1. El misterio del pecado y la
reconciliación dentro del matrimonio
Tema 8
Cuando llegué a casa, esa noche mientras mi esposa servía la cena,
la tomé de la mano y le dije: tengo algo que decirte. Ella solo se sentó
a comer en silencio. Yo observaba el dolor en sus ojos, no sabía cómo
hablar, pero tenía que decirle lo que pensaba. Quiero el divorcio, le dije.
Mis palabras parecieron no molestarle y tranquilamente me preguntó:
«¿por qué?». Yo no supe qué responder.
Ella quería saber qué le había pasado a nuestro matrimonio, pero yo no
podía darle una respuesta satisfactoria. Mi corazón ahora le pertenecía a
Elvia. Con un gran sentido de culpa, redacté un acuerdo de divorcio en
el que le daba nuestra casa, nuestro auto y un 30% de las acciones de
mi empresa. Después de leerlo, ella lo rompió en pedazos. La mujer que
había estado veintitrés años de su vida conmigo ahora era una extraña.
Pero ya no había marcha atrás, yo amaba a otra mujer.
Al siguiente día, llegué a casa muy tarde y ella estaba en la mesa
escribiendo algo. Yo tenía mucho sueño y me fui a dormir. Desperté en la
madrugada y ella todavía seguía escribiendo; la verdad, no me importó y
solo seguí durmiendo. Por la mañana, me presentó sus condiciones para
aceptar divorciarse:
No quería nada de mí, pero necesitaba un mes antes de firmar el
divorcio. Me pidió que en ese mes tratáramos de vivir una vida lo más
normal posible. Sus razones eran simples, nuestro hijo tenía exámenes
importantes en este mes y no quería mortificarlo con la noticia del
matrimonio frustrado de sus padres. Yo estuve de acuerdo; pero había
más, me pidió que me acordara cómo la cargué el día de nuestra boda.
Quería que cada día de ese mes la cargara de nuestro cuarto hasta
la puerta de la casa; pensé que se estaba volviendo loca, pero decidí
aceptar este raro requisito con tal de que ese mes pasara sin peleas o
malos momentos.
Le conté a Elvia de las condiciones que puso mi esposa, ella se burló
bastante y pensó que sus condiciones eran muy absurdas.
El primer día que la cargué se me hizo difícil. Nuestro hijo nos vio,
aplaudió de felicidad al vernos y dijo: «papá me da gusto que quieras
mucho a mi mamá». Sus palabras me causaron un poco de dolor. Desde
nuestra habitación hasta la puerta de enfrente caminé como diez metros
Meditemos en la siguiente historia…
con ella en mis brazos. Ella cerró sus ojos y me dijo al oído que no le dijera nada
sobre el divorcio a nuestro hijo. Me sentí muy incómodo, la bajé y ella caminó a
tomar el autobús para ir a trabajar.
El segundo día fue un poco más fácil. Ella se recargó ligeramente en mi pecho.
Pude oler la fragancia de su blusa. Me di cuenta que desde hace tiempo no le
había puesto mucha atención, ya no era tan joven, había arrugas en su cara, su
pelo mostraba canas.
Ese era el precio de nuestro matrimonio. Por un minuto, me pregunté si yo era
el responsable de esto. Al cuarto día, cuando la cargué, sentí que regresaba un
poco de intimidad. Esta era la mujer que me había dado venintitrés años de su
vida. El quinto y sexto día, me di cuenta que el sentimiento crecía otra vez. No le
platiqué nada de esto a Elvia. Conforme los días pasaban se me hacía más fácil
cargarla. Quizás el ejercicio de hacerlo me estaba haciendo más fuerte.
Una mañana la vi que estaba buscando un vestido para ponerse, pero no
encontraba nada que le quedara. Solo suspiró y dijo: todos mis vestidos me
quedan grandes. Es ahí donde me di cuenta que por eso se me hacía muy fácil
cargarla, estaba perdiendo mucho peso.
De pronto, inconscientemente le toqué la frente. Nuestro hijo entró en ese
momento y dijo: «papá es tiempo de que cargues a mamá». El ver a su papá
cargar a su mamá todos los días se le había hecho costumbre. Mi esposa
le dio un fuerte abrazo. Yo mejor miré hacia otro lado por temor a que esta
conmovedora imagen me hiciera cambiar de planes. Luego la cargué y empecé
a caminar hacia la puerta, su mano acarició mi cuello, y yo la apreté fuerte con
mis brazos, justo como aquel día de abril en que nos casamos; pero su estado
físico me causó tristeza. El último día del mes, cuando la cargué sentí que no me
podía ni mover. Nuestro hijo ya se había ido. La abracé fuerte y le dije que nunca
me di cuenta que a nuestra vida le hacía falta algo así.
Me subí al auto rápidamente, tenía el temor de volver a cambiar de opinión.
Llegué a la casa de Elvia, toqué la puerta y le dije: «lo siento mucho pero ya
no me voy a divorciar». Ella no podía creer lo que le estaba diciendo, hasta
me tocó la frente y me preguntó si tenía fiebre. Quité su mano de mi frente y
le dije de nuevo: «lo siento Elvia, ya no me voy a divorciar, mi matrimonio era
aburrido porque ni ella ni yo supimos apreciar los pequeños detalles de nuestras
vidas. No porque ya no nos amáramos. Ahora me doy cuenta que cuando nos
casamos y la cargué por primera vez asumí la responsabilidad de cargarla hasta
que la muerte nos separe». Y dicho esto, me fui de ahí.
Después del trabajo hice una parada en una florería, ordené un ramo de rosas para
mi esposa. La chica me preguntó que si deseaba poner algo en la tarjeta. Yo sonreí y
escribí: «Siempre te llevaré en mis brazos hasta que la muerte nos separe».
Son los pequeños detalles lo que en verdad importan en una relación. Encuentra
tiempo para ser el amigo de tu esposo o esposa, y tómense todo el tiempo necesario
con esos pequeños detalles que hacen la diferencia. Muchos de los fracasos en la vida
le sucede a gente que no se da cuenta de lo cerca que estaban del éxito ni cuando se
dieron por vencidos.
Que tengan un feliz matrimonio.
¿Ustedes qué opinan?
88 89El misterio del pecado y la reconciliación dentro del matrimonioEncuentro III: «Matrimonio, sacramento y fuente de santidad»
2. ÆÆ Para profundizar en el misterio del pecado y la reconciliación debemos dejar de
lado los «lugares comunes», los prejuicios, las «frases hechas» repetidas sin crítica
alguna. Sólo así podremos extraer las luces que señalen el camino hacia la santidad
y perfección, los criterios necesarios para entendernos a nosotros mismos, no como
mera teoría, sino dentro de nuestra existencia concreta.
ÆÆ Sin el dato del pecado y la reconciliación el misterio de la persona humana resultará
mucho más insondable y confuso.
¿Por qué es importante mantener una actitud reflexiva sobre las verdades
esenciales que involucran a la vida humana? ¿Nuestra cultura favorece la
reflexión? ¿Cómo?
Necesaria reflexión y honestidad
La ruptura original y sus consecuencias
¿Qué es el pecado y cuáles son sus consecuencias?
¿Por qué se le llama “fontal” al pecado original?
¿Cómo explicamos que el pecado es un acto suicida y homicida?
¿Qué errores actuales podemos identificar en la interpretación del pecado de
nuestros primeros padres?
99 El hombre antes del pecado vivía en profundo diálogo con Dios y su relación era de
naturalidad y cercanía. En cada una de las dimensiones del ser había orden. Vivían en
un estado de «inocencia original» o de «justicia original».
99 El matrimonio era bueno desde sus orígenes. El libro del Génesis dice que Dios creó
el mundo y «vio que era bueno», entonces el matrimonio, también creado por Dios,
tiene que ser bueno.
99 Como consecuencia del pecado se origina la ruptura consigo mismo, la ruptura
con Dios, con los demás y se pierde el horizonte de la propia vida, introduciendo la
inestabilidad y la confusión.
Desobediencia al Plan de Dios:
99 El pecado «fontal» (original y modelo de todo pecado) consistió en que el hombre
buscó «ser como Dios». El pecado consiste en usurpar un atributo exclusivo del
Creador, juzgándose capaz por sí mismo de conocer y decidir el bien y el mal.
99 San Juan Pablo II lo llamaba «exclusión de Dios», «ruptura con Dios», «desobediencia
a Dios». Hoy la negación de Dios es el núcleo mismo del pecado.
99 El pecado original radica en la desobediencia del hombre frente a Dios.
99 El problema está en pretender ser como Dios contradiciendo la naturaleza de las
cosas y decidiendo seguir el propio «plan de vida» y no el que Él dispuso desde
siempre para nosotros.
a) Antes del pecado
c) Consecuencias del pecado en la vida matrimonial
b) El pecado
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3. 99 Entre el varón y la mujer opera una ruptura, surgen relaciones de conflicto y
desconfianza. La sexualidad se convierte en uno de los motores de la búsqueda
desesperada de la propia satisfacción a costa de la dignidad del otro.
99 El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que «el primer pecado, ruptura con Dios,
tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el hombre
y la mujer».
99 Por el pecado se da la ruptura con Dios y con ello aparece la lejanía y el miedo.
La vergüenza frente a Dios, conduce fatalmente a la vergüenza personal. Esta crea
desorden e inestabilidad en el hombre y sus consecuencias invaden también la
dimensión sexual.
99 El cuerpo se percibe más como un objeto que, separado de aquello que lo anima,
se convierte en una realidad vulnerable. Esta nueva perspectiva del conocimiento,
conlleva a la inseguridad y a la desconfianza: «¿me amará por lo que soy o solamente
por mi cuerpo?».
99 A pesar de que el matrimonio sufre los embates del pecado; este fue y sigue siendo
bueno, por ser obra de Dios. Este desorden, no se origina en la naturaleza del hombre
y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado.
99 Hay que señalar además, que el pecado no cambia el Plan de Dios con respecto al
matrimonio. Sin embargo, para sanar las heridas que ocasiona, el hombre y la mujer
necesitan de la ayuda de la gracia que Dios, que su misericordia infinita, jamás les ha
negado.
99 La crisis que distancia a los esposos se inicia y se acrecienta por la ofensa. La
ofensa grave aparece como un rechazo a honrar al otro en su justa dignidad.
La deshonra se extiende hacia los deberes que como esposos han contraído al
recibir el sacramento del que ellos mismos fueron Ministros. En toda ofensa hay
dos extremos: el ofensor y el ofendido.
99 El verdadero problema del ofendido radica en la dificultad para juzgar
adecuadamente la gravedad de lo que le ha sucedido. Ello es fundamental para el
anticipo de un acto de perdón. Se trata de perdonar faltas «reales» cuyo peso es
percibido por igual, tanto por el ofensor como por el ofendido.
d) La desnudez
e) Dignidad del matrimonio
a) La ofensa realizada y sentida
¿Cuáles son las consecuencias del pecado en el matrimonio?
ÆÆ En medio de las consecuencias dolorosas del pecado el ser humano experimenta
una fuerte nostalgia de reconciliación. Se trata de la honda aspiración a ser
perdonado y a perdonar, mediante la plenitud de la caridad.
ÆÆ En el hombre se pueden reconocer múltiples manifestaciones de esta nostalgia.
Hay pues una sed de reconciliación, de amistad con Dios, de armonía personal.
Podemos estar plenamente convencidos de que en el corazón de todo ser
humano existe esta necesidad de Dios, que ni la suma de todos los pecados de
la humanidad puede aniquilar.
ÆÆ La reconciliación obrada por Dios en Cristo se realizó una vez y para siempre. El
mal fue vencido con el bien.
ÆÆ La relación hombre-mujer y su despliegue programático en el enamoramiento,
noviazgo y matrimonio se halla en el presente, dotada de un potencial tremendo:
la posibilidad de un amor en permanente crecimiento y misteriosamente ilimitado.
Y si hablamos de amores extremos y de «extremas soluciones», tenemos que
abordar el concepto del «perdón».
ÆÆ La crisis desde una perspectiva meramente humana sería el anticipo directo del
divorcio y no habría nada más que hacer. El perdón –que es un acto sublime
del amor– no parece tener cabida en la mente ni en el corazón de una pareja o
familia en crisis. Pero la realidad del «hombre nuevo» regenerado por la acción
reconciliadora de Dios, descubre en esta virtud el punto de intersección con la
acción divina y el camino de superación del amor. El que perdona, ama; y el amor
cambia todas las cosas.
ÆÆ Es cierto que nuestra naturaleza ha sufrido una distorsión; pero también lo es, el haber
recibido la gracia de la Reconciliación por mérito de Cristo, quien restauró nuestra
naturaleza caída ofreciéndonos nuevamente un camino de plenitud y felicidad.
ÆÆ Cristo, el hombre perfecto, nos señala con su vida la recta decodificación de nuestros
dinamismos fundamentales a través de una existencia virtuosa, llevando el amor
hasta el extremo… ¡del PERDÓN incondicional!
ÆÆ Tal es la radicalidad del cristianismo: un Dios que perdona, enviando a su propio
hijo para sufrir en manos de los hombres; por quienes desea entregar su vida para
cancelar las deudas.
La Reconciliación en el Señor Jesús
Nostalgia de reconciliación
El perdón y la reconciliación entre los esposos
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4. 99 Desde el punto de vista del ofensor, tiene que cumplirse lo que podríamos llamar
una «analogía de la confesión sacramental».
99 El primer paso es hacer un examen de conciencia. Hay que realizarlo de forma
individual pero también en pareja, ya que es la relación de ambos la que se ha
visto lesionada.
99 Luego o durante dicha acción, debe sentirse el mal cometido como verdadero
mal, y en proporción a la gravedad de este.
99 Paso siguiente, el daño reconocido y sentido como tal debe reencaminar a la
propia conciencia. Asumir una nueva postura frente a la vida en común, recordar
y afianzar los deberes contraídos en el pacto nupcial.
99 De ahí nace el deseo de no repetir la ofensa. Es el momento de un nuevo
compromiso con la persona amada: una auténtica reconciliación. El momento del
«pedir perdón» es el corolario de este recorrido existencial.
99 Perdonar es y será siempre un don, un regalo que busque imitar, en tremenda
desproporción claro está, la acción misericordiosa de Cristo en la Cruz. El perdón
posee todas las características del amor:
b) Condiciones personales para la reconciliación
• Es desinteresado, y no entra en una perspectiva de cálculo político o de
estrategia (no se reduce a una amnistía).
• Es gratuito, y no necesariamente el ejercicio de un poder que demandaría
gratitud.
• Como todo don, es un acto que incluye a su destinatario: lo restablece en su
dignidad. La frase común «yo perdono pero no olvido», no tiene aquí cabida.
• Es el ofendido quien termina pagando –por pura generosidad– la deuda que,
desde una fría casuística, debiera pagar el ofensor, pues su perjuicio es real,
como también lo es el desequilibrio que introdujo en la relación.
99 La reconciliación, siendo en esencia divina, es al mismo tiempo tan connatural al
hombre que debe convertirse en un «estilo de vida». Para ello requerimos crecer
en la virtud de la fortaleza, templanza, mansedumbre y prudencia. Tan importante
como crecer en la vida espiritual y pedir a Dios mayor fe, esperanza y caridad.
99 Gracias a las virtudes teologales ingresamos a la vida del Espíritu, donde reina la
benevolencia infinita, la que nos pide amar y perdonar a nuestros enemigos.
¿Qué significa la Reconciliación?, ¿qué consecuencias positivas se desprenden
de este misterio?
¿Por qué es tan importante el perdón en la vida conyugal?, ¿cuáles son las
condiciones para que se haga efectivo?
¿Es posible perdonarlo todo?, ¿en dónde encontramos la medida o norma
suprema del perdón?
¿Cómo se vive el misterio reconciliador dentro del matrimonio?
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5. Dialoguemos
en pareja
¿Cuán conscientes somos del pecado en nuestras vidas?
¿Hemos sufrido ya las consecuencias del pecado original y actual en nuestra relación de pareja?,
¿en qué momentos?
¿Podemos afirmar que el perdón y la reconciliación se han convertido ya en un «estilo de
vida» para nosotros?
¿Cuán importante es para nosotros acudir al Sacramento de la Reconciliación?
¿Valoramos la importancia del perdón?, ¿lo estamos practicando?
¿Qué debemos tener en cuenta cuando surjan diferencias en nuestras opiniones o afirmaciones?
¿Qué tenemos que hacer para afrontar en el futuro próximo una ofensa grave?
¿Qué exige de nosotros el deber de pedir perdón y perdonar?
¿Cómo nos podemos preparar desde ahora para cultivar esta virtud?
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