5. Bajo la dirección de
RICARDO GALIMBERTI , ADRIÁN MARTÍN PIERINI ,
ANDREA BETTINA CERVINI
HISTORIA DE LA
DERMATOLOGÍA
LATINOAMERICANA
LABORATOIRES PIERRE FABRE
6. AUTORES DEL LIBRO HISTORIA DE LA DERMATOLOGÍA LATINOAMERICANA QUE ASISTIERON AL CÓCTEL REALIZADO EL DÍA 17 DE NOVIEMBRE DE 2005
EN CARTAGENA, COLOMBIA, EN EL MARCO DEL XIV CONGRESO IBERO-LATINOAMERICANO DE DERMATOLOGÍA (CILAD)
Alfredo Abreu Daniel (Cuba); Gilberto Adame Miranda (México); Danielle Alencar-Ponte (Colombia); Claudio Arias Argudo (Ecuador);
Ma. Isabel Arias Gómez (México); Eduardo Baños (El Salvador); Antonio Barrera Arenales (Colombia); Zuño Burstein Alva (Perú); Andrea
Bettina Cervini (Argentina); Mauricio Coello Uriguen (Ecuador); Paulo R. Cunha (Brasil); Luis Flores-Cevallos (Perú); Elbio Flores-
Cevallos (Perú); Ricardo Galimberti (Argentina); Pedro García Zubillaga (Argentina); Jaime Gil Jaramillo (Colombia); Flavio Gómez
Vargas (Colombia); Rubén Guarda Tatín (Chile); Enrique Hernández Pérez (El Salvador); Alfredo Lander Marcano (Venezuela); Franklin
Madero Izaguirre (Ecuador); Fernando Magill (Perú); Graciela Manzur (Argentina); Aldo Edgar Martínez Campos (Nicaragua); José A.
Mássimo (Argentina); Jairo Mesa Cock (Colombia); Martha Miniño (República Dominicana); Isaac Neira Cuadra (Nicaragua); León
Neumann Scheffer (México); Yolanda Ortiz (México); Adrián Martín Pierini (Argentina); Jaime Piquero Martín (Venezuela); Leana
Quintanilla (El Salvador); Roberto Rampoldi (Uruguay); Antonio Rondón Lugo (Venezuela); Amado Saúl (México); Eduardo Silva-Lizama
(Guatemala); César Iván Varela Hernández (Colombia); Mirta Vázquez (Argentina); Alberto Woscoff (Argentina)
7. LISTA DE AUTORES
ABREU DANIEL, ALFREDO (Cuba). Profesor Consultante. Presidente de la Sociedad Cubana de
Dermatología. Jefe del Grupo Nacional de Dermatología del Ministerio de Salud
Pública de Cuba.
ADAME MIRANDA, GILBERTO (México). Dermatólogo. Práctica Privada. Presidente de la
Academia Mexicana de Dermatología (2006-2007).
ALENCAR-PONTE, DANIELLE (Colombia). Especialista en Dermatología y Clínica Médica.
Diplomada en Programación Neurolingüística. Dermatóloga. Servicio Médico de la
Universidad del Valle.
ALMODÓVAR, PABLO I. (Puerto Rico). Catedrático Asociado; Departamento de Dermatología de
la Escuela de Medicina, Universidad de Puerto Rico.
AMOR GARCÍA, FRANCISCO (Uruguay). Jefe del Servicio de Dermatología. Ministerio de Salud
Pública. Montevideo.
ARENAS, ROBERTO (México). Presidente del Colegio Ibero-Latinoamericano de Dermatología
(2003-2007).
ARIAS ARGUDO, CLAUDIO (Ecuador). Presidente de la Academia Ecuatoriana de Medicina. Ex
Profesor de las Cátedras de Medicina Interna y Dermatología de la Universidad de
Cuenca y de la Universidad Católica.
ARIAS GÓMEZ, MA. ISABEL (México). Dermatóloga. Práctica Privada.
BAÑOS, JULIO EDUARDO (El Salvador). Presidente de la Asociación Dermatológica de El Salvador.
BARRERA ARENALES, ANTONIO (Colombia). Presidente de la Asociación Colombiana de
Dermatología y Cirugía Dermatológica. Ex Presidente de la Asociación Colombiana de
Dermatología Pediátrica. Ex Presidente de la Asociación Colombiana de
Dermatopatología.
BORES, AMALIA M. (Argentina). Médica Dermatóloga. Docente Pedagógica en Ciencias de la
Salud y Carrera Docente. Orientación Dermatología e Historia de la Medicina.
BORES, INÉS A. (Argentina). Médica Dermatóloga. Docente Pedagógica en Ciencias de la
Salud y Carrera Docente; Orientación Dermatología e Historia de la Medicina.
BURSTEIN, ZUÑO (Perú). Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
(Dermatología y Medicina Tropical). Académico de Número de la Academia Nacional
de Medicina, Perú. Investigador Permanente del Instituto de Medicina Tropical
Daniel A. Carrión, UNMSM (Dermatología Sanitaria).
CÁCERES, HÉCTOR (Perú). Médico Dermatólogo Pediatra. Instituto de Salud del Niño, Lima.
Profesor de Dermatología. Universidad Peruana Cayetano Heredia. Presidente de la
Sociedad Latinoamericana de Dermatología Pediátrica.
CAMPOS MACÍAS, PABLO (México). Departamento de Dermatología, Hospital Aranda de la
Parra, León, Gto. Facultad de Medicina, Universidad de Guanajuato.
CÁRDENAS UZQUIANO, FERNANDO (Bolivia) (✝). Profesor Emérito, Universidad Mayor de San
Andrés.
7
8. LISTA DE AUTORES
CERVINI, ANDREA BETTINA (Argentina). Médica Dermatóloga. Médica Asistente del Servicio de
Dermatología del Hospital de Pediatría Prof. Dr. Juan P. Garrahan, Buenos Aires.
Docente adscripta orientación Dermatología de la Universidad de Buenos Aires.
COELLO URIGUEN, MAURICIO (Ecuador). Médico Dermatólogo. Sociedad Ecuatoriana de
Dermatología Núcleo del Azuay.
CORREA, JULIO (Paraguay). Médico Dermatólogo. Miembro activo de la Sociedad Paraguaya
de Dermatología.
CUNHA, PAULO R. (Brasil). Profesor Autónomo de la Facultad de Medicina de la Universidad
de São Paulo. Profesor Titular de Dermatología de la Facultad de Medicina de
Jundiaí. Posdoctorado en The New York University.
DE LEÓN G., SUZZETTE (Guatemala). Jefe de la Unidad de Docencia Instituto de Dermatología
y Cirugía de Piel.
DÍAZ ALMEIDA, JOSÉ G. (Cuba). Profesor de Mérito. Doctor en Ciencias Médicas. Jefe de la
Cátedra de Dermatología de la Facultad de Ciencias Médicas General Calixto García.
DIEZ DE MEDINA, JUAN CARLOS (Bolivia). Jefe de enseñanza e investigación de la Fundación
Piel, Bolivia.
FAIZAL GEAGEA, MICHEL (Colombia). Coordinador, Unidad de Dermatología, Universidad
Nacional de Colombia. Profesor Asociado, Unidad de Dermatología, Universidad
Nacional de Colombia. Director del Departamento de Medicina Interna de la
Universidad Nacional de Colombia.
FALABELLA, RAFAEL (Colombia). Profesor Emérito. Jefe del Servicio de Dermatología,
Universidad del Valle, Cali.
FLORES-CEVALLOS, ELBIO (Perú). Profesor de Cirugía Humana de Cabeza y Cuello, Facultad de
Medicina de San Fernando, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima.
Fundador y Ex Jefe del Servicio Docente y Asistencial de Cirugía de Cabeza y Cuello
del Hospital General Nacional Dos de Mayo, Lima.
FLORES-CEVALLOS, LUIS (Perú). Profesor de Dermatología, Facultad de Medicina de San
Fernando, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima. Fundador del Servicio
Asistencial y Docente de Dermatología del Hospital Edgardo Rebagliati Martins y Ex
Director.
GALIMBERTI, RICARDO (Argentina). Jefe del Servicio de Dermatología del Hospital Italiano de
Buenos Aires. Profesor Regular Adjunto de la Universidad Nacional de Buenos Aires.
Profesor Adjunto de la Escuela de Medicina del Hospital Italiano de Buenos Aires.
GARCÍA ZUBILLAGA, PEDRO (Argentina). Pediatra-Dermatólogo Universitario. Docente Adscripto
a Dermatología, Facultad de Medicina UBA. Dermatólogo Pediatra del Hospital de
Niños Ricardo Gutiérrez.
GIL JARAMILLO, JAIME (Colombia). Profesor del Servicio de Dermatología, Universidad Libre de
Cali. Dermatólogo. Instituto de Seguros Sociales de Cali.
GÓMEZ VARGAS, FLAVIO (Colombia). Ex Presidente de la Asociación Colombiana de
Dermatología y Cirugía Dermatológica. Ex Profesor Titular, Servicio de Dermatología,
Universidad de Antioquia.
GONZÁLEZ ROJAS, Carlos Horacio (Colombia). Ex Presidente de la Asociación Colombiana de
Dermatología y Cirugía Dermatológica. Ex Presidente de la Asociación Colombiana de
Dermatología Pediátrica. Ex Presidente del Colegio Iberoamericano de Criocirugía.
GREENBERG CORDERO, PETER A. (Guatemala). Director Médico del Instituto de Dermatología y
Cirugía de Piel. Miembro de la Academia Guatemalteca de Dermatología.
GUARDA TATÍN, RUBÉN (Chile). Ex-Presidente de la Sociedad Chilena de Dermatología y
Venereología (1986-1990). Ex-Profesor Asociado de Dermatología de la Facultad de
Medicina de la Universidad de Chile.
GUTIÉRREZ ALDANA, GUILLERMO (Colombia). Ex Jefe, ex Profesor Titular y Profesor Emérito del
Servicio de Dermatología de la Universidad Nacional de Colombia. Ex Presidente de
la Asociación Colombiana de Dermatología y Cirugía Dermatológica.
8
9. Historia de la Dermatología latinoamericana
HALPERT, EVELYNE (Colombia). Jefe de la Sección de Dermatología Pediátrica de la Fundación
Santa Fe de Bogotá. Médica Dermatóloga de la Universidad de Antioquia y
Dermatóloga Infantil del Instituto Nacional de Pediatría DIF de México.
HERNÁNDEZ PÉREZ, ENRIQUE (El Salvador). Director del Centro de Dermatología y Cirugía
Cosmética de San Salvador. Presidente de la Mesoamerican Academy of Cosmetic
Surgery y Miembro del Grupo de Actualidades Terapéuticas Dermatológicas.
ISA ISA, RAFAEL (República Dominicana). Médico dermatólogo, epidemiólogo y micólogo.
Director General del IDCP–DHBD. Vicepresidente del CILAD.
LANDER MARCANO, ALFREDO (Venezuela). Presidente de la Sociedad Venezolana de
Dermatología y Cirugía Dermatológica.
MADERO IZAGUIRRE, FRANKLIN (Ecuador). Médico Dermatólogo. Profesor del Posgrado de
Dermatología Universidad de Guayaquil. Jefe del Servicio de Dermatología Pediátrica
Hospital del Niño Dr. Francisco de Ycaza Bustamante. Dermatólogo Pediatra del
Hospital de Niños Dr. Roberto Gilbert E.
MADERO IZAGUIRRE, MAURO (Ecuador). Profesor Principal de Historia de la Medicina,
Inmunología Básica e Inmunología Clínica, Universidad Católica de Santiago de
Guayaquil. Profesor de Posgrado de Dermatología, Universidad de Guayaquil. Jefe
del Servicio de Alergia del Hospital Dr. Teodoro Maldonado Carbo, IESS, Guayaquil.
MAGILL, FERNANDO (Perú). Presidente del RADLA 2004.
MANZUR, GRACIELA (Argentina). Pediatra-Neonatóloga. Dermatóloga Universitaria.
Dermatóloga Pediatra del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez.
MARTÍNEZ CAMPOS, ALDO EDGAR (Nicaragua). Médico Dermatólogo. Profesor Titular de la
Cátedra de Dermatología, Facultad de Medicina, Universidad Americana.
MÁSSIMO, JOSÉ ANTONIO (Argentina). Doctor en Medicina. Pediatra-Dermatólogo Universitario.
Director de la Carrera de Dermatología Pediátrica de la Facultad de Medicina UBA.
Jefe del Servicio de Dermatología del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez.
MESA COCK, JAIRO (Colombia). Ex Jefe del Servicio y Profesor Titular de Dermatología.
Servicio de Dermatología de la Universidad de Caldas. Director de la Página Web de
la Asociación Colombiana de Dermatología y Cirugía Dermatológica.
MINIÑO, MARTHA (República Dominicana). Médica Patóloga, Dermatóloga y Dermatopatóloga.
Editora de la Revista Dominicana de Dermatología y en el IDCP / DHBD.
MONTENEGRO LÓPEZ, GALO (Ecuador). Médico Dermatólogo. Servicio de Dermatología, Hospital
Carlos Andrade Marín, Quito.
NEIRA CUADRA, JORGE ISAAC (Nicaragua). Médico Dermatólogo. Profesor Auxiliar de la Cátedra
de Dermatología, Facultad de Medicina, Universidad Americana. Profesor Auxiliar de
la Cátedra de Posgrado de Dermatología, Facultad de Medicina, Universidad
Nacional Autónoma de Nicaragua, Managua.
NEUMANN SCHEFFER, LEÓN (México). Ex Presidente Sociedad Mexicana de Cirugía
Dermatológica y Oncológica.
ORTIZ, YOLANDA (México). Profesora de Dermatología IPN. Jefa del Servicio del Hospital
Juárez de México.
PIERINI, ADRIÁN MARTÍN (Argentina). Jefe del Servicio de Dermatología del Hospital de
Pediatría Prof. Dr. Juan P. Garrahan. Profesor Adjunto de Dermatología, Facultad de
Medicina, Universidad de Buenos Aires.
PIERINI, LUIS DAVID (Argentina). Ex Jefe de los Servicios de Neurología de los Hospitales
Torcuato de Alvear e Ignacio Pirovano, Buenos Aires. Ex Docente de Neurología de la
Universidad de Buenos Aires. Ex Miembro Titular del Tribunal de Honor del Colegio
Argentino de Neurólogos Clínicos.
PIQUERO MARTÍN, JAIME (Venezuela). Jefe del Servicio de Dermatología del Hospital Vargas de
Caracas. Instituto de Biomedicina.
QUINTANILLA SÁNCHEZ, LEANA (El Salvador). Secretaria de la Asociación Dermatológica de El
Salvador.
9
10. LISTA DE AUTORES
QUIÑÓNES, CÉSAR (Puerto Rico). Catedrático Asociado Ad Honorem, Departamento de
Dermatología de la Escuela de Medicina Universidad de Puerto Rico.
RAMPOLDI BESTARD, ROBERTO (Uruguay). Médico Dermatólogo.
REYES FLORES, OSCAR (Venezuela). Miembro Honorario de la Sociedad Venezolana de
Dermatología y Cirugía Dermatológica.
RONDÓN LUGO, ANTONIO (Venezuela). Jefe de Cátedra de Dermatología de la Escuela de
Medicina José M. Vargas, UCV.
RUIZ MALDONADO, RAMÓN (México). Profesor Titular de Dermatología y Dermatología
Pediátrica, Universidad Nacional Autónoma de México. Investigador Nacional nivel III
del Sistema Nacional de Investigadores. Investigador en Ciencias Médicas “F” de los
Institutos Nacionales de Salud.
SAÚL, AMADO (México). Profesor de Dermatología UNAM e IPN. Consultor Técnico del Servicio
Dermatología del Hospital General de México.
SILVA-LIZAMA, EDUARDO (Guatemala). Jefe de la Unidad de Dermatología, Centro Médico Militar,
Guatemala. Coordinador de la Cátedra de Dermatología, Facultad de Medicina,
Universidad Mariano Gálvez. Miembro de la Asociación Guatemalteca de Dermatología,
de la Sociedad Centroamericana de Dermatología, CILAD, de la Internacional Society of
Dermatology y de la American Academy of Dermatology.
TRUJILLO REINA, BENJAMÍN (Venezuela). Vicepresidente de la Sociedad Venezolana de
Dermatología y Cirugía Dermatológica.
URQUIZU DÁVILA, PABLO HUMBERTO (Guatemala). Jefe de la Unidad de Dermatología,
Departamento de Medicina Interna, Hospital Roosevelt. Ex Presidente de la
Asociación Guatemalteca de Dermatología. Miembro de la Sociedad Centroamericana
de Dermatología, del Colegio Ibero Latinoamericano de Dermatología y de la
American Academy of Dermatology.
VALDIVIA BLONDET, LUIS (Perú). Profesor Principal de Dermatología de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos.
VALLE, LIDIA E. (Argentina). Dermatóloga Universitaria. Docente Adscripta en Dermatología,
UBA. Profesora Universitaria en Medicina, UCS.
VARELA HERNÁNDEZ, CÉSAR IVÁN (Colombia). Profesor Ad Honorem Servicio de Dermatología,
Departamento de Medicina Interna, Universidad del Valle. Presidente-Fundador de la
Asociación de Historia de la Dermatología Colombiana. Ex Presidente de la
Asociación Colombiana de Dermatología y Cirugía Dermatológica, Capítulo Valle del
Cauca.
VARGAS MONTIEL, HERNÁN (Venezuela). Jefe del Servicio de Dermatología del Hospital de
Maracaibo.
VÁZQUEZ, MIRTA (Argentina). Médica Pediatra del Servicio de Pediatría del Hospital Pirovano,
Buenos Aires.
VELÁSQUEZ BERRUECOS, JUAN PEDRO (Colombia). Ex Presidente de la Asociación Colombiana de
Dermatología y Cirugía Dermatológica. Ex Jefe del Servicio de Dermatología de la
Universidad de Antioquia. Ex Profesor Titular del Servicio de Dermatología de la
Universidad de Antioquia.
VIGLIOGLIA, PABLO A. (Argentina). Profesor Emérito, Universidad de Buenos Aires.
VIGNALE, RAÚL (Uruguay). Profesor Emérito de la Cátedra de Dermatología de la Facultad de
Medicina. Jefe del Servicio de Dermatología, Ministerio de Salud Pública.
WOSCOFF, ALBERTO (Argentina). Profesor Consulto Titular, Universidad de Buenos Aires.
17. PRÓLOGO
EL INICIO DE UN CAMINO
RICARDO GALIMBERTI , ADRIÁN MARTÍN PIERINI ,
ANDREA BETTINA CERVINI
R egresamos en julio de 2002 de París y en las valijas, en nuestras mentes y corazo-
nes traíamos no sólo el recuerdo de lo aprendido en el Congreso, sino la enorme alegría
y responsabilidad de ser los encargados de organizar el XXI Congreso Mundial de Der-
matología en Buenos Aires.
Por primera vez, un país de Sudamérica iba a ser el anfitrión del evento más impor-
tante de la Dermatología Mundial. El sueño de nuestros maestros se hacía realidad.
Para este logro habíamos contado con todo el apoyo de las Sociedades Dermatológi-
cas de Latinoamérica, que continúa y se acrecienta cada día.
La espléndida Historia de la Dermatología Francesa nos impactó y ahí vislumbramos
el inicio de un camino.
Desde el primer momento, Pierre Fabre Dermo Cosmétique apoyó la realización de
este libro que hoy presentamos: Historia de la Dermatología Latinoamericana.
Esta obra no hubiera sido posible sin el compromiso de las Sociedades Dermatológi-
cas de Latinoamérica, y es nuestro deber destacar, por lo invalorable, el entusiasmo y la
rapidez con que respondieron todos los coautores, quienes sin ninguna duda no sólo fa-
cilitaron nuestro trabajo sino que aumentaron nuestra responsabilidad ante semejante
participación.
Y si hablamos del inicio de un camino es porque creemos que esta Historia de la Der-
matología Latinoamericana es, en cuanto demuestra un espíritu de colaboración sin
mezquindades ni prejuicios, el acto inaugural para el más preciado de nuestros objeti-
vos en tanto que dermatólogos de este continente: la unión de la Dermatología Latinoa-
mericana, respetando nuestras diferencias que, en lugar de alejarnos, nos asombran y
nos unen, para aprender los unos de los otros.
Contamos con dos hechos favorecedores para esta unión:
1. Nuestra pasión por la Dermatología, por el estudio y el cuidado del órgano de ex-
presión por excelencia, no solamente de los sucesos de nuestro organismo, sino y en es-
pecial de nuestra calidad de vida.
2. Nuestros orígenes comunes, ya que todos compartimos las raíces latinas, lo que
nos facilita la comprensión de nuestros problemas, nuestras investigaciones, nuestros
objetivos.
América Latina tiene una historia muy rica desde la época precolombina, en las cul-
turas indígenas cuyas trazas aún perduran en las costumbres de nuestros pueblos.
17
18. RICARDO GALIMBERTI , ADRIÁN MARTÍN PIERINI , ANDREA BETTINA CERVINI
La colonización trajo la modernidad, no siempre favorecedora del bienestar del hombre,
pero a la postre enriquecedora de la salud de nuestras poblaciones.
La casi totalidad de las Sociedades Latinoamericanas de Dermatología se expresan en
esta Historia, mediante el recuerdo de sus raíces, sus investigadores y maestros, en un
esfuerzo que será valorado por las generaciones futuras.
Vivimos este libro como el inicio del camino de la unidad latinoamericana.
No perdamos el rumbo.
Unamos esfuerzos para profundizar el conocimiento de nuestras patologías regionales.
Unamos esfuerzos para realizar investigaciones en conjunto.
Unamos voluntades para realizar actividades científicas compartidas que estimulen
la participación de todos y que hagan más eficaz el costo de realización.
Unamos capacidades en pos de objetivos que mejoren la salud de nuestra población
y que lleven a optimizar integralmente su calidad de vida.
Gracias a todos los colaboradores directos e indirectos y gracias a Laboratorios Pierre
Fabre Dermo Cosmétique, y en especial al Sr. Jacques Fabre, a la Sra. Colette Arrighi y al
Sr. Philippe Constant, por su sensibilidad y generosidad para apoyar este proyecto de la
Dermatología latinoamericana. ■
19. HISTORIA DE LA
DERMATOLOGÍA EN
LAS CULTURAS
INDÍGENAS
ARGENTINAS
LUIS DAVID PIERINI
A la memoria de mi padre, Luis E. Pierini, quien se alegró de
que mi especialidad estuviera relacionada con el ectodermo.
■ Introducción
«Los imperios del futuro se construirán sobre el conocimiento». Albert Einstein
«El libro es el más sorprendente entre los múltiples instrumentos del hombre.
Los otros son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son ex-
tensiones de su vista, el teléfono, una extensión de su voz; pero el libro es otra
cosa; el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación. Es una de
las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres». Jorge Luis Borges
L a Dermatología argentina comienza a surgir cuando arriban los conquistadores his-
pánicos. Ellos contagian sus males, aportan esclavos enfermos y a su vez, desarrollan en-
fermedades cutáneas endémicas.
La medicina aborigen, con sus luces y sombras, cubrió las necesidades de importan-
tes grupos poblacionales. Con magia, religión y empirismo, ellos crearon sistemas asis-
tenciales que mejoraron enfermedades y epidemias crónicas.
Los españoles expresaron su admiración por ciertas técnicas y modalidades de los in-
dígenas, aprovechando muchas veces las propiedades terapéuticas de especies vegetales
valiosas que luego enviaron a España. En este aspecto, es reconocida la labor desempe-
ñada por Nicolás Monardes con su clasificación de plantas de uso farmacológico, utiliza-
das con gran éxito en Europa luego de la empresa colónica.
Se considera a Nicolás V. Greco y a Marcial Ignacio Quiroga como los primeros historia-
dores de la Dermatología argentina. Ambos impulsaron el conocimiento de la especialidad,
sus características docentes y sus cultores, así como el estudio de la lepra en nuestro país.
19
20. LUIS DAVID PIERINI
Nicolás V. Greco, en su universal análisis crítico de 1944, refiere los avatares de la
Dermatología en nuestro país, que se inicia cuando Baldomero Sommer presenta en
1884 su tesis de doctorado. Aclaremos que Sommer fue el primer catedrático que ense-
ñó en la Argentina las enfermedades cutáneas a partir de 1892.
Marcial Ignacio Quiroga, personalidad polifacética, académico de Medicina y de His-
toria, describió con decantada madurez la evolución de la lepra en la Argentina.
■ Los grupos indígenas: botánica médica,
Aspectos generales
geografía médica, patologías
El vocablo aborigen deriva del latín aborigines, compuesto de ab: ‘desde’ y origo: ‘orí-
genes’, y éste de oriri, ‘nacer’. Por lo tanto, “desde los orígenes” se llama aborígenes a
los originarios del suelo en que se vive.
El aluvión inmigratorio desencadenó horribles epidemias en el seno de estas agrupa-
ciones primitivas. Una de las primeras enfermedades que se difundieron en forma epi-
démica fue la viruela. Los indígenas la llamaron mal o enfermedad de los españoles,
pues, según su tradición, acaso no mal fundada, no conocieron las viruelas hasta que los
españoles arribaron a América. “Es indecible el horror que les tienen estos indios, y con
razón, pues entrando en sus toldos, mueren tantos que sus poblaciones quedan desier-
tas”, escribía un cronista.
Al igual que la viruela, la lepra y la tuberculosis –según tradiciones orales– eran en-
fermedades desconocidas antes de la Conquista.
Siguiendo a Fiz Fernández, con leves modificaciones de nuestra parte, ubicamos a
nuestros aborígenes en los siguientes acápites:
I. Brasilio-guaraníes y grupo Chaco Litoral, integrantes del conjunto guaraní. Com-
prende además de los mismos guaraníes, a los guaycurúes (tobas, mocobíes o mocovíes,
abipones, pilagáes), matacos, wichis y charrúas, estos últimos vinculados a los pampas.
II. Grupos del Noroeste: abarcan los omahuacas, los apatamas de la Puna y los dia-
guitas calchaquíes, con poderosa influencia incaica.
III. El grupo andino y de las Sierras Centrales está integrado por los pehuenches, los
huarpes, los comechingones de Córdoba, los sanavirones del Río Dulce o del Río Negro,
los tonocotés de Santiago del Estero, los lules y vilelas de Tucumán y los peri- cordillera-
nos, todos ellos con enculturación incaica.
IV. Pampas: comprenden los querandíes, los pampas y los puelches.
V. Patagones o tehuelches.
VI. Extremo sur magallánico: onas, yaganes y alacalufes.
Grandes naturalistas y excelentes empíricos, guiados por reconocidos herbolarios, es-
tos aborígenes aplicaron la botánica, que formaba parte del paisaje, a las necesidades de
su época. En las páginas siguientes expondremos en forma sumamente sucinta las ca-
racterísticas de estos grupos.
■ LosBrasilio-guaraníes y grupo Chaco Litoral Chaco Litoral
I. grupos brasilio-guaraníes y
Constituían el grupo aborigen más numeroso del país. El historiador Pedro de Angelis
cree que guaraní proviene de Gua: ‘pintura’, Ra: ‘manchado’ y Ni: signo de plural. Es de-
cir, eran los manchados de pintura o sea, aquellos que se pintan. Escribe: “Se cubren el
cuerpo con pintura negra, roja y amarilla, para protegerse de los rigores del sol, a guisa
de los actuales filtros y protectores solares”.
Lo agreste de su hábitat hizo que España, al perder sus colonias, no hubiera llegado
20
21. Historia de la Dermatología en las culturas indígenas argentinas
a conocer siquiera la existencia de algunas de estas tribus esparcidas en la inmensidad
de la selva virgen, de modo que el exterminio casi total de muchas de ellas no se debió
tanto a la acción “conquistadora” como a las desastrosas consecuencias de las epidemias
que tuvieron que soportar desde la llegada de los europeos.
Recordemos que la etimología del vocablo Chaco indica la multitud de naciones que
pueblan esta región.
1. Guaraníes
Practicaban el tatuaje*, no sólo como ornato, sino con fines curativos para pacientes
con determinadas afecciones, a través de incisiones en la piel en la región dorsal y glú-
tea. Cuando se realizaban como alivio del cansancio, luego de marchas agobiantes, tales
tatuajes se nominaban como “higiénicos”.
Muchas tribus practicaron este ritual ancestral. Son oportunas las expresiones del an-
tropólogo Rubén Palavecino, quien a propósito de los naturales chaqueños dice: “El ta-
tuaje del rostro es un hábito extremadamente difundido, que se inicia en el púber y
progresa con la edad. La operación es casi siempre practicada por las viejas de la tribu,
mediante el trazado de un dibujo guía. La punción de la piel se efectúa con espinas de
cactus o de pescado, o con agujas de hueso, seguidas de introducción de materia colo-
rante por fricción enérgica”.
Sin embargo, el adorno masculino por excelencia fue el tembetá, de forma y materia-
les diversos, como por ejemplo: plomo con incrustaciones de turquesa o madera de palo
borracho. Significaba valentía, coraje, agresividad y era signo distintivo de jóvenes gue-
rreros y cazadores.
BOTÁNICA MÉDICA
El rico reservorio fitogeográfico tropical y subtropical fue empleado en la curación de
afecciones, supeditándose su aplicación a virtudes mágicas de la flora o a la concepción
teúrgica de la enfermedad.
Copaiba (Copaifera officinalis) (palo de aceite): da un óleo resina que se utilizó en he-
ridas, ulceraciones y después en enfermedades venéreas. Se considera uno de los medi-
camentos más antiguos del Nuevo Continente.
Zarzaparrilla (Zarzaparrilla smilaxsifilítica): en cocimiento o en solución –macera-
ción en vino–, gozó de prestigio terapéutico en afecciones dermatológicas, tales como
sarna y venéreas, difundidas por los españoles. Poseía también acción sudorífica.
Salvia: aplicada a la superficie cutánea, servía para ahuyentar insectos.
Mangle (Conocarpus erecta o Bucia erecta): se empleaba la raíz asada en personas
que habían sufrido picaduras de raya.
Carqueja (Yaguareté Caá) (Baccaris chispa): indicada aún hoy en infusión teiforme
para aliviar disquinesias biliares, era aplicada en ulceraciones venéreas y en pacientes
portadores de lepra.
Anguay, copal o benjuí (Styrax leprosus): árbol de madera incorruptible e imputres-
cible, utilizado para construir las primitivas iglesias. Se extraía de él un bálsamo al que
se atribuían virtudes curativas, aplicado en heridas, ulceraciones y lesiones óseas.
Los hechiceros payé adoptaron su aromática resina para sahumar, a modo de incien-
so, el lugar donde cumplían sus rituales, de ahí la denominación de iberá payé, voces
guaraníes que literalmente significan “árbol de los hechiceros”.
Contrahierba (Dorstenia contra hierba): se utilizaba en baños tibios y en sahumerio,
para rehabilitar formas de parálisis. Era utilizada en el tratamiento del sarampión y de
*
La palabra tatuaje es originaria de las islas de Oceanía, de los canacos polinesios. Tatahu deriva de ta: ‘dibujo’,
y designa de un modo general las marcas y señales hechas sobre el cuerpo.
21
22. LUIS DAVID PIERINI
la viruela. Se aplicaban sus hojas y raíces machacadas para curar úlceras tórpidas y pi-
caduras de víboras.
Ceibo, “chop” (Erythinia cristagalli): de gran profusión en las costas del Paraná y
afluentes, los indígenas se valieron de su corteza, cogollos y brotes para preparar coci-
mientos y bálsamos, que aplicaban en heridas ocasionadas por garras o dientes de ya-
guaretés.
Urucú (Bixia orellana): árbol de 2 a 5 m de altura, cuya difusión se extiende desde
México hasta Chaco, siempre al oriente de la Cordillera. Especie de vistosas flores, cuyas
semillas contienen dos sustancias colorantes: una amarilla, la orellina, y otra, rojo cina-
brio. Esta última se usaba para proteger la piel, pues el ungüento atemperaba los rayos
ultravioletas. La urucuización consistía en untarse todos los días con aquella sustancia
para mantenerse libre de las proteiformes picaduras de insectos. Por su indisolubilidad,
resistía la acción del baño y del sudor.
Moisés Bertoni apunta en su Memoria que todo el cuerpo y la cara de los indígenas
presentaban un tinte colorado especial, pálido lustroso, que les daba un aspecto extra-
ño, pero no desagradable a la vista ni al tacto, pues se borraba toda marca o cicatriz,
quedando el cutis satinado. El color rojo que exhibían hizo nacer el errado concepto de
la existencia de una raza roja entre los aborígenes sudamericanos.
Los indios yaguas y los guerreros xikriu, habitantes de la gran cuenca del Amazonas
y Orinoco, siguen empleando el urucú, como sus antepasados, para ahuyentar los insec-
tos y teñir su vestuario.
Tabaco (Nicotiana tabacum): esta especie botánica es la primera mencionada en las
referencias literarias europeas inmediatamente posteriores al Descubrimiento, que son
los diarios de navegación de Cristóbal Colón.
En los albores del Nuevo Mundo, el tabaco se usaba para ser fumado y aspirado a modo
de rapé. Era común chupar su jugo y beber el agua de sus hojas maceradas. Existían claras
relaciones entre el culto y la medicina, pues antes de ciertas ceremonias, como la iniciación
de los adolescentes, se bebía jugo de tabaco y se lo aspiraba por vía nasal. Se menciona, ade-
más, su empleo en forma de aspersión y de solución tintórea para decoración cutánea.
Antes de la era precolombina, se lo empleaba también como principio activo en dolo-
res y picaduras, sarna y erisipela. La documentación disponible no nos permite aseverar
que en ese período se cultivara en el actual territorio argentino.
El tabaco es la única planta dañina que hemos heredado de nuestros aborígenes.
GEOGRAFÍA MÉDICA
Juan Carlos Boudin diría que el hombre no nace, no vive, no sufre ni muere de la mis-
ma manera en las distintas partes del mundo. La concepción, el nacimiento, la vida, la
enfermedad y la muerte varían según el clima y el suelo, según las estaciones y los me-
ses, la raza y la nacionalidad.
Las crónicas registran una incidencia manifiesta de las patologías tropicales y subtro-
picales entre los indios guaraníes. Enteritis, enterocolitis, anquilostomiasis, disentería,
paludismo, necatoriasis y otras parasitosis conforman el haber de estas infestaciones por
vermes, nematelmintos y platelmintos. Artrópodos venenosos, como miriápodos, escor-
piones y arañas, provocaban no pocos accidentes por su ponzoña. También los insectos
transmisores y vectores de enfermedades, tales como moscas, mosquitos, pulgas y pio-
jos, contribuyeron a mantener un significativo índice de morbilidad.
Debemos recordar, además, enfermedades importadas, como la tuberculosis, la vi-
ruela y –según algunas teorías– la sífilis, provocadoras de innumerables defunciones.
2. Guaycurúes
Los guaycurúes son una extensa familia que según Salvador Canals Frau era de origen
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23. Historia de la Dermatología en las culturas indígenas argentinas
patagónico y estaba compuesta por los tobas, mocovíes, abipones, pilagáes, payaguas y
mbayes. Los dos últimos grupos desaparecieron hace mucho tiempo.
Como rasgo general, los hombres, en vez de usar vestido, se pintaban el cuerpo.
A)TOBAS
La medicina nativa tradicional de los tobas posee una polifacética farmacopea aplica-
da a heridas, fracturas, esguinces, ulceraciones, mordeduras y parasitosis. Diversas sus-
tancias pertenecientes a los otros dos reinos de la naturaleza enriquecen el vasto
anaquel farmacológico de estas primitivas poblaciones, donde el ritual, los cánticos, la
monotonía de los tambores, el humo del tabaco, los conjuros e invocaciones a agentes
sobrenaturales, dramatizados por el médico-brujo, crean el contexto terapéutico ade-
cuado a las estructuras sociales de la comunidad.
B)MOCOBÍES O MOCOVÍES
Según un cronista, “curan las heridas con sólo atarlas, como también las quebradu-
ras de los huesos, y tienen una carnadura tan sana que en breve se suelda y poco se hin-
cha. Y aún han llegado a ver un indio, rasguñado de un tigre cuyas uñas son venenosas,
sanar de ello sin producir hinchazón”.
Tatuajes, adornos
Como sus vecinos territoriales, los abipones se aplicaron al arte del tatuaje. En el ca-
so de las niñas, se les hacían grabados en el busto. Según la descripción del Padre Ma-
nuel Canelas, esta operación se realizaba con ciertas espinas untadas en diversos
colores, en especial el negro y el azul. “El dolor e hinchazón que padecían encerradas
por cerca de un mes, sufriendo hasta parecer monstruosas, [era] para quedar, sólo a su
parecer, hermosas”. Otros lugares preferentemente elegidos eran las zonas lagrimales,
los ángulos externos del ojo y el entrecejo.
Medicina
Aunque los pequeños, por el hecho de deambular desnudos, se hallaban acostumbrados
a los embates telúricos, no pudieron evitar las picaduras de insectos, en especial mosquitos,
pese a que sus mayores se ingeniaban para atenuarlos. Para esto apelaban a la grasa de ñan-
dú o de pescado, que mezclada con resinas, se friccionaba sobre toda la superficie corporal.
También se hallaban torturados por el “pique”, nombre vulgar dado en la Argentina y
Paraguay a la nigua (Sarcopsylla penetrans). Este agente es una pulga de la América tro-
pical y subtropical que ataca al hombre, penetrando debajo de la epidermis de los pies,
en especial de las uñas. Sus huevecillos son de color amarillo, no salen al exterior y se de-
sarrollan en los planos subtegumentarios. Forman pequeños abscesos, que en ocasiones
exigen drenaje quirúrgico. Esta dolorosa afección, acompañada de prurito y otras derma-
tosis, era tratada por preparados que tenían como vehículo grasa y polvo de cantárida.
Las micosis cutáneas, la sífilis, las reacciones dermatológicas de probable origen alér-
gico y la leishmaniasis eran tratadas con grasa fosforada, como el almizcle de yacaré.
En los testimonios históricos correspondientes a diferentes períodos del nomadismo y se-
dentarismo mocovíes, las primeras descripciones coinciden en afirmar que por la misma se-
lección natural existían pocas enfermedades fuera de las epidémicas. Cuando se difundían
estas patologías, todos los indígenas huían; no se conocía una calamidad mayor. Así, la ma-
dre o el padre se alejaban, dejando a los niños afectados en el mayor desamparo. Sólo co-
locaban a la cabecera del lecho un cántaro con agua, carne asada y frutos silvestres.
En el año 1745, una asoladora epidemia atacó 30 poblaciones del Paraguay y adya-
cencias, segando la vida de 72.000 naturales de todas las edades. En 1760, en la reduc-
ción mocoví de San Javier, provincia de Santa Fe, hubo un nuevo recrudecimiento del
genio epidémico que diezmó a 800 aborígenes.
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24. LUIS DAVID PIERINI
En cuanto a la medicación –la vacunación antivariólica de Edward Jenner se difundi-
rá como profilaxis a partir de 1796– el suministro de agua de cebada y de lino, de agua
azucarada con pepitas de sandía o de melón como bebida refrescante y calabazas ma-
chacadas representaban los recursos farmacológicos de esa época.
Herboristería
Mencionaremos algunos especímenes:
Mistol: conocido también por otras etnias, este árbol de precioso porte es muy común
en los montes santafesinos y santiagueños. Posee un fruto dulce, rojo, con el cual se ha-
ce la aloja; sus hojas se emplean para el tratamiento de las heridas.
Cebil: pertenece a la familia de las mimosas; sus hojas y cortezas maceradas fueron
aplicadas a modo de emplasto en las lesiones mutilantes de la lepra.
Guayacán: además de aliviar las enfermedades reumáticas y las algias de la gota, se
empleó su resina para neutralizar las complicaciones del tercer período de la sífilis. Nues-
tros indígenas bebían en infusión sus hojas y cortezas como reconstituyente general.
Palmera pindo o palmera grande (Coco Romango flianum): especie muy apreciada
para la techumbre de los ranchos, se utiliza también en la fabricación de múltiples tre-
bejos y sus cogollos se emplean como alimento.
Esta variedad alberga un gusano blanco del tamaño de un dedo, que los naturales lla-
man tombú. Refiere el doctor Esteban Laureano Maradona que este verme –verme espe-
luznante– puesto al fuego, segrega un aceite que los indígenas utilizan para tratar las
heridas. Su cuerpo así frito o ensartado es comestible, como si fuera un chicharrón.
Ortica dioca (Ortiga mayor): en medicina popular y aborigen posee indicaciones pa-
ra casi todos los sistemas y aparatos. Era ensalzada por su función galactagoga y diuré-
tica, así como su acción sobre el folículo piloso.
Solimán o colmillo de víbora: fue empleado por los aborígenes como antiofídico. Las
zonas que frecuentaron los autóctonos pertenecen a una dilatada zona de ofidismo donde
pululan la víbora de coral (Elaps corallino), la serpiente de cascabel (Crotalus terrificus) y
la víbora de la cruz o yarará (Lachesis alternatus), cuyas picaduras pueden ser letales.
Mastuerzo: se lo empleó en cocimientos para neutralizar afecciones dermatológicas,
escorbuto y diversas formas de tuberculosis pulmonares.
C) ABIPONES
Herboristería
La policroma variedad botánica permitió a los naturales del Gran Chaco crear una
suerte de farmacopea donde se aunaban conocimientos empíricos y de hechicería cha-
mánica. Mencionaremos algunas variedades:
Abariguay: con ella preparaban un bálsamo empleado en la curación de heridas. Cre-
ían que su aplicación bucal detenía las hemorragias y los accesos de tos.
Ambay: ha sido mencionado como tratamiento antivenéreo y como elemento de fric-
ción para la obtención del fuego.
Quinoa: leguminosa que además de servir de alimento se aplicaba como cataplasma
sobre la parte herida o traumatizada.
Zarzaparrilla: contra mordeduras y picaduras de animales ponzoñosos.
Patologías
A pesar de la privilegiada contextura de los abipones, las enfermedades surgidas de
la ecología regional, los insectos y parásitos, las guerras internas y exteriores, unidas a
las afecciones transmitidas por el blanco, devinieron en la casi extinción de esta raza.
Las epidemias también hicieron sentir sus efectos; en 1734, la viruela diezmó a 30.000
habitantes, entre adultos y niños.
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25. Historia de la Dermatología en las culturas indígenas argentinas
Otra plaga que hallamos mencionada la constituyó el “pique”, “bicho de pie” o “agra-
ni”, vocablo abipón que significa “mordaza”.
Estos grupos reconocieron la acción hematófaga de la vinchuca, a la que denomina-
ban “sanguijuela con alas”, así como las complicaciones provocadas por picaduras de
avispas, arácnidos y escorpiones.
Símbolos de belleza
La perforación de las orejas era realizada con trocitos de hueso, astillas o cuernitos
de venado, introduciendo luego una hoja de palmera arrollada que por distensión agran-
daba el orificio, pudiendo llegar el lóbulo hasta el hombro.
El tatuaje, difundido entre las culturas americanas, mostraba su refinada expresión
entre los abipones, escarificando la piel del rostro, pecho y brazos. El primitivo cincel era
una espina rígida que fijaba en la dermis tinturas vegetales, hollín y cenizas. Las filigra-
nas de este sello indeleble constituyeron un blasón de diferenciación tribal.
Casi todos los pueblos de Paracuaria* se tatuaban. Los abipones reconocieron este ar-
te con el nombre de likinranala. Preguntados sobre el significado o la causa de aquella
bárbara costumbre, los aborígenes respondían que la habían heredado de sus ancestros.
Aquel suplicio duraba cinco días, durante los cuales la adolescente permanecía encerra-
da en su choza, cubierta con una piel, privándose de algunos alimentos como la carne y
el pescado. Las sesiones repetidas y cercanas encendían el rostro, con edema y tumefac-
ción. Desde temprana edad, las niñas se depilaban cejas y pestañas, rasurándose par-
cialmente la cabellera como elemento de identificación tribal.
D) PILAGÁES
Adornos
Peinaban el cabello, muy abundante, con peines de palillos y usaban pendientes fa-
bricados con los mismos elementos. Nos detendremos en la perforación de las orejas: es-
tas mutilaciones parciales se practicaban en ambos sexos, introduciendo botones de
madera u hojas de palmeras arrolladas. El agujero se dilataba hasta permitir el pasaje
de un disco, de cuatro o cinco centímetros.
Practicaban la depilación y decoraban la piel con diversas pinturas. Casi siempre an-
daban descalzos.
Tatuajes
El taraceo estuvo muy difundido entre los pilagáes del río Pilcomayo. Este mágico y di-
fícil arte se practicaba con agujas de cardón, frotando sobre la piel punteada diversas sus-
tancias, entre ellas, hollín. Los niños eran tatuados con dibujos que mostraban figuras
geométricas: óvalos, círculos y rombos, divididos por diámetros, diagonales y rectángulos.
Las respuestas que daban acerca de las motivaciones de los diversos tatuajes eran:
“es marca pilagá”, o “para que no tengan la peste” o “para adquirir inmunidad”.
3. Matacos
Botánica médica
Los naturalistas que se internaron en la intimidad de la espesura amazónica o arri-
baron a la vera de sus ríos recopilaron excepcionales observaciones fitológicas. Mencio-
naremos algunas especies:
* Paracuaria: amplia zona de Sudamérica, donde se situaron las misiones jesuíticas; su capital era Córdoba del
Tucumán.
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26. LUIS DAVID PIERINI
Palo santo (o palo bendito o guayacán): empleado en diversas afecciones por todas
las tribus del nordeste. El hermano jesuita Pedro de Montenegro, reconocido cirujano y
herbolario del Paraguay, resumió en su Materia Médica, escrita a principios del siglo
XVIII, todas las aplicaciones de esta variedad arbórea. Conocido en Europa como impor-
tante curalotodo, se lo empleó en el tratamiento de la sífilis, en las artropatías y en los
trastornos circulatorios. Sus preparaciones utilizaban la resina de la corteza; se le atri-
buían propiedades diuréticas, diaforéticas y catárticas. La resina, unida con grasa de
avestruz o de pescado, aplicada sobre la piel ahuyentaba los mosquitos. En la actuali-
dad, el palo santo se utiliza con el mismo fin en la composición de los espirales.
Ceibo o seibo: la corteza machacada fue utilizada como cataplasma sobre las morde-
duras provocadas por animales; en forma de cocimiento aún persiste en las prescripcio-
nes populares para tratamiento de úlceras, rectitis, hemorroides y vaginitis.
Yetibay o jalapa: el jugo de sus flores, recién exprimidas, fue empleado en las otitis
infantiles y en las erupciones herpéticas.
Ayuy o laurel: árbol de madera resistente, sus frutos fueron utilizados en trastornos
digestivos infantiles y en la escrofulosis; triturado con miel se aplicaba en ulceraciones
crónicas. En forma de linimento se recetaba para la flogosis reumática, las neuralgias y
el prurito de la sarna.
Oruzuz: además de emplear la infusión en los cuadros catarrales y en las afonías, se
usaba en las erisipelas a modo de sinapismo o en forma de pasta.
Canchalagua: se administraba en forma de infusión, además de servir como atenuan-
te de los dolores de los reumáticos y también en los portadores de enfermedades venéreas.
Totora: sus flores se aplicaban en las quemaduras, y el cocimiento de sus raíces se
utilizaba en el lavado de úlceras y tumores.
Tusca: se bebía en forma de cocimiento, luego de tostar y hervir su fruto. Se indica-
ba su ingestión en ayunas y se la recomendaba en infecciones gonocóccicas.
Tabaco: el doctor Esteban Laureano Maradona, destacado médico formoseño e inves-
tigador de la flora del Chaco central, relata en su libro A través de la selva que los indí-
genas, en caso de picaduras de víbora, succionan la parte afectada a manera de ventosa,
previa masticación de hojas de tabaco. Además, se suele emplear en otras afecciones di-
versas partes de la planta, como raíces y semillas, con grasa o sin ella, con o sin resinas
y con polvo de valva.
4. Wichis o wichís y charrúas
La palabra wichi significa ‘hombres verdaderos’ u ‘hombres de vida plena’, es decir,
que participan de las plantas, de los árboles, de los peces y de las aves.
Los españoles los llamaban incorrectamente “matacos”, término que en castellano
antiguo significaba “animal de poca monta” o “animal sin importancia”. A los primeros
que conocieron, hacia 1623, los denominaron mataguayos.
Se puede decir que es una de las comunidades más antiguas del mundo. Aún hoy, ais-
ladas en el norte de la República Argentina, luchan por subsistir en el mundo moderno.
Las enfermedades que diezmaron a estas comunidades fueron la tuberculosis, la des-
nutrición, el Chagas, las venéreas, el cólera y la brucelosis, todo lo cual se vio potencia-
do por la dieta mal balanceada, basada fundamentalmente en maíz, zapallo, carne de
cabrío, pescado y frutas, pero escasas verduras.
■ Grupos del Noroeste
II. Grupos del Noroeste
Este grupo conocía las aguas termales. Los espejos de agua, las temperaturas propicias,
el tapiz de vegas y mallines y la proliferación de ejemplares arbóreos, como el molle,
26
27. Historia de la Dermatología en las culturas indígenas argentinas
crearon un paisaje bucólico en el que la vida de las familias nativas se deslizó sin las
angustias y sobresaltos de otras etnias.
América indígena tuvo en cuenta el mito universal de la fuente de Juvencio, y el cono-
cimiento y la valoración de los efectos terapéuticos de las aguas que Pachamama (Madre
tierra) brindaba generosamente a sus hijos fueron incorporados por sus habitantes protohis-
tóricos en distintas épocas. Frecuentaron las fuentes termales, con fumarolas bullentes, ma-
nantiales cálidos, efluvios azufrados que formaban un espejo de agua cálida y vivificante.
Desde el período preincaico eran conocidos en la región de Cuyo el baño de Uyurmi-
re y el del Inca, en el templo de Wiracocha (o Viracocha).
Otra fuente unida a la devoción indígena, por su riqueza legendaria y por la virtud de
sus vertientes, es la que surge en el paraje La Laja. Aquí el amante huarpe Yahue, lue-
go de matar a la dulce Tahue y al seductor de ésta, murió en los pedregales sanjuaninos
como redención de aquella tragedia; después de su muerte, cual fuente de esperanza,
brotarían tres milagrosos manantiales.
Otros nativos de nuestro territorio concurrieron igualmente a diversos baños y fuen-
tes. Los araucanos visitaban Copahue y Futalauquen y también conocieron Cullu-co
(aguas ácidas) y Laguen-co (aguas calientes). Los indios que transitaban por la provincia
de Buenos Aires conocieron la laguna de Epecuén. Según Tomás Falkner, a este lugar de
tonificantes aguas concurrían desde tiempo inmemorial los jefes indios con su familia.
Cuentan las tradiciones vernáculas que el cacique puelche Carhué (Corazón Puro), apa-
sionado por Epecuén, curó de una extraña parálisis al sumergirse en la gran laguna que
formaron las lágrimas de amor de su bella amada.
También los diaguitas de Talacasto dejaron su pena indiana a través de las calcina-
das tierras de sus antepasados en una aguada surgida del llanto incesante de un apues-
to joven, que viera fenecer a su amada por el odio atávico hacia los invasores Incas.
Inti-Yacu (agua del sol) llamaron los nativos mediterráneos a la actual zona de Río Hon-
do (Santiago del Estero), cuyos cursos surgentes afloraban como vivificantes de vertede-
ros. Los pobladores vinculaban las bondades de Yacuru-pay (agua caliente), con los rayos
flamígeros del astro sol, al cual adoraban.
Alonso Ovalle, en un libro publicado en Roma en 1646, hace referencia al calor, salo-
bridad y mineralización de las aguas de Puente del Inca, sin revelarnos la explicación
científica. Su reseña es una descripción paisajista de este monumento enclavado en la
precordillera, en la que el autor exalta aquella curiosa expresión de la naturaleza.
Según Michel Horst von Brand, el primer análisis de aguas termales argentinas lo efec-
tuó el físico y químico Michel Faraday, en 1827, sobre muestras tomadas en aquel lugar.
Villavicencio, según testimonios de viajeros, fue visitada por el célebre naturalista
Charles Darwin en 1839. Ya desde 1800, lugareños y vecinos de Mendoza acudían en
busca de sus cualidades benéficas.
■ El grupo
III. El grupo andino y de las Sierras Centrales andino y de las Sierras Centrales
Está integrado por los pehuenches, los huarpes, los comechingones de Córdoba, los
sanavirones del Río Dulce o de Río Negro, los tonocotés de Santiago del Estero, los lules
y vilelas de Tucumán y los araucanos peri-cordilleranos, todos ellos con enculturación
incaica.
Botánica médica
Canelo: (Drymis winteri) pertenece a la familia de las magnoliáceas. Tiene cerca de
ocho metros de altura y suele desarrollarse en terrenos húmedos. Fue introducido en Eu-
ropa por John Winter, médico del pirata inglés Francis Drake, de allí su denominación
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28. LUIS DAVID PIERINI
técnica. La corteza de este árbol se usó en infusiones y también en aplicaciones exter-
nas. Planta sagrada de los mapuches, se utilizaba en alteraciones del aparato digestivo,
en las parasitosis (sarna) y reumatismo. La flor de la ceniza de este árbol, mezclada con
grasa a modo de excipiente, también se utilizaba como depilatorio; por esta costumbre
se atribuyó erróneamente a los jóvenes mapuches la ausencia de vello. Su acción por in-
flujo simpático era imprescindible en todas las ceremonias mágico-evocativas. La machi
cuidaba en el bosque un canelo predilecto y, según la creencia araucana referida por Ra-
món Pardal, si alguien descubría y cortaba esta planta, la machi languidecía y moría.
Lafo (Rumex romasa): poligonácea. Muy utilizada por los araucanos chilenos, se la
consideraba una de las más preciadas hierbas. Por sus múltiples cualidades farmacoló-
gicas gozaba de gran prestigio en la curación de heridas, ulceraciones tórpidas, otitis y
“lepras que nacen a los niños, dejando el casco limpio”.
Ñincuil (Heliantus thurífera): según Martín Gusinde, era reconocida como maravilla
del campo y se le adjudicaba acción antiluética.
Jarilla: entre otras aplicaciones terapéuticas, este arbusto se utilizó en forma de ca-
taplasma, para resolver abscesos y flemones.
Al finalizar la presente selección botánica hacemos un reconocimiento a los invalora-
bles méritos que le cupieron al profesor Juan. A. Domínguez, quien realizó importantes
estudios analíticos sobre la composición de fármacos vegetales, logrando desentrañar la
síntesis fármaco-dinámica del vivero araucano.
■ Pampas, querandíes puelches
IV. Pampas, querandíes y y puelches
Se denomina pampas a un conglomerado humano de origen mixto con los que se halló
Sebastián Gaboto en la desembocadura del Carcarañá, dándoles el nombre de querandíes
(hombres con grasa).
Frente a la viruela, en caso de ántrax o abscesos estos aborígenes provocaban su ma-
duración aplicando cataplasmas de estiércol muy caliente. “Cuando están a término ex-
tirpan el germen por medio de una crin doblada y lo comen enseguida entre dos bocados
de carne cruda, pretendiendo así conjurar toda recaída”.
Los puelches guenakén, que habitaban la parte norte de la Patagonia eran, según ex-
presó José Sánchez Labrador, “de naturaleza fortísima y de tal condición que sin medicina
se restablecían muchas veces de enfermedades y heridas que para otros serían mortales”.
Herboristería
Grandes naturalistas y excelentes empíricos, guiados por reconocidos herbolarios,
aplicaron la botánica que formaba parte del paisaje a las necesidades de su época.
Se cuenta con poca información sobre los elementos naturales que usaban los aborí-
genes de esta etnia para los problemas dermatológicos; solamente se sabe que usaban
una variedad de yang, que aplicaban en ulceraciones y aftas bucales.
■ Patagones o tehuelches
V. Patagones o tehuelches
La zona al sur del río Colorado, límite natural de las provincias de La Pampa y Río
Negro –la planicie más austral de América–, es internacionalmente conocida con el nom-
bre de Patagonia, que alude a los míticos “gigantes patagones”, descriptos en 1520 por
Antonio Pigafetta, cronista de la circunnavegación de Hernando de Magallanes.
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29. Historia de la Dermatología en las culturas indígenas argentinas
Nacimiento y crianza
Poco después del nacimiento, los recién
nacidos eran untados con yeso húmedo. Se-
gún Ludwig Karsten (1926), este procedi-
miento tenía por finalidad proteger al niño
contra los malos espíritus. El mismo autor
menciona otras prácticas como la aplica-
ción de pintura roja, aceitado y fumigacio-
nes con tabaco, efectuadas con el mismo
objeto.
Al cumplir el cuarto año, se realizaba la
ceremonia de la perforación de una o dos
orejas, según el sexo, introduciendo cerdas
de caballo en las incisiones, para evitar la
cicatrización.
Conocieron el carácter epidémico de las
enfermedades, aunque éstas eran innomi-
nadas, y trataban de neutralizar su carác-
ter infeccioso dispersando los toldos en los
lugares donde habitaban.
En general los patagones gozaban de
buena salud y sus heridas curaban con ra-
pidez; el brujo, mediante las ceremonias
descritas, indicaba la preparación de bre-
bajes, con propiedades médico-curativas.
Conocían la práctica de la sangría y sabían
abrir una vena con un trozo de concha o de
pedernal.
Ectoparasitosis
Los niños y adultos fueron portadores de
pulgas y piojos, debido a la utilización de la
lana de guanaco y las plumas de avestruz
en su vestimenta y enseres domésticos.
Distribución
de la población
VI. Extremo Sur Magallánico ■ Extremo sur magallánico indígena en la
Argentina a fines
Las enfermedades venéreas sellaron un horizonte sin esperanzas tanto en los alaca- del siglo XX
lufes como en los onas y los yaganes. Se supone que desconocieron las hierbas y los Fuente: Instituto
derivados animales y minerales para la curación de las enfermedades. de Cultura
La transculturación fue otro mecanismo negativo para la sobrevivencia de estas Popular (Incupo-
etnias, así como la despiadada exhibición a que fueron sometidos en el siglo XIX en Endepa)
diversas ciudades europeas.
Epílogo ■ Epílogo
El autor coincide con los destacados genealogistas Diego Herrera Vegas y Carlos Jáu-
regui Rueda en que el tronco fundacional de nuestro país deriva de tres etnias: la aborigen,
29
30. LUIS DAVID PIERINI
la africana y la del colonizador español. Estas etnias se unieron a través de dos generaciones
y se completaron hace ciento cincuenta años con la inmigración.
■ Conclusiones
Conclusiones
Los tesoros de la naturaleza se brindaron con toda la generosidad de la madre tierra,
y el espíritu intuitivo de los nativos se sirvió de ellos para superar sus dolencias. En es-
ta exposición hemos seleccionado, en apretada síntesis, algunos de los elementos de su
arsenal botánico. ■
Septiembre, 2005
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31. HISTORIA DE LA
DERMATOLOGÍA
ARGENTINA
PABLO A . VIGLIOGLIA , ALBERTO WOSCOFF
1. LA EPOCA COLONIAL ■ La época colonial
E n 1780, poco después de creado el Virreinato del Río de la Plata, se proclama en una
Real Cédula: “Informado del desarreglo y abusos con que se ejercita la Medicina, Ciru-
gía, Farmacia y Flebotomía a ellas anexas, con especialidad en las provincias distantes
de esta capital, he resuelto, por ahora, establecer y crear en ella un Tribunal de Porto,
como lo hay en las ciudades de Lima y Méjico, con las mismas facultades, prerrogativas
y excepciones, para que por este medio, que tanto se conforma con las leyes, se corrija
y extirpe el desorden, y he venido en elegir y nombrar al Dr. D. Miguel O’Gorman, en
quien concurren las partes y calidades necesarias para Protomédico y Alcalde mayor de
todos los respectivos profesores...”. A partir de este momento contamos con el primer
médico y decano en lo que luego sería la Argentina.
En 1803 se expide “un auto contra los curanderos” y en diciembre del mismo año se
otorgan los cargos de médicos y cirujanos habilitados para ejercer la profesión.
■ Los albores de la Dermatología argentina
2. Los albores de la Dermatología argentina
Tres décadas más tarde, en 1835, el Dr. Tiburcio Fonseca publica una tesis sobre “Es-
tructura, función y vinculación en la patología general y terapéutica del órgano cutáneo”.
En sus 35 páginas enfoca científicamente las enfermedades de la piel, con lo cual, al pa-
recer, la Argentina se convierte en pionera entre los países latinoamericanos en este as-
pecto.
En 1874, la Academia de Medicina que regía la Facultad incluye en su currículo al-
gunas especialidades, entre ellas “Clínica de las enfermedades de piel y sífilis”, y desig-
na en 1875 como profesores titular y adjunto a los Drs. Leopoldo Montes de Oca y L.
Meléndez; posteriormente, al ser designados éstos para otra asignatura, la especialidad
siguió formando parte de Patología Externa.
En el Hospital de Clínicas de Buenos Aires, donde se concentraba toda la actividad do-
cente, funcionaba un Servicio de Sifilografía y Dermatología. El 18 de marzo de 1892 el
decano de la Facultad de Ciencias Médicas M. González Catán funda la cátedra de En-
Figura 1. Prof.
fermedades Venéreas y Piel, que se dictaría en el 4° año de la carrera de Medicina. El Baldomero Sommer
primer profesor fue Baldomero Sommer (figura 1), quien formó su cátedra en el Hospital
31