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La narrativa del conocimiento vol. v no. 106
- 1. La Narrativa del Conocimiento ©
Boletín de difusión del Pensamiento
Publicación virtual quincenal
Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón
Nueva época - Vol. V No. 106 Marzo de 2015
Trabajar
Según los diccionarios más reconocidos, Trabajar es imponer a
los materiales y a los seres dados por la naturaleza transforma-
ciones o desplazamientos que les hacen más útiles o más bellos;
es también estudiar las leyes de estas transformaciones, prepa-
rarlas o dirigirlas.
Aunque los trabajos de los seres humanos sean innumerables y
diversos, existen algunas directivas que deberían ser comunes a
todos los trabajadores. Entre los trabajos posibles, hay que ele-
gir. La fuerza y la inteligencia de una persona tienen límites estre-
chos. Y quien lo quiere todo no hará nunca nada. Conocemos
demasiado bien a esas personas con aptitudes inciertas, que
igual dicen: “Puedo ser un gran músico”, como: “los negocios se
me darían muy bien”, o bien: “si entrara a la política, tendría un
éxito seguro”. Tengan por seguro que estas personas serán
siempre músicos aficionados, empresarios arruinados y políticos
vencidos. Los grandes generales de la historia han enseñado que
el arte de la guerra consiste en ser el más fuerte en un punto da-
do; el arte de la vida consiste en elegir un punto de ataque y en
concentrar en él sus fuerzas. No hay que dejar al azar la elección
de una carrera. “¿Para qué sirvo yo? ¿Cuáles son mis aptitudes
naturales?”, debe preguntarse el que comienza. Porque es vano
exigir de una naturaleza lo que no puede dar. Si una persona es
atrevida, le conviene ser un aviador, mejor que un jefe de oficina.
Pero una vez hecha la elección, salvo error o accidente grave,
nada de arrepentimientos.
Dentro de una misma carrera elegida, serán necesarias nuevas
selecciones. Un escritor no puede escribir todas las novelas; un
estadista no puede reformar todas las administraciones; un viaje-
ro no puede visitar todos los países. Aún en esto descartará por
un decreto sin apelación de la voluntad, las tentaciones que va-
yan más allá de su poder. De modo que hay que concedernos,
para elegir, el tiempo necesario, pero no un tiempo ilimitado. Los
militares, después de haber pesado bien las consecuencias de
una orden, acostumbran poner fin al debate con la palabra:
“¡Ejecución!”. Terminen así sus propios debates interiores. “¿Qué
voy a hacer el próximo año? ¿Prepararme para tal examen?
¿Para un empleo? ¿Partir al extranjero? ¿Entrar a tal asocia-
ción?” Es natural que estas cuestiones sean debatidas hasta la
madurez, pero es necesario también que un límite de tiempo sea
fijado, después del cual una decisión habrá de intervenir. Y una
vez tomada: “¡Ejecución!” Los arrepentimientos serían estériles y
los cambios no tendrían fin.
Para asegurarse de la fidelidad a la elección hecha, estaría bien
redactar de vez en cuando un plan de trabajo que indique a la
vez los fines lejanos y los objetivos próximos. Al revisar este plan
después de algunos meses o años, tenemos conciencia de nues-
tras fuerzas y de nuestras limitaciones. Pero es necesario aislar,
entre los elementos del plan, aquel que, en primer lugar, exige
acciones inmediatas. Sobre este elemento debe ser concentrada
toda la luz de la atención. Hagas lo que hagas, hazlo de todo co-
razón. Que tu cuerpo y tu espíritu se hallen tensos hacia el fin. Y
cuando éste haya sido alcanzado, podrán volver sobre sus pa-
sos, explorar tal camino que cortaba su trayectoria, mirar tal pai-
saje. Mientras que la obra no está terminada, nada de rodeos.
Hay que creer en la posibilidad de acertar. Si nuestra finalidad ha
sido bien elegida, quiere decir que ha sido elegido tal y como
nuestras fuerzas, salvo accidente, nos permitirán alcanzarla. Es
vano y peligroso proponerse un objetivo inaccesible. El fracaso
corre el riesgo de matar la fe y de paralizar los esfuerzos. Es sa-
ludable, en una obra vasta y compleja, componer primero las par-
tes más fáciles. Si un recorrido es demasiado largo para hacerlo
de un tirón, nada más legítimo que dividirlo en etapas y entregar-
se por entero a cada una de ellas, negándose a mirar más allá.
Después de algunas experiencias, el corazón cobra ánimos y el
aliento se hace más regular.
Absorber, es el encanto que excita al espíritu. Todo cuanto es
ajeno lo atrae. Cambiar en su propia esencia aquello que es ex-
traño, identificarlo, absorberlo, es la continua ocupación del espí-
ritu. Llegará un día en que no habrá más atractivo y nada le será
ajeno. El espíritu llegará a ser su propio atractivo, la cosa en sí
misma ajena, y podrá construirse a sí mismo. En la actualidad el
espíritu es un espíritu del instinto, un espíritu natural, es necesa-
rio que llegue a ser un espíritu de la razón, un espíritu nacido de
la conciencia y que se fundamenta en el arte. La naturaleza debe
llegar a ser un arte, y el arte una segunda naturaleza.
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Mi vida y la tuya.
A veces pienso que no eres tú,
pues en ti proyecto el alud
de mi presencia cuando
cubro tu cuerpo y tu alma con
el torrente vasto de mi vida.
Y miro en tus ojos
el sol de la alborada,
que renueva con su luz
una comarca.
Cuantos pasos del tiempo...
son tus manos, tu cabello
y el perpetuo
remolino de tu esencia.
Trasciendes al tiempo en
tu boca, y con tu cuerpo
recreas el amor de
las deidades.
No siempre pienso en ti,
algunas veces es tu idea
la que me permite
viajar hasta la luna.
1988
“Trata a los pequeños como tú quisieras ser tratado por
los grandes.”
Proverbio anónimo
Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual ©
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