras de Foucault el examen es “una mirada normalizadora, una vigilancia a lo que permite calificar, clasificar y castigar” (Foucault, 2002, pág. 216). Pero existe una figura arquitectónica en la que se evidencia las prácticas individualizantes disciplinarias: El panóptico de Bentham2, cuyo símbolo normalizador prolonga la división constante entre lo normal y lo anormal, entre lo apto y lo inapto. El objetivo principal del panóptico era “inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder” (Foucault, 2002, pág. 233). 
El panóptico es, como se firmó en líneas atrás, un dispositivo que en medio de sus muchos efectos, logra des-individualizar el ejercicio del poder entre quién vigila y el vigilado. La maravilla del panóptico, según Foucault, radica en que logra generar efectos entorno al poder de 
1 Así escribe Foucault en La verdad y sus formas jurídicas: “Al lado de este saber tecnológico propio de las instituciones de secuestro, nace un saber de observación, de algún modo clínico, el de la psiquiatría, la psicología […]. Los individuos sobre los que se ejerce el poder pueden ser el lugar de donde se extrae el saber que ellos mismos forman y que será retranscrito y acumulado según nuevas normas” (Foucault, 1996, pág. 143) 2 Foucault describe la figura arquitectónica del panóptico presentado por Bentham en Vigilar y castigar de la siguiente manera: “Su principio es conocido: en la periferia, una construcción en forma de anillo, en el centro, una torre con anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo. La construcción periférica está dividida en celdas, cada una de la cuales atraviesa todo el ancho de la construcción. Tiene dos ventanas, una hacia el interior, correspondiente a las ventanas de la torre, y otra hacia el exterior, que permite que la luz atraviese la celda de lado a lado” (Foucault, 2002, pág. 232)
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un modo homogéneo, tanto así que “el panóptico puede incluso construir un aparato de control sobre sus propios mecanismos” (Foucault, 2002, pág. 236). El esquema panóptico estudiado por Bentham designa, según Foucault, un principio global en el que impera una tecnología de poder específica para resolver los problemas de vigilancia. (Foucault, 1979, pág. 11). También representa para cualquier aparato de poder una serie de garantías dentro de sus relaciones. Es un dispositivo que retroalimenta dichas relaciones hasta el punto de auto-regularlas. (Foucault, 2002, pág. 239). En efecto, las diversas estrategias de normalización encuentran su despliegue práctico en las instituciones disciplinarias donde a través del control del tiempo, de los espacios, de las conductas procuran la búsqueda de la cualificación de los sujetos. Pero a pesar de ello, todas estas estrategias han emergido del cuerpo. Es, por consiguiente, en el control de los cuerpos donde recaen primordialmente estas estrategias de normalización, es decir, la producción de los sujetos, quizá porque a través del cuerpo se logra hacer efectiva una gestión total de la existencia. (Bacarlett & Lechuga, 2009, pág. 78). Como ha quedado demostrado, el concepto de normalización en el Foucault de Vigilar y Castigar debe ser comprendido en clave de aplicabilidad a los cuerpos de los individuos, cuya docilidad robustecerá las condiciones disciplinarias con el fin de ya no castigar ni reprimir, sino de corregir. A continuación, se proseguirá con la indagación sobre el concepto objeto de esta aproximación pero ahora a la luz del curso de 1977-1978 en el Colegio de Francia “Seguridad, Territorio y Población”. Se espera que al término de este acercamiento, quede claro que la normalización en Foucault cuenta con dos connotaciones particulares sobre todo teniendo como referentes teóricos las obras nombradas hace algún instante. Mientas que en Vigilar y castigar los mecanismos dominantes en las sociedades se ejercían bajo una normalización disciplinaria, por otra parte en Seguridad, Territorio y población la normalización operará en orden a la seguridad y no a la disciplina. Veamos brevemente. 
El rastreo del concepto de normalización en este curso empieza en su clase del 11 de enero de 1978 en donde Foucault expone cinco posiciones sobre el análisis de los mecanismos del poder, en los que se hallan los mecanismos disciplinarios y los dispositivos de seguridad. De éstos últimos, el filósofo francés identifica algunos rasgos generales dentro de los cuales se encuentra el estudio de la forma de normalización que es específica de la seguridad. (Foucault, 2006, pág. 27). Si bien es cierto que fue en esta clase que anunció el interés por escudriñar la normalización securitaria, fue hasta la del 18 de enero del mismo año cuando vuelve a hablar acerca de la normalización enmarcada dentro de los parámetros de los dispositivos de seguridad a los cuales se introduce debido al accionar de un correlato: la libertad. (Foucault, 2006, pág. 71) El buen funcionamiento de estos dispositivos depende en gran proporción al ejercicio de la libertad, pues ella sería una garantía que posibilita el movimiento, el desplazamiento y proceso de circulación de las gentes y las cosas (ibídem.). De hecho, Foucault estima que la idea de un gobierno de los hombre y una administración de la cosas debe considerar como base de todo el dispositivo la libertad de los hombre, ya que son elementos co-relativos entre ellos. De ahí que lo primordial en la acción física del poder es que se produce a través de la libertad y por lo tanto, la normalización, en este sentido, contará con una tecnología de poder que la conducirá a centrar su interés por cuidar la libertad, es decir, asegurarla. Aquí se puede concluir, en pocas palabras, que a mayor libertad, mayor es la seguridad. Ya en la clase del 25 de enero, Foucault aborda de manera más concisa, y dando cumplimiento a su compromiso de la clase anterior a ésta, el problema de la normalización. En la primera clase del curso, es decir la del 11 de enero, Foucault hizo énfasis en dilucidar los rasgos distintivos entre los mecanismos disciplinarios y los dispositivos de seguridad demostrando que tanto los unos como los otros determinan los modos
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con que se abarque un acontecimiento. Ahora, lo que se propone el autor es mostrar que una cosa es hablar de normalización disciplinaria y otra muy diferente es hacerlo sobre normalización aplicada a la seguridad. (Óp. Cit. p. 74) para comenzar su disertación sobre la normalización, Foucault inicia señalando la relación que hay entre la ley y la norma, de la cual señala un vínculo común: la normatividad. Esto quiere decir que entre la ley y la norma existe una correlación normativa, pero que esta normatividad no debe confundirse con las técnicas de normalización (Óp. Cit. p. 75). La relación entre la ley y la norma no hay que tomarla como si fueran los procedimientos que hacen posible dicha relación. En otras palabras, la normalización permite que exista la normatividad y no viceversa. La función de la ley de cara a la norma es codificarla y en ningún momento interfiere en la consolidación de las técnicas de normalización. Pero digamos algo más sobre la relación entre ley y norma. Bacarlett & Lechuga (2009) explican claramente la distinción entre ellas. La norma es el instrumento privilegiado a través del cual se ejerce poder en las sociedades disciplinarias y liberales, la norma y no la ley, ya que mientras ésta última implica un aspecto coercitivo y represivo, la norma tiene más un rasgo formativo (p. 85). Por otro lado, pero en esta misma dirección, Hernández (2013) sostiene que la ley debe garantizar que en el espacio jurídico del Estado de derecho, todos los ciudadanos sean exactamente iguales, que nadie esté por encima de otro en lo que se refiere a sus derechos y deberes. Mientras que la norma instituye diferencias singulares que maximizan el alcance del poder pero estableciendo desigualdades a nivel de la individualidad. Para la norma ningún individuo es igual, antes bien, cada quien debe encontrar su particularidad dentro de la identidad normal. En cambio, la ley toma siempre la forma de un contrario que funda la posibilidad de distribución entre los individuos (pp. 85-86). Ese “encontrar su particularidad” de la que Hernández (2013) hacía alusión anteriormente tiene que ver con lo que Foucault (2006) hablaba cuando se refería a la reducción de las normalidades más desfavorables, más desviadas con respecto a la curva normal, general a esta misma curva (p. 83). Esto lleva a la discusión a recalcar nuevamente la distinción entre el sistema disciplinario y el sistema securitario. En el sistema disciplinario se partía de una norma para que a partir de allí se pudiera distinguir lo normal de lo anormal. Por su parte, en el sistema securitario se empieza por la distinción entre lo normal y lo anormal para determinar el proceso de normalización, el cual consistirá en “hacer interactuar esas diferentes atribuciones de normalidad y procurar que las más desfavorables se asimilen a la más favorables” (Foucault, 2006, pág. 83). Partiendo de esta idea, la norma, entonces, juega al ritmo de las normalidades diferenciales, haciendo que lo normal ocupe una posición de ante-sala para fijar la norma y ésta cumpla su papel operativo en la normalización. Foucault concluye que los sistemas disciplinarios se estructuran en una normación, mientras que los dispositivos de seguridad se desarrollan por normalización. En últimas, los dispositivos de seguridad no parten de un modelo ideal o de una norma pre- establecida o está dirigida a individuos, sino que parten de acontecimientos y están dirigidos a las poblaciones. Los fenómenos que atenten contra la norma de la sociedad no será tomado como normalidad o anormalidad sino como peligrosidad (Castro-Gómez, 2013, pág. 79). 
En definitiva y recogiendo un poco lo dicho hasta ahora, la “categoría”, si se puede decir así, de normalización empleada por Foucault y de la cual se ha intentado hacer aquí una aproximación a partir de dos de sus obras, goza de una alta complejidad si no se tiene en cuenta las connotaciones significativas que posee en cada una de ellas. Es decir, la “normalización” en Vigilar y castigar gravita en torno al sometimiento de los anormales quienes bajo prácticas represivas y castigos eran sumisos, de cuerpos dóciles y subyugados a técnicas disciplinarias destinadas a reprender el cuerpo. Pero, como nos pudimos dar cuenta, esta denominación de “normalización” aplicada a la disciplina de los cuerpos no es otra cosa que una “normación”
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como el mismo Foucault lo llamó años más tarde contrapelo a lo dicho en esta obra. Por otra parte, en el curso que se ha tomado como referente Seguridad, territorio y población, ya Foucault dedica su reflexión al fenómeno propiamente de la “normalización” y esto lo hace enmarcando su discurso bajo los dispositivos de seguridad. La preocupación ya no era el castigo como técnica disciplinaria. El meollo del problema era la seguridad en donde la preocupación no residía en sancionar los sujetos mediante técnicas de individualización para determinar quién era el normal o el anormal. Ahora lo que importaba era saber quien representaba un peligro para la población con el fin “alinearlo” a lo normal mediante la norma, como instrumento operativo. Los dispositivos de seguridad respondían a una “economía del poder” indiscutiblemente disímil a las abarcadas por Foucault en Vigilar y castigar. Aquí el panóptico de Bentham ya no cumple ninguna función. Es tanto así que Foucault sostiene que, “Puede decirse que la idea del panóptico, moderna en cierto sentido, es también una idea muy arcaica, pues el mecanismo panóptico, en el fondo, intenta poner en el centro a alguien, […] hacer actuar su soberanía sobre todos los individuos dentro de esta máquina de poder. En este aspecto, podemos decir que el panóptico es el sueño más viejo del más antiguo de los soberanos: que ninguno de mis súbditos me eluda y ninguno de los gesto de ninguno de ellos me sea desconocido. En cierto modo, el punto central del panóptico es el soberano perfecto” (Foucault, 2006, pág. 87). Es claro que lo que le interesa a Foucault es señalar un conjunto de mecanismos de gobierno cuyas técnicas no estarán directamente encausadas a los individuos, sin que esto signifique su exclusión dentro del sistema, porque de alguna manera los procesos de individualización estarán presentes sin ser ellos el motor del sistema mismo, al cual Foucault llamó el gobierno de las poblaciones que es algo completamente diferente al ejercicio de una soberanía, propia de los mecanismos disciplinarios por normación. En definitiva y como lo advierte Foucault, la normación corresponde a un tipo de economía de poder que es el soberano. Mientras que la normalización pertenece a otro tipo de economía de poder al que llamó gobierno de las poblaciones. No sería extraño creer que lo que hizo Foucault fue una búsqueda de las condiciones de posibilidad y alcances de la norma. Pero como se afirmó en líneas atrás la norma existe en virtud de lo normal. Por lo tanto lo establecido por Foucault en relación a lo normal fue una crítica que, de acuerdo con Miguel Morey (1999), provoca una ruptura con la normalidad del decir de la doxa, un decir sobre lo que se dice y contra lo que se dice, contra lo que hay que decir, un decir que busca su posibilidad en el “otro modo” de la doxa (Morey, pág. 117). Esta crítica incita a fundar establecer una posición contundente frente a lo que otros hacen, “decir lo que hay que decir y repetir un decir normalizado que ocupa el lugar del pensamiento” (Ibídem.). Es una activa exhortación a pensar y decir lo normal “de otro modo”, lo que conlleva a quebrantar los vínculos dependientes con la costumbre de adoptar lo normal como un criterio de los real. Este poder normalizador de lo normal opera sobre los modos de actuar y de saber de los sujetos. De ahí que criticar lo normal implica de-codificarla hacer que se vuela práctica de normalización y pensar hasta donde puede ir, es decir, sus alcances. 
Es por esto que la genealogía de la normalización elaborada por Foucault es ante todo una crítica que interroga sobre sus condiciones de posibilidad en el sentido kantiano del término (Morey, 1999, pág. 119). Ahora bien, teniendo en cuenta todo lo expuesto en este apartado, vale preguntarse si la normalización en el sentido como lo expone Foucault puede ser aplicado al proceso de lo que en el contexto de la didáctica de la filosofía en Colombia se ha denominado
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como normalización de esta disciplina. Desde luego, no puede obviarse que la didáctica misma normaliza sus propias prácticas pedagógicas; incluso es posible considerar que hablar de normalización en la didáctica de la filosofía se haga con ciertos aires de anti-normalización respecto a lo que antes de 19463 se había hecho en termino de enseñanza y contenidos de la misma, aspectos éstos que ya han sido abordados en este trabajo amparados bajo el título de “Anormalidad en la didáctica de la filosofía en Colombia”. 
Pero volviendo a la inquietud en torno a la posibilidad de adoptar el sentido foucaultiano de la “normalización” en la enseñanza de la filosofía en el país, hay que tener en cuenta que cuando Foucault habla de normalización lo hace en perspectiva de seguridad4 y que se circunscribe en una economía de poder que él mismo denominó “gobierno de las poblaciones”. Por lo tanto, la normalización de la enseñanza de la filosofía es proporcional a la normalización de saberes, en donde se determinen los cánones epistémicos y, por ende, las forma de comportamiento. De esta manera, dicha normalización tiene alcances morales más no éticos. Para la argumentación de esta idea, se hará un rápido arribo al concepto de moral expuesto por Foucault en el II tomo de su Historia de la Sexualidad en la que entiende como el conjunto de valores y reglas de acción que se proponen tanto a los individuos como a los grupos humanos (familia, escuela, Iglesia), cuya estructura debe contar con una doctrina interiormente coherente y de fácil enseñanza (Foucault, 1986, pág. 26). Pero aparte de ser un sistema de valores, Foucault también entiende por moral como “el comportamiento real de los individuos, en su relación con las reglas y valores que se les proponen” (ibídem. óp. Cít.). Lo moral entonces será entendida como la forma en que las conductas de los individuos son sometidos a un principio de obediencia que o bien prohíbe o por el contrario prescribe. Sin embargo, no hay que confundir la regla de conducta con la conducta misma. Para no caer es esta desorientación, Foucault identifica cuatro diferencias que delimitan esa delgada línea conceptual. La primera de ellas es la determinación de la sustancia ética, que consiste en la manera cómo el individuo se ajusta a sí mismo con relación a la conducta moral. La segunda se denomina como modo de sujeción, es decir, la forma en que el individuo establece su relación con esta regla y se ve obligado ponerla en práctica. La tercera diferencia es la elaboración del trabajo ético que apunta a las acciones que el individuo realiza para intentar transformarse a sí mismo en sujeto moral de su propia conducta. Y por último, se encuentra la teleología del sujeto moral: la acción moral no se define en sí misma, sino en la ubicación dentro del dispositivo de la conducta. Así, la teleología del sujeto moral no sólo determina el ser del individuo, también define su modo de ser (Foucault, 1986, págs. 27-28). 
De donde resulta que para que se pueda calificar de “moral” a una acción no sólo se debe hacer en yuxtaposición a una ley o a un valor. Para Foucault, una acción es moral cuando la acción del sujeto está determinada en relación “consigo mismo”, lo cual no es sólo conciencia de sí, sino constitución de sí como “sujeto moral”. Para lograr esto el individuo, mediante su práctica moral, busca conocerse, controlarse, perfeccionarse y transformarse (Foucault, 1986, pág. 29). Por otra parte, su reflexión sobre la ética Foucault la enmarca en relación con la libertad. En la ya conocida entrevista realizada por el filósofo latinoamericano Raúl Fornet- Betancourt y otros el 20 de enero de 1984, en la que sostiene que la ocupación de sí mismo es lo 
3 Según Leonardo Tovar (2000) el periodo de la normalización de la filosofía en Colombia empieza en este año con la creación del Instituto de Filosofía en la Universidad Nacional (pág. 621). 4 Aunque aquí no hay que exceptuar el hecho de que también se presenta la normalización disciplinaria la cual “consiste en plantear ante todo un modelo, un modelo óptimo que se construye en función de determinado resultado, y la operación de normalización disciplinaria pasa por intentar que la gente, los gestos y los actos se ajusten a ese modelo; lo normal es, principalmente, lo que es capaz de adecuarse a esa norma, y lo anormal, lo que es incapaz de hacerlo.” (Foucault, 2006, págs. 75-76)
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que va constituyendo el ethos. Tomando como punto de partida el pensamiento griego acerca de su problematización de la libertad que luego desembocaba en el problema ética, Foucault afirma que el ethos de alguien se expresaba mediante la forma de ser, de expresarse, de mostrase. El ethos era proporcional al ejercicio de su libertad, por eso era posible que fuera problematizada. De ahí que “para que esta práctica de la libertad adopte la forma de un ethos que sea bueno […] es necesario todo un trabajo de uno sobre sí” (Foucault, 1994, pág. 115). Se logra determinar que el problema sobre la ética y su vinculación con la libertad cuentan con un trasfondo político, ya que este ethos de la libertad es también una manera de ocuparse de los otros, “El ethos implica también una relación para con los otros, en la medida en que el cuidado de sí convierte a quien lo posee en alguien capaz de ocupar en la ciudad, en la comunidad, o en las relaciones interindividuales […] El cuidado de sí implica también una relación al otro en la medida en que, para ocuparse bien de sí, es preciso escuchar las lecciones de un maestro” (Ibídem. óp. Cít. p. 116) Conviene subrayar que, como lo sostuvo en la cita anterior, Foucault es claro al plantear una condición ontológica de la ética toda vez que sea entendida como práctica de la libertad individual. Libertad que desde luego se posibilita en la medida en que las relaciones de poder tanto aquellas en las que se encuentra cobijado el individuo, como las que éste mismo ejerce sobre los otros iguales a él, se encuentran equilibradas. Pero cuando se fragmenta este equilibrio y se rompen los ligamentos equitativos de poder entonces aparece la tiranía, la ausencia del control sobre los apetitos y los placeres, en fin. Para Foucault las relaciones de poder se dan en la medida en que los sujetos son libres. Así afirmó en la entrevista citada líneas atrás, “Pienso que no puede existir ninguna sociedad sin relaciones, si se entienden como las estrategias mediante las cuales los individuos tratan de conducir, de determinar, la conducta de los otros. Sin embargo lo que se busca es procurarse reglas de derecho, las técnicas de gestión y también de moral, el ethos, la práctica de sí, que permitan jugar, en estos juegos de poder, con el mínimo de dominación... Este punto es la articulación entre la preocupación ética y la lucha política para el respeto de los derechos, de la reflexión crítica contra las técnicas abusivas de gobierno, y de una ética que permita fundamentar la libertad individual” (Foucault, 1994, pág. 139) Por consiguiente, para Foucault la función ética está fundamentada en el imperativo socrático: ocúpate de ti mismo, es decir, fundaméntate en libertad mediante el dominio de ti mismo (Lozano, 2012, pág. 89). 
Sintetizando, pues, se dirá para terminar que aplicar la categoría de normalización en el sentido en que el filósofo francés la presenta a la enseñanza de la filosofía en Colombia se puede hacer siempre y cuando no se abandone el punto de apoyo de la discusión, es decir la idea de la normalización de saberes, cuyos límites morales encuadra el linde del comportamiento de los individuos. (Tovar, La Normalización de la filosofía en Colombia. Ensayo de Crónica de las ideas., 2000)¿Puede la normalización de la filosofía, en tanto saber, incidir en la moral de la población? Si en dicha normalización del saber se establecen los cánones epistémicos para su enseñanza y aprendizaje, ¿quién o qué los define? Si el Estado vela por el bienestar de los ciudadanos, y dentro de ese bienestar se encuentra el disponer qué se estudia, cómo se estudia y para qué se estudia, ¿significa que la enseñanza de la filosofía, entre otros saberes, se puede constituir en técnica disciplinaria con el fin de salvaguardar ciertos parámetros de seguridad?
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¿Qué tipo de normalización de la filosofía se está presentado en Colombia? Es más, la normalización en Colombia ¿es un proyecto inacabado? ¿Un mito? ¿Por qué la discusión en torno a la didáctica de la filosofía en los niveles escolares universitarios y escolares secundarios se encuentra tan distanciada? Estos y muchos más cuestionamientos robustecen la justificación de que antes de lanzarnos a comprobar su efectividad, es menester hacer antes una revisión del término normalización empleado en el contexto de la filosofía en Colombia. 
Bibliografía 
Bacarlett, M., & Lechuga, A. (2009). Cangulhem y Foucault: De la normatividad a la normalización. Ludus Vitalis. Vol. XVII. Núm. 33 , 65-85. Castro-Gómez, S. (2013). Historia de la gubernamentalidad: Razón de Estado, liberalismo y neoliberalismo en Michel Foucault. Bogotá: Siglo del Hombre. Foucault, M. (1979). El ojo del poder. En J. Bentham, El Panóptico. Madrid: La piqueta. Foucault, M. (1994). Hermenéutica del sujeto. Madrid: Piqueta. Foucault, M. (1986). Historia de la Sexualidad. Tomo II. El uso de los placeres. México: Siglo XXI. Foucault, M. (2006). Seguridad, Territorio, Población. Curso en el Collége de France (1977- 1978). Buenos Aires: Fondo de Cultura económica. Foucault, M. (2002). Vigilar y castigar. Argentina: Siglo XXI. Hernández, R. (2013). La positividad del poder: la normalización y la norma. Teoria y crítica de la psicología , 81-102. Tovar, L. (2000). La Normalización de la filosofía en Colombia. Ensayo de Crónica de las ideas. En La filosofía del siglo XX. Balance y perspectiva. Actas del VII Congreso Nacional de filosofía. Perú: Fondo editorial PUCP. Lozano, M. (2012). La cuestión ética en Foucautl. Revista Amauta. Universidad del Atlantico. N° 20. Jul - Dic , 83-89. Morey, M. (1999). Sobre el estilo filosófico de Michel Foucault: Una crítica de los normal. En Michel Foucault, filósofo. España: Gedisa.

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Aproximaciones al concepto de normalización

  • 1. 1 APROXIMACIONES AL CONCEPTO DE “NORMALIZACIÓN” EN M. FOUCAULT. Diego Fernando Camelo Perdomo Universidad Santo Tomás Neiva-Huila Como bien se lee en el titulo del presente apartado, lo que se pretende es realizar un sutil rastreo al concepto de normalización en Michel Foucault, pero, considerando la imposibilidad de ser extensos en este propósito y atendiendo el objetivo del presente trabajo, nos limitaremos a pesquisar dicho concepto en dos de sus obras: “Vigilar y Castigar” y su curso impartido en el Colegio de Francia entre los años de 1977-1978 llamado “Seguridad, Población y Territorio”. En la lectura de las mencionadas obras se evidencia que la normalización cuenta con una connotación completamente diferente, y es obvio que sea así pues ambas obras fueron escritas en respuesta a cuestiones que de uno u otro modo estaban ceñidas en circunstancias particulares. En este orden de ideas y para fines de este trabajo, la indagación en torno al término de normalización expuesto por Foucault comenzará por “Vigilar y Castigar” y acto seguido se pasará a abordar el concepto en cuestión a la luz del curso anteriormente mencionado. Se ha de partir de la evidencia de que la discusión en torno a la normalización desarrollada a la luz de Vigilar y castigar debe estimarse bajo dos aspectos, a saber: la norma y la disciplina. De hecho, la norma cuenta con un desenvolvimiento político dentro de una sociedad disciplinaria. Así, el poder que disciplina trabaja como un poder que normaliza, “lo que quiere decir que su funcionamiento tiene como condición de posibilidad que la norma se activa en pro del ejercicio de poder en las sociedades modernas” (Hernández, 2013, pág. 81). La norma genera cierto juego de tensiones entre extremos polares que pretenden someterse unos a otros, es decir, normalizarse. Esto explica por qué el poder disciplinario es un modo de ejercicio político cuya eficacia corresponde al poder normalizante de la norma. En la tercera parte de Vigilar y Castigar referida a la disciplina, Foucault explica cada uno de los medios que hacen eficaz la norma en relación con el poder disciplinario. Uno de esos medios es, precisamente, la sanción normalizadora, que sobre la base del poder disciplinario lo que hace es que el castigo ya no expíe las faltas ni ejerza represión sobre los “anormales” sino que por el contrario se logre identificar “la penalidad perfecta que atraviesa todos los puntos y controla todos los instantes de las instituciones disciplinarias, compara, diferencia, jerarquiza, homogeniza, excluye. En una palabra normaliza.” (Foucault, 2002, pág. 213). La sanción normalizadora se define entonces como una técnica disciplinaria cuya racionalidad se sostiene en el poder de la norma misma. Por consiguiente, la normalización se configura como una técnica de poder disciplinaria que determina los grados de normalidad pertenecientes a un cuerpo social homogéneo, es decir que el poder de normalización obliga a la homogeneidad (Foucault, 2002, pág. 215). De esta manera se regula en un sistema de igualdad formal ciertos imperativos que determinan y definen las diferencias individuales. Pero la norma cuenta también con su propia característica funcional, la cual Foucault define de la siguiente manera: “En primer lugar la calificación de las conductas y de las cualidades a partir de dos valores opuestos del bien y del mal; en lugar de la división simple de los vedado, tal como la conoce la justicia penal, se tiene una distribución entre polo positivo y polo negativo; toda conducta cae en el polo de las buenas y de las malas notas, de los buenos de los malos
  • 2. 2 puntos. Es posible además establecer una cuantificación y una economía cifrada.” (Foucault, 2002, pág. 185) Gracias a esta transformación del juicio sobre la conducta al pasar de lo cualitativo a lo cuantitativo se funda la posibilidad de comparar los individuos a su vez que los jerarquiza. Foucault (2002) muestra que esta conversión tiene una doble función: “A través de esta microeconomía de una penalidad perpetua, se opera una diferenciación que no es la de los actos, sino de los individuos mismo, de su índole, de sus virtualidades, de su nivel o de su valor. La disciplina, al sancionar los actos con exactitud, calibra los individuos “en verdad”, la penalidad que pone en práctica se integra en el ciclo del conocimiento de los individuos” (pág. 186) Este conocimiento de los individuos emerge de la vigilancia que a ellos se les hace. Es un conocimiento normalizante, establecido en relación a una norma que deriva del individuo observado y retorna luego a él mismo para corregirlo al cualificarlo estando dentro o fuera de las exigencias de la normalización. La razón de ser de una norma radica entonces en el acto mismo de la normalización, es decir, el acto de corrección sobre una existencia. El saber normalizante es una aplicación impositiva continua que se afina y prolifera en su ejercicio mismo (Hernández, 2013, pág. 89). En consecuencia, el poder disciplinario es, de alguna manera, un poder epistemológico, es decir, un poder capaz de producir saber el cual adopta la forma de normalización1. A partir de aquí se estima que todo aquel que no esté sujeto por los requerimientos normalizantes exige una acción correctiva. Se confirma el estatuto de la norma como función de normalización, ya que la norma para que se configure como tal debe ajustarse en una práctica de normalización. (ibídem. p. 90) En esta dirección, el examen se constituye en un dispositivo en el que se entretejen diferentes técnicas disciplinarias (vigilar y sancionar) que normalizan. En palabras de Foucault el examen es “una mirada normalizadora, una vigilancia a lo que permite calificar, clasificar y castigar” (Foucault, 2002, pág. 216). Pero existe una figura arquitectónica en la que se evidencia las prácticas individualizantes disciplinarias: El panóptico de Bentham2, cuyo símbolo normalizador prolonga la división constante entre lo normal y lo anormal, entre lo apto y lo inapto. El objetivo principal del panóptico era “inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder” (Foucault, 2002, pág. 233). El panóptico es, como se firmó en líneas atrás, un dispositivo que en medio de sus muchos efectos, logra des-individualizar el ejercicio del poder entre quién vigila y el vigilado. La maravilla del panóptico, según Foucault, radica en que logra generar efectos entorno al poder de 1 Así escribe Foucault en La verdad y sus formas jurídicas: “Al lado de este saber tecnológico propio de las instituciones de secuestro, nace un saber de observación, de algún modo clínico, el de la psiquiatría, la psicología […]. Los individuos sobre los que se ejerce el poder pueden ser el lugar de donde se extrae el saber que ellos mismos forman y que será retranscrito y acumulado según nuevas normas” (Foucault, 1996, pág. 143) 2 Foucault describe la figura arquitectónica del panóptico presentado por Bentham en Vigilar y castigar de la siguiente manera: “Su principio es conocido: en la periferia, una construcción en forma de anillo, en el centro, una torre con anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo. La construcción periférica está dividida en celdas, cada una de la cuales atraviesa todo el ancho de la construcción. Tiene dos ventanas, una hacia el interior, correspondiente a las ventanas de la torre, y otra hacia el exterior, que permite que la luz atraviese la celda de lado a lado” (Foucault, 2002, pág. 232)
  • 3. 3 un modo homogéneo, tanto así que “el panóptico puede incluso construir un aparato de control sobre sus propios mecanismos” (Foucault, 2002, pág. 236). El esquema panóptico estudiado por Bentham designa, según Foucault, un principio global en el que impera una tecnología de poder específica para resolver los problemas de vigilancia. (Foucault, 1979, pág. 11). También representa para cualquier aparato de poder una serie de garantías dentro de sus relaciones. Es un dispositivo que retroalimenta dichas relaciones hasta el punto de auto-regularlas. (Foucault, 2002, pág. 239). En efecto, las diversas estrategias de normalización encuentran su despliegue práctico en las instituciones disciplinarias donde a través del control del tiempo, de los espacios, de las conductas procuran la búsqueda de la cualificación de los sujetos. Pero a pesar de ello, todas estas estrategias han emergido del cuerpo. Es, por consiguiente, en el control de los cuerpos donde recaen primordialmente estas estrategias de normalización, es decir, la producción de los sujetos, quizá porque a través del cuerpo se logra hacer efectiva una gestión total de la existencia. (Bacarlett & Lechuga, 2009, pág. 78). Como ha quedado demostrado, el concepto de normalización en el Foucault de Vigilar y Castigar debe ser comprendido en clave de aplicabilidad a los cuerpos de los individuos, cuya docilidad robustecerá las condiciones disciplinarias con el fin de ya no castigar ni reprimir, sino de corregir. A continuación, se proseguirá con la indagación sobre el concepto objeto de esta aproximación pero ahora a la luz del curso de 1977-1978 en el Colegio de Francia “Seguridad, Territorio y Población”. Se espera que al término de este acercamiento, quede claro que la normalización en Foucault cuenta con dos connotaciones particulares sobre todo teniendo como referentes teóricos las obras nombradas hace algún instante. Mientas que en Vigilar y castigar los mecanismos dominantes en las sociedades se ejercían bajo una normalización disciplinaria, por otra parte en Seguridad, Territorio y población la normalización operará en orden a la seguridad y no a la disciplina. Veamos brevemente. El rastreo del concepto de normalización en este curso empieza en su clase del 11 de enero de 1978 en donde Foucault expone cinco posiciones sobre el análisis de los mecanismos del poder, en los que se hallan los mecanismos disciplinarios y los dispositivos de seguridad. De éstos últimos, el filósofo francés identifica algunos rasgos generales dentro de los cuales se encuentra el estudio de la forma de normalización que es específica de la seguridad. (Foucault, 2006, pág. 27). Si bien es cierto que fue en esta clase que anunció el interés por escudriñar la normalización securitaria, fue hasta la del 18 de enero del mismo año cuando vuelve a hablar acerca de la normalización enmarcada dentro de los parámetros de los dispositivos de seguridad a los cuales se introduce debido al accionar de un correlato: la libertad. (Foucault, 2006, pág. 71) El buen funcionamiento de estos dispositivos depende en gran proporción al ejercicio de la libertad, pues ella sería una garantía que posibilita el movimiento, el desplazamiento y proceso de circulación de las gentes y las cosas (ibídem.). De hecho, Foucault estima que la idea de un gobierno de los hombre y una administración de la cosas debe considerar como base de todo el dispositivo la libertad de los hombre, ya que son elementos co-relativos entre ellos. De ahí que lo primordial en la acción física del poder es que se produce a través de la libertad y por lo tanto, la normalización, en este sentido, contará con una tecnología de poder que la conducirá a centrar su interés por cuidar la libertad, es decir, asegurarla. Aquí se puede concluir, en pocas palabras, que a mayor libertad, mayor es la seguridad. Ya en la clase del 25 de enero, Foucault aborda de manera más concisa, y dando cumplimiento a su compromiso de la clase anterior a ésta, el problema de la normalización. En la primera clase del curso, es decir la del 11 de enero, Foucault hizo énfasis en dilucidar los rasgos distintivos entre los mecanismos disciplinarios y los dispositivos de seguridad demostrando que tanto los unos como los otros determinan los modos
  • 4. 4 con que se abarque un acontecimiento. Ahora, lo que se propone el autor es mostrar que una cosa es hablar de normalización disciplinaria y otra muy diferente es hacerlo sobre normalización aplicada a la seguridad. (Óp. Cit. p. 74) para comenzar su disertación sobre la normalización, Foucault inicia señalando la relación que hay entre la ley y la norma, de la cual señala un vínculo común: la normatividad. Esto quiere decir que entre la ley y la norma existe una correlación normativa, pero que esta normatividad no debe confundirse con las técnicas de normalización (Óp. Cit. p. 75). La relación entre la ley y la norma no hay que tomarla como si fueran los procedimientos que hacen posible dicha relación. En otras palabras, la normalización permite que exista la normatividad y no viceversa. La función de la ley de cara a la norma es codificarla y en ningún momento interfiere en la consolidación de las técnicas de normalización. Pero digamos algo más sobre la relación entre ley y norma. Bacarlett & Lechuga (2009) explican claramente la distinción entre ellas. La norma es el instrumento privilegiado a través del cual se ejerce poder en las sociedades disciplinarias y liberales, la norma y no la ley, ya que mientras ésta última implica un aspecto coercitivo y represivo, la norma tiene más un rasgo formativo (p. 85). Por otro lado, pero en esta misma dirección, Hernández (2013) sostiene que la ley debe garantizar que en el espacio jurídico del Estado de derecho, todos los ciudadanos sean exactamente iguales, que nadie esté por encima de otro en lo que se refiere a sus derechos y deberes. Mientras que la norma instituye diferencias singulares que maximizan el alcance del poder pero estableciendo desigualdades a nivel de la individualidad. Para la norma ningún individuo es igual, antes bien, cada quien debe encontrar su particularidad dentro de la identidad normal. En cambio, la ley toma siempre la forma de un contrario que funda la posibilidad de distribución entre los individuos (pp. 85-86). Ese “encontrar su particularidad” de la que Hernández (2013) hacía alusión anteriormente tiene que ver con lo que Foucault (2006) hablaba cuando se refería a la reducción de las normalidades más desfavorables, más desviadas con respecto a la curva normal, general a esta misma curva (p. 83). Esto lleva a la discusión a recalcar nuevamente la distinción entre el sistema disciplinario y el sistema securitario. En el sistema disciplinario se partía de una norma para que a partir de allí se pudiera distinguir lo normal de lo anormal. Por su parte, en el sistema securitario se empieza por la distinción entre lo normal y lo anormal para determinar el proceso de normalización, el cual consistirá en “hacer interactuar esas diferentes atribuciones de normalidad y procurar que las más desfavorables se asimilen a la más favorables” (Foucault, 2006, pág. 83). Partiendo de esta idea, la norma, entonces, juega al ritmo de las normalidades diferenciales, haciendo que lo normal ocupe una posición de ante-sala para fijar la norma y ésta cumpla su papel operativo en la normalización. Foucault concluye que los sistemas disciplinarios se estructuran en una normación, mientras que los dispositivos de seguridad se desarrollan por normalización. En últimas, los dispositivos de seguridad no parten de un modelo ideal o de una norma pre- establecida o está dirigida a individuos, sino que parten de acontecimientos y están dirigidos a las poblaciones. Los fenómenos que atenten contra la norma de la sociedad no será tomado como normalidad o anormalidad sino como peligrosidad (Castro-Gómez, 2013, pág. 79). En definitiva y recogiendo un poco lo dicho hasta ahora, la “categoría”, si se puede decir así, de normalización empleada por Foucault y de la cual se ha intentado hacer aquí una aproximación a partir de dos de sus obras, goza de una alta complejidad si no se tiene en cuenta las connotaciones significativas que posee en cada una de ellas. Es decir, la “normalización” en Vigilar y castigar gravita en torno al sometimiento de los anormales quienes bajo prácticas represivas y castigos eran sumisos, de cuerpos dóciles y subyugados a técnicas disciplinarias destinadas a reprender el cuerpo. Pero, como nos pudimos dar cuenta, esta denominación de “normalización” aplicada a la disciplina de los cuerpos no es otra cosa que una “normación”
  • 5. 5 como el mismo Foucault lo llamó años más tarde contrapelo a lo dicho en esta obra. Por otra parte, en el curso que se ha tomado como referente Seguridad, territorio y población, ya Foucault dedica su reflexión al fenómeno propiamente de la “normalización” y esto lo hace enmarcando su discurso bajo los dispositivos de seguridad. La preocupación ya no era el castigo como técnica disciplinaria. El meollo del problema era la seguridad en donde la preocupación no residía en sancionar los sujetos mediante técnicas de individualización para determinar quién era el normal o el anormal. Ahora lo que importaba era saber quien representaba un peligro para la población con el fin “alinearlo” a lo normal mediante la norma, como instrumento operativo. Los dispositivos de seguridad respondían a una “economía del poder” indiscutiblemente disímil a las abarcadas por Foucault en Vigilar y castigar. Aquí el panóptico de Bentham ya no cumple ninguna función. Es tanto así que Foucault sostiene que, “Puede decirse que la idea del panóptico, moderna en cierto sentido, es también una idea muy arcaica, pues el mecanismo panóptico, en el fondo, intenta poner en el centro a alguien, […] hacer actuar su soberanía sobre todos los individuos dentro de esta máquina de poder. En este aspecto, podemos decir que el panóptico es el sueño más viejo del más antiguo de los soberanos: que ninguno de mis súbditos me eluda y ninguno de los gesto de ninguno de ellos me sea desconocido. En cierto modo, el punto central del panóptico es el soberano perfecto” (Foucault, 2006, pág. 87). Es claro que lo que le interesa a Foucault es señalar un conjunto de mecanismos de gobierno cuyas técnicas no estarán directamente encausadas a los individuos, sin que esto signifique su exclusión dentro del sistema, porque de alguna manera los procesos de individualización estarán presentes sin ser ellos el motor del sistema mismo, al cual Foucault llamó el gobierno de las poblaciones que es algo completamente diferente al ejercicio de una soberanía, propia de los mecanismos disciplinarios por normación. En definitiva y como lo advierte Foucault, la normación corresponde a un tipo de economía de poder que es el soberano. Mientras que la normalización pertenece a otro tipo de economía de poder al que llamó gobierno de las poblaciones. No sería extraño creer que lo que hizo Foucault fue una búsqueda de las condiciones de posibilidad y alcances de la norma. Pero como se afirmó en líneas atrás la norma existe en virtud de lo normal. Por lo tanto lo establecido por Foucault en relación a lo normal fue una crítica que, de acuerdo con Miguel Morey (1999), provoca una ruptura con la normalidad del decir de la doxa, un decir sobre lo que se dice y contra lo que se dice, contra lo que hay que decir, un decir que busca su posibilidad en el “otro modo” de la doxa (Morey, pág. 117). Esta crítica incita a fundar establecer una posición contundente frente a lo que otros hacen, “decir lo que hay que decir y repetir un decir normalizado que ocupa el lugar del pensamiento” (Ibídem.). Es una activa exhortación a pensar y decir lo normal “de otro modo”, lo que conlleva a quebrantar los vínculos dependientes con la costumbre de adoptar lo normal como un criterio de los real. Este poder normalizador de lo normal opera sobre los modos de actuar y de saber de los sujetos. De ahí que criticar lo normal implica de-codificarla hacer que se vuela práctica de normalización y pensar hasta donde puede ir, es decir, sus alcances. Es por esto que la genealogía de la normalización elaborada por Foucault es ante todo una crítica que interroga sobre sus condiciones de posibilidad en el sentido kantiano del término (Morey, 1999, pág. 119). Ahora bien, teniendo en cuenta todo lo expuesto en este apartado, vale preguntarse si la normalización en el sentido como lo expone Foucault puede ser aplicado al proceso de lo que en el contexto de la didáctica de la filosofía en Colombia se ha denominado
  • 6. 6 como normalización de esta disciplina. Desde luego, no puede obviarse que la didáctica misma normaliza sus propias prácticas pedagógicas; incluso es posible considerar que hablar de normalización en la didáctica de la filosofía se haga con ciertos aires de anti-normalización respecto a lo que antes de 19463 se había hecho en termino de enseñanza y contenidos de la misma, aspectos éstos que ya han sido abordados en este trabajo amparados bajo el título de “Anormalidad en la didáctica de la filosofía en Colombia”. Pero volviendo a la inquietud en torno a la posibilidad de adoptar el sentido foucaultiano de la “normalización” en la enseñanza de la filosofía en el país, hay que tener en cuenta que cuando Foucault habla de normalización lo hace en perspectiva de seguridad4 y que se circunscribe en una economía de poder que él mismo denominó “gobierno de las poblaciones”. Por lo tanto, la normalización de la enseñanza de la filosofía es proporcional a la normalización de saberes, en donde se determinen los cánones epistémicos y, por ende, las forma de comportamiento. De esta manera, dicha normalización tiene alcances morales más no éticos. Para la argumentación de esta idea, se hará un rápido arribo al concepto de moral expuesto por Foucault en el II tomo de su Historia de la Sexualidad en la que entiende como el conjunto de valores y reglas de acción que se proponen tanto a los individuos como a los grupos humanos (familia, escuela, Iglesia), cuya estructura debe contar con una doctrina interiormente coherente y de fácil enseñanza (Foucault, 1986, pág. 26). Pero aparte de ser un sistema de valores, Foucault también entiende por moral como “el comportamiento real de los individuos, en su relación con las reglas y valores que se les proponen” (ibídem. óp. Cít.). Lo moral entonces será entendida como la forma en que las conductas de los individuos son sometidos a un principio de obediencia que o bien prohíbe o por el contrario prescribe. Sin embargo, no hay que confundir la regla de conducta con la conducta misma. Para no caer es esta desorientación, Foucault identifica cuatro diferencias que delimitan esa delgada línea conceptual. La primera de ellas es la determinación de la sustancia ética, que consiste en la manera cómo el individuo se ajusta a sí mismo con relación a la conducta moral. La segunda se denomina como modo de sujeción, es decir, la forma en que el individuo establece su relación con esta regla y se ve obligado ponerla en práctica. La tercera diferencia es la elaboración del trabajo ético que apunta a las acciones que el individuo realiza para intentar transformarse a sí mismo en sujeto moral de su propia conducta. Y por último, se encuentra la teleología del sujeto moral: la acción moral no se define en sí misma, sino en la ubicación dentro del dispositivo de la conducta. Así, la teleología del sujeto moral no sólo determina el ser del individuo, también define su modo de ser (Foucault, 1986, págs. 27-28). De donde resulta que para que se pueda calificar de “moral” a una acción no sólo se debe hacer en yuxtaposición a una ley o a un valor. Para Foucault, una acción es moral cuando la acción del sujeto está determinada en relación “consigo mismo”, lo cual no es sólo conciencia de sí, sino constitución de sí como “sujeto moral”. Para lograr esto el individuo, mediante su práctica moral, busca conocerse, controlarse, perfeccionarse y transformarse (Foucault, 1986, pág. 29). Por otra parte, su reflexión sobre la ética Foucault la enmarca en relación con la libertad. En la ya conocida entrevista realizada por el filósofo latinoamericano Raúl Fornet- Betancourt y otros el 20 de enero de 1984, en la que sostiene que la ocupación de sí mismo es lo 3 Según Leonardo Tovar (2000) el periodo de la normalización de la filosofía en Colombia empieza en este año con la creación del Instituto de Filosofía en la Universidad Nacional (pág. 621). 4 Aunque aquí no hay que exceptuar el hecho de que también se presenta la normalización disciplinaria la cual “consiste en plantear ante todo un modelo, un modelo óptimo que se construye en función de determinado resultado, y la operación de normalización disciplinaria pasa por intentar que la gente, los gestos y los actos se ajusten a ese modelo; lo normal es, principalmente, lo que es capaz de adecuarse a esa norma, y lo anormal, lo que es incapaz de hacerlo.” (Foucault, 2006, págs. 75-76)
  • 7. 7 que va constituyendo el ethos. Tomando como punto de partida el pensamiento griego acerca de su problematización de la libertad que luego desembocaba en el problema ética, Foucault afirma que el ethos de alguien se expresaba mediante la forma de ser, de expresarse, de mostrase. El ethos era proporcional al ejercicio de su libertad, por eso era posible que fuera problematizada. De ahí que “para que esta práctica de la libertad adopte la forma de un ethos que sea bueno […] es necesario todo un trabajo de uno sobre sí” (Foucault, 1994, pág. 115). Se logra determinar que el problema sobre la ética y su vinculación con la libertad cuentan con un trasfondo político, ya que este ethos de la libertad es también una manera de ocuparse de los otros, “El ethos implica también una relación para con los otros, en la medida en que el cuidado de sí convierte a quien lo posee en alguien capaz de ocupar en la ciudad, en la comunidad, o en las relaciones interindividuales […] El cuidado de sí implica también una relación al otro en la medida en que, para ocuparse bien de sí, es preciso escuchar las lecciones de un maestro” (Ibídem. óp. Cít. p. 116) Conviene subrayar que, como lo sostuvo en la cita anterior, Foucault es claro al plantear una condición ontológica de la ética toda vez que sea entendida como práctica de la libertad individual. Libertad que desde luego se posibilita en la medida en que las relaciones de poder tanto aquellas en las que se encuentra cobijado el individuo, como las que éste mismo ejerce sobre los otros iguales a él, se encuentran equilibradas. Pero cuando se fragmenta este equilibrio y se rompen los ligamentos equitativos de poder entonces aparece la tiranía, la ausencia del control sobre los apetitos y los placeres, en fin. Para Foucault las relaciones de poder se dan en la medida en que los sujetos son libres. Así afirmó en la entrevista citada líneas atrás, “Pienso que no puede existir ninguna sociedad sin relaciones, si se entienden como las estrategias mediante las cuales los individuos tratan de conducir, de determinar, la conducta de los otros. Sin embargo lo que se busca es procurarse reglas de derecho, las técnicas de gestión y también de moral, el ethos, la práctica de sí, que permitan jugar, en estos juegos de poder, con el mínimo de dominación... Este punto es la articulación entre la preocupación ética y la lucha política para el respeto de los derechos, de la reflexión crítica contra las técnicas abusivas de gobierno, y de una ética que permita fundamentar la libertad individual” (Foucault, 1994, pág. 139) Por consiguiente, para Foucault la función ética está fundamentada en el imperativo socrático: ocúpate de ti mismo, es decir, fundaméntate en libertad mediante el dominio de ti mismo (Lozano, 2012, pág. 89). Sintetizando, pues, se dirá para terminar que aplicar la categoría de normalización en el sentido en que el filósofo francés la presenta a la enseñanza de la filosofía en Colombia se puede hacer siempre y cuando no se abandone el punto de apoyo de la discusión, es decir la idea de la normalización de saberes, cuyos límites morales encuadra el linde del comportamiento de los individuos. (Tovar, La Normalización de la filosofía en Colombia. Ensayo de Crónica de las ideas., 2000)¿Puede la normalización de la filosofía, en tanto saber, incidir en la moral de la población? Si en dicha normalización del saber se establecen los cánones epistémicos para su enseñanza y aprendizaje, ¿quién o qué los define? Si el Estado vela por el bienestar de los ciudadanos, y dentro de ese bienestar se encuentra el disponer qué se estudia, cómo se estudia y para qué se estudia, ¿significa que la enseñanza de la filosofía, entre otros saberes, se puede constituir en técnica disciplinaria con el fin de salvaguardar ciertos parámetros de seguridad?
  • 8. 8 ¿Qué tipo de normalización de la filosofía se está presentado en Colombia? Es más, la normalización en Colombia ¿es un proyecto inacabado? ¿Un mito? ¿Por qué la discusión en torno a la didáctica de la filosofía en los niveles escolares universitarios y escolares secundarios se encuentra tan distanciada? Estos y muchos más cuestionamientos robustecen la justificación de que antes de lanzarnos a comprobar su efectividad, es menester hacer antes una revisión del término normalización empleado en el contexto de la filosofía en Colombia. Bibliografía Bacarlett, M., & Lechuga, A. (2009). Cangulhem y Foucault: De la normatividad a la normalización. Ludus Vitalis. Vol. XVII. Núm. 33 , 65-85. Castro-Gómez, S. (2013). Historia de la gubernamentalidad: Razón de Estado, liberalismo y neoliberalismo en Michel Foucault. Bogotá: Siglo del Hombre. Foucault, M. (1979). El ojo del poder. En J. Bentham, El Panóptico. Madrid: La piqueta. Foucault, M. (1994). Hermenéutica del sujeto. Madrid: Piqueta. Foucault, M. (1986). Historia de la Sexualidad. Tomo II. El uso de los placeres. México: Siglo XXI. Foucault, M. (2006). Seguridad, Territorio, Población. Curso en el Collége de France (1977- 1978). Buenos Aires: Fondo de Cultura económica. Foucault, M. (2002). Vigilar y castigar. Argentina: Siglo XXI. Hernández, R. (2013). La positividad del poder: la normalización y la norma. Teoria y crítica de la psicología , 81-102. Tovar, L. (2000). La Normalización de la filosofía en Colombia. Ensayo de Crónica de las ideas. En La filosofía del siglo XX. Balance y perspectiva. Actas del VII Congreso Nacional de filosofía. Perú: Fondo editorial PUCP. Lozano, M. (2012). La cuestión ética en Foucautl. Revista Amauta. Universidad del Atlantico. N° 20. Jul - Dic , 83-89. Morey, M. (1999). Sobre el estilo filosófico de Michel Foucault: Una crítica de los normal. En Michel Foucault, filósofo. España: Gedisa.