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Unidad          1
        Afinemos nuestras habilidades⃰




      ¿Qué está haciendo el niño? ¿Quiénes son sus compañeros? ¿Crees que
se está comunicando? Y en el otro cuadro ¿qué hacen los niños? ¿Qué
habilidades demuestran? ¿Qué edad crees que tienen? ¿Cuál es el estado de
ánimo de cada niño? ¿Te parece interesante compartir el trabajo? ¿Crees que
es mejor estar solo que acompañado? ¿Por qué? ¿Cómo te sientes tú cuando
estás solo? ¿Qué ventajas tiene compartir un trabajo? ¿Qué es lo que más te
gusta hacer? ¿Sabes que son las habilidades? Enumera todas las que te
gustaría aprender
Lectura y contexto

                      Los tres astronautas
 El desarrollo de la Física y la tecnología permiten que la conquista del espacio sea la
 principal aventura del hombre en el siglo XX. El 4 de octubre de 1957 los soviéticos
 lanzan el Sputnik, el primer satélite artificial que gira alrededor de la Tierra. Luego, el
 ruso Gagarin es el primer hombre que en 1961 viaja al espacio. Los
 norteamericanos, el 21 de julio de 1969, logran su objetivo de colocar a un hombre
 sobre la Luna. Veamos cómo un escritor de actualidad concibe imaginariamente el
 tema de la llegada a Marte.


      Era una vez la Tierra.
      Era una vez Marte.
      Estaban muy lejos el uno de la otra, en medio del cielo, y alrededor había
millones de planetas y de galaxias.
      Los hombres que estaban sobre la tierra, querían llegar a Marte y a otros
planetas; ¡pero estaban muy lejos!
      Sin    embargo      trataron    de
conseguirlo.      Primero       lanzaron
satélites que giraban alrededor de la
Tierra durante dos días y luego
regresaban.
      Después lanzaron cohetes que
daban algunas vueltas alrededor de
la Tierra pero, en vez de volver a
bajar, al final escapaban de la
atracción terrestre y partían hacia el
espacio infinito.
      Al principio pusieron perros en
los cohetes; pero los perros no
sabían hablar y por la radio del
cohete transmitían sólo “guau, guau”.
Y los hombres no entendían qué
habían visto y a dónde habían llegado.
      Por fin encontraron hombres valientes que quisieron trabajar de
astronautas. El astronauta se llama así porque parte a explorar los astros que
están en el espacio infinito, con los planetas, las galaxias y todo lo que hay
alrededor. Los astronautas partían sin saber si podían regresar. Querían
conquistar las estrellas de modo que un día pudieran viajar de un planeta a otro,
porque la Tierra se había vuelto demasiado chica y los hombres eran cada día
más.
      Una linda mañana partieron de la Tierra, de tres lugares distintos, tres
cohetes. En el primero iba un norteamericano que silbaba contento una melodía
de jazz. En el segundo iba un ruso que cantaba con voz profunda: “Volga,
Volga”. En el tercero iba un negro que sonreía feliz con dientes muy blancos
sobre la cara negra. En esa época, los habitantes de África, libres por fin,
habían probado que como los blancos podían construir casas, máquinas y,
naturalmente, astronaves.
      Cada uno de los tres deseaba ser el primero en llegar a Marte. El
norteamericano en realidad no quería al ruso y el ruso no quería al
norteamericano porque el norteamericano para decir “buenos días” decía “How
do you do”, y el ruso decía “zdravctvuite”. Además, ninguno de los dos quería al
negro porque tenía un color distinto. Por eso no se entendían.
      Como los tres eran muy valientes, llegaron a Marte casi al mismo tiempo.
Descendieron de sus astronaves con el casco y el traje especial y encontraron
un paisaje maravilloso y extraño: El terreno estaba surcado por largos canales
llenos de agua de color verde esmeralda. Había árboles azules y pajaritos
nunca vistos, con plumas de rarísimo color.
      En el horizonte se veían montañas rojas que despedían misteriosos
fulgores. Los astronautas miraban el paisaje, se miraban entre sí y se
mantenían separados, desconfiando el uno del otro.
      Cuando llegó la noche, se hizo un extraño silencio alrededor. La Tierra
brillaba en el cielo como si fuera una estrella lejana.
      Los cosmonautas se sentían tristes y perdidos, y el norteamericano en
medio de la oscuridad, llamó a su mamá. Dijo “Mamie”. Y el ruso dijo “Mamá”. Y
el negro Mbamba”.
      Pero, en seguida comprendieron que estaban diciendo lo mismo y que
tenían los mismos sentimientos. Entonces se sonrieron, se acercaron,
encendieron juntos una linda fogatita, y cada uno cantó las canciones de su
país. Con esto recordaron el coraje y, esperando la mañana, aprendieron a
conocerse.
      Por fin llegó la mañana y hacía mucho frío. De repente, de un bosquecito,
salió un marciano. ¡Era realmente horrible verlo! Todo verde, tenía dos antenas
en lugar de orejas, una trompa y seis brazos. Los miró y dijo “Grrrr”. En su
idioma quería decir: ¡Madre mía!, ¿quiénes son estos seres tan horribles?
      Pero los terráqueos no lo entendieron y creyeron que ese era un grito de
guerra. Era tan distinto a ellos, no podían entenderlo y amarlo. En seguida se
sintieron de acuerdo y se declararon en contra de él.
      Frente a ese monstruo sus pequeñas diferencias desaparecían. ¿Qué
importaban que hablaran un idioma distinto? ¿Qué importaba que uno tuviera la
piel negra y los otros la tuvieran blanca? Se dieron cuenta que eran seres
humanos.
      El otro no. Era demasiado feo y los terráqueos pensaban que el que es tan
feo debe ser malo. Por eso decidieron matarlo con sus desintegradores
atómicos.
Pero, de repente, en el gran hielo de la mañana, un pajarito marciano, que
evidentemente se había escapado del nido, cayó al suelo temblando de frío y
de miedo. Piaba desesperado, más o menos como un pajarito terráqueo. Daba
mucha pena. El norteamericano, el ruso y el negro lo miraron y no pudieron
contener una lágrima de compasión.
      Y en ese momento ocurrió un hecho que no esperaban. También el
marciano se acercó al pajarito, lo miró, y dejó escapar dos columnas de humo
de su trompa. Y los terráqueos, entonces, comprendieron que el marciano
estaba llorando. A su modo, como lo hacen los marcianos. Luego vieron que se
inclinaba sobre el pajarito y lo levantaba entre sus seis brazos tratando de darle
calor.
      El negro, que en sus tiempos había sido perseguido por su piel negra,
sabía como eran las cosas. Se volvió hacia sus dos amigos terráqueos:
      -¿Entendieron? –dijo- ¡Creíamos que este monstruo era diferente a
nosotros y en cambio él ama a los animales, sabe conmoverse, tiene corazón y,
sin duda, cerebro también! ¿Todavía creen que tenemos que matarlo?
      Se sintieron avergonzados ante esa pregunta. Los terráqueos ya habían
entendido la lección: no es suficiente que dos criaturas sean diferentes para que
deban ser enemigas.
      Por eso se aproximaron al marciano y le tendieron la mano. Y él, que tenía
seis manos, estrechó de una sola vez las de los tres, mientras que con las que
tenía libres hacia gestos de saludo. Y señalando con el dedo la Tierra, allí abajo
en el cielo, hizo entender que quería hacer un viaje para conocer a los demás
habitantes y estudiar con ellos la forma de fundar una gran república espacial
en la que todos estuvieran de acuerdo y se quisieran. Los terráqueos dijeron
que sí muy contentos.
      Y para festejar el acontecimiento le ofrecieron un cigarrillo. El marciano,
muy feliz, se lo metió en la nariz y empezó a fumar. Pero ya los terráqueos no
se escandalizaban más.
      Habían entendido que en la Tierra, como en los otros planetas, cada uno
tiene sus propias costumbres y que sólo es cuestión de comprenderse entre
todos.


                         Umberto Eco.- Escritor italiano (1932). Destacado estudioso de
                         la época medieval y uno de los padres de la Semiótica (ciencia
                         que estudia en sus diferentes aspectos los sistemas y códigos
                         de signos). Escribió valiosos ensayos: Desarrollo de la estética
                         medieval, Obra abierta, El signo, Tratado de semiótica y otros.
                         Son muy conocidos, por ejemplo, sus análisis de la publicidad y
                         de la moda como fenómenos semióticos. Su interés por el
                         mundo de las comunicaciones y por la literatura lo llevaron a
                         escribir la novela El nombre de la rosa, que se convirtió en un
                         éxito editorial sin precedentes. Otras novelas: El péndulo de
                         Foucault y La isla del día de antes.
Comprension lectora

                  Análisis y comentario
1. Análisis del personaje:

   a. Inicialmente, ¿a través de qué hechos se manifestó el deseo de los
      hombres de querer llegar a otros planetas? ¿Por qué los perros no
      funcionaron como astronautas?

   b. ¿Cómo defines a los astronautas? ¿Qué condiciones deben poseer?

   c. ¿Por qué razón no se llevaban bien los tres astronautas del cuento?
      ¿Cómo surgió en ellos el sentimiento de solidaridad?

   d. ¿En que aspectos se fijaron los humanos y el marciano para sentirse
      enemigos?

   e. ¿En qué momento los humanos se percataron de la semejanza que
      tenían con el extraterrestre? ¿Cuál de ellos fue el primero en darse
      cuenta de este hecho? ¿Por qué?

   f. ¿Cuál es el mensaje que desea transmitir el narrador? Marca la
      respuesta correcta:
       La existencia de seres extraterrestres en el universo. ( )
       La necesidad de que todos los seres se comprendan. ( )
       La compasión que se debe sentir por los animales. ( )

   g. ¿Consideras el relato como realista o fantástico? ¿Por qué?

2. Opinión sobre la comunicación y la solidaridad

   a. ¿Qué importancia tiene la comunicación en la comprensión entre los
      seres humanos?

   b. ¿Se puede amar lo que no se conoce?

   c. ¿Qué es la solidaridad?

   d. ¿Cómo se conseguirá la paz?
Uso del diccionario
      Un diccionario es un libro en el que encontramos ordenadas
alfabéticamente las palabras de una lengua con sus respectivos significados.
Su propósito fundamental no es sólo proporcionar, a quienes lo consulten, el
significado de los vocablos, sino también averiguar la ortografía de ellos.
Igualmente, el diccionario aporta informaciones gramaticales que son
importantes para su apropiado manejo.



  Comunicar (Del lat. communicāre). 1. tr. Hacer a otro partícipe de lo que uno
  tiene. ǁ 2. tr. Descubrir, manifestar o hacer saber a alguien algo. ǁ 3. tr.
  Conversar, tratar con alguien de palabra o por escrito. U. t. c. prnl. ǁ 4. tr.
  Transmitir señales mediante un código común al emisor y al receptor. ǁ 5. tr.
  Establecer medios de acceso entre poblaciones o lugares. El puente
  comunica los dos lados de la bahía. U. t. c. prnl. ǁ 6. tr. Consultar con otros
  un asunto, tomando su parecer. ǁ 7. tr. ant. comulgar. ǁ 8. intr. Dicho de un
  teléfono: Dar, al marcar un número, la señal indicadora de que la línea está
  ocupada por otra comunicación. ǁ 9. prnl. Dicho de cosas inanimadas:
  Tener correspondencia o paso con otras. ǁ 10. prnl. Extenderse,
  propagarse. El incendio se comunicó a las casas vecinas.

Significados de algunas abreviaciones o siglas:

<tr> acepciones transitivas.
<U. t. c.> usado también como.
<prnl> pronominal.
<ant> anticuado o anticuada.


Para poder consultar eficazmente un diccionario es importante tener en cuenta
lo siguiente:

1. El uso de distintos tipos de letra: la negrita, la normal y la cursiva, pues cada
   una de ellas cumple una función específica.
2. La aparición de numerosas abreviaturas, las cuales señalan la función
   gramatical de las palabras.
3. La práctica en el ordenamiento alfabético de las palabras a fin de ubicarlas
   con rapidez.
4. La necesidad de recurrir al diccionario cuando tengamos alguna duda
   ortográfica.
Ordenar y buscar el significado de las palabras siguientes:

economía         entretener        ejemplo          enojar          erogación
eficiente        egoísta           ebanista         ebrio           enarbolar
embutido         escarbar          elegante         escombro        egreso




 El diccionario es un instrumento muy valioso para alcanzar un verdadero
 enriquecimiento lingüístico –cultural. En él está resumida toda la historia de
 nuestra lengua, y, por lo tanto, del desarrollo del pensamiento humano y de
 su actividad transformadora del mundo
Unidad          2
          Aprendamos a comunicarnos⃰




¿Qué observas en las imágenes? ¿Cuántas personas hay? ¿Qué expresan los
rostros de las personas de las imágenes? ¿Qué materiales están utilizando?
¿En qué lugar se encuentran? ¿Quiénes están en primer plano? ¿Crees que es
importante comunicarse? ¿Por qué? ¿Qué pasaría si de pronto nadie pudiera
comunicarse?
Lectura y contexto

                      El final de un idilio
      Aquella mañana, a la hora del recreo, el “prefecto de los chicos” se acercó
a mí y me dijo con voz seca, en la cual presentí no sé qué catástrofes
pavorosas:
      –Suárez: el Director del otro colegio lo llama a usted. Póngase su
chaqueta y vamos. Mientras buscaba la consabida prenda, hacía, con temor de
adivinar la verdad, mi examen de conciencia: cuando el Director me llamaba no
era, sin duda, para hacerme alguna caricia; eso me lo tenía bien sabido. Se
trataba de una reprimenda y de un castigo; pero, ¿por qué? Aún me faltaban
cinco días sin dulce para cumplir mi condena de quince, que me fue aplicada
gracias a aquella suela de zapato viejo que encontré en el campo y que, hecha
fragmentos, distribuí concienzudamente en todos los platos de carne que, a la
hora del refectorio, pasaron de mis manos a las de mis compañeros; no
concluía aún tres de los diez dictados que me fueron impuestos por haber
picado con el índice uno de los carrillos de González, en el momento crítico en
que éste hacía un buche de agua, obligándole a arrojar, en un cristalino chorro
horizontal, todo el líquido sobre la sotana del prefecto. ¿Qué nuevo delito podía
haberme atraído las iras del padre superior? De pronto en mis cavilaciones se
hizo la luz: ¡Luisa! ¡Se trataba de Luisa! Y me puse lívido.
      Han de saber ustedes que el “otro colegio”, designado así por todos
nosotros, era un internado de niñas, frontero a nuestro plantel, fundado por el
propio fundador de éste, y al cual íbamos frecuentemente los muchachos, ya en
demanda de los auxilios de sor Pascuala, enfermera habilísima, cuando
estábamos ligeramente enfermos; ya invitados para asistir a alguna
representación teatral organizada para festejar a las superioras; ya a fin de
presenciar los exámenes y la distribución de premios.
      La frecuencia con que unos y otras nos veíamos había enredado tales y
cuales idilios fugitivos e ingenuos, alimentados por carticas pésimamente
ortografiadas, que se cambiaban con zozobras indecibles en la primera
oportunidad, y cuyo inocente poema de anhelos en flor, indefinidos e
imprecisos, era para muchos el solaz de lentas horas de tedio, distribuidas entre
el aula, el recreo y las prácticas religiosas…
      Yo no había querido ser menos que los demás. Pues que ellos tenían
novia y con ella se carteaban a maravilla, ¿por qué había de resignarme a
seguir poniendo pedacitos de suela vieja en los platos de mis compañeros y a
picarles los carrillos cuando hacían buches de agua, condenándome así a no
probar más dulce en toda la vida y a escribir dictados durante toda la eternidad?
Y resuelto a variar el curso de mi existencia, garrapateé una carta para Luisa,
una colegiala más rubia que las mañanitas de mayo, y en cuyos ojos verdes
había ya todo lo insondable del mar. ¿Qué le dije? No lo recuerdo, algo como
un gorjeo de pajarillo travieso que empieza a tender el ala al sol, traducido con
la peor letra del mundo en la hoja no muy pulcra de un cuaderno de escritura,
hecha luego veinte mil dobleces. Aproveché la primer coyuntura para hacer
llegar a sus manos la misiva, y la muchacha me premió a poco, en la capilla del
pueblo, donde oíamos internos e internas la misa de precepto, con una mirada
       entre medrosa y sonriente, la mirada de una rapaza de diez años que
interroga a un hombrecillo de doce acerca de todo lo que hay de lejano,
inmenso y vago en la atracción de los sexos... Satisfecho de mi hazaña,
aguardé la respuesta y, a decir verdad, pocos días bastaron para amortiguar
mis impresiones…
       A la zaga del prefecto, cabizbajo y tímido, atravesé la herbosa plazuela
que separaba del nuestro el otro colegio, en la cual, al buen sol de la mañana,
relampagueaban vidrios rotos y chinitas blancas entre los céspedes lacios, y
momentos después, con la cachucha entre las manos, entraba al locutorio,
donde el Director leía a través de sus gruesos anteojos, cabalgantes sobre su
enorme nariz aguileña.
       A una señal, el prefecto nos dejó solos, y volvió a pocos instantes
trayendo de la mano a mi novia, para salir en seguida de la pieza, como
obedeciendo en todo a una previa y tremenda consigna.
       Mis ojos desolados se encontraron con los cristalinos de la muchacha,
próximos a licuarse en llano, y en ellos leyeron algo irreparable, algo peor mil y
mil veces que todos los ayunos de dulce y los dictados de todos los dómines de
la tierra. Estábamos perdidos, irremisiblemente perdidos.
       El verdugo no se había dignado mirarme; continuaba, en medio de un
silencio de muerte, escarbando, con sus ojos de miope y su nariz apericada, en
las páginas del libro. Al fin levantó la cabeza, y nosotros la inclinamos
apercibidos
       a la detonación...
       –Con que usted, señor Suárez, y usted, señora Iriarte, son novios.
       Silencio mortal.
       –¡Con que usted, señor Suárez, se permite dirigir a la señorita cartas de
amor!
       Nuevo silencio.
       –Debo advertirle, en primer lugar, que querer se escribe con “qu” y no
“cerer” como usted ha puesto, y que no se anhela con hache antes de la “a”
sino después de la “ene”; y, en segundo lugar, que, puesto que ustedes se
quieren, he resuelto casarlos, ¿estamos?, ¡y que los casaré hoy mismo!
       ¡Así, pues, la catástrofe era más espantosa aún de lo que yo me había
imaginado! ¡Casarme! ¡Casarnos! ¿Y qué iba a decir mi madre cuando lo
supiera? ¡Casarme! Toda la lógica elemental de mi vida se me venía abajo, y a
la apurada muchacha debía de pasarle otro tanto, porque entre hipo e hipo y
       lágrima y lágrima, se atrevió por fin a exclamar:
       –No, señor; no, señor; ya no lo vuelvo a hacer!
       Y yo a coro: –¡Ya no lo vuelvo a hacer!
Empero la cara enjuta del tenebroso justiciero no se conmovía; sus ojos, a
través de sus lentes, iban de una a la otra víctima, estoqueándonos sin piedad,
y su voz avinagrada y sin inflexiones repetía:
      –No tiene remedio: esto no puede arreglarse de otra manera: los caso
ahora mismo.
      –Señor –supliqué yo en el colmo de la angustia–, le aseguro que ya no lo
vuelvo a hacer. ¿Qué va a decir mi
mamá? ¿Qué van a pensar en mi casa?
      Y la muchacha, a grito herido:
      –¡Yo no quiero casarme; yo no
quiero casarme!
      Por fin el Director pareció
ablandarse.
      –Está bien –dijo–: no los casaré;
pero con una condición...
      Ambos reos callamos, con el alma
en un hilo.
      –Que recibirá cada uno de ustedes
seis palmetazos. ¿Estarán ustedes
conformes?
      No, no estábamos conformes; pero
la perspectiva del matrimonio era tan
aterradora, que los dos asentimos con
un movimiento de cabeza.
      El Director tocó una campanilla de
plata que estaba sobre la mesa.
      –¡A ver!, sor Inés: la palmeta.
      Sor Inés volvió a poco trayendo el terrible instrumento de expiación: una
enorme palmeta taladrada por cien pequeños agujeros, que eran como otras
tantas ventosas supliciatorias.
      Luego, dirigiéndose imperativamente a “mi novia”, que seguía llorando en
silencio:
      –Extienda usted la mano; a usted primero.
      La niña iba a hacer lo que le ordenaba; pero yo me adelanté: el Quijote
que dormitaba en mi sangre, el viejo y resplandeciente Quijote de la raza,
habíase alzado, poderoso, en su Rocinante blanco, con su pica deshacedora de
entuertos y su santo grito de galantería en los labios.
      –Director –dije con voz suplicante, pero firme–: ¡deme usted a mí los doce!
      El Director me miró algunos segundos, y yo, desafiando bravamente su
mirada, repetí:
      –Deme usted a mí los doce.
      –No me opongo –repitió con voz glacial–; extienda la mano...
      En el silencio de la pieza resonaban secamente los palmetazos; la niña no
lloraba ya: me miraba, me miraba con sus inmensos ojos verdes, en que había
todo lo insondable del océano, y su mirada era un premio superior a mi castigo.
...Cuando salí a la plazuela, seguido del prefecto, en la rama ondulante de
un arbolillo dos pájaros se besaban ante la dulce alegría de la mañana, y yo,
indicándoselos a mi acompañante con mi diestra atormentada, murmuré con
despecho:
      –¡Cómo a esos no les pegan! (Adaptación)




                         Amado Nervo.- Escritor mexicano (1870 - 1919). Poeta y
                         prosista, el valor de su prosa desmerece, sin embargo, si se la
                         compara con sus producciones en verso. Nervo es,
                         efectivamente, un auténtico poeta modernista, verdadero hijo
                         literario de Rubén Darío, plenamente mexicano; las intuiciones
                         religiosas de su juventud le inspiraron las páginas de sus Perlas
                         Negras y sus Místicas (1898), en las que puede encontrarse su
                         célebre A Kempis, cuyo encendido lirismo no podría ya superar
                         el poeta. Tuvo una vida agitada debido a su fama que se
                         extiende por Europa y América. Obras publicadas: En voz baja,
                         Elevación, Plenitud, La amada inmóvil, entre otras. Escribió
                         también crónicas, crítica y novelas cortas.
Comprension lectora

                 Temas para la reflexión
1. Vocabulario y Significados

   Si escribes las palabras en orden alfabético podrás leer sus significados.

                    Irremisible – lívido – idilio – zozobra – solaz
                          Dómine – expiación – catástrofe

      …………………. Desenlace funesto y doloroso.
      …………………. Maestro de gramática latina.
      …………………. Supresión de culpas por medio de un sacrificio.
      …………………. Coloquio amoroso.
      …………………. Que no se puede permitir o perdonar.
      …………………. Pálido.
      …………………. Recreo, esparcimiento.
      …………………. Inquietud, aflicción y desasosiego.


2. Para responder y comentar

   a. ¿Dónde se sitúa el relato y quiénes son los personajes de la historia?

   b. ¿Por qué fue llamado Suárez al otro colegio?

   c. ¿Qué castigos le fueron impuestos a Suárez? Explica los motivos.

   d. ¿Para qué iban los alumnos al otro colegio?

   e. ¿Cómo nacían aquellos ingenuos idilios entre los alumnos de los dos
      colegios?

   f. ¿Por qué motivo decidió el Director casar a los niños?

   g. ¿Cómo reaccionaron Luisa y Suárez ante la decisión del Director de
      casarlos?

   h. ¿En qué consistía el castigo que les iban a imponer en remplazo del
      matrimonio?
i.   ¿Qué decidió Suárez de pronto para que la niña no sufriera el castigo?
        ¿Con qué personaje se identifica? ¿Por qué?

   j.   ¿Cuál es el desenlace de esta narración?

   k. ¿Qué opinas de la actitud del Director?

   l.   ¿Cómo habrías actuado tú si te hubiera pasado lo mismo que a Suárez?


3. La carta y la ortografía

   En su carta, Suárez escribe “cerer” en vez de querer y “hanelo” en lugar de
   anhelo, porque él, irreflexivamente, no se da cuenta que el dominio de la
   ortografía permite una adecuada comunicación escrita.

     ¿Cuáles son tus dificultades ortográficas más usuales?

     ¿Qué estás haciendo para superarlas?

     ¿Lees con frecuencia? ¿Por qué?




⃰ Ambas Unidades fueron copiadas a modo de práctica del libro Comunicación y
 vida de Sergio Rodríguez – Ediciones Librotext.

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  • 1. Unidad 1 Afinemos nuestras habilidades⃰ ¿Qué está haciendo el niño? ¿Quiénes son sus compañeros? ¿Crees que se está comunicando? Y en el otro cuadro ¿qué hacen los niños? ¿Qué habilidades demuestran? ¿Qué edad crees que tienen? ¿Cuál es el estado de ánimo de cada niño? ¿Te parece interesante compartir el trabajo? ¿Crees que es mejor estar solo que acompañado? ¿Por qué? ¿Cómo te sientes tú cuando estás solo? ¿Qué ventajas tiene compartir un trabajo? ¿Qué es lo que más te gusta hacer? ¿Sabes que son las habilidades? Enumera todas las que te gustaría aprender
  • 2. Lectura y contexto Los tres astronautas El desarrollo de la Física y la tecnología permiten que la conquista del espacio sea la principal aventura del hombre en el siglo XX. El 4 de octubre de 1957 los soviéticos lanzan el Sputnik, el primer satélite artificial que gira alrededor de la Tierra. Luego, el ruso Gagarin es el primer hombre que en 1961 viaja al espacio. Los norteamericanos, el 21 de julio de 1969, logran su objetivo de colocar a un hombre sobre la Luna. Veamos cómo un escritor de actualidad concibe imaginariamente el tema de la llegada a Marte. Era una vez la Tierra. Era una vez Marte. Estaban muy lejos el uno de la otra, en medio del cielo, y alrededor había millones de planetas y de galaxias. Los hombres que estaban sobre la tierra, querían llegar a Marte y a otros planetas; ¡pero estaban muy lejos! Sin embargo trataron de conseguirlo. Primero lanzaron satélites que giraban alrededor de la Tierra durante dos días y luego regresaban. Después lanzaron cohetes que daban algunas vueltas alrededor de la Tierra pero, en vez de volver a bajar, al final escapaban de la atracción terrestre y partían hacia el espacio infinito. Al principio pusieron perros en los cohetes; pero los perros no sabían hablar y por la radio del cohete transmitían sólo “guau, guau”. Y los hombres no entendían qué habían visto y a dónde habían llegado. Por fin encontraron hombres valientes que quisieron trabajar de astronautas. El astronauta se llama así porque parte a explorar los astros que están en el espacio infinito, con los planetas, las galaxias y todo lo que hay alrededor. Los astronautas partían sin saber si podían regresar. Querían conquistar las estrellas de modo que un día pudieran viajar de un planeta a otro,
  • 3. porque la Tierra se había vuelto demasiado chica y los hombres eran cada día más. Una linda mañana partieron de la Tierra, de tres lugares distintos, tres cohetes. En el primero iba un norteamericano que silbaba contento una melodía de jazz. En el segundo iba un ruso que cantaba con voz profunda: “Volga, Volga”. En el tercero iba un negro que sonreía feliz con dientes muy blancos sobre la cara negra. En esa época, los habitantes de África, libres por fin, habían probado que como los blancos podían construir casas, máquinas y, naturalmente, astronaves. Cada uno de los tres deseaba ser el primero en llegar a Marte. El norteamericano en realidad no quería al ruso y el ruso no quería al norteamericano porque el norteamericano para decir “buenos días” decía “How do you do”, y el ruso decía “zdravctvuite”. Además, ninguno de los dos quería al negro porque tenía un color distinto. Por eso no se entendían. Como los tres eran muy valientes, llegaron a Marte casi al mismo tiempo. Descendieron de sus astronaves con el casco y el traje especial y encontraron un paisaje maravilloso y extraño: El terreno estaba surcado por largos canales llenos de agua de color verde esmeralda. Había árboles azules y pajaritos nunca vistos, con plumas de rarísimo color. En el horizonte se veían montañas rojas que despedían misteriosos fulgores. Los astronautas miraban el paisaje, se miraban entre sí y se mantenían separados, desconfiando el uno del otro. Cuando llegó la noche, se hizo un extraño silencio alrededor. La Tierra brillaba en el cielo como si fuera una estrella lejana. Los cosmonautas se sentían tristes y perdidos, y el norteamericano en medio de la oscuridad, llamó a su mamá. Dijo “Mamie”. Y el ruso dijo “Mamá”. Y el negro Mbamba”. Pero, en seguida comprendieron que estaban diciendo lo mismo y que tenían los mismos sentimientos. Entonces se sonrieron, se acercaron, encendieron juntos una linda fogatita, y cada uno cantó las canciones de su país. Con esto recordaron el coraje y, esperando la mañana, aprendieron a conocerse. Por fin llegó la mañana y hacía mucho frío. De repente, de un bosquecito, salió un marciano. ¡Era realmente horrible verlo! Todo verde, tenía dos antenas en lugar de orejas, una trompa y seis brazos. Los miró y dijo “Grrrr”. En su idioma quería decir: ¡Madre mía!, ¿quiénes son estos seres tan horribles? Pero los terráqueos no lo entendieron y creyeron que ese era un grito de guerra. Era tan distinto a ellos, no podían entenderlo y amarlo. En seguida se sintieron de acuerdo y se declararon en contra de él. Frente a ese monstruo sus pequeñas diferencias desaparecían. ¿Qué importaban que hablaran un idioma distinto? ¿Qué importaba que uno tuviera la piel negra y los otros la tuvieran blanca? Se dieron cuenta que eran seres humanos. El otro no. Era demasiado feo y los terráqueos pensaban que el que es tan feo debe ser malo. Por eso decidieron matarlo con sus desintegradores atómicos.
  • 4. Pero, de repente, en el gran hielo de la mañana, un pajarito marciano, que evidentemente se había escapado del nido, cayó al suelo temblando de frío y de miedo. Piaba desesperado, más o menos como un pajarito terráqueo. Daba mucha pena. El norteamericano, el ruso y el negro lo miraron y no pudieron contener una lágrima de compasión. Y en ese momento ocurrió un hecho que no esperaban. También el marciano se acercó al pajarito, lo miró, y dejó escapar dos columnas de humo de su trompa. Y los terráqueos, entonces, comprendieron que el marciano estaba llorando. A su modo, como lo hacen los marcianos. Luego vieron que se inclinaba sobre el pajarito y lo levantaba entre sus seis brazos tratando de darle calor. El negro, que en sus tiempos había sido perseguido por su piel negra, sabía como eran las cosas. Se volvió hacia sus dos amigos terráqueos: -¿Entendieron? –dijo- ¡Creíamos que este monstruo era diferente a nosotros y en cambio él ama a los animales, sabe conmoverse, tiene corazón y, sin duda, cerebro también! ¿Todavía creen que tenemos que matarlo? Se sintieron avergonzados ante esa pregunta. Los terráqueos ya habían entendido la lección: no es suficiente que dos criaturas sean diferentes para que deban ser enemigas. Por eso se aproximaron al marciano y le tendieron la mano. Y él, que tenía seis manos, estrechó de una sola vez las de los tres, mientras que con las que tenía libres hacia gestos de saludo. Y señalando con el dedo la Tierra, allí abajo en el cielo, hizo entender que quería hacer un viaje para conocer a los demás habitantes y estudiar con ellos la forma de fundar una gran república espacial en la que todos estuvieran de acuerdo y se quisieran. Los terráqueos dijeron que sí muy contentos. Y para festejar el acontecimiento le ofrecieron un cigarrillo. El marciano, muy feliz, se lo metió en la nariz y empezó a fumar. Pero ya los terráqueos no se escandalizaban más. Habían entendido que en la Tierra, como en los otros planetas, cada uno tiene sus propias costumbres y que sólo es cuestión de comprenderse entre todos. Umberto Eco.- Escritor italiano (1932). Destacado estudioso de la época medieval y uno de los padres de la Semiótica (ciencia que estudia en sus diferentes aspectos los sistemas y códigos de signos). Escribió valiosos ensayos: Desarrollo de la estética medieval, Obra abierta, El signo, Tratado de semiótica y otros. Son muy conocidos, por ejemplo, sus análisis de la publicidad y de la moda como fenómenos semióticos. Su interés por el mundo de las comunicaciones y por la literatura lo llevaron a escribir la novela El nombre de la rosa, que se convirtió en un éxito editorial sin precedentes. Otras novelas: El péndulo de Foucault y La isla del día de antes.
  • 5. Comprension lectora Análisis y comentario 1. Análisis del personaje: a. Inicialmente, ¿a través de qué hechos se manifestó el deseo de los hombres de querer llegar a otros planetas? ¿Por qué los perros no funcionaron como astronautas? b. ¿Cómo defines a los astronautas? ¿Qué condiciones deben poseer? c. ¿Por qué razón no se llevaban bien los tres astronautas del cuento? ¿Cómo surgió en ellos el sentimiento de solidaridad? d. ¿En que aspectos se fijaron los humanos y el marciano para sentirse enemigos? e. ¿En qué momento los humanos se percataron de la semejanza que tenían con el extraterrestre? ¿Cuál de ellos fue el primero en darse cuenta de este hecho? ¿Por qué? f. ¿Cuál es el mensaje que desea transmitir el narrador? Marca la respuesta correcta:  La existencia de seres extraterrestres en el universo. ( )  La necesidad de que todos los seres se comprendan. ( )  La compasión que se debe sentir por los animales. ( ) g. ¿Consideras el relato como realista o fantástico? ¿Por qué? 2. Opinión sobre la comunicación y la solidaridad a. ¿Qué importancia tiene la comunicación en la comprensión entre los seres humanos? b. ¿Se puede amar lo que no se conoce? c. ¿Qué es la solidaridad? d. ¿Cómo se conseguirá la paz?
  • 6. Uso del diccionario Un diccionario es un libro en el que encontramos ordenadas alfabéticamente las palabras de una lengua con sus respectivos significados. Su propósito fundamental no es sólo proporcionar, a quienes lo consulten, el significado de los vocablos, sino también averiguar la ortografía de ellos. Igualmente, el diccionario aporta informaciones gramaticales que son importantes para su apropiado manejo. Comunicar (Del lat. communicāre). 1. tr. Hacer a otro partícipe de lo que uno tiene. ǁ 2. tr. Descubrir, manifestar o hacer saber a alguien algo. ǁ 3. tr. Conversar, tratar con alguien de palabra o por escrito. U. t. c. prnl. ǁ 4. tr. Transmitir señales mediante un código común al emisor y al receptor. ǁ 5. tr. Establecer medios de acceso entre poblaciones o lugares. El puente comunica los dos lados de la bahía. U. t. c. prnl. ǁ 6. tr. Consultar con otros un asunto, tomando su parecer. ǁ 7. tr. ant. comulgar. ǁ 8. intr. Dicho de un teléfono: Dar, al marcar un número, la señal indicadora de que la línea está ocupada por otra comunicación. ǁ 9. prnl. Dicho de cosas inanimadas: Tener correspondencia o paso con otras. ǁ 10. prnl. Extenderse, propagarse. El incendio se comunicó a las casas vecinas. Significados de algunas abreviaciones o siglas: <tr> acepciones transitivas. <U. t. c.> usado también como. <prnl> pronominal. <ant> anticuado o anticuada. Para poder consultar eficazmente un diccionario es importante tener en cuenta lo siguiente: 1. El uso de distintos tipos de letra: la negrita, la normal y la cursiva, pues cada una de ellas cumple una función específica. 2. La aparición de numerosas abreviaturas, las cuales señalan la función gramatical de las palabras. 3. La práctica en el ordenamiento alfabético de las palabras a fin de ubicarlas con rapidez. 4. La necesidad de recurrir al diccionario cuando tengamos alguna duda ortográfica.
  • 7. Ordenar y buscar el significado de las palabras siguientes: economía entretener ejemplo enojar erogación eficiente egoísta ebanista ebrio enarbolar embutido escarbar elegante escombro egreso El diccionario es un instrumento muy valioso para alcanzar un verdadero enriquecimiento lingüístico –cultural. En él está resumida toda la historia de nuestra lengua, y, por lo tanto, del desarrollo del pensamiento humano y de su actividad transformadora del mundo
  • 8. Unidad 2 Aprendamos a comunicarnos⃰ ¿Qué observas en las imágenes? ¿Cuántas personas hay? ¿Qué expresan los rostros de las personas de las imágenes? ¿Qué materiales están utilizando? ¿En qué lugar se encuentran? ¿Quiénes están en primer plano? ¿Crees que es importante comunicarse? ¿Por qué? ¿Qué pasaría si de pronto nadie pudiera comunicarse?
  • 9. Lectura y contexto El final de un idilio Aquella mañana, a la hora del recreo, el “prefecto de los chicos” se acercó a mí y me dijo con voz seca, en la cual presentí no sé qué catástrofes pavorosas: –Suárez: el Director del otro colegio lo llama a usted. Póngase su chaqueta y vamos. Mientras buscaba la consabida prenda, hacía, con temor de adivinar la verdad, mi examen de conciencia: cuando el Director me llamaba no era, sin duda, para hacerme alguna caricia; eso me lo tenía bien sabido. Se trataba de una reprimenda y de un castigo; pero, ¿por qué? Aún me faltaban cinco días sin dulce para cumplir mi condena de quince, que me fue aplicada gracias a aquella suela de zapato viejo que encontré en el campo y que, hecha fragmentos, distribuí concienzudamente en todos los platos de carne que, a la hora del refectorio, pasaron de mis manos a las de mis compañeros; no concluía aún tres de los diez dictados que me fueron impuestos por haber picado con el índice uno de los carrillos de González, en el momento crítico en que éste hacía un buche de agua, obligándole a arrojar, en un cristalino chorro horizontal, todo el líquido sobre la sotana del prefecto. ¿Qué nuevo delito podía haberme atraído las iras del padre superior? De pronto en mis cavilaciones se hizo la luz: ¡Luisa! ¡Se trataba de Luisa! Y me puse lívido. Han de saber ustedes que el “otro colegio”, designado así por todos nosotros, era un internado de niñas, frontero a nuestro plantel, fundado por el propio fundador de éste, y al cual íbamos frecuentemente los muchachos, ya en demanda de los auxilios de sor Pascuala, enfermera habilísima, cuando estábamos ligeramente enfermos; ya invitados para asistir a alguna representación teatral organizada para festejar a las superioras; ya a fin de presenciar los exámenes y la distribución de premios. La frecuencia con que unos y otras nos veíamos había enredado tales y cuales idilios fugitivos e ingenuos, alimentados por carticas pésimamente ortografiadas, que se cambiaban con zozobras indecibles en la primera oportunidad, y cuyo inocente poema de anhelos en flor, indefinidos e imprecisos, era para muchos el solaz de lentas horas de tedio, distribuidas entre el aula, el recreo y las prácticas religiosas… Yo no había querido ser menos que los demás. Pues que ellos tenían novia y con ella se carteaban a maravilla, ¿por qué había de resignarme a seguir poniendo pedacitos de suela vieja en los platos de mis compañeros y a picarles los carrillos cuando hacían buches de agua, condenándome así a no probar más dulce en toda la vida y a escribir dictados durante toda la eternidad? Y resuelto a variar el curso de mi existencia, garrapateé una carta para Luisa, una colegiala más rubia que las mañanitas de mayo, y en cuyos ojos verdes
  • 10. había ya todo lo insondable del mar. ¿Qué le dije? No lo recuerdo, algo como un gorjeo de pajarillo travieso que empieza a tender el ala al sol, traducido con la peor letra del mundo en la hoja no muy pulcra de un cuaderno de escritura, hecha luego veinte mil dobleces. Aproveché la primer coyuntura para hacer llegar a sus manos la misiva, y la muchacha me premió a poco, en la capilla del pueblo, donde oíamos internos e internas la misa de precepto, con una mirada entre medrosa y sonriente, la mirada de una rapaza de diez años que interroga a un hombrecillo de doce acerca de todo lo que hay de lejano, inmenso y vago en la atracción de los sexos... Satisfecho de mi hazaña, aguardé la respuesta y, a decir verdad, pocos días bastaron para amortiguar mis impresiones… A la zaga del prefecto, cabizbajo y tímido, atravesé la herbosa plazuela que separaba del nuestro el otro colegio, en la cual, al buen sol de la mañana, relampagueaban vidrios rotos y chinitas blancas entre los céspedes lacios, y momentos después, con la cachucha entre las manos, entraba al locutorio, donde el Director leía a través de sus gruesos anteojos, cabalgantes sobre su enorme nariz aguileña. A una señal, el prefecto nos dejó solos, y volvió a pocos instantes trayendo de la mano a mi novia, para salir en seguida de la pieza, como obedeciendo en todo a una previa y tremenda consigna. Mis ojos desolados se encontraron con los cristalinos de la muchacha, próximos a licuarse en llano, y en ellos leyeron algo irreparable, algo peor mil y mil veces que todos los ayunos de dulce y los dictados de todos los dómines de la tierra. Estábamos perdidos, irremisiblemente perdidos. El verdugo no se había dignado mirarme; continuaba, en medio de un silencio de muerte, escarbando, con sus ojos de miope y su nariz apericada, en las páginas del libro. Al fin levantó la cabeza, y nosotros la inclinamos apercibidos a la detonación... –Con que usted, señor Suárez, y usted, señora Iriarte, son novios. Silencio mortal. –¡Con que usted, señor Suárez, se permite dirigir a la señorita cartas de amor! Nuevo silencio. –Debo advertirle, en primer lugar, que querer se escribe con “qu” y no “cerer” como usted ha puesto, y que no se anhela con hache antes de la “a” sino después de la “ene”; y, en segundo lugar, que, puesto que ustedes se quieren, he resuelto casarlos, ¿estamos?, ¡y que los casaré hoy mismo! ¡Así, pues, la catástrofe era más espantosa aún de lo que yo me había imaginado! ¡Casarme! ¡Casarnos! ¿Y qué iba a decir mi madre cuando lo supiera? ¡Casarme! Toda la lógica elemental de mi vida se me venía abajo, y a la apurada muchacha debía de pasarle otro tanto, porque entre hipo e hipo y lágrima y lágrima, se atrevió por fin a exclamar: –No, señor; no, señor; ya no lo vuelvo a hacer! Y yo a coro: –¡Ya no lo vuelvo a hacer!
  • 11. Empero la cara enjuta del tenebroso justiciero no se conmovía; sus ojos, a través de sus lentes, iban de una a la otra víctima, estoqueándonos sin piedad, y su voz avinagrada y sin inflexiones repetía: –No tiene remedio: esto no puede arreglarse de otra manera: los caso ahora mismo. –Señor –supliqué yo en el colmo de la angustia–, le aseguro que ya no lo vuelvo a hacer. ¿Qué va a decir mi mamá? ¿Qué van a pensar en mi casa? Y la muchacha, a grito herido: –¡Yo no quiero casarme; yo no quiero casarme! Por fin el Director pareció ablandarse. –Está bien –dijo–: no los casaré; pero con una condición... Ambos reos callamos, con el alma en un hilo. –Que recibirá cada uno de ustedes seis palmetazos. ¿Estarán ustedes conformes? No, no estábamos conformes; pero la perspectiva del matrimonio era tan aterradora, que los dos asentimos con un movimiento de cabeza. El Director tocó una campanilla de plata que estaba sobre la mesa. –¡A ver!, sor Inés: la palmeta. Sor Inés volvió a poco trayendo el terrible instrumento de expiación: una enorme palmeta taladrada por cien pequeños agujeros, que eran como otras tantas ventosas supliciatorias. Luego, dirigiéndose imperativamente a “mi novia”, que seguía llorando en silencio: –Extienda usted la mano; a usted primero. La niña iba a hacer lo que le ordenaba; pero yo me adelanté: el Quijote que dormitaba en mi sangre, el viejo y resplandeciente Quijote de la raza, habíase alzado, poderoso, en su Rocinante blanco, con su pica deshacedora de entuertos y su santo grito de galantería en los labios. –Director –dije con voz suplicante, pero firme–: ¡deme usted a mí los doce! El Director me miró algunos segundos, y yo, desafiando bravamente su mirada, repetí: –Deme usted a mí los doce. –No me opongo –repitió con voz glacial–; extienda la mano... En el silencio de la pieza resonaban secamente los palmetazos; la niña no lloraba ya: me miraba, me miraba con sus inmensos ojos verdes, en que había todo lo insondable del océano, y su mirada era un premio superior a mi castigo.
  • 12. ...Cuando salí a la plazuela, seguido del prefecto, en la rama ondulante de un arbolillo dos pájaros se besaban ante la dulce alegría de la mañana, y yo, indicándoselos a mi acompañante con mi diestra atormentada, murmuré con despecho: –¡Cómo a esos no les pegan! (Adaptación) Amado Nervo.- Escritor mexicano (1870 - 1919). Poeta y prosista, el valor de su prosa desmerece, sin embargo, si se la compara con sus producciones en verso. Nervo es, efectivamente, un auténtico poeta modernista, verdadero hijo literario de Rubén Darío, plenamente mexicano; las intuiciones religiosas de su juventud le inspiraron las páginas de sus Perlas Negras y sus Místicas (1898), en las que puede encontrarse su célebre A Kempis, cuyo encendido lirismo no podría ya superar el poeta. Tuvo una vida agitada debido a su fama que se extiende por Europa y América. Obras publicadas: En voz baja, Elevación, Plenitud, La amada inmóvil, entre otras. Escribió también crónicas, crítica y novelas cortas.
  • 13. Comprension lectora Temas para la reflexión 1. Vocabulario y Significados Si escribes las palabras en orden alfabético podrás leer sus significados. Irremisible – lívido – idilio – zozobra – solaz Dómine – expiación – catástrofe  …………………. Desenlace funesto y doloroso.  …………………. Maestro de gramática latina.  …………………. Supresión de culpas por medio de un sacrificio.  …………………. Coloquio amoroso.  …………………. Que no se puede permitir o perdonar.  …………………. Pálido.  …………………. Recreo, esparcimiento.  …………………. Inquietud, aflicción y desasosiego. 2. Para responder y comentar a. ¿Dónde se sitúa el relato y quiénes son los personajes de la historia? b. ¿Por qué fue llamado Suárez al otro colegio? c. ¿Qué castigos le fueron impuestos a Suárez? Explica los motivos. d. ¿Para qué iban los alumnos al otro colegio? e. ¿Cómo nacían aquellos ingenuos idilios entre los alumnos de los dos colegios? f. ¿Por qué motivo decidió el Director casar a los niños? g. ¿Cómo reaccionaron Luisa y Suárez ante la decisión del Director de casarlos? h. ¿En qué consistía el castigo que les iban a imponer en remplazo del matrimonio?
  • 14. i. ¿Qué decidió Suárez de pronto para que la niña no sufriera el castigo? ¿Con qué personaje se identifica? ¿Por qué? j. ¿Cuál es el desenlace de esta narración? k. ¿Qué opinas de la actitud del Director? l. ¿Cómo habrías actuado tú si te hubiera pasado lo mismo que a Suárez? 3. La carta y la ortografía En su carta, Suárez escribe “cerer” en vez de querer y “hanelo” en lugar de anhelo, porque él, irreflexivamente, no se da cuenta que el dominio de la ortografía permite una adecuada comunicación escrita.  ¿Cuáles son tus dificultades ortográficas más usuales?  ¿Qué estás haciendo para superarlas?  ¿Lees con frecuencia? ¿Por qué? ⃰ Ambas Unidades fueron copiadas a modo de práctica del libro Comunicación y vida de Sergio Rodríguez – Ediciones Librotext.