El documento resume la celebración de Pentecostés en la Parroquia de San Diego el 24 de mayo de 2015. Se celebra el fin de la cincuentena pascual y la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Se recuerda el bautismo y la misión de la iglesia de hacer presente a Jesús en el mundo a través del Espíritu.
1. PARROQUIA DE SAN
DIEGO
Avda. de San Diego, 61
28053-Madrid
Tel. 91/477 7244
PENTECOSTES/B
Día 24 de mayo del 2015
Celebramos hoy la Solemnidad
de Pentecostés, que cierra la
cincuentena pascual. Hoy, es también el Día del Apostolado
Seglar y de la Acción Católica.
Todo el tiempo de Pascua, como un solo día, hemos
estado celebrando el mismo misterio: el del amor de Dios que
salva a la humanidad, elevando a su Hijo Jesucristo, por la fuerza
del Espíritu Santo, a la plenitud de la vida en su muerte y
resurrección, dando a los hombres ese mismo Espíritu.
Iniciamos esta celebración con la aspersión del agua, que
nos recuerda nuestro bautismo, expresando nuestro deseo de ser
fieles a Jesús y de dejarnos guiar por la fuerza del Espíritu.
Escuchamos cómo la fuerza del Espíritu, cambia la vida de
los primeros discípulos y les hace hablar de las maravillas de
Dios en todas las lenguas.
Ven, Espíritu Divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones
espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del
alma,
descanso de nuestro
esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las
lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del
alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el
sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Amén.
Himno «Veni Creator»
Ven, Espíritu Creador,
visita las mentes de los tuyos;
llena de la gracia divina
los corazones que tú has
creado.
Tú, llamado el Consolador,
Don del Dios Altísimo;
Fuente viva, Fuego, Caridad
y espiritual Unción.
Tú, con tus siete dones,
eres Fuerza de la diestra de
Dios.
Tú, el prometido por el Padre.
Tú pones en nuestros labios tu
Palabra.
Enciende tu luz en nuestras
mentes, infunde tu amor en
nuestros corazones,
y, a la debilidad de nuestra
carne, vigorízala con
redoblada fuerza.
Al enemigo ahuyéntalo lejos,
danos la paz cuanto antes;
yendo tú delante como guía,
sortearemos los peligros.
Que por ti conozcamos al
Padre, conozcamos
igualmente al Hijo
y en ti, Espíritu de ambos,
creamos en todo tiempo.
Gloria al Padre por siempre,
gloria al Hijo, resucitado
de entre los muertos, y al
Paráclito por los siglos y
siglos.
Amén.
2. Todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para
formar un solo cuerpo: la Iglesia. Y estamos llamados a poner
nuestros carismas al servicio de la comunidad.
En esta Solemnidad de Pentecostés, como en la de
Pascua, la Iglesia lee o canta una obra poética llamada
Secuencia. En ella invocamos al Espíritu Santo, para que nos
llene con su fuerza, con su luz y con su aliento amoroso.
Jesús está siempre presente en medio de la comunidad
por medio del Espíritu; y a nosotros, sus discípulos, nos deja la
misión de hacerlo presente en el mundo.
EVANGELIO (Jn 20,19-23)
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de
la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se
presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos
vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo: "La paz esté
con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo".
Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban al Espíritu
Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a
los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar".
Historia de Pentecostés
La palabra Pentecostés viene del griego y significa el día
quincuagésimo. A los 50 días de la Pascua, los judíos celebraban la
fiesta de las siete semanas (Ex 34,22), esta fiesta en un principio fue
agrícola, pero se convirtió después en recuerdo de la Alianza del
Sinaí.
Al principio los cristianos no celebraban esta fiesta. Las primeras
alusiones a su celebración se encuentran en escritos de San Irineo,
Tertuliano y Orígenes, a fin del siglo II y principio del III. Ya en el
siglo IV hay testimonios de que en las grandes Iglesias de
Constantinopla, Roma y Milán, así como en la Península Ibérica, se
festejaba el último día de la cincuentena pascual.
Con el tiempo se le fue dando mayor importancia a este día,
teniendo presente el acontecimiento histórico de la venida del
Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles (Cf. Hch 2).
Gradualmente, se fue formando una fiesta, para la que se preparaban
con ayuno y una vigilia solemne, algo parecido a la Pascua. Se
utiliza el color rojo para el altar y las vestiduras del sacerdote;
simboliza el fuego del Espíritu Santo.
3. Significado
Los cincuenta días pascuales y las fiestas de la Ascensión y
Pentecostés, forman una unidad. No son fiestas aisladas de
acontecimientos ocurridos en el tiempo, son parte de un solo y único
misterio.
Pentecostés es fiesta pascual y fiesta del Espíritu Santo. La Iglesia
sabe que nace en la Resurrección de Cristo, pero se confirma con la
venida del Espíritu Santo. Es hasta entonces, que los Apóstoles
acaban de comprender para qué fueron convocados por Jesús; para
qué fueron preparados durante esos tres años de convivencia íntima
con Él.
La Fiesta de Pentecostés es como el "aniversario" de la Iglesia. El
Espíritu Santo desciende sobre aquella comunidad naciente y
temerosa, infundiendo sobre ella sus siete dones, dándoles el valor
necesario para anunciar la Buena Nueva de Jesús; para preservarlos
en la verdad, como Jesús lo había prometido (Jn 14.15); para
disponerlos a ser sus testigos; para ir, bautizar y enseñar a todas las
naciones.
Es el mismo Espíritu Santo que, desde hace dos mil años hasta
ahora, sigue descendiendo sobre quienes creemos que Cristo vino,
murió y resucitó por nosotros; sobre quienes sabemos que somos
parte y continuación de aquella pequeña comunidad ahora extendida
por tantos lugares.