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La narrativa del conocimiento vol. iv no. 98
- 1. La Narrativa del Conocimiento ©
Boletín de difusión del Pensamiento
Publicación virtual quincenal
Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón
Nueva época - Vol. IV No. 98 Diciembre de 2014
Amar
El milagro del amor humano, es que, sobre un instinto muy sim-
ple, el deseo, construye conjuntos de sentimientos, los más com-
plejos y los más delicados. Por sus mágicas operaciones, dos
simples mortales, frágiles, como todos lo somos, egoístas, como
lo son naturalmente los seres vivientes, tímidos, inconstantes,
salvajes, se encuentran confundidos en la más íntima y la más
deliciosa de las comunicaciones.
La potencia del deseo les permite franquear las barreras del
egoísmo y les ayuda a tolerar a los otros tales y como son. Pero
el deseo es fugitivo. ¿Cómo, de un instinto caprichoso los seres
humanos han sabido sacar sentimientos estables y puros?
¿Por qué, entre millones de hombres y mujeres alrededor, elegi-
remos a tal ser mejor que a tal otro para hacer de él el centro de
nuestros pensamientos? Cuando el cuerpo acecha ansiosamente
la llegada del amante posible, el primer ser amable que pasa co-
rre el riesgo de despertar el amor. A veces el azar será bien-
hechor, y este encuentro hará una pareja dichosa; a veces tam-
bién, el hombre y la mujer, aproximados un instante por el deseo,
descubrirán entre ellos motivos de disentimiento y menosprecio,
y el amor engendrará el odio.
Se pueden concebir también elecciones debidas a las circunstan-
cias del encuentro. Ocurre que los seres tímidos que en la vida
ordinaria no se hubiesen atrevido a declarar sus sentimientos y
sus deseos, se encuentran aproximados por una intimidad forza-
da.
El prestigio de un hombre o su gloria, lo envuelven a los ojos de
las mujeres en una nube luminosa que oculta sus defectos. Los
minutos de triunfo son propicios al nacimiento del amor. A veces
el azar crea la ilusión de una comunidad de espíritu o de corazón.
De improviso, sobre una frase dicha por un tercero, dos miradas
se encuentran y descubren dos reacciones análogas. Por el tra-
queteo de un vehículo, dos manos se tocan y hallan placer en
permanecer unidas un segundo más de lo que lo hubieses exigi-
do las leyes de la sensatez. Esto basta.
Otro caso es el del “flechazo”, o amor a primera vista, es el signo
de una predestinación. Cada uno de nosotros lleva en sí mismo
el original de su belleza cuya copia anda buscando por el vasto
mundo. Hay seres que nos procuran a la vez el encanto de los
sentidos por su belleza y una perfecta satisfacción del espíritu
por la gracia de las conversaciones. A estos seres los amamos
sin esfuerzo ni pena. Cada minuto pasado junto a ellos nos da
más certidumbre de su perfección. Sabemos que, si se nos
hubiese dado el poder de transformarlos, no querríamos cambiar
nada en ellos. El tono de su voz nos parece las más dulce de las
armonías y su lenguaje el más acabado de los poemas. Admirar
sin reservas es una gran dicha; el amor que se funda sobre la
admiración simultánea del espíritu y el cuerpo del objeto amado,
proporciona sin duda los más vivos placeres,
Existen, en fin, hombres y mujeres bastante numerosos, a los
cuales jamás ni el azar, ni un sentimiento irresistible han impues-
to un compañero de vida y que se ven condenados a elegirlo deli-
beradamente. ¿Es que a éstos un arte de amar debe enseñarles
ciertas reglas generales para guiar su elección? Se puede decir
que el buen carácter, la paciencia y, sobre todo, un cierto sentido
del humor son virtudes que ayudan mucho a la felicidad de una
pareja y que todas ellas nacen, casi siempre (pero no siempre)
de la salud. La familia de aquél o de aquélla que se elige debe
ser observada largamente; porque la dicha llama a la dicha y hay
ambientes tristes, constreñidos, en los que el amor se marchita
rápidamente.
Parece también que la mujer es dichosa más fácilmente con un
hombre enérgico y viril y que un hombre lo sea con una mujer
tierna que acepte ser dirigida por él. Las muchachas muy jóvenes
dicen que quisieran casarse con un marido que ellas pudieran
dominar. Por mi parte, no he comprobado jamás que una mujer
haya disfrutado de una dicha verdadera con un hombre que ella
no respetase por su fuerza o por su coraje, ni que un hombre
normal haya sido perfectamente dichoso con una Amazona. Pero
todo esto es complejo porque, en la mujer más esclava, hay un
instinto de protección que se satisface en concentrar a veces un
niño en su héroe.
El instinto, a pesar de todos sus errores, es aquí más seguro que
la inteligencia. Se pregunta si hay que amar. Eso no hay que pre-
guntarlo; debe sentirse. El nacimiento del amor, como todo naci-
miento, es obra de la naturaleza. Es más tarde cuando el arte de
amar interviene.
No hay duda de que dentro del ser de los verdaderos místicos e
iluminados son las fuerzas superiores las que han actuado, aun-
que casi no hayan emanado de ellas sino raras mezclas y formas
singulares. Pero con esta materia vasta e incoherente, el ser
humano inculto desprovisto de gusto, improvisado en cierta for-
ma, engendra extrañas producciones. En general, no vale la pe-
na podar, limpiar, purificar ni clasificar esta masa deslumbrante y
grotesca; al menos, no ha llegado todavía la hora de que tales
menesteres se cumplan sin dolor. He aquí una tarea reservada a
los futuros historiadores de la magia. Pero como documentos de
suma importancia sobre el constante progreso, como testimonios
del desarrollo gradual de la fuerza mágica, merecen ser conser-
vados cuidadosamente.
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Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual
Mañana.
Antes de que los pétalos caigan,
desaparecerá el aroma sutil de
la mañana; porque el alud
de encanto que se asienta,
contiene un tajo amable
de quimeras, que se envuelven
del verdor de la pradera,
y que emanan un sabor
de manantiales.
Pues el fresco amor que surge de la rosa
es el gran primor de la alborada,
que se guarda condensado entre las flores
y se entrega sin clamor a las pasiones.
No hay nube que se engañe
si Eolo ampara las bondades,
pues si el viento canta desde el norte,
un coro de ámbar es el hijo de los valles.
1988
Mientras que el
tiempo
se acerca, espe-
rando
“Tienes que reflexionar sobre ti mismo y hacer luego lo
que verdaderamente surja de tu propia esencia. No hay
otro camino. Si tú mismo no puedes encontrarte, tampoco
encontrarás espíritus ningunos que te guíen.”
Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual ©
Palacio de las Bellas Artes, México - 2005