Las circunstancias políticas que determinaron... (Eduardo Arriagada Aljaro)
1. LAS CIRCUNSTANCIAS POLÍTICAS QUE
DETERMINARON EL COMPORTAMIENTO DE LOS
MILITARES EN LAS GUERRAS CIVILES1
QUE
OCURRIERON EN CHILE DURANTE EL S.XIX
POR EDUARDO ARRIAGADA ALJARO
Consideraciones Generales
Cuando se hace un recorrido por la historia decimonónica de Chile, se puede apreciar una larga
coyuntura que parte en 1823 y que termina en 1891, la cual se puede resumir como una pugna
de los idearios liberal y conservador, siempre dentro de los esquemas republicano y
constitucional. Por inclinación natural, los liberales solían apoyar las atribuciones del Poder
Legislativo, mientras que los conservadores tendían más bien a defender las prerrogativas del
Ejecutivo.
Esa larga coyuntura se inserta dentro de la etapa liberal de la historia chilena, la cual comenzó
en los primeros años del siglo XIX y finalizó en las décadas de 1920 y de 19302
. El gran actor
1
Los autores que han historiado el siglo XIX chileno, especialmente el aspecto de las conmociones
internas, hablan tanto de “guerras civiles”, como de “revoluciones”. Para los efectos de este trabajo se
han escogido para cada uno de los cuatro casos las denominaciones más comunes, pero hay que
señalar que para cada uno de ellos, hay autores que las tratan como “revoluciones”, mientras otros las
llaman “guerras civiles”. Acudiendo a la semántica de estas expresiones, se habla de “revoluciones”
cuando en los Estados se producen cambios políticos y sociales en forma rápida y violenta, mientras que
se habla de “guerras civiles” cuando dentro de los Estados se enfrentan en forma armada bandos de
personas que adhieren a ideas, o a intereses distintos. Para el caso de la conmoción de 1829 – 1830, se
aprecia que tuvo caracteres tanto de guerra civil (hubo dos ejércitos chilenos que se enfrentaron) como
de revolución (debido a que el orden liberal dio paso al orden conservador). Para la conmoción de 1851,
se advierte sólo una guerra civil (enfrentamiento entre fuerzas insurrectas y fuerzas gobiernistas), pero no
hubo revolución (continuo el orden conservador); lo anterior es también válido para la conmoción de 1859
(donde se enfrentaron bandos contarios, pero no cambió el orden político y social del país). Por último,
para la conmoción de 1891, se advierten aspectos tanto de guerra civil (se enfrentaron los bandos del
Congreso Nacional y del Presidente de la República) como de revolución (del período conocido como
“República Liberal”, en el cual hubo un equilibrio en cuanto a las atribuciones del Poder Ejecutivo y del
Poder Legislativo, se pasó a otro conocido como “República Parlamentaria”, en el cual el segundo de los
anteriores pasó a estar por sobre el primero).
2
En términos históricos, se habla de monarquía, liberalismo, democracia y socialismo como etapas por
las cuales han transitado buena parte de los países de Europa y América. Cada una de esas etapas se
caracteriza por un determinado orden político y social. Por ejemplo, Gran Bretaña dejó de ser una
monarquía absoluta en el siglo XVII, y pasó a ser una monarquía constitucional, con lo cual comenzó su
etapa liberal, la cual fue muy larga y terminó hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX, cuando se
2. político, social y económico de esta larga etapa liberal fue la elite chilena, la cual en un principio
estaba conformada por la aristocracia terrateniente que se había formado durante los siglos
coloniales; en el siglo XIX se fue formando una burguesía a través de las actividades minera,
comercial, bancaria e industrial, la que se fue fusionando con la mencionada aristocracia, dando
así forma al grupo social que gobernó chile hasta 1920.
Chile fue uno de los primeros países que se organizó políticamente dentro del ámbito
latinoamericano, lo cual se debió, principalmente, a las características propias que tuvieron las
guerras de independencia en nuestro país. Estas últimas no derivaron en guerras sociales y
raciales (como sí ocurrió en otras antiguas colonias hispanoamericanas) 3
, lo cual derivó en que
la aristocracia terrateniente colonial se conservó intacta luego de aquellas. Una vez que el país
se vio independiente, en forma natural era esa aristocracia el estrato social más apto para dirigir
los destinos del nuevo Estado.
Este nuevo grupo dirigente abrazó el liberalismo como la ideología que debía sustentar la
organización política, social y económica del país. En un principio toleró los primeros gobiernos
liberales que sucedieron al régimen de Bernardo O’Higgins 4
, pero cuando la situación interna
fue tornándose muy inestable, esos aristócratas comenzaron a añorar un mayor orden dentro
de la nueva nación, lo cual hizo que comenzaran a desplazar su apoyo hacia el ideario
conservador. Es en este momento cuando se genera la Guerra Civil de 1829 – 1830.
transformó en una democracia, hasta el día de hoy. En el caso de Francia, la monarquía terminó a fines
del siglo XVIII con la revolución conocida por todos, con lo cual comenzó la etapa liberal es este país, la
que fue más corta que la de Gran Bretaña, debido a que el Estado francés también llegó a ser una
democracia entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, y hasta el día de hoy. En el caso chileno, la
etapa monárquica duró desde su descubrimiento y hasta comienzos del siglo XIX, cuando nuestro país
entre en su fase histórica liberal, la cual durará hasta las décadas de 1920 y de 1920, cuando Chile
comienza su etapa democrática.
3
Un caso particularmente dramático de desaparición de una aristocracia, tuvo lugar en Venezuela, en el
año de 1814 y en el contexto de la revolución independentista que tenía lugar en esta colonia
hispanoamericana. La aristocracia venezolana se concentraba en la ciudad de Caracas y a sus miembros
se les conocía con el apelativo de “mantuanos”. Este grupo social basaba su fortuna en el cultivo del
cacao y su principal mercado era Europa, ya que desde hacía tiempo en los reinos de este continente se
había difundido el consumo de chocolate. En el citado año de 1814, la ciudad de Caracas fue arrasada y
buena parte de sus habitantes perecieron en manos de una fuerza de hombres compuesta principalmente
por mestizos y castas, encabezados por un líder realista.
4
Se puede afirmar que el ideario de Bernardo O’Higgins era claramente liberal. Esto se advierte por su
incondicional apoyo a establecer en Chile y en Hispanoamérica regímenes republicanos, lo cual
contrastaba con las ideas de otros próceres de las revoluciones hispanoamericanas (como José de San
Martín y Simón Bolívar), quienes estimaban que, debido al atraso en la vida política y cívica de las
nuevas naciones, era mejor que estas fueran gobernadas por regímenes monárquicos. Por otro lado,
también hay que recordar que el gobierno de O’Higgins intentó legislar sobre ciertos aspectos que
interesaban mucho a la aristocracia chilena, tales como la abolición de los mayorazgos, y de los títulos y
los blasones nobiliarios, con el fin de establecer una sociedad más igualitaria, en la cual prevalecieran los
méritos personales por sobre las condiciones de nacimiento y de familia. También fue un impulsor del
capitalismo en Chile, favoreciendo el comercio de Chile con todas las naciones del mundo y procurando
atraer las inversiones extranjeras.
3. La actitud de la aristocracia de Santiago para con Bernardo O’Higgins fue bastante peculiar, pero
revela su conciencia de clase y en cierta medida explica su comportamiento a lo largo del siglo
XIX:
“Mientras continuó la guerra [de la independencia chilena], la clase alta aceptó y aplaudió el
régimen autoritario de O’Higgins. Después de 1820, sin embargo, se volvió más inquieta. El
conjunto de medidas antiaristocráticas de O’Higgins resultaron sin duda irritantes. La naturaleza
personal del régimen impidió una mayor participación de la clase alta en el gobierno. La elite de
Santiago nunca llegó a considerar que este terrateniente de la Frontera fuera realmente uno de
los suyos. Algunas de las medidas de O’Higgins con respecto a la Iglesia (el permiso otorgado
para un cementerio extranjero protestante, la prohibición de dar sepultura en las iglesias, la
interferencia con la disciplina eclesiástica) provocaron una predecible intranquilidad.” 5
A partir de 1830 se afianza en Chile el orden conservador, el cual era visto como la única
alternativa que podía dar estabilidad y progreso al país. En efecto así fue. Sin embargo, cuando
estaba transcurriendo el segundo gobierno de Manuel Bulnes (el segundo gobierno decenal del
período conservador), nuevamente sectores de la aristocracia comenzaron a añorar las
libertades del período 1823 – 1829 (con el orden no había problema, ya que el país estaba en
paz y progresando tanto en lo material, como en lo moral). En vista que se veía venir el tercer
gobierno conservador encabezado por Manuel Montt (el más autoritario de los presidentes de
este período), comenzaron los levantamientos y las conspiraciones destinados a establecer en
Chile un régimen liberal a ultranza. Esta inquietud fue el origen de las revoluciones de 1851 y
1859, que se dieron tanto al comienzo como al final de la administración de Manuel Montt. No
obstante lo anterior, hay que señalar que durante la mayor parte de este período presidencial,
el país se mantuvo en estado de sitio, debido a la inquietud interna que no dejaba de asomarse.
Con la elección de José Joaquín Pérez, el régimen político chileno comenzó a liberalizarse, con lo
cual se da paso al período denominado “República Liberal”, en el cual el país deja atrás el molde
conservador y adopta un liberalismo mucho más avanzado. Si en el régimen conservador el
Presidente de la República concentraba mayores atribuciones que el Congreso Nacional, ahora,
se alcanza un relativo equilibrio entre los poderes Ejecutivo y Legislativo. Sin embargo, la elite
chilena va deseando aun más libertades, lo cual de a poco va tensando sus relaciones con los
presidentes de turno. De hecho, a medida que van transcurriendo los presidentes del período
propiamente liberal, las relaciones entre el Poder Legislativo (donde domina la elite chilena) y el
Ejecutivo, se hacen cada vez más tirantes. El desenlace de esta dinámica se traducirá en la
Guerra Civil de 1891. Después de este cruento conflicto, la elite gobernará a sus anchas durante
tres décadas (desde 1891 y hasta 1920), que conforman el período conocido como República
Parlamentaria, en la cual el Congreso Nacional tendrá mayor preeminencia que el Presidente de
la República.
5
Simon Collier y William Sater, Historia de Chile. 1808 – 1994. Cambridge University Press, 1998, página
52.
4. A continuación se revisará caso a caso cada una de las cuatro guerras civiles que tuvieron lugar
en Chile durante el siglo XIX.
La Guerra Civil de 1829 - 1830
La independencia de Chile quedó afianzada con la victoria patriota en la batalla de Maipo, la
cual consolidó el régimen de gobierno de Bernardo O’Higgins. Sin embargo, la penosa situación
económica del país, sumado a la insurrección de las autoridades militares de Concepción (que
era la provincia más devastada por más de una década de guerras), cuya cabeza era el
intendente Ramón Freire, provocaron un serio riesgo de guerra civil. Antes esta situación,
O’Higgins decidió abdicar al mando supremo de la nación y emigró al Perú junto con su núcleo
familiar. Apenas ocurrido esto último, comienza una coyuntura histórica mal llamada
“Anarquía”, ya que en la realidad se trató de un período de ensayos constitucionales y de
aprendizaje político.
La principal figura, tanto política como militar, de este período fue Ramón Freire, una persona
tolerante y liberal. Sin embargo, el ambiente político y social que lo rodeaba fue volviéndose
cada vez más turbulento, produciéndose divisiones dentro de la sociedad chilena:
“El sucesor de O’Higgins como director supremo fue, inevitablemente, el victorioso Freire. «Su
semblante», escribió un clérigo inglés que lo conoció al poco tiempo, «demuestra gran bondad y
benevolencia». Es cierto, Freire era un soldado tolerante, de espíritu liberal y deseoso de agradar
a los pendencieros políticos que lo rodeaban, cuyas disputas se veían aumentadas por el auge de
una floreciente tradición que incentivaba el periodismo polémico: entre 1823 y 1830 se
imprimieron más de cien periódicos (muchos de ellos, muy efímeros). El nuevo clima permitió el
libre juego del sectarismo en la pequeña clase política. Por el momento, los autodenominados
«liberales» estaban en el centro; sus opositores conservadores tendían a permanecer (con
ciertas excepciones) en los extremos.” 6
Una vez que Ramón Freire fue investido como Director Supremo, comenzó a perfilarse una
pugna entre liberales y conservadores, la cual no se solucionó hasta 1830, cuando tuvo lugar la
batalla de Lircay, la cual puso término a dicha contienda, con la victoria final de los
conservadores. Se puede decir que desde 1808 y hasta 1832, Chile vivió un largo período de
conflicto político y militar, debido al proceso de separación de la Monarquía española y al
siguiente de conformación de una identidad política propia. En este largo período, el estamento
militar alcanzó un protagonismo inusual, debido a la larga coyuntura de guerra; por lo mismo,
los militares se alzaron como un polo de poder que hacía frente al grupo tradicional de
dominación política, que era la aristocracia terrateniente que se había formado durante los
siglos coloniales y que había realizado en buena parte la conducción política del país durante
esas décadas.
6
Ibid., páginas 53 y 54.
5. “Una vez lograda la independencia, se abrió en Chile una etapa de su evolución histórica cuyo
contenido esencial fue la organización del orden republicano, o lo que es igual, años de
afirmación de la legitimidad política que reemplazó a la monárquica. En esos años de
adolescencia, la institución militar detentó un protagonismo excepcional. La mayoría de las
veces se movió inquieto debido al incumplimiento de obligaciones elementales del Estado hacia
su órgano castrense, pero al fin, apoyando a una u otra fuerza política civil, cerró este período en
la batalla de Lircay”. 7
Con el paso de los años, fueron configurándose los grupos políticos que se enfrentarían
finalmente en la batalla de Lircay. Es indudable que en esos años de aprendizaje político hubo
libertad en el país, pero los actores públicos aprovecharon ese ambiente para radicalizar sus
posiciones, contribuyendo en ello a volver más violenta la actividad política:
“De hecho, la amargura partidista mostró signos de estar perdiendo el control – tal como iba a
ocurrir en diversas ocasiones futuras en la historia de la República - . La retórica
antiaristocrática y anticlerical de algunos pipiolos ofendió a los conservadores de espíritu
tradicional («pelucones», como los llamaban los liberales). Los seguidores del exiliado O’Higgins
soñaban con el restablecimiento de un régimen autoritario y sin duda estaban molestos por la
solemne repatriación de los restos de los hermanos Carrera (junio de 1828). La oposición más
feroz, sin embargo, provenía de un tercer grupo, los llamados «estanqueros», políticos asociados
con el desafortunado contrato del Estanco y dirigidos por Diego Portales. Su estridente y simple
demanda era un gobierno más fuerte y el fin del desorden. Los pelucones, los o’higginistas y los
estanqueros, por igual, estaban deseosos por arrancar la delicada flor del liberalismo.” 8
También se puede visualizar que en estos agitados años, junto con los militares también surgió
un grupo de civiles que constituyeron el grupo pensante que alimentaba el ideario de la
emancipación chilena. Generalmente estas personas no pertenecían a la elite de la época, pero
su aporte intelectual fue muy importante para sostener la causa de la emancipación y del
establecimiento de un orden republicano y constitucional.
“El proceso que culminó en Lircay tuvo su origen en la revolución independentista. Víctima de
ese proceso, la vieja aristocracia colonial, fue desplazada por dos grupos diferentes, los
ideólogos de la revolución y los líderes militares generados por la guerra. En efecto, si bien en sus
inicios el movimiento emancipador fue conducido por criollos ubicados en la cumbre de la
pirámide social, al punto que como advierte Edwards Vives, «la historia de ese primer
movimiento revolucionario puede hacerse sin echar siquiera una ojeada más lejos del barrio
patricio de Santiago», a poco andar fueron individuos de un rango social algo inferior _
generalmente vinculados a la administración civil del Estado o a la actividad agrícola en las
provincias _ y no pocas veces extranjeros, quienes empezaron a gravitar sobre las decisiones
públicas. La guerra encumbró a jefes militares improvisados, pero ardientemente
comprometidos con la causa patriota. Salvo unos pocos _ José Miguel Carrera y José de San
7
Patricia Arancibia Clavel (editora), El Ejército de los chilenos. 1540 – 1920. Santiago de Chile, Editorial
Biblioteca Americana, Primera edición, 2007, página 103.
8
Collier y Sater, Op. Cit., página 55.
6. Martín, por ejemplo _ no debían nada al Ejército Real; pero muchos de ellos habían servido en la
milicia colonial.” 9
A lo largo del agitado periodo comprendido entre los años 1823 y 1830, el mundo militar
chileno se fue decantando tanto hacia los bandos liberal y conservador. En el caso del primero,
a él adhirieron prestigiosos militares como Ramón Freire y Francisco Antonio Pinto (que en este
período llegaron a ser jefes de gobierno), mientras que en el caso del segundo, se le agregaron
jefes militares como Joaquín Prieto y Manuel Bulnes, que tenían fuertes lazos con la zona de
Concepción y de la Frontera araucana.
¿Por qué los militares se dividieron? Porque los primeros eran sinceros creyentes en la ideología
liberal, la cual estaba llamada a plasmar la nueva institucionalidad política y social del país. Sin
embargo, otra cosa era confrontar las ideas con la realidad nacional. La aristocracia chilena
también adhirió al ideario liberal, pero buena parte de ella comenzó a desear una estabilidad
política y económica que no podían proporcionársela los sucesivos gobiernos liberales de este
período; finalmente la mayor parte de esa aristocracia deseó ardientemente un regreso al orden
en el país, lo cual la hacía coincidir con el ideario conservador. Esto último implicó que se
implementara una fuerza militar que sustentara este último ideario, la cual debía ser
comandada por destacados jefes militares.
Una vez realizadas las elecciones para el Congreso de 1829, dispuestas por la Constitución
liberal de 1828, aquellas fueron ganadas por los pipiolos. Una vez reunida esa corporación, se
eligió sin mayor dificultad como Presidente de la República a Francisco Antonio Pinto. El
problema vino cuando hubo que elegir al Vicepresidente, ya que tanto Francisco Ruiz Tagle
como Joaquín Prieto (que no eran afectos al gobierno liberal de turno) habían obtenido las
primeras mayorías. Sin embargo, los pipiolos designaron como Vicepresidente a un miembro de
sus filas, Joaquín Vicuña. Esta maniobra desencadenó el movimiento opositor:
“Semejante atropello iba a colmar la paciencia de los opositores y a precipitarlos en la
liquidación del régimen. Pelucones y estanqueros unidos, se aprestaron a actuar sin demora, y
con ellos, los escasos pero resueltos o’higginistas. La revolución dio su primer paso en el sur, al
desconocer las Asambleas Provinciales de Concepción y Maule las elecciones recién practicadas,
y al emprender el General Prieto la marcha con sus fuerzas rumbo a la capital.” 10
Se observa que tan pronto como los grupos políticos decidieron actuar, recurrieron a sus jefes
militares afectos, los que movilizaron sus respectivas tropas.
En realidad, se puede decir que tanto liberales como conservadores adherían en el fondo al
liberalismo del siglo XIX; lo que ocurrió es que esta última doctrina tenía varias manifestaciones
tanto en Europa como en América; los liberales chilenos apoyaban el liberalismo más
radicalizado, mientras que los conservadores adherían a una versión más autoritaria. Pero tanto
9
Arancibia Clavel, Op. Cit., páginas 103 y 104.
10
Estado Mayor General del Ejército, Historia del Ejército de Chile. Tomo III. El Ejército y la Organización
de la República (1817 – 1840). Santiago, 1985, página 123.
7. unos como otros tenían en mente un orden político y social tanto republicano como
constitucional; sí diferían en cuanto al grado de libertades permitido dentro de ese orden.
La Revolución de 1851
Se puede decir que en esta conmoción interna, lo que levantó a una parte del Ejército contra el
gobierno de Manuel Montt, más que un afán de liberalizar a un régimen de gobierno que era
muy autoritario, fue el excesivo centralismo de Santiago, en desmedro de las restantes
provincias del país, especialmente de La Serena y Concepción, que correspondían a los dos
polos de poder más importantes de Chile, después de Santiago.
“A medida que la presidencia de Bulnes se acercaba a su fin e iba quedando en claro que el
siguiente mandatario sería el conservador Manuel Montt, el ambiente comenzó a enturbiarse.
En noviembre de 150 se produjo un motín en San Felipe, instigado por la Sociedad de la
Igualdad, que el gobierno controló sin mayor dificultad. Pero al iniciarse el año siguiente, con la
intención de frenar a Montt, una asamblea de vecinos de Concepción proclamó como candidato
al general José María de la Cruz. Si bien sus convicciones eran conservadoras y se trataba de un
militar sinceramente adicto al gobierno, compartía una opinión muy extendida en la zona según
la cual retomar la tradición de presidentes militares oriundos de Concepción era la única manera
de terminar con el monopolio político que poseía la capital. Al saberse la noticia en Santiago, los
liberales de esta ciudad hicieron suya esa candidatura porque les venía bien a los planes
revolucionarios que estaban preparando desde hacía cierto tiempo.” 11
Lo anterior se evidencia en que desde Santiago tuvieron que partir tropas tanto hacia el norte,
como hacia el sur, con el fin de controlar las insurrecciones que se habían producido en La
Serena y en Concepción; lo anterior se tradujo en dos campañas: la del norte y la del sur, en las
cuales pudieron finalmente imponerse las fuerzas leales al gobierno. 12
11
Arancibia Clavel, Op. Cit., página 159.
12
Es de destacar que luego de la batalla de Loncomilla, los jefes militares rivales, Manuel Bulnes y José
María de la Cruz, firmaron el tratado de Purapel, el cual salvaba a los militares revolucionarios
perdedores de represalias por parte del gobierno. En efecto, la administración de Manuel Montt respetó
esas cláusulas y procuro llevar a cabo una política conciliadora para pacificar el país. Esto contrastó
mucho con la situación ocurrida en 1830 luego de la batalla de Lircay, cuando el ministro Diego Portales
dio de baja a varios jefes militares que habían servido en el ejército comandado por Ramón Freire y que
apoyaba la causa liberal; lo delicado de este asunto, es que muchos de esos militares combatieron en las
campañas de la independencia de Chile, defendiendo la causa patriota; incluso Portales fue aún más
lejos, ya que también dio de baja a militares que, siendo afectos al bando liberal, se abstuvieron de tomar
parte en los hechos de armas de la Guerra Civil de 1829 – 1830. Adelantándonos en este trabajo y
trasladándonos hacia fines del siglo XIX, se observa otra situación delicada luego de finalizada la Guerra
Civil de 1891. También en esta ocasión fueron borrados del escalafón militar aquellos uniformados que
sirvieron en el Ejército balmacedista; pero muchos de ellos también combatieron en la Guerra del Pacífico
(1879 – 1884), contribuyendo a la victoria de Chile en ese conflicto. Si embargo, en los años siguientes el
gobierno de Jorge Montt fue promulgando sucesivas leyes de amnistía, las que permitieron la
reincorporación de buena parte de los militares que fueron leales al gobierno de José Manuel Balmaceda.
8. “A pesar de su fracaso en Santiago y, luego, del inobjetable triunfo obtenido en los comicios por
Manuel Montt, grupos liberales de Coquimbo y Concepción, inspirados por un afán de
reivindicación regionalista más que ideológico, impugnaron su elección y se prepararon para la
guerra civil. En el norte, La Serena – donde había ganado ampliamente Cruz – dio el primer paso,
sublevándose el batallón Yungay y el de la Guardia Cívica el 7 de septiembre de 1851. Al frente
de los revolucionarios asumió la Intendencia José Miguel Carrera Fontecilla, hijo del prócer. En
Concepción el movimiento fue más lento por la renuencia del general Cruz a encabezar el
alzamiento. El 14 de ese mes aceptó esa responsabilidad, no sin antes recibir la adhesión de
todas las unidades de línea y de los cuerpos cívicos de la zona, incluso la del intendente, general
Benjamín Viel.” 13
El argumento anterior no invalida la causa liberal, pero aminora la importancia de este último
factor, para dar mayor primacía a la todavía latente pugna entre Santiago y las provincias. De
hecho, si se escudriña con mayor detalle, se puede apreciar que en el año 1851 hubo tres
movimientos revolucionarios, uno en Coquimbo, otro en Santiago (en el mes de abril) y un
tercero en el sur; entre los tres se reparten las causas tanto ideológicas como regionalistas:
“Tampoco puede reconocerse un espíritu común que identificara los tres importantes
movimientos de 1851. En el de Santiago en abril, primó un criterio de ideología política; al del
sur, en septiembre, lo inspiró el sentimiento eminentemente regionalista de una provincia con
fisonomía propia y que venía perdiendo su gravitación nacional a causa del centralismo en
Santiago. En Coquimbo puede detectarse una motivación mixta; un sentimiento de orgullo
provinciano se encendía con una llama libertaria traída desde la capital a un pueblo donde,
conforme a su tradición liberal, había triunfado la candidatura de De la Cruz.” 14
La Revolución de 1859
En esta nueva conmoción interna, el Ejército permaneció leal al gobierno de Manuel Montt y no
se dividió (tal como había ocurrido en la Revolución de 1851). Los revolucionarios eran todos
civiles y no pudieron encontrar algún jefe militar que mandara el movimiento. De hecho,
algunos hicieron tentativas con el general José María de la Cruz (el mismo que había mandado
las tropas revolucionarias en 1851), pero este se negó a participar y permaneció tranquilamente
en su hacienda, ubicada en la provincia de Concepción.
“El presidente Manuel Montt fue la encarnación del gobernante portaliano y desempeñó su
cargo durante un decenio «como heredero y representante de un principio que era el del orden,
y nada más». Ese talante no podía menos que irritar a los sectores liberales que deseaban una
profunda reforma de la Constitución, e incluso a los conservadores más tradicionales,
generalmente partidarios de gobiernos suaves, de juntas y congresos, muy cercanos a la Iglesia
– regida entonces por el arzobispo Rafael Valentín Valdivieso - , los llamados ultramontanos. La
aversión común al autoritarismo les fue uniendo y, aunque no llegaron a tener un programa
13
Arancibia Clavel, Op. Cit., página 160.
14
Estado Mayor del Ejército, Historia del Ejército de Chile. Tomo IV. Santiago, 1985, página 80.
9. político común, sí estuvieron de acuerdo en derribar al gobierno por la fuerza. No encontraron a
un militar dispuesto a encabezar el movimiento y, al fin, el cinco de enero de 1859, el hombre
más rico de Copiapó, Pedro León Gallo, depuso al intendente de esa provincia y junto con ocupar
su lugar organizó a su costa una fuerza militar que pronto contó con mil hombres.” 15
Llama bastante la atención en esta ocasión la actitud inamovible de los militares chilenos para
participar en este movimiento revolucionario, lo cual hizo infructuosos los esfuerzos de los
conspiradores:
“En la imposibilidad de controlar el Gobierno por el resultado de las urnas, la oposición se
dispuso a preparar su levantamiento. Buscó infructuosamente un militar de prestigio que lo
encabezara; De la Cruz, requerido por Arteaga, se negó terminantemente y aquellos oficiales en
servicio activo, como el Coronel Manuel García, ultramontano acérrimo, depusieron toda
convicción personal ante el concepto del deber militar. Los jefes secundarios también fueron
insobornables. La actividad del comité revolucionario secreto hubo de centrarse en la
preparación de las provincias, para lograr un estallido simultáneo en varias ciudades y en una
activa campaña de prensa.” 16
El movimiento revolucionario de 1859 fue civil, lo cual se advierte por el plan de acción de los
insurrectos, que pretendía levantar cuerpos militares de las provincias, a los cuales se sumarían
guerrillas compuestas por elementos civiles. Sin embargo, el proyecto no dio resultado y
terminaron enfrentándose fuerzas muy desiguales:
“Esto determinó la delineación del plan con que se llevó a cabo el estallido rebelde y caracterizó
su desarrollo posterior. Como hemos visto, se procuró el levantamiento simultáneo en varios
centros, con el objeto de apoderarse de los recursos militares, en la ilusoria y desmentida
esperanza de que algún cuerpo militar organizado se les plegase o, al menos, se mantuviese al
margen. Conjuntamente, entrarían en acción montoneras respaldadas por dueños de fundo y de
hecho fue ésta la faz que adquirió la revolución: el Ejército unido batiéndose contra grupos
improvisados, que sólo alcanzaron un carácter verdaderamente bélico en el norte con Pedro
León Gallo.” 17
Como el Ejército permaneció al lado del gobierno, los revolucionarios debieron armar fuerzas
propias que no pudieron hacer mucho de su parte. Desde Santiago y hacia el sur hubo varios
movimientos, pero todos resultaron ser efímeros:
“Esta vez no se produjo una defección en el sur como en 1851; el Ejército siguió siendo leal a
Montt. Por ende, el «comité revolucionario» de la Fusión [Liberal – Conservadora] tuvo que
improvisar fuerzas propias. Éstas no tuvieron mucho éxito en ninguna parte. En Santiago, un
débil motín se agotó de inmediato. En Valparaíso, un intento más serio fue reprimido
rápidamente. San Felipe, también en armas, fue saqueado cruelmente por tropas del gobierno:
15
Arancibia Clavel, Op. Cit., páginas 160 y 161.
16
Estado Mayor General del Ejército, Op. Cit., página 127.
17
Ibid., página 153.
10. el joven abogado Abdón Cifuentes perdió su primera levita en la refriega. En Talca, los rebeldes
soportaron días de bombardeos antes de capitular. En el campo, las bandas guerrilleras
organizadas por algunos hacendados de la Fusión (las «montoneras») tuvieron algunos logros,
pero a comienzos de mayo habían sido dispersadas en su totalidad. Más al sur, los insurgentes
capturaron brevemente Tomé y Talcahuano y organizaron un infructuoso ataque a Concepción,
mientras otra fuerza rebelde de la Frontera marchaba rumbo a Chillán: su derrota en la batalla
de Maipón (12 de abril de 1859) marcó el final de la guerra en el sur.” 18
¿Por qué los militares chilenos no se dividieron durante esta conmoción interna? Sin duda que
influyó en ello el proceso de profesionalización castrense que se fue dando en el siglo XIX; sin
embargo, también habría que contar con las lecciones aprendidas una vez terminadas las dos
conmociones anteriores (la Guerra Civil de 1829 – 1830 y la Revolución de 1851) y además el
hecho de que era necesario reconocer que durante el gobierno de Manuel Montt se produjo un
notable crecimiento económico en el país, el cual avanzaba hacia el progreso (tal como este
último era entendido en el siglo XIX, tanto en Europa, como en América).
“La revolución de 1859 se diferenció de la ocurrida en 1851 en que el Ejército no se dividió. Se
trató de un movimiento revolucionario civil, destinado a cambiar la estructura política del país,
que fue dominado por el gobierno porque pudo recurrir confiadamente a su instrumento de
fuerza. En los años transcurridos entre ambas revoluciones, la institución militar había avanzado
en su profesionalización y ya no respondía a la sugestión de caudillo alguno.” 19
Se destaca el hecho del proceder del gobierno de Manuel Montt cuando enfrentó la Revolución
de 1851, en el que integró conciliación y severidad, obteniéndose como resultado la adhesión
del Ejército frente a los sucesos del año 1859:
“Importancia determinante en la consolidación de la disciplina tuvieron los acertados y
conciliadores términos de los acuerdos de Purapel, consecuentes con la política posterior de
Montt. Fue ésta de olvido para los sucesos anteriores, pero de severidad para con quienes
intentasen reproducirlos. Nos lo ratifica el hecho de que en 1859 vemos luchando leal y
denodadamente junto al Gobierno a destacados oficiales de De la Cruz, que se habían batido en
Loncomilla, como el Coronel Manuel Zañartu y el Teniente Coronel Cornelio Saavedra.” 20
La Guerra Civil de 1891
En el caso particular de la última gran conmoción interna de Chile durante el siglo XIX, los
factores que determinaron la división del mundo castrense a favor de uno y otro bando fueron
más complejos, por lo cual es adecuado ir caso a caso.
18
Collier y Sater, Op. Cit., páginas 109 y 110.
19
Arancibia Clavel, Op. Cit., página 161.
20
Estado Mayor General del Ejército, Op. Cit., página 153.
11. Una de las razones que movieron a Emilio Körner (el primer instructor alemán que llegó a
nuestro país para iniciar las reformas que conducirían a la profesionalización definitiva de la
carrera de los militares chilenos, abriendo el paso al período conocido como el de “la influencia
prusiana”) a abrazar la causa del Congreso en la Guerra Civil de 1891, fue la oposición que aquel
encontró entre ciertos oficiales para llevar a cabo el proceso de reformas en el Ejército, algunos
de los cuales eran cercanos al Presidente José Manuel Balmaceda,
“Ahora bien, como suele suceder al transformar cualquier institución – y con mayor razón en
este caso, dado que el Ejército acababa de vencer en el más grande conflicto bélico que había
conocido el país – el proceso de modernización encontró resistencias y, por reacción, generó
inoportunas exageraciones. Körner y el grupo de oficiales chilenos partidarios de la
prusianización estaba lejos de detentar un grado de influencia absoluto al comenzar su tarea. De
hecho, pronto se manifestó una sorda lucha con algunos oficiales cercanos a presidente José
Manuel Balmaceda, que sucedió a Santa María en 188, y que formados en Francia ocupaban
cargos claves en el Alto Mando.” 21
“Enfrentado al desafío de preparación inmediata para la guerra, parecía que el proceso iniciado
por Körner, pausado y de largo alcance para asegurar su solidez, había entrado en un callejón
sin salida. Ello puede ayudar a explicar por qué él se decidió a apoyar las fuerzas del Congreso en
vísperas de la Guerra Civil.” 22
También se vislumbran otras causas en relación a esta decisión de Körner, que tienen que ver
con sus relaciones familiares, debido a que estaba casado con una de las hijas del Cónsul de
Alemania en Chile; la otra hija de este último estaba también casada con uno de los
parlamentarios más opositores a Balmaceda. Entre esa persona y Körner había un fuerte vínculo
de amistad:
“Hay también otras razones que pueden haber gravitado en una decisión que resultó
determinante para el posterior desarrollo de las reformas de cuño alemán. Unas son de tipo
familiar. Según el representante de Alemania en Chile, barón Von Gudtschmid, «la causa
principal de su actitud debe buscarse en sus relaciones familiares. Está casado desde hace dos
años con la hija de nuestro cónsul aquí, el señor Junge, el que personalmente está alejado de
toda participación política, pero cuya otra hija está casada con uno de los más estrepitosos
miembros de la oposición, un doctor Puelma que era diputado. Entre este último que se
encuentra hace meses oculto en casa de su suegro Junge, y su cuñado Körner, existe una gran
amistad e intimidad».” 23
Por otro lado, en las últimas décadas (anteriores al año de 1891) tanto el Ejército como la
Armada se atuvieron al principio de no deliberancia establecido en la Constitución de 1833,
pero en el año 1890 se enfrentaron al dilema de si debían o no obedecer a un mandatario que
había caído en la inconstitucionalidad:
21
Arancibia Clavel, Op. Cit., página 213.
22
Ibid., página 214.
23
Ibid.
12. “El Ejército y la Armada, que en cuanto tales habían ajustado su actividad al mandato
constitucional de no deliberancia durante las últimas décadas, manteniéndose al margen de las
disputas políticas, afrontaban al acercarse el término del año 1890 una disyuntiva que no era la
«obediencia sin deliberación», en la que todos estaban de acuerdo, sino algo bastante más
complejo: cuál era su deber si el Presidente de la República iniciaba la gestión de gobierno del
año siguiente sin que hubieran sido aprobada la ley de presupuesto y la que fijaba las fuerzas de
mar y tierra; ¿debían obedecer a un Jefe del Estado «inconstitucional»?” 24
Lo anterior no es un asunto menor, ya que hay que ponerse en la difícil situación en la que se
hallaron los militares y los marinos chilenos. Se puede decir que tanto el Presidente Balmaceda
como el Congreso Nacional terminaron poniéndose fuera de la Constitución, a raíz de las
medidas que fueron tomando durante el año de 1891. La consecuencia natural de esto último
era el quiebre interno en las filas castrenses, debido a que las actuaciones de los poderes
Ejecutivo y Legislativo permitían una gran variedad de interpretaciones, todas las cuales podían
tener la misma validez; y esas interpretaciones desembocaron en la conducta que cada militar y
cada marino adoptaron durante la guerra civil.
Dentro de las filas propiamente militares, la posición mayoritaria fue la de adherir al Presidente
de la República, lo cual estaba muy conforme con la doctrina que imperaba dentro del Ejército
de Chile, por lo que el hecho de tomar esa posición fue algo muy natural para sus integrantes:
“Para combatir la sublevación, el Presidente Balmaceda contó con el Ejército de Chile que, como
Institución, estuvo desde el primer momento junto al Presidente constitucional. Por su natural y
doctrinaria distancia hacia la cosa política, las Fuerzas Armadas no tomaron una posición
política frente a las dos tesis en pugna y no se involucraron durante la larga lucha entre el
Ejecutivo y el Legislativo, previas al inicio del conflicto. Por su parte, el Ejército, consecuente con
su doctrina institucional, respetó a la Constitución y, reconociendo al Presidente de la República
como el Generalísimo de las Fuerzas Armadas, en honor a su tradición de lealtad y obediencia al
Jefe del Estado, no dudó en ponerse junto a Balmaceda.” 25
Por su parte, la clase política chilena, viendo en el horizonte un conflicto, procuró tomar
iniciativas para atraerse a los uniformados y hacerlos entrar en el debate político (siendo que
anteriormente esa misma clase había mantenido a los militares fuera de la actividad política).
Esto se manifestó en el nombramiento de jefes militares en cargos ministeriales, invitaciones a
oficiales para participar en actividades partidistas, organización de eventos de homenajes a
jefes militares con clara intención política, utilización política de los problemas que afectaban al
mundo castrense y levantamiento de candidaturas militares para cargos políticos.
“En efecto, se nombró a representantes del Ejército en cargos ministeriales, como fue el caso de
los generales José Manuel Velásquez y José Francisco Gana, práctica entonces inusual. También
24
Ibid., página 215.
25
Estado Mayor del Ejército, Historia del Ejército de Chile. Tomo VII. Reorganización del Ejército y la
Influencia Alemana (1885 – 1914). Santiago, 1982, páginas 96 y 97.
13. se invitó a oficiales de elevada graduación a reuniones partidistas y se organizaron homenajes a
jefes de prestigio con indisimulado interés político, como el que las fuerzas de la oposición
ofrecieron al general Manuel Baquedano. La prensa recogió ataques de periodistas y hombres
públicos a alguns figuras militares representativas, como el general Velásquez y el coronel
Estanislao del Canto. Prácticamente nadie se privó de utilizar políticamente los problemas
profesionales; así en folletos del gobierno se acusaba a la oposición de haberse negado a
aprobar la ley que mejoraba el sueldo del personal uniformado. Se llegó al extremo de levantar
una candidatura militar para frenar a Balmaceda, poniendo la mirada en el general Manuel
Baquedano. Fue haciéndose cada vez más común la participación de representantes de las
instituciones armadas en los viajes presidenciales.” 26
Por último, cabe decir que los mismos militares tomaron también la iniciativa y comenzaron a
intervenir en la política contingente. Lo anterior se evidenció en las palabras que pronunció José
Velásquez con ocasión de su designación como Ministro de Estado, con las que ensalzó a la
administración del Presidente Balmaceda; por otra parte, el coronel Estanislao del canto, en un
banquete de conmemoración de la batalla de Tacna al cual asistieron varios oficiales, pronunció
un discurso que fue interpretado como un apoyo de parte de dicho oficial hacia el Congreso 27
;
por último, el mayor Jorge Boonen Rivera, quien era un estrecho colaborador de Emilio Körner,
pidió al Presidente su retiro del Ejército, ya que no deseaba servir a una eventual dictadura.
26
Arancibia Clavel, Op. Cit., páginas 215 y 216.
27
Estado Mayor del Ejército, Op. Cit., páginas 91 y 92. A continuación se reproduce el fragmento donde
aparece esta anécdota, la cual es bastante gráfica: “El primer síntoma de la inquietud que existía en las
filas del Ejército por lo que ocurría, se manifestó el día 26 de mayo de 1890, fecha en que se celebró el
aniversario de la Batalla de Tacna. El Presidente de la República ofreció un banquete en el Palacio de
Gobierno, al que asistieron algunos jefes militares. Paralelamente, los oficiales de la Guarnición de
Santiago organizaron otro acto en el Restaurant Melossi de la Quinta Normal de Agricultura, al que se
podía asistir mediante una pequeña suscripción personal. El banquete, presidido por el Coronel Ricardo
Castro, como el más antiguo de los asistentes, comenzó en un clima de amistad y camaradería. Así se
desarrolló hasta que hizo uso de la palabra el Coronel Estanislao del Canto quien, en parte de su
alocución manifestó que «si el honor del soldado está ceñido al puño de la espada, no dudéis señores
que la lealtad del Ejército para con el Gobierno será inmutable; pero entended que es con el Gobierno
que hemos aprendido a conocer desde la escuela y que, como todos sabéis, se compone de tres
poderes: el Legislativo, el Judicial y el Ejecutivo». Esto era una evidente alusión a la situación política del
momento, aunque el Coronel Del Canto expresó en sus Memorias que «este desorden fue comunicado a
los que estaban en el banquete que se daba en La Moneda en términos alarmantes, asegurando que yo,
en un brindis, había invitado a los oficiales presentes a una rebelión contra la autoridad constituida».
Después del breve discurso del Coronel Del Canto, vinieron varios brindis y luego se levantó el Sargento
Mayor Caupolicán Villota quien pidió brindar por el General José Velásquez, Ministro de Guerra y Marina,
el que fue silbado por el Sargento Mayor José Ignacio López. Se produjo un conato de agresión en el que
intervino también el Sargento Mayor Roberto Silva Renard, llegando a concertarse un duelo entre estos
últimos para el día siguiente. Este no pudo efectuarse, pues, informado el Gobierno y el Comandante
General de Armas, General Orozimbo Barbosa, se tomaron las medidas necesarias, ordenando la
instrucción de un sumario para aclarar los hechos y se dispuso la detención de los Sargentos Mayores
López, Silva Renard y Villota y la del coronel Estanislao del Canto. Como resultado del sumario, Del
Canto fue condenado a 60 días de arresto domiciliario; posteriormente se le designó Ayudante General y
Secretario de la Comandancia General de Armas de Tacna. Se encontraba sirviendo esa comisión
cuando fue informado, el 7 de enero de 1891, de una orden del Ministro de Guerra, General José
Francisco Gana Castro, en la cual se instruía apresarlo. Del Canto se ocultó y luego se trasladó al Perú,
hasta Pacocha, desde donde posteriormente se embarcó con rumbo a Pisagua, para sumarse a las
fuerzas congresistas.”
14. Una vez desatada la guerra civil, la Armada se pronunció en su mayoría a favor del Congreso,
mientras el Ejército apoyó al Presidente de la República. Se dice que estos comportamientos tan
disímiles se debieron a las diferencias en la composición interna de ambas fuerzas armadas: la
Marina tenía una tradición británica muy relacionada por el liberalismo del siglo XIX, mientras
que el Ejército poseía un espíritu más español y monárquico:
“La aguda crisis política que derivó en lucha armada hundía sus raíces, como se ha señalado, en
causas orgánicas muy profundas; pero en la superficie, se reducía a la contraposición de
posiciones antagónicas sobre la legitimidad de ejercicio, no de origen, del primer mandatario. En
esa disyuntiva, «la Marina, de formación europea y británica, empapada con el espíritu del
constitucionalismo burgués del siglo XIX, y en íntimo contacto con los círculos oligárquicos
monttvaristas o radicales, acompañó al Congreso; el Ejército, más criollo y tradicionalista, más
fiel al espíritu de obediencia pasiva al jefe visible del Estado, más español y más monárquico, en
una palabra, acompañó, no a Balmaceda, sino al Presidente de la República».” 28
Con respecto a la conformación del Ejército congresista en el norte del país, algunos oficiales del
Ejército de Línea y de la Guardia nacional formaron parte de aquel, mientras que la mayor parte
de la tropa provino de las provincias norteñas; de hecho, varios soldados fueron ex
combatientes de la Guerra del Pacífico:
“El Ejército congresista se formó sobre la base de civiles y de algunos oficiales de Línea o de la
Guardia Nacional, quienes «motu proprio» resolvieron incorporarse a él. La tropa, propiamente
tal, se formó principalmente con el enganche y reclutamiento en las provincias del Norte, de
aquellos soldados de la Guerra del Pacífico que habían sido desmovilizados en 1884 después de
finalizada la contienda.” 29
Consideraciones finales
Examinando la dinámica que se dio en el siglo XIX chileno respecto a las guerras internas, se
puede apreciar que, en general, para que en el Chile decimonónico tuviera lugar una guerra
civil, era necesario que primero surgiera, o resurgiera, una división dentro de la elite del país
(generalmente entre liberales y conservadores, también entre partidarios del Poder Legislativo y
adherentes al Poder Ejecutivo, pero también entre Santiago y las provincias del país), lo cual
conducía a que los bandos en pugna recurrieran a los militares, buscando la adhesión de jefes
castrenses que condujeran las tropas que sostenían militarmente a cada bando. Es cierto
también que, generalmente, había militares que por pensamiento propio adherían a uno u otro
ideario, pero solían entrar en acción cuando eran llamados desde la dirigencia política del país.
Se observa que la elite chilena oscilaba entre los polos que podrían llamarse libertad y orden.
Para el caso de la Guerra Civil de 1829 – 1830, los aristócratas consideraron la inestabilidad que
28
Arancibia Clavel, Op. Cit., página 220.
29
Estado Mayor General del Ejército, Op. Cit., página 128.
15. había dentro del país, por lo cual la mayoría de ellos abrazó el ideario del bando que prometía
instaurar el orden dentro del país; esto último condujo a la división interna. En el caso de las
revoluciones de 1851 y de 1859, y de la Guerra Civil de 1891, amplios sectores de la elite
consideraron que el gobierno de turno estaba administrando en país en forma muy autoritaria,
por lo cual reclamaron mayor libertad; esto último también condujo a la división interna 30
.
Lo anterior lleva a concluir que, pese a todos los conflictos internos que hubo en Chile durante
el siglo XIX, aquí no surgió esa figura que es característica de la América Latina decimonónica: el
caudillo. Este personaje solía ser un militar no profesional (generalmente un hacendado), el cual
armaba un ejército privado (empezando con los trabajadores de la propia hacienda) y sostenía
pugna con otros caudillos, de manera que alguno llegara a tomar el poder en el respectivo país;
generalmente sus gobiernos eran de facto y no obedecían a algún orden constitucional. En
cambio, apenas Chile se independizó, se hicieron notables esfuerzos para tener una constitución
que diera al país un orden político y administrativo; estas guerras civiles chilenas del siglo XIX se
dieron siempre en momentos en que el país estaba bajo una constitución. El único jefe militar
que podría acercarse a la figura del caudillo fue Pedro León Gallo (el líder revolucionario de la
Revolución de 1859), pero esta persona no era militar, sino que era un empresario minero,
mientras que para entonces la totalidad del Ejército permaneció leal al gobierno de Manuel
Montt. Los demás jefes militares que participaron en los conflictos internos chilenos del siglo
XIX habían servido en el Ejército. Por otro lado, ellos mostraron bastante desapego al poder
político y lucharon en forma sincera por el bando político que cada uno de ellos consideró que
era el legítimo en el contexto de una determinada revolución.
30
Es interesante destacar que algunos presidentes del período conocido como República Liberal, siendo
que en su pasado fueron fervientes partidarios del ideario liberal, una vez que llegaron a la presidencia,
defendieron bastante las atribuciones presidenciales (Federico Errázuriz Zañartu, Domingo Santa María y
José Manuel Balmaceda), mientras que otro sí procuraron mantener armonía con el Congreso Nacional
(José Joaquín Pérez y Aníbal Pinto). A la inversa, durante el régimen autoritario, uno de los gobiernos
decenales (el de Manuel Bulnes), se mostró bastante conciliador con los partidos y la aristocracia chilena,
mientras que los otros dos (José Joaquín Prieto y Manuel Montt) gobernaron en forma muy autoritaria (en
el caso de Joaquín Prieto, se puede decir más bien que el ejecutor de la política autoritaria era el ministro
Diego Portales, más que el presidente Prieto).