36. ARGUMENTO: Era un monasterio de mujeres muy famoso por su santidad, vivían sólo ocho mujeres con una abadesa, y había un buen hombrecillo, hortelano de su hermosísimo jardín, que, descontento con la paga, pidió la cuenta al administrador de las monjas y regresó a Lamporecchio, de donde era. Luego entro Massetto un joven labrador fuerte y robusto, y de hermosa figura. Massetto le pregunto a Nuto que cosa asi en el convento, y Nuto responde que iba alguna vez al bosque a buscar leña, traía agua y hacía otros pequeños servicios; pero las señoras me daban tan poco salario. Masetto, oyendo las palabras de Nuto, le entró un deseo tan grande de estar con aquellas monjas.
37. Luego Massetto le dijo: Nuto, esta muy bien lo que has hecho de retirarte del monasterio. Massetto pensó: “El lugar está bastante lejos de aquí y nadie me conoce; si me finjo sordo y mudo, seguramente me admitirán”. Con esta idea se echó un hacha al hombro y, sin decir a nadie adonde iba, se fue al monasterio como si fuese un pobre; llegado allí, entró y por casualidad encontró al administrador en el patio y, por gestos como hacen los mudos, mostró que le pedía comida por amor de Dios, y que él, si lo necesitaba le partiría la leña. El administrador le dio de comer. Un día llego la abadesa y el administrado le comento sobre Massetto y la abadesa lo recibió para trabajador de su huerto.
38. Un día Massetto oyó todas las conversaciones que hacían dos monjitas sobre el. Massetto dispuesto a obedecer, no esperaba sino que se lo llevara una de ellas. Y tras mirar bien por todas partes y comprobar que no podían verlo de ninguna, la que había iniciado la conversación, se acercó a Masetto, lo despertó, y él se puso en pie incontinente; ella lo cogió de la mano con gestos halagadores, mientras él reía como un tonton, y se lo llevó a la cabaña, donde Masetto, sin hacerse mucho de rogar, hizo lo que ella quería. Habiendo obtenido lo que quería, dejó su puesto a la otra, como leal compañera, y Masetto, aparentando inocencia, hacía lo que querían; por lo que antes de marcharse, cada una quiso probar más de una vez cómo cabalgaba el mudo; y luego, conversando entre sí muchas veces, decían que aquello era en verdad tan dulce como habían oído, y aún más, y aprovechando los momentos oportunos iban a juguetear con el mudo.
39. La abadesa un día salio a pasear por el jardín y Massetto dormido a la sombra de un almendro; el viento le había levantado las ropas por delante y estaba todo al descubierto. Al contemplar aquello la señora, despertó a Masetto y se lo llevó a su alcoba, donde lo tuvo varios días, con gran quejumbre de las monjas porque el hortelano no iba a labrar el huerto, probando y volviendo a probar aquella dulzura que antes solía censurar delante de las otras. Un día Massetto le dijo Señora, he oído decir que un gallo basta a diez gallinas, pero que a diez hombres les cuesta trabajo satisfacer a una sola mujer, y yo tengo que servir a nueve. Por nada del mundo podré aguantarlo, pues, con lo hecho hasta ahora, estoy reducido a tal que no puedo hacer ni poco ni mucho. Por ello, o me dejáis ir con Dios, o encontráis remedio para esto.
40. La abadesa sorprendida por que Massetto hablo y pensaba que era mudo. Lo nombraron administrador y repartieron sus trabajos de tal modo que él pudo soportarlos. Y aunque con ellos engendrara bastantes frailecitos, tan discretamente se llevó la cosa que nadie se enteró hasta la muerte de la abadesa, estando Masetto casi viejo y deseoso de regresar rico a su casa, lo cual, cuando se supo, consiguió fácilmente.
41. Como un gentil hombre y un obispo pensaron en burlarse de una mujer, la cual avergonzó a ambos. Ideas principales: El mariscal y el obispo, yendo a la celebración de San Juan, cabalgando, vieron a una mujer muy hermosa a quien quisieron avergonzar. Pero ella terminó avergonzando a ambos. Ideas Secundarias: El mariscal se acostó con la nieta de un hermano del señor obispo, ofreciéndole quinientos florines. El mariscal quedó como deshonroso y vil después de haberse acostado con la bella dama, y el obispo, a pesar de saber la verdad, fingió no estar enterado de nada.
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43. Argumento Siendo obispo de Florencia Micer Antonio de Orso, valeroso y sabio prelado, vino a Florencia un gentilhombre catalán, Micer Dego de la Ratta, mariscal del rey Roberto, el cual siendo apuest ísimo en su persona y muy gran galanteador, sucedió que entre las otras damas florentinas le gustó una que era mujer muy hermosa y era sobrina de un hermano del dicho obispo. Y habiendo sabido que su marido, aunque de buena familia, era muy avaro y malvado, arregló con él que le entregaría cincuenta florines de oro y que él le dejaría dormir una noche con su mujer; por lo que, haciendo dorar popolinos de plata, que entonces se usaban, acostándose con su mujer, aunque contra el gusto de ella, se los dio.
44. Lo que, corriéndose luego por todas partes, llenó al mal hombre de burlas y de escarnio y el obispo, como prudente, fingió no haber oído nada de todo esto. Por lo que tratándose mucho el obispo y el mariscal, sucedió que el día de San Juan, montando a caballo uno al lado del otro mirando a las mujeres por la calle por donde se corre el palio, el obispo vio una joven a quien la pestilencia presente nos ha quitado ya siendo señora, curo nombre fue Nonna de los Pulci, prima de micer Alesso Rinucci y a quien vosotras todas habéis debido conocer; la cual, siendo entonces lozana y hermosa joven y elocuente y de gran ánimo, poco tiempo antes casada en Porta San Pietro, la enseñó al mariscal. Luego, acercándose a ella, poniéndole al mariscal una mano en el hombro, dijo: -Nonna ¿qué piensas de él? ¿Crees que le vencerías?
45. A Nonna le pareció que aquellas palabras en algo iban contra su honestidad o que la mancharían en la opinión de quienes la oyeron, que eran muchos; por lo que, no preocupándose de limpiar esta mancha sino de devolver golpe por golpe, rápidamente contestó: -Señor, él tal vez no me vencería a mí, que necesito buena moneda. Cuyas palabras oídas, el mariscal y el obispo, sintiéndose igualmente vulnerados, el uno como autor de la deshonrosa cosa con la sobrina del hermano del obispo y el otro como el que la había recibido en la sobrina del propio hermano, sin mirarse el uno al otro, avergonzados y silenciosos se fueron sin decir aquel día una palabra más. Así pues, habiendo sido atacada la joven, no estuvo mal que atacase a los otros con ingenio.
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48. ARGUMENTO Todo empieza en Siena, donde vivían dos mancebos asaz, bien reputados, de buenas familias y ambos eran vecinos. Uno se llamaba Espinelocho y el otro Zepa. Se querían como hermanos, había mucha familiaridad entre ellos. Espinelocho iba cada día a la casa de Zepa., cuando estaba ausente y cuando no estaba ausente, hasta que surgió un romance entre Espinelocho y la mujer de Zepa. Un día, la mujer, creyendo que él se había ido a andar por la villa, vino Espinelocho a buscarle y la mujer de Zepa, diciéndole a Espinelocho que su marido no estaba, Espinelocho empezó a besarla y abrazarla, hasta entrar a la recámara. Pero en realidad ellos no se habían percatado de que Zepa, se encontraba en la casa.
49. Zepa, habiendo notado que su mujer hacía el amor con su mejor amigo, decidió vengarse de la misma forma. Ya habiéndose ido Espinelacho, Zepa entró a la recámara de su mujer, vio a su mujer arreglándose y al preguntarle qué hacía, ella respondió de una forma muy aireada, más cuando Zepa le dijo que había visto algunas cosas que le hubiera gustado no ver, su mujer se dio cuenta que él sabía y comenzó a llorar de vergüenza. Pidiéndole perdón, Zepa accedió a disculparla sola y únicamente si hacía todo lo que él le dijera. Y ella aceptó. Zepa comenzó su venganza pidiéndola a su mujer que llamara a Espinelacho y que no le dijera que él ya estaba enterado de su traición. Así lo hizo. Por encargo de Zepa, su mujer tenía que encerrarlo en un cuarto, para luego llamar a la mujer de éste, la mujer de Espinelacho.
50. Cuando su mujer estuvo ya en casa de Zepa, él mismo tuvo que encerrarla en un cuarto, otro diferente que el de Espinelacho. Cuando ella le preguntó el por qué lo hacía, el le contó la verdad acerca de que su esposo se acostaba con su mujer, y que para su venganza, el quería hacerle lo mismo, por lo tanto le pedía que se acostara con él. Ella accedió, y como el cuarto de ambos estaba junto al de donde Espinelacho estaba encerrado, éste escuchó todo. Enterándose así de la cuestión. Pero tras esto, Espinelacho pensó que lo mejor era seguir siendo amigo de Zepa, y que el compartir sus mujeres los había hecho más unidos. Así que estos dos hombres tuvieron dos mujeres, las cuales tuvieron dos hombres, sin haber ningún odio ni debate.
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53. Argumento: Había en Milán un tudesco que servía en armas a sueldo cuyo nombre fue Gulfard. Arrogante en su persona y muy leal a quien había que servir, y porque comprobado quedó que era fiel cumplidor de su palabra y buen pagador a los que le prestaban dinero. Puso éste, viviendo en Milán, su amor en una señora muy hermosa llamada Mona Ambrosia, mujer de un rico mercader que tenía por nombre Gasparuolo Cagastraccio, el cual er asaz conocido suyo y amigo; y amándola muy discretamente, sin apercibirse el marido ni otros, le pidió un día hablar con ella, rogándole que le pluguiera ser cortés con su amor, y que él por su parte presto a hacer lo que ella le mandase. La señora, luego de muchos discursos, vino a la conclusión de que estaba presta a hacer lo que Gulfardo deseara …
54. Con tan sólo dos condiciones : uno, que esto no fuese manifestado por él a nadie; la otra que, por que ella creía necesario poseer una hacienda, quería doscientos florines de oro, y así ella siempre estaría a su servicio. Gulfardo, oyendo la codicia de ésta, asqueado por la vileza de quien creía que fuese una mujer valerosa, en odio cambió su ardiente amor; y pensó que tenía que burlarla, mandándole a decir de muy buena gana, que aquello y cualquier otra cosa que ella quisiese le placería; y por ello, cuando ella viese una oportunidad, que enviase a mandar cuándo le placía que él fuese y le llevase los florines. La dama, al oír ello, como una mala mujer, estuvo contenta y le mandó a decir que Gasparuolo, su marido, debía de ir a Génova por algunos negocios suyos y que le avisaría cuando él partiese.
55. Gulfardo, cuando le pareció oportuno, se fue a Gasparuolo y le dijo así: - Tengo que hacer un negocio para el que necesito doscientos florines de oro, los cuales quiero que me prestes con el interés con que sueles prestarme otros. Gasparuolo dijo que de buena gana lo haría y se los dio. De allí a pocos días, se fue a Génova, como su mujer había dicho. Por lo cual, ella envió a decir a Gulfardo que viniese trayendo los florines. Gulfardo, tomando a su compañero, se fue a casa de la señora, y encontrándola que lo esperaba, la primera cosa que hizo fue ponerle en la mano los doscientos florines de oro, ante la presencia de su amigo, y así le dijo: Señora, tened estos florines y se los daréis a vuestro marido cuando vuelva. La señora los tomó, y no entendiendo por qué Gulfardo hablaba así, sino que creyó que lo hacía para que su compañero no se percatase de que ella se entregaba a él por dinero; por lo que dijo: Lo haré con gusto, pero quiero contarlos.
56. Y echándolos sobre la mesa y encontrando que era todo conforme, muy contenta los volvió a guardar; y se volvió a Gulfardo, y llevándolo a a su recámara, no solamente aquella vez, sino otras muchas, antes de que su marido volviese de Génova, con su persona le satisfizo. Vuelto Gasparuolo, enseguida Gulfardo habiéndole hecho espiar para asegurarse de que estaba con su mujer, se fue a verlo y, en la presencia de ella, le dijo: Gasparuolo, los florines que el otro día me prestaste, no los necesité , porque no pude hacer el trato para el que los tomé; y por ello se los traje aquí enseguida a tu mujer y se los di, y por ello cancelarás mi cuenta. Gasparuolo, vuelto a su mujer, le preguntó si los había recibido. Ella, que allí veía al testigo no pudo negarse, sino que dijo: Cierto que los recibí, más no me acordé de decírtelo. Dijo entonces Gasparuolo: Yo estoy contento, por ende, vete con Dios, que yo te borraré de mi libro.