2. A menudo he pensado que sería una bendición si, al comienzo de
su juventud, todo ser humano se quedara ciego y sordo por unos
cuantos días. La oscuridad lo haría apreciar más el don de la
vista, y el silencio le enseñaría los deleites del sonido.
Algunas veces he interrogado a
mis amigos que pueden ver sobre
esa experiencia. Hace
poco, cuando una amiga acababa
de regresar de un largo paseo por
el bosque, le pregunté qué había
visto, y su respuesta me
¿Cómo es posible caminar durante una hora por
el bosque sin ver nada digno de ser “Nada en especial”.
sorprendió:
contado?, pensé. Yo, que no puedo ver, descubro
cientos de cosas interesantes mediante el simple
tacto. Siento la delicada simetría de una hoja.
Recorro con las manos el liso tronco de un
abedul, o la áspera corteza de un pino. En
primavera, exploro las ramas de los árboles con
la esperanza de tocar un brote, el primer signo de
que la naturaleza ha despertado de su letargo
invernal.
3. En ocasiones, si corro con mucha suerte, poso suavemente la mano sobre
un retoño de árbol y percibo la jubilosa vibración del canto de un pájaro. A
veces deseo con toda el alma poder ver estas cosas. Si el mero tacto me
produce tanto placer, ¿cuánta belleza más podría revelarme el sentido de la
vista? He imaginado incluso lo que más me gustaría ver si se me concediera
poder usar los ojos al menos durante tres días.
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4. El primer día querría ver a la gente, cuya amabilidad y
compañía me han hecho apreciar el valor de vivir la vida.
Yo no sé lo que es mirar al corazón de un amigo a través de
“las ventanas del alma”: los ojos. Aunque sólo puedo tocar
con las yemas de los dedos el contorno de una cara, soy
capaz de percibir la alegría, la tristeza y muchas otras
emociones humanas. Conozco a mis amigos por la
sensación de sus rostros entre mis manos.
Para ustedes que pueden ver, debe ser mucho más fácil y
satisfactorio captar las cualidades esenciales de otra persona
con sólo observar las sutilezas de su expresión, la crispación
de un músculo, el temblor de una mano… pero, ¿se les ha
ocurrido alguna vez usar la vista para sondear la naturaleza
íntima de un amigo? ¿Acaso no muchos de ustedes, los que
ven, pueden contemplar un rostro sin fijarse realmente en él?
5. Por ejemplo, ¿pueden describir con detalle las facciones de 5
de sus mejores amigos? A manera de experimento, les he
preguntado a varios hombres de qué color son los ojos de sus
esposas, y con frecuencia, avergonzados y
confundidos, admiten que no lo saben.
¡Dios mío, cuántas cosas podría yo ver si tuviera el don de la vista
tan sólo tres días!
El primer día sería muy ajetreado. Llamaría a mis amigos más
queridos y observaría largo rato sus rostros para grabar en mi
mente las manifestaciones externas de su belleza interior.
Dejaría que mis ojos se posaran también en la cara de un bebé
recién nacido, a fin de captar un atisbo de ese candor
anhelante y bello que antecede a la conciencia individual de
los problemas de la vida. Querría ver los libros que otras
personas me han leído, y que me han revelado mil secretos
profundos de la existencia humana. Me gustaría ver los
confiados ojos de mis fieles perros, el pequeño Terrier
Escocés y el robusto Gran Danés.
6. Por la tarde, daría un largo paseo por el bosque y me regodearía
contemplando las maravillas de la naturaleza. Y elevaría una
plegaria al cielo ante el prodigio multicolor del ocaso. Esa
noche, supongo, no podría conciliar el sueño.
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7. Al día siguiente, me levantaría al amanecer y presenciaría el
estremecedor milagro por el cual la noche se transforma en
claridad. Contemplaría llena de asombro el magnífico
espectáculo de luz con el que el sol despierta a la tierra
durmiente.este día a echar un vistazo al mundo, pasado y
Dedicaría
presente.
Querría ver la evolución del progreso humano, y para ello
visitaría los museos. Allí, mis ojos verían la historia abreviada
de la tierra: los animales y las diversas etnias humanas
recreadas en su ambiente natural; los esqueletos gigantescos
de los dinosaurios y mastodontes que vagaban por el mundo
antes de que apareciera esa pequeña criatura de poderoso
cerebro –el hombre- y conquistara el reino animal.
Mi siguiente visita sería el museo de arte. Conozco bien a
través del tacto las figuras esculpidas de los dioses y las
diosas del antiguo Egipto. He palpado con los dedos las
producciones de los frisos del Partenón, y percibido la grácil
belleza de esculturas de guerreros atenienses en acción. El
rostro barbado y tosco de Homero me es muy querido, ya que
él también supo lo que es estar ciego.
8. Así pues, el segundo día intentaría penetrar en el alma humana a través del
arte. Podría ver las cosas que conocí por medio del tacto, pero en todo su
esplendor: el magnífico mundo de la pintura quedaría expuesto ante mis
ojos. Sin embargo, quizá me llevaría de él sólo una impresión superficial,
ya que los pintores dicen que para desarrollar una apreciación profunda y
genuina del arte es necesario educar el ojo. Hay que aprender mediante la
experiencia visual a reconocer los méritos de la línea, la composición, la
forma y el color. Si yo pudiera ver, ¡conque alegría emprendería un estudio
tan apasionante!
Pasaría la tarde del segundo día en un teatro o en un cine. ¿Cómo me
encantaría poder ver la fascinante figura de Hamlet, o el impulsivo Falstaff
con un colorido atuendo isabelino! Yo no puedo disfrutar la belleza del
movimiento rítmico mas que con la limitada capacidad del tacto de mis
manos.
Sólo puedo entrever en mi imaginación la gracia de una Ana Pavlova,
aunque conozco en parte el deleite del ritmo, ya que a menudo puedo
sentir la cadencia de la música cuando hacen vibrar el piso. Bien puedo
imaginar que el movimiento cadencioso debe ser una de las visiones
más disfrutables del mundo. He logrado formarme una idea de esto al
recorrer con mis dedos las líneas del mármol esculpido, y si esta gracia
inmóvil puede ser tan hermosa, ¡más intensa aún ha de ser la Click aquí para
emoción de
ver la gracia en movimiento! regresar
9. A la mañana siguiente, de nuevo daría la bienvenida al
amanecer, ansiosa por descubrir otras manifestaciones de la belleza.
Este día, el tercero, lo pasaría en el mundo de la gente común, en los
sitios donde se divierten y batallan para ganarse el sustento. La
ciudad se convierte en mi destino.
Me detendría primero en una esquina transitada a mirar en silencio a la
gente, intentando con ese simple acto comprender algo de su vida
cotidiana. Veo sonrisas y me siento feliz, veo una firme determinación
y me lleno de orgullo. Veo sufrimiento y en mí aflora la compasión. Me
paseo por la 5ª Avenida. Dejo vagar la mirada, así que no observo un
objeto en particular, sino un calidoscopio de deslumbrantes imágenes.
Estoy segura de que los colores de los vestidos de las mujeres que
caminan entre la multitud son un espectáculo maravilloso del que
nunca podré cansarme.
Pero es posible que, si pudiera ver, fuera yo como la mayoría de las
mujeres: estaría demasiado interesada en la moda para prestar
atención a la belleza de los colores entre un gentío.
Partiendo de la 5ª Avenida, haría un recorrido por la ciudad: los barrios
pobres, las fábricas, los parques donde juegan los niños… sin salir de
la ciudad, también haría un viaje al extranjero visitando los barrios de
10. Mi tercer día para ver se acerca a su fin. Hay muchos asuntos serios a
los que podría dedicar las últimas horas, pero en la noche correría de
nuevo al teatro, a ver alguna obra que me hiciera reír hasta las lágrimas
y me permitiera apreciar los tintes de comedia y del drama humano.
A la media noche, la oscuridad perpetua se cerniría de nuevo sobre mí.
Por supuesto, en esos tres breves días no habré visto todo lo que
deseaba. Pero cuando la negrura hubiera descendido sobre mí, me
percataría de cuánto me había faltado ver.
Tal vez este escueto plan no se parezca en nada al que ustedes podrían
hacer si supieran que están a punto de quedarse ciegos; sin
embargo, estoy segura de que si tuvieran que afrontar ese
destino, usarían los ojos como jamás lo han hecho. Todo lo que vieran
cobraría un sentido especial. Sus ojos se posarían con ansia en cada
objeto que entrara dentro de su campo visual. Finalmente, descubrirían
lo que en realidad significa ver, y un nuevo mundo de belleza se abriría
ante ustedes.
Yo, que soy ciega, tengo un consejo para los que pueden ver: Usen sus
ojos como si mañana fueran a perder la vista. Y hagan lo mismo con
los demás sentidos: escuchen la musicalidad de las voces, los trinos
de los pájaros, los poderosos acordes de una orquesta, como si el día
11. Tomen y acaricien cada objeto como si
mañana fueran a despojarlos del
sentido del tacto. Huelan el delicado
perfume de las flores, deléitense con
el sabor de cada bocado, como si
nunca más pudieran volver a oler ni a
paladear nada.
Disfruten al máximo sus sentidos;
gocen, a través de los diversos medios
de contacto con que los dotó la
naturaleza, de todas las facetas del
placer y la belleza que el mundo nos
ofrece.
Aunque, de todos los sentidos, estoy
segura de que el de la vista debe de
ser el más glorioso.