1. EL JOROBADO
Door María del Carmen Caucín Aragón y Josefina Moreno
Había un vez, hace mucho tiempo, en el antiguo Irlanda, un jorobado. Siempre andaba con la espalda
agachada, ya que no era capaz de andar derecho.
Debido a su cuerpo no podía cortar árboles, ni ayudar a construir casas, ni cazar ciervos con su lanza.
Ningún enemigo le temería nunca.
Casi siempre vagaba solo por los bosques y los campos pensando en su triste destino. Era muy infeliz
y a menudo se sentaba sobre el tronco de un árbol y lloraba muchísimo. Pero eso sólo lo hacía
cuando se sentía seguro de que nadie lo podía ver. Pues sabía que la gente se burlaría de él al verlo
meneando ridículamente su joroba.
Un día salió otra vez para los campos y pensó de nuevo lo triste e inútil que era su vida, pero lo que
antes nunca había ocurrido, ocurrió en ese momento: se perdió.
Como siempre había andado jorobado, conocía cada mata de hierba y cada tronco de árbol de su
pueblo, pero lo que él veía ahora no lo conocía. Estaba seguro de que ahí no había estado nunca.
Se asustó al darse cuenta de que había niebla. Poco a poco el mundo a su alrededor disminuía cada
vez más, hasta que llegó el momento que casi sólo veía un color gris impenetrable.
2. Tenía miedo pero pensó que lo mejor sería seguir andando y esperar encontrar un camino más
conocido.
De pronto oyó el suave sonido de agua, siguió para ver de dónde venía y descubrió un pequeño río.
Aunque no conocía el río, le propinaba alguna esperanza y decidió andar por la orilla.
Pensaba que tenía que haber una casa o un pueblo donde le pudieran decir dónde se encontraba,
aunque la idea de encontrarse con gente que no lo conocía le provocaba ansiedad. ¿Cómo iban a
reaccionar al verlo tan jorobado?
Pensando en todo eso no prestó atención por dónde andaba y cuando se dió cuenta, vió que ya el río
había desaparecido y parecía que se encontraba en una cueva.
3. En la cueva lumbraba una luz misteriosa, veía extrañas siluetas en las paredes que parecían las raíces
de enormes árboles. De pronto esas raras figuras empezaron a moverse y poco a poco se acercaron a
él. ¡Era un gnomo!
-Dime -le dijo el gnomo y sus palabras resonaban suavemente en las paredes de la cueva.
-¿Qué voy a decirle? -pregunto el jorobado perplejo mientras que su voz también resonaba
muchísimo.
-¡Dime cuál es tu deseo! -respondió el gnomo amablemente -¿para eso viniste, no? Todo el que viene
aquí puede hacer un deseo y nosotros nos encargamos de cumplirlo.
-Yo no sé lo que voy a desear -dijo el jorobado, -nunca he pensado en eso, soy un pobre jorobado y
no deseo nada. Tampoco sé el motivo por el que estoy aquí.
Una segunda silueta se soltó de la pared, se dirigió hacia él y le dijo:
-anda, no seas tan modesto, yo sí que sé cuál es tu deseo, todos los que vienen aquí quieren lo
mismo, ¡ven conmigo!.
El gnomo lo cogió de la mano y se lo llevó a un rincón de la cueva, allí había unos cajones grandes,
decorados con unas maravillosas piedras preciosas. El duendecillo abrió uno de los cajones, cogió
una mano llena de monedas y las soltó lentamente mientras caían de nuevo en el cajón.
-Todo esto es para tí -le dijo el gnomo -y también los otros cajones, !llévatelos! Serás el hombre más
rico del mundo y con estos tesoros podrás cumplir todos tus deseos, pues teniendo dinero puedes
comprar lo que quieras: palacios, tronos, personas, amor, verdades, lo que quieras.
El jorobado miraba los cajones, pero torció silenciosamente la mirada hacia el suelo y al rato se negó
con la cabeza. -No, esto no es lo que deseo, ¡cierra el cajón!
4. -Pero entonces, ¿qué es lo que deseas?” -le preguntó el primer duendecillo aún muy amable,
-¡dímelo!
Un tercer gnomo salió de la pared y dijo: -ya lo entiendo, lo que quiere es poder, ¡claro!
Éste también cogió al jorobado de la mano y se lo llevó hacia unas cortinas largas y anchas, poco a
poco abrió las cortinas y allí apareció un ejército enorme. Había caballeros armados, lanzadores,
arqueros, infantería con hachas y machetes, utensilios para tirar piedras y destrozar puertas.
Delante del ejército había un ardiente caballo negro, maravillosamente ensillado, pero la silla de
montar estaba vacía. Un escudero estaba de pie al lado del animal, aguantando bien las riendas.
¡Móntate! -le dijo el gnomo, -todos te temerán y harán todo lo que tú les pidas, este ejercito te será
fiel toda tu vida y podrás conquistar el mundo entero, el que esté en contra tuya será aplastado por
los soldados.
El jorobado miró al ejercito y al caballo pero agachó de nuevo la cabeza y dijo otra vez: -no, no es
esto lo que deseo, ¡cierra las cortinas!
-Pero entonces, ¿qué es lo que deseas?, tienes que decirlo tú mismo.
El jorobado estuvo pensando durante un rato mientras los duendecillos esperaban con paciencia y lo
miraban amablemente.
5. También se soltaron más gnomos de las paredes y todos lo contemplaban con gran expectación.
Entonces, de pronto dijo el jorobado: -ya sé qué es lo que deseo.
-Bueno, pues ¡dínoslo! ¿en qué podemos servirte? Y el jorobado respondió: -quiero ser una persona
completa, hecha y derecha y sin joroba.
6. Eso es facilísimo -respondió uno de los duendecillos, le puso la mano sobre la joroba, le dió un tirón,
le sacó de una vez el maldito bulto de la espalda y lo puso en un rincón.
En medio de la cueva ahora se encontraba una gran persona hecha y derecha con la cabeza
levantada. Salió corriendo de la cueva y pronto encontró el camino que le condujo a su pueblo. La
7. gente al principio ni lo conocían, tuvo que convencer a todos de que él era el verdadero jorobado
que había salido esa mañana del pueblo. Cada vez más gente se acercaba y escuchaba su
sorprendente historia. Relató que había salido a andar, que se había perdido, que había andado por
la orilla del río y que entonces dio con la cueva. También contó como los gnomos le habían ofrecido
los cajones repletos de oro y joyas.
-¿Y los dejaste allí? -saltó uno de los que estaban allí.
Siguió contando del enorme ejército y del poder de ser conquistador.
-¿Y también todo eso lo rechazaste? -pregunto otra vez el mismo individuo sorprendido. Dejó de
escuchar y se deslizó silenciosamente, dirigiéndose por el mismo camino que había seguido el
jorobado. También él se perdió y se asustó, luego encontró el río, lo siguió y al final llegó a la misma
cueva.
Inmediatamente se le acercó un gnomo.
-No me preguntes nada -dijo el individuo enseguida, -pues yo ya sé lo que quiero, vengo a recoger lo
que el estúpido jorobado ha dejado aquí esta mañana.
-Pues eso es facilísimo -respondió el gnomo, se dirigió al rincón de la cueva, cogió la joroba del suelo
y de un golpe se la colocó firmemente en la espalda al paisano.