Mensaje por los 500 años de la evangelización de América. 11 de octubre de 1992
1. Mensaje por los 500 años de la Evangelización de
América
Introducción
1. Los 500 años de la llegada de los europeos y del inicio de la
evangelización en el Continente son un hito histórico-cultural, que
siguen planteando, ahora como entonces, interrogantes ineludibles,
con consecuencias que afectan el presente y el futuro de la humanidad
y de la Iglesia. Nada extraño, por tanto, que hayan suscitado, en todas
partes estudios e interpretaciones, apoyos y rechazos, conmeraciones
de signo contrario, y que nuestro propio medio no se haya mantenido
ajeno a una reflexión sobre el sentido y el alcance de acontecimiento
tan singular. También los Obispos del Paraguay queremos estar
presentes en esta reflexión, sin ánimo de polémica, consciente de
que la Iglesia local nació de aquel evento y de que ella estuvo y esta
profundamente comprometida con la peregrinación de nuestro pueblo
a lo largo de estos cinco siglos.
2. Es también tarea de la evangelización - fin único y específico que
justifica la presencia de la Iglesia en este mundo- escudriñar los signos
de los tiempos, para encontrar en ellos la presencia del Señor que va
escribiendo con los hombres una historia de salvación. No es la historia
civil o política, sino una historia que parte de los hechos y de las
intenciones de los protagonistas, pero que, por un lado, los trasciende,
y penetra, por otro, en las raíces desconocidas de las contingencias;
que, entre contradicciones que a nosotros nos parecen insuperables,
ha llevado a los hombres y a las comunidades, de dominadores y de
dominados, a una integración misteriosa e imprevisible.
LA IGLESIA Y NUESTRA HISTORIA
3. Un hecho gerrero de conquista, en el siglo XVI, permitió a la Iglesia
anidarse en las profundidades de la vida de los habitantes de América,
y, concretamente, de nuestra tierra.
Es cierto que esta "interdependencia que hubo entre la cruz y la espada
en la primera penetración misionera" y la "excesiva cercanía o
confusión entre las esferas laicas y religiosas propias de aquella época,
con las que, frente a la pretendida idolatría de los indígenas, se
pretendía justificar la santidad de la conquista", llevaron a errores
graves que hoy se perciben con mayor claridad. La Iglesia, por lo
que a ella toca, reconoció y reconoce esos errores y, en un sincero
acto de humildad, sigue pidiendo perdón por las faltas cometidas
contra el propio Evangelio que predicaba.
2. 4. Pero desde la reconsideración de sus errores, la Iglesia fue también
la primera, durante aquella difícil etapa de transición histórica, en
replantear con fuerza un cambio de rumbo. Grandes misioneros y
grandes obispos criticaron los sistemas injustos de la conquista,
propusieron nuevas formas de convivencia, se constituyeron en
defensores de los derechos de los indígenas, predicaron con más
autenticidad el Evangelio, confirmando - cada vez con mayor lealtad
- que el indio era un prójimo diferente, no ingobernable ni incivilizado,
sino prudente y muy religioso.
5. Entre nosotros se han dado testimonio heroicos de esta consagración
de los hijos de la Iglesia. Baste solo recordar la devoción apostólica
de franciscanos y de jesuitas, que, junto a otros religiosos, al pequeño
clero secular y a muchos laicos anónimos, anunciaron el Evangelio
entre innúmero sinsabores y también con el martirio, recordando la
tierra sin límites y sin pausa, acosados por toda clase de peligros,
entre los cuales, muchas veces, no fueron menores los creados por la
intemperancia y las luchas de poder de conquistadores y
colonizadores. Nombres como los de Fray Luis de Bolaños, Fray
Alonso de San Buenaventura, Fray Juan de San Bernardo,el Obispo
Martín Ignacio de Loyola,el padre Antonio Ruiz de Montoya, el padre
Roque González de Santa Cruz y compañeros, entre muchos otros,
son honra de la Iglesia y del país. Ellos no fueron, en efecto, solo
evangelizadores sino también promotores de un verdadero pueblo
nuevo. Si estubieron inevitablemente insertos en el sistema político-
religioso de su tiempo, frente al poder discrecional de la conquista se
constituyeron en luchadores por la justicia y liberadores de los pobres.
Las reducciones, por las que nuestro país es universalmente conocido,
fueron- aún con todos los defectos que nuestra mentalidad moderna
distingue hoy con mayor ilustración -algo más que sólo un método
de adoctrinamiento: se constituyeron en centros integrales de una
evangelización inseparable de una profunda promoción humana.
6. " Si es cierto -como dice Puebla- que la Iglesia en su labor
evangelizadora tuvo que soportar el peso de desfallecimientos,
alianzas con los poderes terrenos, incompleta visión pastoral y la
fuerza destructora del pecado, también se debe reconocer que la
evangelización, que constituye a América Latina en el continente
de la esperanza, ha sido mucho más poderosa que las sombras
que, dentro del contexto histórico vivido, lamentablemente la
acompañaron" (No. 10). Nuestra Iglesia no puede sino compartir
los sentimientos de horror que la evocación de los inmensos
sufrimientos infligidos por la conquista del continente, provoca en
tantos ánimos; al mismo tiempo no puede dejar de agraceder el don
de la fe - que sobrepasa todo entendimiento y toda esperanza-, que,
en medio de aquella tragedia, el señor hizo llegar a todos estos pueblos,
3. también al nuestro entre ellos.
7. Es un misterio de la Providencia que ese don inestimable haya
sido ofrecido dentro de la situación de iniquidad que un imperio -
como todos los imperios de este mundo, antes y después de él- desató
en forma despiadada. El don del Dios del amor y de la justicia,
sobreabundó a la violencia del momento histórico: "Donde abundó
el pecado, sobreabundó la gracia" (Romanos 5, 20); y se encarnó
y se desarrollo gracias al gesto de amor y a la fidelidad heroica a la
acción del Espíritu , de muchos agentes pastorales; este amor y esta
fidelidad radicales, de parte de quienes precisamente no compartieron
en su corazón aquella violencia, llevaron a construir una comunidad
cristiana que persevera, y que, después de siglos, es el patrimonio
más preciado de nuestro pueblo.
8. La primera evangelización marcó la vida cristiana inicial con
algunas líneas definidas: una acendrada espiritualidad mariana; un
sentido profundo de la Pasión salvífica del Señor, rápidamente
consustanciada con la también inmerecida pasión de los pobres; la
devoción a la Santísima Trinidad y la ivocada protección a los santos,
como normas prácticas cotidianas; el valor de la comunidad para el
crecimiento y la expresión de la fe; una liturgia impregnada de
manifestaciones selectivas según la cultura indígena; una exigencia
de solidaridad mutual para el progreso de la comunidad; una
valoración de la pobreza digna como fuente de vivencias, de
discernimientos y de bendiciones espirituales.
Estas líneas sufrieron marcados altibajos en largos siglos llenos de
oscuras alternativas, de convulsiones políticas y espirituales, que se
sucedieron, pero conservan hasta hoy una vigencia poderosa en la
religiosidad popular.
9. Correspondió, en efecto, a la Iglesia, en las turbulencias de nuestra
vidas independiente, mantener, en medio de ellas, la esperanza del
pueblo. Diezmada, reducida y empobrecida al máximo, como toda la
nación, después de la enorme catástrofe de la Guerra de la Tripe
Alianza, de su seno quiso suscitar el Señor un gran Pastor en la figura
de Monseñor Juan Sinforiano Bogarín. Animador vigoroso, de férrea
energía y de incansable servicio, supo retomar de nuevo la
evangelización casi desde sus inicios, devolver al pueblo confianza y
autoestima, constituyéndose para todos en un Padre, sin cuya fe y
obstinado acompañamiento, tal vez el país no hubiese recobrado su
temple y su moral. Secundado por un reducido número de sacerdotes,
sacrificados y pobres en extremo, recorrió todo el país varias veces;
pero no siempre fue comprendido por la clase dirigente que,
apartándose de convicciones de profunda raigambre popular
reconstruyó un Estado y una política con inspiraciones cada vez menos
4. cristianas, lo cual, en décadas secusivas, habría de traer nuevas
consecuencias dolorosas.
10. Pero al cabo de un largo episcopado de 53 años, la comunidad
cristiana había retomado ánimo y forma. Ella fue capaz de ofrecer al
país otros Obispos de talento, que el pueblo de nuestras diferentes
regiones recuerda todavía con cariño y con gratitud; quienes, con el
esfuerzo denodado de sacerdotes, religiosos y fieles laicos, no sólo
dieron un gran impulso de renovación a un catolicismo tradicional,
sino que también institucionalizaron los servicios de la Iglesia para
una sociedad cada vez más compleja.
11. De esta manera, al llegar a este aniversario del inicio de la
Evangelización, la Iglesia de gracias al Señor porque, a pesar de sus
desaciertos, sus omisiones y sus insuficiencias, ha querido utilizarla como
un instrumento de formación de la historia y de la cultura de un pueblo
sufrido como pocos, y de animación y apoyo en el camino de la salvación.
Lo afirma sin triunfalismos ni falsos pudores, consciente de que el
Pueblo de Dios - laicas y laicos, religiosas y religiosos, sacerdotes y
Obispos, cristianos de aqui y de fuera, que colaboraron con gran
espíritu - ha dado de sí solo una disponibilidad generosa para que el
Señor construyese EL su casa entre nosotros.
DESDE EL PRESENTE HACIA EL FUTURO
12. Hoy, el pasado nos interpela a ser aún más eficaces en el
compromiso con la dignidad de todos, especialmente de los más
pobres y, entre estos, de nuestros hermanos indígenas. Esa misma
dignidad, alimentada por la fe en Jesucristo, Salvador del hombre,
nos acerca con espíritu de justicia a nuestros campesinos. Pero, por
sobre todas las cosas, el amor a Dios y al prójimo, nos impulsa a
llegar con el dinamismo siempre nuevo del Evangelio, a todos los
hombres de buena voluntad de nuestra tierra, para que el encuentro
con Cristo renueve sus vidas, se comprometan a mantener la unidad
en la fe, la esperanza y la caridad, y contribuyan a edificar una sociedad
coparticipativa y fraterna.
13. Nuestro país atraviesa hoy, en efecto, una epata de delicada
transición, que no es solamente política, económica y social, sino
también, y sobre todo, cultural, espiritual y moral. Incorporado,
después de largas épocas de obscuro aislamiento, y de penosas
represiones y tergiversaciones, al dinamismo de un universo en
trasnformación global, nuestro pueblo se ve enfrentado a los grandes
interrogantes de su destino en un mundo desconocido. La Iglesia siente
que no solo el Estado, la sociedad y sus cuerpos intermedios deben
encontrar, delante de esta situación, nuevos modos de actuar y nuevas
propuestas de convivencia y de desarrollo; también los objetivos y
5. los métodos pastorales deben ser reformulados para que la Palabra
salvadora del Señor, sea puesta al alcance de nuevas mentalidades y nuevos
desafíos.
14. Por estas razones, los Obispos creemos que una nueva etapa
pastoral se impone ante las experiencias del pasado y la realidad
presente del país. Recogemos, así, como particularmente oportuno el
vehemente llamado del Santo Padre a una "nueva evangelización,
nueva en su ardor, en su método y en su expresión". Y estimamos
que el mejor compromiso que los Obispos y el Pueblo de Dios
podemos asumir, en conmemoración de este Quinto Centenario, en
estrecha unión con nuestros mayores y con nuestros mártires, es el
de ofrecer todo nuestro empeño y nuestro sacrificio para hacer siempre
actual, en la civilización moderna que se gesta en nuestro país, la
Redención del Señor.
LA TAREA QUE NOS TOCA EMPRENDER
15. La tarea evangelizadora que queremos y debemos emprender será
siempre un proceso que implica, en primer lugar, el anuncio explícito
de Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, que se
ofrece por la salvación de todos los hombres (cfr. EN. 27).
Este anuncio de esperanza denuncia con valentía todo aquello que se
opone al Reino de Dios, tanto el pecado personal como el social,
tanto las situaciones como las estructuras de pecado; y esa misma
denuncia es el anuncio liberador de todo lo que esclaviza al hombre (cfr. EN. 30-
38).
El Reino de Dios anunciado, ante todo por el testimonio de vida,
significa realizar un cambio real, una renovación desde dentro de la
humanidad que llegue a transformar lo social, lo cultural, lo político-
económico (cfr. EN 18-21).
Hoy, más que nunca, necesitamos laicos que sean auténticos
seguidores de Jesús, tan unidos a Dios y tan identificados con sus
hermanos. Solamente ellos, impregnados por la valentía y la audacia
que caracteriza a los que se dejan guiar por el Espíritu, serán capaces
de renovar la humanidad. Es, en verdad, la gran hora del protagonismo
central de los laicos para hacer verdadera esa "nueva evangelización".
16. Dentro de este proceso de la tarea evangelizadora, creemos que
la situación actual de nuestro pueblo y de nuestra Iglesia reclama
opciones de fondo, insuficientemente aplicadas hasta ahora: opción
por los pobres; opción por las pequeñas comunidades y por los grupos
de vivencia cristiana, que alimenten un compromiso creciente y de
mayor envergadur; opción por una pastoral orgánica, que integre e
interpenetre en forma más coherente toda la comunidad cristiana.
Una auténtica evangelización, que comprende necesariamente una
6. promoción humana liberadora, ha de llevar a acciones que no sólo
lleguen a las realidades interpersonales sino que también estimulen
la impostergable trasnformación de las estructuras. Un diálogo entre
todos, dentro de la Iglesia, habrá de encontrar las prioridades que
viabilicen eficazmente tales opciones fundamentales.
PALABRAS FINALES
17. Los 500 años de evangelización del continente nos compromete,
por tanto, a una nueva evangelización en esta tierra de Roque González
de Santa Cruz y de tantos otros misioneros. La luz de la verdad que
ellos encendieron en su época debe transformarse en la llama ardiente
que cambie toda nuestra vida nacional y eclesial.
Por eso, confiados en la fuerza del Espíritu Santo que renueva todas
las cosas, caminamos hacia nuestro Padre del Cielo.
Imploramos la gracia de Jesús resucitado y la maternal protección de
María Santísima bajo la invocación de Nuestra Señora de los Milagros
de Caacupé, mientras emprendemos esta aventura evangelizadora por
un Paraguay más fraterno, en camino hacia el tercer milenio de la Redención.
Con afecto de Pastores de nuestro pueblo, les bendecimos.
Asunción, 11 de Octubre de 1992
Por los Pastores de la Iglesia en Paraguay
+ Celso Yegros Estigarribia
Obispo de Carapeguá - Secretario General de la C.E.P.