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ESQUELETO Y LUNA
Sobre un inaccesible acantilado, muy por encima del Mar de Diamantes, se
encontraba el esqueleto negro, sentado en el borde del abismo, contemplando el
pálido rostro de su amiga, la Luna llena.
Sin utilizar voz alguna, el esqueleto negro comenzó a hablar:
–Hola Luna, ¡bonita noche! ¿verdad?
–Todas lo son, amigo esqueleto.
–Me gustaría preguntarte una cosa: ¿Cómo soportas estar ahí arriba,
siempre sola, sin nadie que te acompañe?
–Nunca estoy sola, amigo esqueleto, millones de estrellas me acompañan
siempre.
–¡Pero están demasiado lejos, casi no las puedes ver!
–Amigo esqueleto, sólo así es posible nuestra amistad, pues de otra forma,
si estuviesen más cerca, su brillante luz me cegaría y su energía me abrasaría. Es
mejor así. ¿Y tú?, ¿no sientes nostalgia por la carne que acariciaba tus huesos?,
¿no te sientes solo, amigo esqueleto?
–Estoy muerto, Luna, no puedo sentir nada, sólo recordar lo que era sentir
cuando la fuerza de la vida recorría mi cuerpo y estremecía mi carne, carne de la
que llegué a renegar, por no saber soportar las alegrías y tristezas que ésta
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generaba. ¡Inmensa es la red de la ignorancia que cubre a los vivos, siendo los
que más luchan por zafarse de ella los que más atrapados, al final, se encuentran!
Ahora sólo puedo sentir lo que no existe, cuyo nombre carece de sentido,
pues nada significa: vacío, el peor de los estados imaginables. Ningún vivo puede
experimentarlo; si así pudiera ser, aunque fuese durante un solo segundo, toda
vida sería, desde ese momento, sinónimo de felicidad hasta su extinción. ¡Qué
ignota tragedia la suya!
–Comprendo todas tus palabras, amigo esqueleto, pero no siento ante ellas
ninguna emoción.
–Yo tampoco, Luna, pero mis huesos, a pesar de su antigüedad, siguen
siendo humanos, y estas palabras así expiran por su propia voluntad.
–Qué curioso...
–Luna, las palabras que intercambiamos no contienen emociones.
–Así es, amigo esqueleto, sólo son reminiscencias de algo que
desconocemos.
–Entonces... ¿Qué podemos hacer, Luna?
– (....)
–¿Esperar, tal vez?
–No lo sé, amigo esqueleto, no lo sé