1. Asamblea en la Carpintería
Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una
reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la
presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar.
¿La causa?
¡Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba todo el tiempo golpeando.
El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo;
dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.
Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la
lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los
demás.
Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro que
siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el
único perfecto.
En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el
martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente, la tosca madera inicial se
convirtió en un lindo juego de ajedrez.
Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la
deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo:
“Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero
trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no
pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de
nuestros puntos buenos”.
La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba
fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el
metro era preciso y exacto.
Se sintieron entonces un equipo capaz de producir y hacer cosas de calidad.
Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.
Ocurre lo mismo con los seres humanos. Observen y lo comprobarán. Cuando
en una empresa el personal busca a menudo defectos en los demás, la
situación se vuelve tensa y negativa. En cambio, al tratar con sinceridad de
percibir los puntos fuertes de los demás, es cuando florecen los mejores logros
humanos.
Es fácil encontrar defectos, cualquier tonto puede hacerlo, pero encontrar
cualidades, eso es para los espíritus superiores que son capaces de inspirar
todos los éxitos humanos.
2. El funeral del "No puedo"
La clase de cuarto grado de Donna se parecía a muchas que había visto en el
pasado los alumnos estaban sentados en cinco hileras de seis bancos. El
escritorio de la maestra estaba en el frente de cara a los estudiantes. Las
pizarras de los anuncios mostraba trabajos escolares. En la mayoría de los
aspectos, parecía un aula tradicional de escuela primaria. Sin embargo, el
mismo día en que entré por primera vez, algo me pareció distinto. Parecía
haber una corriente subterránea de excitación.
Donna era una maestra veterana en una pequeña ciudad de Michigan, a la que
faltaban apenas dos años para jubilarse. Además se había ofrecido como
voluntaria en un proyecto de desarrollo personal que yo había organizado y
dirigido en todo el condado. La capacitación se centraba en ideas relacionadas
con el lenguaje y el arte que pudieran hace sentir bien consigo mismos a los
estudiantes y a hacerse cargo de sus vidas. La tarea de Donna consistía en
asistir a las sesiones de capacitación y poner en práctica los conceptos que se
presentaban. Mi tarea consistía en hacer visitas a las clases y alentar la puesta
en práctica.
Me senté en un banco vacío al fondo de la clase y observé. Todos los alumnos
estaban trabajando en una tarea que consistía en llenar una hoja de cuaderno
con pensamientos e ideas. La alumna de diez años que estaba más cerca de
mí estaba llenando su página con "No puedo".
"No puedo patear la pelota de fútbol más allá de la segunda línea."
"No puedo hacer una división larga con más de tres números."
"No puedo hacer que Debbie me quiera."
Había llenado media página y no mostraba signos de parar. Trabajaba con
determinación y persistencia.
Caminé junto a los bancos mirando las hojas de los chicos. Todos escribían
oraciones describiendo cosas que no podían hacer.
"No puedo hacer diez abdominales."
"No puedo pasar la defensa del campo izquierdo."
"No puedo comer solamente una galletita."
A esa altura, la actividad atrajo mi curiosidad, de modo que decidí hablar con la
maestra para ver qué pasaba. Al acercarme, noté que ella también estaba
ocupada escribiendo. Me pareció mejor no interrumpirla.
"No puedo conseguir que la madre de John venga a la reunión de maestros."
"No puedo conseguir que mi hija le cargue nafta al auto."
"No puedo logra que Alan use palabras en vez e sus puños."
Derrotada en mis esfuerzos por determinar por qué alumnos y maestra se
demoraban en lo negativo en lugar de escribir las afirmaciones "Puedo", más
positivas, volví a mi asiento y continué mis observaciones. Los alumnos
escribieron durante otros diez minutos. La mayoría de ellos llenaron su página.
Algunos empezaron otra.
"Terminen la que están haciendo y no empiecen otra", fue la instrucción de
Donna para indicar el final de la actividad. Los estudiantes recibieron luego la
indicación de doblar sus hojas por la mitad y llevarlas al frente. Al llegar al
escritorio de la maestra, colocaban sus declaraciones de "No puedo" en una
caja de zapatos vacía.
Una vez recogidas las hojas de todos los alumnos, Donna agregó la suya.
Tapó la caja se la puso bajo el brazo, se encaminó hacia la puerta y salió al
hall. Los alumnos siguieron a la maestra. Yo seguí a los alumnos.
3. Al llegar a la mitad del corredor, la procesión se detuvo. Donna entró en la sala
de las ordenanzas, dio algunas vueltas y salió con una pala. Con la pala en una
mano y la caja de zapatos en la otra, Donna condujo a los estudiantes hasta el
rincón más alejado del parque. Allí empezaron a cavar.
¡Iban a enterrar sus "No puedo"! La excavación llevó más de diez minutos
porque la mayoría de los chicos quería colaborar. Cuándo el pozo alcanzó más
o menos noventa centímetros de profundidad, dejaron de cavar.
Acomodaron la caja de los No puedo" en el fondo del pozo y la cubrieron
rápidamente con tierra.
Alrededor de la tumba recién cavada, había treinta y un chicos de diez y once
años. Cada uno tenía por lo menos una página llena de "No puedo" en la caja
de zapatos, a un metro de profundidad. La maestra también.
En ese momento, Donna anunció: "Chicos, por favor junten las manos y bajen
la cabeza". Los alumnos obedecieron. En seguida, formaron un círculo en torno
de la tumba y formaron una ronda tomados de las manos. Bajaron la cabeza y
esperaron. Donna dijo su oración.
"Amigos, estamos aquí reunidos para honrar la memoria de "No puedo".
Mientras estuvo con nosotros en la tierra, afectó en la vida de todos, de
algunos más que de otros. Desgraciadamente su nombre ha sido pronunciado
en todos los edificios públicos, escuelas, municipalidades, congresos, y sí,
hasta en la Casa Blanca.
"Acabamos de darle una morada definitiva a "No puedo" y una lápida contiene
su epitafio. Lo sobreviven sus hermanos, "Puedo", "Quiero" y "Lo haré ya
mismo".
No son tan conocidos como su famoso pariente e indudablemente todavía no
resultan tan fuertes y poderosos.
Tal vez algún día, con su ayuda, tengan una incidencia mayor en el mundo.
"Roguemos que "No puedo" descanse en paz y que; en su ausencia, todos los
presentes puedan hacerse cargo de sus vidas y avanzar. Amén."
Al oír la oración, me di cuenta de que esos alumnos nunca olvidarían ese día.
La actividad era simbólica, una metáfora de la vida. Era una experiencia del
lado derecho del cerebro que quedaría adherida a la mente inconsciente y
consciente para siempre.
Escribir los "No puedo", enterrarlos y escuchar la oración. Era un esfuerzo muy
grande por parte de esta maestra. Y todavía no había terminado. Al término del
panegírico, lleva a los alumnos nuevamente a la clase e hicieron un festejo.
Celebraron la muerte de "No puedo" con masitas, pochoclo y jugo de frutas.
Como parte de la celebración, Donna cortó una gran lámina en papel y escribió
las palabras "No puedo" arriba y en el medio RIP. Abajo agregó la fecha.
La lápida de papel quedó en el aula de Donna durante el resto del año. En las
escasas ocasiones en que un alumno se olvidaba y decía: "No puedo", Donna
simplemente señalaba el cartel. El alumno recordaba entonces que "No puedo"
estaba muerto y optaba por reformular su afirmación.
Yo no era alumno de Donna. Ella sí era alumna mía.
Sin embargo, ese día aprendí de ella una lección perdurable.
Ahora, años más tarde, cada vez que oigo "No puedo", veo las imágenes de
ese funeral de cuarto grado.
Como los alumnos, me acuerdo de que "No puedo" murió.
4. El virtuosismo de Paganini
Esta historia narra uno de sus conciertos. El auditorio estaba repletó y sonó
una gran ovación al entrar la orquesta y el director. Pero al aparecer Paganini,
la ovación fue ensordecedora, tal expectación creaba.
Paganini se coloca el violín y comienzan a escucharse bellos sonidos, breves y
semibreves, corcheas y semicorcheas; los sonidos envuelven y encantan al
público allí congregado.
Repentinamente un sonido extraño interrumpe el silencio: una de las cuerdas
del violín de Paganini se rompe. Tanto el director como la orquesta pararon de
inmediato.
Pero el violinista, a pesar del percance continuo arrancando los sonidos al
instrumento.
El maestro y la orquesta vuelven a tocar, y antes de que el público se
sobreponga, otra cuerda del violín vuelve a romperse.
Nuevamente la orquesta y el director paran de tocar, el rumor entre el público
se acrecienta...pero Paganini no paró. Como si nada hubiese sucedido, él
olvidó las dificultades y avanzó, sacando sonidos de lo imposible.
El director y la orquesta, impresionados, vuelven a tocar. Pero el público no
podía imaginar lo que estaba por acontecer: una tercera cuerda del violín se
rompe.
El director y la orquesta paran de tocar, angustiados y el público contiene la
respiración: Paganini, continua, como un contorsionista musical, arrancando
sonidos a la única cuerda del violín, y la orquesta y el director motivados ante
la actitud del violinista, siguen tocando ante el delirio del público.
Paganini alcanzó la gloria, su nombre se hace famoso a través de los tiempos,
no sólo como violinista, sino como un profesional que continua adelante frente
a las adversidades.
Independientemente del problema que tengamos, sea de índole personal,
profesional o incluso familiar, no todo está perdido. Aún tenemos, como en el
violín, cuerdas para continuar ejerciendo nuestro talento.
Siempre quedará una cuerda para apoyarnos en ella: el intentar seguir con
nuestros proyectos e ilusiones, ser persistentes, dar el máximo de nosotros a
pesar de las piedras del camino, cambiando a un nuevo enfoque para dar un
paso más.
Cuando todo parece ir en contra, démonos otra oportunidad y sigamos
adelante, automotivándonos, a nuestro cerebro, a la mano que toca el violín. Si
los resultados no acompañan, es nuestra oportunidad de tocar esa última
cuerda, con la creatividad para reinventarnos a nosotros mismos, dando el
mejor resultado.
La mejor cuerda con la que podemos tocar es la de:
CREER EN NOSOTROS MISMOS.
5. LA CONFIANZA Y LA ACTITUD POSITIVA A LA
HORA DE LOS PROBLEMAS.
El laboratorio de Thomas Alva Edison quedó virtualmente destruido por el
fuego en diciembre de 1914. Aunque el daño excedió los $2 millones, el edificio
sólo estaba asegurado por $238 000, porque estaba construido con concreto y
se consideraba que éste era a prueba de fuego. Gran parte del trabajo de la
vida de Edison ardió con llamas espectaculares esa noche de diciembre.
Cuando el incendio estaba en el punto culminante, el hijo de Edison, de 24
años de edad, Charles, buscó con desesperación a su padre entre el humo y
los escombros. Finalmente lo encontró, observando con calma la escena, con
el rostro brillante debido a la reflexión y su cabello blanco moviéndose en el
viento.
Mi corazón sufría por él -explicó Charles-. Tenía 67 años, ya no era un hombre
joven, y todo se perdía en las llamas. Cuando me vio, gritó: "Charles, ¿dónde
está tu madre? Cuando respondí que no sabía, él añadió: "Encuéntrala. Tráela
hasta aquí. Nunca verá algo como esto mientras viva".
A la mañana siguiente, Edison contempló las ruinas. -Hay un gran valor en el
desastre -comentó-. Todos nuestros errores se queman. Gracias a Dios que
podemos empezar de nuevo.
Tres semanas después del incendio, Edison logró entregar su primer
fonógrafo.
(The Sower's Seeds)
6. Las piedras en tu vida
Un experto asesor de empresas en gestión del tiempo quiso
sorprender a los asistentes a su conferencia.
Saca de debajo del escritorio un frasco grande de boca ancha. Lo
coloco sobre la mesa, junto a una bandeja con piedras del tamaño
de un puño y pregunto: ¿Cuantas piedras piensan que caben en el
frasco?
Después de que los asistentes hicieran conjeturas, empezó a meter
piedras hasta que lleno el frasco.
Luego pregunto: ¿Está lleno?
Todo el mundo lo miro y asintió. Entonces saco de debajo de la
mesa un cubo con gravilla, Metió parte de la gravilla en el frasco y lo
agito. Las piedrecillas penetraron por los espacios que dejaban
las piedras grandes. El experto sonrió con ironía y repitió:
¿Está lleno?
Esta vez los oyentes dudaron: Tal vez no.
¡Bien!. Y puso en la mesa un cubo con arena que comenzó a volcar
en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que
dejaban las piedras y la grava.
¿Está lleno? pregunto de nuevo. ¡No!, exclamaron los asistentes.
¡Bien!, dijo, Y cogió una jarra con agua de un litro que comenzó a
verter en el frasco. EL frasco aun no rebosaba.
Bueno, ¿que hemos demostrado?, pregunto.
Un alumno respondió: Que no importa lo llena que este tu agenda,
si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan mas cosas.
¡No!, concluyo el experto: lo que esta lección nos enseña es que si
no colocamos las piedras grandes primero, nunca podrás colocarlas
después.
¿Cuales son las grandes piedras en tu vida? ¿Tus hijos? ¿Tu
iglesia? tus amigos, tu salud, tus sueños, la persona que quieres.
Recuerda, pon primero las que sean más grandes para ti. El resto
encontrara su lugar.
7. Lo que se necesita para ser número uno
Lo que hoy les presento es un discurso de Vincent Vince Lombardi, entrenador
de los Green Bay Packers en el Tazón del hielo. Actualmente este discurso es
utilizado para motivar tanto a jugadores de fútbol americano en todo el mundo
como a empresarios, trabajadores e incluso estudiantes.
Ganar no es algo momentáneo, es algo permanente. Uno no gana de vez en
cuando, uno no hace las cosas bien a veces, uno hace las cosas bien siempre.
Ganar es un hábito y, lamentablemente, también perder. No hay cabida para
un segundo lugar. En mi juego, sólo existe un lugar: El primero. He terminado
en segundo lugar dos veces desde que estoy en Green Bay, y no quiero volver
a terminar segundo nunca más.
Hay un juego para el segundo lugar, pero es un juego de perdedores, jugado
por perdedores. El americano siempre ha mostrado entusiasmo por ser el
primero en todo, y por ganar, y ganar, y ganar. Cada vez que un jugador de
fútbol ingresa a la cancha, tiene que jugar poniendo todo el cuerpo: Desde la
planta de los pies hasta la cabeza. Interviene cada parte del cuerpo. Algunos
juegan con la cabeza, y está bien. Uno debe ser inteligente para ser el primero
en cualquier actividad a la que se dedique.
Pero lo más importante es que debemos jugar con el corazón, con cada fibra
del cuerpo. Si uno tiene la suerte de encontrarse con alguien que use la cabeza
y el corazón, esa persona nunca va a salir segunda. Estar a cargo de un
equipo de fútbol no se diferencia en nada de dirigir cualquier otra clase de
organización, ya sea, un ejército, un partido político o una empresa.
Los principios son los mismos. La mira está puesta en ganar, en derrotar al
otro. Tal vez suene duro o cruel. Yo creo que no. Es una realidad que el
hombre es competitivo, y que en los juegos más competitivos intervienen los
hombres que más compiten, y es por eso que están allí: para competir. Una
vez que ingresan al juego, deben conocer las reglas, los objetivos. El propósito
es ganar limpiamente, como es debido y siguiendo las reglas, pero ganar.
A decir verdad, nunca conocí a alguien respetado por su trabajo que, a la larga,
en lo más profundo de su corazón, no aprecie el trabajo intenso, la disciplina.
Todo hombre bueno desea disciplina y enfrentar la cruel realidad que implica
un combate cuerpo a cuerpo. No digo esto porque crea en la naturaleza bruta
del hombre o en que el hombre tenga que ser una persona insensible para
competir. Creo en Dios y en la decencia del ser humano.
Sin embargo, creo firmemente que la hora más preciada de cualquier hombre
-el mayor logro de todo aquello que considera importante- es cuando, después
de haber trabajado hasta el cansancio por una buena causa, se recuesta en el
campo de batalla, agotado y victorioso.
Vincent Lombardi
Coach de los Empacadores de Green Bay (1967)
8. Que no te pase lo de Juán.
Juan trabajaba en una empresa hace cuatro años siempre fue muy serio,
dedicado y cumplidor de sus obligaciones. Llegaba puntual y estaba orgulloso
de que en 4 años nunca recibió una amonestación.
Cierto día buscó al Gerente para hacerle un reclamo: “Señor, trabajo en la
empresa hace años con bastante esmero y estoy a gusto con mi puesto, pero
siento que he sido relegado. ¡Mire, Fernando ingresó a un puesto igual al mío
hace sólo 6 meses y ya está siendo promovido a Supervisor!”
¡Uhmm!- mostrando preocupación- el gerente le dice.
“Mientras resolvemos esto, quisiera pedirte me ayudes a resolver un problema.
Quiero dar fruta al personal para la sobremesa del almuerzo de hoy. En la
bodega de la esquina venden fruta. Por favor, averigua si tienen naranjas”.
Juan se esmeró en cumplir con el encargo y en 5 minutos estaba de vuelta.
Bueno Juan, ¿qué averiguaste? – Señor, si tienen naranjas para la venta.
¿Y cuánto cuestan? – ¡Ah…! No pregunté por eso
“Ok!, pero… ¿viste si tenían suficientes naranjas para todo el personal?
(preguntó, serio) Tampoco pregunté por eso señor
¿Hay alguna fruta que pueda sustituir la naranja? No sé señor, pero creo…
Bueno, siéntate un momento.
El Gerente cogió el teléfono y mandó llamar a Fernando. Cuando se presentó,
le dio las mismas instrucciones que le diera a Juan y en 10 minutos estaba de
vuelta. Cuando retornó el Gerente pregunta: Bien Fernando, ¿qué noticias me
tienes?
Señor, tienen naranjas, lo suficiente para atender a todo el personal, y si
prefiere también tienen plátano, papaya, melón y mango. La naranja está a
$1.50 pesos el kilo, el plátano a $2.20 el kilo, el mango a $9.00 el kilo, la
papaya y el melón a $2.80 pesos el kilo.
Me dicen que si la compra es por cantidad, nos darán un descuento de 8%.
Además, he dejado separada la naranja pero si usted escoge otra fruta debo
regresar para confirmar el pedido.
Muchas gracias Fernando, pero espera un momento.
Se dirige a Juan, que aún seguía esperando estupefacto y le dice:
Juan, ¿qué me decías? – Nada señor… eso es todo… con su permiso.
Autor desconocido
9. Tigres en la oscuridad
Recientemente leí como un muy conocido programa de circo por
televisión creó un acto con un tigre de Bengala el cual se realizaba
en vivo en frente de una gran audiencia. Una tarde, el entrenador
del tigre entró a la jaula junto con varios tigres para realizar la rutina.
La puerta se cerraba detrás de él. Los reflectores iluminaron la
jaula, las cámaras de televisión se acercaron, y los espectadores
observaron en suspenso como el entrenador adiestradamente puso
a trabajar a los tigres.
A mitad del programa, lo peor que pudiese pasar en el acto sucedió:
se fue la luz. Por treinta largos segundos el entrenador estuvo
encerrado con los tigres. En la oscuridad ellos lo podían ver, pero él
no podía verlos a ellos. El látigo y la silla parecían una protección
insuficiente bajo las circunstancias. Pero él sobrevivió, y cuando las
luces regresaron, él tranquilamente termino su presentación.
En una entrevista un poco después, se le preguntó cómo es que se
sintió sabiendo que los tigres lo podían ver pero él no podía verlos.
Al principio admitió que la situación le dio escalofríos, pero también
indicó que los tigres no sabían que él no podía verlos. El continuó
diciendo, “Seguí azotando el látigo y hablándoles hasta que regresó
la luz. Y ellos nunca supieron que yo no podía verlos tan bien como
ellos me miraban a mí.”
10. Un Mensaje a García
Hay en la historia de Cuba un hombre que destaca en mi memoria como Marte
en Perihelio.
Al estallar la guerra entre los Estados Unidos y España, era necesario
entenderse con toda rapidez con el jefe de los revolucionarios de Cuba.
En aquellos momentos este jefe, el general García, estaba emboscado en las
esperanzas de las montañas, nadie sabía donde. Ninguna comunicación le
podía llegar ni por correo ni por telégrafo. No obstante, era preciso que el
presidente de los Estados Unidos se comunicara con él. ¿Qué debería
hacerse?
Alguien aconsejó al Presidente: “Conozco a un tal Rowan que, si es posible
encontrar a García, lo encontrará”.
Buscaron a Rowan y le entregó la carta para García.
Rowan tomó la carta y la guardó en una bolsa impermeable, sobre su pecho,
cerca del corazón.
Después de cuatro días de navegación dejó la pequeña canoa que le había
conducido a la costa de Cuba. Desapareció por entre los juncales y después de
tres semanas se presentó al otro lado de la isla; había atravesado a pie un país
hostil y había cumplido su misión de entregar a García el mensaje del que era
portador.
No es el objeto de este articulo narrar detalladamente el episodio que he
descrito a grandes rasgos. Lo que quiero hacer notar es lo siguiente: McKinley
le dio a Rowan una carta para que la entregara a García, y Rowan no preguntó:
“¿En donde lo encuentro?”
Verdaderamente aquí hay un hombre que debe ser inmortalizado en bronce y
su estatua colocada en todos los colegios del país.
Porque no es erudición lo que necesita la juventud, ni enseñanza de tal o cual
cosa, sino la inculcación del amor al deber, de la fidelidad a la confianza que en
ella se deposita, del obrar con prontitud, del concentrar todas sus energías;
hacer bien lo que se tiene que hacer. “Llevar un Mensaje a García”.
El general García ha muerto; pero hay muchos otros García en todas partes.
Todo hombre que ha tratado de llevar a cabo una empresa para la que
necesita la ayuda de otros, se ha quedado frecuentemente sorprendido por la
estupidez de la generalidad de los hombres, por su incapacidad o falta de
voluntad para concentrar sus facultades en una idea y ejecutarla.
Ayuda torpe, craso descuido, despreciable indiferencia y apatía por el
cumplimiento de sus deberes; tal es y ha sido siempre la rutina. Así, ningún
11. hombre sale adelante, ni se logra ningún éxito si no es con amenazas y
sobornando de cualquier otra manera a aquellos cuya ayuda es necesaria.
Lector amigo, tú mismo puedes hacer la prueba.
Te supongo muy tranquilo, sentado en tu despacho y a tu alrededor seis
empleados, todos dispuestos a servirte. Llama a uno de ellos y hazle este
encargo: “Busque, por favor, la enciclopedia y hágame un breve memorándum
acerca de la vida de Correggio”.
¿Esperas que tu empleado con toda calma te conteste: “Si, señor”, ¿y vaya
tranquilamente a poner manos a la obra?
¡Desde luego que no! Abrirá desmesuradamente los ojos, te mirará sorprendido
y te dirigirá una o más de las siguientes preguntas:
¿Quién qué?
¿Cuál enciclopedia?
¿Eso me corresponde a mí?
Usted quiere decir Bismarck, ¿no es así?
¿No seria mejor que lo hiciera Carlos?
¿Murió ya?
¿No seria mejor que le trajera el libro para que usted mismo lo buscara?
¿Para que lo quiere usted saber?
Apuesto diez contra uno, a que después de haber contestado a tales preguntas
y explicado como hallar la información que deseas y para que la quieres, tu
dependiente se marchará confuso e irá a solicitar la ayuda de sus compañeros
para ‘encontrar a García’. Y todavía regresará después, para decirte que no
existe tal hombre. Puedo, por excepción, perder la apuesta; pero en la
generalidad de los casos, tengo muchas probabilidades de ganarla.
Si conoces la ineptitud de tus empleados, no te molestarás en explicar a tu
“ayudante”, que Correggio se encuentra en la letra C y no en la K. Te limitaras
a sonreír e irás a buscarlo tú mismo.
No parece sino que es indispensable el dudoso garrote y el temor a ser
despedido el sábado más próximo, para retener a muchos empleados en sus
puestos. Cuando se solicita un taquígrafo, de cada diez que ofrezcan sus
servicios, nueve no sabrán escribir con ortografía y algunos de ellos
considerarán este conocimiento como muy secundario.
¿Podrá tal persona redactar una carta a García?
–¿Ve usted este tenedor de libros? –me decía el administrador de una gran
fabrica.
12. –Si, ¿por qué?
–Es un gran contador, pero si le confío una comisión, solo por casualidad la
desempeñará con acierto. Siempre tendré el temor de que en el camino se
detenga en cada cantina que encuentre y cuando llegue a la Calle Real, haya
olvidado completamente lo que tenía que hacer.
¿Crees, querido lector, que a tal hombre se le puede confiar “Un Mensaje para
García”?
A últimas fechas es frecuente escuchar que se excita nuestra compasión para
con los enternecedores lamentos de los desheredados, esclavos del salario,
que van en busca de un empleo. Y esas voces a menudo van acompañadas de
maldiciones para los que están “arriba”.
Nadie compadece al patrón que envejece antes de tiempo, por esforzarse
inútilmente para conseguir que el aprendiz chambón ejecute bien un trabajo. Ni
nos ocupamos del tiempo y paciencia que pierde en educar a sus empleados
para que estén en aptitud de realizar su trabajo, empleados que flojean en
cuanto vuelve la espalda.
En todo almacén o fabrica se encuentran muchos zánganos, y el patrón se ve
obligado a despedir a sus empleados todos lo días, pero no lo hace porque la
probabilidad de reemplazarlos con otro holgazán es la realidad, también lo
impiden los reglamentos y la burocracia, los sindicatos, etc.
Esta es invariablemente la historia que se repite en tiempos de abundancia.
Pero cuando por efecto de las circunstancias, escasea el trabajo, el jefe tiene
oportunidad de escoger cuidadosamente y de señalar la puerta a los ineptos y
a los holgazanes.
Por propio interés, cada patrón procura conservar lo mejor que encuentra; es
decir, a aquellos que pueden llevar Un Mensaje a García.
Conozco un individuo que se halla dotado de cualidades y aptitudes
verdaderamente sorprendentes; pero que carece de la habilidad necesaria para
manejar sus propios negocios y que es absolutamente inservible para los
demás. Sufre la monomanía de que sus jefes lo tiranizan y tratan de oprimirlo.
No sabe dar órdenes, no quiere recibirlas.
Si se le confía Un Mensaje a García, probablemente contestaría: “llévelo usted
mismo”
Actualmente este individuo recorre las calles en busca de trabajo, sin más
abrigo que un deshilachado saco por donde el aire se cuela silbando. Nadie
que lo conozca accede a darle empleo. A la menor observación que se le hace
monta en cólera y no admite razones; seria preciso tratarlo a puntapiés, para
sacar de él algún partido.
Convengo de buen grado en que un ser tan deforme, bajo el punto de vista
moral, es digno cuando menos de la misma compasión que nos inspira un
13. lisiado físico. Pero en medio de nuestro filantrópico enternecimiento, no
debemos olvidar derramar una lágrima por aquellos que se afanan al llevar a
cabo una gran empresa; por aquellos cuyas horas de trabajo son ilimitadas,
pues para ellos no existe el silbato; por aquellos que a toda prisa encanecen, a
causa de la lucha constante que se ven obligados a sostener contra la
mugrienta indiferencia, la andrajosa estupidez y la negra ingratitud de los
empleados que, si fuera por el espíritu emprendedor de estos hombres, se
verían sin hogar y acosados por el hambre.
¿Son, demasiado severos los términos en que acabo de expresarme? Tal vez
si. Pero cuando todo mundo ha prodigado su compasión por el proletario inepto
yo quiero decir una palabra de simpatía hacia el hombre que ha triunfado,
hacia el hombre que, luchando con grandes obstáculos, ha sabido dirigir los
esfuerzos de otros, y después de haber vencido, se encuentran conque lo que
ha hecho no vale nada; solo la satisfacción de haber ganado su pan.
Yo mismo he cargado la portaviandas y trabajo por el jornal diario; y también
he sido patrón de empresa, empleado “ayuda” de la misma clase a que me he
referido, y se bien que hay argumentos por los dos lados.
La pobreza en sí, no reviste excelencia alguna. Los harapos no son
recomendables ni recomiendan por ningún motivo. No son todos los patrones
rapaces y tiranos, ni tampoco todos los pobres son virtuosos.
Admiro de todo corazón al hombre que cumple con su deber, tanto cuando está
ausente el jefe, como cuando está presente. Y el hombre que con toda calma
toma el mensaje que se le entrega para García, sin hacer tontas preguntas, ni
abrigar la aviesa intención de arrojarlo en la primera atarjea que encuentre, o
de hacer cualquier otra cosa que no sea entregarlo, jamás encontrará cerrada
la puerta, “Ni necesitará armar huelgas para obtener un aumento de sueldo”.
Esta es la clase de hombres que se necesitan y a la cual nada puede negarse.
Son tan escasos y tan valiosos, que ningún patrón consentiría en dejarlos ir.
A un hombre así se le necesita en todas las ciudades, pueblos y aldeas, en
todas las oficinas, talleres, fábricas y almacenes. El mundo entero clama por él,
se necesita, ¡¡urge… el hombre que pueda llevar un mensaje a García !!
Helbert Hubbard