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¿POR QUÉ EN SAN BERNARDO TRIUNFÓ
EL SENTIDO HUMANITARIO?
SR. RAÚL BESOAÍN ARMIJO
HISTORIADOR
¿Por qué en San Bernardo triunfó el sentido humanitario durante la Guerra del
Pacífico?
Antes de responder a esta pregunta quizás debiéramos hacernos otra. ¿Por qué se
escogió a San Bernardo como lugar de reclusión de los prisioneros de guerra?
La respuesta parece ser fácil. Por su cercanía con Santiago y por tener fama, ya en esos
años, de ser un pueblo tranquilo y acogedor. Más aún, era lugar de veraneo de la
aristocracia santiaguina.
Sin embargo, debemos adentrarnos un poco más en el tema. Para eso nos referiremos
a tres aspectos: primero el fundador, luego la ciudad y por último, sus habitantes.
La ciudad de San Bernardo fue fundada el 9 de febrero de 1821 por don Domingo
Eyzaguirre y Arechavala, cumpliendo un mandato del Director Supremo Bernardo
O’Higgins.
Domingo Eyzaguirre había nacido en Santiago el 17 de julio de 1775 y después de
estudiar las primeras letras, sus padres lo pusieron en el Seminario porque era el mejor
establecimiento de lo que llamaríamos hoy la Educación Media.
Su biógrafo, don Federico Errázuriz Zañartu, nos aclara:
“No era don Domingo Eyzaguirre un hombre de alta y distinguida capacidad, ni poseyó
jamás una grande instrucción; pero estaba dotado de un juicio claro, de una conciencia
recta que no transigía en circunstancia alguna con lo que a ella se oponía, de un valor
moral raro en el desempeño de sus deberes como hombre público y privado, de una
actividad extraordinaria, de un espíritu incansable de empresas e innovaciones, de una
piedad sólida y sincera, a la par que humilde. Lo veremos siempre en el largo
transcurso de su vida consagrado exclusivamente al bien público y al de los pobres y
desvalidos en particular.”
Cuando terminó sus estudios en el Seminario pasó a administrar la hacienda de su
padre en San Agustín de Tango. Al iniciarse la Independencia, adhirió a la causa
patriota y en 1811 fue nombrado Intendente de la construcción del Canal del Maipo,
que por los avatares de la guerra quedó suspendida hasta que en 1818 el Director
Supremo Bernardo O’Higgins volvió a encargarle la obra, que fue inaugurada el 20 de
agosto de 1820.
Junto con esto, el Gobierno y el Senado, mediante el Senado Consulto del 9 de febrero
de 1821, le encargaron que vendiera los terrenos llamados de Lepe y en el centro
dejara un espacio bien delimitado para la fundación de una villa en la que se preferirán
los militares y viudas de militares que habían luchado por la Independencia.
Como en los primeros años no hubo mayores interesados en los sitios, el señor
Eyzaguirre logró que el Congreso aprobara la Ley de Fundación de la Villa de San
Bernardo, de fecha 27 de septiembre de 1830.
Domingo Eyzaguirre trazó el plano de la ciudad, con trece calles rectas y
perpendiculares entre sí, partiendo de la Plaza de Armas, abarcando 32 manzanas en el
perímetro que encierran las actuales Av. Colón por el norte, San José por el sur, Barros
Arana por el oriente y América por el poniente.
El nombre de Domingo Eyzaguirre está unido a muchas otras obras de diversos
aspectos de la vida nacional. Fue nombrado Protector de Escuelas, cargo desde el cual
se le confió la aplicación del método Lancasteriano de enseñanza, fue elegido Diputado
en varios períodos y se le encargó la fundación de Talagante. Cuando en 1838 se fundó
la Sociedad Nacional de Agricultura, fue nombrado su primer Presidente, así como lo
fue de la Sociedad del Canal del Maipo.
En 1821 el gobierno lo premió con las insignias de la Orden al Mérito, que le fueron
entregadas por O’Higgins y cuando en 1849 el gobierno estableció un premio anual a la
Moralidad, se le concedió a él. Don Domingo salió a recibirlo con sencillez, modestia y
cortedad propias de un niño, dice su biógrafo.
Domingo Eyzaguirre falleció en Santiago el 23 de abril de 1854 y desde el año 2010 sus
restos descansan en la Catedral de San Bernardo, traídos en uno de los actos más
solemnes realizados por el Obispo Monseñor Juan Ignacio González, con motivo del
Bicentenario de la Independencia.
Dos rasgos resaltan en la personalidad de Domingo Eyzaguirre. Una actividad incesante
y su vida dedicada al servicio de los más humildes, los más pobres y desvalidos y
podemos decir que este último aspecto es el que ha dejado como herencia a las
nuevas generaciones.
Ahora bien, San Bernardo en 1879 mantenía su planta original de 32 manzanas,
aunque ya se podían notar varios avances. La Plaza de Armas lucía al centro la pila de
bronce que había sido donada por don José Tomás Urmeneta, y a su alrededor jardines
y frondosos árboles. Al frente, la iglesia parroquial, con dos naves en forma de cruz,
bien ornamentadas, de arquitectura Toscana y con un reloj en su torre, de propiedad
municipal. Las calles principales estaban empedradas.
En la esquina de Eyzaguirre y Covadonga se había construido la Recoba o Mercado y en
la actual calle 12 de Febrero estaban los Baños Públicos, que eran muy concurridos en
verano. La actual Avenida Colón, conocida como Alameda, estaba destinada a carreras
de caballos a la chilena y la instalación de las fondas o chinganas en los días de fiestas
populares. El año 1878 se había iniciado su hermoseamiento, con el fin de
transformarla en un Parque.
Desde el 15 de septiembre de 1857 corría el tren entre Santiago y San Bernardo, cuya
estación, que hoy es Monumento Histórico Nacional, fue construida en 1868.
El último avance que podemos anotar es la instalación del telégrafo en 1875.
Ese mismo año, el censo indicaba para San Bernardo una población de 9.119 personas.
En cuanto a las actividades que se desarrollaban, tenemos una buena cantidad de
comerciantes, empleados, carpinteros, zapateros y agricultores.
Más allá del perímetro de las 32 manzanas, se extendían los campos de cultivo,
ocupados en su gran mayoría por fundos de diversos tamaños, siendo el más grande,
el de Lo Herrera.
Esta es la ciudad a la que llegan los prisioneros peruanos y bolivianos durante la Guerra
del Pacífico.
Los primeros en llegar fueron los oficiales del Huáscar, que había sido capturado en el
Combate de Angamos el 8 de octubre de 1879.
Llegaron la tarde del 14 de octubre, en un tren especial en que venía la locomotora y
un solo vagón, que salió en la mañana de Valparaíso y a las cinco de la tarde llegó a la
estación de San Bernardo. Aquí se había reunido una multitud de más de mil personas,
las que guardaron respetuoso silencio mientras descendían los marinos. Venían a
cargo del Coronel José Antonio Bustamante, a quien el gobierno le había encargado su
custodia y el oficial de mayor graduación era el capitán de fragata Manuel Melitón
Carvajal. El Coronel Bustamante había arrendado la casa de Pedro Ignacio Izquierdo,
ubicada en calle Freire, al norte de la plaza, la que tenía 14 habitaciones, por un valor
de $100 mensuales. La alimentación quedaba a cargo del Hotel Bolívar, ubicado en la
misma cuadra hacia la plaza.
Al día siguiente, uno de los prisioneros, Francisco Retes, escribía a su madre:
“Querida mamá:
Anoche llegamos a esta pequeña población situada a muy corta distancia de Santiago,
en donde estamos perfectamente alojados en una casa huerta… y recibiendo las
mayores atenciones de parte de los encargados de cuidarnos.”
Mientras que el aspirante Federico Sotomayor le escribía a su padre en términos
similares:
“Nos tratan bien. Estamos en una casa quinta en San Bernardo, precioso lugar a
inmediaciones de Santiago.”
A excepción del capitán Carvajal, que fue llevado a Santiago por encontrarse enfermo,
los otros oficiales, quince, se mantuvieron en San Bernardo.
De acuerdo a la información que proporcionó el periódico “El Maipo”, su vida
transcurrió en forma tranquila. Decía este periódico local:
“Algunos de ellos se levantan temprano y toman su desayuno a las siete y media u
ocho, té o café generalmente; otros permanecen en sus camas hasta las diez y media,
hora del almuerzo.
A la hora que hemos indicado se llama a almorzar i principia este servicio con buena
cazuela de gallina o de cordero, siguiéndose otros dos o tres guisos y su taza de café o
té. Durante ese tiempo se habla de lo que han publicado los diarios de Santiago.
Sigue la tarde y algunos se retiran a leer a Paul de Koch o a Julio Verne u otros libros de
entretenimiento; de vez en cuando les llegan visitas de Santiago.
A las cinco i media se llama a comer i en esta hora… es cuando se da toda la expansión
de esos ánimos un tanto apagados durante el día…
Aquí la conversación es animada y comunicativa; el recuerdo de la patria es el que
domina en todos; se beben copas a su buena fortuna i porvenir; se desea suerte i
acierto a los hombres que están ahora encargados de defenderla i una paz enseguida
que borre i olvide todos los acontecimientos del presente i estreche el porvenir de
ambos países.
Durante la sobremesa la conversación es siempre salpicada de bromas dirigidas entre sí
i en las que figura alguna simpática sambernardina a quien han hecho requiebros que
han sido más o menos bien admitidos.
Llega la noche i con ella cierta tristeza que algunos la disipan jugando al billar en el
hotel vecino y otros salen y llegan hasta la plaza para volverse otra vez a la casa
pensativos y mustios llevando en una mano una varilla de árbol que agitan más o
menos ligero, según sea la agitación o tranquilidad de su espíritu.
A la diez se toma el té en el salón i en seguida, dándose las buenas noches, se retira
cada cual a su departamento.”
Agreguemos que el ayudante de cirujano, el joven Ignacio Canales se dedicó a atender
a los enfermos que había en el pueblo.
Fueron liberados el 20 de diciembre, fecha en que viajaron en un tren especial a
Valparaíso para ser enviados de vuelta a su país, mediante un canje de prisioneros.
En vista de que esta primera experiencia había sido satisfactoria, a partir de enero de
1880 comenzaron a llegar nuevos prisioneros, ahora peruanos y bolivianos, y con fecha
3 de marzo del mismo año, fue nombrado Jefe de los Prisioneros de Guerra el
Comandante don Eleazar Lezaeta. Además, no llegaron a un lugar determinado, sino
que fueron alojados en diferentes casas de familias que recibían una subvención
mensual del gobierno por cada uno de ellos, que alcanzaba a $23. Según una
estadística publicada por el periódico “El Maipo” en noviembre de 1880, podemos
calcular en unos 350 los prisioneros tanto peruanos como bolivianos que había en la
ciudad en esa fecha. Lo más seguro es que las familias vieron en el alojamiento de
prisioneros una forma de engrosar sus entradas mensuales y no pocas serían las que
arreglaron sus casas para recibir y acomodar a sus huéspedes.
En la ciudad los prisioneros gozaban de bastante libertad para moverse dentro de ella
y siendo su número tan alto es natural que encontraran en la Villa distintas formas de
trato. En primer lugar, tan elevado contingente humano trastocó la vida en la ciudad y
no fueron pocos los conflictos que se produjeron entre prisioneros y habitantes. A
muchos se les rechazaba por viciosos o borrachos, pero otros fueron aceptados y no
faltaron las damas que quedaron atrapadas por los modales corteses y galantes de
algunos más refinados, que terminaron casándose, los que hicieron de esta ciudad su
residencia definitiva, como es el caso del sargento mayor Felipe Candiote y los
doctores Bernardo Burucúa y Federico Rivera, que gozaron de gran aprecio en el
pueblo.
En abril de 1881 comenzaron a ser puestos en libertad y a fines de 1882 todos habían
abandonado San Bernardo.
Cabe ahora volver a la pregunta inicial: ¿Por qué en San Bernardo triunfó el sentido
humanitario? ¿Por qué en esta ciudad hubo un trato respetuoso y hasta amable con
los prisioneros de guerra, en la que más que prisioneros fueron huéspedes?
Creo que hay varias respuestas para esta pregunta.
En primer lugar hubo una política de Estado que privilegió el buen trato hacia los
prisioneros. Ya lo decía el Ministro y futuro Presidente de la República, Domingo Santa
María en carta del 5 de noviembre de 1879: “me he esforzado en tratarlos con
exquisita atención, para que se sepa en todas partes que podemos ser tan generosos
en el hogar como altivos en la pelea.”
Esto se expresó, además, en el nombramiento de los encargados de los prisioneros.
Tanto el Coronel Bustamante como el Comandante Lezaeta tuvieron una actitud de
deferencia, respeto y consideración hacia los prisioneros. En especial este último
mantuvo una preocupación constante y una relación personal con cada uno. Una vez
terminado el conflicto, uno de ellos, Julio Jaimes, boliviano, le dirigió desde un
periódico de su país un enaltecedor elogio:
“Alma noble, espíritu elevado, corazón capaz de sentir el infortunio ajeno, había
llegado a constituir en religión el respeto y la consideración de sus subordinados. Jamás
se vio mayor delicadeza, mayor afabilidad, maneras más cultas, tolerancia más
exquisita y paciencia más evangélica, desplegadas en el continuo trato con 600
prisioneros pertenecientes a dos nacionalidades, siendo de diversas jerarquías, de
caracteres opuestos, de índole distinta y hasta de moral relativa en toda la escala de la
virtud al vicio”.
Por último están los habitantes de San Bernardo que desde el primer momento
mostraron una actitud de respeto hacia los prisioneros. Creo que no es aventurado
decir que el espíritu y el legado del fundador seguían presentes en cada uno de ellos.
Su biógrafo nos dice que don Domingo Eyzaguirre siempre estuvo consagrado al
servicio de los pobres y desvalidos. ¿Y quiénes eran los desvalidos en 1879? Los
prisioneros de la guerra, peruanos y bolivianos, sin importar su jerarquía militar, ni su
condición social o cultural. Los sambernardinos los recibieron y los acogieron con
amabilidad y calidez, con humanidad y dignidad.
Al recibir y custodiar a los prisioneros, los sambernardinos respetaron la política oficial,
pero, por sobre todo, honraron el legado de Domingo Eyzaguirre.

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¿Por qué en San Bernardo triunfó el sentido humanitario? por el Sr. Raúl Besoaín Armijo

  • 1. ¿POR QUÉ EN SAN BERNARDO TRIUNFÓ EL SENTIDO HUMANITARIO? SR. RAÚL BESOAÍN ARMIJO HISTORIADOR ¿Por qué en San Bernardo triunfó el sentido humanitario durante la Guerra del Pacífico? Antes de responder a esta pregunta quizás debiéramos hacernos otra. ¿Por qué se escogió a San Bernardo como lugar de reclusión de los prisioneros de guerra? La respuesta parece ser fácil. Por su cercanía con Santiago y por tener fama, ya en esos años, de ser un pueblo tranquilo y acogedor. Más aún, era lugar de veraneo de la aristocracia santiaguina. Sin embargo, debemos adentrarnos un poco más en el tema. Para eso nos referiremos a tres aspectos: primero el fundador, luego la ciudad y por último, sus habitantes. La ciudad de San Bernardo fue fundada el 9 de febrero de 1821 por don Domingo Eyzaguirre y Arechavala, cumpliendo un mandato del Director Supremo Bernardo O’Higgins. Domingo Eyzaguirre había nacido en Santiago el 17 de julio de 1775 y después de estudiar las primeras letras, sus padres lo pusieron en el Seminario porque era el mejor establecimiento de lo que llamaríamos hoy la Educación Media. Su biógrafo, don Federico Errázuriz Zañartu, nos aclara: “No era don Domingo Eyzaguirre un hombre de alta y distinguida capacidad, ni poseyó jamás una grande instrucción; pero estaba dotado de un juicio claro, de una conciencia recta que no transigía en circunstancia alguna con lo que a ella se oponía, de un valor moral raro en el desempeño de sus deberes como hombre público y privado, de una actividad extraordinaria, de un espíritu incansable de empresas e innovaciones, de una piedad sólida y sincera, a la par que humilde. Lo veremos siempre en el largo transcurso de su vida consagrado exclusivamente al bien público y al de los pobres y desvalidos en particular.” Cuando terminó sus estudios en el Seminario pasó a administrar la hacienda de su padre en San Agustín de Tango. Al iniciarse la Independencia, adhirió a la causa patriota y en 1811 fue nombrado Intendente de la construcción del Canal del Maipo, que por los avatares de la guerra quedó suspendida hasta que en 1818 el Director Supremo Bernardo O’Higgins volvió a encargarle la obra, que fue inaugurada el 20 de agosto de 1820.
  • 2. Junto con esto, el Gobierno y el Senado, mediante el Senado Consulto del 9 de febrero de 1821, le encargaron que vendiera los terrenos llamados de Lepe y en el centro dejara un espacio bien delimitado para la fundación de una villa en la que se preferirán los militares y viudas de militares que habían luchado por la Independencia. Como en los primeros años no hubo mayores interesados en los sitios, el señor Eyzaguirre logró que el Congreso aprobara la Ley de Fundación de la Villa de San Bernardo, de fecha 27 de septiembre de 1830. Domingo Eyzaguirre trazó el plano de la ciudad, con trece calles rectas y perpendiculares entre sí, partiendo de la Plaza de Armas, abarcando 32 manzanas en el perímetro que encierran las actuales Av. Colón por el norte, San José por el sur, Barros Arana por el oriente y América por el poniente. El nombre de Domingo Eyzaguirre está unido a muchas otras obras de diversos aspectos de la vida nacional. Fue nombrado Protector de Escuelas, cargo desde el cual se le confió la aplicación del método Lancasteriano de enseñanza, fue elegido Diputado en varios períodos y se le encargó la fundación de Talagante. Cuando en 1838 se fundó la Sociedad Nacional de Agricultura, fue nombrado su primer Presidente, así como lo fue de la Sociedad del Canal del Maipo. En 1821 el gobierno lo premió con las insignias de la Orden al Mérito, que le fueron entregadas por O’Higgins y cuando en 1849 el gobierno estableció un premio anual a la Moralidad, se le concedió a él. Don Domingo salió a recibirlo con sencillez, modestia y cortedad propias de un niño, dice su biógrafo. Domingo Eyzaguirre falleció en Santiago el 23 de abril de 1854 y desde el año 2010 sus restos descansan en la Catedral de San Bernardo, traídos en uno de los actos más solemnes realizados por el Obispo Monseñor Juan Ignacio González, con motivo del Bicentenario de la Independencia. Dos rasgos resaltan en la personalidad de Domingo Eyzaguirre. Una actividad incesante y su vida dedicada al servicio de los más humildes, los más pobres y desvalidos y podemos decir que este último aspecto es el que ha dejado como herencia a las nuevas generaciones. Ahora bien, San Bernardo en 1879 mantenía su planta original de 32 manzanas, aunque ya se podían notar varios avances. La Plaza de Armas lucía al centro la pila de bronce que había sido donada por don José Tomás Urmeneta, y a su alrededor jardines y frondosos árboles. Al frente, la iglesia parroquial, con dos naves en forma de cruz, bien ornamentadas, de arquitectura Toscana y con un reloj en su torre, de propiedad municipal. Las calles principales estaban empedradas. En la esquina de Eyzaguirre y Covadonga se había construido la Recoba o Mercado y en la actual calle 12 de Febrero estaban los Baños Públicos, que eran muy concurridos en verano. La actual Avenida Colón, conocida como Alameda, estaba destinada a carreras
  • 3. de caballos a la chilena y la instalación de las fondas o chinganas en los días de fiestas populares. El año 1878 se había iniciado su hermoseamiento, con el fin de transformarla en un Parque. Desde el 15 de septiembre de 1857 corría el tren entre Santiago y San Bernardo, cuya estación, que hoy es Monumento Histórico Nacional, fue construida en 1868. El último avance que podemos anotar es la instalación del telégrafo en 1875. Ese mismo año, el censo indicaba para San Bernardo una población de 9.119 personas. En cuanto a las actividades que se desarrollaban, tenemos una buena cantidad de comerciantes, empleados, carpinteros, zapateros y agricultores. Más allá del perímetro de las 32 manzanas, se extendían los campos de cultivo, ocupados en su gran mayoría por fundos de diversos tamaños, siendo el más grande, el de Lo Herrera. Esta es la ciudad a la que llegan los prisioneros peruanos y bolivianos durante la Guerra del Pacífico. Los primeros en llegar fueron los oficiales del Huáscar, que había sido capturado en el Combate de Angamos el 8 de octubre de 1879. Llegaron la tarde del 14 de octubre, en un tren especial en que venía la locomotora y un solo vagón, que salió en la mañana de Valparaíso y a las cinco de la tarde llegó a la estación de San Bernardo. Aquí se había reunido una multitud de más de mil personas, las que guardaron respetuoso silencio mientras descendían los marinos. Venían a cargo del Coronel José Antonio Bustamante, a quien el gobierno le había encargado su custodia y el oficial de mayor graduación era el capitán de fragata Manuel Melitón Carvajal. El Coronel Bustamante había arrendado la casa de Pedro Ignacio Izquierdo, ubicada en calle Freire, al norte de la plaza, la que tenía 14 habitaciones, por un valor de $100 mensuales. La alimentación quedaba a cargo del Hotel Bolívar, ubicado en la misma cuadra hacia la plaza. Al día siguiente, uno de los prisioneros, Francisco Retes, escribía a su madre: “Querida mamá: Anoche llegamos a esta pequeña población situada a muy corta distancia de Santiago, en donde estamos perfectamente alojados en una casa huerta… y recibiendo las mayores atenciones de parte de los encargados de cuidarnos.” Mientras que el aspirante Federico Sotomayor le escribía a su padre en términos similares:
  • 4. “Nos tratan bien. Estamos en una casa quinta en San Bernardo, precioso lugar a inmediaciones de Santiago.” A excepción del capitán Carvajal, que fue llevado a Santiago por encontrarse enfermo, los otros oficiales, quince, se mantuvieron en San Bernardo. De acuerdo a la información que proporcionó el periódico “El Maipo”, su vida transcurrió en forma tranquila. Decía este periódico local: “Algunos de ellos se levantan temprano y toman su desayuno a las siete y media u ocho, té o café generalmente; otros permanecen en sus camas hasta las diez y media, hora del almuerzo. A la hora que hemos indicado se llama a almorzar i principia este servicio con buena cazuela de gallina o de cordero, siguiéndose otros dos o tres guisos y su taza de café o té. Durante ese tiempo se habla de lo que han publicado los diarios de Santiago. Sigue la tarde y algunos se retiran a leer a Paul de Koch o a Julio Verne u otros libros de entretenimiento; de vez en cuando les llegan visitas de Santiago. A las cinco i media se llama a comer i en esta hora… es cuando se da toda la expansión de esos ánimos un tanto apagados durante el día… Aquí la conversación es animada y comunicativa; el recuerdo de la patria es el que domina en todos; se beben copas a su buena fortuna i porvenir; se desea suerte i acierto a los hombres que están ahora encargados de defenderla i una paz enseguida que borre i olvide todos los acontecimientos del presente i estreche el porvenir de ambos países. Durante la sobremesa la conversación es siempre salpicada de bromas dirigidas entre sí i en las que figura alguna simpática sambernardina a quien han hecho requiebros que han sido más o menos bien admitidos. Llega la noche i con ella cierta tristeza que algunos la disipan jugando al billar en el hotel vecino y otros salen y llegan hasta la plaza para volverse otra vez a la casa pensativos y mustios llevando en una mano una varilla de árbol que agitan más o menos ligero, según sea la agitación o tranquilidad de su espíritu. A la diez se toma el té en el salón i en seguida, dándose las buenas noches, se retira cada cual a su departamento.” Agreguemos que el ayudante de cirujano, el joven Ignacio Canales se dedicó a atender a los enfermos que había en el pueblo. Fueron liberados el 20 de diciembre, fecha en que viajaron en un tren especial a Valparaíso para ser enviados de vuelta a su país, mediante un canje de prisioneros.
  • 5. En vista de que esta primera experiencia había sido satisfactoria, a partir de enero de 1880 comenzaron a llegar nuevos prisioneros, ahora peruanos y bolivianos, y con fecha 3 de marzo del mismo año, fue nombrado Jefe de los Prisioneros de Guerra el Comandante don Eleazar Lezaeta. Además, no llegaron a un lugar determinado, sino que fueron alojados en diferentes casas de familias que recibían una subvención mensual del gobierno por cada uno de ellos, que alcanzaba a $23. Según una estadística publicada por el periódico “El Maipo” en noviembre de 1880, podemos calcular en unos 350 los prisioneros tanto peruanos como bolivianos que había en la ciudad en esa fecha. Lo más seguro es que las familias vieron en el alojamiento de prisioneros una forma de engrosar sus entradas mensuales y no pocas serían las que arreglaron sus casas para recibir y acomodar a sus huéspedes. En la ciudad los prisioneros gozaban de bastante libertad para moverse dentro de ella y siendo su número tan alto es natural que encontraran en la Villa distintas formas de trato. En primer lugar, tan elevado contingente humano trastocó la vida en la ciudad y no fueron pocos los conflictos que se produjeron entre prisioneros y habitantes. A muchos se les rechazaba por viciosos o borrachos, pero otros fueron aceptados y no faltaron las damas que quedaron atrapadas por los modales corteses y galantes de algunos más refinados, que terminaron casándose, los que hicieron de esta ciudad su residencia definitiva, como es el caso del sargento mayor Felipe Candiote y los doctores Bernardo Burucúa y Federico Rivera, que gozaron de gran aprecio en el pueblo. En abril de 1881 comenzaron a ser puestos en libertad y a fines de 1882 todos habían abandonado San Bernardo. Cabe ahora volver a la pregunta inicial: ¿Por qué en San Bernardo triunfó el sentido humanitario? ¿Por qué en esta ciudad hubo un trato respetuoso y hasta amable con los prisioneros de guerra, en la que más que prisioneros fueron huéspedes? Creo que hay varias respuestas para esta pregunta. En primer lugar hubo una política de Estado que privilegió el buen trato hacia los prisioneros. Ya lo decía el Ministro y futuro Presidente de la República, Domingo Santa María en carta del 5 de noviembre de 1879: “me he esforzado en tratarlos con exquisita atención, para que se sepa en todas partes que podemos ser tan generosos en el hogar como altivos en la pelea.” Esto se expresó, además, en el nombramiento de los encargados de los prisioneros. Tanto el Coronel Bustamante como el Comandante Lezaeta tuvieron una actitud de deferencia, respeto y consideración hacia los prisioneros. En especial este último mantuvo una preocupación constante y una relación personal con cada uno. Una vez terminado el conflicto, uno de ellos, Julio Jaimes, boliviano, le dirigió desde un periódico de su país un enaltecedor elogio: “Alma noble, espíritu elevado, corazón capaz de sentir el infortunio ajeno, había llegado a constituir en religión el respeto y la consideración de sus subordinados. Jamás
  • 6. se vio mayor delicadeza, mayor afabilidad, maneras más cultas, tolerancia más exquisita y paciencia más evangélica, desplegadas en el continuo trato con 600 prisioneros pertenecientes a dos nacionalidades, siendo de diversas jerarquías, de caracteres opuestos, de índole distinta y hasta de moral relativa en toda la escala de la virtud al vicio”. Por último están los habitantes de San Bernardo que desde el primer momento mostraron una actitud de respeto hacia los prisioneros. Creo que no es aventurado decir que el espíritu y el legado del fundador seguían presentes en cada uno de ellos. Su biógrafo nos dice que don Domingo Eyzaguirre siempre estuvo consagrado al servicio de los pobres y desvalidos. ¿Y quiénes eran los desvalidos en 1879? Los prisioneros de la guerra, peruanos y bolivianos, sin importar su jerarquía militar, ni su condición social o cultural. Los sambernardinos los recibieron y los acogieron con amabilidad y calidez, con humanidad y dignidad. Al recibir y custodiar a los prisioneros, los sambernardinos respetaron la política oficial, pero, por sobre todo, honraron el legado de Domingo Eyzaguirre.