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Boletín de difusión del Pensamiento
Publicación virtual quincenal
Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón
Nueva época - Vol. IV No. 103 Febrero de 2015
Santificación del Deseo
Al igual que la verdadera santidad consiste menos en éxtasis y
mortificaciones que en humildad, dulzura y caridad, también los
grandes amores se reconocen, no por el furioso asalto del deseo,
sino por la perfecta y duradera armonía de la vida cotidiana.
Las fiestas gloriosas del deseo, tales como pueden conocerlas
los amantes dichosos, se parecen a esos admirables días de ve-
rano en los que el calor del sol nos baña de languidez y beatitud.
Los recuerdos encantados que nos dejan estos bellos días, y la
esperanza de encontrar otros semejantes, son necesarios para
darnos la fuerza y el coraje con que hemos de soportar los me-
ses de tempestad. Pero puesto que ni el verano, ni el deseo, pue-
den durar más allá de su término natural, tenemos que aprender
a amar también los días más grises, las brumas de otoño y las
largas veladas del invierno.
¿De qué está hecha esa dicha, más grave y más tierna que, des-
de el debut de la vida amorosa, viene a colocarse al lado del de-
seo con una timidez que pronto se transformará en dulce autori-
dad? ¿De qué está hecho este amor que, nacido del deseo, le
sobrevive? De confianza, de hábito, y de admiración. Casi todos
los seres humanos se decepcionan. Pero algunos de nosotros
hemos tenido la dicha de encontrar a una persona cuya naturale-
za y cuya franqueza no nos han decepcionado jamás, que en
casi todas las circunstancias se han desempeñado exactamente
como deseábamos, que, en los momentos más penosos no nos
han abandonado. Quienes tuvieron esa dicha conocen este senti-
miento maravilloso: la confianza.
La confianza es una certidumbre tan preciosa que, como el de-
seo, da encanto a las menores acciones. Cuando eran jóvenes,
este hombre y esta mujer anhelaban un instante de soledad para
estrecharse el uno contra la otra; ahora lo anhelan para hacerse
una confidencia. La hora del paseo se ha convertido para ellos en
tan preciosa como antes la hora de las citas amorosas. Se saben
no solamente comprendidos sino adivinados. Piensan al mismo
tiempo las mismas cosas. Cada uno de ellos estaría dispuesto a
dar su vida por la del otro, que además lo sabe. Una perfecta
amistad puede también inspirar sin duda tales sentimientos. Pero
las amistades sin reserva son infinitamente raras, mientras que
un gran amor convierte a los seres más simples en capaces de
perspicacia, de abnegación y de confianza.
¿Cómo describir la vida de una pareja dichosa en el otoño de su
amor? ¿Cómo mostrar que el dios sigue siendo dios, cuando in-
cluso ha adquirido un rostro mortal? No es fácil.
Poderoso consuelo es el de poder, en los tiempos de dolor y so-
ledad, evocar por lo menos un recuerdo perfecto. Por un amor sin
sombras, por las imágenes luminosas y dulces con que el amor
puebla los pensamientos y los sueños, como por las obras de los
grandes artistas, como por la fe religiosa, el ser humano participa
de algo que le supera. Del choque rápido de los instintos. Ha
hecho saltar una chispa divina.
¿Cómo? Creo que es inútil que haya intentado decírselos: El
amor no tiene necesidad de analistas, sino de poetas.
La poesía es el gran arte de la construcción de la salud trascen-
dental. El poeta es por lo tanto el médico trascendente.
La poesía juega y dispone a su antojo de lo penoso y de lo ligero,
del placer y del dolor, del error y de la verdad, de la enfermedad y
de la salud; combina todo porque persigue un fin excelso: la ele-
vación del ser humano más allá de sí mismo.
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Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual
Condena
Comparece ante la
ignominia mi existencia,
condenada por la contundencia
de tu olvido.
Como dardos sobre un ave
en mes de junio,
son los cargos que se
imputan a mi entrega.
Morir está bien si
no hay más remedio,
pero al menos es de honor
saber la causa.
Pues aún el más
ruin de los malvados,
se merece la justicia
de su culpa.
Cruel e indiferente,
el jurado se
complace igual que tú
con su silencio.
El jurado son las horas
y los días que
confirman la nostalgia
por tu ausencia.
Y en todo este proceso
—un juicio ingrato—
no me siento tan culpable
como herido.
Pues tan sólo he deseado
amarte un poco,
mientras tu ánimo condena
mi existencia, a la soledad.
1989
“El lenguaje es el vestido de los pensamientos.”
Samuel Johnson.
El Río Grande, Méx-E.U. - 2007
Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual ©