1. FRANCISCO DE QUEVEDO
Poco antes, nada; y poco después, humo!
Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra!
Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa, soy peligro sumo;
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo que me entierra.
Ya no es ayer; mañana no ha llegado;
hoy pasa, y es, y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.
Azadas son la hora y el momento
que, a jornal de mi pena y mi cuidado,
cavan en mi vivir mi monumento.”
GARCILASO DE LA VEGA
En tanto que de rosa y d'azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena;
y en tanto que'l cabello, que'n la vena
del oro s'escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto antes que’l tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.
LUIS DE GÓNGORA
La más bella niña orillas del mar. 10 viendo marchitar
de nuestro lugar, los más verdes años
hoy viuda y sola, Dejadme llorar de mi mocedad? 48
ayer por casar, orillas del mar. 40
viendo que sus ojos Dejadme llorar
a la guerra van, Pues me distes, madre, orillas del mar. 20
a su madre dice, en tan tierna edad
que escucha su mal: 8 tan corto el placer Dejadme llorar
tan largo el pesar, orillas del mar. 50
No me pongáis freno y me cautivastes
ni queráis culpar, de quien hoy se va En llorar conviertan
que lo uno es injusto, y lleva las llaves mis ojos, de hoy más,
lo otro por demás. de mi libertad, 18 el sabroso oficio
Si me queréis bien, del dulce mirar,
no me hagáis mal, Dulce madre mía, pues que no se pueden
harto peor fuera ¿quién no llorará, mejor ocupar,
morir y callar, 38 aunque tenga el pecho yéndose a la guerra
como un pedernal, quien era mi paz, 28
Dejadme llorar y no dará voces
2. Váyanse las noches, tanta soledad, orillas del mar. 30
pues ido se han después que en mi lecho
los ojos que hacían sobra la mitad, 58 Dejadme llorar
los míos velar; orillas del mar. 60
váyanse y no vean Dejadme llorar
RUBÉN DARÍO
SONATINA
La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave de oro;
y en un vaso olvidado se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y, vestido de rojo, piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa acaso en el príncipe del Golconsa o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las Islas de las Rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
]o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar,
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.
Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte;
los jazmines de Oriente, los nulumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real,
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
3. ¡Oh quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
(La princesa está pálida. La princesa está triste)
más brillante que el alba, más hermoso que abril!
¡Calla, calla, princesa dice el hada madrina,
en caballo con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte ,
a encenderte los labios con su beso de amor!
ANTONIO MACHADO
A la desierta plaza
conduce un laberinto de callejas.
A un lado, el viejo paredón sombrío
de una ruinosa iglesia;
a otro lado, la tapia blanquecina
de un huerto de cipreses y palmeras,
y, frente a mí, la casa,
y en la casa la reja
ante el cristal que levemente empaña
su figurilla plácida y risueña.
Me apartaré. No quiero
llamar a tu ventana... Primavera
viene —su veste blanca
flota en el aire de la plaza muerta—;
viene a encender las rosas
rojas de tus rosales... Quiero verla...
EN ABRIL, LAS AGUAS MIL Los hilos del aguacero
sesgan las nacientes frondas,
Son de abril las aguas mil. y agitan las turbias ondas
Sopla el viento achubascado, en el remanso del Duero.
y entre nublado y nublado Lloviendo está en los habares
hay trozos de cielo añil. y en las pardas sementeras;
Agua y sol. El iris brilla. hay sol en los encinares,
En una nube lejana, charcos por las carreteras.
zigzaguea Lluvia y sol. Ya se oscurece
una centella amarilla. el campo, ya se ilumina;
La lluvia da en la ventana allí un cerro desparece,
y el cristal repiqueteo. allá surge una colina.
A través de la neblina Ya son claros, ya sombríos
que forma la lluvia fina, los dispersos caseríos,
se divisa un prado verde, los lejanos torreones.
y un encinar se esfumina, Hacia la sierra plomiza
y una sierra gris se pierde. van rodando en pelotones
nubes de guata y ceniza.