A propósito de la inminente amenaza que constituye el posible retorno de la mano criminal de Uribe al control del gobierno a través de su pusilánime muñeco Zuluaga, el ahora restituido alcalde y la seguramente restituible senadora han afirmado su apoyo contundente a Santos aduciendo que en él reposa la llave de la paz. Petro y Piedad y con ellos todo aquel que ha decidido reelegir a Santos para “reelegir la paz” han pasado de contestatarios a cómplices. Confundir la impugnación a escenarios funestos como el de la llegada al poder de Uribe y Zuluaga con salidas risibles como la de la reelección de Santos es un error. Entender en el apoyo al opresor una salida hacia un escenario de opresión lo es aún más.
1. Petro y Santos
De contestatarios a cómplices
CILEP. Centro de Investigación Libertaria y Educación Popular
A propósito de la inminente amenaza que constituye el posible
retorno de la mano criminal de Uribe al control del gobierno a través
de su pusilánime muñeco Zuluaga, el ahora restituido alcalde y la
seguramente restituible senadora han afirmado su apoyo contundente
a Santos aduciendo que en él reposa la llave de la paz. Petro y Piedad
y con ellos todo aquel que ha decidido reelegir a Santos para “reelegir
la paz” han pasado de contestatarios a cómplices. Confundir la
impugnación a escenarios funestos como el de la llegada al poder de
Uribe y Zuluaga con salidas risibles como la de la reelección de
Santos es un error. Entender en el apoyo al opresor una salida hacia
un escenario de opresión lo es aún más.
Varios sectores de oposición han manifestado ya la posibilidad de
votar por Santos en un repugnante escenario de segunda vuelta en el
cual Zuluaga no sólo confronte a Santos sino que además tenga
buenas probabilidades de triunfo. Aduciendo al miedo – un miedo
veraz, sustentado en 8 años de Uribismo cruento y asesino -, la
posibilidad de apoyo a una cara más amable de la opresión se ofrece
como una solución dolorosa. Pese a ello, hay dos tensiones que se
asoman en una toma de posición como esta. En primer lugar, por
cuanto esta toma de posición transgreda el límite de una desesperada
última instancia y devenga en un apoyo no sólo anticipado sino
entusiasta, hay allí una muestra de traición a un historial de
oposición. Las versiones más explícitas de esta primera tensión son
los nuevos cómplices Petro y Piedad. La segunda tiene que ver con
que un escenario de última instancia no puede hacer perder de vista
el horizonte sobre el cual están trazadas las apuestas más profundas
de transformación. En la medida en que este horizonte sea la
2. construcción de poder popular por vías distintas a las de un trágico
ceñirse al repugnante panorama electoral que nos ofrecen hoy los dos
candidatos que puntean las encuestas, la opción entonces debe ser -
antes que el miedo y la conmoción – la de la firmeza en una lucha
popular que llegue a ser capaz de enfrentar a cualquier criminal con
poder.
La cuestión de la decisión por una complicidad disfrazada de
estrategia seguramente pasa por motivaciones múltiples e inciertas
de parte de quienes apoyan ahora a Santos: desde conspiraciones no
elucidadas hasta fluctuaciones ideológicas bien lesivas. El argumento
más claro dentro de todo ello, abanderado por lxs mismxs nuevxs
cómplices, es sin embargo el de la necesidad de reelegir a Santos
como vía óptima de consecución de la paz y es de hecho de ello de lo
que podemos hablar más fehacientemente. Dicho argumento se
agota en el hecho mismo de que Santos no es el dueño de una paz
que corresponde al pueblo. Varias consideraciones habrían respecto a
este punto principal.
La apuesta por llevar a buen término un proceso de negociación del
conflicto armado considerando sus oportunidades políticas para el
momento histórico del país necesita de una valoración lo
suficientemente profunda – valoración, por demás, traducida en
acciones y decisiones contundentes – de quiénes son realmente los
protagonistas de una tan aclamada Paz verdadera. Pensemos, de
repente, en quienes son consignatarios de una silla en la gran mesa
de La Habana. Santos, en uno de los extremos, no podría ser el
protagonista de tal fin por cuanto sus aspiraciones vitales están
puestas en las de el aseguramiento de toda condición que permita a
su clase seguir dominando. Él, como expresión concreta de la
dominación, es además una expresión concreta de la mediocridad y
cualquier hipotética decisión suya a favor de cambios más o menos
importantes vendrá a estar condicionada por los acreedores de cada
uno de los hilos con los que sus manos y pies y sonrisa de marioneta
se mueven. Él está en la Habana principalmente para hacer más
seguro el tránsito de petróleo y oro en territorios de álgida violencia y
para que con ello los grandes bancos del país y del mundo pueda
especular más abundantemente.
Las FARC, en el otro extremo de la gran mesa, se juegan por su parte
el aseguramiento de una serie de condiciones para hacer un poco
más llevadera la política en el país hasta ahora con brutales
consecuencias para toda forma seria de oposición, procurando allí que
50 años de lucha armada les arrojen mucho más que su desaparición
en las armas. Pese a ello, las FARC representan también a un sector y
sería desmedido adjudicarles a ellos la llave de la paz.
3. Cabe acá decir que las negociaciones de la Habana no surgen por una
abstracta dupla de voluntades caprichosas entre dos actores (las
FARC y el gobierno) que repentinamente decidieron negociar el futuro
de unas instituciones. Son innegables los problemas que tiene la
mesa en términos de cuán incluyente es y cómo se participa allí. Pero
la realidad es que esa mesa existe de cara a condiciones históricas
que derivan en una coyuntura que le es propicia. Allí están
sucediendo cosas importantes para lo que ha sido nuestra vida como
país en los últimos 60 años y es precisamente por ello que en ese
movimiento histórico que arroja un proceso tal, es necesario recordar
que hay unos protagonistas mucho más fundamentales.
Los protagonistas de la Paz Verdadera no son otros que los
eternamente evocados por los negociadores de la gran mesa. Los que
viven la guerra armada, social, política y económica de forma más
cruenta y explícita: El Pueblo. Es el pueblo explotado del que hablan
las insurgencias y que termina siendo la razón última esgrimida para
tomar o dejar las armas. Y sí, el pueblo mismo al que de forma
hipócrita se refiere la élite en el gobierno. El pueblo al que se le dan
100mil casas y algunos subsidios triviales para hacer de su “barbárico
destino” una cuestión más llevadera y un poco menos diferente a la
de la exitosa realidad de un montón de castas llenas de vidas que
brillan por que al sudor, las lágrimas y la sangre del resto
desperdigadas en un valle de fango le han sacado brillo.
Es entonces como la llave de la paz, bien lo han dicho muchas
aunque al parecer no suficientes voces a lo largo de estos dos últimos
años, no la tiene Santos e incluso ni siquiera está en el proceso de
negociación ahora vigente con las FARC. Las tan sediciosas playas
habaneras son en realidad testigas de un momento que podría dar fin
a una confrontación armada muy aguda y longeva entre grandes
ejércitos y generar además ganancias importantes para el desarrollo
político de las instituciones que rigen el país, pero no al conflicto
social, económico y político Colombiano.
De cara a lo anterior, la consideración del activo protagonismo del
pueblo en la consecución paz no es trivial para la toma de posiciones
en esta coyuntura electoral fundamentalmente por que allí está la
dirección hacia la cual habría que dirigir toda decisión en favor de una
verdadera Paz. El pueblo, ahora bien, ha estado manifestándose en la
movilización. Un año de indignación y fuerte movilización con dos
paros agrarios de por medio da cuenta de esto, pues miles y miles
de personas organizadas y de a pie han salido a las calles motivadas
fundamentalmente por el asco que les produce la viciada política del
Estado y la desigual realidad que allí se asegura. Contra todas las
afirmaciones que deslegitiman la movilización a través del argumento
de la infiltración, hay que decir que la movilización ha sido una
expresión pura y fuerte de poder popular.
4. Anhelar la paz, así, no indica decidir brindar un apoyo ciego al
opresor (y en este caso la manifestación marionetesca del opresor).
Éste, valga reiterarlo, no posee más motivaciones vitales que las de
la reproducción de su propia clase. Quienes creen entonces que
reelegir a Santos es reelegir la paz están haciendo un cálculo
profundamente errado. Anhelar la Paz en este momento histórico y
en consideración del protagonismo del pueblo no es, como han dicho
Piedad y Petro, reelegir una ficticia figura que dice ser la paz. Anhelar
la paz es apoyar la movilización y apostarle a que ésta vaya hasta sus
últimas consecuencias. Anhelar la paz es creer en que el poder
popular existe en cada marcha que agrupa millones de intenciones
fundidas en el horizonte de lo distinto y lo posible. Anhelar la Paz es
rechazar las vías que ahogan los miedos anodinos por la llegada de la
extrema derecha narco-paramilitar de Zuluaga y Uribe apoyando a la
no menos sucia derecha de Santos. Anhelar la Paz es afirmar que ni
Santos ni Uribe deben gobernar y que ninguno de los dos constituye
una alternativa realmente decisiva para nuestra Paz. La Paz la
ganamos como pueblo, en la movilización y la organización popular y
en la disposición de la capacidad de poner en jaque a cualquier
gobierno enemigo en ejercicio del poder del Estado.
Es bien claro que paz son cambios. Es bien claro, además, que esos
cambios no constituyen tenues paliativos únicamente dados dentro de
los precarios marcos de maniobra posibles que ofrece un sistema
jurídico, político y económico estructuralmente viciado en sus bases
fundamentales y, a razón de ello, desarrollado históricamente gracias
a esfuerzos descomunales – efectuados, sí, por las élites y los
opresores - por hacer contenibles sus inextricables contradicciones.
Es bien claro, entonces, que estos cambios tienen que ver con
transformaciones sustanciales de las formas en las cuales nos
relacionamos y de nuestras relaciones mismas. Afirmar con solidez
que Paz son Cambios es tener en mente una vida digna para los
humanos y también para toda la vida existente en el mundo.
Asumiendo que en algún sentido hablan prioritariamente del lado de
cambios reales para todxs y no de agendas individuales
indescifrables, el error de lxs nuevxs cómplices radica en un cálculo
ambiguo que confunde entre el dinamismo y la debilidad. La política
necesita de dinamismo y quienes se consideran en el marco de
ejercicios políticos deben ser lo suficientemente audaces y creativos
para reinventar su hacer de forma permanente y poder fluir en lo que
la coyuntura y el momento histórico les ofrece. Pero apoyar a Santos
no es definitivamente un acto de estratégico dinamismo político sino
de debilidad: “Por cuanto tememos a una versión más tenebrosa del
Opresor (la venenosa daga uribista) preferimos una versión
ligeramente menos podrida de éste”. Eso, ha de reiterarse,
5. asumiendo que sus prioridades están en algún sentido puestas a
favor de un interés colectivo.
Si de lo que se trata es de buscar una solución electoral en el
próximo Domingo, las únicas candidatas que se acercan al necesario
y protagónico reconocimiento del pueblo como fundamento de la
política son Clara y Aída. El voto en blanco y la abstinencia electoral
suelen ser soluciones capitalizadas jurídica y políticamente por los
opresores dueños del gran ranking. Sin temores estrepitosos, si el
voto es una opción para nosotrxs, apoyemos dignamente a las
candidatas de la izquierda. Pero la prioridad, en todo caso, es la de
seguir construyendo poder popular