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TERAPIA DE PAREJAS
MIGUEL COSTA
CARMEN SERRAT

Miguel Costa y Carmen Serrat:

Terapia de parejas
Un enfoque conductual
Primera edición en «El Libro de Bolsillo»: 1982
Segunda edición en «El Libro de Bolsillo»: 1985

Dibujos Emilio Ruiz de Arcamte y Rosaura García
© Miguel Costa y Carmen Serrat
© Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1982, 1985
Calle Milán, 38; 200 00 45
Fotocomposición Compobell, S. A. Patino (Murcia) ISBN: 84-206-1930-2
Depósito legal: M. H.074-1985
Papel fabricado por Sniace, S. A.
Impreso en Hijos de E. Minuesa, S. L.
Ronda de Toledo, 24. 28005 Madrid
Printed in Spain
Prólogo

Sin el amor que encanta
la soledad de un ermitaño espanta.
¡Pero es más espantosa todavía
la soledad de dos en compañía!
Ramón de CAMPOAMOR

Esta glosa poética de Campoamor sintetiza con precisión el estado final que con frecuencia suele
alcanzarse en el proceso de deterioro de una pareja: “la soledad de dos en compañía”.
“De novios mieles, de casados hieles” reza otro dicho, esta vez popular y más prosaico, para
describir igualmente el proceso seguido por muchas parejas cuya relación, como suele ocurrir en
general, está llena de agasajos y de cumplidos en su comienzo y de desafectos e incomunicación en su
final, cuando termina.
Merece la pena caer en la cuenta de este proceso prácticamente universal, al menos en la moderna
sociedad occidental, con su pretendida libertad de vinculación y su canto al amor romántico y a la
elección libre de pareja, donde la relación suele tener abundantes cosas positivas en sus comienzos,
rayando con frecuencia en la exuberancia, para entrar, con no menos exuberante frecuencia, en un
proceso, normalmente gradual, de deterioro hasta desembocar, en el mejor de los casos, en la ruptura
más o menos aliviadora; y en el peor, aunque no el menos frecuente, en la institucionalización de la
incomunicación o el ataque sutil o mordaz en la fingida tolerancia cotidiana.
Ambas situaciones, la idílica del comienzo y la trágica de la ruptura, son de sobra conocidas de
todos, aunque sólo sea por su frecuencia; lo que no resulta tan asequible, sin embargo, es el proceso
que lleva de una situación a otra.
En este afán tan humano de buscar expresiones abstractas incluso para las realidades más
cotidianas y concretas, en el tema de la pareja siempre se lleva la culpa el «amor». El amor fue el
responsable de juntar a la pareja, y el mismo amor (o su desaparición, que viene a dar igual) la separa.
Y así, después de encontrada la explicación, todos tan contentos.
Otra constante humana, bastante retorcida por cierto, es la asociación entre causalidad y
culpabilidad. Ante la disolución de una pareja es frecuente preguntarse, personalizando: ¿quién es el
causante?, ¿quién es el culpable? Entre las respuestas, como es sabido, las hay para todos los gustos:
él, ella, los amigos, el divorcio, el progreso, la crisis de valores... y hasta las mismas suegras. Así, en
resumen, el amor se va porque algo o alguien le echa.
En la mitificación del sexo -lo que suele ocurrir cuando éste se disfruta de forma deficiente- es aquél
el que suele llevarse con frecuencia la culpa. Y casi siempre aparece la infidelidad o el adulterio como
la hipotética causa más o menos remota (el culpable) de la desavenencia.
Pero las cosas no son tan simples en los humanos, y aunque lo complejo no tiene que ver con lo
abstracto, ni mucho menos con idealizaciones más o menos afortunadas, siempre es posible, sin
embargo, hacer un análisis de la pareja, especialmente de su relación y de las circunstancias que la
rodean, y llegar a formulaciones más 'pragmáticas y operativas respecto de las causas de su deterioro;
y lo que es más importante, de las posibles vías de su recuperación, siempre que ello sea, no sólo
posible, sino también deseado por los propios interesados.
En cualquier caso, es importante destacar que una pareja es ante todo relación, interacción,
intercambio, dar y recibir, y es en este dinamismo donde se encuentra la raíz del “amor” donde
fundamentalmente se han de buscar las causas
tanto de la armonía como del deterioro de una
pareja.
Aunque sea accidentalmente, pues no es éste el lugar para extenderse sobre ello, podemos decir algo
sobre el omnipresente «amor». El contenido semántico del término, como es bien sabido, es
desbordante e inespecífico, tiñendo prácticamente cualquier forma de relación humana. En esta
excesiva vaguedad y sobre inclusión del término «amor» radica, precisamente, su mayor debilidad y
hasta el peligro de un uso indiscriminado del mismo, como puede verse en el caso de la relación de
pareja, donde el término es utilizado para explicar todo y, lógicamente, acaba por no explicar nada.
El «amor romántico», por otro lado, no parece ser sino una invención moderna, acorde con el
desarrollo y la materialización de la ideología liberal-burguesa y su mentalidad individualista, base de
la economía de mercado de la revolución industrial. Esta revolución en los sentimientos (como la
califican algunos autores), que descansa en el deseo de ser libre emocional y sexualmente, se plasmó
en el hecho básico de asumir el derecho a la elección de pareja sobre la base del amor romántico y la
atracción sexual. Este importante factor
del surgimiento del sentimiento romántico fue, por otro lado y con bastante probabilidad, el
responsable del desarrollo de la familia nuclear moderna y del concepto del hogar como retiro
emocional y base de la felicidad de la pareja, todo lo cual pareció acentuar el sentimiento de
domesticidad, con, al menos, la importante consecuencia del retiro de la mujer al hogar y la
perpetuación de su correspondiente segregación de la vida pública.
La consideración de todos estos factores puede, como se verá, ser importante, sobre todo si se tiene
en cuenta que buena parte de los problemas de pareja arrancan o son simple expresión de una crisis
más amplia en unos roles convencionales socialmente asignados a la mujer y al hombre que aquélla
se empeña, en parte, en cuestionar y modificar.
El mismo hecho de la elección de pareja en el acto de enamorarse viene dado por factores
psicológicos mucho más concretos que las esotéricas y misteriosas razones a las que suelen atribuirse
estos sucesos. Los propios psicólogos dedicados actualmente a la investigación de este campo están
logrando notables progresos en el desvelamiento de estas áreas tradicionalmente consideradas
irreductibles y enigmáticas.
Todas estas reflexiones en torno al espinoso tema del amor no tienen en última instancia otra
finalidad, al menos en nuestra intención actual, que la de llamar la atención sobre la posibilidad y la
necesidad de abordar las relaciones de pareja y sus problemas sobre una base operativa y científica,
en lugar de refugiarse en el tópico inoperante de la simple sustitución de palabras. Y esto es
precisamente lo que intenta el libro que aquí prologamos, no limitarse a las grandes palabras sino
descender a los hechos y a la realidad concreta de la pareja y operativizar su relación y sus
problemas, para desde ahí no sólo vislumbrarlos sino poder superarlos. Como dijo o debió decir
alguien, “lo importante no es definir la felicidad, sino lograr que los hombres sean felices”.
Esta concepción de la Psicología como servicio público y ayuda práctica en la solución de
problemas es lo único que puede sacar a nuestra profesión del dominio de la simple especulación
teórica, o del ámbito de lo esotérico e incluso místico en que con demasiada fre cuencia ha estado
sumida. En el campo concreto de los problemas de pareja, esta proyección práctica de la Psicología
científica actual se está revelando de gran utilidad, como lo muestra el mismo libro objeto de este
prólogo, hasta el extremo de que yo me atrevería a proponer para nuestro país, ahora que ya existe
una regulación sobre el divorcio, la posibilidad de disponer de la asesoría de psicólogos previa a la
tramitación del divorcio, con objeto de que las parejas tengan la oportunidad, si lo desean, de
replantearse su relación agotando las nuevas posibilidades que la Psicología ofrece para resolver los
conflictos de pareja.
Un aspecto adicional a tener en cuenta en la terapia de parejas es el de la base teórica en que se
fundamenta. En la actualidad distintos enfoques teóricos ofrecen estrategias terapéuticas diferentes
para abordar estos problemas. Entre ellos cabe mencionar el enfoque psicoanalítico, el estructural, el
de la teoría de sistemas y el conductual. Salvando méritos específicos de cada uno de los enfoques, y
sin ánimo de polemizar sobre los mismos, sí nos atrevemos al menos a afirmar, en base a las
necesidades y demandas prácticas de la psicología actual que antes comentábamos, que el enfoque
conductual, además de sintetizar en cierta medida algunas de las características de los demás enfoques, reúne en sí las fundamentales ventajas de ser operativo, funcional y orientado a la resolución
práctica de los problemas. Pero, sobre todo, tiene el mérito de ofrecer unos resultados prácticos no
igualados por ninguno de los enfoques alternativos.
El libro objeto de este prólogo, «Terapia de parejas» (el primero que sobre el tema se escribe en
español) está centrado en el enfoque conductual, y como tal reúne todas las características antes
mencionadas. No obstante, a estas ventajas generales del enfoque cabe añadir otras específicas del
libro en sí. Ante todo, es de destacar el enfoque práctico del libro, cuyo centro de atención está
puesto en transmitir al lector cómo enfrentar de forma constructiva los problemas de parejas, a
través, primero, de una evaluación adecuada de los mismos y, sobre todo, de una formulación y una
intervención operativa y fundamentalmente constructiva sobre los problemas.
Aunque el enfoque teórico del libro, como destacan sus autores en el título, es el conductual, éste
es entendido de forma abierta y actual, como es propio del enfoque en nuestros días, y no del modo
simplista y reduccionista censurado por muchos y realmente adoptado por el conductismo en algún
tiempo pretérito de su historia. Quizás sean obvias estas aclaraciones y no mereciera abundar en ellas,
pues evidentemente los conductistas han avanzado con el conductismo y el conductismo con los
conductistas hasta incluir, explicar y resolver problemas cada vez más complejos, y lógicamente su
estructura teórica ha evolucionado en el mismo sentido haciéndose más flexible e incluyente. No
obstante, nos permitimos hacerlas como una llamada de atención para aquellos "que sigan aferrados
de forma inflexible a la evocación de cierto contenido semántica del término conductismo e incluso a
la fantasía futurista de cierta praxis política y humanamente objetable. En definitiva, nos dirigimos a
todos aquellos que recelan del enfoque conductista más sobre la base de prejuicios (en el sentido
propio del término de juicios previos) que sobre el conocimiento profundo y la reflexión
desapasionada y sincera sobre el mismo. A todos ellos les pediríamos que lean detenidamente el libro
y que después de leído reflexionen sobre sus juicios previos en torno al conductismo y traten de evaluar si los conceptos y la praxis vertidos en este libro, básicamente conductista, responden a esos
juicios que se habían formado sobre ellos.
En cuanto a las características estructurales del libro en sí, todas ellas, tanto la distribución del
contenido como el propio contenido (nada simple y de gran amplitud, por cierto) e igualmente su
forma de presentación, todas ellas, repito, abundan en la preocupación básica de los autores de hacer
un libro práctico y útil para cualquier persona que pudiera leerlo, pero especialmente para el
profesional de la psicología enfrentado con los problemas de pareja.

El libro, en síntesis, como la propia trayectoria de los autores del mismo, tiene, sobre todas, las
virtudes de su practicidad y su amplitud de enfoque y sirve adecuadamente al ideal que debe guiar
nuestra profesión y que anteriormente expresábamos al afirmar que «lo importante no es describir la
felicidad, sino hacer que los hombres sean felices».

Madrid, octubre de 1981
José Antonio I. Carrobles
Universidad Autónoma de Madrid

Nuestro agradecimiento más sincero a cuantas personas han colaborado en la creación de este
libro. A Isabel Pellicer y al equipo Luria por sus aportaciones y sugerencias inestimables, a Blanca
Serrat por su ayuda mecanográfica y a Ernesto López por su apoyo entusiasta.
Vaya también nuestro agradecimiento a Emilio Ruiz y Rosaura García por sus dibujos, de indudable
valor didáctico, ya Miguel Paredes, quien nos «tentó" y animó para escribir este libro.
Introducción

La aplicación de la aproximación conductual al tratamiento de los problemas de pareja es de
reciente y creciente desarrollo. Aunque probablemente este fenómeno se deba, en parte, al auge que
la Ciencia del Comportamiento viene experimentando en los últimos años, no podemos por menos
que recurrir a otro tipo de factores para explicar el que la terapia de pareja haya llegado a ser una
modalidad de tratamiento cada vez más popular.
Un factor muy relevante, casi con toda seguridad, es el cambio experimentado en las últimas
décadas por la estructura familiar. En efecto, la creciente industrialización de la sociedad, la
liberalización de las costumbres, el desarrolló de las reinvindicaciones feministas..., han alterado los
papeles de los miembros de la pareja y facilitado la manifestación de sus conflictos. La mujer
comienza a tener acceso a la educación, al mundo del trabajo, se cuestiona su papel de madre
«sacrificada» y esposa «sumisa», y exige condiciones de igualdad y respeto; habla ahora más de sus
intereses y tiene una actitud más crítica e independiente ante su realidad. El hombre, por otra parte,
en la medida que su papel empieza también a ser cuestionado, sufre de algún modo esta situación.
La sociedad industrial que conocemos conlleva otros factores que condicionan hábitos de vida y de
relación interpersonal poco adecuados para lograr una comunicación efectiva. El rápido crecimiento
incontrolado de la vida urbana, y las tasas de sobreexplotación, con exceso de número de horas de
trabajo y transporte, vienen a ser algunos de los más representativos. Estas condiciones de vida
restringen considerablemente lo que en términos conductuales denominamos las redes de
reforzamiento social. Es decir, no existe tiempo para visitar a los amigos, vecinos y miembros de la
familia. La red de individuos que proporcionan refuerzos sociales (elogio, afecto, relación) se reduce a
su mínima expresión: al otro miembro la pareja, y cada uno de los componentes de la misma pasan a
ser casi exclusivamente dependientes del reforzamiento social del otro.
De este modo, se están sentando las bases sociológicas necesarias para la insatisfacción en la vida de
pareja como una parte más de la insatisfacción individual y colectiva en el seno de una sociedad que
genera estas condiciones de vida. En la pareja, en particular, esta «dependencia» a que aludimos
determina a menudo demandas recíprocas de afecto y de atención tan apremiantes que ambos
encuentran difícil de satisfacer.
Por otra parte, el tiempo de ocio y recreo, ya de por sí limitado, lo ocupa de manera abusiva la
televisión, que introduce en los hogares el “silencio del espectador” y reduce al mínimo las
oportunidades de intercambio conversacional y de cuantas actividades placenteras pudieran
planearse.
Existen también, sin duda, otros elementos sociológicos que introducen probablemente factores
explicativos adicionales para entender esa demanda creciente de ayuda profesional a la pareja. Uno
de estos elementos es la debilidad de uno de los miembros de la pareja respecto del otro. A pesar de las
reivindicaciones feministas y del desarrollo social persiste en la mujer una situación de
discriminación en los campos de la educación, laboral y social en general con respecto al hombre. Si
las oportunidades de contacto y refuerzo social se restringen considerablemente para éste, en un
amplio sector, de mujeres llegan a alcanzar cotas que rayan en el auténtico aislamiento social. La
mujer se convierte así en un ser más dependiente del refuerzo social proporcionado por el otro. No es
raro ver en nuestras consultas mujeres con cuadros depresivos que se resuelven con relativa facilidad
tras conseguir un incremento de contactos sociales y oportunidades de ser reforzada por su pareja.
En otros casos, cuando la mujer tiene la oportunidad de trabajar fuera de casa, no es raro que se vea
sometida a dobles jornadas de trabajo, ya que las tareas domésticas suelen recaer en ella.
Todas estas condiciones presionan y facilitan el conflicto en la pareja. Unas veces vendrá manifestado
a través de una sintomatología depresiva en uno de ellos, generalmente la mujer, o en ambos; y otras
a través de enfrentamientos, conflictos o de una declaración directa del tipo “¡Así no podemos seguir!”
Hasta fechas recientes, y aún hoy día en que la profesión del psicólogo se introduce tímidamente en
nuestro país, el conflicto se ha venido abordando desde posturas muy simplistas e impregnadas de un
gran misticismo e ideologismo. El que fuera canónigo de Victoria, E. Enciso, se preguntaba (Ferrándiz
y Verdú, 1974): «¿Por qué hay tantos matrimonios desgraciados y tantos otros que, sin llegar
precisamente al nivel de desgracia, no son felices?» El mismo se respondía... «porque abundan mucho
las mujeres casadas que no saben callar, ceder, sonreír... la culpable es la mujer... Dios ha dado al
hombre la fuerza de los puños y, en compensación, ha entregado a la mujer la fuerza de la sonrisa».
En otra parte (Ferrándiz y Verdú, 1974) aconseja «técnicas» muy concretas como método de superar
los problemas de la pareja: «...ya lo sabes: cuando estés cansada, jamás te enfrentarás con él, ni
opondrás a su genio tu genio, y a su intransigencia la tuya. Cuando se enfade, callarás cuando grite,
bajarás la cabeza sin replicar; cuando exija, cederás, a no ser que tu conciencia cristiana te lo impida.
En este caso no cederás, pero tampoco te opondrás directamente: esquivarás el golpe, te harás a un
lado y dejarás que pase el tiempo. Soportar [el subrayado es nuestro], esa es la fórmula… Amar es
soportar».
A través de estos consejos del canónigo E. Enciso queda reflejada con claridad lo que ha sido la
actitud de ciertos sectores de la Iglesia Católica que, de modo generalizado y prepotente, han
impregnado en nuestro país la vida de pareja y familiar durante muchos años. Esta mistificación e
ideologización, aparte de plantear como única alternativa la resignación, se ha convertido, en no
pocos casos, en fuente de inadaptaciones. Por poner algún ejemplo, aún no faltan mujeres en nuestra
consulta, con problemas de inadecuación sexual, que han tenido una historia de aprendizaje muy
mediatizada por su «director espiritual» y con pautas del tipo «cuando hagas uso del matrimonio
trata de no disfrutar... piensa en otra cosa... ». El consejero espiritual es quien ha asumido durante
muchos años, y aún hoy día, la función de asesor o terapeuta familiar y de pareja; podía,
evidentemente, tener una gran voluntad e interés por solucionar cuantos problemas le llegaban, pero
generalmente carecía de planteamientos científicos para afrontar con rigor una tarea tan compleja
como es la relación interpersonal y la comunicación en la pareja.
La gran resistencia cultural a asimilar planteamientos, científicos en los temas relacionados con el
comportamiento humano ha sido una constante de nuestra civilización. Los medios de comunicación
de, masas y la «prensa del corazón» suelen ser exponentes representativos de “culturización” idealista
en estos temas. Por otra parte, la crisis profunda y sin precedentes por la que atraviesa nuestra
civilización, sometida a riesgos de catástrofes nucleares o ecológicas antes inimaginables, tiende a
poner en cuestión los valores positivistas del desarrollo científico y tecnológico. Argumentaciones
simplistas identifican a éste como la fuente de todos los males. Existe una vuelta al idealismo o una
reactivación del mismo y, en medio de este clima emocional, el planteamiento científico, en su
aplicación a la pareja y al hombre en general, no está exento de críticas poco argumentadas y
generalmente apoyadas en meros juicios de valor. Los defensores de estas posturas parecen olvidar
que el desarrollo científico ha contribuido, con aportaciones específicas, a aliviar gran parte del sufrimiento humano. El problema no reside tanto en la naturaleza de la ciencia en sí misma como en los
criterios de su aplicación, en la utilización que el hombre hace del desarrollo científico y tecnológico.
Falla, en definitiva, el hombre y la estructura social que lo conforma. Cuando Skinner (1969, pág. 35)
comenta: “los métodos de la ciencia han sido extraordinariamente eficaces dondequiera que se han
ensayado, ¿por qué no lo aplicamos entonces a los asuntos humanos?”, parece querer significar que
una alternativa para mejorar el mundo social de hoy debe pasar, si bien no exclusivamente, por una
profundización en el conocimiento científico del comportamiento humano.
El saber popular, fiel reflejo del contexto cultural, y cuantos tímidos intentos se hicieron desde
una perspectiva algo más profesional han estado impregnados también de cierto idealismo. El estar
o no estar enamorados» viene a ser el factor causal relevante. Cuando una pareja “está enamorada”
transcurren sus relaciones con normalidad; en cambio los problemas comienzan cuando uno u otro
«deja de estar enamorado». El amor se convierte así en el elemento explicativo por excelencia: «el
amor lo vencerá todo». Claro está, «amor» es una palabra que no se sabe qué define, como se
adquiere ni cómo se pierde, y ante la que, por su falta de concreción y operatividad, no sabremos
qué hacer. El planteamiento derrotista de la resignación no es ni más ni menos que una
consecuencia lógica del planteamiento idealista, vago e inconcreto del amor: «o se está o no se está
enamorado, y si no… ¡qué le vamos a hacer! ¡Resignación!»
Otras tímidas alternativas desde el campo profesional, como decíamos más arriba, se formulan en
términos vagos e inespecíficos que resultan a la postre tan inoperantes como el planteamiento
simplista y causal del amor. Desde esta perspectiva suelen ser “da pérdida de individualidad” o “da
capacidad de sentir” los elementos explicativos del desastre en la pareja. Aquí estamos, igual que
antes, ante expresiones verbales que no sabemos qué encierran y de las que caben cuantas
interpretaciones quieran hacerse.
No será hasta las dos últimas décadas/'coincidiendo con el arraigo del psicólogo clínico como
profesional, cuando comienzan a irrumpir, de la mano de éste, alternativas surgidas en la Psicología,
entendida como disciplina científica que estudia el comportamiento humano. Surge la Terapia del
Comportamiento que, lejos de los planteamientos vagos e inconcretos, realiza un intento riguroso, y
al parecer efectivo, de aplicar una metodología científica al estudio, prevención y tra tamiento de
cuantos problemas de comportamiento presenta el hombre en su vida personal y de relación.
La aproximación de la Terapia del Comportamiento a la problemática de pareja es altamente
estructurada y explícitamente didáctica. Enfatiza los principios del Aprendizaje y se orienta no sólo
hacia el cambio de conducta sino también, y sobre todo, hacia el entrenamiento en habilidades de
cambio de conducta. En este enfoque las parejas aprenden a realizar análisis funcionales de sus
propias conductas y de las de su compañero y a utilizar procedimientos específicos tales como el
reforzamiento positivo, el moldeamiento, etcétera.
El objetivo básico de este enfoque es el entrenamiento en habilidades de comunicación y de
solución de problemas con el fin de que la pareja resuelva, de modo autónomo, no sólo sus
problemas actuales sino también aquellos que en un futuro pudieran plantearse. El terapeuta
conductual de pareja no se centra en la resolución de problemas específicos sino más bien en el
proceso por el que las parejas adquieren una serie de habilidades para llegar a solucionados.
El papel del terapeuta se parece al de un maestro de habilidades de comunicación que intenta que
la pareja adquiera competencia necesaria para funcionar con independencia de él (Jacobson 1979). En
este sentido constituye una aproximación preventiva, en tanto en cuanto las parejas abandonan la
terapia con los medios suficientes para resolver sus problemas en el futuro.
Este libro pretende ofrecer una aproximación modesta al tema del conflicto de pareja y su
tratamiento desde esta perspectiva conductual. Está dirigido especialmente a cuantos psicólogos
salen de la Universidad I sin una experiencia clínica suficiente ya los profesionales que de algún modo
tocan la problemática de la pareja. Por esta razón, hemos tratado de exponerlo del modo más
didáctico posible y atender a los aspectos prácticos que un tratamiento de esta índole comporta.
El libro consta de cuatro partes diferenciadas. En el capítulo 1 se ofrece un planteamiento teórico
que está lejos de los modelos lineales simplistas del condicionamiento clásico y operante. Basándose
en el modelo mediacional introduce elementos teóricos de la Teoría de la Comunicación y del
Modelo de Campo (Kantor 1978, Ribes 1980, Bayés 1980), con las matizaciones que el medio de
contacto normativo-social comporta en el intercambio conductual de una pareja. El capítulo 2 ofrece
una aproximación a los medios básicos de evaluación, con una relación breve de cuestionarios muy
utilizados en la misma. El capítulo 3 desarrolla algunas estrategias de intervención encaminadas a que
la pareja adquiera una serie de habilidades necesarias para resolver sus problemas de relación. El
Apéndice es la cuarta parte diferenciada del libro. En él se ofrecen materiales (Cuestionarios, Guía de
Trabajo, Guía de Sesiones...) de cierta utilidad clínica para orientar el trabajo de aquellos
profesionales que están iniciándose en el campo de las relaciones de pareja.
En el libro utilizamos indistintamente términos como «marido/mujer», «esposo/esposa»,
«compañero-compañera» para referimos a los dos integrantes de la pareja la razón de ello es la gran
relevancia sociológica de los mismos. Sin embargo, no es nuestra intención prejuzgar la naturaleza
sexual de una relación de pareja. Consideramos que los principios que se exponen en este libro son
tan válidos, si bien con matizaciones, para una pareja heterosexual como homosexual. Por otra parte,
queremos llamar la atención del lector sobre el hecho de que aunque el contenido de este libro se
desarrolla fundamentalmente desde una perspectiva de tratamiento individual, sus presupuestos
básicos no excluyen un marco de intervención grupal o la inclusión de co-terapeutas. Al contrario:
puede que estas modalidades sean las más idóneas.
Finalmente, deseamos que esta publicación sirva de estímulo a otros muchos colegas que en
nuestro país ya están aportando experiencias y trabajos muy interesantes. Somos muchos, incluidos
los autores de este libro, los que necesitamos aprender de esa joven profesión que es la de psicólogo.
1. Aspectos teóricos

1.1. Conceptos básicos

El comportamiento humano no es aleatorio ni imprevisible, no ocurre «porque sí» o porque haya
algo intrínseco en el individuo que le haga comportarse como lo hace. Si observamos con detalle,
tenemos necesariamente que constatar un hecho: la conducta de un individuo mantiene una
regularidad en la interacción con su ambiente. Este hecho es precisamente el elemento empírico
nuclear que nos permite construir una ciencia del comportamiento y fundamentar la Psicología como
tal.
La moderna teoría del aprendizaje social, construida a partir de observaciones y medidas
cuidadosas, es uno de los soportes teóricos más importantes de esta ciencia. Esta teoría sostiene que
la mayor parte de los determinantes de la conducta humana pueden localizarse en la relación
dialéctica y continua que existe entre el individuo y su entorno. Analizando aquellas circunstancias
del entorno que sistemáticamente covarían con las respuestas -conductas- de un individuo, es posible
establecer predicciones específicas sobre la recurrencia de la conducta subsiguiente. Al decir «determinantes» no pretendemos inferir una relación causal entre fenómenos, sino simplemente
describir la relación funcional entre algunas propiedades de un fenómeno determinado (frecuencia,
latencia, intensidad) y las de ciertos fenómenos antecedentes (Ribes, 1980).

1.1.1. Determinantes Ambientales

Toda conducta tiene lugar en un contexto ambiental en el que hay circunstancias y sucesos que la
preceden y la siguen. El concepto básico que utilizamos para describir estas circunstancias y sucesos
que influyen en la conducta es el de estímulo. Los estímulos pueden ser antecedentes y consecuentes,
según que precedan o sigan a la conducta en cuestión. Ambos tienen una influencia controladora
sobre la conducta. Por ejemplo, los ladridos de un perro pueden señalar o indicar que un desconocido
se aproxima a la casa; el ambiente agradable (música, comida preferida, velas, verbalizaciones del tipo
«te he preparado algo que te gusta…, rico»...) que se encuentra la señora Ana al llegar a casa puede
indicar que con toda probabilidad ocurrirá una relación de intimidad afectiva o sexual Los «ladridos»
en el primer caso y el «ambiente agradable» en el segundo, son estímulos antecedentes que señalan la
probabilidad de que ocurran las conductas de «acercarse un extraño» e «iniciación sexual»
respectivamente. Por el contrario, si el perro comienza a «menear
la cola» o la señora Ana
encuentra a su pareja con
«verbalizaciones exigentes y
gestos de malhumor», lo
que ocurrirá probablemente
es que se aproxime un
conocido en el primer caso y
que se inicie una discusión,
en el segundo.
Estos estímulos que preceden a una conducta adquieren el valor de señales discriminativas, porque
en el pasado estuvieron asociados repetidamente con la conducta a la que preceden. Y ésta tiende a
ser fomentada por dichas señales. Sin duda la mayoría de nosotros hemos podido comprobar cómo
determinados lugares despiertan ciertas emociones positivas porque en el pasado los hemos
frecuentado realizando alguna actividad o tratando con personas que nos resultaban muy placenteras.
Por el efecto de estas señales discriminativas, puede ocurrir también, que una pareja que trata de
dialogar para alcanzar una solución a algún problema planteado termine discutiendo, si lo hace en un
contexto estimular (cocina, casa...) donde habitualmente discute. Por el contrario, si eligen otro lugar
donde esto no suele ocurrir (comiendo en un restaurante, dando un paseo, etc.) es probable que la
discusión no aparezca y se facilite así el diálogo. Estímulos «aparentemente» inocuos pueden
proporcionar mucha discriminación estimular para la conducta de cada día, y pueden fomentar
conductas-problema o conductas alternativas, según sea la historia de aprendizaje. Por esta razón, la
preparación y cambio de los estímulos antecedentes debe ser una estrategia a tener en cuenta en todo
programa de terapia de parejas. Algunos autores (Goldiamond, 1965) llegan incluso a recomendar un
reajuste completo de la situación estimular donde vive una pareja con conflicto, llegando hasta el
cambio de muebles y del esquema de los cuartos de la casa; o bien, en algunos casos en que el marido
tiene dificultad para discutir con su mujer sin llegar a gritada, que lo haga en lugares semipúblicos,
donde el gritar es menos probable que ocurra.
Los estímulos consecuentes pueden tener un doble efecto sobre la conducta que les precede. En
primer lugar, pueden incrementar la probabilidad de que la conducta en cuestión se presente en el
futuro. A estos estímulos se los denomina reforzadores positivos, y reforzamiento es el proceso por el
cual la conducta se incrementa. Pueden ser reforzadores conductas tales como la intimidad física o
sexual, hacer regalos, detalles, caricias, salir a cenar, intercambio de afirmaciones verbales positivas:
elogio, agradecimiento, piropos, etc. Escuchar, abrazar, sonreír, hablar y prestar atención son en
general una clase de reforzadores que los seres humanos estamos utilizando miles de veces cada día
en nuestros contactos sociales y ¡cómo no! en la relación interpersonal con nuestra pareja. Si alguien
nos escucha y nos atiende cuando hablamos, es probable que intentemos de nuevo, en el futuro, este
tipo de contactos sociales. Si la conducta de «llegar temprano a casa», por parte de uno de los
miembros de la pareja, va seguida de consecuencias agradables, es probable que en el futuro también
repita ese comportamiento.
En estos ejemplos la conducta del otro de «escuchar», «sonreír», «preparar un ambiente agradable»
han actuado como reforzadores para incrementar las conductas de «reanudar el contacto social» y
«volver

temprano a casa». Por el contrario, si cuando hablamos con una persona no nos escucha ni nos presta
atención, es muy probable que nuestra conducta de reiniciar el contacto social con dicha persona se
debilite y termine por desaparecer. Es decir, cuando una conducta determinada no es seguida de
reforzadores acaba por debilitarse. A este proceso se le denomina extinción y suele jugar un
importante papel en el deterioro de muchas relaciones de pareja. Uno o ambos componentes de la
misma pierden, por su modo de comportarse, ese valor reforzante necesario para mantener la
relación. En otros casos puede ocurrir que nos resulte más gratificante la relación con otra persona y
que, por problemas de tiempo, ideológicos, etc., se cree cierta incompatibilidad con la primera,
extinguiéndose así también nuestra primitiva amistad. A este proceso se denomina
contracondicionamiento y suele ser habitual en el deterioro de la relación cuando existe un amante
que se manifiesta como alternativa a la pareja actual. También el fenómeno de hartazgo o saciación
tiene un efecto controlador en el comportamiento de ambos miembros de la pareja. El valor
reforzante de la relación puede perderse e incluso tornarse aversivo por este fenómeno.
El reforzamiento positivo es una consecuencia necesaria pero no suficiente para el aprendizaje de
una conducta. Es preciso que existan además unos requisitos previos sin los cuales no puede
aprenderse talo cual comportamiento. Por ejemplo, por muchos refuerzos positivos que demos y por
grandes esfuerzos que hagamos para intentar que un niño lea el Quijote, no lo conseguiremos si no
sabe leer. La conducta de leer es previa y requisito básico para leer el Quijote. La discriminación
verbal de las letras, el aprendizaje de la asociación de un sonido con un signo escrito, etc., son a su
vez requisitos básicos para aprender a leer. Por esa razón, si se pretende conseguir el objetivo de que
el niño lea el Quijote, tendremos que ir poco a poco, gradualmente, reforzando todas aquellas
conductas previas que conducen a la meta final. A este proceso lo denominamos moldeamiento, y a
través de él aprendemos conductas tan complejas como la de vivir en pareja. Ni que decir tiene que
una relación interpersonal gratificante y compleja no llega a establecerse en toda su profundidad de
modo repentino y por refuerzos contingentes más o menos ocasionales. Desde el primer contacto
visual e intercambio de palabras entre dos desconocidos, hasta el mantenimiento estable de
relaciones íntimas y personales que pueden contraer esas dos mismas personas, existe un proceso más
o menos largo de mutuos intercambios de refuerzos y gratificaciones. Este intercambio, para ser
efectivo y llegar al objetivo final: vivir en pareja, ha tenido que ir centrándose en aquellas conductas
que gradualmente se han ido adquiriendo y han servido de soporte básico de las siguientes.
Tanto en el aprendizaje de conductas adecuadas como en el cambio de comportamientos que
interfieren en una relación afectiva suele ser necesario seguir este proceso de moldeamiento.

En segundo lugar, las consecuencias o estímulos que siguen a una conducta pueden ser aversivos
o no deseados. Lo más probable entonces es que tratemos de escapar o evitar dichos estímulos.
Cuando esto ocurre se experimenta un cierto alivio por la eliminación de la estimulación dolorosa o
no deseada, lo cual refuerza la conducta de evitación o de escape y, por tanto, la pro babilidad de
que ocurra dicha conducta en el futuro. Por ejemplo, la conducta de «llegar temprano a casa» puede
estar seguida de consecuencias no deseadas tales como riñas, gritos... En este caso la conducta de
evitación de «no llegar temprano a casa» o, en casos extremos, «abandonar la relación de pareja»
puede ser un medio eficaz para eliminar consecuencias aversivas. Se aprende así a escapar de la
presencia de su pareja. Este proceso de aprendizaje mediante el cual aumenta la probabilidad de
que se produzca o se repita en el futuro la conducta de evitación a determinados estímulos se
denomina reforzamiento negativo. En las parejas con relaciones deterioradas suele ser habitual,
como veremos más adelante, el uso frecuente de la estimulación aversiva. En ocasiones uno o
ambos miembros de la pareja utilizan el castigo como medio de eliminar conductas no deseadas en
el otro. El marido que insulta y grita a su mujer por haber llegado tarde a casa está utilizando el
castigo (gritos, insultos, amenazas...) como sistema de control para que esta conducta no se vuelva a
repetir en el futuro. El castigo es una técnica de control que no parece ser eficaz a largo plazo, amén
de que suele tener serios inconvenientes (fomenta la agresividad y las emociones negativas...).
Con estos sencillos ejemplos vemos que para comprender una conducta debemos mirar más allá
del simple acto y preguntarnos sobre las condiciones en que se produce. En general una descripción
de cualquier conducta nos plantea una serie de interrogantes acerca del contexto (Antecedentes) en
que tiene lugar (¿cuándo?, ¿dónde?..) y de lo que sigue a su práctica (Consecuen cias). El
conocimiento de los antecedentes y de las consecuencias, así como de sus efectos combinados sobre
el comportamiento, nos permite establecer cierto control y predicción sobre el mismo.
Existe finalmente otra fuente de aprendizajes o de influencias con poder de control sobre el
comportamiento humano. Esta fuente no es otra que la que proviene de observar lo que los otros
hacen, piensan y sienten. Aprendemos a comportamos a través de modelos significativos de nuestra
vida, como son los padres, amigos, profesores, hermanos e incluso nuestra propia pareja. Basta echar
un vistazo a los juegos de los niños para damos cuenta de que hablan y se comportan con sus
muñecos del mismo modo que sus padres reaccionan con ellos. Una gran parte de los aprendizajes
que hacemos a lo largo de nuestra vida proviene de la observación e imitación de lo que hacen los
otros. Aprendemos a hablar, a realizar una operación quirúrgica, etc. por imitación.
Existen importantes experiencias acerca de los efectos de la observación sobre el comportamiento
del que observa, que han demostrado que muchas conductas verbales, emocionales y motoras se
aprenden, conservan, evocan, inhiben y modifican, por lo menos en parte, debido a sugerencias del
modelo observado (Bandura y Walters, 1974).
El aprendizaje por modelos, como ya veremos más adelante, nos facilita increíbles recursos a la
hora de intervenir en el tratamiento de la pareja.
En la relación interpersonal y, en concreto, en la relación de pareja, la conducta de cada uno de los
miembros de la misma tiene efectos mutuamente controladores. Este control ocurre por la presencia
o ausencia sistemática de conductas de ambos miembros de la pareja, gratificantes o aversivas. Se
establece un proceso de influencia y control mutuo, recíproco y circular de conductas y consecuencias
Jacobson 1979).
Veamos de un modo más matizado algunos aspectos de este proceso de influencia.

1.1.1.1. Intercambio de reforzamiento

Lejos de la explicación vaga y simplista del amor, éste es un término que, en nuestro marco
conceptual, describe un comportamiento complejo, susceptible de ser practicado mediante conductas
específicas de tipo cognitivo, emocional y motor. Decimos que una pareja «está enamorada" cuando
el intercambio de conductas se establece entre ambos es reforzante o gratificante en algún nivel
La Ciencia del Comportamiento mantiene que el desacuerdo o conflicto en la pareja está en función
directa del bajo nivel de reforzadores positivos intercambiados entre las partes. Sin embargo, esta
hipótesis no prejuzga necesariamente una explicación de tipo etiológico. Es decir, se puede afirmar
que las parejas con problemas intercambian menos gratificaciones que las parejas sin problemas, sin
implicación alguna acerca de cómo se desarrollaron esas diferencias (Jacobson, 1979).
Estudios de observación interaccional, tanto en un marco de laboratorio como en la vida real
(Birchler, Weiss y Vincent, 1975; Vincent, Weiss y Birchler, 1975; Klier y Rothberg, 1977; Robinson y
Price, 1976; Gottman y al. 1977), dan apoyo a esta hipótesis conductual. En los primeros se han
encontrado consistentemente tasas más altas de conductas castigadoras o aversivas en parejas con
rencillas o en conflicto que en las parejas sin conflicto. En los estudios realizados en base a
observaciones de los miembros de la pareja en el mundo real (Birchler y al. 1975; Robinson y Price,
1976) se encontró que las parejas en conflicto registraron menos «gratificaciones» y más «'Castigos»
que las parejas sin conflicto. Estas últimas suelen registrar, significativamente, conductas de
comunicación más positivas y menos negativas que los miembros de una pareja en conflicto
(Gottman, Notarius, Markman, Bauk, Yoppi y Rubin, 1976).
En estos trabajos (Wills, Weiss y Patterson, 1974; Jacobson, 1978) se descubrieron también
correlaciones entre conducta gratificadora o castigadora y nivel de satisfacción de la pareja, es decir,
que las parejas con problemas exhiben interacciones menos gratificantes y más castigadoras que las
parejas sin problemas. Esta correlación significativa entre tasas de conductas aversivas y conflicto en
la pareja puede ser objeto de diferentes explicaciones alternativas (Jacobson, 1979). O bien la
deficiente interacción puede causar la aflicción en la pareja, o ésta puede ser la causa de aquélla, o
bien, ambas, interacción deficiente y aflicción de la pareja, pueden ser efectos correlacionados de
alguna tercera variable causal no identificada.

1.1.1.2. Habilidad de comunicación y de resolución de problemas

Otro componente importante de la hipótesis comportamental es que las parejas en conflicto son
deficientes en habilidades de comunicación y de resolución de problemas (Weiss, 1978). Estas parejas
difieren de las no conflictivas en su relativa inhabilidad para manejar sus problemas de un modo
efectivo y originar cambios en la conducta del otro miembro de la pareja cuando tales cambios son
deseables Jacobson, 1979). Al parecer, suelen utilizar tácticas de control basadas en el castigo y el
reforzamiento negativo (Jacobson, 1979), es decir, intentan influir en el otro mediante la coerción o la
estimulación aversiva del tipo «críticas», «amenazas», «regañinas», «chantajes»..., para obtener el
cambio que desean. Lo cual, como es lógico, crea insatisfacción, interacciones tensas y evitación
mutua.
Estas parejas desgraciadas no aciertan normalmente a aplicar adecuadamente los principios de
reforzamiento positivo, moldeamiento... Pretenden cambiar las conductas del otro mediante el
control aversivo y no refuerzan positivamente las conductas que éste desea.
Esta falta de habilidad en la negociación para el cambio de conductas, que no significa
necesariamente un déficit de habilidad en áreas no interacciónales, es una resultante de una
inhabilidad global para comunicarse.
En efecto, la comunicación es un componente esencial no sólo en la negociación para el cambio de
conducta sino también para la salud general de la pareja.
No en vano, Liberman, en su último libro Handbook of Marital Therapy (1980), afirma sin vacilar que
la enseñanza de habilidades de comunicación es con mucho el componente más importante de un
tratamiento exitoso de pareja y, como reflejo de esta importancia, dedica dos capítulos al tema.
La comunicación no debemos entenderla como un concepto vago que pudiera definir una mezcla
más o menos misteriosa de transacciones de también difícil concreción. En la acepción que damos
aquí al término debemos entender más bien un conjunto específico de intercambios de conductas
verbales y no verbales. Ambos miembros de una pareja se comunican entre sí en una variedad de
formas para transmitirse sentimientos o emociones, peticiones, elogios... Hablan, tocan, sonríen,
gesticulan, gritan, lloran... Cada uno de ellos actúa a la vez como un emisor y receptor de mensajes.
Para que el intercambio de mensajes personales fluya de un modo directo, honesto y adecuado se
requieren habilidades de expresión (emisor) y de reacción (receptor); habilidades que, por otra parte,
o no han sido aprendidas o se descuidan con demasiada frecuencia. El nivel de satisfacción o
desolación de una pareja dependerá de la efectividad de sus componentes para intercambiar mensajes
recíprocos.
La existencia de ciertos déficits o inhabilidades tanto en la recepción como en la emisión puede
cortocircuitar este proceso, dar lugar a inadecuaciones en la comunicación y facilitar el conflicto en
una pareja. Los déficits o inhabilidades más frecuentes podemos detectarlos en tres niveles:
- En el receptor. Es muy frecuente, en parejas con relaciones deterioradas, que exista cierta
inhabilidad para escuchar o atender los mensajes del otro. Esta recepción inadecuada facilita también
un procesamiento cognitivo inadecuado (ver 1.1.2. Determinantes cognitivos) y un reenvío de
mensajes no sintonizados con los del otro. Otro fenómeno muy corriente es la dificultad que tienen
muchas parejas para reconocer y, por tanto, «recibir» conductas positivas en su cónyuge. La
interacción de pareja se ha deteriorado tanto que cada uno de los dos se ha convertido en un estímulo
discriminativo para los sucesos aversivos solamente. Las conductas y mensajes positivos no se
reconocen, o cuando se reconocen se equiparan a obligaciones que el otro tiene para con nosotros por
el hecho de ser nuestra pareja, sin valorar su auténtico carácter de gratuidad.
- En el emisor. Como dijimos antes, un déficit en la recepción facilita una emisión inadecuada de
mensajes tanto a nivel verbal como no verbal. Sin embargo, puede que también este tipo de
habilidades específicas no se hayan aprendido. La comunicación puede resentirse por una inhibición
de la emisión o porque ésta resulte inadecuada para sus objetivos. En parejas con relaciones
deterioradas es relativamente frecuente que no se expresen sentimientos o peticiones por temor a las
consecuencias que pueden derivarse de una comunicación directa y honesta. Suele decirse «estoy
muy cansada» o «estoy mal; por no decir «cada vez que vamos a la cama y hacemos el amor lo paso
mal; creo que deberíamos hablar sobre esto, ¿no te parece?». En otras ocasiones, uno de los miembros
se calla sistemáticamente y ejecuta las exigencias y peticiones del otro con tal de que no ocurra un
conflicto. Estos y otros procedimientos de comunicación convierten a la pareja en constante fuente de
renuncias personales, adquiriendo connotaciones aversivas para el otro y para la relación en sí.
Por otra parte, el cómo se emite el mensaje es un elemento también determinante en la efectividad
de la comunicación. U no de los miembros de la pareja puede tener el objetivo de expresar ternura,
pero lo hace con un tono de voz alto, gestos y contacto físico bruscos, que hace que el otro perciba
algo muy diferente. O puede querer expresar un sentimiento negativo del tipo «me siento triste» y lo
que hace en realidad es comunicar acusaciones.
- En el mensaje. El requisito fundamental que debe cumplir el mensaje es que sea reconocible y
comunicable por ambos miembros de una pareja. Por esta razón d mensaje debe ser expresado en
términos observables. Expresiones del tipo «me gustaría que fueras más considerado conmigo» hace
difícil precisar cuáles son los problemas concretos e impide a las parejas coincidir con precisión
respecto a las conductas que están discutiendo. Cuando uno de los miembros de la pareja dice «me
gustaría que fueras menos egoísta», lo que posiblemente quiera decir es «me gustaría que te hicieras
cargo de los niños dos días a la semana». Pero mientras que esta segunda formulación es operativa y
comunicable, la primera presenta un gran contenido subjetivo, de difícil concreción y motivo de
frecuentes discusiones hasta llegar a «comprender» lo que uno desea del otro.
Por otra parte, las parejas desgraciadas carecen de la habilidad para resolver los múltiples
problemas que la convivencia y la relación con los hijos diariamente plantea. Estas parejas, cuando
intentan resolver un problema específico, mezclan en sus discusiones toda una gama de otros
problemas secundarios e irrelevantes que suelen ser fuente habitual de conflicto. El discurso se
convierte en una larga lista de acusaciones mutuas que les aparta de su objetivo.
En general, las dificultades provienen del déficit de los miembros de la pareja en algunos de los
componentes básicos necesarios para la resolución de problemas.
Estos componentes son:
1. Especificación o selección de los componentes del problema.
2. Especificación de los cambios concretos que se desean.
3. Formulación de posibles soluciones.
4. Ser capaces de llegar a un acuerdo.

1.1.1.3. Reciprocidad
Al parecer, las parejas en conflicto difieren de las parejas sin problemas no sólo en sus tasas de
reforzamiento (o castigo) intercambiado, sino también en la relación entre reforzamiento iniciado por
uno de ellos y reforzamiento iniciado por el otro Jacobson, 1979). Es decir, las tasas de gratificaciones
intercambiadas se hacen sobre una base de reciprocidad (Patterson y Reid, 1970). Esto se asemeja
mucho a lo que Gottman et al. (1976) describieron como un modelo de cuenta bancaria del
intercambio conductual en la relación de pareja. Según este modelo, las parejas invierten en la
relación según las gratificaciones recibidas, si bien no excluye intercambios no recíprocos en un
momento dado. La diferente reactividad de uno o ambos miembros de la pareja a la estimulación
aversiva, proveniente del comportamiento del otro, puede estar balanceada según la historia de
reciprocidad. Es decir, una pareja que ha mantenido en el pasado una alta tasa de intercambios
gratificantes puede tolerar mejor cierta estimulación aversiva ocasional o una baja momentánea de
los intercambios positivos que otra pareja con un pasado diferente. Hay muchos datos (Wills et al.,
1974; Birchles, 1973; Robinson y Price, 1976) para pensar que existe una relación directa entre la
administración de gratificaciones (o castigos) de un miembro y la del otro. La reciprocidad negativa,
definida como la tendencia a responder inmediatamente a respuestas negativas del esposo con una
respuesta del mismo signo, parece ser más probable en parejas en conflicto. Así, al menos para el
intercambio de conducta negativa, su reciprocidad puede servir para diferenciar las parejas en conflicto de las no en conflicto. Según esto, cabe decir que los comportamientos son interdependientes,
es decir, que la conducta de uno está en función de la del otro y, que por tanto existe:
- mayor probabilidad de ser reforzado, si refuerzo,
- mayor probabilidad de ser castigado, si castigo,
- mayor probabilidad de recibir mucho, si doy mucho,
- mayor probabilidad de dar poco, si recibo poco.

1.1.2. Determinantes cognitivas

Qué duda cabe que el entorno proporcionado por el contexto de la relación no es el único
determinante en el comportamiento interpersonal. El individuo no responde al mundo real, sino al
mundo percibido (Mahoney, 1974).
Existen procesos mediacionales (expectativas, procesos atencionales y perceptivos, valoración en
función de la experiencia previa) que matizan e incluso distorsionan el entorno y la relación. La
satisfacción de ambos miembros de una pareja está muy en relación con la valoración e interpretación
que ambos hacen de la conducta del otro.
Los procesos cognitivo-mediacionales condicionan y matizan el nivel de satisfacción y el
comportamiento de los miembros de una pareja en base, fundamentalmente, a tres factores.
1.1.2.1. Hábitos perceptivo-cognitivos

La valoración y estimación que cada cónyuge hace de la conducta del otro puede venir matizada
por hábitos cognitivos erróneos (Beck, 1979) ya "adquiridos por uno o ambos miembros de la
pareja. Estos errores cognitivos facilitan el desarrollo de suposiciones inadecuadas que no solo
interfieren la comunicación en la relación, sino que además dan lugar a estados de ansiedad y/o
depresión en cada uno de los componentes de la misma.
Son muchas y frecuentes las suposiciones erróneas que encontramos en parejas con relaciones
deterioradas. En unos casos el error cognitivo es de sobregeneralización (“como una chica me
engañó en el pasado, todas las mujeres, incluida mi mujer, son y serán siem pre infieles”). En otros,
es de catastrofismo o magnificación negativa de los hechos (“es horrible y desastroso que mi pareja
no se acuerde de mí en un día como hoy”). También puede existir el hábito de perci bir únicamente
los fracasos, errores o imperfecciones propios o del otro (“es un desastre... todo lo hace mal”), o el
de valorar la relación y la conducta del otro de modo dicotómico o rígido (“o es o no es un amante
perfecto, y si no lo es, es malo, no me interesa”)
Estos hábitos determinan la apreciación que un determinado individuo hace de su vida de relación
y del comportamiento de su pareja y, por tanto del grado de satisfacción que éstos le deparan y el
grado de exigencias y concesiones que puede hacer el otro. Por poner un .ejemplo, un pequeño olvido
(un regalo en el aniversario...), que puede carecer de importancia en una pareja determinada, puede
ser motivo de un conflicto serio en otra en la que uno de sus miembros lo valore como algo horroroso
o catastrófico.

1.1.2.2. Expectativas y experiencia de la relación percibida

El nivel de expectativas, al igual que el resto de las variables mediacionales, matiza el valor
reforzante del intercambio conducta de una pareja. Unas expectativas excesivas o exclusivas y por
tanto no satisfechas, conducen a minusvalorar las gratificaciones del otro y de la vida de relación en
general y reducen el umbral de tolerancia a las frustraciones y a la estimulación aversiva que toda
relación interpersonal, en algún grado, conlleva.
Es muy corriente encontrar la expectativa de mantener un alto nivel de sucesos positivos sin realizar
ningún esfuerzo para logrado.

Por otra parte, el nivel de tolerancia a la estimulación aversiva que puede generar la relación
puede estar en función del balance o de la experiencia percibida de la misma. Si el balance es
positivo, es muy posible que el umbral sea mayor-que si es negativo. En este último caso, es decir
cuando la interacción de pareja ha seguido un proceso grave de deterioro, uno de sus miembros o
ambos se convierten en un estímulo aversivo tan relevante, que el otro se muestra incapaz de
reconocer conductas o mensajes positivos.

1.1.2.3. Percepción de alternativas

Cada uno de los miembros de una pareja compara el resultado de su vida de relación con
alternativas ya pasadas, presentes o futuras. Qué duda cabe que individuos que perciben opciones
atractivas (trabajo, viajes, amantes, etc.) fuera de la relación demandarán soluciones más positivas
para continuar en ella. Por el contrario, una relación que es mínimamente reforzante puede no
obstante ser completamente estable y persistente si los participantes perciben que las alternativas son
limitadas o restringidas, o no igual de satisfactorias Jacobson, 1979). ¡Cuántos matrimonios mantienen
relaciones aversivas, cercanas a la tortura, y sin embargo no se separan precisamente por la ausencia
de alternativas! Romper con su marido supone, para muchas mujeres, perder la posibilidad de comer,
amén de soportar la coacción social.

1.1.3. Determinantes socio-culturales

«El ser humano se comporta no sólo ante las propiedades físicas del ambiente, sino también, y
prioritariamente, ante las propiedades que socialmente, por convención, se asignan a los objetos de
estímulo y a los eventos ambientales» (Ribes, 1980, pp. 230), es decir, que el individuo «atribuye
propiedades a los eventos con base en el acuerdo, en el consenso, en la convención que determina el
grupo social» (Ribes, 1980). Con estos comentarios Ribes quiere significar discriminativamente lo
peculiar de la conducta humana: la mediación social.
Una relación de pareja se da en un marco normativo que matiza significativamente el punto de
contacto en donde se da la relación (Kantor, 1978, Bayes, 1980).

Las matizaciones que el contexto socio-cultural introduce en la relación de una pareja pueden
resumirse en:

1.1.3.1. Accesibilidad de alternativas

El contexto socio-cultural introduce matizaciones pertinentes en la vida de relación de una pareja y
en el comportamiento de cada uno de los miembros de la misma. Por ejemplo, una mujer que vive
una relación aversiva tendrá más probabilidades de romper con ella o de exigir mejores soluciones en
la negociación si tiene independencia económica, si existe el divorcio y si además el grupo social en
que vive no ejerce coacciones significativas. Es decir, el contexto sociocultural, medio de contacto
donde tiene lugar la relación, condiciona el comportamiento y futuro de la misma.
Una mujer que vive en un ambiente liberal y permisivo tiene más oportunidad de tomar la decisión
de divorciarse o de separarse que una campesina. La clase social suele ser un elemento mediador
crucial.
1.1.3.2. Modificación del intercambio conductual

El medio de contacto social introduce también matizaciones en el intercambio conductual que
mantiene la pareja. El nivel de satisfacción y de reforzamiento recíproco dependerá de aspectos tales
como la disponibilidad de tiempo libre, los recursos económicos, etc., por ejemplo, la posibilidad de
intercambios mutuamente gratificantes se verá reducida en aquellas parejas en que uno o ambos se
ven obligados a realizar una jornada laboral muy prolongada. Por una parte, no disponen de tiempo
libre para implicarse en actividades placenteras, y por otra, el agotamiento físico que conlleva dicha
jornada interfiere en el goce mutuo de la relación cuando tiene lugar. En otros casos, la falta de
recursos económicos puede originar situaciones de stress y conflictos que contribuyen de modo
significativo a elevar la tasa de intercambios aversivos.
El entorno en donde tiene lugar el intercambio conductual de la pareja puede también estar
limitado por la existencia de enfermedades crónicas en algún familiar, inaccesibilidad de recursos
sociales (cenar fuera, viajes, colegios para los hijos, etc.) que pueden interfe rir en el incremento de
intercambios positivos o reducción de aspectos aversivos de la relación, ambos componentes
objetivos esenciales en cualquier intervención.

1.2. Modelo conceptual del desarrollo del conflicto de pareja
Una representación gráfica del modelo conceptual del desarrollo del conflicto de pareja puede verse
en la fig. 1. Este esquema sintetiza los aspectos más relevantes que hasta aquí hemos ido
desarrollando. Podemos resumirlos y caracterizarlos del siguiente modo:

1. Este modelo acepta la premisa de que las consecuencias proporcionadas por los esposos serán los
determinantes fundamentales de la conducta de relación del otro Jacobson y Margolin, 1979). Ambos
actúan como emisor y receptor simultáneamente, estableciendo un proceso de secuencias circulares y
recíprocas de conductas y consecuencias Jacobson, 1979). En este proceso de causalidad recíproca, los
miembros de parejas en conflicto se refuerzan uno a otro menos frecuentemente y se castigan uno a
otro más frecuentemente que las parejas felices.
2. Los efectos de los estímulos proporcionados por cada uno de los miembros de la pareja, y por tanto
sus valores gratificantes y aversivos, dependerán de las valoraciones cognitivas respectivas de cada
esposo(a) (según un modelo mediacional) y de la percepción relativa de los mismos en función de la
existencia o no de alternativas (E'). El Contexto socio-cultural (medio de contacto normativo)
introduce también matizaciones pertinentes en el desarrollo del deterioro de la relación.
Jacobson (1979) enumera una serie de factores hipotéticos que son determinantes tanto en la
atracción inicial mutua de una pareja como en el desarrollo del conflicto.

Atracción inicial mutua. En el comienzo de una relación (proceso de noviazgo, o primeros contactos
de la pareja) suele existir atracción debido a una elevada tasa de intercambios reforzantes. Este tipo
de intercambios constituye la base de la persistencia y profundización de la futura relación. El amor
no es otra cosa que un intercambio complejo de conductas gratificantes tanto en sus dimensiones
motoras como cognitivas y emocionales. Puede inferirse que el amor estará ciertamente ausente si el
refuerzo potencial de uno de ellos llega a ser mínimo. La tasa elevada de gratificaciones en el
comienzo de una relación viene facilitada por las características de la misma que, entre otras, son:

A) Carácter restrictivo de la interacción. Lo habitual es que la pareja, al comienzo de su relación, sólo
intercambie conductas en un marco restrictivo. Sólo se ven algunas horas al día e interactúan en un
contexto gratificante. Se ven para tomar una copa, charlar de proyectos, momentos de ocio...; por
asociación, su relación debe ser gratificante también.
B) Ausencia de toma de decisiones. Por el carácter restrictivo de la misma relación, los miembros de la
pareja se ven libres de tomar decisiones importantes, financieras o de otro tipo, habituales en una
vida de pareja estable. No se ven expuestos al temor o consecuencias aversivas que se pueden derivar
de esa toma de decisiones y, por tanto, se minimiza el intercambio de conductas aversivas o de
castigo.
C) Novedad de la comunicación sexual. La novedad de esta comunicación viene a ser otro elemento
gratificante que se asocia al intercambio conductual y facilita la elevada tasa de intercambios
reforzantes.
D) Expectativas idealizadas. Los proyectos idealizados son elementos adicionales de un intercambio
conductual gratificante y característico del comienzo de una relación.

Desarrollo del conflicto. A poco de comenzar a vivir juntos ambos miembros de una pareja tienen
ocasión de tomar decisiones importantes, de afrontar problemas conjuntamente. Surge el choque
entre las expectativas y la realidad. Cuando ese choque es significativo, comienzan a intercambiarse
ciertas dosis de estimulación aversiva y la tasa de intercambios reforzantes sufre un decremento. Se
están inoculando los primeros ingredientes para el desarrollo del conflicto. Este avanzará o no
dependiendo de otra serie de características:
A) Déficit de habilidades, ya sea de comunicación, de resolución de problemas, sexuales...
B) Deficiencias en el control de estímulos. Elementos estimulares adicionales no previstos en la
relación de pareja pueden ser motivo de un incremento en el intercambio de conductas aversivas. Por
ejemplo, el nacimiento de un hijo no deseado puede alterar el tipo de intercambios mantenidos hasta
entonces. Surgen problemas económicos, se reducen las actividades recreacionales, aumenta el
número de problemas a que han de hacer frente, etcétera.
C) Cambios en el entorno. Algunos cambios introducen efectos muy significativos en el deterioro de
la relación. Por ejemplo, la aparición de un amante, la pérdida de trabajo, la discrepancia política o
ideológica como consecuencia de definiciones personales que impone el medio, la ampliación del
círculo social y el desarrollo de cierta autonomía en la mujer como consecuencia de trabajar fuera de
casa, y la presencia en general de otras fuentes de reforzamiento alternativas a la relación de pareja.
D) Preferencias discrepantes en cuanto al grado de intimidad deseada. Los individuos tienen
diferentes necesidades acerca de la soledad y el grado de relación, y éstas suelen cambiar con el
desarrollo de la vida. Cuando la cantidad de espacio emocional deseado por cada uno de los
miembros de una pareja difiere, las irritaciones y frustraciones derivadas de la saciación y deprivación
puede llegar al abandono (Liberman, 1980).
En una pareja no dichosa, un miembro de la misma, o ambos, por las razones señaladas más arriba,
recibe pocas gratificaciones del otro, o el coste por recibidas es excesivamente alto. En tales casos los
miembros de la pareja recurren a uno de dos patrones de comportamiento en relación con el otro
(Stuart, 1969): algunas parejas recurren a la coerción (regañinas, amenazas, etc.) para obtener la
conducta deseada del otro; otras llegan al abandono.
En estos casos, uno o ambos miembros de la pareja abandonan emocional o físicamente la relación,
eliminando una tasa de estimulación aversiva elevada, buscando otras fuentes de reforzamiento como
puede ser un hijo, un amante, etcétera.
Se han sentado así las bases del conflicto, para cuya solución habrá que evaluar de modo preciso
qué factores son los determinantes e intervenir discriminativamente en consecuencia.
2. Evaluación

La evaluación conductual de los problemas de pareja es algo reciente en el campo de la Ciencia del
Comportamiento. Podríamos decir que los trabajos de investigación en esta área no sobrepasan la
década en los países pioneros, y en España es algo que resulta desconocido para la mayoría de los
estudiantes de psicología y muchos profesionales.
Son varios los objetivos que debe cumplir una evaluación. En primer lugar debe permitir conocer la
problemática específica de una pareja determinada y poder diseñar un tratamiento «a la medida». El
modelo conductual del conflicto de pareja hipotetiza la existencia de un déficit o inadecuación del
intercambio conductual en las parejas con problemas. Así pues, deben ser objeto de evaluación los
patrones de influencia conductual recíproca, los cambios conductuales que cada miembro de la pareja
desea en el otro, los procedimientos usados hasta ahora para promover dichos cambios (amenazas,
regañinas, otras relaciones, etc.), los factores que mantienen las conductas no deseadas, los recursos y
reforzadores potenciales que cada uno tiene y que pueden ser utilizados más efectivamente para
alterar la conducta del otro, y los problemas personales específicos de cada uno de los miembros de la
pareja que contribuyen a ese déficit o inadecuación del intercambio conductual. A la luz de todos
estos datos podrá realizarse, como decíamos, un tratamiento «a la medida». Es decir, no se tratará de
aplicar sistemáticamente una serie de técnicas o «recetas», sino de modificar las variables que en cada
caso estén relacionadas funcionalmente con la conducta o conductas problema. La intervención, por
ejemplo, para reducir las disputas de una pareja será distinta si se debe a una falta de habilidad en la
comunicación que si son debidas a la falta de colaboración del hombre en las tareas domésticas. En el
primer caso la intervención estará orientada a entrenarles en habilidades de comunicación y en el
segundo caso a entrenarles en la resolución del problema y posibilitar la negociación de un acuerdo.
En segundo lugar, la evaluación debe permitir verificar si las estrategias y recursos técnicos
utilizados en la intervención posibilitan los objetivos trazados.
La evaluación es un proceso continuo y constante que nos permite, no sólo elaborar hipótesis de
tratamiento y objetivos específicos de intervención, sino también valorar la eficacia de las
intervenciones diseñadas y del proceso terapéutico general, facilitándonos así la tarea de revisar
hipótesis erróneas y ensayar nuevas estrategias terapéuticas.
En la evaluación conductual del conflicto marital consideramos cuatro niveles (Keefe, 1978).
Estos niveles son:

2.1. Identificación del problema

El primer objetivo que nos trazamos en nuestro acercamiento inicial a la pareja en conflicto es el de
identificar la naturaleza del problema. Para ello nos servimos de la entrevista inicial y la utilización de
cuestionarios.
Cuando el conflicto de pareja es secundario a un problema personal en uno o ambos componentes de
la misma, está indicado realizar una evaluación y tratamiento individual previo o paralelo al
tratamiento individual previo o paralelo al tratamiento de pareja. Ejemplos de esto serían aquellos
casos en que alguno de los componentes de la díada presente algún problema de alcoholismo,
depresión, obsesiones, déficit asertivo, etc…, y que por su gravedad y relevancia en la etiología del
conflicto de pareja requiera una intervención preferente con independencia de que se lleve a cabo un
tratamiento de pareja.
Por otra parte, cuando el conflicto de la relación es nuclear pasamos directamente a realizar una
evaluación del mismo. Uno de los principales y primeros problemas que nos encontramos en la
entrevista inicial es el de evaluar el compromiso de cada uno de los miembros de la pareja para con el
otro y para con la expectativa de que el problema reside en el otro y que, por tanto, lo único que
cabe esperar es que el otro cambie. Conviene evaluar el nivel de expectativas de cada uno de los
componentes de la pareja. Es muy corriente encontrar expectativas de mantener un alto nivel de
conductas reforzantes en el otro sin realizar ningún esfuerzo uno mismo. Otras veces, uno o ambos
miembros no están motivados para implicarse activamente en la terapia y tratan de utilizar al
terapeuta como testigo del «rosario interminable de quejas contra su pareja», En estos casos suele
ser útil permitir que la pareja continúe por un breve período de tiempo interactuando entre sí. El
terapeuta toma nota de las quejas e intenta concretadas para dar a la pareja una información
operativa del diálogo mantenido por ellos. Es decir, les da información precisa de la muestra
comportamental recogida en sus notas y comenta con ellos los inconvenientes de este tipo de
interacción: ineficaz para conseguir sus objetivos, empeoramiento del estado emocional, etcétera.
Por esta y otras razones, la fase de intervención suele comenzar ya en estas entrevistas iniciales,
sin esperar a tener una evaluación completa del problema. El terapeuta deberá controlar la sesión
desde el comienzo, evitando salirse del tema objeto de evaluación y salvando interrupciones
innecesarias y críticas mutuas indiscriminadas. Todo ello de modo amable pero firme y cuidando
de no tomar partido por ningún miembro de la pareja. El siguiente diálogo puede ilustrar un modo
de intervenir:

MUJER: ¡Yo no puedo continuar así. He aguantado mucho y ya no puedo más!...
MARIDO: Pues yo no sé de qué te quejas... Estoy como un esclavo, incluso haciendo horas
extraordinarias para que no os falte nada y vienes con esas... Desde luego quien no puede seguir así
soy yo, porque...
MUJER: ¿Por qué? ¿Por qué? Desde luego lo que me faltaba oír... Eres un egoísta, sólo piensas en ti,
eres...
MARIDO: ¡No me interrumpas, por favor! No se puede hablar contigo. ¡Estoy hasta las narices de ti,
de la casa, de los niños...!
TERAPEUTA: ¡Bueno, bueno... calma! Un momento. Si vuestro objetivo es seguir discutiendo,
podéis hacerla; pero dudo que realmente lo sea, porque cuando habéis venido aquí es porque ambos
deseáis mejorar vuestras relaciones, ¿no es así?
MUJER: Sí, así es...
MARIDO: Sí, pero es que se pone imposible.
MUJER: ¡Yo imposible!...
TERAPEUTA: ¡Basta! Calma. De nuevo podéis iniciar el rosario de quejas mutuas, pero eso ¿a dónde
os conduce? ¿Creéis que es efectivo para mejorar vuestras relaciones el continuar intercambiando
quejas y acusaciones?
MUJER: No, lleva razón.
TERAPEUTA: Bien, efectivamente, este modo de actuar, echándonos la culpa uno al otro, no
conduce a nada; todo lo contrario, agrava el problema y empeora vuestras relaciones, y a eso no
habéis venido aquí, ¿no es así? Estoy seguro de que ambos tenéis motivos para estar pasándolo mal
y que deseáis cambiar en algunas cosas vuestra relación. Así que me gustaría oíros tranquilamente
primero a uno y luego a otro, ¿de acuerdo?... Me gustaría también comentar hasta qué punto
deseáis cambiar...

Si es necesario, conviene, como veremos más adelante, introducirles en el marco conceptual del
proceso y de lo que se espera de cada uno de ellos. Conviene advertir también y dejar muy claro que
serán ellos los que marcarán sus propios objetivos: mejorar la relación, una separación amistosa o ser
capaces de tomar una decisión en un sentido u otro. El especialista les podrá ayudar en cómo
conseguir cualquiera de esos objetivos, pero el qué se pretende lo van a determinar ellos. Igualmente
conviene aclarar que no se da por supuesto que quieran comprometerse de antemano a ningún tipo
de tratamiento.
Una vez aclarados todos estos puntos, y si el compromiso mínimo de uno para con el otro y para
con el tratamiento parece adecuado, la evaluación puede continuar.
Ya desde el comienzo, y a lo largo de todo el tratamiento, utilizamos entrevistas con ambos
miembros de la pareja y entrevistas con cada uno de ellos por separado. Estas últimas son muy
necesarias sobre todo en la fase inicial, para recabar información que la presencia del otro miembro
puede obligar a ocultar (existencia de relaciones extramaritales...), o bien para evitar volver a hablar
entre ellos de temas dolorosos que, si bien pueden ser necesarios para la evaluación, quizá no sea útil
ni positivo discutidos. .
A fin de garantizar que la entrevista inicial resulte lo más eficaz y productiva aconsejamos cierta
estructuración. Con este propósito sugerimos un esquema-guía que viene a completar y enriquecer el
propuesto por Peterson (1977). Este esquema para estructurar la entrevista clínica de pareja es como
sigue:
l. Cómo empezó la relación.
2. Cambios importantes durante el curso de la relación.
3. Entendimiento afectivo.
4. Relación autoritarismo/dependencia.
5. Los problemas principales en la vida de pareja.
6. Áreas de incompatibilidad-compatibilidad con la pareja.
7. Secuencias, frecuentes en la actualidad, de interacción problemática:
- Número, intensidad y duración
- Descripción detallada de las situaciones en que ocurre
- Lugar y situación
- Qué han dicho y hecho
- Sentimientos en relación con el otro
- Cómo se influyen respectivamente
- Cómo terminan. Resultado
8. Tiempo libre de conflicto.
9. Pensamientos positivos y negativos sobre el otro.
10. Sentimientos de descontento y de satisfacción.
11. Actividades placenteras que comparten (ejemplos). .
12. Problemas con los hijos.
13. Relación sexual actual. Nivel de satisfacción.
Problemas específicos.
14. Experiencias sexuales fuera de la pareja.
15. Compañero ideal en relación al:
- sexo
- trabajo
- comportamiento con los hijos
16. Problemas individuales que influyen en la relación de pareja.
17. Objetivos del tratamiento y expectativas hacia el mismo.

Conviene conocer cómo empezó la relación y qué aspectos positivos (conductas y atributos)
intervinieron en un principio en la atracción mutua de la pareja. En el caso de que estas áreas
positivas, que existían en un comienzo, se hayan extinguido en la actualidad, habría que realizar un
análisis funcional a fin de conocer qué estímulos hay que modificar para instaurar de nuevo esos
aspectos gratificantes. Es frecuente encontrar que en algunas parejas, después de unos años de
relación, se han extinguido una serie de conductas tales como expresión de afectos, refuerz0s
extraordinarios con ocasión de fechas importantes (regalos con ocasión de onomástica, cumpleaños
o aniversarios de boda...), cuidado del aspecto físico, etc. Este tipo de comportamiento pudo haber
sido habitual al principio de la relación, por la funcionalidad de «conquistar» al otro. Pero una vez
«realizada la conquista» se dejan de poner en práctica estas conductas reforzantes, propiciando así
una pérdida de interés en la relación. En ocasiones, la reimplantación de estas conductas
reforzantes es uno de los objetivos terapéuticos a tener en cuenta en la intervención.
Las parejas, como la mayor parte de las relaciones diádicas, se forman porque existe suficiente
potencial para el refuerzo mutuo. La relación se mantiene el tiempo que ambos miembros
continúan suministrándose suficiente refuerzo entre sí. Si uno o ambos miembros de la pareja
cambian su conducta, hasta el punto de tomarse no reforzante e incluso punitiva para el otro, es
probable que la relación se deteriore o incluso cese. Por esta razón, cualquier cambio importante
acaecido durante el curso de la relación debe ser objeto de evaluación.
En algunos casos, encontramos que la evolución en la concepción y filosofía de la vida, así como el
cambio de intereses en un miembro o ambos de la pareja, da lugar a que las conductas de uno y/o del
otro, que en un comienzo podían resultar gratificantes o reforzantes, ahora ya no lo son. Este sería el
caso, por ejemplo, de una pareja en la cual uno de los miembros evoluciona adoptando una filosofía
de vida más progresista, con mayores intereses intelectuales y culturales, y ya no considera
reforzantes conductas que antes lo eran, como las relativas a ser una buena ama de casa. Ahora, por el
contrario, le gratificaría más que su pareja tuviera intereses culturales o trabajase fuera de casa.
El entrevistador continúa indagando según la estructura de la entrevista señalada más arriba y
ayudando a la pareja a expresar sus deseos y quejas con descripciones lo más específicas y precisas
posible. La razón de esto es que las parejas que acuden a tratamiento suelen tener cierta inhabilidad
para expresar las conductas concretas que desearían ver aumentadas o disminuidas en su
compañero. Utilizan a menudo un lenguaje vago e impreciso. Expresiones del tipo «que sea más
considerado conmigo» hacen difícil precisar cuáles son los problemas concretos e impiden a la
pareja coincidir con precisión en las conductas que deseen cambiar.
El fin principal de la evaluación es planificar objetivos para el tratamiento. Estos objetivos se
deben establecer en términos de conductas concretas y observables. En consecuencia, la mejoría
alcanzada con el tratamiento no se definirá, exclusivamente, en base a impresiones subjetivas del
paciente, sino a metas y cambios conductuales logrados.
U n complemento importante de las entrevistas iniciales de evaluación es el uso de cuestionarios,
que el terapeuta puede pedir que se completen al final de la entrevista o en casa.

2.1.2. Cuestionarios
Los cuestionarios constituyen un elemento importante en el marco de la evaluación e intervención
de la terapia de pareja. No sólo ayudan a reunir información valiosa para el tratamiento sino que
pueden enseñar a la pareja nuevos modos de describir sus problemas y de pensar más operativamente
acerca de su relación. A menudo los cuestionarios ayudan también a descubrir nuevos aspectos
positivos de la relación que hasta ahora habían pasado desapercibidos.
Existen diferentes tipos de cuestionarios:

Cuestionario de Áreas de Compatibilidad-Incompatibilidad. (Carmen Serrat, 1980) (Ver
Apéndice)

Este cuestionario de manejo sencillo consta de una escala en la que la pareja valora su nivel actual
de satisfacción en la relación y 38 ítems relativos a una amplia gama de áreas propias de la vida de
pareja y familiar (finanzas y economía, educación de los hijos, trabajo...). El cuestionario permite
detectar áreas problema que pudieran existir y pretende discriminar también la habilidad o
inhabilidad que la pareja puede mostrar en la resolución del problema. En resumen, nos permite
delimitar:
- Las áreas en que existe compatibilidad o acuerdo.
- Aquellas en que, cuando no existe acuerdo, la pareja tiene habilidad para la resolución del problema.
- Las áreas en que existe incompatibilidad o desacuerdo manifiesto.
- Y aquellas áreas en que la conflictividad es tan alta que evitan hablar del tema.
Es habitual encontrar en las parejas que acuden a tratamiento un descontento generalizado pero
difícil de concretar en problemas específicos. Este cuestionario tiene por objeto ayudar a discriminar
ciertas fuentes de conflicto y facilitar, posteriormente, el trabajo en ellas. Las áreas identificadas como
conflictivas se utilizan para ser discutidas por la pareja, permitiéndonos la evaluación y el
entrenamiento en la resolución de problemas. Como es lógico, los conflictos dentro de un área vendrán originados por distintos tipos de comportamientos que serán los que hemos de modificar. Por
ejemplo, cuando una pareja evalúa como conflicto el ítem 26, referido a la relación extramarital,
pueden especificarse conductas muy distintas como causantes del conflicto. N ó es igual que la
conducta insatisfactoria sea una relación extramarital mantenida en la actualidad que el que uno de
los miembros de la pareja hable con frecuencia, o saque a relucir en momentos de disputa, una
relación extramarital mantenida por el otro en el pasado y completamente abandonada en la
actualidad. La estrategia de tratamiento será distinta en un caso u otro.
Suele ser útil extraer del cuestionario una lista «hecha a medida» de la pareja y que puede ser
puntuada diaria o semanalmente por ambos miembros, para así tener una evaluación más continuada
de los logros. También solemos emplearlo antes y después del tratamiento para evaluar los resultados
del mismo.

Cuestionario de intercambio de conductas en la pareja. (C. Serrat, 1980) (Ver Apéndice)

El objetivo de este cuestionario es definir qué intercambios conductuales agradables o aversivos
existen o no en la relación actual de pareja, a fin de fomentar su aumento o reducción según los
deseos de ambos. Muchas parejas tienen dificultad para verbalizar y describir qué conductas
desearían que el otro cambiara. Este cuestionario les ofrece una amplia lista de conductas habituales
en la vida de pareja. El cuestionario hace referencia a intercambios conductuales posibles que pueden
ocurrir en áreas generales tales como «Comidas y compras», «Tareas domésticas», «Sexo y afecto»,
«Cuidado de los hijos», «Finanzas y economía», «Trabajo» y «Hábitos personales».
El introducir cambios en estas áreas con el objetivo de incrementar los intercambios conductuales
mutuamente gratificantes puede ser de suma importancia para paliar el conflicto existente.

Cuestionario de actividades de ocio en la pareja. (Serrat, 1980).

La evaluación de las actividades placenteras que comparte la pareja en su tiempo libre es de suma
importancia. Muchas parejas que acuden a tratamiento tienen problemas derivados de una escasa
dedicación de su tiempo libre a actividades de recreo y sociales.
En algunas parejas, especialmente después de haber tenido hijos, es frecuente observar cierto
aburrimiento. Se olvidan de dedicar tiempo y atención a ellos mismos «como pareja», en el sentido de
hacer juntos cosas divertidas. Este tipo de actividades debió tener sin duda un papel muy importante
en la atracción inicial del uno por el otro y con el paso del tiempo se fue extinguiendo.
La realización conjunta de actividades placenteras reviste suma importancia para la satisfacción
dentro de la pareja. La situación placentera o reforzante se condiciona así al estímulo «pareja».
Implicarse en actividades gratificantes provoca o fomenta interacciones positivas que entran en
competencia con las interacciones conflictivas. La risa, el juego, las actividades divertidas pueden
combatir parte de las interacciones negativas, como es el aburrimiento, la deprivación emocional
einc1uso la percepción negativa del otro, déficits o excesos que presentan las parejas cuando vienen a
tratamiento.
En otros casos puede ocurrir que la pareja dedique un tiempo excesivo a estar juntos sin otro tipo
de contactos sociales. O puede darse el caso de que uno o ambos componentes de la pareja desee
emplear más tiempo para sí mismo o para disfrutarlo con sus amigos que lo deseado por el otro.
Ambas cosas tienden a consolidar ciertas fuentes de conflicto. Por otra parte, la excesiva dependencia
de uno con respecto al otro, verbalizada en frases como «yo es que no necesito irme con otras
personas para pasarlo bien», puede resultar un estímulo aversivo que provoque conductas de evitación en la pareja.
Este cuestionario trata de evaluar esta área. Su objetivo es definir qué actividades de ocio pueden
resultar placenteras para la pareja y en qué medida desean verlas incrementadas o disminuidas, bien
sea con su pareja, solo o con otros.
El cuestionario está diseñado para un amplio sector de la población, abarcando un espectro de
actividades de ocio propio de diferentes clases sociales.

Diferencial semántico. (Osgood, 1957)

Esta prueba tiene el objetivo de evaluar qué connotaciones o percepciones tiene cada uno de los
componentes de la pareja acerca de sus respectivos comportamientos y de la relación que mantienen.
Consta de una serie de adjetivos bipolares (bueno/malo, agradable/desagradable, excitante/no
excitante, tenso/relajado...) separados entre sí por una escala continua de gradación.

BUENO

MALO

+3

+2

+1

0

-1

-2

-3

Cada uno de los miembros de la pareja evalúa en estas escalas las expresiones que se le presentan y
que suelen tener relación con sU vida en pareja (“La vida sexual con mi pareja», «mi pareja», «mi
relación con mi pareja”... etc.).

En el Apéndice se ofrece una adaptación de la prueba para problemas sexuales (Mark y Sartorius,
1968) y que nosotros utilizamos en el marco general de relaciones de pareja.

Escala de Ajuste Marital. (Locke-Wallace, 1959.)

Este cuestionario, que ha sido utilizado por los consejeros matrimoniales durante 20 años, refleja la
satisfacción marital expresada por uno de los cónyuges. Contribuye poco al análisis detallado de
conductas, pero tiene la ventaja de que supone un coste de aplicación bajo y de que ofrece una
medida fiable de la satisfacción marital subjetiva; ha demostrado ser útil en la discriminación entre
parejas satisfechas y no satisfechas.
Marital Precounseling Inventory. (Stuart and Stuart, 1972)

Este cuestionario evalúa los siguientes aspectos: objetivos del tratamiento, concretados en cambios
de conducta; grado de entendimiento marital; distribución del poder; efectividad de la comunicación;
satisfacción sexual; acuerdo sobre cuidado y educación de los hijos y satisfacción marital en general.

Area of Change Seale. (Weiss, Hops and Patterson, 1973)

Es un inventario de 34 ítems que describen las conductas de cada miembro de la pareja. Se puntúan
las conductas que desean incrementar o disminuir.

Potential Problem Area Checklist. (Weiss, Hops and Patterson, 1973)

Lista de 26 áreas potenciales de conflicto referentes a la vida de pareja y familia: economía familiar,
tareas domésticas, cuidado de los hijos, celos, salud, filosofía de la vida, relación con familiares,
etcétera.

Marital Activities Inventory. (Weiss, Hops and Patterson, 1973)

Lista de 85 actividades recreativas que las parejas pueden encontrar divertidas.

2.2. Medida y Análisis funcional

Tras un primer acercamiento al problema o conflicto de pareja a través de la entrevista inicial y el
uso de cuestionarios, podemos seleccionar áreas específicas para someterlas a una evaluación más
precisa. En este análisis de segundo nivel utilizamos las observaciones y los autorregistros.

2.2.1. Observaciones
Una vez que se han determinado ciertas áreas problema, se entrena a los miembros de la pareja
para que observen su propia conducta y la del otro, en la clínica y en la vida real (Gorrman et al. 1976;
Jacobson y Margolin, 1979; Margolin, 1978; Patterson, 1976; Weiss et al., 1973). El terapeuta puede
pedir a la pareja que registren en cinta magnetofónica ciertas situaciones críticas de intercambio
conductual para un posterior análisis.
Por otra parte, el terapeuta también puede utilizar la misma entrevista como marco de observación
y grabar, en cinta o en video, los intercambios seleccionados a fin de reproducir y observar junto con
la pareja dichas interacciones. Se les anima a que discutan y traten de llegar a una solución del
problema que tienen planteado, y en cuanto comienzan su tarea iniciamos el registro y la
observación. Para una observación más controlada hacemos uso de la sala de observación. Esta sala
consta de dos espacios -una cabina de registros y la sala de entrenamiento- separados por un tabique
que tiene incorporado un espejo de visión unidireccional. Este espejo permite observar desde la
cabina de registros la escena que transcurre en la sala de entrenamiento. Entre ambos espacios existe
un sistema de intercomunicación que permite escuchar, desde la cabina de registros, cuantos diálogos
se mantengan en la sala de entrenamiento, así como enviar mensajes específicos e individualizados a
los ocupantes de dicha sala.

A través del espejo de observación unidireccional los terapeutas pueden observar las múltiples
respuestas presentes en una secuencia de intercambio conductual de una pareja. La incorporación
del video garantiza un registro fiel y preciso, amén de que facilita a la pareja información sobre las
conductas que utilizan en su interacción.
En el Apéndice B ofrecemos un esquema de registro de datos de observación de conductas
implicadas en la Solución de Problemas.
Habitualmente son objeto de análisis las siguientes conductas.

2.2.1.1. Expresión de sentimientos

La expresión de estados de ánimo puede ser motivo de conflicto o no según se haga de modo
inadecuado o adecuado. Expresiones del tipo «es que me irritas», «me deprimes», «me desquicias»...,
que encierran un tono acusativo, pueden interferir en el diálogo de la pareja e impedir que lleguen a
un acuerdo o solución efectiva para el problema en cuestión. En cambio, expresiones del tipo
«cuando dices eso yo me siento mal» o «cuando te comportas así me siento irritada» pueden ser más
adecuadas porque reconocen la propia paternidad del estado de ánimo y eliminan el contenido
acusativo. Es posible que el otro reaccione de un modo más accesible.
Las expresiones de ironía y las acusaciones directas son también frecuentes en estas sesiones de
observación.
En otros casos la expresión de emociones positivas no llega a ser efectiva porque se realiza con un
comportamiento verbal y no verbal inadecuado. Expresiones como «se te ve una chica con encanto»
parecen describir más que expresar emoción. En cambio la expresión «me agradas» o «me encanta
estar contigo» puede tener un mayor impacto emocional y más si se realiza con contacto visual,
tocando levemente el brazo o cogiendo suavemente la mano. Todos estos aspectos de la expresión
emocional conviene evaluarlos, ya que juegan un papel importante en la comunicación interpersonal.

2.2.1.2. Descripciones del problema

El cómo la pareja describe sus problemas debe ser también objeto de observación, porque de ello
depende, de modo importante, el que lleguen o no a una solución. Las parejas en conflicto suelen
expresar las quejas en términos vagos y generales: «deseo sentirme más segura en mi matrimonio»,
«cada día estamos peor», «no nos entendemos». Este modo de describir está impidiendo que la pareja
llegue a entenderse y conseguir algún acuerdo. Cuando detectamos en la observación un uso
frecuente de este tipo de verbalizaciones, un objetivo de intervención prioritario suele ser el de
enseñar a la pareja a definir sus dificultades y problemas en términos de conductas concretas que les
permitan conocer a uno ya otro qué es lo que hay que modificar y en qué sentido. Las parejas con
relaciones deterioradas que llegan a nuestra consulta suelen hacer uso frecuente de este tipo de
comunicación vaga e inconcreta, tendiendo más a interpretar un comportamiento que a definirlo en
términos precisos. Expresiones como «ya sé por qué dices eso», «tú dices eso pero sé lo que realmente
estás pensando» infieren la intención, motivación o actitud del otro a partir de interpretaciones,
originan conflicto y son ineficaces para llegar a una solución del problema.

2.2.1.3. Análisis y solución del problema

Las parejas en conflicto suelen realizar un análisis de sus problemas según, como dice Hurvitz
(1970), «hipótesis terminantes», es decir, ofrecen una explicación de la conducta de un modo que no
da información acerca de cómo se puede cambiar la situación. La expresión «eres tan desordenada
como tu madre» no aporta datos efectivos que le sirvan a la mujer para superar el problema. En su
lugar ambos componentes de la pareja deben aprender a emplear «hipótesis instrumentales», que
expliquen la conducta y los sentimientos, indicando qué se puede hacer para cambiar la situación.
Esta otra expresión puede ser más operativa: «me disgusta encontrarme tu ropa sucia en el cuarto,
¿qué te parece si la recoges y la echas al cesto de la ropa sucia, mientras yo me encargo de bajar la
basura que tanto te molesta?»
La especificación de resultados deseados, los compromisos y acuerdos, las soluciones alternativas y
cualquier otra conducta que la pareja emplee para analizar y encontrar una solución a su problema
deben ser objeto de evaluación y observación.

2.2.1.4. Habilidades de comunicación

Conviene observar también el patrón de comunicación de la pareja con el objetivo de eliminar o
reducir las conductas inadecuadas e instrumentar o incrementar conductas básicas que son
necesarias para una comunicación efectiva y facilitar así la solución de los problemas.
La observación está dirigida tanto al componente verbal como al no verbal de la comunicación. El
motivo de incluir lo segundo tiene que ver con el enorme impacto de significación que los gestos y
cuantas conductas no verbales hacemos tienen sobre lo que decimos.
Generalmente suelen ser objeto de nuestra atención las siguientes conductas:
- Ausencia o no de contacto visual, es decir, si la pareja se mira mutuamente o no a los ojos cuando
hablan.
- El uso de las manos para resaltar determinados contenidos del mensaje.
- La expresión facial adecuada o no a la situación y al mensaje verbal.
- La postura del cuerpo (acercamiento, inclinación hacia el otro o hacia atrás..., etc.) puede ser indicativa de
atención e interés hacia la otra persona o, por el contrario, de alejamiento y rechazo.
- El volumen de voz, según sea demasiado alto o excesivamente bajo. Su adecuación depende de lo
que se desea expresar y del contexto donde tiene lugar. Si queremos, vaya por caso, llamar la atención
de un amigo que vemos por la calle a veinte metros de distancia, un volumen de voz excesivamente
bajo será inadecuado para nuestro objetivo. Por el contrario, si el objetivo es hablar con nuestra
pareja en una habitación, en un contexto de intimidad afectiva, un volumen de voz excesivamente
alto no sería demasiado idóneo.

- El tono de voz. Muy a menudo, una comunicación resulta inefectiva y provoca aburrimiento y
alejamiento en nuestro interlocutor porque empleamos un tono excesivamente monótono y no
realizamos las inflexiones que convienen al contenido del lenguaje. Y a la inversa, el interés que
algunas personas parecen mostrar en el intercambio conversacional puede ser debido a una
adecuada utilización de las inflexiones de la voz. Tanto el volumen como el tono de voz juegan un
papel relevante en la expresión y modulación de los estados emocionales.
Las conductas no verbales que utilizamos en la comunicación pueden indicar actitudes y estados
emocionales concretos, así como conferir un significado tal al contenido verbal que, en ocasiones,
pueden hasta invalidarlo. Cuando decimos «pues márchate si quieres», con un tono y una expresión
facial determinados, podemos estar comunicando al otro que no se marche. A continuación se
presenta una relación de indicadores no verbales de determinadas actitudes y estados emocionales.
INDICADORES NO VERBALES

Actitud Segura, confiada
(Expresión abierta del cuerpo)
- Postura relajada
- Falta de tensión muscular
- Movimientos fáciles y pausados
- Expresión facial sonriente y
Risueña
- Cabeza alta y contacto visual
- Movimiento del cuerpo y cabeza
orientado al otro

Actitud insegura
(Expresión cerrada del cuerpo)
- Postura rígida
- Presencia de tensión muscular
- Actividad inquieta
- Movimientos con tendencia a
ser rígidos, forzados
- Expresión facial apretada, es tirada y hosca
- Posición de cabeza a menudo
hacia abajo
- Falta de contacto visual. Miradas furtivas
- Movimiento de la cabeza y del cuerpo
tendentes a alejarse de los otros

Estilo cordial o amistoso

Estilo dominante

- Proximidad física

- Hablar alto, deprisa y durante la mayor

- Ciertos tipos de contacto corporal
- Contacto visual

parte del tiempo con tono confiado
- Interrumpir a los demás

- Sonrisa

- Controlar el tema de la conversación

- Tono de voz amable

- Dar órdenes o utilizar Otros tipos de influencias

- Conversación sobre temas personales
de los otros

- Ignorar los intentos de in

- Señales de estar escuchando

- Postura erecta con la cabeza hacia atrás

fluencia por parte
Estados emocionales concretos

SORPRESA
-

Cejas levantadas
Boca entreabierta.
Paralización motora súbita
Ojos muy abiertos
Tono de voz alto con inflexiones

ALEGRIA
-

Sonrisa abierta
Labios hacia arriba
Tono de voz alto y rápido

TRISTEZA.
-

Cejas caídas

-

Mirada baja
Comisura labial hacia abajo
Tono de voz bajo, lento

IRA
-

Ceño fruncido
Ojos muy abiertos o muy cerrados
Labios apretados
Puños cerrados
Tensión muscular
Tono de voz alto con inflexiones bruscas

MIEDO
-

Cejas levantadas y contraídas
Ojos muy abiertos
Inflexiones de la voz
Expresión motora, en general en retirada o paralizada

Lenguaje corporal inadecuado Contacto visual
- Parpadear rápido y mucho
- Excesiva fijación sin cambiar la mirada
- No mirar
- Mover la cabeza y los ojos excesivamente
- Ojos tensos y/o fatigados

Expresión facial
- Frente contraída y tensa
- Tragar saliva repetidamente
- Carraspear repetidamente
- Humedecer los labios

Gestos y posturas
- Taparse la boca al hablar
- Taparse la cabeza, los ojos o el cuello
- Pasarse la mano por los cabellos o retocárselos
- Juguetear con joyas o adornos
- «Ajustar» la ropa
- Cambiar el peso del cuerpo de un pie a otro
- Moverse mucho o estar rígido
- Estar encogido

El componente verbal de la comunicación (interrupciones, afirmaciones radicales o dogmáticas,
reiteración, paráfrasis, etc...) también suele tener funciones significativas aparte de la mera
transmisión de contenidos, por lo que es de suma importancia evaluarlo. El fomentar ciertos estados
emocionales en el interlocutor dependerá asimismo de la buena o mala utilización de determinados
contenidos verbales.
A continuación presentamos una lista de los errores más frecuentes cometidos en la comunicación
de una pareja. Esta lista, recopilada por Thomas, Walter y O'Flaherty (1974), debe considerarse sólo
como ilustrativa.
Terapia de parejas-Costa y Serrat
Terapia de parejas-Costa y Serrat
Terapia de parejas-Costa y Serrat
Terapia de parejas-Costa y Serrat
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  • 1. TERAPIA DE PAREJAS MIGUEL COSTA CARMEN SERRAT Miguel Costa y Carmen Serrat: Terapia de parejas Un enfoque conductual
  • 2. Primera edición en «El Libro de Bolsillo»: 1982 Segunda edición en «El Libro de Bolsillo»: 1985 Dibujos Emilio Ruiz de Arcamte y Rosaura García © Miguel Costa y Carmen Serrat © Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1982, 1985 Calle Milán, 38; 200 00 45 Fotocomposición Compobell, S. A. Patino (Murcia) ISBN: 84-206-1930-2 Depósito legal: M. H.074-1985 Papel fabricado por Sniace, S. A. Impreso en Hijos de E. Minuesa, S. L. Ronda de Toledo, 24. 28005 Madrid Printed in Spain
  • 3. Prólogo Sin el amor que encanta la soledad de un ermitaño espanta. ¡Pero es más espantosa todavía la soledad de dos en compañía! Ramón de CAMPOAMOR Esta glosa poética de Campoamor sintetiza con precisión el estado final que con frecuencia suele alcanzarse en el proceso de deterioro de una pareja: “la soledad de dos en compañía”. “De novios mieles, de casados hieles” reza otro dicho, esta vez popular y más prosaico, para describir igualmente el proceso seguido por muchas parejas cuya relación, como suele ocurrir en general, está llena de agasajos y de cumplidos en su comienzo y de desafectos e incomunicación en su final, cuando termina. Merece la pena caer en la cuenta de este proceso prácticamente universal, al menos en la moderna sociedad occidental, con su pretendida libertad de vinculación y su canto al amor romántico y a la elección libre de pareja, donde la relación suele tener abundantes cosas positivas en sus comienzos, rayando con frecuencia en la exuberancia, para entrar, con no menos exuberante frecuencia, en un proceso, normalmente gradual, de deterioro hasta desembocar, en el mejor de los casos, en la ruptura más o menos aliviadora; y en el peor, aunque no el menos frecuente, en la institucionalización de la incomunicación o el ataque sutil o mordaz en la fingida tolerancia cotidiana. Ambas situaciones, la idílica del comienzo y la trágica de la ruptura, son de sobra conocidas de todos, aunque sólo sea por su frecuencia; lo que no resulta tan asequible, sin embargo, es el proceso que lleva de una situación a otra. En este afán tan humano de buscar expresiones abstractas incluso para las realidades más cotidianas y concretas, en el tema de la pareja siempre se lleva la culpa el «amor». El amor fue el responsable de juntar a la pareja, y el mismo amor (o su desaparición, que viene a dar igual) la separa. Y así, después de encontrada la explicación, todos tan contentos. Otra constante humana, bastante retorcida por cierto, es la asociación entre causalidad y culpabilidad. Ante la disolución de una pareja es frecuente preguntarse, personalizando: ¿quién es el causante?, ¿quién es el culpable? Entre las respuestas, como es sabido, las hay para todos los gustos: él, ella, los amigos, el divorcio, el progreso, la crisis de valores... y hasta las mismas suegras. Así, en resumen, el amor se va porque algo o alguien le echa. En la mitificación del sexo -lo que suele ocurrir cuando éste se disfruta de forma deficiente- es aquél el que suele llevarse con frecuencia la culpa. Y casi siempre aparece la infidelidad o el adulterio como la hipotética causa más o menos remota (el culpable) de la desavenencia. Pero las cosas no son tan simples en los humanos, y aunque lo complejo no tiene que ver con lo abstracto, ni mucho menos con idealizaciones más o menos afortunadas, siempre es posible, sin embargo, hacer un análisis de la pareja, especialmente de su relación y de las circunstancias que la rodean, y llegar a formulaciones más 'pragmáticas y operativas respecto de las causas de su deterioro;
  • 4. y lo que es más importante, de las posibles vías de su recuperación, siempre que ello sea, no sólo posible, sino también deseado por los propios interesados. En cualquier caso, es importante destacar que una pareja es ante todo relación, interacción, intercambio, dar y recibir, y es en este dinamismo donde se encuentra la raíz del “amor” donde fundamentalmente se han de buscar las causas tanto de la armonía como del deterioro de una pareja. Aunque sea accidentalmente, pues no es éste el lugar para extenderse sobre ello, podemos decir algo sobre el omnipresente «amor». El contenido semántico del término, como es bien sabido, es desbordante e inespecífico, tiñendo prácticamente cualquier forma de relación humana. En esta excesiva vaguedad y sobre inclusión del término «amor» radica, precisamente, su mayor debilidad y hasta el peligro de un uso indiscriminado del mismo, como puede verse en el caso de la relación de pareja, donde el término es utilizado para explicar todo y, lógicamente, acaba por no explicar nada. El «amor romántico», por otro lado, no parece ser sino una invención moderna, acorde con el desarrollo y la materialización de la ideología liberal-burguesa y su mentalidad individualista, base de la economía de mercado de la revolución industrial. Esta revolución en los sentimientos (como la califican algunos autores), que descansa en el deseo de ser libre emocional y sexualmente, se plasmó en el hecho básico de asumir el derecho a la elección de pareja sobre la base del amor romántico y la atracción sexual. Este importante factor del surgimiento del sentimiento romántico fue, por otro lado y con bastante probabilidad, el responsable del desarrollo de la familia nuclear moderna y del concepto del hogar como retiro emocional y base de la felicidad de la pareja, todo lo cual pareció acentuar el sentimiento de domesticidad, con, al menos, la importante consecuencia del retiro de la mujer al hogar y la perpetuación de su correspondiente segregación de la vida pública. La consideración de todos estos factores puede, como se verá, ser importante, sobre todo si se tiene en cuenta que buena parte de los problemas de pareja arrancan o son simple expresión de una crisis más amplia en unos roles convencionales socialmente asignados a la mujer y al hombre que aquélla se empeña, en parte, en cuestionar y modificar. El mismo hecho de la elección de pareja en el acto de enamorarse viene dado por factores psicológicos mucho más concretos que las esotéricas y misteriosas razones a las que suelen atribuirse estos sucesos. Los propios psicólogos dedicados actualmente a la investigación de este campo están logrando notables progresos en el desvelamiento de estas áreas tradicionalmente consideradas irreductibles y enigmáticas. Todas estas reflexiones en torno al espinoso tema del amor no tienen en última instancia otra finalidad, al menos en nuestra intención actual, que la de llamar la atención sobre la posibilidad y la necesidad de abordar las relaciones de pareja y sus problemas sobre una base operativa y científica, en lugar de refugiarse en el tópico inoperante de la simple sustitución de palabras. Y esto es precisamente lo que intenta el libro que aquí prologamos, no limitarse a las grandes palabras sino descender a los hechos y a la realidad concreta de la pareja y operativizar su relación y sus problemas, para desde ahí no sólo vislumbrarlos sino poder superarlos. Como dijo o debió decir alguien, “lo importante no es definir la felicidad, sino lograr que los hombres sean felices”. Esta concepción de la Psicología como servicio público y ayuda práctica en la solución de problemas es lo único que puede sacar a nuestra profesión del dominio de la simple especulación teórica, o del ámbito de lo esotérico e incluso místico en que con demasiada fre cuencia ha estado sumida. En el campo concreto de los problemas de pareja, esta proyección práctica de la Psicología científica actual se está revelando de gran utilidad, como lo muestra el mismo libro objeto de este prólogo, hasta el extremo de que yo me atrevería a proponer para nuestro país, ahora que ya existe una regulación sobre el divorcio, la posibilidad de disponer de la asesoría de psicólogos previa a la tramitación del divorcio, con objeto de que las parejas tengan la oportunidad, si lo desean, de replantearse su relación agotando las nuevas posibilidades que la Psicología ofrece para resolver los conflictos de pareja. Un aspecto adicional a tener en cuenta en la terapia de parejas es el de la base teórica en que se fundamenta. En la actualidad distintos enfoques teóricos ofrecen estrategias terapéuticas diferentes
  • 5. para abordar estos problemas. Entre ellos cabe mencionar el enfoque psicoanalítico, el estructural, el de la teoría de sistemas y el conductual. Salvando méritos específicos de cada uno de los enfoques, y sin ánimo de polemizar sobre los mismos, sí nos atrevemos al menos a afirmar, en base a las necesidades y demandas prácticas de la psicología actual que antes comentábamos, que el enfoque conductual, además de sintetizar en cierta medida algunas de las características de los demás enfoques, reúne en sí las fundamentales ventajas de ser operativo, funcional y orientado a la resolución práctica de los problemas. Pero, sobre todo, tiene el mérito de ofrecer unos resultados prácticos no igualados por ninguno de los enfoques alternativos. El libro objeto de este prólogo, «Terapia de parejas» (el primero que sobre el tema se escribe en español) está centrado en el enfoque conductual, y como tal reúne todas las características antes mencionadas. No obstante, a estas ventajas generales del enfoque cabe añadir otras específicas del libro en sí. Ante todo, es de destacar el enfoque práctico del libro, cuyo centro de atención está puesto en transmitir al lector cómo enfrentar de forma constructiva los problemas de parejas, a través, primero, de una evaluación adecuada de los mismos y, sobre todo, de una formulación y una intervención operativa y fundamentalmente constructiva sobre los problemas. Aunque el enfoque teórico del libro, como destacan sus autores en el título, es el conductual, éste es entendido de forma abierta y actual, como es propio del enfoque en nuestros días, y no del modo simplista y reduccionista censurado por muchos y realmente adoptado por el conductismo en algún tiempo pretérito de su historia. Quizás sean obvias estas aclaraciones y no mereciera abundar en ellas, pues evidentemente los conductistas han avanzado con el conductismo y el conductismo con los conductistas hasta incluir, explicar y resolver problemas cada vez más complejos, y lógicamente su estructura teórica ha evolucionado en el mismo sentido haciéndose más flexible e incluyente. No obstante, nos permitimos hacerlas como una llamada de atención para aquellos "que sigan aferrados de forma inflexible a la evocación de cierto contenido semántica del término conductismo e incluso a la fantasía futurista de cierta praxis política y humanamente objetable. En definitiva, nos dirigimos a todos aquellos que recelan del enfoque conductista más sobre la base de prejuicios (en el sentido propio del término de juicios previos) que sobre el conocimiento profundo y la reflexión desapasionada y sincera sobre el mismo. A todos ellos les pediríamos que lean detenidamente el libro y que después de leído reflexionen sobre sus juicios previos en torno al conductismo y traten de evaluar si los conceptos y la praxis vertidos en este libro, básicamente conductista, responden a esos juicios que se habían formado sobre ellos. En cuanto a las características estructurales del libro en sí, todas ellas, tanto la distribución del contenido como el propio contenido (nada simple y de gran amplitud, por cierto) e igualmente su forma de presentación, todas ellas, repito, abundan en la preocupación básica de los autores de hacer un libro práctico y útil para cualquier persona que pudiera leerlo, pero especialmente para el profesional de la psicología enfrentado con los problemas de pareja. El libro, en síntesis, como la propia trayectoria de los autores del mismo, tiene, sobre todas, las virtudes de su practicidad y su amplitud de enfoque y sirve adecuadamente al ideal que debe guiar nuestra profesión y que anteriormente expresábamos al afirmar que «lo importante no es describir la felicidad, sino hacer que los hombres sean felices». Madrid, octubre de 1981 José Antonio I. Carrobles Universidad Autónoma de Madrid Nuestro agradecimiento más sincero a cuantas personas han colaborado en la creación de este libro. A Isabel Pellicer y al equipo Luria por sus aportaciones y sugerencias inestimables, a Blanca Serrat por su ayuda mecanográfica y a Ernesto López por su apoyo entusiasta.
  • 6. Vaya también nuestro agradecimiento a Emilio Ruiz y Rosaura García por sus dibujos, de indudable valor didáctico, ya Miguel Paredes, quien nos «tentó" y animó para escribir este libro.
  • 7. Introducción La aplicación de la aproximación conductual al tratamiento de los problemas de pareja es de reciente y creciente desarrollo. Aunque probablemente este fenómeno se deba, en parte, al auge que la Ciencia del Comportamiento viene experimentando en los últimos años, no podemos por menos que recurrir a otro tipo de factores para explicar el que la terapia de pareja haya llegado a ser una modalidad de tratamiento cada vez más popular. Un factor muy relevante, casi con toda seguridad, es el cambio experimentado en las últimas décadas por la estructura familiar. En efecto, la creciente industrialización de la sociedad, la liberalización de las costumbres, el desarrolló de las reinvindicaciones feministas..., han alterado los papeles de los miembros de la pareja y facilitado la manifestación de sus conflictos. La mujer comienza a tener acceso a la educación, al mundo del trabajo, se cuestiona su papel de madre «sacrificada» y esposa «sumisa», y exige condiciones de igualdad y respeto; habla ahora más de sus intereses y tiene una actitud más crítica e independiente ante su realidad. El hombre, por otra parte, en la medida que su papel empieza también a ser cuestionado, sufre de algún modo esta situación. La sociedad industrial que conocemos conlleva otros factores que condicionan hábitos de vida y de relación interpersonal poco adecuados para lograr una comunicación efectiva. El rápido crecimiento incontrolado de la vida urbana, y las tasas de sobreexplotación, con exceso de número de horas de trabajo y transporte, vienen a ser algunos de los más representativos. Estas condiciones de vida restringen considerablemente lo que en términos conductuales denominamos las redes de reforzamiento social. Es decir, no existe tiempo para visitar a los amigos, vecinos y miembros de la familia. La red de individuos que proporcionan refuerzos sociales (elogio, afecto, relación) se reduce a su mínima expresión: al otro miembro la pareja, y cada uno de los componentes de la misma pasan a ser casi exclusivamente dependientes del reforzamiento social del otro. De este modo, se están sentando las bases sociológicas necesarias para la insatisfacción en la vida de pareja como una parte más de la insatisfacción individual y colectiva en el seno de una sociedad que genera estas condiciones de vida. En la pareja, en particular, esta «dependencia» a que aludimos determina a menudo demandas recíprocas de afecto y de atención tan apremiantes que ambos encuentran difícil de satisfacer. Por otra parte, el tiempo de ocio y recreo, ya de por sí limitado, lo ocupa de manera abusiva la televisión, que introduce en los hogares el “silencio del espectador” y reduce al mínimo las oportunidades de intercambio conversacional y de cuantas actividades placenteras pudieran planearse. Existen también, sin duda, otros elementos sociológicos que introducen probablemente factores explicativos adicionales para entender esa demanda creciente de ayuda profesional a la pareja. Uno de estos elementos es la debilidad de uno de los miembros de la pareja respecto del otro. A pesar de las reivindicaciones feministas y del desarrollo social persiste en la mujer una situación de discriminación en los campos de la educación, laboral y social en general con respecto al hombre. Si las oportunidades de contacto y refuerzo social se restringen considerablemente para éste, en un amplio sector, de mujeres llegan a alcanzar cotas que rayan en el auténtico aislamiento social. La mujer se convierte así en un ser más dependiente del refuerzo social proporcionado por el otro. No es raro ver en nuestras consultas mujeres con cuadros depresivos que se resuelven con relativa facilidad tras conseguir un incremento de contactos sociales y oportunidades de ser reforzada por su pareja. En otros casos, cuando la mujer tiene la oportunidad de trabajar fuera de casa, no es raro que se vea sometida a dobles jornadas de trabajo, ya que las tareas domésticas suelen recaer en ella. Todas estas condiciones presionan y facilitan el conflicto en la pareja. Unas veces vendrá manifestado a través de una sintomatología depresiva en uno de ellos, generalmente la mujer, o en ambos; y otras a través de enfrentamientos, conflictos o de una declaración directa del tipo “¡Así no podemos seguir!” Hasta fechas recientes, y aún hoy día en que la profesión del psicólogo se introduce tímidamente en nuestro país, el conflicto se ha venido abordando desde posturas muy simplistas e impregnadas de un gran misticismo e ideologismo. El que fuera canónigo de Victoria, E. Enciso, se preguntaba (Ferrándiz
  • 8. y Verdú, 1974): «¿Por qué hay tantos matrimonios desgraciados y tantos otros que, sin llegar precisamente al nivel de desgracia, no son felices?» El mismo se respondía... «porque abundan mucho las mujeres casadas que no saben callar, ceder, sonreír... la culpable es la mujer... Dios ha dado al hombre la fuerza de los puños y, en compensación, ha entregado a la mujer la fuerza de la sonrisa». En otra parte (Ferrándiz y Verdú, 1974) aconseja «técnicas» muy concretas como método de superar los problemas de la pareja: «...ya lo sabes: cuando estés cansada, jamás te enfrentarás con él, ni opondrás a su genio tu genio, y a su intransigencia la tuya. Cuando se enfade, callarás cuando grite, bajarás la cabeza sin replicar; cuando exija, cederás, a no ser que tu conciencia cristiana te lo impida. En este caso no cederás, pero tampoco te opondrás directamente: esquivarás el golpe, te harás a un lado y dejarás que pase el tiempo. Soportar [el subrayado es nuestro], esa es la fórmula… Amar es soportar». A través de estos consejos del canónigo E. Enciso queda reflejada con claridad lo que ha sido la actitud de ciertos sectores de la Iglesia Católica que, de modo generalizado y prepotente, han impregnado en nuestro país la vida de pareja y familiar durante muchos años. Esta mistificación e ideologización, aparte de plantear como única alternativa la resignación, se ha convertido, en no pocos casos, en fuente de inadaptaciones. Por poner algún ejemplo, aún no faltan mujeres en nuestra consulta, con problemas de inadecuación sexual, que han tenido una historia de aprendizaje muy mediatizada por su «director espiritual» y con pautas del tipo «cuando hagas uso del matrimonio trata de no disfrutar... piensa en otra cosa... ». El consejero espiritual es quien ha asumido durante muchos años, y aún hoy día, la función de asesor o terapeuta familiar y de pareja; podía, evidentemente, tener una gran voluntad e interés por solucionar cuantos problemas le llegaban, pero generalmente carecía de planteamientos científicos para afrontar con rigor una tarea tan compleja como es la relación interpersonal y la comunicación en la pareja. La gran resistencia cultural a asimilar planteamientos, científicos en los temas relacionados con el comportamiento humano ha sido una constante de nuestra civilización. Los medios de comunicación de, masas y la «prensa del corazón» suelen ser exponentes representativos de “culturización” idealista en estos temas. Por otra parte, la crisis profunda y sin precedentes por la que atraviesa nuestra civilización, sometida a riesgos de catástrofes nucleares o ecológicas antes inimaginables, tiende a poner en cuestión los valores positivistas del desarrollo científico y tecnológico. Argumentaciones simplistas identifican a éste como la fuente de todos los males. Existe una vuelta al idealismo o una reactivación del mismo y, en medio de este clima emocional, el planteamiento científico, en su aplicación a la pareja y al hombre en general, no está exento de críticas poco argumentadas y generalmente apoyadas en meros juicios de valor. Los defensores de estas posturas parecen olvidar que el desarrollo científico ha contribuido, con aportaciones específicas, a aliviar gran parte del sufrimiento humano. El problema no reside tanto en la naturaleza de la ciencia en sí misma como en los criterios de su aplicación, en la utilización que el hombre hace del desarrollo científico y tecnológico. Falla, en definitiva, el hombre y la estructura social que lo conforma. Cuando Skinner (1969, pág. 35) comenta: “los métodos de la ciencia han sido extraordinariamente eficaces dondequiera que se han ensayado, ¿por qué no lo aplicamos entonces a los asuntos humanos?”, parece querer significar que una alternativa para mejorar el mundo social de hoy debe pasar, si bien no exclusivamente, por una profundización en el conocimiento científico del comportamiento humano. El saber popular, fiel reflejo del contexto cultural, y cuantos tímidos intentos se hicieron desde una perspectiva algo más profesional han estado impregnados también de cierto idealismo. El estar o no estar enamorados» viene a ser el factor causal relevante. Cuando una pareja “está enamorada” transcurren sus relaciones con normalidad; en cambio los problemas comienzan cuando uno u otro «deja de estar enamorado». El amor se convierte así en el elemento explicativo por excelencia: «el amor lo vencerá todo». Claro está, «amor» es una palabra que no se sabe qué define, como se adquiere ni cómo se pierde, y ante la que, por su falta de concreción y operatividad, no sabremos qué hacer. El planteamiento derrotista de la resignación no es ni más ni menos que una consecuencia lógica del planteamiento idealista, vago e inconcreto del amor: «o se está o no se está enamorado, y si no… ¡qué le vamos a hacer! ¡Resignación!» Otras tímidas alternativas desde el campo profesional, como decíamos más arriba, se formulan en términos vagos e inespecíficos que resultan a la postre tan inoperantes como el planteamiento simplista y causal del amor. Desde esta perspectiva suelen ser “da pérdida de individualidad” o “da capacidad de sentir” los elementos explicativos del desastre en la pareja. Aquí estamos, igual que antes, ante expresiones verbales que no sabemos qué encierran y de las que caben cuantas interpretaciones quieran hacerse.
  • 9. No será hasta las dos últimas décadas/'coincidiendo con el arraigo del psicólogo clínico como profesional, cuando comienzan a irrumpir, de la mano de éste, alternativas surgidas en la Psicología, entendida como disciplina científica que estudia el comportamiento humano. Surge la Terapia del Comportamiento que, lejos de los planteamientos vagos e inconcretos, realiza un intento riguroso, y al parecer efectivo, de aplicar una metodología científica al estudio, prevención y tra tamiento de cuantos problemas de comportamiento presenta el hombre en su vida personal y de relación. La aproximación de la Terapia del Comportamiento a la problemática de pareja es altamente estructurada y explícitamente didáctica. Enfatiza los principios del Aprendizaje y se orienta no sólo hacia el cambio de conducta sino también, y sobre todo, hacia el entrenamiento en habilidades de cambio de conducta. En este enfoque las parejas aprenden a realizar análisis funcionales de sus propias conductas y de las de su compañero y a utilizar procedimientos específicos tales como el reforzamiento positivo, el moldeamiento, etcétera. El objetivo básico de este enfoque es el entrenamiento en habilidades de comunicación y de solución de problemas con el fin de que la pareja resuelva, de modo autónomo, no sólo sus problemas actuales sino también aquellos que en un futuro pudieran plantearse. El terapeuta conductual de pareja no se centra en la resolución de problemas específicos sino más bien en el proceso por el que las parejas adquieren una serie de habilidades para llegar a solucionados. El papel del terapeuta se parece al de un maestro de habilidades de comunicación que intenta que la pareja adquiera competencia necesaria para funcionar con independencia de él (Jacobson 1979). En este sentido constituye una aproximación preventiva, en tanto en cuanto las parejas abandonan la terapia con los medios suficientes para resolver sus problemas en el futuro. Este libro pretende ofrecer una aproximación modesta al tema del conflicto de pareja y su tratamiento desde esta perspectiva conductual. Está dirigido especialmente a cuantos psicólogos salen de la Universidad I sin una experiencia clínica suficiente ya los profesionales que de algún modo tocan la problemática de la pareja. Por esta razón, hemos tratado de exponerlo del modo más didáctico posible y atender a los aspectos prácticos que un tratamiento de esta índole comporta. El libro consta de cuatro partes diferenciadas. En el capítulo 1 se ofrece un planteamiento teórico que está lejos de los modelos lineales simplistas del condicionamiento clásico y operante. Basándose en el modelo mediacional introduce elementos teóricos de la Teoría de la Comunicación y del Modelo de Campo (Kantor 1978, Ribes 1980, Bayés 1980), con las matizaciones que el medio de contacto normativo-social comporta en el intercambio conductual de una pareja. El capítulo 2 ofrece una aproximación a los medios básicos de evaluación, con una relación breve de cuestionarios muy utilizados en la misma. El capítulo 3 desarrolla algunas estrategias de intervención encaminadas a que la pareja adquiera una serie de habilidades necesarias para resolver sus problemas de relación. El Apéndice es la cuarta parte diferenciada del libro. En él se ofrecen materiales (Cuestionarios, Guía de Trabajo, Guía de Sesiones...) de cierta utilidad clínica para orientar el trabajo de aquellos profesionales que están iniciándose en el campo de las relaciones de pareja. En el libro utilizamos indistintamente términos como «marido/mujer», «esposo/esposa», «compañero-compañera» para referimos a los dos integrantes de la pareja la razón de ello es la gran relevancia sociológica de los mismos. Sin embargo, no es nuestra intención prejuzgar la naturaleza sexual de una relación de pareja. Consideramos que los principios que se exponen en este libro son tan válidos, si bien con matizaciones, para una pareja heterosexual como homosexual. Por otra parte, queremos llamar la atención del lector sobre el hecho de que aunque el contenido de este libro se desarrolla fundamentalmente desde una perspectiva de tratamiento individual, sus presupuestos básicos no excluyen un marco de intervención grupal o la inclusión de co-terapeutas. Al contrario: puede que estas modalidades sean las más idóneas. Finalmente, deseamos que esta publicación sirva de estímulo a otros muchos colegas que en nuestro país ya están aportando experiencias y trabajos muy interesantes. Somos muchos, incluidos los autores de este libro, los que necesitamos aprender de esa joven profesión que es la de psicólogo.
  • 10. 1. Aspectos teóricos 1.1. Conceptos básicos El comportamiento humano no es aleatorio ni imprevisible, no ocurre «porque sí» o porque haya algo intrínseco en el individuo que le haga comportarse como lo hace. Si observamos con detalle, tenemos necesariamente que constatar un hecho: la conducta de un individuo mantiene una regularidad en la interacción con su ambiente. Este hecho es precisamente el elemento empírico nuclear que nos permite construir una ciencia del comportamiento y fundamentar la Psicología como tal. La moderna teoría del aprendizaje social, construida a partir de observaciones y medidas cuidadosas, es uno de los soportes teóricos más importantes de esta ciencia. Esta teoría sostiene que la mayor parte de los determinantes de la conducta humana pueden localizarse en la relación dialéctica y continua que existe entre el individuo y su entorno. Analizando aquellas circunstancias del entorno que sistemáticamente covarían con las respuestas -conductas- de un individuo, es posible establecer predicciones específicas sobre la recurrencia de la conducta subsiguiente. Al decir «determinantes» no pretendemos inferir una relación causal entre fenómenos, sino simplemente describir la relación funcional entre algunas propiedades de un fenómeno determinado (frecuencia, latencia, intensidad) y las de ciertos fenómenos antecedentes (Ribes, 1980). 1.1.1. Determinantes Ambientales Toda conducta tiene lugar en un contexto ambiental en el que hay circunstancias y sucesos que la preceden y la siguen. El concepto básico que utilizamos para describir estas circunstancias y sucesos que influyen en la conducta es el de estímulo. Los estímulos pueden ser antecedentes y consecuentes, según que precedan o sigan a la conducta en cuestión. Ambos tienen una influencia controladora sobre la conducta. Por ejemplo, los ladridos de un perro pueden señalar o indicar que un desconocido se aproxima a la casa; el ambiente agradable (música, comida preferida, velas, verbalizaciones del tipo «te he preparado algo que te gusta…, rico»...) que se encuentra la señora Ana al llegar a casa puede indicar que con toda probabilidad ocurrirá una relación de intimidad afectiva o sexual Los «ladridos» en el primer caso y el «ambiente agradable» en el segundo, son estímulos antecedentes que señalan la probabilidad de que ocurran las conductas de «acercarse un extraño» e «iniciación sexual» respectivamente. Por el contrario, si el perro comienza a «menear la cola» o la señora Ana encuentra a su pareja con «verbalizaciones exigentes y gestos de malhumor», lo que ocurrirá probablemente es que se aproxime un conocido en el primer caso y que se inicie una discusión, en el segundo.
  • 11. Estos estímulos que preceden a una conducta adquieren el valor de señales discriminativas, porque en el pasado estuvieron asociados repetidamente con la conducta a la que preceden. Y ésta tiende a ser fomentada por dichas señales. Sin duda la mayoría de nosotros hemos podido comprobar cómo determinados lugares despiertan ciertas emociones positivas porque en el pasado los hemos frecuentado realizando alguna actividad o tratando con personas que nos resultaban muy placenteras. Por el efecto de estas señales discriminativas, puede ocurrir también, que una pareja que trata de dialogar para alcanzar una solución a algún problema planteado termine discutiendo, si lo hace en un contexto estimular (cocina, casa...) donde habitualmente discute. Por el contrario, si eligen otro lugar donde esto no suele ocurrir (comiendo en un restaurante, dando un paseo, etc.) es probable que la discusión no aparezca y se facilite así el diálogo. Estímulos «aparentemente» inocuos pueden proporcionar mucha discriminación estimular para la conducta de cada día, y pueden fomentar conductas-problema o conductas alternativas, según sea la historia de aprendizaje. Por esta razón, la preparación y cambio de los estímulos antecedentes debe ser una estrategia a tener en cuenta en todo programa de terapia de parejas. Algunos autores (Goldiamond, 1965) llegan incluso a recomendar un reajuste completo de la situación estimular donde vive una pareja con conflicto, llegando hasta el cambio de muebles y del esquema de los cuartos de la casa; o bien, en algunos casos en que el marido tiene dificultad para discutir con su mujer sin llegar a gritada, que lo haga en lugares semipúblicos, donde el gritar es menos probable que ocurra.
  • 12. Los estímulos consecuentes pueden tener un doble efecto sobre la conducta que les precede. En primer lugar, pueden incrementar la probabilidad de que la conducta en cuestión se presente en el futuro. A estos estímulos se los denomina reforzadores positivos, y reforzamiento es el proceso por el cual la conducta se incrementa. Pueden ser reforzadores conductas tales como la intimidad física o sexual, hacer regalos, detalles, caricias, salir a cenar, intercambio de afirmaciones verbales positivas: elogio, agradecimiento, piropos, etc. Escuchar, abrazar, sonreír, hablar y prestar atención son en general una clase de reforzadores que los seres humanos estamos utilizando miles de veces cada día en nuestros contactos sociales y ¡cómo no! en la relación interpersonal con nuestra pareja. Si alguien nos escucha y nos atiende cuando hablamos, es probable que intentemos de nuevo, en el futuro, este tipo de contactos sociales. Si la conducta de «llegar temprano a casa», por parte de uno de los miembros de la pareja, va seguida de consecuencias agradables, es probable que en el futuro también repita ese comportamiento. En estos ejemplos la conducta del otro de «escuchar», «sonreír», «preparar un ambiente agradable» han actuado como reforzadores para incrementar las conductas de «reanudar el contacto social» y «volver temprano a casa». Por el contrario, si cuando hablamos con una persona no nos escucha ni nos presta atención, es muy probable que nuestra conducta de reiniciar el contacto social con dicha persona se debilite y termine por desaparecer. Es decir, cuando una conducta determinada no es seguida de reforzadores acaba por debilitarse. A este proceso se le denomina extinción y suele jugar un importante papel en el deterioro de muchas relaciones de pareja. Uno o ambos componentes de la misma pierden, por su modo de comportarse, ese valor reforzante necesario para mantener la relación. En otros casos puede ocurrir que nos resulte más gratificante la relación con otra persona y que, por problemas de tiempo, ideológicos, etc., se cree cierta incompatibilidad con la primera, extinguiéndose así también nuestra primitiva amistad. A este proceso se denomina contracondicionamiento y suele ser habitual en el deterioro de la relación cuando existe un amante que se manifiesta como alternativa a la pareja actual. También el fenómeno de hartazgo o saciación tiene un efecto controlador en el comportamiento de ambos miembros de la pareja. El valor reforzante de la relación puede perderse e incluso tornarse aversivo por este fenómeno. El reforzamiento positivo es una consecuencia necesaria pero no suficiente para el aprendizaje de una conducta. Es preciso que existan además unos requisitos previos sin los cuales no puede aprenderse talo cual comportamiento. Por ejemplo, por muchos refuerzos positivos que demos y por grandes esfuerzos que hagamos para intentar que un niño lea el Quijote, no lo conseguiremos si no sabe leer. La conducta de leer es previa y requisito básico para leer el Quijote. La discriminación
  • 13. verbal de las letras, el aprendizaje de la asociación de un sonido con un signo escrito, etc., son a su vez requisitos básicos para aprender a leer. Por esa razón, si se pretende conseguir el objetivo de que el niño lea el Quijote, tendremos que ir poco a poco, gradualmente, reforzando todas aquellas conductas previas que conducen a la meta final. A este proceso lo denominamos moldeamiento, y a través de él aprendemos conductas tan complejas como la de vivir en pareja. Ni que decir tiene que una relación interpersonal gratificante y compleja no llega a establecerse en toda su profundidad de modo repentino y por refuerzos contingentes más o menos ocasionales. Desde el primer contacto visual e intercambio de palabras entre dos desconocidos, hasta el mantenimiento estable de relaciones íntimas y personales que pueden contraer esas dos mismas personas, existe un proceso más o menos largo de mutuos intercambios de refuerzos y gratificaciones. Este intercambio, para ser efectivo y llegar al objetivo final: vivir en pareja, ha tenido que ir centrándose en aquellas conductas que gradualmente se han ido adquiriendo y han servido de soporte básico de las siguientes. Tanto en el aprendizaje de conductas adecuadas como en el cambio de comportamientos que interfieren en una relación afectiva suele ser necesario seguir este proceso de moldeamiento. En segundo lugar, las consecuencias o estímulos que siguen a una conducta pueden ser aversivos o no deseados. Lo más probable entonces es que tratemos de escapar o evitar dichos estímulos. Cuando esto ocurre se experimenta un cierto alivio por la eliminación de la estimulación dolorosa o no deseada, lo cual refuerza la conducta de evitación o de escape y, por tanto, la pro babilidad de que ocurra dicha conducta en el futuro. Por ejemplo, la conducta de «llegar temprano a casa» puede estar seguida de consecuencias no deseadas tales como riñas, gritos... En este caso la conducta de evitación de «no llegar temprano a casa» o, en casos extremos, «abandonar la relación de pareja» puede ser un medio eficaz para eliminar consecuencias aversivas. Se aprende así a escapar de la presencia de su pareja. Este proceso de aprendizaje mediante el cual aumenta la probabilidad de que se produzca o se repita en el futuro la conducta de evitación a determinados estímulos se denomina reforzamiento negativo. En las parejas con relaciones deterioradas suele ser habitual, como veremos más adelante, el uso frecuente de la estimulación aversiva. En ocasiones uno o ambos miembros de la pareja utilizan el castigo como medio de eliminar conductas no deseadas en el otro. El marido que insulta y grita a su mujer por haber llegado tarde a casa está utilizando el castigo (gritos, insultos, amenazas...) como sistema de control para que esta conducta no se vuelva a
  • 14. repetir en el futuro. El castigo es una técnica de control que no parece ser eficaz a largo plazo, amén de que suele tener serios inconvenientes (fomenta la agresividad y las emociones negativas...). Con estos sencillos ejemplos vemos que para comprender una conducta debemos mirar más allá del simple acto y preguntarnos sobre las condiciones en que se produce. En general una descripción de cualquier conducta nos plantea una serie de interrogantes acerca del contexto (Antecedentes) en que tiene lugar (¿cuándo?, ¿dónde?..) y de lo que sigue a su práctica (Consecuen cias). El conocimiento de los antecedentes y de las consecuencias, así como de sus efectos combinados sobre el comportamiento, nos permite establecer cierto control y predicción sobre el mismo. Existe finalmente otra fuente de aprendizajes o de influencias con poder de control sobre el comportamiento humano. Esta fuente no es otra que la que proviene de observar lo que los otros hacen, piensan y sienten. Aprendemos a comportamos a través de modelos significativos de nuestra vida, como son los padres, amigos, profesores, hermanos e incluso nuestra propia pareja. Basta echar un vistazo a los juegos de los niños para damos cuenta de que hablan y se comportan con sus muñecos del mismo modo que sus padres reaccionan con ellos. Una gran parte de los aprendizajes que hacemos a lo largo de nuestra vida proviene de la observación e imitación de lo que hacen los otros. Aprendemos a hablar, a realizar una operación quirúrgica, etc. por imitación. Existen importantes experiencias acerca de los efectos de la observación sobre el comportamiento del que observa, que han demostrado que muchas conductas verbales, emocionales y motoras se aprenden, conservan, evocan, inhiben y modifican, por lo menos en parte, debido a sugerencias del modelo observado (Bandura y Walters, 1974). El aprendizaje por modelos, como ya veremos más adelante, nos facilita increíbles recursos a la hora de intervenir en el tratamiento de la pareja. En la relación interpersonal y, en concreto, en la relación de pareja, la conducta de cada uno de los miembros de la misma tiene efectos mutuamente controladores. Este control ocurre por la presencia o ausencia sistemática de conductas de ambos miembros de la pareja, gratificantes o aversivas. Se establece un proceso de influencia y control mutuo, recíproco y circular de conductas y consecuencias Jacobson 1979). Veamos de un modo más matizado algunos aspectos de este proceso de influencia. 1.1.1.1. Intercambio de reforzamiento Lejos de la explicación vaga y simplista del amor, éste es un término que, en nuestro marco conceptual, describe un comportamiento complejo, susceptible de ser practicado mediante conductas específicas de tipo cognitivo, emocional y motor. Decimos que una pareja «está enamorada" cuando el intercambio de conductas se establece entre ambos es reforzante o gratificante en algún nivel La Ciencia del Comportamiento mantiene que el desacuerdo o conflicto en la pareja está en función directa del bajo nivel de reforzadores positivos intercambiados entre las partes. Sin embargo, esta hipótesis no prejuzga necesariamente una explicación de tipo etiológico. Es decir, se puede afirmar que las parejas con problemas intercambian menos gratificaciones que las parejas sin problemas, sin implicación alguna acerca de cómo se desarrollaron esas diferencias (Jacobson, 1979). Estudios de observación interaccional, tanto en un marco de laboratorio como en la vida real (Birchler, Weiss y Vincent, 1975; Vincent, Weiss y Birchler, 1975; Klier y Rothberg, 1977; Robinson y Price, 1976; Gottman y al. 1977), dan apoyo a esta hipótesis conductual. En los primeros se han encontrado consistentemente tasas más altas de conductas castigadoras o aversivas en parejas con rencillas o en conflicto que en las parejas sin conflicto. En los estudios realizados en base a observaciones de los miembros de la pareja en el mundo real (Birchler y al. 1975; Robinson y Price, 1976) se encontró que las parejas en conflicto registraron menos «gratificaciones» y más «'Castigos» que las parejas sin conflicto. Estas últimas suelen registrar, significativamente, conductas de
  • 15. comunicación más positivas y menos negativas que los miembros de una pareja en conflicto (Gottman, Notarius, Markman, Bauk, Yoppi y Rubin, 1976). En estos trabajos (Wills, Weiss y Patterson, 1974; Jacobson, 1978) se descubrieron también correlaciones entre conducta gratificadora o castigadora y nivel de satisfacción de la pareja, es decir, que las parejas con problemas exhiben interacciones menos gratificantes y más castigadoras que las parejas sin problemas. Esta correlación significativa entre tasas de conductas aversivas y conflicto en la pareja puede ser objeto de diferentes explicaciones alternativas (Jacobson, 1979). O bien la deficiente interacción puede causar la aflicción en la pareja, o ésta puede ser la causa de aquélla, o bien, ambas, interacción deficiente y aflicción de la pareja, pueden ser efectos correlacionados de alguna tercera variable causal no identificada. 1.1.1.2. Habilidad de comunicación y de resolución de problemas Otro componente importante de la hipótesis comportamental es que las parejas en conflicto son deficientes en habilidades de comunicación y de resolución de problemas (Weiss, 1978). Estas parejas difieren de las no conflictivas en su relativa inhabilidad para manejar sus problemas de un modo efectivo y originar cambios en la conducta del otro miembro de la pareja cuando tales cambios son deseables Jacobson, 1979). Al parecer, suelen utilizar tácticas de control basadas en el castigo y el reforzamiento negativo (Jacobson, 1979), es decir, intentan influir en el otro mediante la coerción o la estimulación aversiva del tipo «críticas», «amenazas», «regañinas», «chantajes»..., para obtener el cambio que desean. Lo cual, como es lógico, crea insatisfacción, interacciones tensas y evitación mutua. Estas parejas desgraciadas no aciertan normalmente a aplicar adecuadamente los principios de reforzamiento positivo, moldeamiento... Pretenden cambiar las conductas del otro mediante el control aversivo y no refuerzan positivamente las conductas que éste desea. Esta falta de habilidad en la negociación para el cambio de conductas, que no significa necesariamente un déficit de habilidad en áreas no interacciónales, es una resultante de una inhabilidad global para comunicarse. En efecto, la comunicación es un componente esencial no sólo en la negociación para el cambio de conducta sino también para la salud general de la pareja. No en vano, Liberman, en su último libro Handbook of Marital Therapy (1980), afirma sin vacilar que la enseñanza de habilidades de comunicación es con mucho el componente más importante de un tratamiento exitoso de pareja y, como reflejo de esta importancia, dedica dos capítulos al tema. La comunicación no debemos entenderla como un concepto vago que pudiera definir una mezcla más o menos misteriosa de transacciones de también difícil concreción. En la acepción que damos aquí al término debemos entender más bien un conjunto específico de intercambios de conductas verbales y no verbales. Ambos miembros de una pareja se comunican entre sí en una variedad de formas para transmitirse sentimientos o emociones, peticiones, elogios... Hablan, tocan, sonríen, gesticulan, gritan, lloran... Cada uno de ellos actúa a la vez como un emisor y receptor de mensajes. Para que el intercambio de mensajes personales fluya de un modo directo, honesto y adecuado se requieren habilidades de expresión (emisor) y de reacción (receptor); habilidades que, por otra parte, o no han sido aprendidas o se descuidan con demasiada frecuencia. El nivel de satisfacción o desolación de una pareja dependerá de la efectividad de sus componentes para intercambiar mensajes recíprocos. La existencia de ciertos déficits o inhabilidades tanto en la recepción como en la emisión puede cortocircuitar este proceso, dar lugar a inadecuaciones en la comunicación y facilitar el conflicto en una pareja. Los déficits o inhabilidades más frecuentes podemos detectarlos en tres niveles:
  • 16. - En el receptor. Es muy frecuente, en parejas con relaciones deterioradas, que exista cierta inhabilidad para escuchar o atender los mensajes del otro. Esta recepción inadecuada facilita también un procesamiento cognitivo inadecuado (ver 1.1.2. Determinantes cognitivos) y un reenvío de mensajes no sintonizados con los del otro. Otro fenómeno muy corriente es la dificultad que tienen muchas parejas para reconocer y, por tanto, «recibir» conductas positivas en su cónyuge. La interacción de pareja se ha deteriorado tanto que cada uno de los dos se ha convertido en un estímulo discriminativo para los sucesos aversivos solamente. Las conductas y mensajes positivos no se reconocen, o cuando se reconocen se equiparan a obligaciones que el otro tiene para con nosotros por el hecho de ser nuestra pareja, sin valorar su auténtico carácter de gratuidad. - En el emisor. Como dijimos antes, un déficit en la recepción facilita una emisión inadecuada de mensajes tanto a nivel verbal como no verbal. Sin embargo, puede que también este tipo de habilidades específicas no se hayan aprendido. La comunicación puede resentirse por una inhibición de la emisión o porque ésta resulte inadecuada para sus objetivos. En parejas con relaciones deterioradas es relativamente frecuente que no se expresen sentimientos o peticiones por temor a las consecuencias que pueden derivarse de una comunicación directa y honesta. Suele decirse «estoy muy cansada» o «estoy mal; por no decir «cada vez que vamos a la cama y hacemos el amor lo paso mal; creo que deberíamos hablar sobre esto, ¿no te parece?». En otras ocasiones, uno de los miembros se calla sistemáticamente y ejecuta las exigencias y peticiones del otro con tal de que no ocurra un conflicto. Estos y otros procedimientos de comunicación convierten a la pareja en constante fuente de renuncias personales, adquiriendo connotaciones aversivas para el otro y para la relación en sí. Por otra parte, el cómo se emite el mensaje es un elemento también determinante en la efectividad de la comunicación. U no de los miembros de la pareja puede tener el objetivo de expresar ternura, pero lo hace con un tono de voz alto, gestos y contacto físico bruscos, que hace que el otro perciba algo muy diferente. O puede querer expresar un sentimiento negativo del tipo «me siento triste» y lo que hace en realidad es comunicar acusaciones. - En el mensaje. El requisito fundamental que debe cumplir el mensaje es que sea reconocible y comunicable por ambos miembros de una pareja. Por esta razón d mensaje debe ser expresado en términos observables. Expresiones del tipo «me gustaría que fueras más considerado conmigo» hace difícil precisar cuáles son los problemas concretos e impide a las parejas coincidir con precisión respecto a las conductas que están discutiendo. Cuando uno de los miembros de la pareja dice «me gustaría que fueras menos egoísta», lo que posiblemente quiera decir es «me gustaría que te hicieras cargo de los niños dos días a la semana». Pero mientras que esta segunda formulación es operativa y comunicable, la primera presenta un gran contenido subjetivo, de difícil concreción y motivo de frecuentes discusiones hasta llegar a «comprender» lo que uno desea del otro. Por otra parte, las parejas desgraciadas carecen de la habilidad para resolver los múltiples problemas que la convivencia y la relación con los hijos diariamente plantea. Estas parejas, cuando intentan resolver un problema específico, mezclan en sus discusiones toda una gama de otros problemas secundarios e irrelevantes que suelen ser fuente habitual de conflicto. El discurso se convierte en una larga lista de acusaciones mutuas que les aparta de su objetivo. En general, las dificultades provienen del déficit de los miembros de la pareja en algunos de los componentes básicos necesarios para la resolución de problemas. Estos componentes son: 1. Especificación o selección de los componentes del problema. 2. Especificación de los cambios concretos que se desean. 3. Formulación de posibles soluciones. 4. Ser capaces de llegar a un acuerdo. 1.1.1.3. Reciprocidad
  • 17. Al parecer, las parejas en conflicto difieren de las parejas sin problemas no sólo en sus tasas de reforzamiento (o castigo) intercambiado, sino también en la relación entre reforzamiento iniciado por uno de ellos y reforzamiento iniciado por el otro Jacobson, 1979). Es decir, las tasas de gratificaciones intercambiadas se hacen sobre una base de reciprocidad (Patterson y Reid, 1970). Esto se asemeja mucho a lo que Gottman et al. (1976) describieron como un modelo de cuenta bancaria del intercambio conductual en la relación de pareja. Según este modelo, las parejas invierten en la relación según las gratificaciones recibidas, si bien no excluye intercambios no recíprocos en un momento dado. La diferente reactividad de uno o ambos miembros de la pareja a la estimulación aversiva, proveniente del comportamiento del otro, puede estar balanceada según la historia de reciprocidad. Es decir, una pareja que ha mantenido en el pasado una alta tasa de intercambios gratificantes puede tolerar mejor cierta estimulación aversiva ocasional o una baja momentánea de los intercambios positivos que otra pareja con un pasado diferente. Hay muchos datos (Wills et al., 1974; Birchles, 1973; Robinson y Price, 1976) para pensar que existe una relación directa entre la administración de gratificaciones (o castigos) de un miembro y la del otro. La reciprocidad negativa, definida como la tendencia a responder inmediatamente a respuestas negativas del esposo con una respuesta del mismo signo, parece ser más probable en parejas en conflicto. Así, al menos para el intercambio de conducta negativa, su reciprocidad puede servir para diferenciar las parejas en conflicto de las no en conflicto. Según esto, cabe decir que los comportamientos son interdependientes, es decir, que la conducta de uno está en función de la del otro y, que por tanto existe: - mayor probabilidad de ser reforzado, si refuerzo, - mayor probabilidad de ser castigado, si castigo, - mayor probabilidad de recibir mucho, si doy mucho, - mayor probabilidad de dar poco, si recibo poco. 1.1.2. Determinantes cognitivas Qué duda cabe que el entorno proporcionado por el contexto de la relación no es el único determinante en el comportamiento interpersonal. El individuo no responde al mundo real, sino al mundo percibido (Mahoney, 1974). Existen procesos mediacionales (expectativas, procesos atencionales y perceptivos, valoración en función de la experiencia previa) que matizan e incluso distorsionan el entorno y la relación. La satisfacción de ambos miembros de una pareja está muy en relación con la valoración e interpretación que ambos hacen de la conducta del otro. Los procesos cognitivo-mediacionales condicionan y matizan el nivel de satisfacción y el comportamiento de los miembros de una pareja en base, fundamentalmente, a tres factores.
  • 18. 1.1.2.1. Hábitos perceptivo-cognitivos La valoración y estimación que cada cónyuge hace de la conducta del otro puede venir matizada por hábitos cognitivos erróneos (Beck, 1979) ya "adquiridos por uno o ambos miembros de la pareja. Estos errores cognitivos facilitan el desarrollo de suposiciones inadecuadas que no solo interfieren la comunicación en la relación, sino que además dan lugar a estados de ansiedad y/o depresión en cada uno de los componentes de la misma. Son muchas y frecuentes las suposiciones erróneas que encontramos en parejas con relaciones deterioradas. En unos casos el error cognitivo es de sobregeneralización (“como una chica me engañó en el pasado, todas las mujeres, incluida mi mujer, son y serán siem pre infieles”). En otros, es de catastrofismo o magnificación negativa de los hechos (“es horrible y desastroso que mi pareja no se acuerde de mí en un día como hoy”). También puede existir el hábito de perci bir únicamente los fracasos, errores o imperfecciones propios o del otro (“es un desastre... todo lo hace mal”), o el de valorar la relación y la conducta del otro de modo dicotómico o rígido (“o es o no es un amante perfecto, y si no lo es, es malo, no me interesa”) Estos hábitos determinan la apreciación que un determinado individuo hace de su vida de relación y del comportamiento de su pareja y, por tanto del grado de satisfacción que éstos le deparan y el grado de exigencias y concesiones que puede hacer el otro. Por poner un .ejemplo, un pequeño olvido (un regalo en el aniversario...), que puede carecer de importancia en una pareja determinada, puede ser motivo de un conflicto serio en otra en la que uno de sus miembros lo valore como algo horroroso o catastrófico. 1.1.2.2. Expectativas y experiencia de la relación percibida El nivel de expectativas, al igual que el resto de las variables mediacionales, matiza el valor reforzante del intercambio conducta de una pareja. Unas expectativas excesivas o exclusivas y por tanto no satisfechas, conducen a minusvalorar las gratificaciones del otro y de la vida de relación en general y reducen el umbral de tolerancia a las frustraciones y a la estimulación aversiva que toda relación interpersonal, en algún grado, conlleva. Es muy corriente encontrar la expectativa de mantener un alto nivel de sucesos positivos sin realizar ningún esfuerzo para logrado. Por otra parte, el nivel de tolerancia a la estimulación aversiva que puede generar la relación puede estar en función del balance o de la experiencia percibida de la misma. Si el balance es
  • 19. positivo, es muy posible que el umbral sea mayor-que si es negativo. En este último caso, es decir cuando la interacción de pareja ha seguido un proceso grave de deterioro, uno de sus miembros o ambos se convierten en un estímulo aversivo tan relevante, que el otro se muestra incapaz de reconocer conductas o mensajes positivos. 1.1.2.3. Percepción de alternativas Cada uno de los miembros de una pareja compara el resultado de su vida de relación con alternativas ya pasadas, presentes o futuras. Qué duda cabe que individuos que perciben opciones atractivas (trabajo, viajes, amantes, etc.) fuera de la relación demandarán soluciones más positivas para continuar en ella. Por el contrario, una relación que es mínimamente reforzante puede no obstante ser completamente estable y persistente si los participantes perciben que las alternativas son limitadas o restringidas, o no igual de satisfactorias Jacobson, 1979). ¡Cuántos matrimonios mantienen relaciones aversivas, cercanas a la tortura, y sin embargo no se separan precisamente por la ausencia de alternativas! Romper con su marido supone, para muchas mujeres, perder la posibilidad de comer, amén de soportar la coacción social. 1.1.3. Determinantes socio-culturales «El ser humano se comporta no sólo ante las propiedades físicas del ambiente, sino también, y prioritariamente, ante las propiedades que socialmente, por convención, se asignan a los objetos de estímulo y a los eventos ambientales» (Ribes, 1980, pp. 230), es decir, que el individuo «atribuye propiedades a los eventos con base en el acuerdo, en el consenso, en la convención que determina el grupo social» (Ribes, 1980). Con estos comentarios Ribes quiere significar discriminativamente lo peculiar de la conducta humana: la mediación social. Una relación de pareja se da en un marco normativo que matiza significativamente el punto de contacto en donde se da la relación (Kantor, 1978, Bayes, 1980). Las matizaciones que el contexto socio-cultural introduce en la relación de una pareja pueden resumirse en: 1.1.3.1. Accesibilidad de alternativas El contexto socio-cultural introduce matizaciones pertinentes en la vida de relación de una pareja y en el comportamiento de cada uno de los miembros de la misma. Por ejemplo, una mujer que vive una relación aversiva tendrá más probabilidades de romper con ella o de exigir mejores soluciones en la negociación si tiene independencia económica, si existe el divorcio y si además el grupo social en que vive no ejerce coacciones significativas. Es decir, el contexto sociocultural, medio de contacto donde tiene lugar la relación, condiciona el comportamiento y futuro de la misma. Una mujer que vive en un ambiente liberal y permisivo tiene más oportunidad de tomar la decisión de divorciarse o de separarse que una campesina. La clase social suele ser un elemento mediador crucial.
  • 20. 1.1.3.2. Modificación del intercambio conductual El medio de contacto social introduce también matizaciones en el intercambio conductual que mantiene la pareja. El nivel de satisfacción y de reforzamiento recíproco dependerá de aspectos tales como la disponibilidad de tiempo libre, los recursos económicos, etc., por ejemplo, la posibilidad de intercambios mutuamente gratificantes se verá reducida en aquellas parejas en que uno o ambos se ven obligados a realizar una jornada laboral muy prolongada. Por una parte, no disponen de tiempo libre para implicarse en actividades placenteras, y por otra, el agotamiento físico que conlleva dicha jornada interfiere en el goce mutuo de la relación cuando tiene lugar. En otros casos, la falta de recursos económicos puede originar situaciones de stress y conflictos que contribuyen de modo significativo a elevar la tasa de intercambios aversivos. El entorno en donde tiene lugar el intercambio conductual de la pareja puede también estar limitado por la existencia de enfermedades crónicas en algún familiar, inaccesibilidad de recursos sociales (cenar fuera, viajes, colegios para los hijos, etc.) que pueden interfe rir en el incremento de intercambios positivos o reducción de aspectos aversivos de la relación, ambos componentes objetivos esenciales en cualquier intervención. 1.2. Modelo conceptual del desarrollo del conflicto de pareja
  • 21. Una representación gráfica del modelo conceptual del desarrollo del conflicto de pareja puede verse en la fig. 1. Este esquema sintetiza los aspectos más relevantes que hasta aquí hemos ido desarrollando. Podemos resumirlos y caracterizarlos del siguiente modo: 1. Este modelo acepta la premisa de que las consecuencias proporcionadas por los esposos serán los determinantes fundamentales de la conducta de relación del otro Jacobson y Margolin, 1979). Ambos actúan como emisor y receptor simultáneamente, estableciendo un proceso de secuencias circulares y recíprocas de conductas y consecuencias Jacobson, 1979). En este proceso de causalidad recíproca, los miembros de parejas en conflicto se refuerzan uno a otro menos frecuentemente y se castigan uno a otro más frecuentemente que las parejas felices. 2. Los efectos de los estímulos proporcionados por cada uno de los miembros de la pareja, y por tanto sus valores gratificantes y aversivos, dependerán de las valoraciones cognitivas respectivas de cada esposo(a) (según un modelo mediacional) y de la percepción relativa de los mismos en función de la existencia o no de alternativas (E'). El Contexto socio-cultural (medio de contacto normativo) introduce también matizaciones pertinentes en el desarrollo del deterioro de la relación. Jacobson (1979) enumera una serie de factores hipotéticos que son determinantes tanto en la atracción inicial mutua de una pareja como en el desarrollo del conflicto. Atracción inicial mutua. En el comienzo de una relación (proceso de noviazgo, o primeros contactos de la pareja) suele existir atracción debido a una elevada tasa de intercambios reforzantes. Este tipo de intercambios constituye la base de la persistencia y profundización de la futura relación. El amor no es otra cosa que un intercambio complejo de conductas gratificantes tanto en sus dimensiones motoras como cognitivas y emocionales. Puede inferirse que el amor estará ciertamente ausente si el refuerzo potencial de uno de ellos llega a ser mínimo. La tasa elevada de gratificaciones en el comienzo de una relación viene facilitada por las características de la misma que, entre otras, son: A) Carácter restrictivo de la interacción. Lo habitual es que la pareja, al comienzo de su relación, sólo intercambie conductas en un marco restrictivo. Sólo se ven algunas horas al día e interactúan en un contexto gratificante. Se ven para tomar una copa, charlar de proyectos, momentos de ocio...; por asociación, su relación debe ser gratificante también. B) Ausencia de toma de decisiones. Por el carácter restrictivo de la misma relación, los miembros de la pareja se ven libres de tomar decisiones importantes, financieras o de otro tipo, habituales en una vida de pareja estable. No se ven expuestos al temor o consecuencias aversivas que se pueden derivar de esa toma de decisiones y, por tanto, se minimiza el intercambio de conductas aversivas o de castigo. C) Novedad de la comunicación sexual. La novedad de esta comunicación viene a ser otro elemento gratificante que se asocia al intercambio conductual y facilita la elevada tasa de intercambios reforzantes. D) Expectativas idealizadas. Los proyectos idealizados son elementos adicionales de un intercambio conductual gratificante y característico del comienzo de una relación. Desarrollo del conflicto. A poco de comenzar a vivir juntos ambos miembros de una pareja tienen ocasión de tomar decisiones importantes, de afrontar problemas conjuntamente. Surge el choque entre las expectativas y la realidad. Cuando ese choque es significativo, comienzan a intercambiarse ciertas dosis de estimulación aversiva y la tasa de intercambios reforzantes sufre un decremento. Se están inoculando los primeros ingredientes para el desarrollo del conflicto. Este avanzará o no dependiendo de otra serie de características:
  • 22. A) Déficit de habilidades, ya sea de comunicación, de resolución de problemas, sexuales... B) Deficiencias en el control de estímulos. Elementos estimulares adicionales no previstos en la relación de pareja pueden ser motivo de un incremento en el intercambio de conductas aversivas. Por ejemplo, el nacimiento de un hijo no deseado puede alterar el tipo de intercambios mantenidos hasta entonces. Surgen problemas económicos, se reducen las actividades recreacionales, aumenta el número de problemas a que han de hacer frente, etcétera. C) Cambios en el entorno. Algunos cambios introducen efectos muy significativos en el deterioro de la relación. Por ejemplo, la aparición de un amante, la pérdida de trabajo, la discrepancia política o ideológica como consecuencia de definiciones personales que impone el medio, la ampliación del círculo social y el desarrollo de cierta autonomía en la mujer como consecuencia de trabajar fuera de casa, y la presencia en general de otras fuentes de reforzamiento alternativas a la relación de pareja. D) Preferencias discrepantes en cuanto al grado de intimidad deseada. Los individuos tienen diferentes necesidades acerca de la soledad y el grado de relación, y éstas suelen cambiar con el desarrollo de la vida. Cuando la cantidad de espacio emocional deseado por cada uno de los miembros de una pareja difiere, las irritaciones y frustraciones derivadas de la saciación y deprivación puede llegar al abandono (Liberman, 1980). En una pareja no dichosa, un miembro de la misma, o ambos, por las razones señaladas más arriba, recibe pocas gratificaciones del otro, o el coste por recibidas es excesivamente alto. En tales casos los miembros de la pareja recurren a uno de dos patrones de comportamiento en relación con el otro (Stuart, 1969): algunas parejas recurren a la coerción (regañinas, amenazas, etc.) para obtener la conducta deseada del otro; otras llegan al abandono. En estos casos, uno o ambos miembros de la pareja abandonan emocional o físicamente la relación, eliminando una tasa de estimulación aversiva elevada, buscando otras fuentes de reforzamiento como puede ser un hijo, un amante, etcétera. Se han sentado así las bases del conflicto, para cuya solución habrá que evaluar de modo preciso qué factores son los determinantes e intervenir discriminativamente en consecuencia.
  • 23. 2. Evaluación La evaluación conductual de los problemas de pareja es algo reciente en el campo de la Ciencia del Comportamiento. Podríamos decir que los trabajos de investigación en esta área no sobrepasan la década en los países pioneros, y en España es algo que resulta desconocido para la mayoría de los estudiantes de psicología y muchos profesionales. Son varios los objetivos que debe cumplir una evaluación. En primer lugar debe permitir conocer la problemática específica de una pareja determinada y poder diseñar un tratamiento «a la medida». El modelo conductual del conflicto de pareja hipotetiza la existencia de un déficit o inadecuación del intercambio conductual en las parejas con problemas. Así pues, deben ser objeto de evaluación los patrones de influencia conductual recíproca, los cambios conductuales que cada miembro de la pareja desea en el otro, los procedimientos usados hasta ahora para promover dichos cambios (amenazas, regañinas, otras relaciones, etc.), los factores que mantienen las conductas no deseadas, los recursos y reforzadores potenciales que cada uno tiene y que pueden ser utilizados más efectivamente para alterar la conducta del otro, y los problemas personales específicos de cada uno de los miembros de la pareja que contribuyen a ese déficit o inadecuación del intercambio conductual. A la luz de todos estos datos podrá realizarse, como decíamos, un tratamiento «a la medida». Es decir, no se tratará de aplicar sistemáticamente una serie de técnicas o «recetas», sino de modificar las variables que en cada caso estén relacionadas funcionalmente con la conducta o conductas problema. La intervención, por ejemplo, para reducir las disputas de una pareja será distinta si se debe a una falta de habilidad en la comunicación que si son debidas a la falta de colaboración del hombre en las tareas domésticas. En el primer caso la intervención estará orientada a entrenarles en habilidades de comunicación y en el segundo caso a entrenarles en la resolución del problema y posibilitar la negociación de un acuerdo. En segundo lugar, la evaluación debe permitir verificar si las estrategias y recursos técnicos utilizados en la intervención posibilitan los objetivos trazados. La evaluación es un proceso continuo y constante que nos permite, no sólo elaborar hipótesis de tratamiento y objetivos específicos de intervención, sino también valorar la eficacia de las intervenciones diseñadas y del proceso terapéutico general, facilitándonos así la tarea de revisar hipótesis erróneas y ensayar nuevas estrategias terapéuticas. En la evaluación conductual del conflicto marital consideramos cuatro niveles (Keefe, 1978). Estos niveles son: 2.1. Identificación del problema El primer objetivo que nos trazamos en nuestro acercamiento inicial a la pareja en conflicto es el de identificar la naturaleza del problema. Para ello nos servimos de la entrevista inicial y la utilización de cuestionarios. Cuando el conflicto de pareja es secundario a un problema personal en uno o ambos componentes de la misma, está indicado realizar una evaluación y tratamiento individual previo o paralelo al tratamiento individual previo o paralelo al tratamiento de pareja. Ejemplos de esto serían aquellos casos en que alguno de los componentes de la díada presente algún problema de alcoholismo, depresión, obsesiones, déficit asertivo, etc…, y que por su gravedad y relevancia en la etiología del conflicto de pareja requiera una intervención preferente con independencia de que se lleve a cabo un tratamiento de pareja.
  • 24. Por otra parte, cuando el conflicto de la relación es nuclear pasamos directamente a realizar una evaluación del mismo. Uno de los principales y primeros problemas que nos encontramos en la entrevista inicial es el de evaluar el compromiso de cada uno de los miembros de la pareja para con el otro y para con la expectativa de que el problema reside en el otro y que, por tanto, lo único que cabe esperar es que el otro cambie. Conviene evaluar el nivel de expectativas de cada uno de los componentes de la pareja. Es muy corriente encontrar expectativas de mantener un alto nivel de conductas reforzantes en el otro sin realizar ningún esfuerzo uno mismo. Otras veces, uno o ambos miembros no están motivados para implicarse activamente en la terapia y tratan de utilizar al terapeuta como testigo del «rosario interminable de quejas contra su pareja», En estos casos suele ser útil permitir que la pareja continúe por un breve período de tiempo interactuando entre sí. El terapeuta toma nota de las quejas e intenta concretadas para dar a la pareja una información operativa del diálogo mantenido por ellos. Es decir, les da información precisa de la muestra comportamental recogida en sus notas y comenta con ellos los inconvenientes de este tipo de interacción: ineficaz para conseguir sus objetivos, empeoramiento del estado emocional, etcétera. Por esta y otras razones, la fase de intervención suele comenzar ya en estas entrevistas iniciales, sin esperar a tener una evaluación completa del problema. El terapeuta deberá controlar la sesión desde el comienzo, evitando salirse del tema objeto de evaluación y salvando interrupciones innecesarias y críticas mutuas indiscriminadas. Todo ello de modo amable pero firme y cuidando de no tomar partido por ningún miembro de la pareja. El siguiente diálogo puede ilustrar un modo de intervenir: MUJER: ¡Yo no puedo continuar así. He aguantado mucho y ya no puedo más!... MARIDO: Pues yo no sé de qué te quejas... Estoy como un esclavo, incluso haciendo horas extraordinarias para que no os falte nada y vienes con esas... Desde luego quien no puede seguir así soy yo, porque... MUJER: ¿Por qué? ¿Por qué? Desde luego lo que me faltaba oír... Eres un egoísta, sólo piensas en ti, eres... MARIDO: ¡No me interrumpas, por favor! No se puede hablar contigo. ¡Estoy hasta las narices de ti, de la casa, de los niños...! TERAPEUTA: ¡Bueno, bueno... calma! Un momento. Si vuestro objetivo es seguir discutiendo, podéis hacerla; pero dudo que realmente lo sea, porque cuando habéis venido aquí es porque ambos deseáis mejorar vuestras relaciones, ¿no es así? MUJER: Sí, así es... MARIDO: Sí, pero es que se pone imposible. MUJER: ¡Yo imposible!... TERAPEUTA: ¡Basta! Calma. De nuevo podéis iniciar el rosario de quejas mutuas, pero eso ¿a dónde os conduce? ¿Creéis que es efectivo para mejorar vuestras relaciones el continuar intercambiando quejas y acusaciones?
  • 25. MUJER: No, lleva razón. TERAPEUTA: Bien, efectivamente, este modo de actuar, echándonos la culpa uno al otro, no conduce a nada; todo lo contrario, agrava el problema y empeora vuestras relaciones, y a eso no habéis venido aquí, ¿no es así? Estoy seguro de que ambos tenéis motivos para estar pasándolo mal y que deseáis cambiar en algunas cosas vuestra relación. Así que me gustaría oíros tranquilamente primero a uno y luego a otro, ¿de acuerdo?... Me gustaría también comentar hasta qué punto deseáis cambiar... Si es necesario, conviene, como veremos más adelante, introducirles en el marco conceptual del proceso y de lo que se espera de cada uno de ellos. Conviene advertir también y dejar muy claro que serán ellos los que marcarán sus propios objetivos: mejorar la relación, una separación amistosa o ser capaces de tomar una decisión en un sentido u otro. El especialista les podrá ayudar en cómo conseguir cualquiera de esos objetivos, pero el qué se pretende lo van a determinar ellos. Igualmente conviene aclarar que no se da por supuesto que quieran comprometerse de antemano a ningún tipo de tratamiento. Una vez aclarados todos estos puntos, y si el compromiso mínimo de uno para con el otro y para con el tratamiento parece adecuado, la evaluación puede continuar. Ya desde el comienzo, y a lo largo de todo el tratamiento, utilizamos entrevistas con ambos miembros de la pareja y entrevistas con cada uno de ellos por separado. Estas últimas son muy necesarias sobre todo en la fase inicial, para recabar información que la presencia del otro miembro puede obligar a ocultar (existencia de relaciones extramaritales...), o bien para evitar volver a hablar entre ellos de temas dolorosos que, si bien pueden ser necesarios para la evaluación, quizá no sea útil ni positivo discutidos. . A fin de garantizar que la entrevista inicial resulte lo más eficaz y productiva aconsejamos cierta estructuración. Con este propósito sugerimos un esquema-guía que viene a completar y enriquecer el propuesto por Peterson (1977). Este esquema para estructurar la entrevista clínica de pareja es como sigue: l. Cómo empezó la relación. 2. Cambios importantes durante el curso de la relación. 3. Entendimiento afectivo. 4. Relación autoritarismo/dependencia. 5. Los problemas principales en la vida de pareja. 6. Áreas de incompatibilidad-compatibilidad con la pareja. 7. Secuencias, frecuentes en la actualidad, de interacción problemática: - Número, intensidad y duración - Descripción detallada de las situaciones en que ocurre - Lugar y situación - Qué han dicho y hecho - Sentimientos en relación con el otro - Cómo se influyen respectivamente
  • 26. - Cómo terminan. Resultado 8. Tiempo libre de conflicto. 9. Pensamientos positivos y negativos sobre el otro. 10. Sentimientos de descontento y de satisfacción. 11. Actividades placenteras que comparten (ejemplos). . 12. Problemas con los hijos. 13. Relación sexual actual. Nivel de satisfacción. Problemas específicos. 14. Experiencias sexuales fuera de la pareja. 15. Compañero ideal en relación al: - sexo - trabajo - comportamiento con los hijos 16. Problemas individuales que influyen en la relación de pareja. 17. Objetivos del tratamiento y expectativas hacia el mismo. Conviene conocer cómo empezó la relación y qué aspectos positivos (conductas y atributos) intervinieron en un principio en la atracción mutua de la pareja. En el caso de que estas áreas positivas, que existían en un comienzo, se hayan extinguido en la actualidad, habría que realizar un análisis funcional a fin de conocer qué estímulos hay que modificar para instaurar de nuevo esos aspectos gratificantes. Es frecuente encontrar que en algunas parejas, después de unos años de relación, se han extinguido una serie de conductas tales como expresión de afectos, refuerz0s extraordinarios con ocasión de fechas importantes (regalos con ocasión de onomástica, cumpleaños o aniversarios de boda...), cuidado del aspecto físico, etc. Este tipo de comportamiento pudo haber sido habitual al principio de la relación, por la funcionalidad de «conquistar» al otro. Pero una vez «realizada la conquista» se dejan de poner en práctica estas conductas reforzantes, propiciando así una pérdida de interés en la relación. En ocasiones, la reimplantación de estas conductas reforzantes es uno de los objetivos terapéuticos a tener en cuenta en la intervención. Las parejas, como la mayor parte de las relaciones diádicas, se forman porque existe suficiente potencial para el refuerzo mutuo. La relación se mantiene el tiempo que ambos miembros continúan suministrándose suficiente refuerzo entre sí. Si uno o ambos miembros de la pareja cambian su conducta, hasta el punto de tomarse no reforzante e incluso punitiva para el otro, es probable que la relación se deteriore o incluso cese. Por esta razón, cualquier cambio importante acaecido durante el curso de la relación debe ser objeto de evaluación. En algunos casos, encontramos que la evolución en la concepción y filosofía de la vida, así como el cambio de intereses en un miembro o ambos de la pareja, da lugar a que las conductas de uno y/o del otro, que en un comienzo podían resultar gratificantes o reforzantes, ahora ya no lo son. Este sería el caso, por ejemplo, de una pareja en la cual uno de los miembros evoluciona adoptando una filosofía de vida más progresista, con mayores intereses intelectuales y culturales, y ya no considera reforzantes conductas que antes lo eran, como las relativas a ser una buena ama de casa. Ahora, por el contrario, le gratificaría más que su pareja tuviera intereses culturales o trabajase fuera de casa.
  • 27. El entrevistador continúa indagando según la estructura de la entrevista señalada más arriba y ayudando a la pareja a expresar sus deseos y quejas con descripciones lo más específicas y precisas posible. La razón de esto es que las parejas que acuden a tratamiento suelen tener cierta inhabilidad para expresar las conductas concretas que desearían ver aumentadas o disminuidas en su compañero. Utilizan a menudo un lenguaje vago e impreciso. Expresiones del tipo «que sea más considerado conmigo» hacen difícil precisar cuáles son los problemas concretos e impiden a la pareja coincidir con precisión en las conductas que deseen cambiar. El fin principal de la evaluación es planificar objetivos para el tratamiento. Estos objetivos se deben establecer en términos de conductas concretas y observables. En consecuencia, la mejoría alcanzada con el tratamiento no se definirá, exclusivamente, en base a impresiones subjetivas del paciente, sino a metas y cambios conductuales logrados. U n complemento importante de las entrevistas iniciales de evaluación es el uso de cuestionarios, que el terapeuta puede pedir que se completen al final de la entrevista o en casa. 2.1.2. Cuestionarios Los cuestionarios constituyen un elemento importante en el marco de la evaluación e intervención de la terapia de pareja. No sólo ayudan a reunir información valiosa para el tratamiento sino que pueden enseñar a la pareja nuevos modos de describir sus problemas y de pensar más operativamente acerca de su relación. A menudo los cuestionarios ayudan también a descubrir nuevos aspectos positivos de la relación que hasta ahora habían pasado desapercibidos. Existen diferentes tipos de cuestionarios: Cuestionario de Áreas de Compatibilidad-Incompatibilidad. (Carmen Serrat, 1980) (Ver Apéndice) Este cuestionario de manejo sencillo consta de una escala en la que la pareja valora su nivel actual de satisfacción en la relación y 38 ítems relativos a una amplia gama de áreas propias de la vida de pareja y familiar (finanzas y economía, educación de los hijos, trabajo...). El cuestionario permite detectar áreas problema que pudieran existir y pretende discriminar también la habilidad o inhabilidad que la pareja puede mostrar en la resolución del problema. En resumen, nos permite delimitar: - Las áreas en que existe compatibilidad o acuerdo. - Aquellas en que, cuando no existe acuerdo, la pareja tiene habilidad para la resolución del problema. - Las áreas en que existe incompatibilidad o desacuerdo manifiesto. - Y aquellas áreas en que la conflictividad es tan alta que evitan hablar del tema. Es habitual encontrar en las parejas que acuden a tratamiento un descontento generalizado pero difícil de concretar en problemas específicos. Este cuestionario tiene por objeto ayudar a discriminar ciertas fuentes de conflicto y facilitar, posteriormente, el trabajo en ellas. Las áreas identificadas como conflictivas se utilizan para ser discutidas por la pareja, permitiéndonos la evaluación y el entrenamiento en la resolución de problemas. Como es lógico, los conflictos dentro de un área vendrán originados por distintos tipos de comportamientos que serán los que hemos de modificar. Por ejemplo, cuando una pareja evalúa como conflicto el ítem 26, referido a la relación extramarital, pueden especificarse conductas muy distintas como causantes del conflicto. N ó es igual que la conducta insatisfactoria sea una relación extramarital mantenida en la actualidad que el que uno de los miembros de la pareja hable con frecuencia, o saque a relucir en momentos de disputa, una
  • 28. relación extramarital mantenida por el otro en el pasado y completamente abandonada en la actualidad. La estrategia de tratamiento será distinta en un caso u otro. Suele ser útil extraer del cuestionario una lista «hecha a medida» de la pareja y que puede ser puntuada diaria o semanalmente por ambos miembros, para así tener una evaluación más continuada de los logros. También solemos emplearlo antes y después del tratamiento para evaluar los resultados del mismo. Cuestionario de intercambio de conductas en la pareja. (C. Serrat, 1980) (Ver Apéndice) El objetivo de este cuestionario es definir qué intercambios conductuales agradables o aversivos existen o no en la relación actual de pareja, a fin de fomentar su aumento o reducción según los deseos de ambos. Muchas parejas tienen dificultad para verbalizar y describir qué conductas desearían que el otro cambiara. Este cuestionario les ofrece una amplia lista de conductas habituales en la vida de pareja. El cuestionario hace referencia a intercambios conductuales posibles que pueden ocurrir en áreas generales tales como «Comidas y compras», «Tareas domésticas», «Sexo y afecto», «Cuidado de los hijos», «Finanzas y economía», «Trabajo» y «Hábitos personales». El introducir cambios en estas áreas con el objetivo de incrementar los intercambios conductuales mutuamente gratificantes puede ser de suma importancia para paliar el conflicto existente. Cuestionario de actividades de ocio en la pareja. (Serrat, 1980). La evaluación de las actividades placenteras que comparte la pareja en su tiempo libre es de suma importancia. Muchas parejas que acuden a tratamiento tienen problemas derivados de una escasa dedicación de su tiempo libre a actividades de recreo y sociales. En algunas parejas, especialmente después de haber tenido hijos, es frecuente observar cierto aburrimiento. Se olvidan de dedicar tiempo y atención a ellos mismos «como pareja», en el sentido de hacer juntos cosas divertidas. Este tipo de actividades debió tener sin duda un papel muy importante en la atracción inicial del uno por el otro y con el paso del tiempo se fue extinguiendo. La realización conjunta de actividades placenteras reviste suma importancia para la satisfacción dentro de la pareja. La situación placentera o reforzante se condiciona así al estímulo «pareja». Implicarse en actividades gratificantes provoca o fomenta interacciones positivas que entran en competencia con las interacciones conflictivas. La risa, el juego, las actividades divertidas pueden combatir parte de las interacciones negativas, como es el aburrimiento, la deprivación emocional einc1uso la percepción negativa del otro, déficits o excesos que presentan las parejas cuando vienen a tratamiento. En otros casos puede ocurrir que la pareja dedique un tiempo excesivo a estar juntos sin otro tipo de contactos sociales. O puede darse el caso de que uno o ambos componentes de la pareja desee emplear más tiempo para sí mismo o para disfrutarlo con sus amigos que lo deseado por el otro. Ambas cosas tienden a consolidar ciertas fuentes de conflicto. Por otra parte, la excesiva dependencia de uno con respecto al otro, verbalizada en frases como «yo es que no necesito irme con otras personas para pasarlo bien», puede resultar un estímulo aversivo que provoque conductas de evitación en la pareja.
  • 29. Este cuestionario trata de evaluar esta área. Su objetivo es definir qué actividades de ocio pueden resultar placenteras para la pareja y en qué medida desean verlas incrementadas o disminuidas, bien sea con su pareja, solo o con otros. El cuestionario está diseñado para un amplio sector de la población, abarcando un espectro de actividades de ocio propio de diferentes clases sociales. Diferencial semántico. (Osgood, 1957) Esta prueba tiene el objetivo de evaluar qué connotaciones o percepciones tiene cada uno de los componentes de la pareja acerca de sus respectivos comportamientos y de la relación que mantienen. Consta de una serie de adjetivos bipolares (bueno/malo, agradable/desagradable, excitante/no excitante, tenso/relajado...) separados entre sí por una escala continua de gradación. BUENO MALO +3 +2 +1 0 -1 -2 -3 Cada uno de los miembros de la pareja evalúa en estas escalas las expresiones que se le presentan y que suelen tener relación con sU vida en pareja (“La vida sexual con mi pareja», «mi pareja», «mi relación con mi pareja”... etc.). En el Apéndice se ofrece una adaptación de la prueba para problemas sexuales (Mark y Sartorius, 1968) y que nosotros utilizamos en el marco general de relaciones de pareja. Escala de Ajuste Marital. (Locke-Wallace, 1959.) Este cuestionario, que ha sido utilizado por los consejeros matrimoniales durante 20 años, refleja la satisfacción marital expresada por uno de los cónyuges. Contribuye poco al análisis detallado de conductas, pero tiene la ventaja de que supone un coste de aplicación bajo y de que ofrece una medida fiable de la satisfacción marital subjetiva; ha demostrado ser útil en la discriminación entre parejas satisfechas y no satisfechas.
  • 30. Marital Precounseling Inventory. (Stuart and Stuart, 1972) Este cuestionario evalúa los siguientes aspectos: objetivos del tratamiento, concretados en cambios de conducta; grado de entendimiento marital; distribución del poder; efectividad de la comunicación; satisfacción sexual; acuerdo sobre cuidado y educación de los hijos y satisfacción marital en general. Area of Change Seale. (Weiss, Hops and Patterson, 1973) Es un inventario de 34 ítems que describen las conductas de cada miembro de la pareja. Se puntúan las conductas que desean incrementar o disminuir. Potential Problem Area Checklist. (Weiss, Hops and Patterson, 1973) Lista de 26 áreas potenciales de conflicto referentes a la vida de pareja y familia: economía familiar, tareas domésticas, cuidado de los hijos, celos, salud, filosofía de la vida, relación con familiares, etcétera. Marital Activities Inventory. (Weiss, Hops and Patterson, 1973) Lista de 85 actividades recreativas que las parejas pueden encontrar divertidas. 2.2. Medida y Análisis funcional Tras un primer acercamiento al problema o conflicto de pareja a través de la entrevista inicial y el uso de cuestionarios, podemos seleccionar áreas específicas para someterlas a una evaluación más precisa. En este análisis de segundo nivel utilizamos las observaciones y los autorregistros. 2.2.1. Observaciones
  • 31. Una vez que se han determinado ciertas áreas problema, se entrena a los miembros de la pareja para que observen su propia conducta y la del otro, en la clínica y en la vida real (Gorrman et al. 1976; Jacobson y Margolin, 1979; Margolin, 1978; Patterson, 1976; Weiss et al., 1973). El terapeuta puede pedir a la pareja que registren en cinta magnetofónica ciertas situaciones críticas de intercambio conductual para un posterior análisis. Por otra parte, el terapeuta también puede utilizar la misma entrevista como marco de observación y grabar, en cinta o en video, los intercambios seleccionados a fin de reproducir y observar junto con la pareja dichas interacciones. Se les anima a que discutan y traten de llegar a una solución del problema que tienen planteado, y en cuanto comienzan su tarea iniciamos el registro y la observación. Para una observación más controlada hacemos uso de la sala de observación. Esta sala consta de dos espacios -una cabina de registros y la sala de entrenamiento- separados por un tabique que tiene incorporado un espejo de visión unidireccional. Este espejo permite observar desde la cabina de registros la escena que transcurre en la sala de entrenamiento. Entre ambos espacios existe un sistema de intercomunicación que permite escuchar, desde la cabina de registros, cuantos diálogos se mantengan en la sala de entrenamiento, así como enviar mensajes específicos e individualizados a los ocupantes de dicha sala. A través del espejo de observación unidireccional los terapeutas pueden observar las múltiples respuestas presentes en una secuencia de intercambio conductual de una pareja. La incorporación del video garantiza un registro fiel y preciso, amén de que facilita a la pareja información sobre las conductas que utilizan en su interacción. En el Apéndice B ofrecemos un esquema de registro de datos de observación de conductas implicadas en la Solución de Problemas.
  • 32. Habitualmente son objeto de análisis las siguientes conductas. 2.2.1.1. Expresión de sentimientos La expresión de estados de ánimo puede ser motivo de conflicto o no según se haga de modo inadecuado o adecuado. Expresiones del tipo «es que me irritas», «me deprimes», «me desquicias»..., que encierran un tono acusativo, pueden interferir en el diálogo de la pareja e impedir que lleguen a un acuerdo o solución efectiva para el problema en cuestión. En cambio, expresiones del tipo «cuando dices eso yo me siento mal» o «cuando te comportas así me siento irritada» pueden ser más adecuadas porque reconocen la propia paternidad del estado de ánimo y eliminan el contenido acusativo. Es posible que el otro reaccione de un modo más accesible. Las expresiones de ironía y las acusaciones directas son también frecuentes en estas sesiones de observación. En otros casos la expresión de emociones positivas no llega a ser efectiva porque se realiza con un comportamiento verbal y no verbal inadecuado. Expresiones como «se te ve una chica con encanto» parecen describir más que expresar emoción. En cambio la expresión «me agradas» o «me encanta estar contigo» puede tener un mayor impacto emocional y más si se realiza con contacto visual, tocando levemente el brazo o cogiendo suavemente la mano. Todos estos aspectos de la expresión emocional conviene evaluarlos, ya que juegan un papel importante en la comunicación interpersonal. 2.2.1.2. Descripciones del problema El cómo la pareja describe sus problemas debe ser también objeto de observación, porque de ello depende, de modo importante, el que lleguen o no a una solución. Las parejas en conflicto suelen expresar las quejas en términos vagos y generales: «deseo sentirme más segura en mi matrimonio», «cada día estamos peor», «no nos entendemos». Este modo de describir está impidiendo que la pareja llegue a entenderse y conseguir algún acuerdo. Cuando detectamos en la observación un uso frecuente de este tipo de verbalizaciones, un objetivo de intervención prioritario suele ser el de enseñar a la pareja a definir sus dificultades y problemas en términos de conductas concretas que les permitan conocer a uno ya otro qué es lo que hay que modificar y en qué sentido. Las parejas con relaciones deterioradas que llegan a nuestra consulta suelen hacer uso frecuente de este tipo de comunicación vaga e inconcreta, tendiendo más a interpretar un comportamiento que a definirlo en términos precisos. Expresiones como «ya sé por qué dices eso», «tú dices eso pero sé lo que realmente estás pensando» infieren la intención, motivación o actitud del otro a partir de interpretaciones, originan conflicto y son ineficaces para llegar a una solución del problema. 2.2.1.3. Análisis y solución del problema Las parejas en conflicto suelen realizar un análisis de sus problemas según, como dice Hurvitz (1970), «hipótesis terminantes», es decir, ofrecen una explicación de la conducta de un modo que no da información acerca de cómo se puede cambiar la situación. La expresión «eres tan desordenada como tu madre» no aporta datos efectivos que le sirvan a la mujer para superar el problema. En su lugar ambos componentes de la pareja deben aprender a emplear «hipótesis instrumentales», que expliquen la conducta y los sentimientos, indicando qué se puede hacer para cambiar la situación.
  • 33. Esta otra expresión puede ser más operativa: «me disgusta encontrarme tu ropa sucia en el cuarto, ¿qué te parece si la recoges y la echas al cesto de la ropa sucia, mientras yo me encargo de bajar la basura que tanto te molesta?» La especificación de resultados deseados, los compromisos y acuerdos, las soluciones alternativas y cualquier otra conducta que la pareja emplee para analizar y encontrar una solución a su problema deben ser objeto de evaluación y observación. 2.2.1.4. Habilidades de comunicación Conviene observar también el patrón de comunicación de la pareja con el objetivo de eliminar o reducir las conductas inadecuadas e instrumentar o incrementar conductas básicas que son necesarias para una comunicación efectiva y facilitar así la solución de los problemas. La observación está dirigida tanto al componente verbal como al no verbal de la comunicación. El motivo de incluir lo segundo tiene que ver con el enorme impacto de significación que los gestos y cuantas conductas no verbales hacemos tienen sobre lo que decimos. Generalmente suelen ser objeto de nuestra atención las siguientes conductas: - Ausencia o no de contacto visual, es decir, si la pareja se mira mutuamente o no a los ojos cuando hablan. - El uso de las manos para resaltar determinados contenidos del mensaje. - La expresión facial adecuada o no a la situación y al mensaje verbal. - La postura del cuerpo (acercamiento, inclinación hacia el otro o hacia atrás..., etc.) puede ser indicativa de atención e interés hacia la otra persona o, por el contrario, de alejamiento y rechazo. - El volumen de voz, según sea demasiado alto o excesivamente bajo. Su adecuación depende de lo que se desea expresar y del contexto donde tiene lugar. Si queremos, vaya por caso, llamar la atención de un amigo que vemos por la calle a veinte metros de distancia, un volumen de voz excesivamente bajo será inadecuado para nuestro objetivo. Por el contrario, si el objetivo es hablar con nuestra pareja en una habitación, en un contexto de intimidad afectiva, un volumen de voz excesivamente alto no sería demasiado idóneo. - El tono de voz. Muy a menudo, una comunicación resulta inefectiva y provoca aburrimiento y alejamiento en nuestro interlocutor porque empleamos un tono excesivamente monótono y no realizamos las inflexiones que convienen al contenido del lenguaje. Y a la inversa, el interés que algunas personas parecen mostrar en el intercambio conversacional puede ser debido a una adecuada utilización de las inflexiones de la voz. Tanto el volumen como el tono de voz juegan un papel relevante en la expresión y modulación de los estados emocionales. Las conductas no verbales que utilizamos en la comunicación pueden indicar actitudes y estados emocionales concretos, así como conferir un significado tal al contenido verbal que, en ocasiones, pueden hasta invalidarlo. Cuando decimos «pues márchate si quieres», con un tono y una expresión facial determinados, podemos estar comunicando al otro que no se marche. A continuación se presenta una relación de indicadores no verbales de determinadas actitudes y estados emocionales.
  • 34. INDICADORES NO VERBALES Actitud Segura, confiada (Expresión abierta del cuerpo) - Postura relajada - Falta de tensión muscular - Movimientos fáciles y pausados - Expresión facial sonriente y Risueña - Cabeza alta y contacto visual - Movimiento del cuerpo y cabeza orientado al otro Actitud insegura (Expresión cerrada del cuerpo) - Postura rígida - Presencia de tensión muscular - Actividad inquieta - Movimientos con tendencia a ser rígidos, forzados - Expresión facial apretada, es tirada y hosca - Posición de cabeza a menudo hacia abajo - Falta de contacto visual. Miradas furtivas - Movimiento de la cabeza y del cuerpo tendentes a alejarse de los otros Estilo cordial o amistoso Estilo dominante - Proximidad física - Hablar alto, deprisa y durante la mayor - Ciertos tipos de contacto corporal - Contacto visual parte del tiempo con tono confiado - Interrumpir a los demás - Sonrisa - Controlar el tema de la conversación - Tono de voz amable - Dar órdenes o utilizar Otros tipos de influencias - Conversación sobre temas personales de los otros - Ignorar los intentos de in - Señales de estar escuchando - Postura erecta con la cabeza hacia atrás fluencia por parte
  • 35. Estados emocionales concretos SORPRESA - Cejas levantadas Boca entreabierta. Paralización motora súbita Ojos muy abiertos Tono de voz alto con inflexiones ALEGRIA - Sonrisa abierta Labios hacia arriba Tono de voz alto y rápido TRISTEZA. - Cejas caídas - Mirada baja Comisura labial hacia abajo Tono de voz bajo, lento IRA - Ceño fruncido Ojos muy abiertos o muy cerrados Labios apretados Puños cerrados Tensión muscular Tono de voz alto con inflexiones bruscas MIEDO - Cejas levantadas y contraídas Ojos muy abiertos Inflexiones de la voz Expresión motora, en general en retirada o paralizada Lenguaje corporal inadecuado Contacto visual
  • 36. - Parpadear rápido y mucho - Excesiva fijación sin cambiar la mirada - No mirar - Mover la cabeza y los ojos excesivamente - Ojos tensos y/o fatigados Expresión facial - Frente contraída y tensa - Tragar saliva repetidamente - Carraspear repetidamente - Humedecer los labios Gestos y posturas - Taparse la boca al hablar - Taparse la cabeza, los ojos o el cuello - Pasarse la mano por los cabellos o retocárselos - Juguetear con joyas o adornos - «Ajustar» la ropa - Cambiar el peso del cuerpo de un pie a otro - Moverse mucho o estar rígido - Estar encogido El componente verbal de la comunicación (interrupciones, afirmaciones radicales o dogmáticas, reiteración, paráfrasis, etc...) también suele tener funciones significativas aparte de la mera transmisión de contenidos, por lo que es de suma importancia evaluarlo. El fomentar ciertos estados emocionales en el interlocutor dependerá asimismo de la buena o mala utilización de determinados contenidos verbales. A continuación presentamos una lista de los errores más frecuentes cometidos en la comunicación de una pareja. Esta lista, recopilada por Thomas, Walter y O'Flaherty (1974), debe considerarse sólo como ilustrativa.