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“Cuando
la palmera
se enamoró del viento
y otros cuentos”
1972 – 1985
Memorias narradas, casi ficciones
Ariel Poloni Dabalá – Hernán Poloni Gruler
(Padre) (Hijo)
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(estos datos van al dorso de la página del título)
Editorial: Azul Marino Publicaciones
Diseño de Tapa: Gabriela Barreiro
ISBN:
1ª. edición – setiembre 2006
copyright – Oscar Hernán Poloni Gruler
Impreso en M&S Impresos
Pablo de María 1567 – Tel. 400 42 74
Encuadernación: La Encuadernadora Ltda.
Fiol de Pereda 1125 – Tel. 208 21 01
Dep. Legal N°.
Distribuye: Azul Marino Publicaciones
Dirección de correo electrónico: azulmarino@adinet.com.uy
Hernán Poloni Gruler
Dirección de correo electrónico: hpoloni@adinet.com.uy
Ariel Poloni Dabalá
Dirección de correo electrónico: ap64@adinet.com.uy
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Dedicatoria
A mis dos madres: Mami, María Teresa Gruler Acosta y Lala, Lylia Egeland.
También a Federico Ruibal Bello, Ana Peralta Ansorena y Andrew Egeland, a quienes
siempre recuerdo.
A Alberto Blanco y a Roberto Luzardo, dos compañeros, es decir, dos tupas, dos seres
humanos excepcionales, asesinados en su juventud en nombre de la libertad y la
democracia.
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Exordio
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Este libro lleva un exordio.
Este exordio desde aquí sugeriría
leerlo lentamente y en voz alta.
Pero no sabía qué cosa era un exordio.
“Exordio”, vocablo que viene del latín,
“exordium”, que significa principio, introducción
o preámbulo de una obra o discurso.
Es probable que este libro
no sea una obra ni un discurso.
Este libro…, bueno me quedo pensando...
si no es una obra o un discurso...
¡Le preguntaré a mi amigo el filósofo!
También se lo preguntaré a mis muertos.
También se lo preguntaré a mi madre,
sabe de muchos exordios.
Este libro está sólo hilvanado,
cada uno tendrá que adentrarse
y preguntarle a la historia…
…, el qué, no sé.
Este libro trata sobre “Los Tupas”
de los ´60 y de los ´70.
Sobre “Los Tupamaros” de la
República Oriental del Uruguay.
Este libro también trata de un hijo de “tupa”,
que tenía 10 años
cuando su padre tupa fue hecho prisionero.
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Este libro ha sido un rompecabezas,
al que le faltan piezas.
Este libro nació preguntando,
preguntas sin respuestas.
Este libro son recuerdos,
vivencias en mi cabeza, siglo XXI.
Este libro trata de explicar (me)
lo que hemos (he) vivido.
Este libro trata de
ayudarme a entender
por qué fui educado
para vivir en un mundo
donde necesario no era
explotar ni exprimir al otro.
Este libro no explica
por qué los pobres siguen siendo pobres.
Tampoco por qué seguimos explotándonos
unos a otros y
otros a unos.
Este libro ha sido empresa de mi padre y mía.
Este libro también
es producto de mucha gente
que ha opinado y
nos ha ayudado.
Este libro no quiere ser libro
pretende ser entendimiento.
Este libro relata
lo que el adentro
a veces calla.
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“Tupamaros, organización revolucionaria de Uruguay en la década
del ’60 y principios de la década del ’70, fundada por Raúl Sendic. Tomó su nombre del
luchador por la libertad indio Tupac Amaru y es uno de los primeros ejemplos de la
llamada guerrilla urbana en la post-guerra.”
Brå Böckers Lexico – Diccionario Enciclopédico Sueco.
“Los primeros años de la década de 1970 vio la emergencia de varios extremistas de
izquierda unidos en el Frente de Liberación Nacional Tupamaros (fundado en 1965), el
que se embarcó en una campaña de terror.”
Bol’shaia Sovestkaia Entsiklopediia – Enciclopedia de la Unión Soviética.
“TUPAMAROS. Nombre de una organización revolucionaria clandestina surgida en
Uruguay en 1962, para luchar contra el imperialismo estadounidense. Alcanzó gran
arraigo popular hacia 1970, pero a partir de 1972 la represión militar consiguió su
desmantelamiento y la detención de sus principales líderes, entre ellos Raúl Sendic.”
Diccionario Enciclopédico SALVAT
La segunda guerra mundial terminó en 1945. Entre 1945 y 1955 se desarrolló el Plan
Marshall en Europa, que re-industrializó a la Europa Occidental surgida de las ruinas,
edilicias y sociales, de cinco años de guerra. Los viejos imperios europeos, el inglés, el
francés, el holandés, el belga, el español, el portugués, se habían hecho pedazos y en
pocos años sus ex colonias declaraban sus independencias y se transformaban en
nuevos países libres. Los países de Europa Oriental y varios de Asia se unían para
conformar lo que se llamó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
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Mientras tanto en América Central y del Sur, las exportaciones que la guerra había
exigido, la paz ya no las exigía. El mundo se transformaba rápidamente, los países de
Europa, Japón y Estados Unidos se industrializaban más cada año y sus niveles de
vida crecían mientras aquí en el Sur veíamos crecer la pobreza día a día.
En Uruguay, un socialista, estudiante avanzado de abogacía de la Universidad de la
República en Montevideo, Raúl Sendic Antonaccio, entendió que para intentar
cualquier transformación social en serio debía llegar a trabajar, a vivir entre los más
oprimidos, debía llegar a ser uno más de ellos. Y llegó a serlo, según sus compañeros,
los propios oprimidos. Se fue al norte del país, donde la justicia parece tardar más en
llegar que en el sur, y desde allí, desde los cañeros de Bella Unión, zona ubicada en el
otro extremo de Montevideo, empezó su campaña de organización clandestina y lucha.
Con el tiempo, la organización se desarrolló, incorporó miles de mujeres y hombres
uruguayos y llevó a cabo infinidad de acciones revolucionarias. Sus integrantes fueron
gente de pueblo de todo tipo, trabajadores, comerciantes, estancieros, curas católicos,
sacerdotes protestantes, artistas, profesores, estudiantes, profesionales, amas de
casa, periodistas, deportistas; había representantes de todas las actividades; mujeres y
hombres de pueblo, de todos los partidos políticos y de todas las creencias religiosas y
de todas las edades ... era un pueblo que se había unido para lograr su liberación.
Al pasar de los años llegó a llamarse Movimiento de Liberación Nacional, Tupamaros.
El primer héroe nacional uruguayo, Don José Gervasio Artigas, ya había sido llamado
‘tupamaro’ por sus enemigos, porque sus enemigos eran ‘los malos extranjeros y
peores americanos’, a quienes no gustaba la rebelión de Tupac Amaru y, por lo mismo,
para ellos ‘tupamaro’ era un adjetivo despectivo. Como lo fue, de nuevo, en las
décadas de los años 1960 y 1970; en contraposición al concepto de los revolucionarios,
para quienes llamarse ‘tupamaro’ era el mayor de los orgullos.
Tupac Amaru fue el indio peruano que desafió a todo el Imperio Español, que no
aceptó venderse y pasó al recuerdo de los tiempos como ejemplo de liberación y
dignidad. Los nobles y cristianos y civilizados españoles ataron cada uno de los
miembros de Tupac Amaru a un caballo; luego montaron los cuatro caballos y los
espolearon hasta que los miembros se separaron del tronco ... Tupac Amaru estaba
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vivo ... hasta el último suspiro su voz siguió acusando a sus asesinos y los sigue
acusando aún hoy. Tupamaros fueron los integrantes del Movimiento de Liberación
Nacional fundado por el segundo héroe nacional uruguayo, Raúl Sendic Antonaccio.
La esencia del Movimiento fue la clandestinidad, su objetivo la liberación del
imperialismo, su método la guerrilla urbana.
La lucha de los uruguayos por un país mejor incluyó tanto pueblo y la dictadura llegó a
tantos extremos de criminalidad y perversión que, cuando llegó el período llamado ‘de
transición a la democracia’ – dicho sea de paso, período que parece continuar
indefinidamente –, muchos dirigentes políticos prefirieron olvidar y llamar a olvidar
aquellos años, con sus luchas y sus aberraciones, y así lo plantearon a sus seguidores
y a todo el pueblo y así pretendieron hacerlo con discursos y leyes.
Pero la tortura es algo que no se puede olvidar de ninguna forma, y menos por decreto:
se integra en la personalidad del torturador y del torturado por el resto de sus vidas.
¿Se puede olvidar el crimen como método de gobierno? La lucha tupamara en Uruguay
ayer es un hecho de la realidad hoy: se ha decretado su olvido, pero el pueblo la
recuerda y la lucha continúa.
El trabajo, el estudio, la narración, el análisis que han hecho los tupamaros, los de ayer
y los de hoy, y también sus enemigos, en los tiempos posteriores y hasta este mismo
momento en que escribo estas líneas sobre la lucha tupamara, es otro hecho de la
realidad, diferente.
La lucha tupamara es un hecho, su narración posterior es otro, diferente. Lo que
vivimos ayer es parte de la historia. Lo que narramos hoy también es parte de la
historia.
El primer hecho de la realidad en el tiempo, ‘la lucha tupamara’, tendrá el significado
que, en el transcurso del tiempo, le dé este otro hecho, posterior, ‘trabajo de los
tupamaros y los enemigos’. En otras palabras, el significado que tiene hoy lo que
sucedió ayer – lucha tupamara – se lo ha dado el estudio, o no estudio, y la narración
posterior – publicidad de los tupamaros y los enemigos –; sin este trabajo posterior la
lucha tupamara sería apenas un dato perdido en la historia del Uruguay, como es por
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ejemplo, hoy, la lucha por la supervivencia, ayer, de los indios autóctonos de nuestra
tierra.
“A la historia, la escriben los que ganan” es una sentencia que a los fascistas gusta
mucho repetir ... y es posible que cuando a la historia la escriben nobles, soldados o
curas, deformen los hechos para acomodarlos a sus intereses individuales o
corporativos; esto está en conformidad con su idea voluntarista del quehacer humano y
su visión guerrerista de la vida, a la que viven en función de fuertes y débiles, victorias
y derrotas, éxitos y fracasos.
Pero la vida es algo más que esto y la historia es nada más, ni nada menos, que la vida
narrada en el devenir del tiempo. Y la Vida y el Tiempo se ríen de la soberbia y la
vanidad de quienes creen tener el poder para inmortalizar mentiras e imbecilidades ...
¡triste de aquel que no comprenda que cada uno, individualmente, es nada en el
espacio-tiempo, que es menos que un copo de nieve en una avalancha, menos que
una gota de lluvia en la tormenta!
Estas narraciones, estas casi ficciones, son parte de la vida de nuestro Uruguay en la
época del denominado ‘proceso cívico-militar’: así es como los fascistas llamaron, y
llaman, a la dictadura fascista cívico-militar que tanto contribuyó a destruir la economía
del país y que buscó exterminar la felicidad de su pueblo.
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Prólogo
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Es interesante. En mi familia nunca hemos reconstruido lo que vivimos,
es decir, los cuándo, los cómo, los quiénes, los por qué, los dónde, los cuántos, los
qué...
Distintas veces, sin querer, sin buscarlo, evoco situaciones, aromas, nombres sin
rostros, rostros sin nombres, palabras sin bocas, idiomas confundidos, formas,
sombras, sonidos, cerrojos en los sentimientos, trancas en los pensamientos, candados
sin llaves en las ideas.
Todo surgió debido a que una vez, hace como tres años, hablando con mi Viejo de todo
un poco, sin querer surgió el tema del día que lo llevaron preso. Él comenzó a hablar y
yo no salía de mi asombro: lo que él contaba no coincidía para nada con mi percepción
de lo ocurrido aquel día – claro, yo tenía 10 años –. Realmente quedé impresionado por
las distintas visiones sobre lo que había pasado.
Hasta el vocabulario a veces era, es distinto. Por ejemplo, él llama ‘campo de
concentración’, y así lo llama en todas sus memorias, a lo que yo llamo Penal de
Libertad; para él, ‘pichi’ tiene una connotación emotiva muy fuerte, humillante, que yo
desconocía: ‘pichi’ era la palabra que usaron los militares en la dictadura, durante trece
años, para referirse a los presos políticos, principalmente en la tortura.
Otro día, hablando con él, le sugerí que narrara sobre determinados temas, sobre
vivencias y sentimientos ubicados temporalmente desde el día que se lo llevaron hasta
que terminó la dictadura uruguaya; yo haría lo mismo con la visión desde mi edad y con
los escasos recuerdos de aquella época. Lo hicimos. Cada uno escribió, para empezar,
sobre ‘El día que llevaron preso a Papo’ y vaya sorpresa que nos llevamos. La visión
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de un mismo recuerdo, de un padre y un hijo de 10 años, ‘del día’ que un tupa cayó
preso, la visión del ‘padre-tupa’ y del ‘niño-hijo de tupa’, la evocación de ese preciso
momento... ¡tan diferentes!
Decidimos entonces narrar sobre distintos temas de aquellos tiempos. Junto a unos
buenos amargos, también las ideas de cómo lograr las narraciones empezaron a tomar
forma.
En las pláticas, en los silencios, en los diálogos, en la necesidad de darle tregua al
espíritu, a veces, del faro de nuestros ojos salían grandes higos de luces, como cuando
Mamama, en Dolores, la madre de mi Viejo, me señalaba los higos maduros, de la
higuera que estaba en el gallinero, que luego irían a la olla para el dulce, que ella le
llevaría a su hijo al Penal de Libertad. Cuando el faro no daba luz, tratábamos de
entender y quedábamos en reposo y paz, casi en contacto con las almas de los que
han muerto. Pero que viven.
Nos pusimos de acuerdo en algunas cuestiones básicas.
El responsable de la narración sería yo. Aunque cada decisión que se tomara, la
conversaríamos lo necesario; si había dos opiniones, yo decidía.
Cada uno narraría en forma libre, frente al título en
que nos pusiéramos de acuerdo. Incluso sugerimos que si alguien no quería narrar
sobre determinado tema, no lo haría.
Podíamos mezclar los recuerdos, las memorias, los sentimientos de antaño con
vivencias y sentimientos de hoy. En realidad, esto sería casi inevitable.
El tema central de las narraciones sería las evocaciones de experiencias vividas y
sentidas antes y durante el período de la dictadura, 1972-1985; no obstante podríamos
incluir hechos del presente.
Cada tema sería tratado independientemente.
Concluiríamos cada uno con un epílogo donde nos expresaríamos libremente sin
ataduras.
Si de las memorias aquí narradas se desprenden nombres, números, lugares,
direcciones o cualquier otro dato, cualquier coincidencia con la realidad es pura
casualidad.
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En todo caso, ¿cuál es el límite entre la ficción y la realidad?
¿Cuántas madres, hijas, abuelas, tías y novias fueron violadas y vejadas, pero nadie es
culpable porque ellas se lo tenían merecido, en nombre de la patria y de la política?
¿Es esto imaginación? ¿O es realidad? ¿Le importaría a alguien, luego de 25 años?
¿No es la vida una realidad contada por las apariencias de las personas? ¿Acaso si el
mundo es el escenario, no somos en verdad todos actores?
¿Debemos seguir sacrificando las formas en aras de los contenidos? ¿No estaremos
sacrificando el contenido de las utopías en aras de la forma?
¿El ser humano sigue siendo humano?
Ahora el tiempo ha pasado y ya hemos escrito.
Ha sido un esfuerzo intelectual y emocional escribir ‘con los recuerdos’, los que,
además, me golpean a la puerta del presente para pedirme permiso y para que les
explique, como adulto que soy, por qué sucedieron. El esfuerzo substancial ha sido, de
mi parte, tratar de escribir con pensamientos y sentimientos de aquel niño y
adolescente que fui.
Ha sido un esfuerzo o ejercicio difícil. He tratado de que los pensamientos y
sentimientos del adulto – los que he dejado salir a veces – no incidan; pero claro ha
sido imposible. Escribir con los pensamientos y sentimientos, transparentes y literales
de aquella época, tratando de describir los sucesos lo más fielmente posible, exige
buena memoria; he aquí una carencia de mi parte. Tampoco he querido hablar ni
preguntarle a nadie sobre esto.
Algunos capítulos están narrados como si nos estuviéramos escribiendo el uno al otro
entre mi padre y yo. Algunos temas nunca los habíamos hablado entre nosotros, y
quizás nunca los habíamos hablado con nadie; eso hizo que cuando escribiéramos
nos dirigiéramos uno al otro, quizás como una forma o deseo de explicarnos qué
sentíamos o qué sentimos ante determinadas situaciones vividas.
Mi conciencia – o como se llame eso – no me ha dejado en paz desde que comencé
estas narraciones. Muchos hechos han quedado a fuego, grabados en mi ser. No
quedaron grabados en mi memoria, sino en mi ser. Para algunos hechos no he tenido
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que recurrir a la memoria, sino a representaciones que, casi a diario, y a más de treinta
años de lo ocurrido, son ‘evocadas’ cuando se me presentan determinadas situaciones
sin que yo haga el más mínimo esfuerzo. Porque recuerdo imágenes, aromas,
ametralladoras, lágrimas, gritos, abrazos, silencios, llantos, rejas, sonrisas, soledades,
soldados con perros, mujeres soldados sancionando a niños, besos apasionados de las
visitas, abrazos separados por soldados, despedidas por última vez a un padre que se
muere, niños que no pueden tocar a sus padres, hermanos diciéndole a hermanos
más chicos “¡No llores, no les des el gusto!”…
Dejo a los lectores en manos de estas narraciones: ellas se encargarán de trasladarlos
en el tiempo y en el espacio.
Hernán Poloni Gruler
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El día que ...
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No sé. El último día de felicidad. El primer día del infierno. El último día
de ingenuidad o inocencia. El primer día en que creí que la realidad era fantasía. El día
en que destruyeron mi familia. El día en que supe la verdad de la vida. El día que
conocí a la democracia por dentro. El día en que descubrí que la esperanza era el más
perverso de los engaños. El día en que aprendí por qué la vida vale. El día en que
conocí la fuerza de la confianza. Y la del odio. Y la del amor.
Me levanté, como casi todos los días, muy temprano. Me gustaba tomar mate y
preparar las clases con tiempo. Prendía la radio, creo que Radio Municipal de Buenos
Aires, y escuchaba folklore... era la época de Los Chalchaleros... y me concentraba en
lo mío.
Sentí un ruido extraño y de golpe otros ruidos y cuando me di vuelta en la silla para
mirar a mis espaldas, varios soldados me encañonaban con sus armas, rodeándome.
No hablaron. Me tomaron entre dos y me sentaron en una silla, mirando a un rincón de
la pieza, llevaron mis brazos atrás y pusieron esposas a mis muñecas. Me hicieron
algunas preguntas. Me sentí niño en la escuela en penitencia en el rincón. Y un arma
que me apuntaba a la cabeza. Primero temblé sin saber por qué; dejé de temblar de
golpe, también sin saber por qué. Después quedé muy quieto, como aturdido.
Luego me sacaron y me subieron a un jeep. Permitieron que le diera un beso a Kitty,
otro a Ileana, otro a vos. Arielo ya estaba en el liceo; eran las 8.30 de una mañana azul
de mayo. La imagen patente en mi recuerdo es el frente de la casa, el zaguán, Kitty y
su gesto que me pareció un signo de interrogación, Ileana que con sus cinco años no
podía comprender mucho y delante de ella, cerca mío, tu cara y tu mano izquierda
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levantada y cruzando la cara, tocando tu ojo derecho, el pelo después, con un gesto
que parecía indicar que no podías entender qué pasaba.
Yo tampoco. Porque el jeep arrancó, me pusieron una capucha, me tiraron sobre el
piso y me pusieron una bota sobre la cara y otra sobre la espalda. Nadie hablaba.
Conocía bien calles y caminos, así que pude seguir la recorrida. Todo parecía indicar
que íbamos hacia la base aérea de Santa Bernardina. Pasamos el puente de madera y
después tomamos la carretera. Pero seguimos. Y seguimos por todo el pueblo, de
nuevo, hasta el cuartel. Allí me bajaron.
Empujones, patadas, puteadas, me levantaban, caía, seguía. De pronto, mi cabeza se
reventó contra algo. Quedé aturdido. Me levantaron. Me hicieron separar las piernas,
me pusieron la frente contra algo, que resultó ser una pared, y allí quedé. En esa
posición, la frente apoyada en la pared, las piernas separadas, así quedaría por no sé
cuánto tiempo.
Luego, una voz muy cerca del oído: “¡Su nombre!”. Lo dije. “¡Su dirección!”. La dije.
Una trompada en los riñones. Silencio. Moví las piernas. Un palo empezó a golpearme
una pierna, la otra, de nuevo, más fuerte, de nuevo una y otra vez, golpe, golpe, golpe,
en los tobillos, en las piernas, en las rodillas, en los muslos, en los tobillos, en las
piernas, golpe y golpe y golpe: “¡Abrí las piernas, carajo, pichi de mierda!”.
No es aturdimiento. Simplemente uno está parado ahí, apoya la frente contra una pared
y el tiempo pasa. O no pasa. No se sabe. Es simplemente eso, estar ahí y uno no se
pregunta nada. El mundo dejó de ser. Mejor no moverse porque empiezan los palos y
las trompadas. Pero las necesidades biológicas no perdonan.
Tímidamente, bajito: “Necesito ir al baño”. (En el mundo civilizado, ¿a quién no se le
permite pasar al baño?). Silencio. Algo más fuerte: “Necesito ir al baño”. Varias
trompadas directas a los riñones: “¡Dale, pichi piojoso, dale que estás en el baño, dale
carajo!” y se siente el calor del orín que empieza a resbalar por las piernas.
Ahora es el orín, después serán las heces y se secarán y volverá el orín y las heces
mientras quede algo en el cuerpo y se volverán a pegar al cuerpo.
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De pronto uno siente bajo la capucha que la claridad se ha ido. Todo parece estar
oscuro. El cuerpo ya se siente poco. Se puede prestar atención hacia lo que puede
suceder alrededor... silencio... oscuridad... De pronto, a lo lejos, las campanas de una
iglesia. Presto atención. Doce campanadas, termina el día que ... empieza otro.
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Corría el año 1972; era el 9 de Mayo; no me acuerdo qué día de la
semana era. Mi Viejo fumaba ‘La Republicana sin filtro’, y por eso me había mandado
hasta el almacén de Don Arigón en la esquina de casa, Zorrilla de San Martín y Oribe,
a comprarle una cajilla y que se lo anotara en la libreta. A mí me gustaba el nombre de
mi calle. Siempre que me preguntaban dónde vivía, decía orgulloso: en Zorrilla de San
Martín 930… el nombre me parecía muy largo y muy importante.
Me olvidaba de decirles, yo nací el 13 de enero de 1962 en Dolores, donde siempre
íbamos de vacaciones, – por eso nací en Dolores –; en aquel entonces de 1972
tenía diez años.
Pero continúo. Volvía a casa con los cigarrillos y había muchos jeeps y camiones con
soldados enfrente a mi casa. En la puerta de casa había cuatro militares y cuando
llegué a ellos les dije que esa era mi casa y me dejaron entrar.
Había soldados por todas partes; algunos en el patio estaban haciendo un gran pozo
debajo del parrillero, otros andaban por el techo, otros por los cuartos revolviendo todo,
roperos, camas, hasta mi portafolio de la escuela, que me lo dejaron tirado en el piso y
también desordenaron mis cuadernos de la escuela, yo me acuerdo que pensé:
“Mañana le voy a decir a la maestra lo que me hicieron los soldados, y que también,
uno de ellos me pisó un cuaderno”, yo pensé que mi madre se iba a enojar con los
soldados porque estaban revolviendo y desordenando todo. Cuando la veo, tenía dos
soldados a los costados y uno atrás y la llevaban de una parte a otra de la casa.
Cuando ella me ve, nos quedamos mirando más o menos un segundo; cuando ahora lo
recuerdo, fue el segundo más largo de mi vida (hasta el día de hoy dura).
Mi padre estaba sentado en un rincón, mirando hacia la esquina, con los brazos para
atrás y en las muñecas tenía ‘esposas’, como las mías, pero esas no eran de plástico.
® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 21
Me quise acercar para darle los cigarrillos, pero un soldado me detuvo diciéndome:
“¡No se acerque al sospechoso!”. Ese soldado era uno de los dos que apuntaban a la
cabeza de mi padre; otro le apuntaba al cuerpo. Mi padre miraba hacia abajo. Estaba
como en penitencia. No me veía, pero me escuchó. Me habló pero no me acuerdo qué
me dijo. Un soldado me dijo que no podía hablarle. El soldado tenía un bigote chiquito y
tenía el pantalón roto. Lo que sí recuerdo es que yo miraba las ametralladoras de los
militares. Lo que pasa es que yo tenía una ametralladora que hacía tttttrrrrrrrr……
ttttttrrrrrr…… cuando apretabas el gatillo y salían unas chispitas por un costado donde
había un plástico rojo que se me había roto una vez que estábamos jugando a los
policías y ladrones y salté del techo y se me partió ese pedacito de plástico, me
acuerdo que me dio mucha lástima cuando se me rompió, aunque la ametralladora
igual funcionaba. Las ametralladoras de los militares eran mucho más grandes que la
mía. Además yo pensaba cómo serían de pesadas, porque eran parecidas a la que yo
tenía. Por otra parte, había algo que me llamaba la atención: en mi arma de plástico,
la parte del gatillo era chiquita, tanto que apenas entraba la punta de mi dedo; en
cambio, las armas de los soldados tenían la parte del gatillo mucho más grande: los
soldados tenían el dedo en el gatillo y no tenían problemas para poner el dedo en el
gatillo.
Incluso, yo pensaba, mientras miraba los tres soldados que apuntaban a mi padre
sentado mirando hacia el rincón, que las ametralladoras que tenían ellos debían de ser
muy pesadas, ya que las sostenían con las dos manos, mientras que yo a mi ‘escopeta’
como la llamaba a veces, que hacía tttttrrrrrrr……..ttttttrrrrr……. y largaba chispas, la
podía sostener con un solo dedo. También pensé que si ellos disparaban, podría
escuchar cómo sonaban de verdad y compararla con la mía que hacía tttttttrrrrrrr…..
ttttttrrrrrr…., y poder contarles a mis amigos del barrio y de la escuela que había
escuchado un tiro de verdad.
A veces me acuerdo de todo eso.
A veces, más de treinta años, me acuerdo de todo eso y no puedo dormirme.
Aquel 9 de mayo de 1972, del que no recuerdo la hora ni el día de la semana, vi las
primeras ametralladoras de mi vida.
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Pasarían trece años para poder abrazar nuevamente ‘cuerpo a cuerpo’ a mi Viejo. Eso
lo haríamos en Suecia, en 1985.
Desde ese 1972, pasarían muchas cosas en mi vida, que a veces recuerdo pero
muchas otras no quiero recordar. Pero la memoria como que ‘funciona sola’ y te
acordás igual.
Nunca le pregunté al Viejo si vio las ametralladoras grandes y pesadas o al soldado de
bigote chiquito y pantalón roto.
Tampoco le dije nada a la maestra de mi cuaderno pisado por un soldado.
Tampoco sé qué pasó con el paquete de cigarrillos.
Recuerdo que tampoco entendí por qué habían roto el broche de mi portafolio de cuero,
si abría fácil.
Tampoco entendí muchas cosas. Quizás hoy en día tampoco las entienda. ¿Un
recuerdo es solo eso, un ‘recuerdo’, o hay que entenderlo?
En mi cuadra, Zorrilla de San Martín, jugábamos a la pelota de cabeza con una pelota
de goma que se pinchaba y le poníamos parches, jugábamos a la escondida y nos
escondíamos en los porches y jardines de las casas. A la vecina Monona le dejábamos
los helechos pelados y ella se enojaba y hablaba con mi madre y yo me ligaba un reto.
También jugábamos a la bolita (una vez me tragué una ‘minguita’, eran unas bolitas
bien chiquitas) o a la rayuela; estábamos horas preparando la mejor piedra plana,
incluso sacábamos baldosas de la vereda, las partíamos para tener ‘buenas piedras’.
También jugábamos a la mancha, corríamos alrededor de la manzana y hacíamos
‘cares’ con rulemanes a los que manejábamos con los pies y nos tirábamos por la
bajada de la calle de nombre largo e importante: José Zorrilla de San Martín.
Yo tenía una novia que se llamaba Laura, pero ella no sabía en ese entonces que era
mi novia. Después, en 6º año, íbamos a la misma clase en la Escuela Nº 2 de niñas:
nos dimos la mano en el Cine Artigas o en el Cine Español, no me acuerdo.
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Mi madre estuvo desaparecida un tiempo, igual que mi padre. A mi madre la soltaron a
los meses o al mes, no me acuerdo. Pero recuerdo cuando nos vimos de nuevo, que
me abrazó y me apretó tanto que yo creí que me ahogaba.
Cuando lo llevaron preso, Papo tenía puesto un buzo gris. No me acuerdo si nos
despedimos; solo se me vienen a la cabeza las ametralladoras.
Nunca más hablamos de esto con mis padres. Nunca más.
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Mamelucos grises
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Acabo de ir al diccionario porque no habría querido empezar con errores
o, mejor dicho, quería estar seguro de lo que escribiera. “O escribiese”, habría
apuntado el Gaucho. El Gaucho, de mameluco gris en el campo de concentración de
Libertad, era ‘el pichi número tal y tal’ mientras que en su ‘vida civil’, como decían los
militares carceleros del campo, era profesor grado cinco de la Facultad de Medicina,
médico reconocido internacionalmente. En fin, son cosas que se dan en las dictaduras
cívico-militares como la uruguaya, entre crimen y crimen, asalto y asalto, tortura y
tortura.
Decía que fui al diccionario a buscar la palabra que identificara – sí, Gaucho: “o
identificase” – la tela con la que están hechos los mamelucos grises. Bueno, grises o
no grises, porque mi padre, por ejemplo, en su taller, usaba mamelucos azules. Y
también mi hermano y yo usamos los mamelucos azules muchos años. Fui a un buen
diccionario, muy bueno y una edición bastante reciente, últimos años de los noventa.
Busqué la palabra que usábamos para indicar la tela con la que estaban hechos los
mamelucos; al recuerdo de mi oído sonaba ‘brin’. No estaba. Así de simple, la palabra
‘brin’ no existía para ese muy buen y reciente diccionario. Pensé que podía ser con ‘v’,
en lugar de ‘b’, cosa extraña, pero, en fin, los sentidos nos juegan malas pasadas a
cada rato. Pero no, no estaba. No existía.
Se me ocurrió, entonces, ir a un diccionario en idioma inglés. Acaso ‘brin’ podría ser
una adaptación al español, como ‘fútbol’ es la adaptación de ‘football’ y tantas y tantas
otras. Así, busqué ‘breen’, pero ni siquiera en inglés existía. Parecía increíble. Por si
acaso – ‘por si las moscas’, como decía el flaco G., pichi de mameluco gris y
operario altamente calificado en la vida civil – abrí un viejo diccionario de la Real
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Academia Española, que no es nada para propagandear, y para peor de la época de la
dictadura falangista. Lo conservo y lo consulto mucho porque es divertidísimo leerlo y
ver la cantidad de dislates (disparates, decimos en criollo, pero eso de ignorantes que
somos los sudacas) almacenados en aquel libro gordo, tanta cantidad y tan bestiales
que parecería estar escrito por curas y milicos.
Bueno, después de todo, no me extrañaría que algo escrito en la España de la década
de los años 50 haya sido escrito por milicos y curas.
Pero vamos al grano. En este diccionario en cuestión aparece la palabra ‘brin’ y dice
que es un vocablo usado en algunos países de América del Sur para referirse a una
tela ordinaria hecha de lino. Y eso no es un dislate. En eso acertaron. El brin es una
tela ordinaria, barata, para pobres. No es suave, pero es fuerte. Para ‘pichis’. Y de brin
estaban hechos los mamelucos. De brin gris. Tal vez, para el compañero que nunca
había usado un mameluco, le pudo haber resultado un tanto incómodo al principio,
particularmente porque es una vestimenta enteriza. Pero en poco tiempo todos se
acostumbraron. ¿A qué no se acostumbra el ser humano? Si se acostumbra a vivir en
la humillación y en el desprecio en la vida cotidiana, ¿qué puede costar acostumbrarse
a vestir un mameluco gris en una situación llamada ‘de excepción’?
Además, nos igualaba a los prisioneros: las diferencias de la vida cotidiana, aún las
diferencias de la militancia, si no habían desaparecido al menos se habían atenuado
mucho con el mameluco gris; y nos separaba de los milicos.Todo uniforme iguala. Y
separa.
Aunque, en realidad, la igualdad que da cualquier uniforme, aun la que da el
mameluco gris en un campo de concentración, es superficial. Por arriba, por encima,
‘pour la gallerie’. Porque, más allá de la vestimenta siempre están presentes esas
igualdades como las de todos los días, las igualdades de la realidad, que dicen que
siempre unos son más iguales que otros. Y si no me quieren creer, miren el estrado en
un acto público del partido más justiciero que conozcan, pero mírenlo sin orejeras. Y si
no están convencidos, miren cuando los integrantes del estrado se retiren, después del
acto, observen en qué medio de transporte se desplazan. Y después me cuentan eso
de la igualdad.
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Entonces pienso que, para terminar con estas divagaciones metafísicas que se me
ocurren a muchos años de distancia del mameluco gris – el nuestro, el tupa –, y para
entrar a narrar las que cuentan, las que duelen, las que se sienten en la médula, las de
todos los días, sintetizo y digo que el mameluco gris nos emparejó por fuera para todos
– para nosotros mismos, para nuestros familiares, para nuestros enemigos, para
visitantes internacionales, para todo el mundo – y nos identificó para las tiendas de
enfrente dentro del propio campo de concentración. Íntimamente, agrisó a unos,
enrojeció a otros, dejó indiferentes a muchos.
Porque, pongámonos de acuerdo en esto, los mamelucos grises – como lo podés
haber pensado vos cuando me planteaste escribir sobre temas comunes desde
ángulos no comunes, es decir, personales – es una abstracción. Y prestá atención al
hecho de que utilicé el singular ‘es’ y no el plural ‘son’, que sería el concordante; lo hice
para enfatizar lo de abstracción.
Mamelucos grises es algo así como tupas prisioneros. Una abstracción. Muy humana,
como toda abstracción, específicamente humana, porque sólo el ser humano es capaz
de abstraer en su pensamiento, gracias al lenguaje articulado, privativo del homo faber
sapiens, ajeno a todas las demás especies conocidas. Y esto no es irme por la
tangente sino, al contrario, meterme en el centro mismo de la espiral de la vida: pocos
saben esto y menos creen en esto. Así de simple.
‘Mamelucos grises’ es una abstracción como lo es ‘felicidad’; pero, del mismo modo
que felicidad está hecha de sonrisas reales, momentos compartidos en cariño,
expectativas satisfechas, seres queridos rebosantes de confianza, recuerdos que nos
iluminan los ojos, sueños que esperamos convertir en realidad con el esfuerzo
constante, tristezas rendidas y asumidas, miradas cálidas ... del mismo modo
“mamelucos grises” está hecha de conseguir un mameluco prestado para la visita
porque el único que tengo está roto, de esperar que no llueva así puedo lavarlo y no
seguir con esta mugre encima, hablar con el cabo para que hable con el sargento para
que gestione, con el oficial correspondiente, un mameluco nuevo porque el que llevo
puesto no banca más remiendos.
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En un campo de concentración la vida no cesa. Una vida a lo monje: pobre, obediente y
casto, aunque sin haber hecho los votos de pobreza, obediencia y castidad que hacen
los monjes. Pero la vida no cesa. Y hay que vivir. Muchas veces no por uno mismo; por
uno mismo muchas veces poco vale la vida, pero hay que vivir por los demás. Así de
simple.
Resulta que uno ha generado demasiado cariño, demasiada esperanza para poder
decidir cosas básicas por sí mismo. Hay que remendar el mameluco gris y seguir
poniéndoselo cada mañana.
El primer mameluco gris tal vez pudo haber sido impactante. Porque no nos habían
dejado dormir, nos habían apaleado, nos tenían encapuchados y no sabíamos dónde
estábamos. Sabíamos que habíamos sido trasladados, que nos habían sacado del
cuartel; no sabíamos dónde habíamos ido a parar. Pero salió el sol, nos quitaron la
capucha, nos hicieron formar en fila – ahora nos veíamos las caras después de meses
– y nos hicieron pasar, de a uno, a una pieza en donde nos pasaban una máquina que
nos pelaba hasta dejar blanquear el cuero cabelludo. Después a bañarnos y allí,
entonces, empezamos a vestir el mameluco gris. Y alpargatas negras.
El mameluco, azul o gris, yo lo pienso y lo siento más con relación a mi niñez, a la
época de mis padres héroes imbatibles, mi madre, quien era la solución de mis mil
problemas cotidianos, mi padre defensor de causas justas y protector poderoso de mi
debilidad. Aquel mameluco es un recuerdo muy cálido para mí.
El mameluco gris del campo de concentración, en cambio, es distinto y hoy me duele.
En el campo de concentración se dieron, desde mi punto de vista, desde las
deshumanizaciones más grotescas y perversas de las fuerzas armadas gobernantes
del Uruguay, vestidas de uniforme verde o azul, hasta los actos solidarios más
humanos y más hermosos, más de hermanos, de compañeros, más de vida, vestidos
de mamelucos grises. Esto no es esquematización simplista ni idealización romántica,
esto es realidad vivida; un campo de concentración no es la vida normal cotidiana de
las tonalidades grises. Un campo de concentración es la guerra, es la supervivencia:
blanco o negro, ellos o nosotros.
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Cuando la crisis socio-económico-política se conjugó con las burradas de los
gobernantes cívico-militares y con los movimientos populares en el país y en el exterior
para voltear a la dictadura, las bestias cayeron y los prisioneros salimos del campo de
concentración.
Al dejar el campo nos sacamos los mamelucos y vestimos nuestras ropas civiles; pero
me temo que junto con los mamelucos grises, que nos emparejaban, nos sacamos
también sentimientos e ideas que nos hermanaban, que allá estaban incorporados y se
expresaban a diario ... Y esto es lo que me duele aún hoy, a tantos años de distancia.
No se me ocurre qué más decir de los mamelucos grises.
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Los presos políticos en el Establecimiento Militar de Reclusión N° 1, EMRI,
cercano a la ciudad de Libertad, conocido como Penal de Libertad, vestían todos
iguales. Sin importar la estación del año, verano o invierno, siempre lucían un
mameluco gris; lo que variaba, sí, era el abrigo que iba debajo del mameluco. El
mameluco tenía una inscripción que indicaba el lugar dentro del Penal donde estaba el
preso y el número del preso en tela, cosido en la espalda.
Mi abuela Mamina siempre le jugaba a la quiniela al número de mi Viejo, pero no
recuerdo que hubiera sacado ningún premio. Ella era colorada. No entendía cómo
Bordaberry, que era colorado, podía haber entregado el gobierno a los militares. Ella
esperaba al ‘Mesías colorado’, algo así como una reencarnación de José Batlle y
Ordóñez, que iba a salvar al país.
A los presos no los llamaban por su nombre: los militares se referían a ellos por el
número. En las visitas, por h o por b, siempre llamaban a algún familiar de un preso
político y decían: “¡Familiar del Nº Tal!” “¡El recluso Nº Tal está enfermo!” Nunca
llamaban a los presos por su nombre. O en una visita, algún soldado decía, por
ejemplo: “¡Recluso Nº Tal, párese ahí!” Y el preso político se paraba ‘en ese lugar’.
¿Por qué no los llamarían por su nombre?
Los hombres de mamelucos grises siempre estaban bien. Recuerdo una visita en la
que estaban todos sonriendo, mientras tenían como siempre los brazos atrás. Siempre
me preguntaba si cuando estaban en sus celdas con sus compañeros, lloraban, se
ponían serios o mantenían la sonrisa.
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Recuerdo que a Mamama, la madre de mi Viejo, no le gustaba verlo de mameluco:
decía que aquello era denigrante para ‘Chiqui’, cómo le decían a mi Viejo en su familia.
Además decía que nunca le daban mamelucos nuevos y se tenían que andar
arreglándoselos ellos mismos.
Una vez mi padre me contó que se había cosido el mameluco gris.
Mi abuelo, el alemán, también durante un tiempo usó un mameluco, pero no era gris.
Papameta, como le decíamos nosotros (porque mi hermano, cuando chico, decía casi
exclamando: “¡Ahí viene el ‘papá de la camioneta!’”; claro, pero mal pronunciado por un
niño de dos o tres años, quedó el diminutivo de Papameta), había venido de Alemania
en la década de los años ‘20 y trabajaba haciendo carreteras, ya que era ayudante de
ingeniero o algo así. Pero era un tipo que sabía mucho de ingeniería. A veces en su
taller lo veía de mameluco, pero no era gris, era azul marino. Mi madre me cuenta a
veces que durante la segunda guerra mundial ellos vivían en Tala y que a mi abuelo
‘Papameta’, el de mameluco azul, le tiraban piedras y lo trataban como un ‘nazi’, solo
por el hecho de ser alemán.
Mi abuelo Papameta se afeitaba con una navaja y yo lo miraba. ¡Una vez me afeitó a
mí! Me pasó espuma con una brocha y luego me pasó la navaja, pero de verdad no lo
hacía con el filo; yo me di cuenta pero no dije nada, porque me gustaba que él me
afeitara.
Mi abuela era muy criolla; su padre había peleado en batallas junto a la divisa colorada.
Decía que una de sus hermanas tenía un poncho del padre que estaba tajeado de
sables y agujereado de balas de las batallas contra los blancos. El padre de mi abuela
tenía un sable que utilizó en las batallas. Mi abuela contaba que su padre tenía
uniforme, pero los soldados no tenían uniformes. Ni siquiera un mameluco gris.
A algunos presos políticos, los mamelucos grises les quedaban muy cortos. Una vez
con un niño que también iba a visitar a su padre, en la visita de niños, nos reíamos de
un preso político porque su mameluco le quedaba muy corto y parecía un payaso. Yo
le conté a mi padre y me dijo que el señor del mameluco corto era amigo de él. Y que
justo a esa visita no podía venir nadie a verlo porque sus familiares eran de Rocha y no
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tenían plata para los pasajes. Me acuerdo porque una vez yo hablé con él y me trataba
todo el tiempo de ‘tú’ y a mí me causaba gracia. Me acuerdo que me invitó a ir a Rocha,
cuando él saliera de la cárcel. Pero nunca más lo vi. También me contó que en Rocha
hay muchas palmeras y que el viento le traía mensajes de las palmeras. Porque por
debajo de las palmeras pasaban su familia y sus amigos y las palmeras le contaban
cómo estaban ellos. Le pregunté cómo hacía la palmera para ver y me dijo: “Las
palmeras tienen unos ojitos amarillos, que los cambian todos los años.” También me
dijo que las palmeras y el viento son muy amigos. Incluso me dijo que él sospechaba
que hasta eran novios, por cómo jugaban los brazos de las palmeras con el viento. Y
me dijo que cuando el viento pasaba a través de las palmeras, ellas le enviaban
mensajes secretos a él sobre su familia y sus amigos.
Me acuerdo que yo al señor del mameluco gris tipo payaso no le creí que las palmeras
y el viento fueran novios, pero sí le creí lo de los ojitos de las palmeras.
Hoy en día, cuando paso por una palmera y veo sus ojitos amarillos, le hago una
guiñada y ella me la devuelve. Pero esto es algo así como un secreto entre la palmera
y yo. Mejor dicho, entre la vida y yo.
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Los tupas
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“¿Qué es la gran destinidad, Mamá?” “¿La qué?” “La gran
destinidad.” “¿De dónde sacaste eso?” “Papá dijo que Raúl había pasado a la gran
destinidad.” “¿Qué dijo Papá?” “Papá dijo que Raúl había pasado a la gran
destinidad.” “¿Qué Raúl?” “No sé, preguntale.” “Papáaaaa, ¿qué dijiste vos de Raúl y
la gran destinidad?” “Yo leí en el diario que Raúl Sendic Antonaccio había pasado a la
clandestinidad...” “¡Ah! ... la clandestinidad, no la gran destinidad!” “¿Y qué es la
clandestinidad, Mamá?” “Y yo qué sé ... preguntale a tu padre, él está leyendo el
diario.”
No, clandestinidad y clandestina o clandestino no eran palabras comunes en aquella
época. Muchos las conocían, pero ahora se referían a un hecho totalmente nuevo en el
país. Y el hecho no se comprendía al principio. Está clandestino. Sí, fenómeno, pero,
¿dónde está? Clandestino. Pero, ¿nadie sabe dónde está? No sé. ¿Nadie sabe quién
sabe dónde está? No sé. Pero, ¿qué hace? No sé. Está clandestino... Se empezaba a
desarrollar y popularizar la esencia de lo que años después sería el Movimiento de
Liberación Nacional – Tupamaros, MLN-T: el trabajo político en el país desde la
organización en la clandestinidad.
Tres características pedían los compañeros que tuviera un ciudadano para ser
aceptado e integrado en la organización: que fuera honesto en su conducta, que fuera
de izquierda en política y que fuera discreto en su proceder cotidiano. Sólo eso.
Bueno, en fin, eso. Lo que quiero decir es que a nadie se nos pidió, que yo sepa, que
fuéramos revolucionarios para que nos integráramos al MLN-T. Si nos haríamos
revolucionarios o no, si nos hicimos revolucionarios o no, lo decide, lo decidió y lo
decidirá ese juez implacable que es el tiempo.
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Pienso que el accionar clandestino tupamaro dio lugar a lo que yo llamaría ‘lo tupa’,
que ha sido básicamente una síntesis, creo yo: muchos compañeros se inspiraron en el
héroe de ‘De los Apeninos a los Andes’, cuento del libro Corazón escrito por el italiano
Edmundo De Amicis, quien narró, con sentimiento italiano, el significado de
sacrificarse por los seres queridos, y de hacerlo a escondidas, sin que los demás lo
supieran y, por tanto, sin la posibilidad de recibir recompensa: el bien por el bien
mismo, por la necesidad íntima de hacer el bien y del placer que implica hacerlo.
Otros se inspiraron en Guillermo Tell, seguro en sus ideales y seguro en su pulso, en lo
general y en lo particular; o en Robin Hood, capaz de luchar por la ley cuando ha sido
puesto él mismo fuera de la ley; y en los ‘Tres mosqueteros’ de Hugo, “Todos para
uno y uno para todos.”; ellos y tantos luchadores por la justicia en todo el mundo,
tiempo atrás y tiempo adelante, todos, todos ellos sintetizados en Tupac Amaru:
americano, íntegro, digno, firme en su ideal hasta la muerte frente a la crueldad y la
perversidad españolas y católicas. Nuestra herencia americana y nuestra herencia
europea sintetizadas en el accionar tupamaro.
Creo que podríamos llamar ‘tupa’ a la mentalidad que se fue creando. En los años de
las décadas del ‘60 y del ‘70, es decir, cuando se desarrolló la lucha tupamara en
Uruguay, se fue gestando al mismo tiempo en nuestro país, y como consecuencia de
esa misma lucha esencialmente política y clandestina, una mentalidad nueva que fue lo
contrario, lo antagónico de la mentalidad fascista.
No voy a analizar aquí la mentalidad fascista porque no es lugar propicio ni creo estar
capacitado para hacerlo; por lo demás, si alguien quiere saber sobre la mentalidad
fascista analizada por uruguayos, lo remito a un libro publicado por la Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República en 1955, titulado
“Introducción al fascismo en la ideología del siglo XX” o al libro del profesor
universitario uruguayo Carlos M. Rama, titulado ‘La ideología fascista’ y publicado por
Ediciones Jucar de Madrid, en 1979.
En nuestro accionar político, clandestino y público, fuimos generando una forma de
sentir, de pensar y de actuar, esto es, una mentalidad. Los pequeños detalles del
accionar cotidiano influyen decididamente: es distinto que un compañero te llame ‘che,
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loco’ y vos te acostumbres, aunque seas abogado o estanciero, a que te sigan
llamando ‘Doctor’, o ‘Señor Ingeniero’ o ‘Don Fulano’; es distinto ir elaborando una
línea de trabajo en tu lugar, sea el que sea, a que te ‘bajen la línea de arriba’, la
responsabilidad se siente; es distinto escribir un ensayo sobre la solidaridad a vivir
solidariamente; es distinto hablar de revolución en una mesa de café a hacer las
pequeñas cosas cotidianas que un día llevarán a la revolución.
Que nadie crea que los tupas fuimos ‘hombres nuevos’. Ni siquiera creo que nadie se
lo planteara nunca. Se nos presentaron todas las contradicciones que se le presentan
a cualquier buen vecino cuando tiene que decidir entre sus necesidades personales y
las necesidades comunitarias. Todas aquellas cosas, y especialmente, yo diría muy
especialmente, el dejar el verbalismo endémico de la izquierda, el ‘bla-bla-bla’ y pasar a
la acción, determinó un cambio esencial en la mentalidad, en la forma de sentir-pensar-
actuar de las gentes.
Escribo la palabra ‘acción’ y sé que muchos la asocian a lucha armada. ¡Ha habido
tanta propaganda fascista en este sentido – y ¡ay, qué error-horror! –, que es
conveniente aclararlo: la clandestinidad en lo organizativo, nuestro accionar en lo
político en lugar del verbalismo, la búsqueda del cambio en las estructuras básicas del
sistema en lo socio-económico, creo que éstas sí son esencias de lo que fue lo tupa.
La lucha armada no fue lo esencial.
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Una profesora en no me acuerdo qué año del liceo nos habló de Tupac
Amaru. No me acuerdo muy bien, pero recuerdo que había sido uno de los últimos
soberanos que gobernó el Imperio Inca, quien había dirigido y defendido al pueblo Inca
contra la invasión española. Lo que más me impactó fue que los españoles mandaran
descuartizarlo con cuatro caballos, para separarle los miembros a Tupac.
Esto se lo conté a mi Viejo en una de las visitas al Penal de Libertad y mientras
estábamos hablando de Tupac Amaru nuestra conversación se interrumpió, ya que era
a través de aparatos de teléfonos – como los de las películas yanquis – que había en
las salas de visita. Yo no entendía qué pasaba, pero mi Viejo sonrió y me hizo señas
que estaba todo bien. De repente apareció un soldado con pendorchos en las
hombreras a tratar de ‘solucionar’ el problema del teléfono; cuando lo solucionaron
quedaban 10 segundos de visita. En esos 10 segundos, mi padre me dijo: “La historia
no se hace sola, la hacen los hombres y las mujeres y ¡mandale un abrazo grande a los
abuelos!”.
Y los teléfonos dejaron de funcionar.
Muchas veces los teléfonos en las visitas dejaban de funcionar y los presos políticos y
los familiares perdían minutos de hablar durante la visita, ya que generalmente lo
solucionaban faltando minutos o segundos, para el epílogo de la conversación.
Un día escuché decir a un señor en la sala de espera que cuando él hablaba de política
con el hijo empezaban a escuchar ruidos por el teléfono y casi no se escuchaban entre
ellos; yo me acuerdo de esto porque ese señor ese día me hizo un agujero en mi
camisa con el cigarrillo. La camisa me la había regalado mi Tía Nelly y me dijo que era
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una camisa de una tela no sé cuánto, muy cara. Y el señor me miró y me dijo perdoná,
gurí, y nunca más usé la camisa de la tela no sé cuánto.
Yo fui, desde 1972 hasta 1985, familiar de un tupa preso, desde mis diez años hasta
mis veintitrés repetía incansablemente: “Mi padre es preso político”. Como durante
esos años viví en Durazno, Dolores, Florida, Estados Unidos, Río de Janeiro y Suecia,
pienso que a esa frase la debo de haber dicho cientos de veces. Y la dije en cuatro
idiomas. En este período, también, los militares detuvieron a mi madre algunas veces
por espacio de meses cada vez.
Cuando estuve en Estados Unidos por una beca de intercambio, entre julio de 1980 y
julio de 1981, recuerdo que R. Reagan se estaba postulando nuevamente para la
presidencia; yo compartía con una familia estadounidense la casa y la vida. Un día,
hablando en una sobremesa, me dijeron que yo decía que mi padre estaba preso por
política para mandarme la parte. Claro, hoy en día, los entiendo. Era de verdad,
increíble.
Por esa razón al tiempo me cambiarían de familia y también la nueva familia tendría
que ‘lidiar’ con la historia del ‘hijo del tupa’. Pero la información aquí era distinta, la
nueva familia sabía al menos, por méritos y búsqueda propios, que en Uruguay había
una dictadura militar. Eso allanaba el ‘entendimiento humano’. No, perdón, empezó el
sentimiento humano. Que por suerte no tiene fronteras.
Creo que fue a partir de los tupas que encontré la solidaridad. ¿Acaso la historia de los
tupas no es sino una historia de solidaridad? ¿Acaso Tupac Amaru no es una historia
de solidaridad? ¿Acaso la gente, el pueblo, no es solidario con lo que siente y piensa
que tiene que ser solidario? ¿Acaso la solidaridad no tiene ese valor extra, es decir, no
es intrínseca e inherentemente desinteresada? La historia de mi vida, la historia de
trece años de mi vida encuentra la solidaridad de la gente. ¿Acaso yo era consciente?
No lo sé. Lo que sí sé, es que gentes y pueblos de dentro y fuera de Uruguay
expresaron dicha solidaridad materializándola de distintas formas...
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Pensar que tuve un padre tupa y una madre que buscaron la felicidad de otros cuando
ellos en sí ya eran felices y que tenían su techo y necesidades básicas cubiertas.
¿Existe actitud más noble que ésta?
Todo relacionamiento humano está dirigido a un fin. Cuando el fin es noble, o coincide
con el sentimiento de la gente, de los pueblos, aparece la solidaridad. Quizás el fin
último de las acciones de los tupas, quizás el desencadenamiento de las relaciones a
partir de mi situación de hijo de tupa, implica un mayor cariño por la gente y un eterno
agradecimiento por la solidaridad.
‘La historia la hacen hombres y mujeres de carne y hueso.’
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Las cartas
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Mi querido Hernán,
muchos años atrás, desde 1972 hasta 1985, pasé todo aquel tiempo distribuyendo dos
carillas de hoja tamaño carta, semanales – era la comunicación escrita autorizada por
los carceleros del campo de concentración de Libertad – entre los Viejos, que vivieron
hasta 1984, mi hermano Leonel y ustedes: Mami y nuestros hijos, Arielo, Ileana y vos.
Muchas circunstancias lógicamente cambiaron en tanta cantidad de tiempo, pero traté
de mantener las dos carillas semanales mientras nos lo permitieron; porque cuando
estábamos sancionados, lo que era muy común dada la bestialidad de los carceleros y
de las situaciones, la sanción también incluía la suspensión de la correspondencia
semanal.
Han pasado muchos años, hoy ya más de treinta desde que me tomaron prisionero, y
todo aquello va quedando en el recuerdo personal de quienes lo vivimos y se irá, luego,
con nuestras vidas, como se ha ido ya buena parte de esa vida y de esa historia.
Siempre había pensado, y lo sigo pensando, que no es positivo que eso se vaya con
nosotros, que se pierda. Porque es una experiencia humana muy profunda, muy rica,
muy dolorosa y que puede ser de gran enseñanza. Es, sin pretender ser ampuloso en
el decir, el dolor de todo un pueblo aplastado por el terror de los dueños del dinero, los
dueños de los bancos, que son familias y tienen nombres y direcciones, y sus
secuaces, los políticos corruptos y corruptores, los comerciantes corruptos y
corruptores, los profesionales corruptos y corruptores y los militares integrantes de las
fuerzas armadas de la República Oriental del Uruguay que se asociaron para
consolidar su poder y mantuvieron la dictadura cívico-militar de aquellos años.
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La limitación en la cantidad de espacio escrito autorizado tuvo un efecto interesante:
me obligó a pensar muy bien los temas sobre los que les quería hablar y luego a
sintetizarlos con la mayor claridad posible, lo que, a su vez, me obligó a pensarlos con
la mayor claridad posible. Hoy creo que todo eso me dio una libertad que yo no
conocía, entendiendo por libertad la capacidad de sentir-pensar los temas todos sin
cortapisas, llegar al fondo de mí mismo en esos temas y decidir, tomar la decisión de
cuáles quería tratar con ustedes y cómo quería trasmitirlos.
Muchas y muchos han escrito sus vivencias, narrado recuerdos, dejado en palabras
sus tristezas y sus alegrías: cuanto más abundemos en esto, mejor.
Creo que el sentimiento-idea-acto de libertad que acabo de expresar, que es el que
tengo ahora, empecé a desarrollarlo en aquellos años. Es algo similar a la libertad que
te da el dinero en la sociedad capitalista, ésta en la que vivimos: cuanto más dinero
tenés más libre sos, cuanto menos dinero, más esclavo. Es similar porque cuanto más
te conocés a vos mismo, y te aceptás como sos, blanco y negro y gris y en colores,
más libre sos, y cuanto menos te conocés y menos te aceptás, más esclavo sos.
Necesito detenerme un poco aquí, aunque me reitere. Fue en aquellos años de
prisionero cuando llegué a sentir que la libertad es una abstracción, una imagen
mental, que puede ser una fantasía maravillosa como Don Quijote de La Mancha, la
Energía, Cristo, El Dorado, el Che hoy, la Fuente de la Juventud, los Números Reales o
la Regla de Tres, y también y al mismo tiempo puede ser una mentira, un engaño
grosero: muchas veces en la historia se ha utilizado la bandera de la libertad para
someter y sojuzgar a otros seres humanos.
Sintetizar no es sencillo, requiere conocimiento y la capacidad de llegar a lo que
importa en una situación, a lo que le es esencial, a lo que, de no existir, haría que no
existiera tal situación; entre otras cosas. Y el problema, creo, es que ese “llegar a lo
que importa en una situación” depende fundamentalmente de que uno se acepte a sí
mismo como es, con aciertos y errores, con virtudes y carencias, así, en paquete. Y a
veces eso cuesta mucho...
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Tener que sintetizar constantemente, tener que encontrar los temas dentro de uno
mismo porque la vida en el campo de concentración es poco variada y muy rutinaria,
me llevó a que buscara conocerme y me llegara a conocer bastante y adquiriera de ese
modo, entiendo yo, el mayor grado de libertad posible para tomar decisiones.
Volvemos a hoy. Me puse a escribir; mejor dicho, decidí pensar, ordenar ideas y
empezar con los temas acordados... y allí estaba nuevamente la necesidad de
conocerme, y conocerme ahora, como en aquellos años. Ahora, treinta, más de treinta
años después. Pueden aparecer aquí, por lo mismo, similitudes con aquellas cartas.
Así que no seré objetivo, en el sentido político o ideológico o filosófico que muchos
asignan al adjetivo ‘objetivo’ o al nombre abstracto ‘objetividad’. No creo en la
objetividad; yo creo que el mundo que vive el peatón que está parado en la esquina
esperando el ómnibus un día de lluvia, en el momento que pasa un último modelo
conducido por alguien a quien los demás no le importan, y lo salpica con el barro de la
calzada ... y el mundo que vive quien conduce el auto, cuya rueda tira el barro, son dos
mundos diferentes; es decir, mundos sentidos, pensados y actuados de modo
diferente. Yo no puedo estar por encima de esta realidad; si pretendiera estarlo, me
descubriría en la absurda pretensión de ser un ‘dios’, capaz de percibir los dos mundos
a la vez. Lo cual no niega que la realidad sea una sola, que contiene en sí al peatón y
al conductor del auto. Niega, sí, en cambio, lo que los cristianos llaman el ‘don de
ubicuidad’: elimina la posibilidad de que un ser humano pueda vivir las dos situaciones
al mismo tiempo. Es decir: peatón o conductor, patrón o empleado, gobernante o
gobernado ... ¡y no hay vuelta de hoja!
Tampoco seré demasiado racional. No creo en la racionalidad pura. Yo creo que la
melodía más sentimental y dulce puede ser reelaborada en fórmulas matemáticas del
mismo modo que las fórmulas matemáticas, que rigen los mercados, se derrumban
como castillo de naipes cuando falla la confianza humana, un sentimiento bien poco
racional sobre el que está montado todo el ‘mercado libre’ capitalista.
Escribiré con una gran limitación: tengo muchos miedos. Este fue uno de los primeros
aprendizajes, consecuencia de la necesidad de síntesis: reconocer mis miedos y
aceptarlos como míos; sé cuales son mis miedos y sé que son feos, pero se puede
convivir con ellos. Se me presentan muchas dudas en cuanto a si decir o no decir aquí
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lo que pienso-siento realmente sobre cuestiones centrales, porque no acierto a decidir
cuál sería el beneficio o el daño que causaría al decirlas o al callarlas.
¿Diré o callaré, por ejemplo, que entiendo que después de todo lo vivido no mucho
parece haber cambiado entre nosotros, todos los que fuimos ‘compañeros’?
Seguimos viviendo bien o pucheriando o sin tener dónde caernos muertos ...
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Permítanme un agradecimiento inicial.
Querida Mami: gracias. Pienso que si no fuera por vos, yo no estaría escribiendo.
Claro, pienso esto: a los presos políticos se les podía enviar una carta por semana.
Durante trece años, nos da: seiscientas cincuenta cartas. De éstas – habría que
descontar las sanciones, no poder enviar ni recibir correspondencia – yo debo de
haber escrito una carta por mes más o menos. Muchas veces ‘no había ganas de
escribir’, pero vos siempre estabas atrás para que le escribiéramos al Viejo. No sé, hoy
en día me gusta escribir y a veces pienso que es de ahí que salieron las ganas.
Hubo distintas experiencias respecto a ‘las cartas’. Lo que escribiré luego de este
párrafo es producto de mi memoria respecto a situaciones vividas; luego de que
salíamos del Penal de Libertad y ya en viaje para Montevideo, muchas esposas,
novias, abuelas, tías, padres, hijos, abuelos, tíos, leían, en voz baja o en silencio,
cartas de amor, de ternura, en prosa o poesía, de pedidos, de silencios, de saludos, de
levantar el ánimo, de seguir bancando o aguantando, cartas que a veces terminaban
arrugadas, o contra el pecho cuando se terminaban de leer, o dobladas, para que las
leyeran otros.
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Escribí Cartas desde Río de Janeiro, Suecia, USA, Uruguay, Dolores, Florida,
Durazno, Montevideo.
Cartas de amor y de afecto.
Cartas con noticias jodidas y con alegrías.
No eran simplemente cartas.
Eran el contacto de la vida con la vida. La vida de ‘adentro’ y la vida de ‘afuera’.
¿Qué es una carta, sino un pedazo de uno que sale por un papel?
Cartas recortadas; cartas malditas; cartas censuradas; cartas leídas; cartas
machucadas y cartas sentidas. Cartas con perfume y cartas coartadas. Epístolas de
odio y misivas de cortejo. Papeles escritos con tintas desparramadas por espacios
infinitos, que querían hablar pero no podían, reflejarse sí podían.
Notas de apuro que provocaban ausencias de amor.
Avisos de fallecimientos y noticias de nacimientos.
Recados con pecados cometidos.
Pliegos de desconfianza, salpicados de postales de otros países.
Mujeres y hombres, hombres y mujeres, desterrados en su propio país, anónimos por
un tiempo.
Oficios de falsos jueces, con apócrifas sentencias, de aparentes y artificiales pruebas.
Mensajes de sensualidad en letras románticas sobre símbolos, a veces solo
descifrables por recuerdos de amor.
Leamos a distancia.
Solo esquelas sobre tu cuerpo quisiera ver. Déjame sentirte a través de la
correspondencia de mi amor.
Déjame leer tus grandes discursos de apóstoles seculares.
Anónimos abandonos de amores interminables.
¡Cuidado vino la sanción! La orden. ¡Este mes el recluso Nº Tal está sancionado, no
puede enviar ni recibir correspondencia!
Recortes epistolares de inquisidores analfabetos. Pudieron fraccionar las palabras, las
oraciones, pero no el mensaje. Pudieron herir, al pobre papiro, pero se ha reciclado.
Ignorantes de todos los tiempos: nada se crea, nada se destruye, todo se transforma.
Sellos de distintos países, mentiras oficiales de cartas extraviadas.
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Oficiales practicando la censura y aprendiendo a condenar creyéndose en un
pedestal.
Cuánto amor a la distancia, llevado solo por palomas mensajeras de blancos penachos
y azules cielos, que escribían con fresca lluvia sobre el plumaje, solo leído por secretos
tuyos y míos.
Una vez le pregunté a mi madre allá por el año 1974, yo tenía unos doce años,
mientras íbamos en ómnibus para Montevideo, por qué la señora de los lentes negros
las últimas veces siempre lloraba. Ella me dijo que los soldados no le permitían dejar
las cartas para el hijo. Yo le pregunté qué le ponía, qué le decía la señora en las cartas
al hijo. Y mi madre me miró para que me callara. Las madres a veces ponen ‘distintas
caras’ y vos entendés.
Por ejemplo, esta vez, mi madre me había mirado fijo y muy seria, eso quería decir que
‘de verdad’ me callara la boca. Después, cuando estuvimos solos al otro día, me dijo
que el esposo de la señora había fallecido, o sea el padre del preso político, y que al
hijo lo tenían sancionado. Mi madre me dijo que a veces los soldados cuando se
enteraban de algún fallecimiento de algún familiar, los molestaban con eso. Yo le
pregunté por qué hacían eso los militares, por qué se burlaban de él, si él ya estaba
triste porque murió el padre. Mi madre no me contestó y me abrazó. Enseguida, yo me
fui a jugar a la bolita. Recuerdo que ese día yo estaba muy triste porque había perdido
dos bochones (bolitas grandes) en la escuela. Me los había ganado Andrés, él tenía
mejor puntería que yo.
Otra vez no pude terminar de hacer un hoyo para jugar a la bolita porque mi madre me
llamó y dijo:
- ¡Dale Hernán, entrá porque tenés que tomar la leche, hacer los deberes y además te
toca escribirle a tu padre!
En esa carta yo le conté a mi padre que me peleé con Mauricio porque él quería hacer
el ‘hoyo’ más grande cuando jugábamos a la bolita y así siempre me ganaba.
Una vez le hice una carta a mi maestra, que no me acuerdo cómo se llamaba, cuando
estaba en 6º año de escuela, contándole que después de esas veces que los soldados
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entraban a nuestra casa y revolvían todo – que los grandes le decían ‘allanamientos’ –
me faltaban las figuritas y todas las ‘selladas’, tenía cinco que eran selladas y las tenía
en una latita ‘de la buena suerte’ que me había dado Maruja, que era una señora amiga
de mi madre, que cosía día y noche y por las noches escuchaba un programa de radio
donde la gente buscaba novias y novios; y se divertía y se reía mucho y me
contagiaba la risa. Ella decía que por la radio iba a encontrar a su príncipe. Ella
también decía que los soldados eran ‘unos maricones’ y que el Frente algún día iba a
ganar y yo no entendía y creía que los vecinos de enfrente eran los que iban a ganar,
pero no sabía ‘qué’ iban a ganar. Maruja murió en el 2005. Una vez, cuando yo tenía
diez u once años, ella me dijo que iba a mandar una carta a la radio para que le
consiguieran novio y nos reíamos juntos sobre qué poner en la carta…
No sé si la mandó.
Nunca le di aquella carta a la maestra.
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Los paquetes
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“Lo que pasa es que el contador dice que él pide a su familia que le traigan
dulce de naranja porque es el único que le gusta y el único que come. Que si a él no le
dan el dulce que le hace su madre, que no le manden otro porque no come.” “¡Pero la
gran puta, che! ...” “Pará, loco, no te calientes.” “Pero es un mamita, ¡no sé pa’qué
mierda se metió en esto! ... ¡si no es el dulce que me hace mamá, no quiero!”
Creo que Lenin está en lo cierto cuando dice que sin teoría revolucionaria no hay
práctica revolucionaria, pero creo que el compañero Raúl – ‘compañero Raúl’ dicen
algunos al Bebe, conocido como “Rufo”, además – también está en lo cierto cuando
nos repite que sin práctica revolucionaria no hay teoría revolucionaria. Porque... ¿me
querés decir cómo hacer para aplicar aquello tan revolucionario teóricamente “de cada
uno, según su capacidad; a cada uno, según sus necesidades”, en un piso del celdario
del campo de concentración de Libertad, donde habemos cien prisioneros en el sector
y menos de cincuenta reciben paquetes cada quince días y los milicos tratan de
controlar que no socialicemos ni la yerba y el control hace años que no afloja?
¡El control de los paquetes! Era la época ‘nacionalista’ de la dictadura, era la dictadura
de los primeros tiempos, casi romántica en comparación a lo que se vino después, los
milicos todavía no habían podido ajustar todos los mecanismos de destrucción de la
personalidad del prisionero y de su familia. Entre otras cosas que pudimos hacer en
aquellos tiempos, podíamos reunir lo que llegaba en los paquetes, yerba, azúcar, algún
dulce, materiales para manualidades, tabaco y hojillas, en fin, todo y distribuirlo lo más
equitativamente posible, de modo que los compañeros que no recibían paquetes y que
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no tenían cuenta en la cantina pudieran, aunque más no fuera, tomarse un mate o
fumarse un tabaco.
Los prisioneros procedíamos de todas partes y de todos los niveles económicos y
culturales del país. Esto se reflejaba en las familias, en las visitas, en los paquetes, en
las cuentas en la cantina. La cantina era un espacio en el celdario en el que había algo
así como un almacén organizado por prisioneros. Los soldados compraban y traían las
mercaderías; allí se almacenaban. Un prisionero recorría su sector, cincuenta celdas,
una vez por semana y levantaba el pedido; al otro día o a los dos días, lo distribuía. Los
familiares que podían depositaban dinero en cuentas a nombre del prisionero. El
sistema se había iniciado en los primeros días después de inaugurado el campo de
concentración por prisioneros que ya habían estado detenidos en otros centros.
A cargo del celdario había un Mayor del ejército, que era sustituido cada seis meses.
Cada nuevo jefe que llegaba marcaba su presencia: en una organización altamente
individualista como es un ejército, si un jefe no deja la huella de su personalidad es un
flojo. Aquella vez llegó el nuevo Señor Mayor Jefe del celdario y mostró un
temperamento casi alegre, afable diría yo, poco milico. Recorría todo el campo de
concentración, se paraba a observar a los que estaban trabajando afuera, carpiendo,
hablaba con los prisioneros y alguna vez hasta se le vio reír.
Un día comunicó que recorrería todo el celdario, celda por celda, conocería a cada
prisionero, hablaría con cada uno. Y así lo hizo: pasó tal vez una semana visitando
celdas, charlando, haciendo preguntas. Y como nada había que ocultar, y como este
Señor Jefe era tan campechano, los prisioneros explicaban todo, cómo centralizaban el
tabaco para atender las necesidades de cada compañero, si prefería rubio o negro,
fuerte o suave, cómo distribuían los materiales para las manualidades de modo que los
compañeros que tenían familias que eran muy pobres pudieran hacer cosas para
vender y ayudar a parar el puchero ... El Señor Jefe pudo hacerse su composición de
lugar y entonces, a la semana siguiente emitió un comunicado en el que hizo conocer
una lista de cincuenta y una nuevas prohibiciones, incluyendo la utilización de cualquier
cosa recibida en los paquetes de unos para atender las necesidades de otros.
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Justo cuando llego a casa estaba mi abuela rallando el jabón de tocador.
Al rallador de queso lo utilizábamos para rallar los jabones para ‘el paquete’ de los
presos políticos. Aún restaba bastante por hacer: había que rallar la barra de jabón Bao
y desmenuzar el tabaco. También había que rallar la barra de chocolate (para cocoa) y
había que empezar a embolsar todo en las bolsitas de nylon: todo tenía que ir en
bolsas de nylon transparente. Una vez se nos rompió la bolsita que tenía la pasta de
dientes y se enchastró todo lo demás; mi madre dijo una cantidad de malas palabras,
por eso me acuerdo, porque mi madre nunca decía malas palabras. No podíamos
olvidarnos de pesar todo y que no nos pasáramos del peso permitido por bolsita,
porque si no, ‘no lo dejaban pasar’. Eran trescientos gramos de esto, doscientos
cincuenta de aquello, un kilo de esto y medio de aquello otro. Tampoco podíamos
descuidar el número de la bolsa.
‘No lo dejaron pasar’, ya fuera referido a los familiares o a las cosas ‘del paquete’, era
uno de los comentarios más generalizados en las visitas a los presos políticos, fuera
antes o después de la visita. Todas las visitas había reglamentaciones nuevas, órdenes
nuevas, que siempre iban en contra de los familiares o presos políticos. Yo me acuerdo
de eso porque mucha gente después de que le tocaba entregar el paquete salía con
lágrimas en los ojos.
El mostrador donde se entregaba el paquete, cuando yo tenía más o menos once años
era de mi estatura, y yo siempre me ‘colgaba’ con los brazos para poder ver. A una
señora le abrieron con un cuchillo una bolsita de dulce de durazno porque tenía algo
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duro adentro; la señora le dijo que era un carozo. El soldado, que tenía un tabaco
armado en la boca, que se lo pasaba muy rápido a cada lado de la boca, le dijo que
“Carozos no pueden pasar.” Y tiró la bolsa con dulce de durazno a la basura. La señora
que era más joven que mi madre se enojó y le dijo que por qué había tirado el dulce y
también dijo algunas malas palabras y yo miré a mi madre y mi madre justo venía hacia
la señora, se le acercó y le dijo al oído:
- “Roxana, ¡te van a dejar sin visita!” A la señora se le veía el sutién, yo me daba
cuenta porque tenía sus senos casi enfrente a mis ojos y se le había desprendido un
botón.
A Roxana, cuando estaba haciendo la cola para que las mujeres soldados la revisaran,
antes de entrar a la sala de visita, se le acercó Amanda, que era una mujer-soldado
vestida de azul y le dijo que la acompañara afuera. Roxana no pudo entrar a ver a su
padre. Le deben de haber dicho así:
“¡El recluso N° tal está sancionado y no puede recibir paquete ni visita!”
Yo había escuchado muchas veces, colgado del mostrador, decir al soldado esa frase
con muchos números de presos políticos.
A Roxana, otros familiares la abrazaron y le dijeron que esperara a que salieran todos
de la visita, así le comentaban cómo estaba su padre.
Cuando salimos de la visita, Roxana se había prendido el botón de la camisa y todos
hablaban con ella.
‘Los paquetes’ eran bolsas de arpillera plástica blanca, con dos manijas grandes,
donde se ponían determinados artículos que consumían los presos políticos en el
Penal de cínico nombre: ‘Libertad’. En los costados del bolso se ponía el número del
preso.
Cuando dejabas ‘el paquete’ en el Penal de Libertad, siempre había una nueva
reglamentación o ‘nueva orden’ de que el tabaco había que separarlo en bolsitas de
100 gramos cada una o que el jabón no puede venir en barra, hay que rallarlo con la
parte más finita del rallador. Y lógicamente ya estábamos acostumbrados a que no nos
dejaran entrar algo porque estaba en infracción por la ‘nueva orden’. Y siempre los
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paquetes estaban en infracción porque no avisaban con antelación los cambios de
órdenes.
En casa se preparaban dos paquetes, uno para Papo y otro para otro preso que no me
acuerdo quién era. Papo había dicho que su familia era muy pobre y que no podían
llevarle ‘el paquete’. Mami ayudó a mucha gente con los pasajes para el ómnibus o con
‘el paquete’ o con remedios para los presos políticos o para los mismos familiares.
Los militares no permitían que los ómnibus que llegaban hasta el Penal de Libertad
entraran hasta los lugares de visitas. Había que cargar con ‘los paquetes’, que eran
muy pesados, y caminar al costado de la carretera como unas seis o siete cuadras.
Siempre había que ayudar a alguien. A veces iban abuelas solas con tremendos
paquetes.
A veces cuando escucho la palabra “paquete”… se me vienen muchas cosas a la
cabeza.
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Visita de adultos
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La señora entró cuando ya hacía dos o tres minutos que había
comenzado la visita. Nunca antes había sucedido que permitieran entrar a alguien
después de iniciada. Todos estábamos sentados, teléfono en mano enfrascados en las
primeras preguntas y respuestas ansiosas, pero no pudimos evitar mirarla. Su cara
expresaba con toda claridad su estado: sus ojos no lagrimeaban, más bien chispeaban.
La cara descompuesta de furia e indignación, ella se movía con mucho ímpetu. Llegó al
lugar donde la esperaba su esposo, preocupado ya porque pensaba que la habrían
sancionado por algo y no la dejarían entrar. Aunque resultaría extraño, porque era una
señora tranquila, suave, dulce... “¡¡Pero la puta madre que las parió ...!!” casi gritó la
señora mientras tomaba el tubo del teléfono, antes de sentarse.
La milica que la revisó había intentado acariciarle los senos y la había presionado de
distintas maneras. La señora se lo relató a su esposo con todo detalle, algunos
comentados en voz lo suficientemente alta como para que todo el mundo la escuchara.
El esposo intentó calmarla diciéndole que no era solo ella, que lo mismo ya le había
pasado a otras familiares, que parecería que no son pocas las milicas que tienen sus
cosas extrañas ...
Cada visita era un cacho de vida. Se pasaba lista a toda la familia, los amigos, el barrio,
la economía, la política, la salud, la escuela, el liceo, la vida toda en unos pocos
minutos, cada quince días. A veces una noticia triste, porque los años pasaron y la
gente envejeció. A veces una noticia alegre, porque los años pasaron y los jóvenes se
casaron y encargaron niños... ¡cada año nos hacían abuelos a unos cuantos!
Sabíamos que muchos de nuestros familiares asociaban nuestro aseo con nuestro
estado anímico: prolijos, buen ánimo, desprolijos, volando bajo. Sabíamos, además,
® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 57
que nuestro estado anímico incidía sobre ellos, así que el presentarnos prolijos a la
visita era preocupación especial. Y eso requería una planificación adecuada, porque lo
más visible era el mameluco y hubo tiempos en que nos entregaron mamelucos cada
tres o cuatro años ... así que había que estudiar qué compañero del sector podía tener
el mismo talle que uno, alguien que tuviera un mameluco presentable y otro para ir a
trabajar y al patio, que pudiera prestar uno, que no tuviera visita el mismo día o el día
anterior para que diera tiempo a lavarlo y cambiarle la tela con la indicación de número
y ubicación ... en definitiva, en la semana siguiente a una visita ya debía empezar la
planificación para la próxima visita. Y también a remendar el mameluco y que quedara
lo más prolijo posible.
Muchas veces, años después, he tratado de analizar qué incidencia tuvo en nosotros, o
mejor dicho en mí, todo un montón de hábitos pueriles, infantiles, a los que tuvimos que
acomodarnos en el campo de concentración. Son hábitos de niños que se ejecutan y
se repiten hasta que se vuelven parte de uno. Creo que se podría pensar a los
soldados como niños perversos o adultos aniñados, soberbiamente aniñados.
Recuerdo esto aquí, precisamente, porque desde la salida hasta la vuelta de la visita
repetíamos cada vez la misma serie de estos hábitos.
Cuando abrían la puerta de la celda para que concurriéramos a la visita ya los
movimientos estaban prestablecidos: salir y pararse frente a la puerta de la celda
adoptando la posición de recluso – básicamente, las manos atrás y mirando al frente
sin mover la cabeza –; a la orden del cabo a cargo, salir en fila india del sector y
pararse en fila frente al puente de control, donde éramos inspeccionados por el
sargento de piso; a la orden del sargento de piso, bajar las escaleras y formar fila
nuevamente en la guardia, donde se nos pasaba lista; a la orden del oficial de guardia,
salir en fila del celdario y concurrir al locutorio, cada recluso mirando la nuca del recluso
de adelante y siempre con las manos atrás ... un milico indicando el camino, otros
milicos a los costados custodiando, otro atrás, todos con sus palos correspondientes y
el cabo dirigiendo el camino de la fila de prisioneros. Al llegar al locutorio, debíamos
esperar formados, mirando hacia adelante. Cuando la tanda anterior salía, no
podíamos saludar a ningún otro recluso... es decir, mirábamos a los compañeros como
si fueran extraños, aunque fueran hermanos, o padres o hijos o amigos.
® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 58
Así llegábamos a la visita a encontrarnos con nuestros familiares que venían de ‘la
normalidad’, de la problemática de la vida ‘afuera’, de la vida ‘normal’ ... si es que aún
puede llamarse ‘normal’ la vida en dictadura; y nuestras madres, nuestras esposas y
nuestras hijas llegaban recién salidas de la ‘revisación’ de las mujeres soldados.
Mientras pasaban los años en el campo traté de analizar cómo iba incidiendo en mí
aquella infantilización de movimientos... porque todos sabemos que los movimientos se
internalizan y se crean sentimientos y pensamientos nos guste o no, lo sepamos o no,
seamos conscientes o no, lo creamos o no. Pienso que analizarlo en el campo de
concentración me hizo bien, me defendió de tanta imbecilidad, pero he seguido
analizándolo años después de dejar el campo. Conocer y comprender esto ayuda a
conocer y comprender la manera de actuar de mucha gente y, por supuesto, de los
soldados.
En el recuerdo, muchas visitas se confunden unas con otras, pero la memoria es
selectiva: no sé qué criterios pautan mis recuerdos y mis olvidos pero sé que hoy me
gustaría olvidar situaciones recurrentes de aquellos años. Como también me gustaría
traer a mi atención consciente y fijar en el recuerdo imágenes huidizas, fugaces,
apenas insinuaciones que cada tanto llegan y se van, que no puedo fijar, que me
inquietan no sé por qué y que, aunque quisiera asirlas, se esfuman en el olvido como
los aviones que se alejan y se vuelven un punto en el azul y luego nada.
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Aveces mi corazón se entristece cuando pienso en las visitas de adultos a
los presos políticos.
Las visitas de adultos eran a partir de los catorce años me parece, o estoy en la duda si
no fueron a partir de los doce años, ya que no fue mucho tiempo que yo pude ir a las
visitas de niños. Tampoco lo he querido preguntar, porque hasta el día de hoy se me
hace un nudo en la garganta y no puedo hablar de ese tema. La sala de visitas de
adultos medía unos treinta metros de largo por unos diez de ancho y estaba
estructurada de forma tal que no había contacto físico con los presos políticos. Los
familiares se sentaban de un lado, los presos políticos del otro. Eran bancos de
material. Había unas cinco o seis hileras de bancos para sentarse y cabían unas siete u
ocho personas, sentadas una al lado de la otra. Recuerdo que a veces escuchabas la
conversación de al lado.
No recuerdo exactamente cuál fue la evolución ‘material’ en la sala de visita,
concretamente me refiero a la evolución, los cambios que fueron ocurriendo en el
‘espacio material entre el preso y el familiar’, es decir, lo que imponía la forma o el
medio de comunicación a utilizar.
Desde siempre hubo un vidrio que separaba. (Todo esto se me mezcla con la primera
vez que vimos a Papo en el cuartel de Durazno: era una pieza casi oscura, con olor a
humedad, él estaba a dos metros de nosotros sentado en una silla y había dos militares
en la pieza.) O quizás comenzaron las visitas solo separados por espacios de aire, no
recuerdo. En los primeros tiempos, en el vidrio había un hueco circular de unos diez
centímetros de diámetro para que la gente se comunicara y por supuesto todo el
mundo se daba la mano y hasta se besaban por ahí. Luego, casi enseguida, al círculo
® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 60
le pusieron ‘alambrina’ (tejido de plástico o de metal, no recuerdo bien) y así evitaron
los militares que la gente se tocara y se besara. Luego al tiempo suprimieron la
‘alambrina’, taparon el hueco con no me acuerdo qué y pusieron teléfonos.
El comentario de todo el mundo era que eso lo hacían para poder escuchar lo que
hablaban los presos políticos con sus familiares. Claro, eso se corroboró en seguida.
Los presos políticos eran torturados psicológicamente – eso decía mi abuelo y yo no le
entendía – con datos obtenidos de las conversaciones con los familiares (lo mismo
pasaba con las cartas). Por ejemplo, si sabían que un familiar estaba enfermo o el
preso manifestaba algo, los militares tomaban ese dato y lo utilizaban para molestar al
preso, para torturarlo psicológicamente; también torturan psicológicamente, decía mi
abuelo y yo no entendía.
Esto a veces no lo entiendo. Hoy, sigo sin entenderlo. Claro, si escucho las
manifestaciones de los militares de hoy en día justificando la tortura para salvar la
patria, puede ser que lo entienda; pero igual algo no me cierra. ¿Cómo un ser humano
puede sistemáticamente torturar a otro ser humano? ¿Acaso la conciencia no existe?
¿Acaso el remordimiento es un sentimiento que se aprende? ¿No existe una
percepción de la integridad humana, digo una percepción individual de qué es un
torturador? ¿Vivimos en una sociedad donde las personas que torturaron y violaron
mujeres indefensas andan caminando por la calle junto a nosotros? ¿Es así realmente?
¿Cómo es posible que el instinto supere el discernimiento, que la inteligencia no haga
una objeción a un acto aberrante?
Tanto en la sala de espera como en la sala de visita había de esos grandes espejos,
que de verdad se ven del otro lado. No me acuerdo si había cámaras de esas que
filmaban todo el tiempo.
En la sala de visita había soldados hombres y mujeres soldados con ametralladoras y
perros.
No se podía saludar a otro preso político, es decir, hacerle ‘adiós’ con la mano. Estaba
prohibido.
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Las visitas eran de cuarenta y cinco minutos, cada quince días y la visita de niños era
una vez al mes. Si iban dos familiares a verlo al preso político, tenían que dividirse los
tiempos o sea veintidós minutos y medio por persona; no podían entrar juntos.
No se podía poner ‘mano contra mano’ en el vidrio, aunque muchos lo hacían. Muchos
fueron sancionados por dicha razón.
Había visitas de adultos que eran tristes; me animaría a decir que para mí, casi todas lo
eran. Recuerdo los silencios de los familiares cuando salían de las visitas. Eran
silencios que se me hacían eternos. Muchos familiares salían llorando.
A veces cuando voy a un entierro, el recorrido desde que se llega al cementerio y se
traslada el féretro hasta el lugar de sepultura, me hace acordar a la salida de las visitas.
Eran solo unos minutos, luego todo el mundo empezaba a hablar, a mostrar artesanías,
a reír, a llorar, a abrazarse, a compartir, a organizar.
Sí, ahí se organizaba también, familiares y mucha gente ayudaba a otros familiares con
el paquete o dinero para transporte.
En la Sala de espera, una vez me dijo una de las mujeres soldados:
“Si no deja de saltar, su padre puede tener problemas.”
Esa vez yo tendría unos quince años y estaba jugando en la sala de espera con un
niño de unos tres años cuya madre estaba ‘visitando a su esposo’. Le contesté que yo
no estaba saltando, que era el niño chico el que saltaba, pero ella me respondió que
esperaba que no fuera sordo. Me callé la boca y me empezaron a salir lágrimas, una
detrás de la otra. El niño me miraba y no entendía nada.
Me tuve que tragar las lágrimas de apuro, ya que mi madre estaba por salir y me
tocaba entrar a mí. Recuerdo que le dije a Papo que tenía un resfrío bárbaro. El Viejo
se rió y me dijo que los hombres también lloran y estuve como diez minutos llorando.
Esto nadie lo sabía. Hasta ahora. Hablaba y lloraba y lloraba y hablaba. Terminamos
riéndonos de un cuento que él me hizo.
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Visitas de niños
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La visita de niños era una vez por mes, en un jardín cercado que los
milicos habían preparado junto al locutorio, el edificio donde se realizaban las visitas de
adultos. El jardín permitía el contacto con los niños, pero la autoridad carcelera no lo
autorizaba. Caminábamos uno junto al otro o nos sentábamos, también uno al lado del
otro, en los bancos. La visita de niños coincidía con una de las visitas de adultos, así
que allí coincidían mis padres, cuando podían venir, con mis hijos, sus nietos.
Aquella mañana de visitas el Viejo Mito quedó muy sorprendido cuando el cabo le
informó, allá en la primera entrada al campo de concentración sobre el camino que
viene de Libertad, que el señor oficial de guardia no le permitía pasar. “Pero, ¿cómo?
Pero, ¿por qué? ¿Estaría mi hijo sancionado?” No, no podía estar sancionado porque
los demás familiares que venían a verlo podían pasar. “¿Era una sanción a mí?” El
cabo correría los trámites con el señor oficial de guardia para averiguar el motivo.
El señor oficial de guardia había decidido que no se podía entrar con barba a visitar a
un recluso.
El Viejo Mito tenía bastante más de ochenta y hacía años que lucía su barba, no
entera, no sé como se le llama, él le decía ‘perita’. Me cuentan que abrió los ojos muy
grandes, miró en derredor a otros familiares que esperaban para ser autorizados a
entrar y dijo algo así como “¡Creo que seguiré asombrándome hasta el día que me
muera!” Y quedó inmóvil, mirando a lo lejos.
Otro familiar, viejo conocido de las visitas por la cantidad de años que habían
coincidido, le ofreció llevarlo en su vehículo hasta la peluquería, en Libertad. “¿Querría
el Viejo Mito afeitarse la ‘perita’? “¡Por supuesto!” La barba no le impediría verme,
® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 64
¡había viajado más de doscientos kilómetros para verme! Más tarde, cuando lo tuve
frente a mí en la visita, se frotaba la cara y la pera, recién afeitadas, le brillaban los ojos
mientras me repetía, sonriente, que Einstein tenía razón, que la imbecilidad humana es
infinita.
También los niños traían el relato de la ‘perita’ afeitada del abuelo. Pero preguntaban,
no comprendían, “¿Por qué tuvo que afeitarse si muchas veces entró con barba?”
La visita de niños es algo muy concreto en el recuerdo y tiene nombres propios para
mí: Ileana, Hernán. ¿Cómo explicarle a dos niños que su abuelo tuvo que afeitarse la
barba para visitar a su hijo en el campo de concentración porque a un señorcito oficial
de guardia se le había antojado? ¿Cómo explicarle a una niña y a un niño el concepto
de poder, el uso del poder, el abuso del poder, la imbecilidad humana en el poder?
¿Cómo explicarle a un niño la barbarie capitalista? ¿Cómo explicarle a un niño que su
padre no estaba con ellos porque había optado por actuar de acuerdo a lo que sentía y
pensaba? ¿Cómo explicarle lo que era la lucha por el socialismo en nuestro país en
esos momentos? Yo no supe hacerlo, creo; sé que me resultó más fácil hablar de la
Pachi y sus perritos ...
El Interior tiene su magia. Se camina tranquilo, se saluda, se encuentra con vecinos y
amigos con quienes intercambiar comentarios... Así, las pocas cuadras que van del
Liceo hasta Magisterio, donde tenía mi próxima clase, me podía llevar más de media
hora de caminata. De todos modos, llegué bastante temprano. Dos o tres estudiantes
charlaban en el patio y jugaban con una perrita que apenas se paraba.
Me acerqué a ellos, curioso, y me dijeron que la habían traído para sacrificarla en clase
de anatomía, creo, y estudiarla. Vi aquel animalito, blanco con manchas negras,
juguetón; quería correr y tropezaba y se daba vueltas en el piso. Lo levanté, ¡no!, no
podía ser que lo sacrificaran. Pregunté si no me lo regalaban. ¡Pero es perra!, me
dijeron los tres a coro. “Y sí, pensé, pero igual...” La Pachi, así fue bautizada, creció y
se hizo adulta.
“Cuando la palmera se enamoró del viento y otros cuentos” 1972 – 1985 Memorias narradas,
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“Cuando la palmera se enamoró del viento y otros cuentos” 1972 – 1985 Memorias narradas,

  • 1. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. “Cuando la palmera se enamoró del viento y otros cuentos” 1972 – 1985 Memorias narradas, casi ficciones Ariel Poloni Dabalá – Hernán Poloni Gruler (Padre) (Hijo)
  • 2. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 2 (estos datos van al dorso de la página del título) Editorial: Azul Marino Publicaciones Diseño de Tapa: Gabriela Barreiro ISBN: 1ª. edición – setiembre 2006 copyright – Oscar Hernán Poloni Gruler Impreso en M&S Impresos Pablo de María 1567 – Tel. 400 42 74 Encuadernación: La Encuadernadora Ltda. Fiol de Pereda 1125 – Tel. 208 21 01 Dep. Legal N°. Distribuye: Azul Marino Publicaciones Dirección de correo electrónico: azulmarino@adinet.com.uy Hernán Poloni Gruler Dirección de correo electrónico: hpoloni@adinet.com.uy Ariel Poloni Dabalá Dirección de correo electrónico: ap64@adinet.com.uy
  • 3. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 3 Dedicatoria A mis dos madres: Mami, María Teresa Gruler Acosta y Lala, Lylia Egeland. También a Federico Ruibal Bello, Ana Peralta Ansorena y Andrew Egeland, a quienes siempre recuerdo. A Alberto Blanco y a Roberto Luzardo, dos compañeros, es decir, dos tupas, dos seres humanos excepcionales, asesinados en su juventud en nombre de la libertad y la democracia.
  • 4. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 4 Exordio
  • 5. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 5 Este libro lleva un exordio. Este exordio desde aquí sugeriría leerlo lentamente y en voz alta. Pero no sabía qué cosa era un exordio. “Exordio”, vocablo que viene del latín, “exordium”, que significa principio, introducción o preámbulo de una obra o discurso. Es probable que este libro no sea una obra ni un discurso. Este libro…, bueno me quedo pensando... si no es una obra o un discurso... ¡Le preguntaré a mi amigo el filósofo! También se lo preguntaré a mis muertos. También se lo preguntaré a mi madre, sabe de muchos exordios. Este libro está sólo hilvanado, cada uno tendrá que adentrarse y preguntarle a la historia… …, el qué, no sé. Este libro trata sobre “Los Tupas” de los ´60 y de los ´70. Sobre “Los Tupamaros” de la República Oriental del Uruguay. Este libro también trata de un hijo de “tupa”, que tenía 10 años cuando su padre tupa fue hecho prisionero.
  • 6. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 6 Este libro ha sido un rompecabezas, al que le faltan piezas. Este libro nació preguntando, preguntas sin respuestas. Este libro son recuerdos, vivencias en mi cabeza, siglo XXI. Este libro trata de explicar (me) lo que hemos (he) vivido. Este libro trata de ayudarme a entender por qué fui educado para vivir en un mundo donde necesario no era explotar ni exprimir al otro. Este libro no explica por qué los pobres siguen siendo pobres. Tampoco por qué seguimos explotándonos unos a otros y otros a unos. Este libro ha sido empresa de mi padre y mía. Este libro también es producto de mucha gente que ha opinado y nos ha ayudado. Este libro no quiere ser libro pretende ser entendimiento. Este libro relata lo que el adentro a veces calla.
  • 7. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 7 “Tupamaros, organización revolucionaria de Uruguay en la década del ’60 y principios de la década del ’70, fundada por Raúl Sendic. Tomó su nombre del luchador por la libertad indio Tupac Amaru y es uno de los primeros ejemplos de la llamada guerrilla urbana en la post-guerra.” Brå Böckers Lexico – Diccionario Enciclopédico Sueco. “Los primeros años de la década de 1970 vio la emergencia de varios extremistas de izquierda unidos en el Frente de Liberación Nacional Tupamaros (fundado en 1965), el que se embarcó en una campaña de terror.” Bol’shaia Sovestkaia Entsiklopediia – Enciclopedia de la Unión Soviética. “TUPAMAROS. Nombre de una organización revolucionaria clandestina surgida en Uruguay en 1962, para luchar contra el imperialismo estadounidense. Alcanzó gran arraigo popular hacia 1970, pero a partir de 1972 la represión militar consiguió su desmantelamiento y la detención de sus principales líderes, entre ellos Raúl Sendic.” Diccionario Enciclopédico SALVAT La segunda guerra mundial terminó en 1945. Entre 1945 y 1955 se desarrolló el Plan Marshall en Europa, que re-industrializó a la Europa Occidental surgida de las ruinas, edilicias y sociales, de cinco años de guerra. Los viejos imperios europeos, el inglés, el francés, el holandés, el belga, el español, el portugués, se habían hecho pedazos y en pocos años sus ex colonias declaraban sus independencias y se transformaban en nuevos países libres. Los países de Europa Oriental y varios de Asia se unían para conformar lo que se llamó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
  • 8. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 8 Mientras tanto en América Central y del Sur, las exportaciones que la guerra había exigido, la paz ya no las exigía. El mundo se transformaba rápidamente, los países de Europa, Japón y Estados Unidos se industrializaban más cada año y sus niveles de vida crecían mientras aquí en el Sur veíamos crecer la pobreza día a día. En Uruguay, un socialista, estudiante avanzado de abogacía de la Universidad de la República en Montevideo, Raúl Sendic Antonaccio, entendió que para intentar cualquier transformación social en serio debía llegar a trabajar, a vivir entre los más oprimidos, debía llegar a ser uno más de ellos. Y llegó a serlo, según sus compañeros, los propios oprimidos. Se fue al norte del país, donde la justicia parece tardar más en llegar que en el sur, y desde allí, desde los cañeros de Bella Unión, zona ubicada en el otro extremo de Montevideo, empezó su campaña de organización clandestina y lucha. Con el tiempo, la organización se desarrolló, incorporó miles de mujeres y hombres uruguayos y llevó a cabo infinidad de acciones revolucionarias. Sus integrantes fueron gente de pueblo de todo tipo, trabajadores, comerciantes, estancieros, curas católicos, sacerdotes protestantes, artistas, profesores, estudiantes, profesionales, amas de casa, periodistas, deportistas; había representantes de todas las actividades; mujeres y hombres de pueblo, de todos los partidos políticos y de todas las creencias religiosas y de todas las edades ... era un pueblo que se había unido para lograr su liberación. Al pasar de los años llegó a llamarse Movimiento de Liberación Nacional, Tupamaros. El primer héroe nacional uruguayo, Don José Gervasio Artigas, ya había sido llamado ‘tupamaro’ por sus enemigos, porque sus enemigos eran ‘los malos extranjeros y peores americanos’, a quienes no gustaba la rebelión de Tupac Amaru y, por lo mismo, para ellos ‘tupamaro’ era un adjetivo despectivo. Como lo fue, de nuevo, en las décadas de los años 1960 y 1970; en contraposición al concepto de los revolucionarios, para quienes llamarse ‘tupamaro’ era el mayor de los orgullos. Tupac Amaru fue el indio peruano que desafió a todo el Imperio Español, que no aceptó venderse y pasó al recuerdo de los tiempos como ejemplo de liberación y dignidad. Los nobles y cristianos y civilizados españoles ataron cada uno de los miembros de Tupac Amaru a un caballo; luego montaron los cuatro caballos y los espolearon hasta que los miembros se separaron del tronco ... Tupac Amaru estaba
  • 9. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 9 vivo ... hasta el último suspiro su voz siguió acusando a sus asesinos y los sigue acusando aún hoy. Tupamaros fueron los integrantes del Movimiento de Liberación Nacional fundado por el segundo héroe nacional uruguayo, Raúl Sendic Antonaccio. La esencia del Movimiento fue la clandestinidad, su objetivo la liberación del imperialismo, su método la guerrilla urbana. La lucha de los uruguayos por un país mejor incluyó tanto pueblo y la dictadura llegó a tantos extremos de criminalidad y perversión que, cuando llegó el período llamado ‘de transición a la democracia’ – dicho sea de paso, período que parece continuar indefinidamente –, muchos dirigentes políticos prefirieron olvidar y llamar a olvidar aquellos años, con sus luchas y sus aberraciones, y así lo plantearon a sus seguidores y a todo el pueblo y así pretendieron hacerlo con discursos y leyes. Pero la tortura es algo que no se puede olvidar de ninguna forma, y menos por decreto: se integra en la personalidad del torturador y del torturado por el resto de sus vidas. ¿Se puede olvidar el crimen como método de gobierno? La lucha tupamara en Uruguay ayer es un hecho de la realidad hoy: se ha decretado su olvido, pero el pueblo la recuerda y la lucha continúa. El trabajo, el estudio, la narración, el análisis que han hecho los tupamaros, los de ayer y los de hoy, y también sus enemigos, en los tiempos posteriores y hasta este mismo momento en que escribo estas líneas sobre la lucha tupamara, es otro hecho de la realidad, diferente. La lucha tupamara es un hecho, su narración posterior es otro, diferente. Lo que vivimos ayer es parte de la historia. Lo que narramos hoy también es parte de la historia. El primer hecho de la realidad en el tiempo, ‘la lucha tupamara’, tendrá el significado que, en el transcurso del tiempo, le dé este otro hecho, posterior, ‘trabajo de los tupamaros y los enemigos’. En otras palabras, el significado que tiene hoy lo que sucedió ayer – lucha tupamara – se lo ha dado el estudio, o no estudio, y la narración posterior – publicidad de los tupamaros y los enemigos –; sin este trabajo posterior la lucha tupamara sería apenas un dato perdido en la historia del Uruguay, como es por
  • 10. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 10 ejemplo, hoy, la lucha por la supervivencia, ayer, de los indios autóctonos de nuestra tierra. “A la historia, la escriben los que ganan” es una sentencia que a los fascistas gusta mucho repetir ... y es posible que cuando a la historia la escriben nobles, soldados o curas, deformen los hechos para acomodarlos a sus intereses individuales o corporativos; esto está en conformidad con su idea voluntarista del quehacer humano y su visión guerrerista de la vida, a la que viven en función de fuertes y débiles, victorias y derrotas, éxitos y fracasos. Pero la vida es algo más que esto y la historia es nada más, ni nada menos, que la vida narrada en el devenir del tiempo. Y la Vida y el Tiempo se ríen de la soberbia y la vanidad de quienes creen tener el poder para inmortalizar mentiras e imbecilidades ... ¡triste de aquel que no comprenda que cada uno, individualmente, es nada en el espacio-tiempo, que es menos que un copo de nieve en una avalancha, menos que una gota de lluvia en la tormenta! Estas narraciones, estas casi ficciones, son parte de la vida de nuestro Uruguay en la época del denominado ‘proceso cívico-militar’: así es como los fascistas llamaron, y llaman, a la dictadura fascista cívico-militar que tanto contribuyó a destruir la economía del país y que buscó exterminar la felicidad de su pueblo.
  • 11. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 11 Prólogo
  • 12. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 12 Es interesante. En mi familia nunca hemos reconstruido lo que vivimos, es decir, los cuándo, los cómo, los quiénes, los por qué, los dónde, los cuántos, los qué... Distintas veces, sin querer, sin buscarlo, evoco situaciones, aromas, nombres sin rostros, rostros sin nombres, palabras sin bocas, idiomas confundidos, formas, sombras, sonidos, cerrojos en los sentimientos, trancas en los pensamientos, candados sin llaves en las ideas. Todo surgió debido a que una vez, hace como tres años, hablando con mi Viejo de todo un poco, sin querer surgió el tema del día que lo llevaron preso. Él comenzó a hablar y yo no salía de mi asombro: lo que él contaba no coincidía para nada con mi percepción de lo ocurrido aquel día – claro, yo tenía 10 años –. Realmente quedé impresionado por las distintas visiones sobre lo que había pasado. Hasta el vocabulario a veces era, es distinto. Por ejemplo, él llama ‘campo de concentración’, y así lo llama en todas sus memorias, a lo que yo llamo Penal de Libertad; para él, ‘pichi’ tiene una connotación emotiva muy fuerte, humillante, que yo desconocía: ‘pichi’ era la palabra que usaron los militares en la dictadura, durante trece años, para referirse a los presos políticos, principalmente en la tortura. Otro día, hablando con él, le sugerí que narrara sobre determinados temas, sobre vivencias y sentimientos ubicados temporalmente desde el día que se lo llevaron hasta que terminó la dictadura uruguaya; yo haría lo mismo con la visión desde mi edad y con los escasos recuerdos de aquella época. Lo hicimos. Cada uno escribió, para empezar, sobre ‘El día que llevaron preso a Papo’ y vaya sorpresa que nos llevamos. La visión
  • 13. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 13 de un mismo recuerdo, de un padre y un hijo de 10 años, ‘del día’ que un tupa cayó preso, la visión del ‘padre-tupa’ y del ‘niño-hijo de tupa’, la evocación de ese preciso momento... ¡tan diferentes! Decidimos entonces narrar sobre distintos temas de aquellos tiempos. Junto a unos buenos amargos, también las ideas de cómo lograr las narraciones empezaron a tomar forma. En las pláticas, en los silencios, en los diálogos, en la necesidad de darle tregua al espíritu, a veces, del faro de nuestros ojos salían grandes higos de luces, como cuando Mamama, en Dolores, la madre de mi Viejo, me señalaba los higos maduros, de la higuera que estaba en el gallinero, que luego irían a la olla para el dulce, que ella le llevaría a su hijo al Penal de Libertad. Cuando el faro no daba luz, tratábamos de entender y quedábamos en reposo y paz, casi en contacto con las almas de los que han muerto. Pero que viven. Nos pusimos de acuerdo en algunas cuestiones básicas. El responsable de la narración sería yo. Aunque cada decisión que se tomara, la conversaríamos lo necesario; si había dos opiniones, yo decidía. Cada uno narraría en forma libre, frente al título en que nos pusiéramos de acuerdo. Incluso sugerimos que si alguien no quería narrar sobre determinado tema, no lo haría. Podíamos mezclar los recuerdos, las memorias, los sentimientos de antaño con vivencias y sentimientos de hoy. En realidad, esto sería casi inevitable. El tema central de las narraciones sería las evocaciones de experiencias vividas y sentidas antes y durante el período de la dictadura, 1972-1985; no obstante podríamos incluir hechos del presente. Cada tema sería tratado independientemente. Concluiríamos cada uno con un epílogo donde nos expresaríamos libremente sin ataduras. Si de las memorias aquí narradas se desprenden nombres, números, lugares, direcciones o cualquier otro dato, cualquier coincidencia con la realidad es pura casualidad.
  • 14. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 14 En todo caso, ¿cuál es el límite entre la ficción y la realidad? ¿Cuántas madres, hijas, abuelas, tías y novias fueron violadas y vejadas, pero nadie es culpable porque ellas se lo tenían merecido, en nombre de la patria y de la política? ¿Es esto imaginación? ¿O es realidad? ¿Le importaría a alguien, luego de 25 años? ¿No es la vida una realidad contada por las apariencias de las personas? ¿Acaso si el mundo es el escenario, no somos en verdad todos actores? ¿Debemos seguir sacrificando las formas en aras de los contenidos? ¿No estaremos sacrificando el contenido de las utopías en aras de la forma? ¿El ser humano sigue siendo humano? Ahora el tiempo ha pasado y ya hemos escrito. Ha sido un esfuerzo intelectual y emocional escribir ‘con los recuerdos’, los que, además, me golpean a la puerta del presente para pedirme permiso y para que les explique, como adulto que soy, por qué sucedieron. El esfuerzo substancial ha sido, de mi parte, tratar de escribir con pensamientos y sentimientos de aquel niño y adolescente que fui. Ha sido un esfuerzo o ejercicio difícil. He tratado de que los pensamientos y sentimientos del adulto – los que he dejado salir a veces – no incidan; pero claro ha sido imposible. Escribir con los pensamientos y sentimientos, transparentes y literales de aquella época, tratando de describir los sucesos lo más fielmente posible, exige buena memoria; he aquí una carencia de mi parte. Tampoco he querido hablar ni preguntarle a nadie sobre esto. Algunos capítulos están narrados como si nos estuviéramos escribiendo el uno al otro entre mi padre y yo. Algunos temas nunca los habíamos hablado entre nosotros, y quizás nunca los habíamos hablado con nadie; eso hizo que cuando escribiéramos nos dirigiéramos uno al otro, quizás como una forma o deseo de explicarnos qué sentíamos o qué sentimos ante determinadas situaciones vividas. Mi conciencia – o como se llame eso – no me ha dejado en paz desde que comencé estas narraciones. Muchos hechos han quedado a fuego, grabados en mi ser. No quedaron grabados en mi memoria, sino en mi ser. Para algunos hechos no he tenido
  • 15. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 15 que recurrir a la memoria, sino a representaciones que, casi a diario, y a más de treinta años de lo ocurrido, son ‘evocadas’ cuando se me presentan determinadas situaciones sin que yo haga el más mínimo esfuerzo. Porque recuerdo imágenes, aromas, ametralladoras, lágrimas, gritos, abrazos, silencios, llantos, rejas, sonrisas, soledades, soldados con perros, mujeres soldados sancionando a niños, besos apasionados de las visitas, abrazos separados por soldados, despedidas por última vez a un padre que se muere, niños que no pueden tocar a sus padres, hermanos diciéndole a hermanos más chicos “¡No llores, no les des el gusto!”… Dejo a los lectores en manos de estas narraciones: ellas se encargarán de trasladarlos en el tiempo y en el espacio. Hernán Poloni Gruler
  • 16. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 16 El día que ...
  • 17. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 17 No sé. El último día de felicidad. El primer día del infierno. El último día de ingenuidad o inocencia. El primer día en que creí que la realidad era fantasía. El día en que destruyeron mi familia. El día en que supe la verdad de la vida. El día que conocí a la democracia por dentro. El día en que descubrí que la esperanza era el más perverso de los engaños. El día en que aprendí por qué la vida vale. El día en que conocí la fuerza de la confianza. Y la del odio. Y la del amor. Me levanté, como casi todos los días, muy temprano. Me gustaba tomar mate y preparar las clases con tiempo. Prendía la radio, creo que Radio Municipal de Buenos Aires, y escuchaba folklore... era la época de Los Chalchaleros... y me concentraba en lo mío. Sentí un ruido extraño y de golpe otros ruidos y cuando me di vuelta en la silla para mirar a mis espaldas, varios soldados me encañonaban con sus armas, rodeándome. No hablaron. Me tomaron entre dos y me sentaron en una silla, mirando a un rincón de la pieza, llevaron mis brazos atrás y pusieron esposas a mis muñecas. Me hicieron algunas preguntas. Me sentí niño en la escuela en penitencia en el rincón. Y un arma que me apuntaba a la cabeza. Primero temblé sin saber por qué; dejé de temblar de golpe, también sin saber por qué. Después quedé muy quieto, como aturdido. Luego me sacaron y me subieron a un jeep. Permitieron que le diera un beso a Kitty, otro a Ileana, otro a vos. Arielo ya estaba en el liceo; eran las 8.30 de una mañana azul de mayo. La imagen patente en mi recuerdo es el frente de la casa, el zaguán, Kitty y su gesto que me pareció un signo de interrogación, Ileana que con sus cinco años no podía comprender mucho y delante de ella, cerca mío, tu cara y tu mano izquierda
  • 18. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 18 levantada y cruzando la cara, tocando tu ojo derecho, el pelo después, con un gesto que parecía indicar que no podías entender qué pasaba. Yo tampoco. Porque el jeep arrancó, me pusieron una capucha, me tiraron sobre el piso y me pusieron una bota sobre la cara y otra sobre la espalda. Nadie hablaba. Conocía bien calles y caminos, así que pude seguir la recorrida. Todo parecía indicar que íbamos hacia la base aérea de Santa Bernardina. Pasamos el puente de madera y después tomamos la carretera. Pero seguimos. Y seguimos por todo el pueblo, de nuevo, hasta el cuartel. Allí me bajaron. Empujones, patadas, puteadas, me levantaban, caía, seguía. De pronto, mi cabeza se reventó contra algo. Quedé aturdido. Me levantaron. Me hicieron separar las piernas, me pusieron la frente contra algo, que resultó ser una pared, y allí quedé. En esa posición, la frente apoyada en la pared, las piernas separadas, así quedaría por no sé cuánto tiempo. Luego, una voz muy cerca del oído: “¡Su nombre!”. Lo dije. “¡Su dirección!”. La dije. Una trompada en los riñones. Silencio. Moví las piernas. Un palo empezó a golpearme una pierna, la otra, de nuevo, más fuerte, de nuevo una y otra vez, golpe, golpe, golpe, en los tobillos, en las piernas, en las rodillas, en los muslos, en los tobillos, en las piernas, golpe y golpe y golpe: “¡Abrí las piernas, carajo, pichi de mierda!”. No es aturdimiento. Simplemente uno está parado ahí, apoya la frente contra una pared y el tiempo pasa. O no pasa. No se sabe. Es simplemente eso, estar ahí y uno no se pregunta nada. El mundo dejó de ser. Mejor no moverse porque empiezan los palos y las trompadas. Pero las necesidades biológicas no perdonan. Tímidamente, bajito: “Necesito ir al baño”. (En el mundo civilizado, ¿a quién no se le permite pasar al baño?). Silencio. Algo más fuerte: “Necesito ir al baño”. Varias trompadas directas a los riñones: “¡Dale, pichi piojoso, dale que estás en el baño, dale carajo!” y se siente el calor del orín que empieza a resbalar por las piernas. Ahora es el orín, después serán las heces y se secarán y volverá el orín y las heces mientras quede algo en el cuerpo y se volverán a pegar al cuerpo.
  • 19. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 19 De pronto uno siente bajo la capucha que la claridad se ha ido. Todo parece estar oscuro. El cuerpo ya se siente poco. Se puede prestar atención hacia lo que puede suceder alrededor... silencio... oscuridad... De pronto, a lo lejos, las campanas de una iglesia. Presto atención. Doce campanadas, termina el día que ... empieza otro.
  • 20. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 20 Corría el año 1972; era el 9 de Mayo; no me acuerdo qué día de la semana era. Mi Viejo fumaba ‘La Republicana sin filtro’, y por eso me había mandado hasta el almacén de Don Arigón en la esquina de casa, Zorrilla de San Martín y Oribe, a comprarle una cajilla y que se lo anotara en la libreta. A mí me gustaba el nombre de mi calle. Siempre que me preguntaban dónde vivía, decía orgulloso: en Zorrilla de San Martín 930… el nombre me parecía muy largo y muy importante. Me olvidaba de decirles, yo nací el 13 de enero de 1962 en Dolores, donde siempre íbamos de vacaciones, – por eso nací en Dolores –; en aquel entonces de 1972 tenía diez años. Pero continúo. Volvía a casa con los cigarrillos y había muchos jeeps y camiones con soldados enfrente a mi casa. En la puerta de casa había cuatro militares y cuando llegué a ellos les dije que esa era mi casa y me dejaron entrar. Había soldados por todas partes; algunos en el patio estaban haciendo un gran pozo debajo del parrillero, otros andaban por el techo, otros por los cuartos revolviendo todo, roperos, camas, hasta mi portafolio de la escuela, que me lo dejaron tirado en el piso y también desordenaron mis cuadernos de la escuela, yo me acuerdo que pensé: “Mañana le voy a decir a la maestra lo que me hicieron los soldados, y que también, uno de ellos me pisó un cuaderno”, yo pensé que mi madre se iba a enojar con los soldados porque estaban revolviendo y desordenando todo. Cuando la veo, tenía dos soldados a los costados y uno atrás y la llevaban de una parte a otra de la casa. Cuando ella me ve, nos quedamos mirando más o menos un segundo; cuando ahora lo recuerdo, fue el segundo más largo de mi vida (hasta el día de hoy dura). Mi padre estaba sentado en un rincón, mirando hacia la esquina, con los brazos para atrás y en las muñecas tenía ‘esposas’, como las mías, pero esas no eran de plástico.
  • 21. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 21 Me quise acercar para darle los cigarrillos, pero un soldado me detuvo diciéndome: “¡No se acerque al sospechoso!”. Ese soldado era uno de los dos que apuntaban a la cabeza de mi padre; otro le apuntaba al cuerpo. Mi padre miraba hacia abajo. Estaba como en penitencia. No me veía, pero me escuchó. Me habló pero no me acuerdo qué me dijo. Un soldado me dijo que no podía hablarle. El soldado tenía un bigote chiquito y tenía el pantalón roto. Lo que sí recuerdo es que yo miraba las ametralladoras de los militares. Lo que pasa es que yo tenía una ametralladora que hacía tttttrrrrrrrr…… ttttttrrrrrr…… cuando apretabas el gatillo y salían unas chispitas por un costado donde había un plástico rojo que se me había roto una vez que estábamos jugando a los policías y ladrones y salté del techo y se me partió ese pedacito de plástico, me acuerdo que me dio mucha lástima cuando se me rompió, aunque la ametralladora igual funcionaba. Las ametralladoras de los militares eran mucho más grandes que la mía. Además yo pensaba cómo serían de pesadas, porque eran parecidas a la que yo tenía. Por otra parte, había algo que me llamaba la atención: en mi arma de plástico, la parte del gatillo era chiquita, tanto que apenas entraba la punta de mi dedo; en cambio, las armas de los soldados tenían la parte del gatillo mucho más grande: los soldados tenían el dedo en el gatillo y no tenían problemas para poner el dedo en el gatillo. Incluso, yo pensaba, mientras miraba los tres soldados que apuntaban a mi padre sentado mirando hacia el rincón, que las ametralladoras que tenían ellos debían de ser muy pesadas, ya que las sostenían con las dos manos, mientras que yo a mi ‘escopeta’ como la llamaba a veces, que hacía tttttrrrrrrr……..ttttttrrrrr……. y largaba chispas, la podía sostener con un solo dedo. También pensé que si ellos disparaban, podría escuchar cómo sonaban de verdad y compararla con la mía que hacía tttttttrrrrrrr….. ttttttrrrrrr…., y poder contarles a mis amigos del barrio y de la escuela que había escuchado un tiro de verdad. A veces me acuerdo de todo eso. A veces, más de treinta años, me acuerdo de todo eso y no puedo dormirme. Aquel 9 de mayo de 1972, del que no recuerdo la hora ni el día de la semana, vi las primeras ametralladoras de mi vida.
  • 22. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 22 Pasarían trece años para poder abrazar nuevamente ‘cuerpo a cuerpo’ a mi Viejo. Eso lo haríamos en Suecia, en 1985. Desde ese 1972, pasarían muchas cosas en mi vida, que a veces recuerdo pero muchas otras no quiero recordar. Pero la memoria como que ‘funciona sola’ y te acordás igual. Nunca le pregunté al Viejo si vio las ametralladoras grandes y pesadas o al soldado de bigote chiquito y pantalón roto. Tampoco le dije nada a la maestra de mi cuaderno pisado por un soldado. Tampoco sé qué pasó con el paquete de cigarrillos. Recuerdo que tampoco entendí por qué habían roto el broche de mi portafolio de cuero, si abría fácil. Tampoco entendí muchas cosas. Quizás hoy en día tampoco las entienda. ¿Un recuerdo es solo eso, un ‘recuerdo’, o hay que entenderlo? En mi cuadra, Zorrilla de San Martín, jugábamos a la pelota de cabeza con una pelota de goma que se pinchaba y le poníamos parches, jugábamos a la escondida y nos escondíamos en los porches y jardines de las casas. A la vecina Monona le dejábamos los helechos pelados y ella se enojaba y hablaba con mi madre y yo me ligaba un reto. También jugábamos a la bolita (una vez me tragué una ‘minguita’, eran unas bolitas bien chiquitas) o a la rayuela; estábamos horas preparando la mejor piedra plana, incluso sacábamos baldosas de la vereda, las partíamos para tener ‘buenas piedras’. También jugábamos a la mancha, corríamos alrededor de la manzana y hacíamos ‘cares’ con rulemanes a los que manejábamos con los pies y nos tirábamos por la bajada de la calle de nombre largo e importante: José Zorrilla de San Martín. Yo tenía una novia que se llamaba Laura, pero ella no sabía en ese entonces que era mi novia. Después, en 6º año, íbamos a la misma clase en la Escuela Nº 2 de niñas: nos dimos la mano en el Cine Artigas o en el Cine Español, no me acuerdo.
  • 23. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 23 Mi madre estuvo desaparecida un tiempo, igual que mi padre. A mi madre la soltaron a los meses o al mes, no me acuerdo. Pero recuerdo cuando nos vimos de nuevo, que me abrazó y me apretó tanto que yo creí que me ahogaba. Cuando lo llevaron preso, Papo tenía puesto un buzo gris. No me acuerdo si nos despedimos; solo se me vienen a la cabeza las ametralladoras. Nunca más hablamos de esto con mis padres. Nunca más.
  • 24. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 24 Mamelucos grises
  • 25. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 25 Acabo de ir al diccionario porque no habría querido empezar con errores o, mejor dicho, quería estar seguro de lo que escribiera. “O escribiese”, habría apuntado el Gaucho. El Gaucho, de mameluco gris en el campo de concentración de Libertad, era ‘el pichi número tal y tal’ mientras que en su ‘vida civil’, como decían los militares carceleros del campo, era profesor grado cinco de la Facultad de Medicina, médico reconocido internacionalmente. En fin, son cosas que se dan en las dictaduras cívico-militares como la uruguaya, entre crimen y crimen, asalto y asalto, tortura y tortura. Decía que fui al diccionario a buscar la palabra que identificara – sí, Gaucho: “o identificase” – la tela con la que están hechos los mamelucos grises. Bueno, grises o no grises, porque mi padre, por ejemplo, en su taller, usaba mamelucos azules. Y también mi hermano y yo usamos los mamelucos azules muchos años. Fui a un buen diccionario, muy bueno y una edición bastante reciente, últimos años de los noventa. Busqué la palabra que usábamos para indicar la tela con la que estaban hechos los mamelucos; al recuerdo de mi oído sonaba ‘brin’. No estaba. Así de simple, la palabra ‘brin’ no existía para ese muy buen y reciente diccionario. Pensé que podía ser con ‘v’, en lugar de ‘b’, cosa extraña, pero, en fin, los sentidos nos juegan malas pasadas a cada rato. Pero no, no estaba. No existía. Se me ocurrió, entonces, ir a un diccionario en idioma inglés. Acaso ‘brin’ podría ser una adaptación al español, como ‘fútbol’ es la adaptación de ‘football’ y tantas y tantas otras. Así, busqué ‘breen’, pero ni siquiera en inglés existía. Parecía increíble. Por si acaso – ‘por si las moscas’, como decía el flaco G., pichi de mameluco gris y operario altamente calificado en la vida civil – abrí un viejo diccionario de la Real
  • 26. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 26 Academia Española, que no es nada para propagandear, y para peor de la época de la dictadura falangista. Lo conservo y lo consulto mucho porque es divertidísimo leerlo y ver la cantidad de dislates (disparates, decimos en criollo, pero eso de ignorantes que somos los sudacas) almacenados en aquel libro gordo, tanta cantidad y tan bestiales que parecería estar escrito por curas y milicos. Bueno, después de todo, no me extrañaría que algo escrito en la España de la década de los años 50 haya sido escrito por milicos y curas. Pero vamos al grano. En este diccionario en cuestión aparece la palabra ‘brin’ y dice que es un vocablo usado en algunos países de América del Sur para referirse a una tela ordinaria hecha de lino. Y eso no es un dislate. En eso acertaron. El brin es una tela ordinaria, barata, para pobres. No es suave, pero es fuerte. Para ‘pichis’. Y de brin estaban hechos los mamelucos. De brin gris. Tal vez, para el compañero que nunca había usado un mameluco, le pudo haber resultado un tanto incómodo al principio, particularmente porque es una vestimenta enteriza. Pero en poco tiempo todos se acostumbraron. ¿A qué no se acostumbra el ser humano? Si se acostumbra a vivir en la humillación y en el desprecio en la vida cotidiana, ¿qué puede costar acostumbrarse a vestir un mameluco gris en una situación llamada ‘de excepción’? Además, nos igualaba a los prisioneros: las diferencias de la vida cotidiana, aún las diferencias de la militancia, si no habían desaparecido al menos se habían atenuado mucho con el mameluco gris; y nos separaba de los milicos.Todo uniforme iguala. Y separa. Aunque, en realidad, la igualdad que da cualquier uniforme, aun la que da el mameluco gris en un campo de concentración, es superficial. Por arriba, por encima, ‘pour la gallerie’. Porque, más allá de la vestimenta siempre están presentes esas igualdades como las de todos los días, las igualdades de la realidad, que dicen que siempre unos son más iguales que otros. Y si no me quieren creer, miren el estrado en un acto público del partido más justiciero que conozcan, pero mírenlo sin orejeras. Y si no están convencidos, miren cuando los integrantes del estrado se retiren, después del acto, observen en qué medio de transporte se desplazan. Y después me cuentan eso de la igualdad.
  • 27. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 27 Entonces pienso que, para terminar con estas divagaciones metafísicas que se me ocurren a muchos años de distancia del mameluco gris – el nuestro, el tupa –, y para entrar a narrar las que cuentan, las que duelen, las que se sienten en la médula, las de todos los días, sintetizo y digo que el mameluco gris nos emparejó por fuera para todos – para nosotros mismos, para nuestros familiares, para nuestros enemigos, para visitantes internacionales, para todo el mundo – y nos identificó para las tiendas de enfrente dentro del propio campo de concentración. Íntimamente, agrisó a unos, enrojeció a otros, dejó indiferentes a muchos. Porque, pongámonos de acuerdo en esto, los mamelucos grises – como lo podés haber pensado vos cuando me planteaste escribir sobre temas comunes desde ángulos no comunes, es decir, personales – es una abstracción. Y prestá atención al hecho de que utilicé el singular ‘es’ y no el plural ‘son’, que sería el concordante; lo hice para enfatizar lo de abstracción. Mamelucos grises es algo así como tupas prisioneros. Una abstracción. Muy humana, como toda abstracción, específicamente humana, porque sólo el ser humano es capaz de abstraer en su pensamiento, gracias al lenguaje articulado, privativo del homo faber sapiens, ajeno a todas las demás especies conocidas. Y esto no es irme por la tangente sino, al contrario, meterme en el centro mismo de la espiral de la vida: pocos saben esto y menos creen en esto. Así de simple. ‘Mamelucos grises’ es una abstracción como lo es ‘felicidad’; pero, del mismo modo que felicidad está hecha de sonrisas reales, momentos compartidos en cariño, expectativas satisfechas, seres queridos rebosantes de confianza, recuerdos que nos iluminan los ojos, sueños que esperamos convertir en realidad con el esfuerzo constante, tristezas rendidas y asumidas, miradas cálidas ... del mismo modo “mamelucos grises” está hecha de conseguir un mameluco prestado para la visita porque el único que tengo está roto, de esperar que no llueva así puedo lavarlo y no seguir con esta mugre encima, hablar con el cabo para que hable con el sargento para que gestione, con el oficial correspondiente, un mameluco nuevo porque el que llevo puesto no banca más remiendos.
  • 28. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 28 En un campo de concentración la vida no cesa. Una vida a lo monje: pobre, obediente y casto, aunque sin haber hecho los votos de pobreza, obediencia y castidad que hacen los monjes. Pero la vida no cesa. Y hay que vivir. Muchas veces no por uno mismo; por uno mismo muchas veces poco vale la vida, pero hay que vivir por los demás. Así de simple. Resulta que uno ha generado demasiado cariño, demasiada esperanza para poder decidir cosas básicas por sí mismo. Hay que remendar el mameluco gris y seguir poniéndoselo cada mañana. El primer mameluco gris tal vez pudo haber sido impactante. Porque no nos habían dejado dormir, nos habían apaleado, nos tenían encapuchados y no sabíamos dónde estábamos. Sabíamos que habíamos sido trasladados, que nos habían sacado del cuartel; no sabíamos dónde habíamos ido a parar. Pero salió el sol, nos quitaron la capucha, nos hicieron formar en fila – ahora nos veíamos las caras después de meses – y nos hicieron pasar, de a uno, a una pieza en donde nos pasaban una máquina que nos pelaba hasta dejar blanquear el cuero cabelludo. Después a bañarnos y allí, entonces, empezamos a vestir el mameluco gris. Y alpargatas negras. El mameluco, azul o gris, yo lo pienso y lo siento más con relación a mi niñez, a la época de mis padres héroes imbatibles, mi madre, quien era la solución de mis mil problemas cotidianos, mi padre defensor de causas justas y protector poderoso de mi debilidad. Aquel mameluco es un recuerdo muy cálido para mí. El mameluco gris del campo de concentración, en cambio, es distinto y hoy me duele. En el campo de concentración se dieron, desde mi punto de vista, desde las deshumanizaciones más grotescas y perversas de las fuerzas armadas gobernantes del Uruguay, vestidas de uniforme verde o azul, hasta los actos solidarios más humanos y más hermosos, más de hermanos, de compañeros, más de vida, vestidos de mamelucos grises. Esto no es esquematización simplista ni idealización romántica, esto es realidad vivida; un campo de concentración no es la vida normal cotidiana de las tonalidades grises. Un campo de concentración es la guerra, es la supervivencia: blanco o negro, ellos o nosotros.
  • 29. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 29 Cuando la crisis socio-económico-política se conjugó con las burradas de los gobernantes cívico-militares y con los movimientos populares en el país y en el exterior para voltear a la dictadura, las bestias cayeron y los prisioneros salimos del campo de concentración. Al dejar el campo nos sacamos los mamelucos y vestimos nuestras ropas civiles; pero me temo que junto con los mamelucos grises, que nos emparejaban, nos sacamos también sentimientos e ideas que nos hermanaban, que allá estaban incorporados y se expresaban a diario ... Y esto es lo que me duele aún hoy, a tantos años de distancia. No se me ocurre qué más decir de los mamelucos grises.
  • 30. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 30 Los presos políticos en el Establecimiento Militar de Reclusión N° 1, EMRI, cercano a la ciudad de Libertad, conocido como Penal de Libertad, vestían todos iguales. Sin importar la estación del año, verano o invierno, siempre lucían un mameluco gris; lo que variaba, sí, era el abrigo que iba debajo del mameluco. El mameluco tenía una inscripción que indicaba el lugar dentro del Penal donde estaba el preso y el número del preso en tela, cosido en la espalda. Mi abuela Mamina siempre le jugaba a la quiniela al número de mi Viejo, pero no recuerdo que hubiera sacado ningún premio. Ella era colorada. No entendía cómo Bordaberry, que era colorado, podía haber entregado el gobierno a los militares. Ella esperaba al ‘Mesías colorado’, algo así como una reencarnación de José Batlle y Ordóñez, que iba a salvar al país. A los presos no los llamaban por su nombre: los militares se referían a ellos por el número. En las visitas, por h o por b, siempre llamaban a algún familiar de un preso político y decían: “¡Familiar del Nº Tal!” “¡El recluso Nº Tal está enfermo!” Nunca llamaban a los presos por su nombre. O en una visita, algún soldado decía, por ejemplo: “¡Recluso Nº Tal, párese ahí!” Y el preso político se paraba ‘en ese lugar’. ¿Por qué no los llamarían por su nombre? Los hombres de mamelucos grises siempre estaban bien. Recuerdo una visita en la que estaban todos sonriendo, mientras tenían como siempre los brazos atrás. Siempre me preguntaba si cuando estaban en sus celdas con sus compañeros, lloraban, se ponían serios o mantenían la sonrisa.
  • 31. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 31 Recuerdo que a Mamama, la madre de mi Viejo, no le gustaba verlo de mameluco: decía que aquello era denigrante para ‘Chiqui’, cómo le decían a mi Viejo en su familia. Además decía que nunca le daban mamelucos nuevos y se tenían que andar arreglándoselos ellos mismos. Una vez mi padre me contó que se había cosido el mameluco gris. Mi abuelo, el alemán, también durante un tiempo usó un mameluco, pero no era gris. Papameta, como le decíamos nosotros (porque mi hermano, cuando chico, decía casi exclamando: “¡Ahí viene el ‘papá de la camioneta!’”; claro, pero mal pronunciado por un niño de dos o tres años, quedó el diminutivo de Papameta), había venido de Alemania en la década de los años ‘20 y trabajaba haciendo carreteras, ya que era ayudante de ingeniero o algo así. Pero era un tipo que sabía mucho de ingeniería. A veces en su taller lo veía de mameluco, pero no era gris, era azul marino. Mi madre me cuenta a veces que durante la segunda guerra mundial ellos vivían en Tala y que a mi abuelo ‘Papameta’, el de mameluco azul, le tiraban piedras y lo trataban como un ‘nazi’, solo por el hecho de ser alemán. Mi abuelo Papameta se afeitaba con una navaja y yo lo miraba. ¡Una vez me afeitó a mí! Me pasó espuma con una brocha y luego me pasó la navaja, pero de verdad no lo hacía con el filo; yo me di cuenta pero no dije nada, porque me gustaba que él me afeitara. Mi abuela era muy criolla; su padre había peleado en batallas junto a la divisa colorada. Decía que una de sus hermanas tenía un poncho del padre que estaba tajeado de sables y agujereado de balas de las batallas contra los blancos. El padre de mi abuela tenía un sable que utilizó en las batallas. Mi abuela contaba que su padre tenía uniforme, pero los soldados no tenían uniformes. Ni siquiera un mameluco gris. A algunos presos políticos, los mamelucos grises les quedaban muy cortos. Una vez con un niño que también iba a visitar a su padre, en la visita de niños, nos reíamos de un preso político porque su mameluco le quedaba muy corto y parecía un payaso. Yo le conté a mi padre y me dijo que el señor del mameluco corto era amigo de él. Y que justo a esa visita no podía venir nadie a verlo porque sus familiares eran de Rocha y no
  • 32. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 32 tenían plata para los pasajes. Me acuerdo porque una vez yo hablé con él y me trataba todo el tiempo de ‘tú’ y a mí me causaba gracia. Me acuerdo que me invitó a ir a Rocha, cuando él saliera de la cárcel. Pero nunca más lo vi. También me contó que en Rocha hay muchas palmeras y que el viento le traía mensajes de las palmeras. Porque por debajo de las palmeras pasaban su familia y sus amigos y las palmeras le contaban cómo estaban ellos. Le pregunté cómo hacía la palmera para ver y me dijo: “Las palmeras tienen unos ojitos amarillos, que los cambian todos los años.” También me dijo que las palmeras y el viento son muy amigos. Incluso me dijo que él sospechaba que hasta eran novios, por cómo jugaban los brazos de las palmeras con el viento. Y me dijo que cuando el viento pasaba a través de las palmeras, ellas le enviaban mensajes secretos a él sobre su familia y sus amigos. Me acuerdo que yo al señor del mameluco gris tipo payaso no le creí que las palmeras y el viento fueran novios, pero sí le creí lo de los ojitos de las palmeras. Hoy en día, cuando paso por una palmera y veo sus ojitos amarillos, le hago una guiñada y ella me la devuelve. Pero esto es algo así como un secreto entre la palmera y yo. Mejor dicho, entre la vida y yo.
  • 33. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 33 Los tupas
  • 34. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 34 “¿Qué es la gran destinidad, Mamá?” “¿La qué?” “La gran destinidad.” “¿De dónde sacaste eso?” “Papá dijo que Raúl había pasado a la gran destinidad.” “¿Qué dijo Papá?” “Papá dijo que Raúl había pasado a la gran destinidad.” “¿Qué Raúl?” “No sé, preguntale.” “Papáaaaa, ¿qué dijiste vos de Raúl y la gran destinidad?” “Yo leí en el diario que Raúl Sendic Antonaccio había pasado a la clandestinidad...” “¡Ah! ... la clandestinidad, no la gran destinidad!” “¿Y qué es la clandestinidad, Mamá?” “Y yo qué sé ... preguntale a tu padre, él está leyendo el diario.” No, clandestinidad y clandestina o clandestino no eran palabras comunes en aquella época. Muchos las conocían, pero ahora se referían a un hecho totalmente nuevo en el país. Y el hecho no se comprendía al principio. Está clandestino. Sí, fenómeno, pero, ¿dónde está? Clandestino. Pero, ¿nadie sabe dónde está? No sé. ¿Nadie sabe quién sabe dónde está? No sé. Pero, ¿qué hace? No sé. Está clandestino... Se empezaba a desarrollar y popularizar la esencia de lo que años después sería el Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros, MLN-T: el trabajo político en el país desde la organización en la clandestinidad. Tres características pedían los compañeros que tuviera un ciudadano para ser aceptado e integrado en la organización: que fuera honesto en su conducta, que fuera de izquierda en política y que fuera discreto en su proceder cotidiano. Sólo eso. Bueno, en fin, eso. Lo que quiero decir es que a nadie se nos pidió, que yo sepa, que fuéramos revolucionarios para que nos integráramos al MLN-T. Si nos haríamos revolucionarios o no, si nos hicimos revolucionarios o no, lo decide, lo decidió y lo decidirá ese juez implacable que es el tiempo.
  • 35. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 35 Pienso que el accionar clandestino tupamaro dio lugar a lo que yo llamaría ‘lo tupa’, que ha sido básicamente una síntesis, creo yo: muchos compañeros se inspiraron en el héroe de ‘De los Apeninos a los Andes’, cuento del libro Corazón escrito por el italiano Edmundo De Amicis, quien narró, con sentimiento italiano, el significado de sacrificarse por los seres queridos, y de hacerlo a escondidas, sin que los demás lo supieran y, por tanto, sin la posibilidad de recibir recompensa: el bien por el bien mismo, por la necesidad íntima de hacer el bien y del placer que implica hacerlo. Otros se inspiraron en Guillermo Tell, seguro en sus ideales y seguro en su pulso, en lo general y en lo particular; o en Robin Hood, capaz de luchar por la ley cuando ha sido puesto él mismo fuera de la ley; y en los ‘Tres mosqueteros’ de Hugo, “Todos para uno y uno para todos.”; ellos y tantos luchadores por la justicia en todo el mundo, tiempo atrás y tiempo adelante, todos, todos ellos sintetizados en Tupac Amaru: americano, íntegro, digno, firme en su ideal hasta la muerte frente a la crueldad y la perversidad españolas y católicas. Nuestra herencia americana y nuestra herencia europea sintetizadas en el accionar tupamaro. Creo que podríamos llamar ‘tupa’ a la mentalidad que se fue creando. En los años de las décadas del ‘60 y del ‘70, es decir, cuando se desarrolló la lucha tupamara en Uruguay, se fue gestando al mismo tiempo en nuestro país, y como consecuencia de esa misma lucha esencialmente política y clandestina, una mentalidad nueva que fue lo contrario, lo antagónico de la mentalidad fascista. No voy a analizar aquí la mentalidad fascista porque no es lugar propicio ni creo estar capacitado para hacerlo; por lo demás, si alguien quiere saber sobre la mentalidad fascista analizada por uruguayos, lo remito a un libro publicado por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República en 1955, titulado “Introducción al fascismo en la ideología del siglo XX” o al libro del profesor universitario uruguayo Carlos M. Rama, titulado ‘La ideología fascista’ y publicado por Ediciones Jucar de Madrid, en 1979. En nuestro accionar político, clandestino y público, fuimos generando una forma de sentir, de pensar y de actuar, esto es, una mentalidad. Los pequeños detalles del accionar cotidiano influyen decididamente: es distinto que un compañero te llame ‘che,
  • 36. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 36 loco’ y vos te acostumbres, aunque seas abogado o estanciero, a que te sigan llamando ‘Doctor’, o ‘Señor Ingeniero’ o ‘Don Fulano’; es distinto ir elaborando una línea de trabajo en tu lugar, sea el que sea, a que te ‘bajen la línea de arriba’, la responsabilidad se siente; es distinto escribir un ensayo sobre la solidaridad a vivir solidariamente; es distinto hablar de revolución en una mesa de café a hacer las pequeñas cosas cotidianas que un día llevarán a la revolución. Que nadie crea que los tupas fuimos ‘hombres nuevos’. Ni siquiera creo que nadie se lo planteara nunca. Se nos presentaron todas las contradicciones que se le presentan a cualquier buen vecino cuando tiene que decidir entre sus necesidades personales y las necesidades comunitarias. Todas aquellas cosas, y especialmente, yo diría muy especialmente, el dejar el verbalismo endémico de la izquierda, el ‘bla-bla-bla’ y pasar a la acción, determinó un cambio esencial en la mentalidad, en la forma de sentir-pensar- actuar de las gentes. Escribo la palabra ‘acción’ y sé que muchos la asocian a lucha armada. ¡Ha habido tanta propaganda fascista en este sentido – y ¡ay, qué error-horror! –, que es conveniente aclararlo: la clandestinidad en lo organizativo, nuestro accionar en lo político en lugar del verbalismo, la búsqueda del cambio en las estructuras básicas del sistema en lo socio-económico, creo que éstas sí son esencias de lo que fue lo tupa. La lucha armada no fue lo esencial.
  • 37. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 37 Una profesora en no me acuerdo qué año del liceo nos habló de Tupac Amaru. No me acuerdo muy bien, pero recuerdo que había sido uno de los últimos soberanos que gobernó el Imperio Inca, quien había dirigido y defendido al pueblo Inca contra la invasión española. Lo que más me impactó fue que los españoles mandaran descuartizarlo con cuatro caballos, para separarle los miembros a Tupac. Esto se lo conté a mi Viejo en una de las visitas al Penal de Libertad y mientras estábamos hablando de Tupac Amaru nuestra conversación se interrumpió, ya que era a través de aparatos de teléfonos – como los de las películas yanquis – que había en las salas de visita. Yo no entendía qué pasaba, pero mi Viejo sonrió y me hizo señas que estaba todo bien. De repente apareció un soldado con pendorchos en las hombreras a tratar de ‘solucionar’ el problema del teléfono; cuando lo solucionaron quedaban 10 segundos de visita. En esos 10 segundos, mi padre me dijo: “La historia no se hace sola, la hacen los hombres y las mujeres y ¡mandale un abrazo grande a los abuelos!”. Y los teléfonos dejaron de funcionar. Muchas veces los teléfonos en las visitas dejaban de funcionar y los presos políticos y los familiares perdían minutos de hablar durante la visita, ya que generalmente lo solucionaban faltando minutos o segundos, para el epílogo de la conversación. Un día escuché decir a un señor en la sala de espera que cuando él hablaba de política con el hijo empezaban a escuchar ruidos por el teléfono y casi no se escuchaban entre ellos; yo me acuerdo de esto porque ese señor ese día me hizo un agujero en mi camisa con el cigarrillo. La camisa me la había regalado mi Tía Nelly y me dijo que era
  • 38. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 38 una camisa de una tela no sé cuánto, muy cara. Y el señor me miró y me dijo perdoná, gurí, y nunca más usé la camisa de la tela no sé cuánto. Yo fui, desde 1972 hasta 1985, familiar de un tupa preso, desde mis diez años hasta mis veintitrés repetía incansablemente: “Mi padre es preso político”. Como durante esos años viví en Durazno, Dolores, Florida, Estados Unidos, Río de Janeiro y Suecia, pienso que a esa frase la debo de haber dicho cientos de veces. Y la dije en cuatro idiomas. En este período, también, los militares detuvieron a mi madre algunas veces por espacio de meses cada vez. Cuando estuve en Estados Unidos por una beca de intercambio, entre julio de 1980 y julio de 1981, recuerdo que R. Reagan se estaba postulando nuevamente para la presidencia; yo compartía con una familia estadounidense la casa y la vida. Un día, hablando en una sobremesa, me dijeron que yo decía que mi padre estaba preso por política para mandarme la parte. Claro, hoy en día, los entiendo. Era de verdad, increíble. Por esa razón al tiempo me cambiarían de familia y también la nueva familia tendría que ‘lidiar’ con la historia del ‘hijo del tupa’. Pero la información aquí era distinta, la nueva familia sabía al menos, por méritos y búsqueda propios, que en Uruguay había una dictadura militar. Eso allanaba el ‘entendimiento humano’. No, perdón, empezó el sentimiento humano. Que por suerte no tiene fronteras. Creo que fue a partir de los tupas que encontré la solidaridad. ¿Acaso la historia de los tupas no es sino una historia de solidaridad? ¿Acaso Tupac Amaru no es una historia de solidaridad? ¿Acaso la gente, el pueblo, no es solidario con lo que siente y piensa que tiene que ser solidario? ¿Acaso la solidaridad no tiene ese valor extra, es decir, no es intrínseca e inherentemente desinteresada? La historia de mi vida, la historia de trece años de mi vida encuentra la solidaridad de la gente. ¿Acaso yo era consciente? No lo sé. Lo que sí sé, es que gentes y pueblos de dentro y fuera de Uruguay expresaron dicha solidaridad materializándola de distintas formas...
  • 39. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 39 Pensar que tuve un padre tupa y una madre que buscaron la felicidad de otros cuando ellos en sí ya eran felices y que tenían su techo y necesidades básicas cubiertas. ¿Existe actitud más noble que ésta? Todo relacionamiento humano está dirigido a un fin. Cuando el fin es noble, o coincide con el sentimiento de la gente, de los pueblos, aparece la solidaridad. Quizás el fin último de las acciones de los tupas, quizás el desencadenamiento de las relaciones a partir de mi situación de hijo de tupa, implica un mayor cariño por la gente y un eterno agradecimiento por la solidaridad. ‘La historia la hacen hombres y mujeres de carne y hueso.’
  • 40. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 40 Las cartas
  • 41. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 41 Mi querido Hernán, muchos años atrás, desde 1972 hasta 1985, pasé todo aquel tiempo distribuyendo dos carillas de hoja tamaño carta, semanales – era la comunicación escrita autorizada por los carceleros del campo de concentración de Libertad – entre los Viejos, que vivieron hasta 1984, mi hermano Leonel y ustedes: Mami y nuestros hijos, Arielo, Ileana y vos. Muchas circunstancias lógicamente cambiaron en tanta cantidad de tiempo, pero traté de mantener las dos carillas semanales mientras nos lo permitieron; porque cuando estábamos sancionados, lo que era muy común dada la bestialidad de los carceleros y de las situaciones, la sanción también incluía la suspensión de la correspondencia semanal. Han pasado muchos años, hoy ya más de treinta desde que me tomaron prisionero, y todo aquello va quedando en el recuerdo personal de quienes lo vivimos y se irá, luego, con nuestras vidas, como se ha ido ya buena parte de esa vida y de esa historia. Siempre había pensado, y lo sigo pensando, que no es positivo que eso se vaya con nosotros, que se pierda. Porque es una experiencia humana muy profunda, muy rica, muy dolorosa y que puede ser de gran enseñanza. Es, sin pretender ser ampuloso en el decir, el dolor de todo un pueblo aplastado por el terror de los dueños del dinero, los dueños de los bancos, que son familias y tienen nombres y direcciones, y sus secuaces, los políticos corruptos y corruptores, los comerciantes corruptos y corruptores, los profesionales corruptos y corruptores y los militares integrantes de las fuerzas armadas de la República Oriental del Uruguay que se asociaron para consolidar su poder y mantuvieron la dictadura cívico-militar de aquellos años.
  • 42. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 42 La limitación en la cantidad de espacio escrito autorizado tuvo un efecto interesante: me obligó a pensar muy bien los temas sobre los que les quería hablar y luego a sintetizarlos con la mayor claridad posible, lo que, a su vez, me obligó a pensarlos con la mayor claridad posible. Hoy creo que todo eso me dio una libertad que yo no conocía, entendiendo por libertad la capacidad de sentir-pensar los temas todos sin cortapisas, llegar al fondo de mí mismo en esos temas y decidir, tomar la decisión de cuáles quería tratar con ustedes y cómo quería trasmitirlos. Muchas y muchos han escrito sus vivencias, narrado recuerdos, dejado en palabras sus tristezas y sus alegrías: cuanto más abundemos en esto, mejor. Creo que el sentimiento-idea-acto de libertad que acabo de expresar, que es el que tengo ahora, empecé a desarrollarlo en aquellos años. Es algo similar a la libertad que te da el dinero en la sociedad capitalista, ésta en la que vivimos: cuanto más dinero tenés más libre sos, cuanto menos dinero, más esclavo. Es similar porque cuanto más te conocés a vos mismo, y te aceptás como sos, blanco y negro y gris y en colores, más libre sos, y cuanto menos te conocés y menos te aceptás, más esclavo sos. Necesito detenerme un poco aquí, aunque me reitere. Fue en aquellos años de prisionero cuando llegué a sentir que la libertad es una abstracción, una imagen mental, que puede ser una fantasía maravillosa como Don Quijote de La Mancha, la Energía, Cristo, El Dorado, el Che hoy, la Fuente de la Juventud, los Números Reales o la Regla de Tres, y también y al mismo tiempo puede ser una mentira, un engaño grosero: muchas veces en la historia se ha utilizado la bandera de la libertad para someter y sojuzgar a otros seres humanos. Sintetizar no es sencillo, requiere conocimiento y la capacidad de llegar a lo que importa en una situación, a lo que le es esencial, a lo que, de no existir, haría que no existiera tal situación; entre otras cosas. Y el problema, creo, es que ese “llegar a lo que importa en una situación” depende fundamentalmente de que uno se acepte a sí mismo como es, con aciertos y errores, con virtudes y carencias, así, en paquete. Y a veces eso cuesta mucho...
  • 43. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 43 Tener que sintetizar constantemente, tener que encontrar los temas dentro de uno mismo porque la vida en el campo de concentración es poco variada y muy rutinaria, me llevó a que buscara conocerme y me llegara a conocer bastante y adquiriera de ese modo, entiendo yo, el mayor grado de libertad posible para tomar decisiones. Volvemos a hoy. Me puse a escribir; mejor dicho, decidí pensar, ordenar ideas y empezar con los temas acordados... y allí estaba nuevamente la necesidad de conocerme, y conocerme ahora, como en aquellos años. Ahora, treinta, más de treinta años después. Pueden aparecer aquí, por lo mismo, similitudes con aquellas cartas. Así que no seré objetivo, en el sentido político o ideológico o filosófico que muchos asignan al adjetivo ‘objetivo’ o al nombre abstracto ‘objetividad’. No creo en la objetividad; yo creo que el mundo que vive el peatón que está parado en la esquina esperando el ómnibus un día de lluvia, en el momento que pasa un último modelo conducido por alguien a quien los demás no le importan, y lo salpica con el barro de la calzada ... y el mundo que vive quien conduce el auto, cuya rueda tira el barro, son dos mundos diferentes; es decir, mundos sentidos, pensados y actuados de modo diferente. Yo no puedo estar por encima de esta realidad; si pretendiera estarlo, me descubriría en la absurda pretensión de ser un ‘dios’, capaz de percibir los dos mundos a la vez. Lo cual no niega que la realidad sea una sola, que contiene en sí al peatón y al conductor del auto. Niega, sí, en cambio, lo que los cristianos llaman el ‘don de ubicuidad’: elimina la posibilidad de que un ser humano pueda vivir las dos situaciones al mismo tiempo. Es decir: peatón o conductor, patrón o empleado, gobernante o gobernado ... ¡y no hay vuelta de hoja! Tampoco seré demasiado racional. No creo en la racionalidad pura. Yo creo que la melodía más sentimental y dulce puede ser reelaborada en fórmulas matemáticas del mismo modo que las fórmulas matemáticas, que rigen los mercados, se derrumban como castillo de naipes cuando falla la confianza humana, un sentimiento bien poco racional sobre el que está montado todo el ‘mercado libre’ capitalista. Escribiré con una gran limitación: tengo muchos miedos. Este fue uno de los primeros aprendizajes, consecuencia de la necesidad de síntesis: reconocer mis miedos y aceptarlos como míos; sé cuales son mis miedos y sé que son feos, pero se puede convivir con ellos. Se me presentan muchas dudas en cuanto a si decir o no decir aquí
  • 44. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 44 lo que pienso-siento realmente sobre cuestiones centrales, porque no acierto a decidir cuál sería el beneficio o el daño que causaría al decirlas o al callarlas. ¿Diré o callaré, por ejemplo, que entiendo que después de todo lo vivido no mucho parece haber cambiado entre nosotros, todos los que fuimos ‘compañeros’? Seguimos viviendo bien o pucheriando o sin tener dónde caernos muertos ...
  • 45. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 45 Permítanme un agradecimiento inicial. Querida Mami: gracias. Pienso que si no fuera por vos, yo no estaría escribiendo. Claro, pienso esto: a los presos políticos se les podía enviar una carta por semana. Durante trece años, nos da: seiscientas cincuenta cartas. De éstas – habría que descontar las sanciones, no poder enviar ni recibir correspondencia – yo debo de haber escrito una carta por mes más o menos. Muchas veces ‘no había ganas de escribir’, pero vos siempre estabas atrás para que le escribiéramos al Viejo. No sé, hoy en día me gusta escribir y a veces pienso que es de ahí que salieron las ganas. Hubo distintas experiencias respecto a ‘las cartas’. Lo que escribiré luego de este párrafo es producto de mi memoria respecto a situaciones vividas; luego de que salíamos del Penal de Libertad y ya en viaje para Montevideo, muchas esposas, novias, abuelas, tías, padres, hijos, abuelos, tíos, leían, en voz baja o en silencio, cartas de amor, de ternura, en prosa o poesía, de pedidos, de silencios, de saludos, de levantar el ánimo, de seguir bancando o aguantando, cartas que a veces terminaban arrugadas, o contra el pecho cuando se terminaban de leer, o dobladas, para que las leyeran otros.
  • 46. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 46 Escribí Cartas desde Río de Janeiro, Suecia, USA, Uruguay, Dolores, Florida, Durazno, Montevideo. Cartas de amor y de afecto. Cartas con noticias jodidas y con alegrías. No eran simplemente cartas. Eran el contacto de la vida con la vida. La vida de ‘adentro’ y la vida de ‘afuera’. ¿Qué es una carta, sino un pedazo de uno que sale por un papel? Cartas recortadas; cartas malditas; cartas censuradas; cartas leídas; cartas machucadas y cartas sentidas. Cartas con perfume y cartas coartadas. Epístolas de odio y misivas de cortejo. Papeles escritos con tintas desparramadas por espacios infinitos, que querían hablar pero no podían, reflejarse sí podían. Notas de apuro que provocaban ausencias de amor. Avisos de fallecimientos y noticias de nacimientos. Recados con pecados cometidos. Pliegos de desconfianza, salpicados de postales de otros países. Mujeres y hombres, hombres y mujeres, desterrados en su propio país, anónimos por un tiempo. Oficios de falsos jueces, con apócrifas sentencias, de aparentes y artificiales pruebas. Mensajes de sensualidad en letras románticas sobre símbolos, a veces solo descifrables por recuerdos de amor. Leamos a distancia. Solo esquelas sobre tu cuerpo quisiera ver. Déjame sentirte a través de la correspondencia de mi amor. Déjame leer tus grandes discursos de apóstoles seculares. Anónimos abandonos de amores interminables. ¡Cuidado vino la sanción! La orden. ¡Este mes el recluso Nº Tal está sancionado, no puede enviar ni recibir correspondencia! Recortes epistolares de inquisidores analfabetos. Pudieron fraccionar las palabras, las oraciones, pero no el mensaje. Pudieron herir, al pobre papiro, pero se ha reciclado. Ignorantes de todos los tiempos: nada se crea, nada se destruye, todo se transforma. Sellos de distintos países, mentiras oficiales de cartas extraviadas.
  • 47. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 47 Oficiales practicando la censura y aprendiendo a condenar creyéndose en un pedestal. Cuánto amor a la distancia, llevado solo por palomas mensajeras de blancos penachos y azules cielos, que escribían con fresca lluvia sobre el plumaje, solo leído por secretos tuyos y míos. Una vez le pregunté a mi madre allá por el año 1974, yo tenía unos doce años, mientras íbamos en ómnibus para Montevideo, por qué la señora de los lentes negros las últimas veces siempre lloraba. Ella me dijo que los soldados no le permitían dejar las cartas para el hijo. Yo le pregunté qué le ponía, qué le decía la señora en las cartas al hijo. Y mi madre me miró para que me callara. Las madres a veces ponen ‘distintas caras’ y vos entendés. Por ejemplo, esta vez, mi madre me había mirado fijo y muy seria, eso quería decir que ‘de verdad’ me callara la boca. Después, cuando estuvimos solos al otro día, me dijo que el esposo de la señora había fallecido, o sea el padre del preso político, y que al hijo lo tenían sancionado. Mi madre me dijo que a veces los soldados cuando se enteraban de algún fallecimiento de algún familiar, los molestaban con eso. Yo le pregunté por qué hacían eso los militares, por qué se burlaban de él, si él ya estaba triste porque murió el padre. Mi madre no me contestó y me abrazó. Enseguida, yo me fui a jugar a la bolita. Recuerdo que ese día yo estaba muy triste porque había perdido dos bochones (bolitas grandes) en la escuela. Me los había ganado Andrés, él tenía mejor puntería que yo. Otra vez no pude terminar de hacer un hoyo para jugar a la bolita porque mi madre me llamó y dijo: - ¡Dale Hernán, entrá porque tenés que tomar la leche, hacer los deberes y además te toca escribirle a tu padre! En esa carta yo le conté a mi padre que me peleé con Mauricio porque él quería hacer el ‘hoyo’ más grande cuando jugábamos a la bolita y así siempre me ganaba. Una vez le hice una carta a mi maestra, que no me acuerdo cómo se llamaba, cuando estaba en 6º año de escuela, contándole que después de esas veces que los soldados
  • 48. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 48 entraban a nuestra casa y revolvían todo – que los grandes le decían ‘allanamientos’ – me faltaban las figuritas y todas las ‘selladas’, tenía cinco que eran selladas y las tenía en una latita ‘de la buena suerte’ que me había dado Maruja, que era una señora amiga de mi madre, que cosía día y noche y por las noches escuchaba un programa de radio donde la gente buscaba novias y novios; y se divertía y se reía mucho y me contagiaba la risa. Ella decía que por la radio iba a encontrar a su príncipe. Ella también decía que los soldados eran ‘unos maricones’ y que el Frente algún día iba a ganar y yo no entendía y creía que los vecinos de enfrente eran los que iban a ganar, pero no sabía ‘qué’ iban a ganar. Maruja murió en el 2005. Una vez, cuando yo tenía diez u once años, ella me dijo que iba a mandar una carta a la radio para que le consiguieran novio y nos reíamos juntos sobre qué poner en la carta… No sé si la mandó. Nunca le di aquella carta a la maestra.
  • 49. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 49 Los paquetes
  • 50. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 50 “Lo que pasa es que el contador dice que él pide a su familia que le traigan dulce de naranja porque es el único que le gusta y el único que come. Que si a él no le dan el dulce que le hace su madre, que no le manden otro porque no come.” “¡Pero la gran puta, che! ...” “Pará, loco, no te calientes.” “Pero es un mamita, ¡no sé pa’qué mierda se metió en esto! ... ¡si no es el dulce que me hace mamá, no quiero!” Creo que Lenin está en lo cierto cuando dice que sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria, pero creo que el compañero Raúl – ‘compañero Raúl’ dicen algunos al Bebe, conocido como “Rufo”, además – también está en lo cierto cuando nos repite que sin práctica revolucionaria no hay teoría revolucionaria. Porque... ¿me querés decir cómo hacer para aplicar aquello tan revolucionario teóricamente “de cada uno, según su capacidad; a cada uno, según sus necesidades”, en un piso del celdario del campo de concentración de Libertad, donde habemos cien prisioneros en el sector y menos de cincuenta reciben paquetes cada quince días y los milicos tratan de controlar que no socialicemos ni la yerba y el control hace años que no afloja? ¡El control de los paquetes! Era la época ‘nacionalista’ de la dictadura, era la dictadura de los primeros tiempos, casi romántica en comparación a lo que se vino después, los milicos todavía no habían podido ajustar todos los mecanismos de destrucción de la personalidad del prisionero y de su familia. Entre otras cosas que pudimos hacer en aquellos tiempos, podíamos reunir lo que llegaba en los paquetes, yerba, azúcar, algún dulce, materiales para manualidades, tabaco y hojillas, en fin, todo y distribuirlo lo más equitativamente posible, de modo que los compañeros que no recibían paquetes y que
  • 51. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 51 no tenían cuenta en la cantina pudieran, aunque más no fuera, tomarse un mate o fumarse un tabaco. Los prisioneros procedíamos de todas partes y de todos los niveles económicos y culturales del país. Esto se reflejaba en las familias, en las visitas, en los paquetes, en las cuentas en la cantina. La cantina era un espacio en el celdario en el que había algo así como un almacén organizado por prisioneros. Los soldados compraban y traían las mercaderías; allí se almacenaban. Un prisionero recorría su sector, cincuenta celdas, una vez por semana y levantaba el pedido; al otro día o a los dos días, lo distribuía. Los familiares que podían depositaban dinero en cuentas a nombre del prisionero. El sistema se había iniciado en los primeros días después de inaugurado el campo de concentración por prisioneros que ya habían estado detenidos en otros centros. A cargo del celdario había un Mayor del ejército, que era sustituido cada seis meses. Cada nuevo jefe que llegaba marcaba su presencia: en una organización altamente individualista como es un ejército, si un jefe no deja la huella de su personalidad es un flojo. Aquella vez llegó el nuevo Señor Mayor Jefe del celdario y mostró un temperamento casi alegre, afable diría yo, poco milico. Recorría todo el campo de concentración, se paraba a observar a los que estaban trabajando afuera, carpiendo, hablaba con los prisioneros y alguna vez hasta se le vio reír. Un día comunicó que recorrería todo el celdario, celda por celda, conocería a cada prisionero, hablaría con cada uno. Y así lo hizo: pasó tal vez una semana visitando celdas, charlando, haciendo preguntas. Y como nada había que ocultar, y como este Señor Jefe era tan campechano, los prisioneros explicaban todo, cómo centralizaban el tabaco para atender las necesidades de cada compañero, si prefería rubio o negro, fuerte o suave, cómo distribuían los materiales para las manualidades de modo que los compañeros que tenían familias que eran muy pobres pudieran hacer cosas para vender y ayudar a parar el puchero ... El Señor Jefe pudo hacerse su composición de lugar y entonces, a la semana siguiente emitió un comunicado en el que hizo conocer una lista de cincuenta y una nuevas prohibiciones, incluyendo la utilización de cualquier cosa recibida en los paquetes de unos para atender las necesidades de otros.
  • 52. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 52 Justo cuando llego a casa estaba mi abuela rallando el jabón de tocador. Al rallador de queso lo utilizábamos para rallar los jabones para ‘el paquete’ de los presos políticos. Aún restaba bastante por hacer: había que rallar la barra de jabón Bao y desmenuzar el tabaco. También había que rallar la barra de chocolate (para cocoa) y había que empezar a embolsar todo en las bolsitas de nylon: todo tenía que ir en bolsas de nylon transparente. Una vez se nos rompió la bolsita que tenía la pasta de dientes y se enchastró todo lo demás; mi madre dijo una cantidad de malas palabras, por eso me acuerdo, porque mi madre nunca decía malas palabras. No podíamos olvidarnos de pesar todo y que no nos pasáramos del peso permitido por bolsita, porque si no, ‘no lo dejaban pasar’. Eran trescientos gramos de esto, doscientos cincuenta de aquello, un kilo de esto y medio de aquello otro. Tampoco podíamos descuidar el número de la bolsa. ‘No lo dejaron pasar’, ya fuera referido a los familiares o a las cosas ‘del paquete’, era uno de los comentarios más generalizados en las visitas a los presos políticos, fuera antes o después de la visita. Todas las visitas había reglamentaciones nuevas, órdenes nuevas, que siempre iban en contra de los familiares o presos políticos. Yo me acuerdo de eso porque mucha gente después de que le tocaba entregar el paquete salía con lágrimas en los ojos. El mostrador donde se entregaba el paquete, cuando yo tenía más o menos once años era de mi estatura, y yo siempre me ‘colgaba’ con los brazos para poder ver. A una señora le abrieron con un cuchillo una bolsita de dulce de durazno porque tenía algo
  • 53. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 53 duro adentro; la señora le dijo que era un carozo. El soldado, que tenía un tabaco armado en la boca, que se lo pasaba muy rápido a cada lado de la boca, le dijo que “Carozos no pueden pasar.” Y tiró la bolsa con dulce de durazno a la basura. La señora que era más joven que mi madre se enojó y le dijo que por qué había tirado el dulce y también dijo algunas malas palabras y yo miré a mi madre y mi madre justo venía hacia la señora, se le acercó y le dijo al oído: - “Roxana, ¡te van a dejar sin visita!” A la señora se le veía el sutién, yo me daba cuenta porque tenía sus senos casi enfrente a mis ojos y se le había desprendido un botón. A Roxana, cuando estaba haciendo la cola para que las mujeres soldados la revisaran, antes de entrar a la sala de visita, se le acercó Amanda, que era una mujer-soldado vestida de azul y le dijo que la acompañara afuera. Roxana no pudo entrar a ver a su padre. Le deben de haber dicho así: “¡El recluso N° tal está sancionado y no puede recibir paquete ni visita!” Yo había escuchado muchas veces, colgado del mostrador, decir al soldado esa frase con muchos números de presos políticos. A Roxana, otros familiares la abrazaron y le dijeron que esperara a que salieran todos de la visita, así le comentaban cómo estaba su padre. Cuando salimos de la visita, Roxana se había prendido el botón de la camisa y todos hablaban con ella. ‘Los paquetes’ eran bolsas de arpillera plástica blanca, con dos manijas grandes, donde se ponían determinados artículos que consumían los presos políticos en el Penal de cínico nombre: ‘Libertad’. En los costados del bolso se ponía el número del preso. Cuando dejabas ‘el paquete’ en el Penal de Libertad, siempre había una nueva reglamentación o ‘nueva orden’ de que el tabaco había que separarlo en bolsitas de 100 gramos cada una o que el jabón no puede venir en barra, hay que rallarlo con la parte más finita del rallador. Y lógicamente ya estábamos acostumbrados a que no nos dejaran entrar algo porque estaba en infracción por la ‘nueva orden’. Y siempre los
  • 54. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 54 paquetes estaban en infracción porque no avisaban con antelación los cambios de órdenes. En casa se preparaban dos paquetes, uno para Papo y otro para otro preso que no me acuerdo quién era. Papo había dicho que su familia era muy pobre y que no podían llevarle ‘el paquete’. Mami ayudó a mucha gente con los pasajes para el ómnibus o con ‘el paquete’ o con remedios para los presos políticos o para los mismos familiares. Los militares no permitían que los ómnibus que llegaban hasta el Penal de Libertad entraran hasta los lugares de visitas. Había que cargar con ‘los paquetes’, que eran muy pesados, y caminar al costado de la carretera como unas seis o siete cuadras. Siempre había que ayudar a alguien. A veces iban abuelas solas con tremendos paquetes. A veces cuando escucho la palabra “paquete”… se me vienen muchas cosas a la cabeza.
  • 55. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 55 Visita de adultos
  • 56. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 56 La señora entró cuando ya hacía dos o tres minutos que había comenzado la visita. Nunca antes había sucedido que permitieran entrar a alguien después de iniciada. Todos estábamos sentados, teléfono en mano enfrascados en las primeras preguntas y respuestas ansiosas, pero no pudimos evitar mirarla. Su cara expresaba con toda claridad su estado: sus ojos no lagrimeaban, más bien chispeaban. La cara descompuesta de furia e indignación, ella se movía con mucho ímpetu. Llegó al lugar donde la esperaba su esposo, preocupado ya porque pensaba que la habrían sancionado por algo y no la dejarían entrar. Aunque resultaría extraño, porque era una señora tranquila, suave, dulce... “¡¡Pero la puta madre que las parió ...!!” casi gritó la señora mientras tomaba el tubo del teléfono, antes de sentarse. La milica que la revisó había intentado acariciarle los senos y la había presionado de distintas maneras. La señora se lo relató a su esposo con todo detalle, algunos comentados en voz lo suficientemente alta como para que todo el mundo la escuchara. El esposo intentó calmarla diciéndole que no era solo ella, que lo mismo ya le había pasado a otras familiares, que parecería que no son pocas las milicas que tienen sus cosas extrañas ... Cada visita era un cacho de vida. Se pasaba lista a toda la familia, los amigos, el barrio, la economía, la política, la salud, la escuela, el liceo, la vida toda en unos pocos minutos, cada quince días. A veces una noticia triste, porque los años pasaron y la gente envejeció. A veces una noticia alegre, porque los años pasaron y los jóvenes se casaron y encargaron niños... ¡cada año nos hacían abuelos a unos cuantos! Sabíamos que muchos de nuestros familiares asociaban nuestro aseo con nuestro estado anímico: prolijos, buen ánimo, desprolijos, volando bajo. Sabíamos, además,
  • 57. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 57 que nuestro estado anímico incidía sobre ellos, así que el presentarnos prolijos a la visita era preocupación especial. Y eso requería una planificación adecuada, porque lo más visible era el mameluco y hubo tiempos en que nos entregaron mamelucos cada tres o cuatro años ... así que había que estudiar qué compañero del sector podía tener el mismo talle que uno, alguien que tuviera un mameluco presentable y otro para ir a trabajar y al patio, que pudiera prestar uno, que no tuviera visita el mismo día o el día anterior para que diera tiempo a lavarlo y cambiarle la tela con la indicación de número y ubicación ... en definitiva, en la semana siguiente a una visita ya debía empezar la planificación para la próxima visita. Y también a remendar el mameluco y que quedara lo más prolijo posible. Muchas veces, años después, he tratado de analizar qué incidencia tuvo en nosotros, o mejor dicho en mí, todo un montón de hábitos pueriles, infantiles, a los que tuvimos que acomodarnos en el campo de concentración. Son hábitos de niños que se ejecutan y se repiten hasta que se vuelven parte de uno. Creo que se podría pensar a los soldados como niños perversos o adultos aniñados, soberbiamente aniñados. Recuerdo esto aquí, precisamente, porque desde la salida hasta la vuelta de la visita repetíamos cada vez la misma serie de estos hábitos. Cuando abrían la puerta de la celda para que concurriéramos a la visita ya los movimientos estaban prestablecidos: salir y pararse frente a la puerta de la celda adoptando la posición de recluso – básicamente, las manos atrás y mirando al frente sin mover la cabeza –; a la orden del cabo a cargo, salir en fila india del sector y pararse en fila frente al puente de control, donde éramos inspeccionados por el sargento de piso; a la orden del sargento de piso, bajar las escaleras y formar fila nuevamente en la guardia, donde se nos pasaba lista; a la orden del oficial de guardia, salir en fila del celdario y concurrir al locutorio, cada recluso mirando la nuca del recluso de adelante y siempre con las manos atrás ... un milico indicando el camino, otros milicos a los costados custodiando, otro atrás, todos con sus palos correspondientes y el cabo dirigiendo el camino de la fila de prisioneros. Al llegar al locutorio, debíamos esperar formados, mirando hacia adelante. Cuando la tanda anterior salía, no podíamos saludar a ningún otro recluso... es decir, mirábamos a los compañeros como si fueran extraños, aunque fueran hermanos, o padres o hijos o amigos.
  • 58. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 58 Así llegábamos a la visita a encontrarnos con nuestros familiares que venían de ‘la normalidad’, de la problemática de la vida ‘afuera’, de la vida ‘normal’ ... si es que aún puede llamarse ‘normal’ la vida en dictadura; y nuestras madres, nuestras esposas y nuestras hijas llegaban recién salidas de la ‘revisación’ de las mujeres soldados. Mientras pasaban los años en el campo traté de analizar cómo iba incidiendo en mí aquella infantilización de movimientos... porque todos sabemos que los movimientos se internalizan y se crean sentimientos y pensamientos nos guste o no, lo sepamos o no, seamos conscientes o no, lo creamos o no. Pienso que analizarlo en el campo de concentración me hizo bien, me defendió de tanta imbecilidad, pero he seguido analizándolo años después de dejar el campo. Conocer y comprender esto ayuda a conocer y comprender la manera de actuar de mucha gente y, por supuesto, de los soldados. En el recuerdo, muchas visitas se confunden unas con otras, pero la memoria es selectiva: no sé qué criterios pautan mis recuerdos y mis olvidos pero sé que hoy me gustaría olvidar situaciones recurrentes de aquellos años. Como también me gustaría traer a mi atención consciente y fijar en el recuerdo imágenes huidizas, fugaces, apenas insinuaciones que cada tanto llegan y se van, que no puedo fijar, que me inquietan no sé por qué y que, aunque quisiera asirlas, se esfuman en el olvido como los aviones que se alejan y se vuelven un punto en el azul y luego nada.
  • 59. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 59 Aveces mi corazón se entristece cuando pienso en las visitas de adultos a los presos políticos. Las visitas de adultos eran a partir de los catorce años me parece, o estoy en la duda si no fueron a partir de los doce años, ya que no fue mucho tiempo que yo pude ir a las visitas de niños. Tampoco lo he querido preguntar, porque hasta el día de hoy se me hace un nudo en la garganta y no puedo hablar de ese tema. La sala de visitas de adultos medía unos treinta metros de largo por unos diez de ancho y estaba estructurada de forma tal que no había contacto físico con los presos políticos. Los familiares se sentaban de un lado, los presos políticos del otro. Eran bancos de material. Había unas cinco o seis hileras de bancos para sentarse y cabían unas siete u ocho personas, sentadas una al lado de la otra. Recuerdo que a veces escuchabas la conversación de al lado. No recuerdo exactamente cuál fue la evolución ‘material’ en la sala de visita, concretamente me refiero a la evolución, los cambios que fueron ocurriendo en el ‘espacio material entre el preso y el familiar’, es decir, lo que imponía la forma o el medio de comunicación a utilizar. Desde siempre hubo un vidrio que separaba. (Todo esto se me mezcla con la primera vez que vimos a Papo en el cuartel de Durazno: era una pieza casi oscura, con olor a humedad, él estaba a dos metros de nosotros sentado en una silla y había dos militares en la pieza.) O quizás comenzaron las visitas solo separados por espacios de aire, no recuerdo. En los primeros tiempos, en el vidrio había un hueco circular de unos diez centímetros de diámetro para que la gente se comunicara y por supuesto todo el mundo se daba la mano y hasta se besaban por ahí. Luego, casi enseguida, al círculo
  • 60. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 60 le pusieron ‘alambrina’ (tejido de plástico o de metal, no recuerdo bien) y así evitaron los militares que la gente se tocara y se besara. Luego al tiempo suprimieron la ‘alambrina’, taparon el hueco con no me acuerdo qué y pusieron teléfonos. El comentario de todo el mundo era que eso lo hacían para poder escuchar lo que hablaban los presos políticos con sus familiares. Claro, eso se corroboró en seguida. Los presos políticos eran torturados psicológicamente – eso decía mi abuelo y yo no le entendía – con datos obtenidos de las conversaciones con los familiares (lo mismo pasaba con las cartas). Por ejemplo, si sabían que un familiar estaba enfermo o el preso manifestaba algo, los militares tomaban ese dato y lo utilizaban para molestar al preso, para torturarlo psicológicamente; también torturan psicológicamente, decía mi abuelo y yo no entendía. Esto a veces no lo entiendo. Hoy, sigo sin entenderlo. Claro, si escucho las manifestaciones de los militares de hoy en día justificando la tortura para salvar la patria, puede ser que lo entienda; pero igual algo no me cierra. ¿Cómo un ser humano puede sistemáticamente torturar a otro ser humano? ¿Acaso la conciencia no existe? ¿Acaso el remordimiento es un sentimiento que se aprende? ¿No existe una percepción de la integridad humana, digo una percepción individual de qué es un torturador? ¿Vivimos en una sociedad donde las personas que torturaron y violaron mujeres indefensas andan caminando por la calle junto a nosotros? ¿Es así realmente? ¿Cómo es posible que el instinto supere el discernimiento, que la inteligencia no haga una objeción a un acto aberrante? Tanto en la sala de espera como en la sala de visita había de esos grandes espejos, que de verdad se ven del otro lado. No me acuerdo si había cámaras de esas que filmaban todo el tiempo. En la sala de visita había soldados hombres y mujeres soldados con ametralladoras y perros. No se podía saludar a otro preso político, es decir, hacerle ‘adiós’ con la mano. Estaba prohibido.
  • 61. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 61 Las visitas eran de cuarenta y cinco minutos, cada quince días y la visita de niños era una vez al mes. Si iban dos familiares a verlo al preso político, tenían que dividirse los tiempos o sea veintidós minutos y medio por persona; no podían entrar juntos. No se podía poner ‘mano contra mano’ en el vidrio, aunque muchos lo hacían. Muchos fueron sancionados por dicha razón. Había visitas de adultos que eran tristes; me animaría a decir que para mí, casi todas lo eran. Recuerdo los silencios de los familiares cuando salían de las visitas. Eran silencios que se me hacían eternos. Muchos familiares salían llorando. A veces cuando voy a un entierro, el recorrido desde que se llega al cementerio y se traslada el féretro hasta el lugar de sepultura, me hace acordar a la salida de las visitas. Eran solo unos minutos, luego todo el mundo empezaba a hablar, a mostrar artesanías, a reír, a llorar, a abrazarse, a compartir, a organizar. Sí, ahí se organizaba también, familiares y mucha gente ayudaba a otros familiares con el paquete o dinero para transporte. En la Sala de espera, una vez me dijo una de las mujeres soldados: “Si no deja de saltar, su padre puede tener problemas.” Esa vez yo tendría unos quince años y estaba jugando en la sala de espera con un niño de unos tres años cuya madre estaba ‘visitando a su esposo’. Le contesté que yo no estaba saltando, que era el niño chico el que saltaba, pero ella me respondió que esperaba que no fuera sordo. Me callé la boca y me empezaron a salir lágrimas, una detrás de la otra. El niño me miraba y no entendía nada. Me tuve que tragar las lágrimas de apuro, ya que mi madre estaba por salir y me tocaba entrar a mí. Recuerdo que le dije a Papo que tenía un resfrío bárbaro. El Viejo se rió y me dijo que los hombres también lloran y estuve como diez minutos llorando. Esto nadie lo sabía. Hasta ahora. Hablaba y lloraba y lloraba y hablaba. Terminamos riéndonos de un cuento que él me hizo.
  • 62. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 62 Visitas de niños
  • 63. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 63 La visita de niños era una vez por mes, en un jardín cercado que los milicos habían preparado junto al locutorio, el edificio donde se realizaban las visitas de adultos. El jardín permitía el contacto con los niños, pero la autoridad carcelera no lo autorizaba. Caminábamos uno junto al otro o nos sentábamos, también uno al lado del otro, en los bancos. La visita de niños coincidía con una de las visitas de adultos, así que allí coincidían mis padres, cuando podían venir, con mis hijos, sus nietos. Aquella mañana de visitas el Viejo Mito quedó muy sorprendido cuando el cabo le informó, allá en la primera entrada al campo de concentración sobre el camino que viene de Libertad, que el señor oficial de guardia no le permitía pasar. “Pero, ¿cómo? Pero, ¿por qué? ¿Estaría mi hijo sancionado?” No, no podía estar sancionado porque los demás familiares que venían a verlo podían pasar. “¿Era una sanción a mí?” El cabo correría los trámites con el señor oficial de guardia para averiguar el motivo. El señor oficial de guardia había decidido que no se podía entrar con barba a visitar a un recluso. El Viejo Mito tenía bastante más de ochenta y hacía años que lucía su barba, no entera, no sé como se le llama, él le decía ‘perita’. Me cuentan que abrió los ojos muy grandes, miró en derredor a otros familiares que esperaban para ser autorizados a entrar y dijo algo así como “¡Creo que seguiré asombrándome hasta el día que me muera!” Y quedó inmóvil, mirando a lo lejos. Otro familiar, viejo conocido de las visitas por la cantidad de años que habían coincidido, le ofreció llevarlo en su vehículo hasta la peluquería, en Libertad. “¿Querría el Viejo Mito afeitarse la ‘perita’? “¡Por supuesto!” La barba no le impediría verme,
  • 64. ® - Se permite la reproducción del contenido del presente texto con la respectiva cita a los autores. 64 ¡había viajado más de doscientos kilómetros para verme! Más tarde, cuando lo tuve frente a mí en la visita, se frotaba la cara y la pera, recién afeitadas, le brillaban los ojos mientras me repetía, sonriente, que Einstein tenía razón, que la imbecilidad humana es infinita. También los niños traían el relato de la ‘perita’ afeitada del abuelo. Pero preguntaban, no comprendían, “¿Por qué tuvo que afeitarse si muchas veces entró con barba?” La visita de niños es algo muy concreto en el recuerdo y tiene nombres propios para mí: Ileana, Hernán. ¿Cómo explicarle a dos niños que su abuelo tuvo que afeitarse la barba para visitar a su hijo en el campo de concentración porque a un señorcito oficial de guardia se le había antojado? ¿Cómo explicarle a una niña y a un niño el concepto de poder, el uso del poder, el abuso del poder, la imbecilidad humana en el poder? ¿Cómo explicarle a un niño la barbarie capitalista? ¿Cómo explicarle a un niño que su padre no estaba con ellos porque había optado por actuar de acuerdo a lo que sentía y pensaba? ¿Cómo explicarle lo que era la lucha por el socialismo en nuestro país en esos momentos? Yo no supe hacerlo, creo; sé que me resultó más fácil hablar de la Pachi y sus perritos ... El Interior tiene su magia. Se camina tranquilo, se saluda, se encuentra con vecinos y amigos con quienes intercambiar comentarios... Así, las pocas cuadras que van del Liceo hasta Magisterio, donde tenía mi próxima clase, me podía llevar más de media hora de caminata. De todos modos, llegué bastante temprano. Dos o tres estudiantes charlaban en el patio y jugaban con una perrita que apenas se paraba. Me acerqué a ellos, curioso, y me dijeron que la habían traído para sacrificarla en clase de anatomía, creo, y estudiarla. Vi aquel animalito, blanco con manchas negras, juguetón; quería correr y tropezaba y se daba vueltas en el piso. Lo levanté, ¡no!, no podía ser que lo sacrificaran. Pregunté si no me lo regalaban. ¡Pero es perra!, me dijeron los tres a coro. “Y sí, pensé, pero igual...” La Pachi, así fue bautizada, creció y se hizo adulta.