2. ¿Qué reloj veía el niño?
Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo
me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando
de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque,
haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía
darle la lapicera que tenía, por que la estaba usando en no sé que
aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré
rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo
les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles
de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién una
serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que
pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no
alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con
tinta negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo
-Y anda bien -le pregunté
-Atrasa un poco -reconoció.
Idea y fotografía: Manuel y Lía
3. La primera vez
Diego no conocía la mar, el padre lo llevó a
descubrirla.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos
esperando. Cundo el niño y el padre alcanzaron por
fin aquellas cumbres de arena, después de mucho
caminar, la mar estalló entre sus ojos y fue tanta la
inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño
quedó mudo de hermosura. Y cuando por fin
consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a
su padre:
-¡Ayúdame a mirar!
Idea y fotografía: Inés e Isabel
4. Miedo a lo desconocido
Una mañana, nos regalaron un conejo de india. Llegó
a casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la
jaula. Volví a casa al anochecer y lo encontré tal
como lo había dejado; jaula adentro, pegado a los
barrotes temblando del susto de la libertad.
Idea y fotografía: Lucas y María
5. La uva y el vino
Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído
de Marcela. Antes de morir, le reveló su secreto:
- La uva- le susurró- está echa de vino.
Marcela Pérez-Silva me lo contó, y yo pensé: Si
la uva está echa de vino, quizá nosotros somos
las palabras que cuentan lo que somos.
Idea y fotografía: Paloma y Ana