1. Leobardo Oscar Alcántara Ocaña.
Producción Científica Contemporánea.
Dr. Alfonso Enrique Islas Rodríguez
Maestría en Comunicación de la Ciencia
y la Cultura, ITESO. 27 / 07 / 10
Producción científica contemporánea
¿? Divulgación de la ciencia y vida cotidiana.
Introducción:
Aunque se trata de un trabajo final y que debe de cumplir con ciertos criterios
formales, me he tomado la libertad de incluir algunas anécdotas personales con el
objetivo de imprimirle un sentido más personal a este trabajo. En particular, he tenido
dificultades para escribir este texto. Los temas relacionados con la ciencia y la tecnología,
la naturaleza y la producción del conocimiento me apasionan, sin embargo, aunque he
reflexionado mucho al respecto, he logrado estructurar poco: aquí el resultado.
Un pequeño homenaje a James Lovelock (algunos pasajes de mi niñez):
El capítulo en donde James Lovelock da cuenta de momentos cruciales en su
infancia y primeros años de juventud, me inspiraron para escribir estas líneas. No es que
me vea reflejado en la vida de este científico, o que quiera compararme con él, esto
estaría fuera de toda proporción. En particular, la forma en que Lovelock expone en el
primer capítulo de “Homenaje a Gaia” lo que le fue aconteciendo en la vida, la forma en
que percibía el sistema educativo y la manera en que tomó algunas decisiones ante
situaciones muy adversas que al final lo condujeron por el camino de la ciencia, me
recordó momentos de mi infancia en los que mostré algún interés por la química y la
biología y después por las computadoras. Si de similitudes se trata, sólo puedo decir que
también fui hijo único, que mi paso por la escuela primaria y secundaria también fue
doloroso y muy poco estimulante. Concuerdo con Lovelock en que ciertas maneras de
educar o ciertos sistemas educativos destruyen la capacidad creativa y de imaginación del
niño o el adolescente. Incluso, puede decirse que en algunos casos, en la escuela -vista
como espacio de socialización-, se refuerza y reproduce la construcción de ciertas
representaciones sociales que alimentan una imagen sobre la ciencia (en términos
concretos sobre la biología, la química la física y la matemáticas), como algo difícil,
complicado, a la que sólo tienen acceso mentes privilegiadas o incluso, como una
actividad aburrida, sin ninguna utilidad o fin práctico. Esto a la postre me parece, tiene un
2. efecto que inhibe en mayor o menor medida (por su puesto no en todos los casos) en los
alumnos el interés por los temas científicos.
Fuera del ámbito escolar, una de las formas en las que me acerqué (y
seguramente muchos de mi generación) a la información de carácter científico y
tecnológico fue a través de los medios de comunicación, de manera especial la televisión
y el cine. En los años 70s y 80s, uno de los temas que cobró un elevado interés en
diferentes países fue la utilización de la energía atómica para la generación de energía
eléctrica o con fines bélicos. El accidente nuclear de Three Mile Island en E.U en 1979 y
sobre todo el accidente de la planta nuclear de Chernóbil acontecido el 26 de abril de
1986 en la antigua URSS, además del problema del manejo de los desechos radioactivos,
colocaron en la palestra (opinión pública y medios masivos de comunicación) por una
buena cantidad de años el tema de la energía nuclear, su manejo y sus posibles efectos
nocivos en la salud1. Películas como El síndrome de China (The China Syndrome (1979)
y El día después (The Day after (1983) y toda la propaganda que circulaba en los medios
de comunicación masiva sobre la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI, por sus siglas en
inglés) impulsada por el entonces presidente de Estados Unidos Ronald Reagan,
conocida de manera popular como “Guerra de las galaxias”, creó en aquéllos años un
entorno de temor e incertidumbre (propio de la guerra fría que aun no terminaba) sobre el
uso no controlado de la energía nuclear. Al enterarme del accidente de Chernóbil,
continuamente le preguntaba a mi padre sobre la posibilidad de que la nube radiactiva
llegara a México2. También pasé algunas noches sin dormir pensando en lo que había
visto en la película “El día después” que aunque era evidente el uso de maquetas para
representar la destrucción que generaría la hipotética explosión de un cohete nuclear
transatlántico, el sólo hecho de pensar en las posibilidades de que algo así ocurriera
resultaba perturbador. Si faltaba algo para completar el imaginario sobre la energía
nuclear y sus riesgos, en esos mismos años leí sobre la construcción de la central nuclear
Laguna Verde ubicada a 60 kilómetros de la ciudad de Xalapa en el estado de Veracruz,
que en aquéllos años generó críticas por parte de especialistas y activistas del medio
ambiente en México.
Años más tarde cuando ingresé a la carrera en Ciencias de la Comunicación en el
año de 1992 estaba de moda el debate modernidad-posmodernidad y modernismo-
posmodernismo. Yo no sabía nada sobre el tema y en realidad poco llegué a entender
sobre tales conceptos. Leí en aquéllos años algunos fragmentos del debate entre Octavio
1
El propio Norbert Wiener en su libro inventar, refiere que el tema del manejo de grandes cantidades de
energía es todavía un problema no resuelto por los científicos. (Wiener, 1995).
2
Irwin y Wynne (1996) refieren un caso particular de una región de crianza de ovejas en el noroeste de
Inglaterra que resultó afectada por la radiación producto del accidente de Chernóbil y de cómo los granjeros
asimilaron los conocimientos científicos necesarios para afrontar tal problemática.
3. Paz y Cornellius Castoriadis sobre modernismo-posmodernismo y sus implicaciones
estéticas en la literatura, el cine y la música. El debate se publicó en varias entregas en la
revista española El Viejo Topo. En esos textos dos términos usados por Paz y Castoriadis
llamaron mi atención: fragmentación y no-linealidad o ruptura de la linealidad. En ese
tiempo -y hoy más- percibía al mundo social como caótico y fragmentario. Comencé a
preguntarme entonces -quizá con cierta ingenuidad- ¿lo fragmentario y caótico está
dentro -en nuestra mente? o fuera ¿es algo que caracteriza al mundo contemporáneo?
Esta pregunta me llevó a buscar lecturas que me ayudaran a comprender mi propia
percepción del mundo y fue entonces que descubrí conceptos como entropía, orden, caos
y complejidad en los trabajos de autores como Heinz Pagels (Los Sueños de la razón: el
ordenador y los nuevos horizontes de las ciencias de la complejidad); Katherine Hayles
(La Evolución del caos: el orden dentro del desorden en las ciencias contemporáneas);
Jeremy Campbell (El Hombre Gramatical: información, entropía, lenguaje y vida); Orrin E.
Klapp (Información y moral :estrategias de apertura y cierre ante la nueva información) y
Eduardo Cérsarman (Hombre y entropía). Recuerdo esta parte de mi vida como un
periodo muy intenso de abundante lectura y de ver mucho cine de autor (el arte es
también una manera de representar y explicarnos el mundo). Me parecía que estaba
encontrando algunas respuestas a una forma particular de ver y entender el mundo. Sin
embargo, al mismo tiempo, también como resultado de esas lecturas, sentí que en el
camino quizá se había quedado la oportunidad de haberme formado en matemáticas con
alguna aplicación en ingeniería computacional. De alguna manera, en ese tiempo al
terminar mis estudios de licenciatura, descubrí que quizá mi verdadera vocación estaba
en el trabajo con computadoras. Nunca tuve problemas importantes con los números,
incluso, en la preparatoria me convocaron a un concurso de álgebra al que no asistí. Creo
que siempre le temí a las matemáticas y nunca supe si el temor era fundado o infundado.
Aún hoy siento que tengo una asignatura pendiente con aquéllas y la ingeniería en
sistemas. No es que me arrepienta de haber estudiado Ciencias de la Comunicación3, es
sólo que descubrí que para un profesionista una perspectiva multidisciplinar es mucho
más útil incluso en términos laborales; hoy en día quizá esto parezca para algunos una
verdad de Perogrullo, pero en aquéllos años no lo era tanto. Es justamente cuando se
impone la realidad de las dos culturas que plantea C.P. Snow y lo que tal polarización
implica en términos de pérdida de recursos intelectuales y creativos (Snow, 1959:12),
además de que no siempre el polo en el que uno se encuentra resulta el más cómodo o
3
Lo curioso es que al pensar o referirme a la ciencia, siempre pienso en las ciencias duras y nunca en las
“Ciencias de la Comunicación”. Esto tiene que ver también con mis propias representaciones de la ciencia.
Nunca me ha parecido que el rigor y el esfuerzo intelectual que implica dedicarse a la física, la biología, la
química o las matemáticas se compare con el que exige el estudio de la comunicación y por lo tanto, no puedo
verlas como ciencias aunque las escriba con letra mayúscula.
4. en el que uno hubiera deseado estar.
Ahora bien, el reconstruir en la memoria algunos momentos importantes en los que
la ciencia, la tecnología y su divulgación han jugado un papel importante en mi vida, me
permitió reflexionar sobre lo siguiente: es verdad que la ciencia se expresa de maneras
concretas y tangibles en nuestra vida cotidiana a través de su aplicación en diferentes
tecnologías, procesos y objetos, así como en los efectos positivos o negativos que
pueden o no generar tales aplicaciones (p.e. el uso de la energía nuclear), sin embargo,
en lo que concierne estrictamente a la ciencia, lo que en verdad está presente en el día a
día son los diferentes discursos, relatos y representaciones que sobre aquélla producen
diferentes actores en diferentes espacios sociales como los medios de comunicación
(cine, prensa, televisión), la escuela e incluso la familia y que luego pasan a formar parte
de nuestras propias ideas, imágenes o representaciones de la ciencia. En este sentido,
deberíamos pensar y tener en cuenta como futuros divulgadores (quiero ser optimista)
que la ciencia como tal, es decir, la práctica de la ciencia en sí misma, está más alejada
de nuestra vida de lo que imaginamos y sólo cuando comenzamos a hacernos preguntas
y a indagar un poco en esta otra realidad (que a veces pareciera ser una realidad
paralela) nos encontramos con que hay todo un universo que desconocemos y que no
logramos entender a cabalidad precisamente por ese distanciamiento que existe entre
nuestra propia formación educativa (formal e informal), nuestra cultura y del otro lado la
ciencia, que además tiene su propio lenguaje, sus propias reglas de operación y aunque
es un producto más de la cultura, esto no quiere decir que necesariamente esté
entretejida en ella en términos de una asimilación plena en el pensamiento y práctica de
toda persona. A este respecto, Jean-Marc Lévy-Leblond en su texto La ciencia en falta
afirma que “[…] aunque la ciencia está en el seno de la técnica, y la técnica en el seno de
la cultura, no hay transitividad, y la ciencia es más que nunca ajena a la cultura. Los
conocimientos científicos, incluso los clásicos, no forman parte del saber común. Sus
avances conceptuales, sus apuestas intelectuales escapan cada vez más a los propios
profesionales de la cultura. La ciencia contemporánea, no obstante estar en plena
renovación, alimenta poco la imaginación de los creadores, escritores o artistas plásticos,
y apenas despierta el interés de los pensadores” (Lévy-Leblond, 2004:29).
Bien, esto nos lleva preguntarnos por lo que Philippe Roqueplo denomina como
la función cultural de la Divulgación Científica, pues si atendemos a lo que plantea Lévy-
Leblond sobre este presunto distanciamiento entre ciencia y cultura, cabe preguntarse
entonces: ¿la divulgación científica? sí, pero, para qué y para quién. En realidad ¿a quién
le interesa saber sobre ciencia? y, ¿en qué medida y cómo es comunicable el
conocimiento científico? ¿Cuál debería de ser el papel de los comunicadores en la
5. divulgación de la producción científica contemporánea? y sobre todo ¿a qué se debe tal
distanciamiento de la ciencia? “cuyos avances conceptuales –asegura Lévy-Leblond-
escapan cada vez más a los profesionales de la cultura. Si partimos de estos
cuestionamientos, podemos decir que, entre otras cosas lo que queda entre paréntesis –
por decirlo de alguna manera- es la función cultural de la divulgación científica, la eficacia
en la penetración y asimilación de los contenidos que aquélla intenta difundir a un público
determinado y la propia labor de los divulgadores.
En el mismo tenor que Lévy-Leblond, Philippe Roqueplo se pregunta por el sentido
último de la divulgación de la ciencia y su viabilidad -dado precisamente este alejamiento
que refiere Lévy-Leblond- y desde una perspectiva epistemológica nos hace ver que no es
lo mismo el o los discursos sobre la ciencia, que la práctica de la ciencia y lo ejemplifica
con un caso hipotético en donde para entender un problema determinado de física, hacer
la distinción entre masa y peso es importante. Roqueplo refiere la posibilidad de que al no
estar clara tal diferenciación entre los dos conceptos (peso y masa) el problema, su
desarrollo y resolución no sean entendidos por, digamos el lector común (Roqueplo, 1974:
74). El autor señala que en lo tocante al peso de un objeto, existe una evidencia sensible
de él, no así del concepto de masa que es un concepto más abstracto (Roqueplo, 1974:
74). Así, el autor continúa con su reflexión: “[…] si se considera el contenido actual de los
artículos o las emisiones de divulgación científica […] el público no puede ‘hacer’ la
biología o la física que se le expone. La cuestión, pues es la siguiente: si no puede, por
poco que sea, ‘hacerlas’ ¿es lícito esperar que pueda, por poco que sea, comprenderlas o
conocerlas en realidad?” (Roqueplo, 1974:72). La discusión en la que profundiza Philippe
Roqueplo sobre el sentido de la divulgación de la ciencia va de lo epistemológico a las
representaciones sociales, la construcción de sentido y el papel que desempeñan los
medios de comunicación en aquélla labor. Por ahora omito los pormenores de su
disertación, que si bien son interesantes y pertinentes para una elaboración teórica
compleja sobre la divulgación de la ciencia desde una perspectiva sociocultural, dar
cuenta de ello queda fuera del objetivo de este ensayo.
Me limito a destacar una de las principales conclusiones a las que llegó Roqueplo
después de un periplo teórico abundante en reflexiones: en lo tocante al papel que el
divulgador de la ciencia cumple como tal, éste debe “[…] permitir al público asignar
carácter de significativo y verdadero a un discurso que los científicos reconocen, en forma
inequívoca, como expresión verdadera del saber objetivo.” (Roqueplo, 1974:90). Esto por
su puesto tiene amplias implicaciones teóricas y prácticas. Aquí, sólo quisiera rescatar
que si bien es común pensar en la divulgación de la ciencia como una mediación entre los
productores de aquélla y el público, son los constitutivos de esta mediación y sus
características, la práctica misma del divulgador y el perfil que en términos de la formación
6. éste debe de tener lo que quedaría aun por discutir.
Algunas conclusiones:
Es evidente que son muchas preguntas y responderlas queda fuera del alcance de
este trabajo. Sin embargo, hay que tenerlas presentes, no olvidarlas cuando se pretenda
ejercer una profesión que de suyo tiene o debería tener un alto impacto en términos
sociales, culturales y políticos como lo es la divulgación de la ciencia.
El texto al que hago alusión está incluido en el libro El reparto del saber que
Philippe Roqueplo publicó en 1974. Es evidente que el debate sobre el papel de la
divulgación de la ciencia continúa vigente en la primera década del siglo XXI4. Un aspecto
de la realidad contemporánea que le da vigencia y que potencia este debate es el
problema de cómo mediar entre la ingente cantidad de datos que se publican sobre la
producción científica contemporánea que circula a través de Internet y su transformación
en información interesante, útil y significativa para las personas. Por otra parte, en un país
como el nuestro, con una incipiente y frágil democracia, la pregunta por el papel que debe
de jugar la ciencia y su divulgación en términos pedagógicos y educativos que oriente la
toma de decisiones individuales y colectivas (construcción de ciudadanía) es un también
un tema fundamental que debería ser discutido.
Por último, debo decir que en mi niñez ya sea por interés personal, de mi propia
familia o también porque había cierto flujo de información sobre el entorno tecno-científico
en los medios de comunicación de aquéllos años en el Distrito Federal (radio, revistas,
televisión comercial abierta y estatal), ello determinó que no fuera ajeno a estos temas,
sino que me resultaran interesantes. Como muchos niños de entonces, cada fin de
semana estaba al pendiente de la emisión de Cosmos y otros programas de corte
documental. En este sentido, me parece que, al margen del debate expuesto líneas
arriba, muchos esfuerzos por divulgar los avances y descubrimientos de la ciencia y la
tecnología han cumplido con su cometido. Así se trate de representaciones de
representaciones, del uso de modelos para explicar conceptos difíciles y abstractos y de
que en términos epistemológicos no sea lo mismo la ciencia practicada que un discurso
sobre la ciencia, no podemos negar que tales discursos han contribuido –y de hecho lo
siguen haciendo- a estimularnos y nutrir nuestra imaginación para pensar el mundo y a
nosotros mismos de manera diferente.
4
Habría que revisar qué estado guarda en la actualidad este debate en los países de la Comunidad Europea y
en América Latina. Es importante señalar que el tema de divulgación de la ciencia y democracia que aborda
tanto Levy-Leblond como Roqueplo, se sitúan en Francia, país en donde la discusión sobre el uso de los
medios públicos para dar un acceso democrático a la ciencia y cultura ha sido muy importante.
7. Bibliografía:
Irwin, Alan y Wynne, Brian (ed.) (1996). Misunderstanding Science?: The Public
Reconstruction of Science and Technology. Cambridge, Inglaterra: Cambridge University.
Lévy-Leblond, Jean-Marc. (2004). La piedra de toque. La ciencia a prueba, México: Fondo
de Cultura Económica, colección Ciencia y Tecnología.
Roqueplo, Philippe. (1983). El reparto del saber: ciencia, cultura, divulgación. Buenos
Aires, Argentina: Gedisa, colección Límites de la Ciencia.
Snow, C.P. (1961). The two Cultures and the Scientific Revolution (The rede lecture),
Nueva York, Estados Unidos: Cambridge University Press.
Wiener, Norbert. (1995). Inventar: sobre la gestación y el cultivo de las ideas. Barcelona,
España: Tusquets.