Tras dirigir una fracasada sublevación contra la dictadura de Aramburu encabezada por un grupo de oficiales y suboficiales peronistas y sindicalistas de la resistencia, la vida del hombre más buscado en ese momento tuvo un giro increíble: el general Valle concurrió al velorio de su compañero, el coronel Cortínez. Allí se enteró de que el gobierno había lanzado un comunicado anunciando que, si se entregaba, se terminarían los fusilamientos de sus compañeros.
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Las últimas horas del general Valle
1. Las últimas horas del general Valle
Felipe Pigna
Tras dirigir una fracasada sublevación contra la dictadura de Aramburu encabezada por un
grupo de oficiales y suboficiales peronistas y sindicalistas de la resistencia, la vida del
hombre más buscado en ese momento tuvo un giro increíble: el general Valle concurrió al
velorio de su compañero, el coronel Cortínez. Allí se enteró de que el gobierno había
lanzado un comunicado anunciando que, si se entregaba, se terminarían los fusilamientos
de sus compañeros. Valle volvió a la casa de su amigo Ángel Gabrielli en la calle
Corrientes al 4000. Sentía que no podía seguir en la clandestinidad mientras continuaran
matando a sus camaradas. Aramburu, ante la presión, más que tardía, de parte de la cúpula
de la Iglesia y de la Corte Suprema de Justicia, había declarado que cesaría la matanza a
partir de la hora cero del 12 de junio.
Cuenta Rojas cómo fue aquella visita de la adicta Corte en pleno a los dos jefes de la
fusiladora, el 11 de junio:
“El objeto de la visita fue ambivalente; por un lado, expresaron su solidaridad con el
Gobierno Provisional ante la emergencia ocurrida y, por el otro, solicitaron que la vigencia
de la ley marcial [...] no se extendiera demasiado. [...]
Cuando me tocó hablar en esta reunión dije que al firmar las leyes represivas lo había hecho
con una gran tranquilidad de conciencia, pues pensé que no me oponía a una ideología
comparable a la nuestra, sino que me oponía a una banda de asaltantes de quienes teníamos
2. la obligación de proteger al pueblo. [...] Para ese entonces, el presidente y yo ya habíamos
decidido no permitir más ejecuciones. Pero estaba pendiente lo de Valle, que era
inevitable”.
Los señores ministros de la Corte “olvidaban” el artículo 18 de la Constitución Nacional de
1853, que señala: “Quedan abolidos para siempre la pena de muerte por causas políticas,
toda especie de tormento y los azotes”.
A pesar de que Valle ya había tomado la decisión de entregarse, su amigo Gabrielli logró
contactar al poderoso Manrique para que intercediera ante Rojas para garantizar la vida del
general. Manrique fue con la buena noticia a la casa de Rojas y este le aseguró: “Bajo mi
responsabilidad, que se entregue. Su vida no correrá peligro ninguno”. A las 4 de la mañana
de aquel 12 de junio, Valle se entregaba en el Regimiento 1 de Palermo “con todas las
garantías”, según habían asegurado Aramburu públicamente y Rojas en privado. Incluso La
Nación había titulado su edición del 12 de junio: “Es voluntad del gobierno evitar un mayor
derramamiento de sangre”.
Gabrielli contactó al poderoso
Manrique para que intercediera ante
Rojas y garantizara la vida del
general Valle.
No obstante las promesas, la sentencia estaba dictada de antemano por un tribunal militar
integrado por tres generales. Quaranta pidió la pena de muerte. Aramburu firmó la
sentencia.
Recordaba el general Tanco:
“En una reunión con Valle en una casa de la calle Coronel Díaz, le dije que ‘si fracasa la
revolución, Aramburu nos fusila’. Con Valle diferíamos respecto de Aramburu. Valle creía,
por su amistad con él, que no procedería como procedió. Yo no pensaba lo mismo […]. Yo
lo conocía a Aramburu y siempre me impresionó como un hombre frío, calculador. […].
Aramburu no tenía escrúpulos”.
Valle fue fusilado. El hombre que en privado había dado su palabra de que el general, “bajo
su responsabilidad”, no corría peligro alguno, recuerda:
“El día 11, pasadas las 21 horas, obtuve personalmente del presidente Aramburu la
suspensión de toda otra ejecución. Ya no debía correr más sangre de hermanos… Pero aún
no estaba derogada la ley marcial. Solo se quebró la suspensión de aquella medida cuando
se encontró al general Valle, cabecilla principal, que fue entregado por un ‘amigo’”.
La dupla gobernante ratificó, en armonía con la Junta Militar, la pena máxima contra el
general Valle en una reunión que Rojas contaba así:
“El día 12, en reunión de la Junta Militar para considerar la situación del general Valle,
3. tanto Aramburu como Ossorio Arana sostuvieron que no era posible conmutarle la pena.
Krause adhirió a esas opiniones con cierta vehemencia, por lo que me vi precisado de
hacerle presente que la decisión estaba, en última instancia, en manos del general
Aramburu, quien además era compañero de promoción de Valle.
El general Ossorio Arana expresó con toda firmeza que ‘si el general Valle no era
ejecutado, toda la oficialidad del Ejército se indignaría, pues él era el cabecilla principal’.
El presidente Aramburu, con el asentimiento de toda la Junta Militar, ordenó la ejecución
de Valle. En total hubo 27 fusilamientos.
Con esta pena era ya suficiente, por lo que el día 13 se emitieron los decretos-leyes
derogando la ley marcial y conmutando todas las ejecuciones pendientes”.
Según la versión de su hijo, Aramburu dijo en ese momento:
“Si después que hemos fusilado a suboficiales y a civiles le perdonamos la vida al máximo
responsable, a un general de la Nación que era jefe del movimiento, estamos creando un
antecedente terrible; va a parecer que la ley no es pareja para todos y que entre amigos o
jerarquías parecidas no ocurre nada; se consolidaría la idea de que la ley se aplica sólo a los
infelices”.
A las 20 horas del día 12 alguien llamó a la casa de Valle y avisó a la familia: “A las 22
preséntense en la Penitenciaría, será fusilado el general”. Con su madre enferma, Susana
Valle, que por entonces tenía 18 años, trató de ver a monseñor Miguel De Andrea, el viejo
consejero espiritual de la organización paramilitar autodenominada Liga Patriótica durante
la represión de la Semana Trágica. Le avisaron que el hombre de Dios estaba comiendo con
Aramburu. Susana insistió, pero ninguno de los dos comensales se inmutó; no deseaban ser
molestados.
Su hija recordó
haberlo visto “muy entero.
Me dijo: si vas a llorar, andate, esto
no es tan grave como vos suponés”.
Así recordaba Susana Valle esos últimos momentos de su padre:
“Yo lo fui a ver cuando estaba en la Penitenciaría Nacional. Él pidió ser fusilado de civil,
pidió la baja del Ejército […]. Papá estaba muy entero, lo fui a ver minutos antes que lo
fusilaran y estaba tremendamente entero.
Estábamos rodeados de la infantería de marina. Yo estaba bastante mal y papá me dijo:
‘Mirá, si vas a llorar andate, porque evidentemente esto no es tan grave como vos lo
suponés; porque vos te vas a quedar en este mundo y yo ya no tengo más problemas’.
Me sentó en su falda, recuerdo un detalle, yo no fumaba en su presencia y me pidió un
4. cigarrillo. También recuerdo la temperatura de sus manos, no era ni fría ni caliente, estaba
absolutamente normal. Papá estaba convencido de lo que iba a hacer.
Me entregó las cartas: una para Aramburu, otra para el pueblo argentino, para abuela,
mamá y para mí, me dio un gran abrazo y se fue.
El jefe de los infantes de marina dijo que lo hicieran pasar frente al pelotón ‘para que los
esbirros peronistas vean el destino que les espera’, todo estaba armado con gran sadismo,
con absoluto sadismo.
Yo pasé, me muestran el pelotón y uno de los soldaditos salió de la fila y se me prendió
llorando: ‘Te juro que yo no lo mato’. A ese chico lo tuvieron que retirar con un ataque de
nervios.
Después, me fui. Ellos lo fusilaron, yo me lo llevé en el corazón”