1. La Ilustración francesa y su difusión
Estudio de la mujer a la luz de los principios ilustrados. Comparación
entre La religieuse, Cándido y Pamela.
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2. Hablar de Ilustración es, entre otras cosas, hablar de
educación. La filantropía aparece de forma general por primera vez
en este periodo y es indudable el interés que suscita la enseñanza
entre los ilustrados. No solamente la enseñanza general sino también
la dedicada a los grupos que tradicionalmente estaban al margen de
ella. Y uno de ellos es el de las mujeres. No es momento aquí de
recordar la misoginia que rodea la literatura anterior que se hace eco
de aspectos tales como la marginación de la mujer ante la sociedad y
en el mundo familiar. Sí es importante recalcar el paso dado por la
Ilustración al denunciar esos abusos y ese estado de marginación. La
novelas de las que hacemos comentario son buenos ejemplos de la
profundidad a la que llegan las corrientes ilustradas que no se
conforman con una teoría propia, sino que son capaces de
reconocer los posibles fallos que un optimismo generalizado puedan
producir. La dicotomía entre el pesimismo senequista y el
optimismo “rousseauniano” se encuentran en Cándido de forma
satírica y nos conduce al escepticismo. Asimismo, en La religieuse se
nos hace una amplia descripción del ambiente conventual que va
desde la tiranía y la opresión a la relajación más mundana con sesgos
sexuales. En el fondo, hay explícita en esta novela una reivindicación
de la libertad individual pero a la vez queda plasmada la ineficacia de
esta libertad que no está acompañada de una educación. La
protagonista –Suzanne Simonin- repite incesantemente que no es su
voluntad profesar en un convento pese a no dejar de creer en la
Iglesia ni en Dios. Simplemente no ve su futuro entre las paredes del
convento y aún en sus momentos más plácidos, en el convento de
Sainte Eutrope, se niega a dejar de soñar con su libertad. Una
libertad que consigue mediante la huida, tras la cual se va a ver
sometida a los posibles abusos del P. Morel. La diferencia entre las
dos novelas es indudable: la primera nos presenta a un personaje
plano al que los posibles avatares de su existencia no hacen cambiar
la visión positiva de la realidad: pese a todo, es capaz de convertirse
en un asesino. La segunda novela profundiza más en el personaje
femenino, le da una autonomía y una altivez bastante lejanas a la
realidad social del momento, realidad que también influye en el
destino de la protagonista: su origen producto de un adulterio la
marginan y la limitan en el poder social: toda la familia se encarga de
que legalmente no pueda reivindicar ningún derecho. Por otra parte,
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3. la novela de Richardson, Pamela, nos presenta igualmente a una
heroína que defiende ante todo una libertad de elección basándose
en la necesidad de mantener su virtud. La novela supone el primer
gran best-seller de la literatura en lengua inglesa y fue exportada a
Europa rápidamente convirtiéndose en un fenómeno literario. Su
propio autor, que no pertenece a los círculos cultos y literarios –deja
traslucir su poco conocimiento de la literatura en general- aporta, sin
embargo, una novedad que podríamos calificar de “literatura
burguesa” en la que está muy presente siempre, por una parte, esa
virtud que estaría representada por las gentes humildes que tienen en
sus firmes creencias religiosas la norma que les guía en su vida y que
contrastan con la vida disoluta que suelen representar las clases
elevadas. Ese interés por lo cotidiano se presenta también en las
conversaciones que mantienen Pamela y su ya marido el señor
Brandon respecto a la organización económica de su hogar. Casados
ya, no hay ningún asunto económico que no quede sin resolver,
sobre todo atendiendo a la enorme diferencia social que separa a los
cónyuges.
Pero vamos a comenzar señalando las semejanzas entre las tres
novelas. Yo diría que fácilmente podemos establecer una relación
entre La religieuse y Pamela por la elección del personaje principal: en
ambos casos una joven que se ve desprotegida –por motivos bien
diferentes- ante un hecho que puede cambiar su vida: en un caso
profesar en un convento; en el otro, convertirse en la amante de un
poderoso. El apoyo con el que ambas cuentan es su firme decisión
personal de no hacer nada que ellas voluntariamente no quieran.
Para lograr conseguirlo van a tener que sufrir una serie de pruebas y
desgracias que no van a mermar, sin embargo, su decisión. El
desenlace, sin embargo, es bien diferente en una y otra novela:
mientras que en la de Diderot la muchacha consigue su empeño
aunque su falta de soporte social la dejan al arbitrio de otros (que le
puedan dar algún trabajo manual) la novela de Richardson hace que
la protagonista, gracias a la transformación de la pasión del señor B.
en amor, acabe, no sólo consiguiendo sus deseos sino ennoblecida
socialmente.
En Cándido, por el contrario, la elección del protagonista es un
joven educado en un ambiente acomodado y culto que se verá
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4. también lanzado a múltiples desgracias por el mundo, al igual que
sus amados amigos. En este caso, su extracción social, al igual que la
de los otros personajes, es, diríamos, poco honorable, ya que es hijo
natural probablemente de algún noble y por ello recibe una cierta
educación, y como se verá, educación muy idealizada, práctica para
vivir entre las cuatro paredes del castillo, pero inoperante cuando se
trata de salir al mundo exterior. Pese a su pureza de espíritu,
Cándido se ve arrojado a realizar actos execrables y llega a menudo a
ellos por no saber precisamente que los demás pueden procurarle
algún mal. Sus sentimientos amorosos también se ven frenados por
pertenecer a distinta clase social y sólo al final, cuando las desgracias
han hecho de su amada una esclava y una concubina, podrán estar
verdaderamente juntos. El tono irónico y cínico de Voltaire no
puede compararse a las otras dos novelas en las que la crítica se
puede realizar de forma indirecta, pero sin la distancia que nos
propone el narrador de Cándido. La causa reside precisamente en la
elección de la voz narrativa que utilizan los otros dos autores: la
primera persona, la mujer protagonista, en boca –o más bien
diríamos en mano- de quien se pone la posibilidad de que escriban
sus memorias o la crónica de sus desdichas. Un largo memorial es lo
que constituye el relato de Suzanne Simonin; las cartas que Pamela
envía a sus padres y, posteriormente, el diario de su confinamiento,
son la estructura de su novela. No hay aquí lugar a la ironía porque
no puede haber la distancia necesaria entre narrador y personaje: son
uno solo.
Llama también poderosamente la atención, el detallismo con
que Diderot describe las experiencias sexuales en La religieuse.
Experiencias que también son vistas desde el punto de vista de una
joven pura y honesta a quien no extrañan las más que demostradas
muestras de pasión que le dedica su directora. En Richardson, sin
embargo, hay una cierta mojigatería a la hora de describir cualquier
relación ente Pamela y el señor B. Mientras que la joven no duda en
ningún momento de sus perversas (aviesas) intenciones, es sin
embargo cauta a la hora de describir qué ocurre tras el matrimonio;
tras una larga y excesiva situación de “tira y afloja” en la que la joven
no llega a someterse nunca, es curioso cómo no pierde su costumbre
de llamarlo “amo”, costumbre que se le advierte tiene que perder.
¿A qué se debe la obsesión de Pamela de ser honrada? ¿a sus
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5. convencimientos religiosos? Si fuera así, no se entiende el rápido
cambio de opinión que experimenta en Lincolnshire tras proponerle
finalmente matrimonio. Si ya se encontraba de camino a su casa para
ver a sus “bienamados padres”, ¿por qué vuelve rápidamente
cuando ya no se la obliga? ¿Es Pamela todo lo inocente que quiere
dejar ver o responde a un plan preconcebido? Aunque los
personajes que la rodean se refieren a ella como “niña”, recordemos
que destaca por sus sabios consejos y su sensatez; sensatez que la
lleva a ser ella quien consiga lo que quiere y no el señor B. Por
supuesto que no se deja entrever que Pamela quiera desde primer
momento contraer matrimonio con el señor B. Pero no puede
negarse que entre sus atractivos se encuentra su enorme fortuna.
Ella lo que reivindica es la igualdad entre las personas pero siempre
bajo argumentos religiosos (todos somos hijos de Dios, a todos nos
llega la muerte) argumentos que ya en la Edad Media podemos
encontrar en los textos. Y también argumenta que sus dotes
personales no pueden negarle su ascenso social, aunque
reiteradamente hace gala de una “humildad” que llega a ser
exasperante. Tanto ella como Suzanne se valoran a sí mismas y
reivindican su derecho a decidir y esto sí resulta novedoso,
independientemente de sus fines.
Uno de los elementos más criticados por los ilustrados será la
educación que reciben las jóvenes, educación que conduce sólo a
acatar las normas impuestas por los padres. Esta educación le
hace decir sí a Suzanne como forma de acatar los ruegos de su
madre; pero son los padres de Pamela los que no se imponen a
sus deseos diciéndole que tiene libertad absoluta. Es lógico pensar
la necesidad de una revisión en la educación femenina. En la
literatura española existe una obra teatral El sí de las niñas, en la
que se critica precisamente la disposición que de la voluntad de
las hijas hacen los padres: educadas para aceptar siempre los
deseos de sus padres que buscarán para ellas un marido con
fortuna.
Hay en la novela de Richardson unas ideas que son comunes a
la literatura popular y a la cultura de masas: rechazo de los
convencionalismos sociales que hacen que personas de distinta clase
social no puedan casarse y la defensa de una dignidad personal de
cada individuo, independientemente de su extracción social. Por
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6. ello a veces los privilegiados son criticados pues no responden a las
expectativas que de ellos tienen sus inferiores. A este respecto
Pamela escribe:
“me lamentaba de la poca consideración que la gente
distinguida a la que había apelado había mostrado por las
circunstancias de mi caso; de la maldad del mundo, que
primero daba rienda suelta a modas tan inicuas y luego
apelaba a su frecuencia para disculparse por no intentar
enmendarlas, así como de la falta de sentimientos de la
gente ante las aflicciones de los demás.”(pág. 304).
Me imagino que los miles de lectores de la época quedarían
satisfechos al comprobar cómo la virtud de Pamela queda
recompensada con un matrimonio muy por encima de sus
posibilidades aunque nada objeten a la sumisión a la que el
matrimonio parece abocarla. Pamela tardará mucho tiempo en
abandonar el apelativo de “amo” para dirigirse a su marido. Leer las
exigencias del Sr. Brandon acerca de cómo debe funcionar su
matrimonio puede acercarnos a la realidad que ni la propia Pamela
puede discutir. Aunque algunos puntos le parezcan difíciles de
cumplir, como por ejemplo, el número 6: “Debo tener paciencia con
él, incluso cuando encuentre que está equivocado.-Esto puede ser algo
difícil, según como se presente el caso.”. Sobre el número 2 escribe: “Debo
considerar el que se enfade conmigo la cosa más triste que pueda
ocurrirme.-Así lo haré sin duda.”
La aparente libertad que reivindican estas heroínas sólo se
demuestra en una actitud puntual. Pasada esta circunstancia, nada
hace de ellas abanderadas de la libertad: Pamela se somete a quien
antes había despreciado; Suzanne Simonin, no queriendo
permanecer en el convento, está dispuesta a aceptar cualquier cosa y
seguro que nos la podemos imaginar, cómo no, contrayendo
matrimonio en un futuro no muy lejano.
No obstante, hay un mérito en ambas novelas: pocas veces la
mujer tiene plena libertad para confesar con claridad lo que quiere;
el primer paso que dan es el de cuestionar el papel inicial que para
ellas se escoge (el convento o el concubinato); no podemos exigir
que además reivindiquen un cambio en la educación femenina que
prepare a las mujeres para la independencia intelectual,
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7. acontecimiento que tendrá que esperar todavía dos siglos para
producirse.
Carmen L. Martínez Marzal.
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