Un viejo samurái enseñaba artes marciales a los jóvenes a pesar de su edad avanzada. Un guerrero sin escrúpulos lo desafió para aumentar su fama e insultó y provocó al samurái durante horas, pero este permaneció impasible. Al final, el samurái explicó a sus alumnos que los insultos pertenecen a quien los da, no a quien los recibe, y que la paz interior depende sólo de uno mismo.